El marxismo como filosofía política

Presentación de El marxismo y la transición socialista. Estado, poder y burocracia, tomo I, en el Teatro Picadero.

“El sujeto de nuestro estudio es una renovación como la humanidad no había conocido jamás y todavía no ha conocido: el ascenso, pleno de frescura, de una nueva clase, un renacimiento. Pero este renacimiento no era la aparición de cualquier cosa del pasado, de la Antigüedad, según una interpretación muchas veces repetida; es el nacimiento de una cosa que jamás había conocido la humanidad, la aparición de figuras que nunca se habían visto sobre la tierra. Ellas surgieron y cumplieron su obra: es la primavera, un nuevo comienzo. Engels calificó a justo título el Renacimiento como ‘el acontecimiento más progresivo que la humanidad había conocido hasta esos días’ (…) asistimos al nacimiento del homo faber que, sin tener plena conciencia de la transformación que estaba operando, transforma el mundo por su actividad”.

Ernst Bloch, 2007:1 y 2

Venimos haciendo conversatorios sobre la obra en varias regionales y en varios países: San Pablo, próximamente en París, y en Londres en el marco del encuentro anual de Historical Materialism. Sin embargo, la de El Picadero es la primera presentación “oficial” del texto en castellano. Las traducciones al inglés y portugués ya están en marcha y en trámite la traducción al francés, pero, obviamente, la presentación del primer tomo va a tardar un tiempo en esos países. Acá dejamos a los lectores la charla-presentación editada de la obra en castellano, obra que próximamente va a estar en las librerías de la Argentina, México, España y otros países de lengua castellana.

Buen día a todes. Antes que nada quiero pedir un aplauso colectivo a la resistencia del pueblo palestino, que es algo tremendo y que impacta. Es un motivo de lucha y de reflexión que habla de lo que es el mundo hoy, en sus dificultades pero también en su capacidad de resistencia; un ejemplo de lucha descomunal contra la adversidad. Luego lo voy a retomar.

1- La revolución como “tejido de generaciones”

Yendo a nuestro tema, y en primer lugar, quiero hacer un agradecimiento al esfuerzo colectivo que es esta obra militante, que requiere de un esfuerzo individual, lógicamente, pero también es una síntesis de la tarea colectiva de esta corriente: de la interrelación entre la militancia y la reflexión, que es colectiva. Quizás en la vida de las organizaciones, del partido y de la corriente, se discute más estrechamente de “política”. Pero les digo una cosa que es concreta acerca del carácter colectivo de una obra de este tipo: muchas veces los cierres son mejores que las aperturas de los informes. Eso pasa justamente porque en el cierre se recoge la experiencia colectiva; se tienen las otras intervenciones para sintetizar en el cierre de las discusiones. En la apertura venís con tu “delirio”, escuchas las intervenciones y en el cierre bajás a tierra, das mejor cuenta de la dialéctica de las cosas.

Además, no se trata solo de una interrelación en el “habla”, sino de la interrelación entre lo que se dice y lo que se vive, la práctica militante. Ayer una compañera decía, en el Comité Ejecutivo del partido, que en la coyuntura argentina la gente está pasando de un primer momento de angustia a un momento de bronca, expresando esa relación entre lo que se dice y lo que ocurre. Entonces acá tenemos dos planos de una elaboración colectiva: la experiencia militante colectiva del partido y la experiencia colectiva del cambio de ideas que, desde ya, requiere que alguien haga una síntesis (los equipos de dirección no funcionan sin dirigentes, sin ejes de la dirección, tanto como las orquestas no funcionan sin el director; Engels, “Sobre la autoridad”).

También las elaboraciones de Marx y Engels fueron, evidentemente, colectivas, y ni hablar del marxismo revolucionario en su época clásica. No solamente está el hecho de que entre ellos se cambiaban y revisaban los textos, sino además que lo colectivo viene dado por el choque de ideas: todos nos forjamos en el “espejo” de nuestra época: Marx y Engels en polémica con Prohdon, Bakunin, Düring, Blanqui y tantos otros de su generación y de todas las generaciones, junto con la experiencia histórica.

En síntesis: es obvio que hay un esfuerzo mío –del autor– de estudiar y militar aplicadamente (no hay ningún logro que no implique mucho esfuerzo), y que eso no se debe disolver.[1] Pero al mismo tiempo esta obra en dos tomos es parte de la trayectoria colectiva de esta corriente, donde, aunque hoy el sector más dinámico sea la juventud, hay una militancia del núcleo histórico de la corriente en fábrica, en el movimiento obrero.

