La historia del Partido Socialdemócrata Alemán es la historia de uno de los primeros grandes partidos obreros de la historia, y es al mismo tiempo la historia de cómo la adopción de una estrategia reformista lo llevó a convertirse en un «partido del orden», un pilar fundamental para sostener el capitalismo imperialista alemán frente a los embates de la propia clase obrera alemana.

 

Por Alejandro Kurlat

 

Resumen

En este artículo nos proponemos estudiar algunos aspectos de la historia del Partido Socialdemócrata de Alemania, que fue hasta 1914 el principal partido de la llamada “Segunda Internacional” y su principal centro político, teórico e ideológico. En particular, nos interesa aquí identificar aquellos elementos que contribuyeron a la deriva reformista del partido ‐proceso que fue madurando paulatinamente y que cristalizó de manera definitiva con el apoyo brindado por sus parlamentarios a la Primera Guerra Mundial en 1914. La resultante de este proceso sería la integración del partido a la institucionalidad del régimen político democrático‐liberal, contribuyendo a evitar (o a mantener controlada) la irrupción de estallidos revolucionarios de la clase trabajadora.

 

Introducción

Este trabajo involucra el estudio de la socialdemocracia alemana como uno de los primeros partidos políticos socialistas y obreros, resultantes inmediatos de la labor teórico‐ política de Karl Marx y Friedrich Engels. La primera camada de intelectuales y dirigen‐ tes de la socialdemocracia alemana fue contemporánea a la vida y obra de aquellos dos fundadores de la corriente socialista, y se formaron en el marco de un permanente intercambio con ellos.

Por la gran importancia y nivel de desarrollo que llegó a alcanzar, el Partido Socialdemócrata alemán era tomado como modelo por el resto del movimiento social‐ demócrata internacional, y los acontecimientos y debates que ocurrían en su interior adquirían rápidamente un impacto en el conjunto del movimiento en todo el continente europeo.

La historia de la socialdemocracia alemana posee un doble carácter. Es, por un lado, la historia del primer gran partido obrero y socialista de masas de la historia, del primer partido que vehiculizó a gran escala la acción política de la clase trabajadora como sujeto independiente ‐objetivo que había sido planteado por la Primera Internacional, pero que no pudo desplegarse hasta el final dentro de sus marcos. Es también la historia del primer partido que dio una expresión organizada, sistemática y sostenida en el tiempo a las tesis marxistas.

Pero la historia de la socialdemocracia alemana es, al mismo tiempo, la historia de cómo esas mismas tesis revolucionarias de Marx y Engels fueron paulatinamente abandonadas, tanto en el terreno de la teoría (en las diversas incursiones del revisionismo, especialmente a través de la figura de Eduard Bernstein) como en el da la práctica política (en una deriva hacia el reformismo). Así, la socialdemocracia alemana fue adaptándose cada vez más al sistema político, económico y social, hasta terminar completamente integrada al mismo ‐especialmente a partir de la política de “Unión Sagrada” establecida en agosto de 1914.

Para identificar los diversos elementos históricos, teóricos y políticos que contribuye‐ ron a esa deriva, realizaremos un repaso de las diferentes etapas en la formación de dicho partido.

 

La socialdemocracia alemana entre las décadas de 1860 y 1880

Los primeros agrupamientos que derivaron en la fundación del Partido Socialdemócrata se conformaron en la década de 1860 en el territorio que actualmente conforma Alemania. Este fue el caso de la Asociación General de los Trabajadores, fundada por Ferdinand Lassalle en 1863: se trataba de la primera organización política obrera independiente de los partidos democrático‐burgueses, con una orientación genérica‐ mente socialista. Sin embargo, Marx criticaría que sus concepciones teóricas seguían marcadas por una fuerte impronta liberal, por un espíritu más reformista que revolucionario.

Al año siguiente (1864) se fundaría en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores, que pasó a la historia como la “Primera Internacional”. Dicha organización incorporó profundamente las concepciones teóricas de Marx y Engels, aunque siempre en el marco de fuertes disputas internas, especialmente con las tendencias anarquistas referenciadas en Mijail Bakunin.

Como producto de la fundación de la AIT, en la ciudad alemana Eisenach se pondría en pie en 1869 el Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania. Se trataba de una organización referenciada en la orientación teórico‐política de la Primera Internacional, alineada con el marxismo y cada vez más diferenciada de la corriente lassalleana.

