El “nuevo curso” estalinista y la apertura del ciclo de rebeliones obreras

Capítulo 3 del artículo "Democracias populares y resistencia obrera: una aproximación histórica a los Estados burocráticos del Glacis (1945-1956)".

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Entre 1953 y 1956, los países de Europa del Este experimentaron un resurgir de las luchas obreras que, más allá de las particularidades nacionales de cada una, expresaron el malestar regional ante la caída del nivel de vida (reflejado en la escasez de productos de consumo básico) y la exigencia de libertades políticas.

Esto se produjo en medio de una coyuntura de transformaciones en las alturas de la cúpula estalinista a partir de 1953, proceso que fue conocido como el “nuevo curso” y que elevó las tensiones entre las diferentes alas de la burocracia en los partidos comunistas de las democracias populares.

En lo siguiente analizaremos este período de cuatro años sumamente rico en experiencias de lucha y debates políticos, los cuales precedieron a la revolución húngara de 1956.

    1. La “dirección colectiva” y el “nuevo curso”

La muerte de Stalin, acaecida el 5 de marzo de 1953, abrió una nueva etapa en la cumbre de la burocracia estalinista. Hasta ese momento el “equipo de Stalin” funcionaba a partir de una enorme concentración del poder en el “líder supremo”, por lo que las diferencias entre las tendencias internas de la burocracia no se manifestaban plenamente por temor a represalias.

Debido a esto, la ausencia de Stalin supuso un nuevo equilibrio del equipo, algo añorado por la mayoría de sus miembros por el malestar que generó el poder arbitrario de Stalin, particularmente en la última fase de su vida cuando intentó purgar a figuras importantes de la dirección1.

El rediseño del régimen interno de la burocracia arrancó la misma noche que murió Stalin, pues en una reunión de emergencia del Comité Central (CC) del PCUS se estableció una “dirección colectiva” a partir del triunvirato compuesto por Georgi Malenkov, Lauranti Beria y Nikita Jrushchov. Este acuerdo pretendió garantizar una transición ordenada a la era pos-Stalin, pero desde un principio mostró tensiones por las diferencias sobre el rumbo a seguir en el bloque soviético y desató una lucha interna entre los sectores “blandos” y “duros” de la burocracia.

Aunado a esto, la situación económica en el bloque soviético era muy compleja, particularmente en los países del glacis que, a cinco años de iniciado el “viraje decisivo”, experimentaban una caída significativa en el nivel de vida por la escasez de productos de consumo básico, problemas de vivienda popular y las desigualdades engendradas por los planes de industrialización acelerada en el sector I y la alta inversión en el ejército.

La desaparición del “líder supremo”, combinada con los problemas económicos en el bloque soviético, propiciaron un giro de la burocracia para atenuar el descontento denominado “nuevo curso”, el cual fue anunciado oficialmente en un discurso de Malenkov en agosto de 1953, donde indicó varias de las medidas a seguir, entre las que destacó la meta de elevar el nivel de vida de las masas con una nueva política agrícola para aumentar el stock de alimentos y el desarrollo de la industria de bienes de consumo. Asimismo, en el plano político resaltó la orientación hacia la coexistencia con el capitalismo (clave para reducir la inversión en el ejército y redireccionar recursos al sector II), el funcionamiento de la dirección colectiva y la restitución del “imperio de la ley”, una alusión para no repetir la experiencia de la dictadura personal de Stalin (Nagy, 1968; Lauria, 2019).

El “nuevo curso” (también conocido como “deshielo”) se materializó en una ligera corriente de liberalización política en la URSS, pues supuso una revisión de las medidas ejecutadas bajo la era de Stalin: “Se reanudaron las relaciones diplomáticas con Israel y Yugoslavia (…) En junio, las repúblicas no rusas habían emprendido una rápida desrusificación de los gobiernos, unida a la promoción del uso de las lenguas locales, en lugar del ruso (…) A finales de verano y en el otoño de 1952, se rebajó los impuestos a los campesinos y se elevó el precio de compra de los productos agrícolas. Para la población urbana, el gobierno anunció una gran expansión en el sector de los bienes de consumo: se triplicó la producción de radios, se duplicó la de muebles y se incrementó significativamente la de la ropa de todas clases, por no hablar de la promesa sobre las primeras neveras domésticas” (Fitzpatrick, El equipo de Stalin, 293-294).

Estos cambios impactaron en las democracias populares, pues los burócratas estalinistas locales tuvieron que acoger las nuevas orientaciones emanadas desde Moscú. Por ejemplo, se impuso un leve relajamiento del régimen de terror, las dirigencias se “autocriticaron” por los excesos del pasado y se rehabilitaron figuras purgadas. Con lo que no contaba la burocracia soviética es que este giro incrementaría las pugnas de poder entre las tendencias de los partidos comunistas: por un lado, los cuadros de “línea dura” (los más devotos de Stalin) perdieron poder con las críticas a los viejos métodos identificados con su estilo de mandato; por el otro, las alas reformistas de la burocracia vieron una oportunidad de ascender como parte de la agenda de cambios en el glacis.

Más importante aún, fue que la grieta entre revisionistas (blandos) y anti-revisionistas (duros) facilitó la emergencia de las iniciativas desde abajo. Inicialmente fue la juventud de base de los partidos comunistas la que exigió concesiones más amplias a las realizadas desde arriba, sobre todo en materia de libertades democráticas. Pero luego se sumaron los círculos de intelectuales y, por último, la clase obrera, lo cual transformó por completo la situación política en los países del Este europeo y dio lugar a un ciclo de rebeliones obreras: “Los años de 1953-56 fueron, así, marcados por una fuerte agitación social (…) Diversos PCˋs pasaron por intensas disputas, no sólo en las cúpulas, sino en las bases, en especial las organizaciones de juventud, de donde vinieron propuestas de reformas más ˊradicalesˋ e incluso de un ˊretorno a Leninˋ. Organizaciones como sindicatos de escritores pasaron a publicar manifiestos demandando el fin de la censura. En el piso de las fábricas, los trabajadores pasaron a realizar paralizaciones y huelgas, forzando a sus sindicatos a defender sus intereses o formando comités de base para organizar la lucha” (Lauria, As revoltas por democracia socialista no ˊbloco soviéticoˋ e as transformações do stalinismo, 387)

¿Cómo se explica que las luchas obreras reiniciaran en medio del giro “liberal” de la burocracia estalinista? En La revolución traicionada Trotsky sentó varias hipótesis sobre el curso del estalinismo y la clase obrera, las cuales sirven para comprender los acontecimientos del glacis en el este período, ya sea por contraste o semejanza.

