“Seamos claros: Estados Unidos no se está volviendo imperialista con Trump, pero este imperialismo está cambiando de naturaleza. Ya no deja espacio para la ilusión de soberanía; no se molesta por los quid pro quos [una cosa por otra]. Lo que busca la nueva administración es un vasallaje completo, en el que se dé cobijo a los intereses económicos de Estados Unidos. Es un imperialismo de depredación (…) Pero si Estados Unidos es capaz incluso de plantearse lanzar el ejercito para conquistar un territorio de ultramar de la Unión Europea o recuperar un territorio como el Canal de Panamá que ha sido objeto de un acuerdo de restitución, ¿cómo culpar entonces a una posible invasión china de Taiwán o a la toma de poder de cualquier otra potencia para conquistar un territorio que considere útil para ella?” (Romaric Godin, “Trump 2025: de imperialismo hegemónico a imperio colonial”, izquierda web)
El pasado lunes 20 de enero asumió Trump su segundo mandato. Con la excepcionalidad de haber sido reelecto por segunda vez habiendo perdido su primera reelección, Trump asume el gobierno de los EEUU en un mundo en estado de flujo, cambiante. En lo que sigue trataremos de dar algunas primeras pinceladas de algunos rasgos del nuevo gobierno y las circunstancias en las cuales le va a tocar (ya le está tocando) actuar.
Este segundo gobierno de Trump parece esbozar una reconfiguración del imperialismo yanqui y mundial que, si bien en el primer mandato identificamos como un giro “nacional imperialista”, en este segundo caso, acompañando la evolución del mundo en la última década, parece caracterizarlo de manera más profunda.
Una mudanza significativa está ocurriendo en el imperialismo mundial comprendiendo al imperialismo como una totalidad económica-política, un constructo que unifica a la economía con los Estados en competencia. El imperialismo ya tradicional que conocíamos, el de la hegemonía yanqui, parece estar condenado a desaparecer. Ese imperialismo tradicional, en realidad, había sido una novedad del siglo XX: la puesta en pie de un imperialismo hegemónico que no necesitaba de relaciones de territorialidad directas, es decir, de dominación-sumisión territorial no solo económica sino también política.
Pero esta realidad ha cambiado: en el mundo tenemos el “espacio” del G7 que son los Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Japón, Canadá e Italia, núcleos del capitalismo neoliberal tradicional hoy en transformación, así como el imperialismo emergente de China (segunda potencia mundial económica ya y próximamente, quizás, primera, aunque no en el terreno militar) y, también, el imperialismo ruso territorial de Putin, amén de países subimperialistas de enorme importancia como India, Turquía, Arabia Saudí, Pakistán, etc., expresando la medida -¡y la velocidad!- en la cual se está modificando la estructura imperialista tradicional.
Hay que recordar que los viejos imperialismos, los viejos imperios, eran construcciones de dominación territoriales. El imperio inglés, el más exitoso del siglo XIX, era una construcción de dominación colonial de ultramar. Mediante dicha dominación directa fue el imperio hegemónico en el periodo decimonónico. Sin embargo, los demás imperios (imperialismos) en competencia, también tenían colonias: es el caso de Francia, de Turquía, de la Rusia de los zares, de los Países Bajos, de los propios Estados Unidos emergentes, y la definición tradicional de Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo era que los imperialismos emergentes, Alemania y Japón, habían llegado tarde al reparto del mundo; de ahí el desencadenamiento de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales (de las conflagraciones mundiales anticipadas por el propio Lenin dada la dinámica material de las cosas).[1]
Sin embargo, a la salida de la Segunda Guerra, Alemania y Japón estaban derrotados y rápidamente Gran Bretaña y Francia perdieron lo que les quedaba de sus imperios. Ocurrió un inmenso proceso de descolonización que abarcó China (revolución anticapitalista mediante), India, Vietnam, Argelia, Egipto y el Canal de Suez, la creación del Estado de Israel sometiendo a los palestinos, etc.