Poco tiempo después ocurrió un hecho político de enorme trascendencia para el continente europeo, así como para su movimiento obrero y socialista. En 1871 se desarrolló la guerra franco‐prusiana, que produjo dos importantes consecuencias. La primera de ellas es que se completó la unificación de Alemania, convirtiéndola en una gran potencia europea. Esto a su vez disparó un poderoso desarrollo económico, mediante el cual en pocas décadas dicho país pasaría a ser la potencia industrial más importante de Europa, y la segunda más importante del mundo (después de los EE.UU.).

La segunda gran consecuencia fue la experiencia, breve pero de un profundísimo impacto político, de la puesta en pie de la llamada “Comuna de París”, como producto de la retirada de las tropas francesas ante el avance germánico. Esta experiencia, que Marx y Engels definirían como “gobierno de la clase obrera” y “la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo.“ (Marx: 2001a) marcaría un punto de inflexión en el desarrollo del movimiento socialista internacional. En cuanto al socialismo alemán, esta experiencia generó un clima político de presión hacia la unidad de los partidos socialistas existentes.

El resultado se terminaría de plasmar cuatro años más tarde, con la realización del Congreso de Gotha de 1875. En este congreso se fusionaron las dos ramas del movimiento socialista alemán: los lassalleanos y los marxistas del partido de Eisenach. La resultante fue la fundación del Partido Socialista Obrero de Alemania (SAPD por sus siglas en ale‐ mán). Su programa estaría inicialmente marcado por la predominancia de los elementos liberales propios del ala de Lassalle, cuestión que Marx criticaría en sus “Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán” (editadas bajo el nombre de “crítica del programa de Gotha”).

Este partido tendría en los siguientes años un poderosísimo crecimiento. Friedrich Engels atribuye ‐en su introducción de 1895 a la obra de Marx “La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850”‐ su gran éxito, por sobre todas las cosas, a las intensas campa‐ ñas de agitación electoral: “Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. 1871: 102.000 votos socialdemócratas (…) 1877: 493.000” (Marx: 2001b)

Las grandes ventajas del aprovechamiento de este terreno de la acción política aparecen desarrollados por Engels en el siguiente párrafo, de la misma obra: “La agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines”(Marx: 2001b). De esta manera, el SAPD sería uno de los primeros partidos políticos obreros y socialistas de la historia en adquirir un carácter de masas, y en convertirse para ello en una poderosa maquinaria electoral.

Pero las autoridades imperiales alemanas no tenían ningún interés en permitir que este fenómeno se desarrollase de manera libre e ilimitada. Por ello, en 1878 (sólo tres años después de la fundación del partido) el parlamento alemán aprobó una serie de leyes anti‐socialistas impulsadas por el canciller Otto von Bismarck, que ponían toda clase de trabas legales a la actividad del partido. Estas leyes mantendrían su vigencia hasta 1890, cuando se produjo la renuncia de Bismarck y no se votó la renovación de la legislación represiva.

Sin embargo, los obstáculos legales de las leyes anti‐socialistas no tendrían ninguna efectividad para frenar el desarrollo del socialismo alemán. Engels escribe al respecto:

Bajo el peso de la ley de excepción, sin prensa; sin una organización legal, sin derecho de asociación ni de reunión, fue cuando comenzó verdaderamente a difundirse con rapidez. 1884: 550.000 votos; 1887: 763.000; 1890: 1.427.000. Al llegar aquí, se paralizó la mano del Estado. Desapareció la ley contra los socialistas y el número de votos socialistas ascendió a 1.787.000, más de la cuarta parte del total de votos emitidos. (ídem)

Otros dos importantes hechos jalonaron el desarrollo del socialismo alemán en la década de 1880. En 1883 se produjo la muerte de Karl Marx, dejando al movimiento socialista internacional sin su principal teórico y referente. A partir de entonces, ese centro de gravedad se desplazaría principalmente (durante los siguientes doce años) hacia la figura de Friedrich Engels, hasta su propia muerte en 1895.

El segundo suceso fue la fundación en París, en 1889, de la llamada Segunda Internacional, compuesta de casi 400 delegados de 22 países (Bo Gustafsson: 1975). Ésta venía a reemplazar a la AIT, disuelta en 1876 (como subproducto de la división entre marxistas y anarquistas y del traslado de su sede a Nueva York en 1872). La fundación de la Segunda Internacional fue el resultado de toda una década de formación de partidos obreros socialistas en Europa, en países como Italia, Rusia, Inglaterra, Bélgica, Noruega, Austria, Suiza y Suecia. Esta nueva Internacional, fuertemente hegemonizada por las posiciones marxistas, sería el marco de referencia general del socialismo alemán, y por otra parte, el principal vehículo para su proyección hacia el resto de Europa y del mundo.