Un primer elemento era la compleja relación entre el Estado y la clase obrera rusa, la cual aún identificaba a la URSS como una conquista de la revolución de 1917 (aunque en franco deterioro por la gestión burocrática del poder), lo cual contenía al proletariado para luchar contra la burocracia por el temor de abrir el camino a la restauración capitalista ante la ausencia de una alternativa de dirección revolucionaria: “Los obreros son realistas. Sin hacerse ilusiones sobre la casta dirigente, y menos sobre las capas de esta casta a las que conocen un poco de cerca, la consideran, por el momento, como la guardiana de una parte de sus propias conquistas. No dejarán de expulsar a la guardiana deshonesta, insolente y sospechosa, tan pronto como vean otra posibilidad” (Trotsky, La revolución traicionada, 238).

Para el caso de las democracias populares no hubo tal identificación de la clase obrera con el Estado burocrático, el cual surgió como una imposición de los partidos comunistas locales de la mano de las tropas de ocupación rusa. Debido a esto, las dirigencias estalinistas en los países del glacis no contaron con ningún tipo de “legitimidad revolucionaria”, pues siempre fueron visualizados como los “mandaderos” políticos de la ocupación rusa que controlaban el poder con medios dictatoriales.

Un segundo elemento que aportó Trotsky fue su análisis sobre los posibles giros “liberales” del estalinismo, los cuales podían abrir una “caja de Pandora” al dar paso a un cuestionamiento sobre el conjunto del régimen dictatorial burocrático: “Pero más de una vez ha sucedido que la dictadura burocrática, buscando la salvación con reformas ˊliberalesˋ, no ha hecho más que debilitarse (…) La rivalidad electoral de las camarillas puede ser el punto de partido de las luchas políticas. El látigo dirigido contra los ˊórganos del poder que funcionan malˋ puede transformarse en un látigo contra el bonapartismo” (Trotsky, La revolución traicionada, 238).

Estas palabras de Trotsky describen a cabalidad lo que sucedió en las democracias populares con la implementación del “nuevo curso”, pues la grieta que se abrió en la burocracia en torno al balance de la gestión de Stalin potenció el malestar social contra el Estado burocrático en su conjunto, lo cual dinamizó la lucha de clases nuevamente.

    1. El “mayo checo”

El primer episodio de rebelión obrera aconteció en Checoslovaquia en mayo de 1953, a pocos meses de la muerte de Stalin. Debido a los desequilibrios económicos generados por la industrialización acelerada, la burocracia optó por aplicar un ajuste contra la clase trabajadora.

Las primeras medidas económicas tomadas por la burocracia checa constituyeron una “tenaza” sobre los salarios. Primero, ante la elevada inflación aplicó un aumento desmesurado de los precios en los productos de consumo en enero de ese año, así como una reforma monetaria que provocó una caída del salario real y de la capacidad de poder adquisitivo para las masas trabajadoras. Junto con esto, se trató de imponer una contrarreforma laboral que establecía un aumento de las cuotas de trabajo obrero y el abandono del subsidio de alimentos.

En este punto hay que anotar la diferencia entre las medidas adoptabas por el estalinismo en la URSS con respecto a las que aplicó inicialmente en los países del Este: en el primer caso procuró elevar el nivel de consumo, mientras que en el segundo intentó deteriorar más el nivel de vida de la clase obrera. Esto reafirma nuestra caracterización de la ocupación estalinista como un modelo de expoliación anti-obrera al servicio de la burocracia.

Estas reformas se anunciaron el 31 de mayo y de inmediato comenzaron las protestas, cuyo foco principal fue el complejo industrial de Skoda en la región de Pilsen. A la mañana siguiente se realizó una marcha de los huelguistas hasta la prefectura, donde se insurreccionaron al tomar el predio y levantar barricadas. La toma de la prefectura en Skoda fue el detonante para que la huelga se extendiera a otras ciudades del país, sumando también al estudiantado a la lucha. Las demandas pasaron de lo económico a lo político, sobre todo por la exigencia de elecciones democráticas.

No debe sorprender la radicalidad de los métodos de lucha, pues muchos de los obreros insurreccionados experimentaron la guerra mundial y fueron parte de la resistencia contra la ocupación nazi, por lo cual estaban familiarizados con las armas y tácticas de lucha urbana (en el caso de Checoslovaquia la clase obrera jugó un papel determinante en la liberación de Praga). Por otra parte, este proceder de la huelga de Checoslovaquia fue similar al que realizaron los alemanes en 1953 y los húngaros en 1956, donde las acciones de lucha rápidamente pasaron de la huelga de fábrica a la rebelión política contra los centros del poder políticos en las ciudades y regiones.

El ascenso de la huelga ganó mucha solidaridad y se extendió a otras ciudades del país: “La revuelta en Pilsen alcanzó otras ciudades, con huelgas ocurriendo en otras 19 plantas industriales en las regiones de Bohemia y Moravia, más sin llegar a la insurrección. En total, cerca de 360 mil trabajadores pararon y 250 mil protestaron en las calles entre el 31 de mayo y el 2 de junio” (Lauria, As revoltas por democracia socialista no ˊbloco soviéticoˋ e as transformações do stalinismo, 389).

La represión estalinista fue muy fuerte, dando como resultado 200 heridos y más de dos mil presos políticos en tres días de conflicto, los cuales fueron acusados de “provocadores imperialistas”. A pesar de esto, la burocracia estalinista tuvo que retroceder en varias de las medidas anunciadas el 31 de mayo, algo que no pasaría desapercibido por la clase obrera en el resto de países del glacis.

    1. Rebelión obrera en la RDA

El segundo episodio de rebelión obrera tuvo lugar en la RDA en junio de 1953. En este país las condiciones de vida se deterioraron mucho en los años previos, debido a las medidas de ajuste que tomó la burocracia estalinista contra la clase obrera. Por ejemplo, se intensificó el ritmo de trabajo en las fábricas en 1951 y, al año siguiente, se redireccionaron muchos recursos estatales para la construcción de un ejército propio, lo cual afectó la inversión en la industria de bienes de consumo.