Y la obra está dedicada, en definitiva, a la clase obrera como vector de la emancipación humana, y también a la heroica juventud de la Oposición de Izquierda que soportó –en las peores condiciones, huelgas de hambre mediante– los campos de concentración del estalinismo para sostener las perspectivas del marxismo revolucionario. La revolución es un tejido de generaciones donde cada quien hace lo que le toca: nunca dije eso de “quiero llegar vivo a la revolución”; me hago mala sangre por resolver los desafíos del presente, me hago cargo de lo que me toca, y lo disfruto.

La emancipación humana es un tejido de muchas generaciones porque es la obra más grande de la humanidad: emanciparnos de toda relación de explotación y opresión. Desde este punto de vista también se entiende que es una obra colectiva, aunque por la combinación de factores objetivos y subjetivos haya, en ciertos momentos, subjetividades que marcan un salto en calidad.[2] Aunque también eso es relativo, porque podés marcar un salto en calidad porque dirigís una revolución, o porque aportás al desarrollo del marxismo, pensado, como decía Sartre, como “el horizonte teórico intraspasable de nuestro tiempo”, como el pensamiento –por lo menos en materia de ciencias sociales– más avanzado de nuestro tiempo. En este mismo sentido Gramsci afirmaba algo agudo: señalaba que no podía haber claridad acerca de las prioridades entre las tareas del presente y la preparación del futuro.

Y la idea es que esta puesta en discusión sea un conversatorio. No sé cuánto me va a llevar mi intervención. Podría hacer como John Cage, el autor del concierto “4.33”, que abría el piano y no tocaba nada, hacía silencio, y después cerraba el piano y decía “Muchas gracias, he terminado mi obra”; la obra era el silencio, y era genial, porque el silencio tiene infinitas variantes. Bueno, mi libro no tiene infinitas variantes, solo intenta ser un humilde aporte. Entonces, la idea es que los compañeros y compañeras intervengan también, porque el libro ya se ha empezado a leer sobre todo entre la militancia del partido.

Prosigamos con una idea básica de contexto de la obra. Políticamente, el país y el mundo están en un período de reacción, en el sentido del avance de la extrema derecha; pero estructuralmente entramos en la reapertura de una época de desequilibrio y revolución. El aporte nuestro llega en un período así de inestable, con problemas muy dramáticos y muy profundos: la reapertura de la época de guerra, crisis, revolución, barbarie y reacción señalada por Lenin cien años atrás.

Quisiera explicar de dónde surge para mí el elemento revolucionario.  Recordemos el ejemplo de Lenin en 1915, que en plena Primera Guerra Mundial y en pleno período reaccionario –porque la guerra todavía tenía apoyo de la clase obrera–, afirma que hay una “situación revolucionaria”. ¿Qué es lo que te lleva a la revolución desde el punto de vista material y fundamenta la definición de Lenin? Lo que te lleva a la revolución es la ruptura de la cotidianeidad.[3] (También te puede llevar a una contrarrevolución; esa es una enseñanza del siglo XX. Más bien, al par revolución-contrarrevolución.)

Por ejemplo, podemos hacer cien mil charlas sobre ecología, pero la mejor lección es la experiencia: yendo al aeropuerto de San Pablo hace unos días, de repente apareció un olor agrio a goma quemada, que era, a cientos o miles de kilómetros, el olor de la quema del Amazonas. Esa experiencia es lo que te hace tomar conciencia. Lenin decía que en condiciones revolucionarias se sacan conclusiones mucho más rápido: en unos días avanza más la conciencia popular que en largos años de estabilidad.

Estamos entrando en un mundo que rompe a martillazos la cotidianeidad, la normalidad, la mecánica de levantarse, ir a laburar, militar un poco en la fábrica o en la facultad, ir a casa y a dormir. La cotidianeidad, si es muy “mecánica”, puede dar lugar a poca reflexión, hace muy “cuadrada” la experiencia humana: la falta de matices y contrastes no ayuda a pensar. La ruptura de la cotidianeidad abre la historia, funciona por contraste: rompe con la falsa ilusión del eterno retorno de lo mismo. Si piensan en la Argentina de hoy, aunque estemos en un período reaccionario por ahora, van a ver que hay un montón de elementos dislocados, o que están en un lugar equivocado, y ese contraste hace pensar. La dialéctica de Plaza y Palacio está más a la orden del día que nunca y las cosas podrían virar en prerrevolucionarias “en cualquier momento” (exageramos un poco la nota para que se entienda nuestro ejemplo).