 

La década de 1890 y La polémica revisionista

La anulación de las leyes anti‐socialistas en 1890 dio lugar a una nueva etapa en el socialismo alemán. Rápidamente el partido se refundó bajo el nombre de Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). En este período el partido viviría un enorme desarrollo, que lo llevó en el transcurso de dos décadas a convertirse en el principal partido de Alemania.

Este periodo de ascenso político socialdemócrata coincide con el proceso de poderoso desarrollo económico de Alemania, del cual resultaría una estructura social fuerte‐ mente proletarizada (la base objetiva para el desarrollo de enormes sindicatos y partidos obreros). Según señala Pierre Broué (Broué: 1971), para 1907 existían casi 9 millones de obreros industriales, y 4 millones más de empleados. El 68% de la población pertenecía al proletariado en sentido amplio. Este proletariado se encontraba fuertemente concentrado (en fábricas enormes como las del grupo Krupp, que eran en sí mismas ciudades industriales), y poseía un alto nivel cultural y de calificación laboral. Por otra parte, para 1910 dos tercios de la población vivían en las ciudades, configurando una sociedad fuertemente urbana (lo que contrasta con países como Rusia, que contaban en esa misma época con una abrumadora mayoría campesina).

En el terreno político, se trató de un periodo de desarrollo mayormente pacífico, sin grandes conflictos militares ni crisis internas. Para la socialdemocracia alemana, esto significó un progreso permanente y sostenido en cantidad de afiliados, de votos, de obreros encuadrados en sus organizaciones sindicales, etc. La consecuencia de lo anterior fue el desarrollo de fuertes ilusiones en un crecimiento de tipo evolutivo: una ideología optimista de progreso continuo y pacífico, nutrida del “medio ambiente” intelectual positivista de la época, y fuertemente influenciada por las concepciones darwinistas dominantes en las ciencias sociales. Esta perspectiva creía poder evitar (o relegar a un futuro indefinido) todo sobresalto, todo choque revolucionario, todo peligro de represión y de retroceso en las posiciones conquistadas.

Sin embargo, esta mentalidad no se impuso de manera lineal, libre de contradicciones. Por el contrario, existió una permanente ambigüedad entre las formulaciones teóricas (especialmente aquellas realizadas por Karl Kautsky, principal figura intelectual del partido), que seguían adoptando el lenguaje marxista revolucionario (inclusive mucho más que en los primeros años del partido), y una práctica política que daba lugar a una progresiva adaptación al régimen existente.

Por un lado, en 1891 la socialdemocracia alemana adoptó el llamado “Programa de Erfurt”, sobre el cual Engels consideraba que “se distingue muy ventajosamente del pro‐ grama anterior” (en relación al programa de Gotha de 1875), ya que “los numerosos res‐ tos de una vieja tradición —tanto la específicamente lassalleana, como la socialista vulgar— han sido eliminados en lo fundamental” (Engels: 2001). Es decir, era un programa que, más allá de ciertas críticas por parte de Engels (centralmente, la falta de énfasis en la denuncia del régimen político semi‐absolutista dominante en Alemania), contaba con su visto bueno por amoldarse en términos generales a las concepciones del materialismo histórico.

En el mismo sentido, un programa relativamente similar había sido adoptado en la década anterior por el Partido Obrero Francés, contando con la colaboración en su redacción del propio Marx. Ambos programas (el francés y el alemán) establecían, por un lado, los objetivos más generales del socialismo (abolir la propiedad privada socializando el control de los medios de producción), mientras que, por otro, presentaban un programa de reivindicaciones mínimas, democráticas y económicas, por las que la socialdemocracia debía pelear en el corto plazo. Entre ambos niveles no mediaba ninguna clase de “puente” o transición que problematizara el paso de uno al otro: esta escisión en la lógica misma del programa sería una de las bases fundamentales de la posterior embestida revisionista llevada a cabo por Bernstein, bajo la formulación “el movimiento lo es todo, el fin no es nada”.

Por otro lado, pese a la formulación de un programa partidario mayormente marxista, poco tiempo después una importante rama del Partido Socialdemócrata Alemán rompía en los hechos con los principios de independencia de clase formulados por el marxismo. Los diputados socialdemócratas del sur del país (especialmente en Baviera ‐ bajo el liderazgo de Georg von Vollmar‐ en 1894) votaban la aprobación de sus presupuestos estatales en sus respectivos parlamentos. Se planteaba aquí una lógica de abierta colaboración de clases, que implicaba aliarse con partidos liberales burgueses para obtener reformas favorables a los campesinos y sectores populares. Esto rompía con la tradición del movimiento socialista, opuesta a toda colaboración de naturaleza gubernamental con fuerzas opuestas al movimiento obrero.