Ambas medidas redundaron en una caída del nivel de vida y en la emigración masiva hacia Alemania Occidental, lo cual agravó los problemas económicos del país. Ante esto y por la urgencia de cumplir las metas del plan impuesto por la URSS, la burocracia estalinista en la RDA profundizó los ataques contra la clase obrera y la población en general, tal como declaró el entonces secretario del PC de Berlín-Este: “El precio de la carne, del azúcar, de la mermelada y otros artículos alimenticios fue aumentado; los billetes de ida y vuelta concedidos hasta entonces a los obreros, suprimidos; la clase media se vio privada de su tarjeta de alimentación; se acentuó la presión sobre los campesinos y artesanos para obligarlos a integrarse en las cooperativas” (Citado en Nagy, Democracias populares, 114).

El malestar con el gobierno en la RDA era compartido por gran parte de la población, por lo cual la burocracia implementó el 09 de junio de 1953 algunas concesiones económicas… ¡pero en beneficio de la burguesía remanente y la pequeño burguesía! En contraparte, al día siguiente decretó más medidas de ajuste contra la clase obrera, imponiendo un aumento del 10% en las cuotas de producción y vinculó el salario a la productividad. Esto dio como resultado una reducción en los salarios obreros que, para el caso del sector de la construcción (uno de los más grandes en medio de la reconstrucción de la posguerra), la caída osciló entre el 10 y 15% (Lauria, 2019).

La organización obrera inició varias semanas atrás, pues el 28 de mayo se realizaron algunos paros parciales en las construcción por temas salariales, lo cual propició un clima de debate en las fábricas y canteras de Alemania. Por esto no sorprende que la huelga contra el decreto del 10 de junio iniciara en el sector de la construcción civil, en concreto en la sitio de la construcción del bulevar Stalinalle, donde miles de obreros realizaron una asamblea masiva que acordó marchar hacia la sede del gobierno nacional para entregar sus demandas directamente a Walter Ulbritch, jefe del gobierno de la RDA.

Ahí fueron recibidos por funcionarios de segundo orden y, aunque les aseguraron que el aumento de cuotas sería suspendido, los más de diez mil obreros que concurrieron a la protesta no se dieron por satisfechos hasta escuchar eso del mismo Ulbritch, por lo cual decidieron continuar la huelga. En este punto la huelga pasó a combinar las reivindicaciones económicas con las políticas, una dinámica similar a la experimentada por la huelga en Checoslovaquia. Las principales consignas del movimiento en adelante fueron: a) cancelación del aumento de las cuotas de trabajo; b) reducción de los precios en las tiendas del Estado; c) aumento general en el nivel de vida de la clase trabajadora; d) Abandono del intento por crear un ejército (porque debilitaba la industria de bienes de consumo); e) Elecciones libres en Alemania (Dale, 2016).

La noticia de la lucha obrera en Berlín recorrió todo el país y la huelga se extendió a otras ciudades, donde tomó forma de insurrección obrera y popular contra la burocracia. De forma espontánea se formaron comités de huelga para exigir la reincorporación de obreros despedidos, la cancelación de la cuota de trabajo, el pago de igual salario para las mujeres, legalización de la acción obrera en las industrias, la liberación de los presos políticos, la renuncia de los gobernantes y la realización de elecciones libres. Además, los manifestantes no perdieron oportunidad para expresar su odio profundo hacia la opresión nacional rusa y a los cuerpos represivos del Estado: “Ellos rompieron la propaganda de las paredes; los niños de escuela destruyeron sus libros de texto ruso; y en un pueblo, manifestantes sacaron a los oficiales de la Stasi (policía política en la RDA, VA) y los encerraron en una perrera con una taza de comida para perro en frente” (Dale, June 17, 1953, 5).

La insurrección fue particularmente fuerte en los lugares donde se vincularon los comités de huelga de las fábricas o regiones, constituyéndose organismos de doble poder. Un caso sobresaliente fue Bitterfeld-Wolten, donde treinta mil obreros votaron un comité conformado por representantes de las fábricas, mujeres “amas de casa” y estudiantes. Este comité organizó grupos de cientos de obreros para tomar los lugares estratégicos de la ciudad: prisiones, oficinas de correos, el palacio de gobierno municipal, los locales de la Staci, la central telefónica, etc. Algo similar ocurrió en Görlitz, donde incluso el comité de huelga despidió a la policía y designó nuevos encargados, liberando de inmediato a los presos políticos.

En estas ciudades la insurrección se fortaleció por las grandes concentraciones obreras, pero también por la presencia de activistas con experiencias de lucha previas que aportaron en la organización y formulación de consignas. Esto último es importante de resaltar, pues confirma que en la rebelión de la RDA se combinó un estallido obrero espontáneo con las tradiciones y memorias de luchas anteriores.

El nazismo, a pesar de la fuerte represión que desató durante doce años, no desarticuló totalmente las tradiciones de organización socialistas y comunistas del movimiento obrero alemán, las cuales sobrevivieron subterráneamente en las zonas industriales del país. De acuerdo a las investigaciones de Gareth Dale, alrededor de 150 mil comunistas participaron de la resistencia ilegal, mientras que otras camadas de obreros optaron por evitar el peligro de la represión, pero esforzándose por mantener vivos los valores y memorias del movimiento obrero en sus grupos de amigos, centros de trabajo y habitación (Balhorn, 2019).

Esto facilitó la transmisión de memorias de lucha a las nuevas generaciones, lo cual fue patente en la rebelión alemana de 1953 debido a los aportes directos de ex militantes políticos comunistas, socialdemócratas y activistas contra la dictadura nazi. Hay varios casos documentados sobre esto: Otto Reckstatt, líder de la huelga en Nordhausen, fue militante del partido socialdemócrata y representante ante el ayuntamiento de su ciudad durante la república de Weimar; Wilhelm Grothaus, organizador de la conferencia de delegados de Dresden en junio de 1953, tuvo su primera acción de huelga a los doce años en 1905, se unió al partido socialdemócrata en 1919, luego al partido comunista en 1933 y fue arrestado, torturado y condenado a muerte (se salvó por la finalización de la guerra) por los Nazis en 1944 (Dale, 2016).