Este es el contexto en el que presentamos el tomo I de esta obra, que además tiene algo simpático: el tomo 2 está “escrito” antes que el tomo 1. La base del tomo 2 la escribí hace diez años, pero faltaba la base teórica y política, que es la que escribí ahora (el tomo 2 ya está medio escrito en “Dialéctica de la transición, plan, mercado y democracia obrera”, izquierda web). Por supuesto, voy a estudiar mucho más y reescribir todo además de agregarle nuevos capítulos, porque en el medio hubo un montón de problemas nuevos, apareció la inteligencia artificial, hay que ponerlo al día en el siglo XXI.[4]

2- Un nuevo “Renacimiento”

Voy a tratar de decir algunas cosas sobre el texto. Voy a ir de lo más general a lo más particular por así decirlo. El texto tiene como varios planos, una suerte de palimpsesto explícito: un nivel teórico, otro filosófico, otro histórico, otro metodológico, etc. Además tiene una doble inscripción: establece un diálogo entre el marxismo revolucionario y la obra de Marx y Engels, y otro diálogo entre los marxistas de posguerra.

En el plano filosófico general –filosófico político– hay una idea histórica fundamental en el libro, que delimita a la revolución socialista de las revoluciones anteriores, que es la relación entre estructura y agencia –subjetividad–. Sucede que el nivel de reactuación humana sobre la sociedad y la naturaleza nunca ha sido tan alta como ahora, desde el punto de vista objetivo e incluso, potencialmente, subjetivo (desarrollo de las fuerzas productivas y destructivas y de la autoconciencia racional humana mediante).[5]

Hay una idea muy aguda al comienzo de la Dialéctica de la naturaleza de Engels, que dice que con la humanidad entramos en la historia; en el caso de los animales también hay historia, y la naturaleza también tiene historia; pero en el caso de los animales la historia se hace para ellos porque no son conscientes de lo que hacen. En cambio, con los humanos entramos en la historia porque potencialmente podemos cambiar la sociedad e incluso nuestra naturaleza circundante conscientemente, para bien o para mal; ser sujetos conscientes de ese cambio, lógicamente como producto de todo un proceso histórico (“Engels antropólogo”). Es evidente que los primeros homínidos no podían cambiar la sociedad ni la naturaleza, de ahí todas las representaciones naturalistas, religiosas, totémicas, esotéricas del mundo, temas de la antropología cultural.[6] Pero por el desarrollo desigual y combinado de la experiencia humana –progreso y también regresiones–, hoy, conscientemente, la humanidad explotada y oprimida tiene una capacidad de transformación como jamás hubo en la historia.

Eso funciona para lo bueno y para lo malo. Lo malo es, por ejemplo, Putin amenazando conscientemente con lanzar bombas nucleares en Ucrania, o el Estado de Israel masacrando palestinos y usando la carta de que es la única potencia nuclear de Medio Oriente. Lo bueno funciona cuando la revolución y la transición socialista es un esfuerzo consciente de transformar la realidad humana, de operar una transformación social, de luchar contra las condiciones materiales de explotación y opresión, que siguen presentes en la transición.[7]

Ahí entra toda la reflexión de Marx sobre revolución consciente, planificación, la crítica al mercado como orden espontáneo y la planificación económica como orden racional. Pero la idea puede ser agarrada desde otro ángulo; en Rosa Luxemburgo, la revolución socialista es la primera revolución histórica donde las mayorías hacen la revolución para las mayorías, porque incluso la Revolución Francesa, que fue una revolución popular, terminó siendo en beneficio de una minoría. Las revoluciones burguesas –y otras revoluciones– tuvieron participación popular pero no fueron para las mayorías (ese desborde anticapitalista anticipado por Babeuf, fracasó), en el sentido de que el nivel político, material y cultural no permitía todavía la realización de la teoría política del marxismo, que es la teoría de la autoemancipación y la autodeterminación (Draper), que quiere decir desarrollo humano autoconsciente –una aspiración que viene desde el Renacimiento, el ser humano en el centro en lugar de dios–.

