Estalló el falaciómetro: los disparates de Milei sobre Einstein

Milei quiso utilizar la figura de Einstein para hablar a favor del liberalismo. No podría haber elegido peor ejemplo.

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Queremos empezar pidiendo disculpas por la irritación intelectual que debe ser para nuestros lectores leer las palabras «Milei» y «Einstein» en la misma frase. Es que el economista y catador profesional de falacias Javier Milei no nos deja otra opción. En uno de sus ya tantos disparates y burradas a los que nos tiene acostumbrados, ahora intentó utilizar la figura de Albert Einstein en favor de su ideología «libertaria».

El razonamiento, si se lo puede llamar así, es tan tosco como deshonesto. En un debate de ideas con Juan Grabois, Milei estaba intentando argumentar contra la idea de que el Estado puede promover la «innovación» en ciencia y tecnología.

Después de una más que suficiente cantidad de «digamos» y «o seas», se le ocurrió decir que «el tema de la innovación como algo generado del Estado» -atención- «es una falacia porque, si fuera así, entonces, o sea, quiere decir que yo mañana mando un decreto que diga ‘créase la teoría de la relatividad’. Pero no, la teoría de la relatividad la generó Albert Einstein. O sea, el Estado no resuelve nada».

Lo que acaban de leer fue un intento no irónico de argumentación en favor de «la iniciativa privada» versus «la iniciativa estatal». Más allá de que esta dicotomía así planteada no se sostiene por ningún lado incluso dentro de la lógica del capitalismo, (es decir, del modelo que Milei defiende), la sola idea de igualar la «iniciativa estatal» con «decretos» es propio de alguien que, o bien es deshonesto intelectualmente y nos toma a todos por idiotas, o bien que él mismo es un idiota. Saquen sus propias conclusiones.

Es obvio que cuando se habla del papel del Estado en el desarrollo científico y tecnológico se habla principalmente de su financiamiento, de que el Estado vuelque recursos y aplique políticas que promuevan ese tipo de desarrollos. Lo entiende cualquier persona con dos dedos de frente, que no parece ser el caso de Milei.

Pero lo mejor/peor viene cuando Milei hace referencia a Einstein como la «prueba» de que el Estado no inventa ni innova, sino que son los individuos. No podría haber puesto un peor ejemplo. Einstein formula su teoría de la relatividad especial en el marco de su doctorado en física que realizó en la Universidad de Zúrich, que era entonces y al día de hoy sigue siendo una institución estatal. Por sus investigaciones realizadas en allí recibiría el Premio Nobel de Física en 1921.

Cuando alrededor de 1915 Einstein formula su teoría de la relatividad general, también trabajaba para un instituto creado por el Estado prusiano y que recibía financiamiento estatal, el Instituto Káiser Guillermo de Física (actualmente refundado como Instituto Max Planck). La primera vez que la teoría fue formulada públicamente por Einstein fue en una serie de conferencias en la Academia Prusiana de Ciencias… otro organismo financiado por el Estado.

Dicho lisa y llanamente, todos los principales grandes descubrimientos de Einstein (¡que no por eso dejan de pertenecerle, claro!) fueron en un contexto de trabajo en instituciones públicas.

Y para ponerle el broche de oro a la burrada de Milei, hay que destacar que Einstein era, de hecho, socialista, y profesaba las ideas opuestas a las del liberalismo.

De hecho, fue Einstein el que escribió que «La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal». Esa «anarquía económica» a la que se refiere Einstein es precisamente la supuesta «libertad» que reivindica Milei cada vez que malogra esa palabra. Este párrafo del folleto de Einstein titulado «¿Por qué socialismo?» que pueden leer completo en Izquierda Web deja bien en claro qué pensaba Einstein sobre adonde nos lleva la lógica capitalista de la «iniciativa privada»:

«El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. […] Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales.«

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