Pero más allá de estos deslices puntuales, la mentalidad evolutiva se adueñaba inclusive de la dirección histórica de la socialdemocracia. Esto puede verse con toda claridad en la apropiación por parte de la dirección de las ideas escritas por Friedrich Engels en la Introducción a la edición de 1895 de la obra de Marx “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” (Marx: 2001b). Con respecto a esta Introducción existen importantes polémicas, ya que diversos autores señalan que habría sido manipulada o inclusive falsificada por la dirección socialdemócrata. En cualquier caso, aquí no nos interesa particularmente si reflejaba o no el pensamiento de Engels, sino su valor como reflejo de la mentalidad de la dirección partidaria. Citaremos extensamente un extracto de dicha obra, por su calidad ilustrativa:

Los dos millones de electores que (la socialdemocracia) envía a las urnas, junto con los jóvenes y las mujeres que están detrás de ellos y no tienen voto, forman la masa más numerosa y más compacta, la «fuerza de choque» decisiva del ejército proletario internacional. Esta masa suministra, ya hoy, más de la cuarta parte de todos los votos emitidos; y crece incesantemente (…) Su crecimiento avanza de un modo tan espontáneo, tan constante, tan incontenible y al mismo tiempo tan tranquilo como un proceso de la naturaleza. Todas las intervenciones del Gobierno han resultado impotentes contra él. Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la sociedad (…) y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quieran o no, todas las demás potencias. Mantener en marcha ininterrumpidamente este incremento, hasta que desborde por sí mismo el sistema de gobierno actual; no desgastar en operaciones de descubierta esta fuerza de choque que se fortalece diariamente, sino conservarla intacta hasta el día decisivo: tal es nuestra tarea principal. (ídem)

Como podemos observar, para la dirección del Partido Socialdemócrata (sea con o sin el aval de Engels), la estrategia política se reducía a mantener el crecimiento evolutivo de las filas partidarias y de la base votante hasta convertirse en una mayoría social, con‐ fiando en que sea posible evitar todo choque frontal entre las clases hasta que eso ocurriese. Esta mentalidad evolutiva y gradualista siguió desarrollándose, con especial énfasis en ciertos sectores del partido que comenzaron a darle una formulación teórica propia. Esa fue la tarea emprendida por Eduard Bernstein, especialmente luego de la muerte de Engels en agosto de 1895. La desaparición del principal pilar teórico del socialismo internacional dejaba el terreno libre para el intento de revisar las bases fundamentales del partido: ya no había ninguna figura de la talla y prestigio de los fundadores del marxismo que pudiera defender el bagaje histórico del mismo frente a los ataques. Todos los dirigentes e intelectuales socialdemócratas que quedaban en pie eran en cierta medida “pares”, y Bernstein era entre ellos uno de los principales, habiendo gozado inclusive del respeto y del afecto del propio Engels. Esto lo dotaba de un aura de cierta autoridad política que le permitió desarrollar su polémica desde los principales órganos de la socialdemocracia.

Ya en 1896, Bernstein comenzó a publicar en Die Neue Zeit (principal revista teórica del partido socialdemócrata alemán) una serie de artículos en los que, de manera cada vez más fuerte, ponían en discusión los fundamentos teóricos del marxismo. Tres años más tarde, en 1899, Bernstein sistematizó sus tesis revisionistas en el libro “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”. Apoyándose sobre los veinte años de desarrollo pacífico del capitalismo, Bernstein planteaba la perspectiva de una transición evolutiva y gradualista hacia el socialismo, sin necesidad de grandes choques revolucionarios. De esta concepción teórica se desprendía una estrategia política reformista, acorde a lo que ya era de hecho la concepción y la práctica de amplios sectores del partido ‐pero que todavía chocaba con la teoría oficialmente reconocida por el mismo.

Con sus tesis revisionistas, Bernstein actuaba en los hechos como portavoz teórico de todos los sectores del partido que pugnaban por una “moderación” del mismo: los parlamentarios, el aparato de funcionarios partidarios, el aparato sindical y todo un sector de intelectuales impregnados de una mentalidad liberal. Es decir, todos los sectores cuya praxis política cotidiana (y también cuyo status social y modo de vida) dependían directamente del mantenimiento de las condiciones pacíficas de la lucha de clases, de la estabilidad social y política en general. Para ellos, cualquier sobresalto significaba poner en riesgo todo lo conquistado, descarrilar el proceso de acumulación indefinida de fuerza política y sindical, arruinar las organizaciones de masas que con tanto esfuerzo se había conseguido construir, dilapidar la influencia socialdemócrata entre amplios sectores de la sociedad ‐ y especialmente, entre las clases medias y los trabajadores más con‐ servadores.