Un total de medio millón de obreros participaron en la huelga y, según estimaciones, un 10% de la población participó en las movilizaciones callejeras. Ante esto, la burocracia se vio forzada a realizar algunas concesiones económicas, tales como el ajuste de salarios, reducción de precios de productos de consumo básico, modificó ligeramente el plan para fortalecer la industria de bienes de consumo y, a partir del 1 de enero de 1954, la URSS cedió a la RDA la administración directa de varias sociedades mixtas y liquidó los montos pendientes por motivo de las reparaciones de guerra (Nagy, 1968).

De igual manera, el estalinismo desplegó un fuerte operativo represivo contra los cabecillas de la rebelión obrera, con saldo de 267 manifestantes asesinados (los muertos del lado del gobierno fue de 116 agentes alemanes y 18 soldados rusos), más de dos mil heridos, 46 condenados a muerte y alrededor de 25 mil presos políticos (Nagy, 1968; Dale, 2019).

Aunque la burocracia logró contener la rebelión obrera en la RDA con una mezcla de concesiones y represión, era claro que la situación política en los países del glacis era complicada por los problemas económicos, el régimen autoritario y el malestar ante la evidente expoliación rusa de los países del Este europeo.

    1. La insurrección de los forzados

Un mes después de los acontecimientos en la RDA se suscitó otro episodio de lucha obrera, aunque en el lugar menos esperado y protagonizado por quienes Broué denominó como “el sector más miserable del mundo del trabajo en la U.R.S.S.”: los prisioneros de los campos de trabajo forzado. Este movimiento es poco conocido y tiene el enorme valor de constituir el primer movimiento de masas en la URSS luego del triunfo de Stalin sobre la oposición (Broué, 2007).

La muerte de Stalin en marzo generó agitación entre los detenidos en Vorkuta, un centro de detención famoso por ser el destino de los trotskistas en los años treinta. Pero tuvo su punto álgido cuando llegaron las noticias de los hechos en la rebelión de la RDA, lo cual fue facilitado por la burocracia estalinista que deportó a varios presos alemanes para que purgaran sus castigos en la URSS (Lauria, 2019).

La huelga fue organizada por los grupos clandestinos en Vorkuta, en particular por el de “estudiantes leninistas”, quienes conformaron un comité de huelga que exigió reducción de las jornadas de trabajo, fin de las discriminaciones y la amnistía de los presos políticos. A pesar del carácter clandestino de la organización, cuando empezó la huelga tuvo una acogida multitudinaria: “(…) el movimiento comenzado el día 21 de julio implicó cuando menos a 10.000 trabajadores, algunos testigos hablan de 30.000. Su dirección estuvo en manos de un comité compuesto por delegados de los detenidos, cuya autoridad terminó por extenderse a todo el campo superando las dificultades creadas por el miedo a la represión” (Broué, El partido bolchevique, 566).

La huelga finalizó el 29 de julio luego de la intervención de las fuerzas de seguridad y, aunque no hay cifras oficiales de los muertos y detenidos, algunas fuentes indican que hubo 110 muertos y 7 mil detenidos. Beria, en ese momento todavía a cargo del aparato represivo en la URSS, ordenó la liberación de miles de presos políticos para evitar el contagio de rebelión en el país. A pesar de esto, el movimiento se extendió a otros centros de trabajo forzado, como Karaganda y Norilsk en 1953 y Kinguin en 1954.

La “insurrección de los forzados” tuvo una enorme influencia en la decisión de la burocracia de cerrar los campos de trabajo, pero también dejó en claro que la burocracia estalinista no tenía el control social de años atrás.

    1. El fracaso del revisionismo húngaro

Tres meses después de la muerte de Stalin y en medio de la crisis abierta por la rebelión obrera en la RDA, los dirigentes estalinistas húngaros fueron llamados a reunión de urgencia en Moscú para recibir orientaciones de la dirección colectiva, la cual quería implementar cambios en Hungría para compensar las penalidades en la calidad de vida de la población debido a las desproporciones de los planes económicos ejecutados desde 1948.

Para ese momento Mátyás Rákosi, un estalinista de “línea dura”, ocupaba el puesto de Primer Ministro de gobierno y también era secretario general del partido en Hungría. Esta concentración de poder no encuadraba bien en los esquemas del “nuevo curso” de la burocracia soviética, por lo que presionaron para hacer un cambio de fachada en el régimen removiendo a Rákosi del gobierno, aunque continuó al frente del partido.

Por este motivo Imre Nagy se convirtió en el nuevo Primer Ministro de Hungría. Era un comunista de larga data que peleó en la guerra civil con los bolcheviques, obtuvo la nacionalidad soviética en los años treinta y regresó a Hungría hasta 1944. A pesar de esto, era reconocido como un comunista “peculiar”, pues sostenía públicamente que para avanzar hacia el socialismo no era necesario que Hungría repitiera la experiencia de la URSS (Martín de la Guardia y Pérez, 2003-2004).

Tras su ascenso al poder, Nagy planteó un “nuevo período” para la evolución del socialismo húngaro en un discurso del 04 de julio de 1953. En adelante, su objetivo sería dotar de más peso al parlamento para controlar las decisiones del gobierno central y darle contenido real al “Frente Popular Patriótico”, el cual se convirtió en un cascarón luego de que se suprimieran los partidos políticos de oposición. En el plano económico proyectó disminuir la inversión en la industria pesada, revisar el plan económico en curso y desarrollar la industria de bienes de consumo para elevar el nivel de vida de la población. Asimismo, prometió reformar la política agraria con la disminución de las requisas de productos, un aumento en la inversión agrícola y el incentivo de la producción privada del campesinado. Por último, se comprometió a terminar con las prácticas arbitrarias del aparato represivo y la liberación de presos políticos.

El nuevo gobierno puso en marcha su programa de inmediato, con medidas para reorientar la inversión estatal hacia el sector II de la economía y la construcción de viviendas populares, además decretó un aumento en los salarios. Estaba clara la urgencia por elevar el nivel de vida de las masas trabajadoras, pues la situación en el glacis era crítica en ese momento.

Además de esto, Nagy se apuró en liberar los presos políticos y cerró los Gulags (campos de trabajo forzoso) en el curso de su primer año de gobierno, lo cual le ganó el apoyo de un amplio sector de la población que veía que cumplía con sus promesas de reforma. Para finales de 1953, se estima que las amnistías del gobierno beneficiaron a 748 mil personas: “(…) más de 15.700 fueron puestas en libertad, a 427.000 se les perdonaron las multas que pesaba sobre ellas por no cumplir los planes agrícolas, 13.670 deportados represaron a Budapest, y se suspendieron los procesos judiciales abiertos contra 230.000 acusados” (Martín de la Guardia y Pérez, La antesala de la Revolución: el fracaso del revisionismo húngaro, 246).