En cierto modo, la URSS conservó los rasgos de dominación “colonial” no capitalista en los países del Este europeo bajo el Pacto de Varsovia, pero la potencia absolutamente dominante y hegemónica, los EEUU, mitad del PBI mundial a la salida de la Segunda Guerra, no necesitó ir por ese camino: combinando el “soft power” de la legitimación “democrática” con el “hard power” de ser la primera potencia económica y militar mundial, hizo valer su imperialismo moderno bajo la forma de una dominación económica pero no directamente política (de las formas de colonización se pasó a las semicolonias y los países dependientes).[2]
Pasando por varias etapas, lo mismo da acá, la cuestión es que esta hegemonía alcanzó su remate neoliberal en los años 90 con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la ex URSS.
Sin embargo, la globalización que significo la desterritorialización de la dominación en el punto máximo de la explotación capitalista, terminó volviéndosele en contra a su principal beneficiario: los propios Estados Unidos. La bravuconadas de Trump acerca de que quiere comprar y/o invadir Groenlandia, anexar ni más ni menos que Canadá, recuperar el control del Canal de Panamá, cambiar el nombre del golfo de México por el de “golfo de las Américas”, etc., está expresando un giro en cómo el imperialismo yanqui se concibe a sí mismo (no sin dejar de lado que esto sigue significando diferencias al interior de la burguesía yanqui)[3]: “Las consecuencias de tal doctrina son considerables [se refiere a la doctrina del dominio directo de Trump]. En primer lugar, porque reestablece la guerra de conquista como forma de acción posible. Desde la última guerra mundial, este tipo de guerra se ha considerado imposible y ha sido acompañada de un rechazo a cuestionar las fronteras (…) Esto es lo que se consideró inaceptable por la anexión de Crimea por Rusia en 2014 y por la actual guerra de Ucrania, en particular por parte de Estados Unidos y sus aliados” (Godin, ídem).
La escenificación del MAGA (Make America Great Again) significa dos cosas: a) el reconocimiento implícito de que USA “is no so great”; es decir, que no es tan grande, y b) la alusión a un curso donde los elementos hegemónicos de “poder blando” parecen quedar de lado (Trump no tiene ningún atractivo hegemónico salvo para su tribu de la extrema derecha nacional e internacional, pero es incapaz de enarbolar los valores tradicionales del imperialismo yanqui de “democracia” y todo lo demás) y lo que aparece, nuevamente, es el “Big Stick”, es decir, el gran garrote.[4]
Podría parecer que la emergencia del “gran garrote” es una muestra de fortaleza pero, sin embargo, desde el punto de vista de la dominación imperialista más estable, es un elemento de debilidad. En esta segunda gestión de Trump la decisión de intentar recuperar la hegemonía por la vía “territorializada” parece reflejar más que una decisión de los propios Estados Unidos, una dinámica que se les impone desde afuera y que Trump hace suya. Ocurre que China reclama por Taiwán y ha terminado por someter a Hong Kong; que Rusia reclama por la franja de Ucrania que domina y se verá qué más; que Israel aspira, en realidad, a desalojar a los palestinos de Gaza y Cisjordania y así de seguido.
En este punto no nos interesa hacer un análisis de la posibilidad de estas ocurrencias sino, simplemente, dar cuenta de una dinámica: la territorialización de las relaciones del imperialismo y la reaparición de nuevas dinámicas de colonización es algo que estaba fuera de agenda en las últimas largas décadas que vienen desde la Segunda Guerra Mundial.
Si a esto se le suman los elementos de proteccionismo, etc., lo que se aprecia es el retorno de los Estados que vuelven por sus fueros, así como toda una serie de relaciones que caracterizaban al viejo imperialismo: más bien, la realidad de las relaciones de territorialidad y sometimiento de los viejos imperios.
Este parece ser un primer elemento que se desprende de las declaraciones y bravuconadas de Trump, que nadie puede saber en estos momentos en qué medida pueden pasar de las palabras a los hechos (se dice que Trump es pragmático y transaccional: golpea para negociar), pero es un hecho que esta lógica de un giro en el imperialismo que, en realidad, es un retroceso hacia formas antiguas del imperialismo, es lo que parecen expresar sus palabras y declaración de intenciones.