Los principales teóricos y dirigentes socialdemócratas (empezando por Kautsky) no avalaron las tesis de Bernstein, y de hecho las condenaron. Pero, sin embargo, no quisieron tampoco desarrollar una polémica hasta el final contra ellas, por ejemplo, a través de los periódicos del partido. Más aún, cuando este debate se instaló en los propios congresos socialdemócratas (1901, 1903 y el congreso de la Segunda Internacional de 1904), la posición oficial fue repudiar al revisionismo, pero negándose a expulsar del partido a Bernstein y sus aliados (incluidos los dirigentes socialdemócratas del sur como Vollmar). La tarea de combatir abiertamente las posiciones bernsteinianas fue asumida casi en soledad por la revolucionaria de origen polaco Rosa Luxemburgo, quien formu‐ ló sus críticas en su famosa obra Reforma o revolución de 1899.

 

La socialdemocracia en el siglo XX: el “revisionismo práctico”

Desde el punto de vista formal, las tesis revisionistas de Bernstein fueron derrotadas en los congresos socialdemócratas, manteniéndose el partido dentro de los lineamientos teóricos del marxismo revolucionario. Pero esto no significa en modo alguno que el espíritu reformista contenido en dichas tesis haya sido desterrado de la organización. Por el contrario, cada vez más, la práctica real y concreta de la socialdemocracia alemana en su vida cotidiana sería orientada por una mentalidad cada vez menos radical, cada vez más adaptada al régimen social vigente.

Lo que se impondría en los hechos durante las primeras décadas del siglo XX es una suerte de “revisionismo práctico”, una decantación reformista de la estrategia partidaria1 que no sería oficialmente reconocida como tal en los documentos partidarios. En este sentido, resulta muy ilustrativa la afirmación que Ignaz Auer, secretario del partido, le realiza a Bernstein en una carta: “Estas cosas se hacen, pero no se dicen” (Bo Gustafsson: 1975).

Pero ¿cuáles eran las fuerzas político‐sociales que empujaban a la socialdemocracia alemana en esta dirección? Uno de los sectores que más tempranamente presionó por imponer una orientación de “paz social” fue el aparato sindical socialdemócrata. Como desarrollan Constanza Bosch Alessio y Daniel Gaido en el artículo El marxismo y la burocracia sindical. La experiencia alemana (1898‐1920), dicho aparato estaría dirigido desde 1890 por la figura del socialdemócrata Carl Legien, que a su vez tomaba inspiración de la figura predominante en el sindicalismo norteamericano, Samuel Gompers. Lo que ambos tenían en común era su rechazo a que la línea de los partidos socialistas se impusiera sobre las organizaciones sindicales: defendían una “autonomía política” de los sindicatos que en la práctica significaba disociar las luchas gremiales de las políticas, reduciendo a las organizaciones obreras a una actividad puramente reivindicativa y corporativa.

Estos aspectos pasaron al centro de la escena cuando la revolución rusa de 1905 sacudió el tablero político en toda Europa, poniendo sobre el tapete la cuestión de la huelga general revolucionaria. Los sindicatos alemanes dirigidos por Legien adoptaron (en su congreso de Colonia del mismo año) una posición extremadamente conservadora al respecto: rechazaron no sólo la posibilidad de incorporar la perspectiva de la “huelga de masas” en el horizonte de sus tácticas aprobadas, sino que inclusive intentaron prohibir que se la mencione.

Por su parte, el partido socialdemócrata sí aprobó esa perspectiva en su propio congreso de Jena, lo cual llevó a un choque político entre partido y sindicatos. Finalmente esta disputa se zanjaría con un compromiso de principios entre ambas partes: se intentaría evitar el estallido de una huelga de masas, y en caso de que esta terminase estallan‐ do igualmente, los sindicatos se desentenderían de la misma, quedando solamente el partido como responsable de llevarla adelante2.

De esta forma, la dirección del partido socialdemócrata perdió la pulseada contra el sindicalismo reformista de Legien, y en los hechos renunció estratégicamente a toda pelea por una dirección revolucionaria en los sindicatos. Pero, paradójicamente, este compromiso no valía a la inversa: los dirigentes sindicales socialdemócratas seguían conservando plena libertad para pelear, dentro del partido, por una orientación y un liderazgo partidario lo más reformista posible. Así, el aparato sindical se volvió uno de los factores estructuralmente más conservadores en el partido, presionando siempre (y con enorme éxito) hacia una política de adaptación.