Pero donde más impactó su política reformista fue en el campo, debido a que suspendió la colectivización forzosa: mientras en 1953 habían alrededor de 5 mil cooperativas agrícolas estatales, para medidos de 1955 la cifra descendió a la mitad y las tierras, animales y enseres “colectivos” fueron entregados a los campesinos.

Estas reformas cuestionaban muchas de las medidas tomadas por la burocracia luego del “viraje decisivo” de 1948, pero se ajustaban a las orientaciones trazadas por el “nuevo curso” de la dirección colectiva rusa. Además, la presión social desde abajo por reformas era cada vez más fuerte en las democracias populares y, sin duda alguna, la rebelión obrera de la RDA allanó el camino a la agenda reformista de Nagy.

Pero Nagy fue más allá cuando intentó materializar su promesa de reforma al régimen político, lo cual implicaba un retorno al sistema de partidos que funcionó en los primeros años de la posguerra. Esto intensificó la lucha entre los reformistas y el ala dura del partido húngaro, encabezada por el secretario general Rákosi, el cual atacó desde un inicio las reformas del nuevo gobierno.

A pesar de los intentos rusos por contener la pugna interna, esto fue imposible dado el crecimiento del apoyo popular a Nagy, en particular con el surgimiento de una corriente de opinión pública encabezada por los intelectuales que apoyaban los cambios al régimen y convirtieron las revistas y periódicos en trincheras para atacar a los estalinistas de línea dura.

Envalentonado por el apoyo popular, Nagy pasó a la ofensiva contra Rákosi en setiembre de 1954, cuando hizo público el choque de dos concepciones dentro del partido comunista: la primera, compuesta por la “línea dura”, que insistía en hacer de Hungría un “país del hierro y del acero”, mientras que la segunda apostaba por hacer reformas para establecer un equilibrio entre los sectores de la economía.

En este punto la burocracia rusa se asustó del desarrollo de la lucha política en Hungría, en particular porque no había claridad del curso que tomaría Nagy en adelante. Por eso optaron por favorecer al ala de Rákosi y remover a Nagy, aunque no de forma inmediata para no provocar ningún tipo de protestas. Pero un ataque al corazón apresuró la renuncia de Nagy a inicios de 1955, lo cual fue seguido de su expulsión de la dirección del partido y relevo de su trabajo como docente universitario.

En adelante el gobierno fue dirigido por Rákosi a través de cuadros de su confianza y, contradiciendo las intenciones de la dirección colectiva, continuó con las políticas de línea dura que profundizaron el clima de polarización social en Hungría, sentando las condiciones para el estallido de la revolución de 1956.

    1. La “desestalinización” y sus repercusiones en el bloque soviético

Por “desestalinización” comprendemos la táctica que empleó la burocracia soviética para responsabilizar a Stalin de todos los problemas políticos y económicos que aquejaban a los países del bloque soviético. De esta forma, el otrora “líder supremo” se transformó en “chivo expiatorio” para que sus antiguos epígonos remozaran la fachada de la dictadura burocrática y garantizaran su continuidad en el poder.

Desde 1953 la dirección colectiva implementó algunas medidas que se distanciaban de la política de Stalin, pero se cuidaron mucho de no lanzar ningún ataque público contra su figura, lo cual podía acarrear una feroz disputa entre las alas de “línea dura” y los “blandos” de la burocracia rusa, lideradas por Molotov y Malenkov respectivamente.

Pero este equilibrio no podía durar por siempre y se rompió con el ascenso de Jrushchov dentro del aparato del PCUS, pues aprovechó su cargo de primer secretario del partido para construir una amplia base dentro de la burocracia. Además jugó un papel centrista en medio de la disputa de tendencias, apoyándose en una u otra según la conveniencia. De esta forma se convirtió en el centro del poder tras la “renuncia” de Malenkov (en realidad una destitución por la presión de sus adversarios en la dirección estalinista) como presidente del Consejo de Ministros a inicios de 1955 y, aunque su cargo fue asumido por Bulganin, a todas luces era Jrushchov quien mandaba en la URSS.

El cambio de papeles en la cúpula estalinista tuvo fuertes implicaciones, principalmente porque Jrushchov emprendió una serie de iniciativas en política nacional e internacional para reafirmar su posición de principal líder de la URSS (Fitzpatrick, 2016). Esta progresiva concentración de poder de Jrushchov deterioró el funcionamiento de la dirección colectiva, lo cual se acrecentaba con sus exabruptos personales, algo sumamente peligroso en medio de la situación de inestabilidad que atravesaba los países del glacis desde 1953.

Esto quedó manifiesto en la visita de Jrushchov a Yugoslavia en 1955, la cual se enmarcaba dentro de la línea de distención y coexistencia que levantó la dirección colectiva tras la muerte de Stalin. En principio el objetivo de la gira era restablecer las relaciones entre dos Estados, pero Jrushchov fue más allá cuando alertó que las acusaciones contra Tito eran falsas, planteó la reconciliación ideológica entre el PCUS y la Liga de los Comunistas Yugoslavos y, más importante aún, reconoció el derecho a una vía nacional para el socialismo: “Hemos estudiado a fondo las bases sobre las que estaban fundadas las graves acusaciones y las injurias (…) Las mismas habían sido elaboradas por los enemigos del pueblo, los despreciables agentes del imperialismo, que habían conseguido infiltrarse en las filas de nuestro partido (…) Los lazos más fuertes se establecen entre los pueblos cuyos dirigentes basan su actividad en la doctrina del marxismo-leninismo (…) las cuestiones de organización interior de los diferentes sistemas sociales y diversas formas de desarrollo del socialismo son exclusivamente asunto interno de los países en cuestión” (Citado en Nagy, Democracias populares, 130-131).

