El peronismo más rancio y obsecuente defiende a Berni de las acusaciones por la desaparición y muerte de Facundo Castro y lo opone a Santiago Maldonado. El macrismo trata de embanderarse en Facundo oponiéndolo a Santiago. Es difícil saber cuál de esas dos opiniones es la más repugnante. Más difícil aún entender los mecanismos mentales de razonamiento que ajustan la realidad de manera tan retorcida para acomodarla a conveniencia de esa forma. En uno y otro caso, se trata de gente exigiendo la impunidad de unos desaparecedores y responsables políticos ocultando esa opinión detrás de la exigencia de justicia contra otros desaparecedores y responsables políticos.
Las circunstancias de la desaparición y muerte de Santiago son bastante diferentes a las de Facundo, pero ambas son caras del mismo problema, la diferencia no es esencial. Mientras el primero fue desaparecido por Gendarmería mientras se manifestaba junto al pueblo mapuche por sus derechos a la tierra, el segundo fue arrebatado por la Policía mientras simplemente viajaba en medio de la cuarentena. Ni uno ni otro se encontró de manera desafortunada con una “manzana podrida” entre un montón de frutos frescos de uniforme, ambos son víctimas de un sistema, de una institución que simplemente estaba haciendo lo que hace. Por eso la complicidad entre policías y gendarmes es tan cerrada y absoluta.
Las fuerzas represivas
Las fuerzas “del orden” existen para garantizar las relaciones sociales capitalistas, esto es fundamentalmente defender la propiedad y las ganancias empresarias. “Destacamentos especiales de hombres armados” (Lenin) sin quienes la sociedad dividida en clases no puede existir. Por eso hasta la más “republicana” de las policías golpea y mete presos a trabajadores que protestan mientras no se ven nunca uniformados reprimiendo a estafadores multimillonarios como Vicentín u otros empresarios que ilegalmente despiden o no pagan salarios. Porque, parafraseando a Orwell, todos somos iguales ante la ley pero algunos somos más iguales que otros.
El rol del estado capitalista y de su brazo armado es el de garantizar las condiciones externas fundamentales de la sociedad contemporánea. Le da un marco legal a la dominación de la clase dominante, poniendo las reglas del juego entre sus miembros y las condiciones de sujeción de los dominados, que logran muchas veces imponer ciertas “garantías” legales que no son otra cosa que herramientas de protección frente a ese mismo Estado.
Entonces: si por un lado policías y uniformados en general tienen por tarea principal contener el descontento entre la clase trabajadora, tienen también que lidiar con la vida diaria en el capitalismo. Para sostener su autoridad, implementan de manera sistemática la política del terror en los barrios, son verdugos cotidianos entre los más empobrecidos por el sistema, se sienten dueños de la calle y así se comportan. Mientras Santiago Maldonado fue desaparecido por la Gendarmería cuando defendía de manera directa la propiedad de los ricos, Facundo Castro fue víctima de la práctica cotidiana de los vestidos de azul para sostener su autoridad. Más aún: la política de sostener la cuarentena mediante la represión los hizo más dueños de la calle que nunca y se pudo ver a lo largo del país demostraciones de arbitrariedad y violencia aún más duras.
Entonces, en primer lugar, la policía cumple un rol de disciplinamiento social. Los productos naturales de las relaciones sociales capitalistas son el empobrecimiento de amplios sectores de la sociedad y el consecuente crecimiento de la violencia entre las masas populares, incluida por supuesto la práctica de los robos. Esto es lo que los medios, las clases medias y la burguesía gorila llaman “inseguridad”. Éstos nos lo presentan como un amontonamiento de vagos que les gusta robar para no trabajar. Por supuesto, no somos infantiles y sabemos que la extendida práctica de los robos y la violencia conllevan su propia mentalidad y “moral”. Algo tan estructuralmente arraigado a sectores sociales enteros no podría existir sin su “justificación” mental. Saber esto no excluye de ninguna manera poder distinguir lo fundamental de lo secundario. Pues bien, no hay forma de sostener el negocio capitalista colectivo si no se le da cierta “contención” a las consecuencias de ese mismo negocio. El capitalismo genera tales degradaciones y miserias a millones de personas, que sin la policía sería simplemente imposible contener la violencia que semejante realidad tiene por hija legítima. La sociedad como tal es simplemente impensable en tales condiciones. Así, una capa social a la que se le dan todos los atributos de la violencia está también corroída por ser el único criminal legal, pues es el producto directo de esas enrarecidas relaciones sociales.