En esta polémica, lo que pudo corroborarse fue el enorme “poder de fuego” del aparato sindical, y la profunda diferencia existente entre su naturaleza política y la del par‐ tido socialdemócrata. Mientras que en 1906 los sindicatos orientados por Legien contaban con 1.689.709 afiliados, el propio Partido Socialdemócrata no contaba con más que 248.327 miembros (Bosch y Gaido: 2012). La diferencia fundamental radica en que mientras el partido nucleaba solamente a los obreros socialistas más activos y convencidos (una minoría de la clase trabajadora), los sindicatos incluían (además de los anteriores) a una mayoría de la clase trabajadora formada heterogéneamente por simpatizantes pasivos de la socialdemocracia, por sectores apolíticos e inclusive por sectores conserva‐ dores y

La consecuencia de lo anterior es que los sindicatos podían movilizar y organizar a una cantidad mucho mayor de personas que el propio partido socialdemócrata, además de recaudar una cantidad mayor de fondos. Pero la contracara de ello es que, precisa‐ mente por eso mismo, los sindicatos estaban estructuralmente influenciados también por la presión política de una base social que en su mayoría no era revolucionaria, o que no ordenaba su práctica política y gremial cotidiana desde criterios revolucionarios.

Junto a lo anterior, los dirigentes sindicales estaban condicionados también por otra fuerte presión político‐social conservadora. La estabilidad y seguridad de sus posiciones (así como los privilegios sociales derivados de aquellas) se debían a la existencia de un clima de “paz social” en el que las autoridades no intentaran ilegalizar y perseguir a las organizaciones gremiales. Cualquier alteración profunda del statu quo tenía la potencialidad de amenazar de manera inmediata la supervivencia política (e inclusive física) de los dirigentes sindicales, de su modo de vida y su poderío como actor específico.

Por su parte, la dirigencia sindical socialdemócrata de Alemania no veía estas presiones estructurales de la realidad como un problema contra el cual debieran intentar combatir. Por el contrario, su perspectiva era crecer y prosperar evolutivamente, esquivan‐ do todo choque que pudiera dar pretexto a la represión. Esta mentalidad gradualista y pacifista la predisponía a adaptarse a esas presiones, a seguir siempre por la línea de menor resistencia, el sentido común de las grandes masas, practicando un sindicalismo estrecho y corporativo, evitando toda confrontación con el régimen.

Todos estos factores, potenciados por varias décadas de desarrollo evolutivo y relativamente pacífico del movimiento obrero alemán y sus organizaciones, influyeron fuertemente en el sentido de cristalizar a la dirigencia sindical como un actor político‐ social profundamente conservador, que al mismo tiempo poseía un enorme poder de incidencia sobre los acontecimientos políticos. Un actor que intervenía de manera activa y sistemática para evitar cualquier proceso de radicalización y desborde del movimiento obrero, y que de esa manera se convirtió –en sí mismo‐ en un factor central para el mantenimiento del orden y la estabilidad capitalista. Así, el rol subjetivo de la dirigencia sindical se volvió un factor objetivo de la propia realidad, como uno de los pilares estructurales de la conservación del régimen existente.

Este fenómeno no se trata en modo alguno de una “excepcionalidad” alemana: por el contrario, todas las sociedades capitalistas terminan (en algún punto de su desarrollo) conformando una capa político‐social de ese tipo, bajo la forma de burocracias sindicales más o menos consolidadas. Lo que esto expresa es que la “fuerza gravitatoria” del propio sistema capitalista (estimulada, además, por la intervención política activa de la clase dominante y de su Estado) no puede dejar de hacerse valer de una u otra forma al interior de las filas de la propia clase obrera. Lenin remite a la problemática de la “con‐ ciencia sindicalista” en su obra Qué Hacer: allí sostiene que la “línea de la menor resistencia” del movimiento obrero, es decir, su tendencia espontánea, lleva siempre al pre‐ dominio de la ideología burguesa en su interior (Lenin, 2001).

La gran paradoja del caso alemán es que este proceso de cristalización de una burocracia sindical ocurrió al interior del propio liderazgo socialdemócrata de los sindicatos, en vez de por fuera de aquel. Esta es una diferencia muy importante con otros casos históricos, donde los partidos socialistas se dedicaron a combatir contra las direcciones sindicales adaptadas al régimen capitalista, intentando constituir tendencias socialistas revolucionarias (tanto en la teoría como en la práctica) al interior de los sindicatos. En el caso alemán, la dirección del Partido Socialdemócrata no solo no llevó adelante este comba‐ te, sino que eligió coexistir con las alas sindicales conservadoras de su propio partido.