Este discurso de Jrushchov cayó como una bomba entre la burocracia de los países del bloque soviético. Primero, porque muchos cuadros estalinistas en funciones destacaron como los principales promotores de la campaña contra el titoísmo, lo cual debilitaba su posición al quedar como ejecutores de una campaña de acusaciones falsas promovida por agentes imperialistas. Segundo, la rehabilitación de Yugoslavia implicaba retractarse de las purgas contra antiguos dirigentes, algo complejo dado que muchos fueron fusilados y aún eran recordados por sectores de la población. Tercero, tras la gira a Yugoslavia se fortalecieron las tendencias reformistas en las democracias populares, pues muchas de estas alas contaban con el respaldo de Tito (por ejemplo Nagy en Hungría o Gomulka en Polonia). Por último, del discurso de Jrushchov se desprendía que ahora había una “vía nacional” para edificar el socialismo, lo cual generó enormes expectativas entre la población de los países del glacis, los cuales ya contabilizaban una década de expoliación y opresión nacional por parte de la URSS y sus emisarios locales.

Esta intervención de Jrushchov en Yugoslavia fue asumida como una “humillación” por sectores de la burocracia rusa, en particular por el ala de “línea dura” de Molotov que, aunque reconocían la importancia de restablecer relaciones con Yugoslavia, valoraron que podía generar movimientos de protesta en otros países, en particular Polonia (lo cual se comprobaría meses después). Por este motivo relanzaron sus ataques contra Jrushchov y, por unos meses, la “desestalinización” se interrumpió.

Pero la tregua no duró mucho, pues Jruschov reactivó la campaña por la desestalización como parte de la lucha por el poder, para lo cual era necesario ajustar cuentas con el ala de Molotov. Esto explica el “discurso secreto” que realizó durante el XX Congreso del PCUS (febrero 1956), donde expuso los crímenes de Stalin y criticó el culto a la personalidad.

El contenido del discurso fue producto de una “negociación” a lo interno del Comité Central del PCUS, porque había versiones encontradas sobre qué temas visibilizar debido a sus posibles implicaciones políticas a nivel general, pero también para evitar que tuviera un efecto sobre el pasado de los miembros de la cúpula estalinista. Molotov aceptó denunciar los crímenes de Stalin, pero quería incluir también sus logros; Mikoyán enfatizó en delimitar la denuncia temporalmente, señalando que hasta 1934 Stalin fue un “héroe” (en la pelea contra la Oposición), pero que luego se transformó en un criminal; Malenkov se opuso a situar la ruptura en 1934 porque todo lo que él realizó por órdenes de Stalin quedaba en el período de los crímenes, por eso planteó enfatizar la denuncia al culto a la personalidad (Fitzpatrick, 2016).

Al final se impuso un enfoque mixto de las propuestas de Mikoyán y Malenkov, para aminorar los daños colaterales de la denuncia y no rehabilitar a opositores trotskistas, lo cual legitimaría sus argumentos contra la dictadura burocrática, tal como señala Broué: “Los crímenes de Stalin se imputan a su personalidad, a sus ansias de poder, a su morbosa desconfianza y a su crueldad; no obstante, su actividad política en el período de lucha contra la oposición es justificada e incluso engrandecida. En realidad, los auténticos crímenes no se inician hasta 1934, ésta es la razón de que los rehabilitados, de 1956 sean todos leales estalinistas (…) Evidentemente era más difícil rehabilitar a la oposición sin revelar el verdadero contenido de su programa a saber: la destrucción del monopolio del poder” (Broué, El partido bolchevique, 558).

En el plano interno el discurso fortaleció a Jruschov, porque sus principales opositores en el gobierno (Molotov, Malenkov y Kaganovich) resultaron implícitamente coacusados, aunque de forma tenue pues tenían la posibilidad de arrepentirse. Pero en términos generales el discurso secreto fue una bomba en el glacis, pues rápidamente circuló en todos los países y derrumbó el mito estalinista de la infabilidad de los dirigentes y el Partido Comunista. Así, a pesar de los cuidados de la burocracia soviética, las denuncias del XX Congreso profundizaron la grieta en las democracias populares y se reactivaron las fuerzas sociales reprimidas por el aparato burocrático.

    1. Poznan y el “Octubre polaco”

Los temores de Molotov en torno a las consecuencias de la “humillación” rusa en Yugoslavia no estaban infundados, pues las repercusiones se hicieron sentir rápidamente en Polonia, donde estaba en curso un debate político entre amplios sectores de las bases del partido comunista y la sociedad polaca en general.

Como parte del “deshielo” y la disminución del terror policial impulsado tras el ascenso de la dirección colectiva, en Polonia la burocracia estalinista permitió la constitución de foros o círculos de discusión como símbolo de los cambios del régimen. Por este motivo se crearon foros de forma espontánea y legal por todo el país, los cuales canalizaron las preocupaciones de las bases comunistas (el primero de estos espacios fue el “Círculo Tordu”, creado en abril de 1955).

Sin embargo, esta apertura del régimen fue más allá de los cálculos iniciales de la burocracia, dado que los foros se multiplicaron rápidamente y las discusiones subieron de tono, lo cual generó temor en las alturas del gobierno, en particular por el contenido anti-ruso que adquirieron las discusiones y reivindicaciones emanadas de estos espacios: “Las bases pasaron a demandar que las tropas de la URSS se retiraran, así como sus muchos agentes en la cúpula del régimen; que el parlamento pasase a funcionar de forma autónoma; que un nuevo congreso partidario fuese convocado; y el retorno al CC de líderes expurgados” (Lauria, As revoltas por democracia socialista no ˊbloco soviéticoˋ e as transformações do stalinismo, 393).

Paralelo al desarrollo de los foros de discusión, la prensa polaca se transformó en otro importante canal de expresión del malestar social, particularmente después del discurso de Jruschov en Yugoslavia, el cual aceleró las ansias por soberanía nacional y el repudio a las mentiras emanadas desde el poder burocrático.

El movimiento crítico inició con los estudiantes y los intelectuales, los cuales por su ubicación tenían acceso a fuentes de información y estaban en contacto directo con las masas trabajadoras, por lo que se convirtieron en los portavoces de un movimiento mucho más profundo. Un ejemplo de esto fue el papel desempeñado por el periódico Pro Prostu, fundado por el estudiante comunista Eligiuz Lasota, el cual se transformó en un órgano de expresión de las problemáticas sociales del país y, en poco tiempo, alcanzó un tiraje de 90 mil ejemplares semanales, cantidad insuficiente para satisfacer la demanda debido a la falta de papel (por esto los ejemplares de Pro Prostu circulaban por el mercado negro).