En segundo lugar hay que explicar la estructural corrupción que caracteriza de pies a cabeza a las fuerzas policiales, como sus escandalosas vinculaciones con el narcotráfico. En el fondo, es sencillo. En una sociedad cuya base es enriquecerse a costa de otros, es perfectamente lógico que sus perros guardianes pretendan quedarse con su tajada. Y de la misma forma que las cosas son legales o ilegales en la medida en que sirvan a la burguesía o que ella pueda imponerlas así en determinadas relaciones de fuerza, que la institución que maneja los hilos de la legalidad se los “saltee” no debería extrañarnos. Los fundamentos de la sociedad no son las leyes como “reglas de convivencia” como creen algunos trasnochados sociólogos, sino la división en clases y el enriquecimiento de unos pocos a costa de la mayoría. Las leyes son la expresión de la voluntad de una clase y la relación de fuerzas que le permiten o no imponer esa voluntad. Poco les importa a los empresarios la legalidad si va contra sus intereses, así también es para los funcionarios estatales y represivos. El enriquecimiento ilegal de un policía no es más que un pequeño kiosco al lado de los grandes empresarios que se enriquecen legal e ilegalmente.
Berni y Bullrich, como dos gotas de agua
Frente a ambos casos de desaparición forzada, la ex ministro macrista como el funcionario de un gobierno “progre” actuaron de manera tan igual que hasta sorprende que ni siquiera el segundo haya intentado no parecerse tanto a la primera. Como representantes y jefes de las instituciones que simplemente hacían lo que ellos quieren que hagan, no podía ser de otra manera.
Primero: ambos de plantaron en la posición de que no había forma de responsabilizar a policías o gendarmes, sin abrir ni medio matiz de posibilidad de juzgar a unos para legitimar al resto. Sabían muy bien que eso podía generarles problemas entre su propia base. Mientras Bullrich dijo “no vamos a tirar a ningún gendarme por la ventana”, Berni dijo que “no hay pruebas de que la policía haya estado involucrada”.
Segundo: ambos se encargaron de amedrentar a testigos, personas cercanas a las víctimas y a quienes luchaban contra la impunidad. Bullrich hizo público el nombre de un testigo protegido, metió miedo sistemáticamente a los mapuches reprimidos, amenazó a través de jueces y fiscales de consecuencias legales de testificar contra gendarmes, etc. Berni amenazó al abogado de la familia de Facundo de que “iba a tener que responder” por sus declaraciones de que había un manto de impunidad sobre el caso.
Tercero: ambos se aliaron a los medios de comunicación para instalar la mayor cantidad de hipótesis y pistas falsas para desviar la atención de los culpables. Desde el testimonio de que Santiago habría sido visto en el Bolsón, pasando por el “hay un pueblo en el que todos se parecen a Santiago”, llegamos a la “hipótesis” de que una mujer en su auto lo trasladó en la ruta luego de haber sido visto arrestado por la policía. Hoy, C5N hace lo que en 2017 hicieron Clarín y La Nación. El que más derechistamente consecuente se sostiene es INFOBAE, que ha decidido ser aliado de uno y otro en el encubrimiento e impunidad para los responsables de las desapariciones de Facundo y Santiago.
A pesar de todo, sería injusto decir que Berni es como Bullrich. Mientras la presidente del PRO es hace décadas una política “pura”, simple candidata a cargos como diputada; el actual ministro está orgánicamente vinculado a las fuerzas represivas hace décadas, participó de los levantamientos carapintada y reprimió trabajadores mucho antes de que se supiera de la vocación policial de Bullrich. Para ser justos, la verdad es que Bullrich se parece a Berni, y no al revés.
Uno y otro incluso toman actitudes parecidas en su imagen pública. Uno y otro se pavonean de uniforme junto a sus subordinados con actitud de Rambo y discurso de milico. En el día mismo de la confirmación de que el cuerpo encontrado era efectivamente Facundo, Berni intenta afirmarse en su imagen de “hombre duro” de azul o verde oliva. Incluso usa en redes sociales el slogan de “tolerancia cero”, creado por el ex alcalde de Nueva York Rudolph Guliani, que actualmente es abogado de Donald Trump. No hay nadie que no sepa la política de Trump respecto a la policía, el racismo y la rebelión. Berni no tiene ni sombra de “progre”.
Con el nombramiento de Frederic como Ministra nacional de “Seguridad”, el nuevo gobierno buscaba satisfacer a su base social simpatizante, que rechazó mayoritariamente a Bullrich bajo Macri. Pero como la realidad es más importante que las fachadas, pusieron en el principal distrito del país a un hombre que iba a satisfacer las exigencias represivas de los capitalistas y el ala derecha del peronismo, así como satisfacer a la policía con un jefe con el que se pueden sentir identificados. Un juego del policía bueno y el policía malo en el que el malo hace y el bueno habla.
Si se consiguiera echar a Berni, como hubiera sucedido si se lograba hacer caer a Bullrich, sería un golpe de la represión y la política de impunidad. Junto con el castigo a los responsables directos, implicaría hacer mucho más difícil la arbitrariedad y violencia desbocada de los represores en el futuro. Por todo eso: ¡Fuera Berni!