De esta manera, si el liderazgo sindical alemán funcionaba como una especie de loco‐ motora que traccionaba permanentemente al movimiento obrero en el sentido de la adaptación al régimen político existente, la negativa de la dirección del partido social‐ demócrata a expulsar a dichos sectores y a combatirlos abiertamente, solo podía llevar a una consecuencia: que el propio partido quedara enganchado a esa locomotora, alejándose cada vez más de toda perspectiva revolucionaria.

Pero el aparato sindical no fue el único de los sectores del partido que empujaba en esa dirección. Ya señalamos anteriormente el rol de los parlamentarios socialistas, entre los cuales crecían cada vez más las ideas de colaboración de clases, como ocurrió alrededor de la cuestión de la votación de presupuestos regionales. En el mismo sentido operaba también la presión de la “opinión pública” de sectores de las clases medias que votaban, cada vez en mayor medida, al partido socialdemócrata ‐votos que el partido necesitaba en su perspectiva de conquistar evolutivamente una mayoría electoral.

Para completar el panorama, es necesario también señalar la importancia en este pro‐ ceso del propio aparato partidario, es decir, de su estructura permanente de funcionarios rentados (administrativos, periodísticos, etc.). A cada paso que la socialdemocracia daba en el sentido de acrecentar su influencia electoral y organizativa, le correspondía un fuerte crecimiento de dicha estructura, que llegó a abarcar a cuatro mil personas (Bosch y Gaido: 2012). La capa de funcionarios permanentes tendió, al igual que en muchos otros ejemplos históricos, a desarrollar sus propios intereses sociales. Sus condiciones de existencia, así como sus posibilidades de ascenso dentro del propio aparato, dependían directamente del mantenimiento de la tranquilidad y estabilidad social. El rutinarismo de su vida política cotidiana se correspondía con el rutinarismo de su visión estratégica e ideológica.

De esta manera, todos los embates revisionistas, tanto en el terreno de la teoría como de la práctica, encontraba en el funcionariado socialdemócrata una base de apoyo natural y firme. Es esta cuestión la que motivó a Max Weber a sostener en un famoso discurso en 1907:

La socialdemocracia está hoy evidentemente en trance de convertirse en una poderosa máquina burocrática dando ocupación a un ejército de empleados, en un estado dentro del estado (…) a la larga, no será la Socialdemocracia quien conquiste las ciudades o el estado sino, al contrario, será el estado quien conquiste al partido (…) (Bo Gustafsson: 1975)

En el mismo sentido opina León Trotsky, quien marca la gran importancia de la mentalidad defensiva y rutinaria del aparato socialdemócrata:

El culto a la inercia organizativa y el trabajo rutinario nunca fueron tan fuertes en la socialdemocracia alemana como durante los años inmediatos que precedieron a la gran catástrofe. Y no puede caber la menor duda de que la cuestión de conservar las finanzas del partido, las Casas del Pueblo y las imprentas, desempeñaron un papel importante en la posición tomada por el grupo parlamentario en el Reichstag al estallar la guerra. (Trotsky: 2015)

El aparato de funcionarios del partido no era simplemente una masa anónima. Tenía su propio referente y líder político: Friedrich Ebert, quien desde 1906 se desempeñaba como Secretario General del partido socialdemócrata. Varios autores señalan los curio‐ sos paralelismos entre su trayectoria política y la de Iósif Stalin en Rusia: ambos encabe‐ zaban el bloque político‐social de la burocracia partidaria, representando sus intereses particulares como capa‐clase social. En el caso de la socialdemocracia alemana, la influencia de Ebert fue aumentando cada vez más, hasta hacerse formalmente con el liderazgo político del partido en 1913, tras la muerte de su dirigente histórico August Bebel. Este hecho sería decisivo en los acontecimientos posteriores.

 

Conclusión

Pierre Broué señala el enorme desarrollo que llegó a alcanzar la socialdemocracia ale‐ mana en las vísperas de la Primera Guerra Mundial: hacia 1914 esta contaba con un millón de afiliados, dirigía 90 periódicos en todo el país, y los sindicatos que influenciaba organizaban a 2 millones de obreros (Broué: 1971). En 1912 se convirtió en el partido con más diputados en el Reichstag (Parlamento imperial alemán), al obtener 4 millones de votos: casi un 35% del total de votos emitidos. Durante varias décadas, el conjunto de la clase trabajadora alemana recibió directa o indirectamente la educación política de la socialdemocracia, forjando así su identidad, su conciencia y su carácter.