En castellano, esto significa que cada compañera y compañero vale, que cada persona tiene valor, criterio humanista elemental después de las barbaries del siglo XX. Por supuesto, en la guerra civil hay que sacrificarse, fusilar o morir en el frente, no existe la revolución sin sangre: la ley de leyes es la implacable lucha de clases socialista (Su moral y la nuestra, Trotsky).[8] Pero esa dialéctica no tiene nada que ver con la lógica objetivista de la revolución que prevaleció en el siglo XX, con la definición de “revoluciones socialistas objetivas” como revoluciones que se hacían “solas”, con una base popular o de masas pero no consciente, sin una dirección consciente y sin protagonismo consciente de los explotados y oprimidos. Esto cruza todo el libro.[9]

La idea del sujeto, del individuo, no en el sentido burgués sino en un sentido universal, es una idea del Renacimiento; es matar a dios, es la razón. Esta idea general, cuando vamos a lo específico del carácter de la revolución, es la reactuación humana consciente sobre la realidad. Es ver a la clase trabajadora, a los explotados y oprimidos, como sujeto histórico, no como mero resultado espontáneo de la realidad sino como sujetos.[10]

En el terreno teórico, esto es el diálogo Hegel-Marx, el de la filosofía clásica alemana y el marxismo. ¿Leyeron las Tesis sobre Feuerbach de 1845? Ahí Marx dice que los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo y de lo que se trata es de transformarlo. Y también dice que fueron los idealistas los que mantuvieron el lado activo del sujeto, y no el materialismo, que era puramente pasivo, un reflejo de la realidad externa. El “lado activo del sujeto” es el descubrimiento de la capacidad humana para transformar la realidad (la realidad “externa” es el reconocimiento de que esa realidad que podemos transformar, nos condiciona y nos precede, fija las condiciones de nuestra actuación).

Ustedes dirán: ¿qué tiene que ver la discusión de las revoluciones y la transición con esta discusión teórica? Tiene mucho que ver, pero claro, hay que estudiar, porque habitualmente trabajamos con categorías teórico-políticas “terminadas”. ¿Qué tiene que ver Marx con la revolución socialista? Que Marx te está diciendo que podés ser protagonista consciente de la transformación social, ese es el lado activo del sujeto en esas tesis de 1845.

Entonces, hay que estudiar a Marx; esta obra “vuelve” mucho sobre Marx y Engels como punto de referencia. Había que salir de las cuatro paredes de una cita de Trotsky contra otra, e ir a un fondo teórico superior para lograr una síntesis entre el marxismo clásico y el revolucionario en el abordaje del balance del siglo pasado, de las revoluciones y contrarrevoluciones del siglo XX.

Hay unidad entre la obra de Marx, la experiencia histórica, las conclusiones y los objetivos estratégicos. ¿Cómo se resumen las Tesis sobre Feuerbach?: cuando Marx en la Primera Internacional dice “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Hay que pensar qué significa eso, y nuestra versión de esta idea no es espontaneísta sino partidista: dentro de los trabajadores entran sus organismos, su conciencia, el programa, la lucha feroz de tendencias y el partido leninista.

El Marx de las Tesis sobre Feuerbach y el Marx que dijo “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”, son la misma cosa, con distinto nivel de abstracción. La teoría no es un “jeroglífico”: es una síntesis de la experiencia histórica en un alto grado de abstracción (de determinaciones).

¿Cómo hacemos para que la emancipación de los trabajadores y trabajadoras sea obra de ellos mismos? No es tan fácil, porque en el siglo XX eso ocurrió sólo en la Revolución Rusa y en otras revoluciones derrotadas. La Revolución China, la yugoslava, la cubana, como dijo Roland Lew (marxista belga especialista en el maoísmo que citamos mucho en nuestra obra), fueron emancipatorias pero no autoemancipatorias; fueron dirigidas por guerrillas que sustituyeron a la clase obrera. Emancipatorio y autoemancipatorio son conceptos distintos.

Nos vamos a detener un minuto en esto. Lew insiste en esta distinción. Emancipatorio remite a que la tierra fue repartida entre los campesinos, al menos en un primer periodo (aunque la colectivización forzosa fracasó desde el vamos en China). También a que, como elemento de base, se acabó con el clásico problema del hambre en China (nuevamente, hasta cierto punto, porque a comienzos de los años 60, por el fracaso de este intento de colectivización llamado “el Gran Salto Adelante”, hubo una hambruna que se cobró millones de víctimas).

En todo caso, la emancipación a secas no te lleva al poder. Y cuando Lew insiste en el concepto de autoemancipación, ahí sí se habla de que las y los trabajadores se transforman en clase histórica: son proyectados al poder y son protagonistas conscientes de la transformación social.