El historiador Enzo Traverso por referencia a Hannah Arendt (en Los orígenes del totalitarismo) recuerda en algunos de sus trabajos sobre el nazismo que el mismo, en realidad, expresaba una vieja forma del imperialismo con su política del “espacio vital” (el Lebensraum). En realidad, el Imperio Japonés durante la Segunda Guerra tuvo la misma lógica: ambos viejos imperialismos intentaron ir por el camino territorial para asegurar su hegemonía y dominación, así como su abastecimiento de recursos naturales, y perdieron en la guerra interimperialista.
En síntesis: el retroceso del imperialismo yanqui tradicional basado en elementos hegemónicos a un imperio con ambiciones territoriales configura un giro que sólo puede agravar las contradicciones de la nueva etapa mundial en la que hemos entrado de crisis, guerras, barbarie, reacción, colonialismo y revoluciones.
De cualquier manera, este carácter a priori más definido del segundo gobierno de Trump hay que ponerlo bajo el contraste entre los dichos y los hechos. Más en general, lo que está sobre la mesa de la discusión es su posible dinámica; es decir, hasta qué punto EEUU ha girado a la derecha (hasta dónde ha llegado dicho giro que efectivamente ha ocurrido) y cómo van a jugar los elementos de polarización de la lucha de clases tanto dentro de Estados Unidos como fuera de él.
Es decir, y siendo este texto uno primero para abordar qué de específico se trae el nuevo gobierno trumpista (no pretendemos realizar acá un análisis de la situación mundial la que, por lo demás, metodológicamente, es decir, desde el punto de vista de cómo abordarla, hemos hecho en otros textos –“Sobre Lenin, Hegel y la dialéctica del siglo XXI”- y tampoco abordar otras características reaccionarias del nuevo gobierno trumpista, que son más conocidas), nos interesa sobre todo referirnos al problema de la inmigración y sus consecuencias a lo interno de Estados Unidos.
Trump anunció y firmó una serie de decretos respecto de la inmigración en sus primeras horas de su segundo mandato. Veamos algunos de ellos. El primero, el de cierre de las fronteras, está en plena ejecución: las fronteras con México se han cerrado y unas 300.000 personas migrantes que estaban a la expectativa de una aplicación por intermedio de la cual bajo el gobierno de Biden entraron legalmente al país unas 900.000 personas, quedó desactivada. Hay historias desgarradoras de personas migrantes que dejaron todo atrás para intentar entrar a los Estados Unidos por este medio y que no lo podrán hacer. La consecuencia acá es que aunque Trump declare “terroristas” a los carteles mexicanos de la droga, carteles que, por lo demás, también se ocupan del paso ilegal de las personas por la frontera, solo terminará alentando el ingreso ilegal en el país del norte.
De todos modos, es evidente que esta medida reaccionaria ya está en ejecución y es un paso atrás, más allá que las políticas migratorias de todos los gobiernos yanquis, Republicanos y Demócratas por igual, han estado marcadas por el cinismo (¡creemos recordar que Obama fue uno de los gobiernos que más personas inmigrantes deportó en su doble mandato!).[5]
Sin embargo, Trump también ha afirmado que este mismísimo fin de semana habría redadas a inmigrantes en todo el país e, incluso, firmó un decreto por intermedio del cual se podrían sacar personas migrantes de escuelas e iglesias. Se habla de una gran redada este próximo fin de semana en Chicago y sus funcionarios agregaron que no sería solamente Chicago sino muchas ciudades del país… Bueno: esto hay que verlo. Porque como dice otro artículo de esta misma edición, es falso que en los Estados Unidos no exista sociedad civil: ¡existe y es muy vibrante!
El país está repleto de grupos, sindicatos, todo tipo de asociaciones de estudiantes, etc., que militan la causa palestina, la sindicalización de la nueva clase obrera, la solidaridad con la población de color, con los inmigrantes, etc., que inevitablemente van a reaccionar si ocurren grandes redadas a cielo abierto.