Luego del XX Congreso del PCUS prácticamente toda la prensa polaca siguió la línea editorial de Pro Prostu, denunciando la desigualdad social, los privilegios de la burocracia y desnudando las mentiras del régimen que se presentaba como un “paraíso obrero”: “Así, nos informamos de que un obrero polaco muy cualificado gana 1500 zlotys mensuales y de que un obrero no especializado de Poznan trabaja desde las 6 de la mañana hasta medianoche y no puede adquirir un par de zapatos cuyo valor es de 150 zlotys. El periódico Zycie Gospodareze admite que es imposible vivir con menos de 1000 zlotys mensuales cuando el Gobierno acaba de fijar el salario mínimo mensual en 500 zlotys. Klosiewicz, miembro del Politburó y presidente de los sindicatos, reconoce que gana 5000 zlotys cuando en realidad percibe 40.000, dispone de un chalet en el barrio residencial de Konstancine por cuyo alquiler el Estado paga 140.000 zlotys, y de un Mercedes con chofer (…) Con el título «Un problema que no existe», Pro Prostu revela la existencia de 300.000 parados y más adelante, en una serie de contundentes artículos acerca del «precio del plan», revela el extraordinario desorden de la economía, el despilfarro, los fraudes, el alcance de la miseria obrera (…) El órgano del sindicato de la enseñanza revela que, en doce años, 118.000 profesores polacos, uno de cada dos, han padecido traslados administrativos, sin que les haya sido dada razón para ellos. También revela que más de 130.000 jóvenes, comprendidos entre los catorce y los dieciocho años, no están escolarizados ni asalariados: son los componentes del «ejército de la calle», del fenómeno social de los hooligans o gamberros urbanos” (Broué, El partido bolchevique, 571-572).

Nos disculpamos por la extensión de la cita, pero el caso polaco ilustra con detalle las arbitrariedades y precarias condiciones de vida que aquejaban a las masas trabajadoras y la juventud en los Estados burocráticos; los bajos salarios, precarización laboral, desempleo y privilegios para la burocracia, eran parte del día a día en los países del glacis.

Estas denuncias atizaron el ambiente entre la clase obrera, la cual empezó a discutir sobre sus condiciones de trabajo y la necesidad de cambios en el régimen político. La burocracia reaccionó e implementó algunas reformas, sobre todo tras la muerte del Primer Secretario Boleslaw Beirut (12 de marzo de 1956) y el ascenso al poder de Edwad Ochab, pues éste último buscó un camino intermedio entre el ala de línea dura y los reformistas, por lo cual liberó a decenas de miles de presos políticos, fortaleció el parlamento y otorgó concesiones a la Iglesia Católica.

Pero las medidas de Ochab no fueron suficientes para contener el descontento entre la clase obrera, la cual estaba harta de los salarios miserables, la opresión del régimen y la expoliación rusa. El primer lugar donde esto se manifestó fue en Poznan en junio de 1956, una ciudad industrial con una enorme concentración obrera, donde a lo largo del último año hubo agitación contra las normas de producción, las irregularidades en el cálculo de salarios y la desorganización administrativa.

El conflicto estalló luego de que una delegación obrera viajara a Varsovia el 23 de junio para presentar sus demandas, las cuales en principio fueron asumidas por el gobierno. Pero el 27 de junio un ministro viajó hasta Poznan y, ante una asamblea de fábrica con miles de obreros, externó que el gobierno no iba a cumplir con los acuerdos alcanzados días atrás. Así, el 28 de junio inició una huelga espontánea en las “Industrias Metalúrgicas Josef Stalin”, a la cual se sumaron progresivamente más fábricas y, para cuando se realizó una marcha en el centro de la ciudad, contaba con el respaldo de cien mil personas que agitaban consignas gremiales y políticas: “En el camino, muchos otros se juntaron, sumando una multitud de cerca de 100 mil protestando por comida, mejoras en las condiciones de trabajo y vida. A las banderas económicas de los huelguistas, también agregaron eslóganes políticos: ˊlibertad políticaˋ, libertad para el cardinal Wyszynski y ˊRusos, vuelvan a casaˋ. La marcha, inicialmente ordenada, se tornó insurreccional debido a los disparos de la policía local” (Lauria, As revoltas por democracia socialista no ˊbloco soviéticoˋ e as transformações do stalinismo, 393).

Como se aprecia en la cita anterior, la huelga de Poznan repitió la dinámica de la huelga obrera en la RDA, en tanto se produjo un vínculo casi que inmediato entre la lucha por reivindicaciones económicas con las de carácter político, por lo cual pasó de ser una huelga de fábrica a tomar rasgos insurreccionales. Las masas trabajadoras asociaban la caída en su nivel de vida con la planificación económica de la burocracia, lo cual explica que los conflictos salieran de las fábricas y directamente se orientaran hacia los centros de poder.

Al igual que en la RDA de 1953, los obreros de Poznan dominaron parcialmente a las fuerzas armadas y tomaron el control de la sede de policía, los centros de radio, la prisión y los tribunales de justicia. Las protestas continuaron hasta el 30 de junio, cuando se produjo una fuerte intervención militar con más de diez mil soldados, con un saldo de 746 presos y más de 50 huelguistas fusilados (Lauria, 2019).

A pesar de la represión de la huelga de Poznan el espíritu de lucha se extendió al conjunto de la clase obrera polaca, en particular en la fábrica automotriz Zeran, cercana a la capital Varsovia. En esta fábrica, desde finales de 1955, inició un proceso de discusión política entre los obreros jóvenes comandados por el secretario del partido comunista en la fábrica, el obrero Lechoslaw Gozdzik. Posterior al XX Congreso del PCUS constituyeron un grupo de discusión y, para setiembre de 1956, representaban la vanguardia del movimiento obrero polaco, enviando delegaciones a la diferentes regiones del país y realizando “mitines relámpago” en las puertas de fábrica para difundir sus ideas (Broué, 2007).

En este proceso tomaron contacto con el grupo de Pro Prostu, lo cual simbolizó la unidad de la clase obrera con la juventud y los intelectuales. Además, el proceso de Zeran impactó en las bases comunistas, a grado tal que ganaron para sus tesis al dirigente del comité del partido en Varsovia.