Pero en la misma proporción en que la socialdemocracia acrecentaba su poder, se profundizaban también sus tendencias conservadoras, por todas las razones que des‐ arrollamos en este trabajo. En agosto de 1914, este largo proceso tendría su culminación y cristalización definitiva, con el voto de los diputados socialdemócratas del Reichstag autorizando los créditos de guerra ‐en abierta ruptura con la tradición socialista y con las decisiones de congresos como el que realizó la Segunda Internacional en Basilea (1912). El apoyo político otorgado por diversos partidos socialdemócratas a sus respec‐ tivos gobiernos en Primera Guerra Mundial significó en la práctica el hundimiento de la Segunda Internacional, dando lugar a la ruptura del movimiento socialista (especial‐ mente a partir del triunfo de la Revolución Rusa de octubre de 1917). Al interior de la propia Alemania, esto se expresaría con la división del Partido Socialdemócrata en por lo menos tres tendencias diferenciadas, una de las cuales, la Liga Espartaquista, forma‐ ría más adelante el Partido Comunista Alemán.

Para concluir, señalaremos entonces que la transformación política de la socialde‐ mocracia alemana fue un proceso que respondió esencialmente a la adaptación, por parte de sus principales dirigentes, a las presiones conservadoras ejercidas por dis‐ tintos sectores políticos y sociales que formaban la misma columna vertebral del par‐ tido‐movimiento socialdemócrata (derivadas de su propio rol en la vida política y la lucha de clases alemana), y a una mentalidad evolutiva‐gradualista que se fue insta‐ lando bajo la influencia del desarrollo relativamente pacífico del capitalismo alemán en dicho periodo.

Contradictoriamente, fue precisamente el apabullante éxito político‐organizativo de la socialdemocracia alemana lo que generó las condiciones para que esas presiones y esa mentalidad alcanzaran su máximo desarrollo. El revisionismo teórico de Bernstein y otros era en última instancia la expresión intelectual‐ideológica sistematizada de esa visión del mundo, aunque por eso mismo era solamente una forma contingente de la misma: la principal fuerza de las tendencias revisionistas no se encontraba allí ‐en la teo‐ ría‐ sino en el terreno práctico, del cual nunca fueron desterradas.

Por su parte, durante dicho periodo la dirección histórica del Partido Socialdemócrata (tanto sus dirigentes teóricos ‐Kautsky‐ como políticos ‐Bebel‐) en lo formal no había abandonado nunca su adhesión a los principios revolucionarios del marxismo, e inclu‐ sive había rechazado en su momento las tesis revisionistas. Pero, al mismo tiempo, alen‐ tó de manera directa o indirecta la deriva reformista práctica, al negarse a romper defi‐ nitivamente con los sectores conservadores mencionados, e intentar desplazarlos de sus posiciones y a orientar al partido de manera decidida hacia concepciones y criterios revolucionarios.

Por el contrario, el mantenimiento de la unidad partidaria “a cualquier costo” tuvo como consecuencia que el ala conservadora fuera ganando paulatinamente cada vez más peso dentro del partido, hasta desplazar por completo no solo a su ala izquierda, sino inclusive a la propia dirección histórica (el “centro” político). Finalmente, la esci‐ sión partidaria entre las diversas alas se terminaría demostrando inevitable en los años posteriores, imponiéndose al calor de la Guerra Mundial.

El tronco principal del aparato socialdemócrata se revelaría desde entonces como uno de los principales factores de conservación del orden liberal‐burgués, ubicándose en las antípodas de las tendencias revolucionarias de la clase trabajadora y combatiéndolas abiertamente ‐como puede observarse con toda claridad en el proceso político iniciado a fines de 1918, que produjo la formación de un gobierno socialdemócrata y el estable‐ cimiento de la llamada República de Weimar. En dicho periodo, el dilema “reforma o revolución” planteado por Rosa Luxemburgo en su debate contra Bernstein pasaría de ser una dicotomía teórica a encarnarse en dos bandos políticos opuestos y enfrentados, inclusive a través de choques armados.

 

ALEJANDRO KURLAT. EL PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA DE ALEMANIA : NACIMIENT O, AUGE Y DERIVA REFORMISTA (1875-1914)

 

 

Notas

  • Esto no sería un fenómeno únicamente alemán, sino que tendría también sus paralelos en otros países: en Francia, por ejemplo, el Partido Socialista se vería atravesado por una fuerte crisis como producto de su decisión de incorporar ministros al gobierno liberal‐burgués liderado por Waldeck‐Rousseau, en el marco de la conmoción generada por el caso La misma Rosa Luxemburgo destinaría también fuertes críticas a esa decisión.
  • Es a raíz de este debate que Rosa Luxemburgo publicó su folleto “Huelga de masas, Partido y sindicatos”, defendiendo la perspectiva de la huelga general

 

 

Bibliografía

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