Por lo demás, Trump también prometió eliminar el ius solis, que es el derecho a la nacionalidad por nacimiento de los hijos/as de inmigrantes. Sin embargo, al ser éste un derecho que está en la Constitución, ya hay un sinnúmero de apelaciones a la justicia, amén que los Estados Unidos es un país realmente federal donde los Estados e incluso las ciudades tienen muchísimos peso y varias de ellas se han declarado “ciudades santuario” para los inmigrantes (acá hay que entender que existen muchos factores mediadores: los Estados con sus legislaciones y gobiernos estaduales, las distintas instancias de la “justicia”, las mayorías republicanas exiguas en ambas Cámaras, el “palacio” pero también la “plaza”, etc.).[6]
Debido a estas razones, no es tan sencillo que el matonazgo trumpista se haga valer así como así a pesar de la desmoralización y la vergüenza del Partido Demócrata, que imperialista como es, sigue dominando lamentablemente muchas de las coaliciones y grupos progresivos que existen en los Estados Unidos sólo para traicionarlos y entregarlos una y otra vez (eso es un símil del accionar del PT y Lula en Brasil o el kirchnerismo y la burocracia sindical en la Argentina, por caso).
Es decir: el accionar trumpista no actuará en al vacío sino que en el contexto de la polarización no solo geopolítica sino al interior también de los Estados Unidos y no se puede saber por anticipado qué podrá salir de este combo explosivo.
Los que compran la venia hitlerista de Musk como TODA la realidad, están comprándose un “paquete” que pierde de vista todo el espesor de las relaciones económicas, sociales, geopolíticas y políticas mundiales y nacionales en las cuales deberá actuar el gobierno de Trump, muy posiblemente haciendo estallar lo que queda de la estabilidad mundial y de los Estados Unidos por los aires: “Nadie sabe lo que hará realmente Donald Trump. Pero estos anuncios confirman que el marco intelectual, económico y político de la nueva administración es totalmente diferente al de 2017. La evolución del capitalismo mundial ha alterado profundamente la naturaleza del imperialismo estadounidense. Ahora será como el trumpismo: un peligroso paso atrás hacia el caos, la guerra y el colonialismo” (Godin, ídem), y nosotros agregamos: eventualmente, hacia una lucha de clases incrementada y la revolución.
[1] La misma dinámica que está impulsando en esta tercera década del siglo XXI al rearme internacional y a la posibilidad en el mediano plazo de una tercera guerra mundial que, ni en sueños estaba presente décadas atrás (una circunstancia y dinámica que reafirma el carácter competitivo, explotador y expoliador del imperialismo, su fracaso a la hora de crear un “Estado mundial”).
[2] Todo esto demuestra la inmensa vigencia del debate sobre el imperialismo: cómo el mismo ha vuelto con todo y hay que abordarlo y desarrollarlo, así como el genocidio en Gaza replanteó de nuevo toda la cuestión de la lucha anticolonial. Se acaban las mediaciones y ¡una nueva era de los extremos asoma en el horizonte!
[3] No está claro que la burguesía demócrata esté a favor del “modelo internacional trumpista”. De todos modos, al globalismo se lo ve completamente a la defensiva y es un hecho que acá no podemos desarrollar que los gigantes tecnológicos, así como los del petróleo y automotrices se han alineado con Trump. Qué viene después de esto a nivel de la burguesía imperialista no está claro de momento (¡pero lo que sí está claro es que va a seguir dividida!).
[4] La doctrina del “Gran Garrote” fue la esbozada por el primer Roosevelt, Theodore, que gobernó los Estados Unidos entre 1901 y 1909.
[5] El “juego” antinmigración es “solo” eso: un juego cínico y populista del imperialismo que en cualquier caso necesita inmigrantes para abaratar la mano de obra o hacer trabajos que los nativos no están dispuestos a hacer.
[6] No hay que creerse que Estados Unidos es un país homogéneo en el que no pasa nada porque es todo lo contrario. La polarización es brutal: ¡tan brutal que generó un hecho como el intento de toma del Capitolio el 6 de enero de 2021!