Debido al creciente malestar en la clase obrera, la juventud y los intelectuales, la burocracia estalinista polaca entró en crisis y se profundizó la grieta entre los sectores de línea dura y los reformistas, pues los últimos presionaban por el retorno de Wladyslaw Gomulka a la dirección del partido, antiguo dirigente removido de su cargo en 1948 por sus diferencias con la colectivización forzada en el campo y por resguardar cierta independencia con respecto a la URSS.

El perfil disidente convirtió a Gomulka en la figura de recambio del régimen para contener la crisis, pero también fue la grieta por la cual se reactivó la movilización en el país. En el marco de la pugna por el poder entre la burocracia polaca, la facción reformista del estalinismo incitó a la movilización de miles de obreros, estudiantes, intelectuales y periodistas en Varsovia a partir del 18 de Octubre, los cuales actuaron como un grupo de presión que exigían el retorno de Gomulka.

El eminente cambio de fachada de la burocracia polaca alertó a sus similares rusos, quienes temían que la agenda reformista de Gomulka abriera una nueva crisis en el glacis y tampoco toleraban que una decisión de semejante magnitud se realizara sin su previo consentimiento2.

Lo anterior se ratificó en la sesión del Comité Central del 19 de octubre de 1956, donde Gomulka y otros miembros de su equipo fueron reincorporados a la dirección del partido, a la vez que se aceptó la renuncia del antiguo Politburó. Por este motivo, una delegación rusa de alto nivel viajó a Varsovia de emergencia para bloquear la elección de Gomulka, la cual estaba encabezada por Jruschov, Molotov, Mikoyan, Kaganovich y una docena de altos representantes militares. Asimismo, el ejército ruso aproximó sus tropas a Polonia y amenazó con marchar hasta Varsovia, lo cual fue replicado por los polacos con un Estado de emergencia entre sus tropas y la distribución de algunas armas entre destacamentos obreros (Lauria, 2019).

Lo anterior no respondió a un giro “revolucionario” del estalinismo polaco, sino que fue una medida extrema para garantizar su continuidad en el poder ante el peligro de la invasión rusa. El programa del ala reformista era sumamente limitado y, muy importante de anotar, enfocado en una “liberalización” parcial del régimen desde arriba, tal como anotaron Lasota y Turski, dos redactores del semanario Pro Prostu: “Los mantenedores de este programa se pronunciaban ciertamente a favor de una liberalización, más única y exclusivamente de una liberalización. Reconocían que era necesario reformar el modelo existente, mas sólo reformarle sin llegar a transformarlo nunca de forma revolucionaria, con una consecuente óptica socialista. El carácter centrista de dicho programa se reflejaba igualmente en el convencimiento –que tal vez constituía su rasgo esencial- de que la liberalización debía operarse desde arriba, por ˊiluminaciónˋ podríamos decir, merced a la iniciativa exclusiva y a las únicas fuerzas de la dirección sabia y omnipotente” (Citado por Broué, El partido bolchevique, 581).

La amenaza de invasión rusa incendió los ánimos entre las masas polacas, dando paso a jornadas insurreccionales en defensa de la soberanía nacional, con movilizaciones que congregaron hasta 400 mil personas en las calles de Varsovia el 23 de octubre. Debido a esto, la delegación rusa cedió en su pretensiones iniciales y pactaron con el ala de Gomulka, a sabiendas que la invasión militar podía generar más problemas que soluciones para los intereses hegemónicos de la URSS sobre el glacis, sobre todo porque Hungría comenzaba a agitarse para estas mismas fechas. Por último, Gomulka no dejaba de ser un cuadro de la burocracia, el cual aseguró la permanencia de Polonia en el Pacto de Varsovia y en el “campo del comunismo internacional” (Lauria, 2019).

A pesar del triunfo de Gomulka y el retroceso de los rusos, la movilización de las masas puso en cuestión todo el orden del régimen estalinista, lo cual se sintetizó en la consiga de “democracia socialista en la práctica”, pronunciada por Gozdzik (el dirigente obrero de Zeran) en un mitin de la Universidad Politécnica (Broué, 2007).

La situación revolucionaria continuó por varios meses, durante los cuales florecieron las contradicciones entre el programa “liberal” de la burocracia reformista y las aspiraciones revolucionarias de las masas trabajadoras y la juventud: “Centenares de miembros del partido que hasta entonces no habían hecho uso de su «derecho», acuden a las asambleas generales y destituyen a los responsables locales o regionales del partido como ocurrió en Cracovia. Varios centenares de delegados elegidos en las fábricas y escuelas, constituyen, tras el llamamiento emitido por Pro Prostu, la Unión de la Juventud Revolucionaria que se escinde de la vieja organización burocrática. En la Asamblea plenaria de noviembre de los sindicatos polacos, la sala prevista para la reunión ritual de los ciento veinte funcionarios designados por el aparato, es invadida por un millar de delegados elegidos en las empresas” (Broué, El partido bolchevique, 581-582).

El gobierno de Gomulka se empleó a fondo para acabar con la crisis revolucionaria. Por ejemplo, vació de contenido a los consejos obreros y los puso bajo el dominio del partido comunista; desató una persecución contra los redactores de Pro Prostu, el cual fue ilegalizado bajo la acusación de pretender destruir el Estado popular con la consigna de “todo el poder a los soviets”; condenó la oleada de huelgas obreras que se sucedieron en agosto de 1957 y, para abril de 1958, las declaró ilegales (Lauria, 2019). Las únicas conquistas de Octubre que prevalecieron fueron la relativa independencia del país con respecto a la URSS, la retirada del uso del terror, la descolectivización de la tierra (así como la libertad de acción de la Iglesia Católica, la cual sería clave en la restauración capitalista décadas después).

 

1 De acuerdo a la historiadora Sheila Fitzpatrick (ver El Equipo de Stalin), antes de morir Stalin trató de purgar a Molotov y Mikoyán, dos figuras de peso dentro del CC estalinista, pero desistió ante la resistencia del resto de miembros del equipo. La desclasificación de documentos de la KGB reveló que Stalin preparaba una nueva purga dentro del partido para marzo de 1953, pues incluso mandó a construir una cárcel especial para esto.

2La burocracia rusa “invitó” al Comité Central polaco a una reunión de emergencia en Moscú para discutir una salida a la crisis, pero la rechazaron (debido a que ya estaba convocado la sesión del CC para el 18 de octubre), algo insólito hasta ese momento en el bloque soviético.

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