Filosóficamente, la autoemancipación hace sintagma con la idea de la filosofía clásica alemana del lado activo del sujeto, solo que en el caso del marxismo, el sujeto de la historia no es la idea, el concepto del absoluto, sino las y los explotados y oprimidos. Los de abajo pueden autoemanciparse, no requieren de una tutela paternalista como era la idea del socialismo utópico.[11]

3- La creación de una naturaleza humana

Lo anterior nos hace pasar a los tipos de revolución que se verificaron en el siglo pasado. No haremos acá una tipología histórica de las revoluciones porque no terminaríamos más esta presentación, pero en la segunda parte del libro se abordan los distintos tipos de revoluciones que hubo en el siglo XX, y se conectan con la estrategia del partido, con qué tipo de revolución peleamos nosotros. La Revolución Rusa fue el tipo clásico de revolución, obrera y socialista. Obrera por el protagonismo de la clase obrera urbana; socialista porque había soviets y el Partido Bolchevique.[12]

¿Hubo más revoluciones propiamente socialistas en el siglo XX? Sí, muchas más de lo que se piensa, la mayoría fracasadas: la alemana de 1918-23, derrotada, que tuvo consejos obreros y un Partido Comunista muy joven que no estuvo a la altura de las circunstancias; la china de 1927, también derrotada; la Guerra Civil Española; todas ellas tuvieron protagonismo obrero, campesino y socialista y, en la segunda posguerra, las revoluciones antiburocráticas en el este europeo y la de Bolivia en 1952.

Pero además hubo revoluciones anticapitalistas que no fueron socialistas, porque no dieron lugar a organismos de poder de la clase trabajadora; fueron dirigidas de pe a pa por una burocracia o una guerrilla, que está en contra de la democracia obrera, en contra de la autoemancipación. La Revolución China de 1949 fue así, lo mismo la vietnamita o la cubana: fueron grandes revoluciones con protagonismo de masas, pero socialista y anticapitalista no es lo mismo.

Hubo más cosas: en el Este europeo hubo expropiación de la burguesía sin revolución, por la acción del Ejército Rojo burocratizado. Y hubo algo más paradójico, una expropiación de la propiedad privada contrarrevolucionaria: la colectivización forzosa que destruyó al campo ruso y asesinó a millones de campesinos. Y eso lo decimos sólo nosotros, no lo dice nadie en el trotskismo latinoamericano, aunque a esta altura de la historia ya es autoevidente.[13]

Lo que estamos diciendo es que hay una variedad de circunstancias que hacen a una interpretación de la revolución en función del protagonismo histórico real de la clase obrera. Hay una dialéctica entre dirección, vanguardia y base, porque el desarrollo de la clase obrera es desigual, no somos Holloway: hay vanguardia y retaguardia, activistas y carneros; en materia de partido somos clásicos, queremos ganar para el partido a lo mejor de la vanguardia.[14] Pero no queremos hacer un sindicato que se encierre bajo siete llaves y diga que “ahora que tenemos el sindicato, resuelve todo la dirección del sindicato”, y la vanguardia, la base y el activismo no resuelven nada (como es el caso de la lista Negra del Sutna en la Argentina).[15]

Vuelvo a Dialéctica de la naturaleza. ¿Cuántos la han leído en esta sala? No muchos. La frase que les dije al comienzo, “con la humanidad entramos en la historia”, en realidad está tomada de Gianbattista Vico, filósofo e historiador de la primera mitad del siglo XVIII. Vico afirma que, a diferencia de la naturaleza, a la historia la podemos conocer porque la hacemos nosotros. Hay otro concepto, del marxista italiano Antonio Labriola, de fines del siglo XIX, el maestro teórico de Trotsky, que lo estudio en la cárcel en su primera detención antes de la Revolución de 1905. Labriola dice que la humanidad está caracterizada por una “doble naturaleza”: la natural y la artificial, esta última creada por los seres humanos; las ciudades, por ejemplo.

¿Adónde voy con todo esto? A criticar la teoría de la revolución que dominó el trotskismo en la segunda posguerra, que era objetivista, es decir, rompió para el lado objetivo la tensión dialéctica entre sujeto y objeto que caracteriza al marxismo.[16] En el marxismo, la síntesis es producto de la actuación de elementos subjetivos y objetivos. Las leyes de la economía, ¿son objetivas o subjetivas? Las dos cosas. El filósofo marxista checo Karel Kosik dice que la economía es una forma hipostasiada de la acción humana. ¿Quién está detrás de la economía? ¿La naturaleza? No. Pero tiene una objetivización, no funciona a voluntad: podemos votar acá subir el PBI, y no por eso va a subir. En la economía política la acción humana está “perdida”, porque es producto de un montón de acciones; Kosik habla de este mecanismo como de una pseudoconcreticidad donde el lado activo queda oculto detrás del resultado.

Esta objetivización, que funciona para la economía, no funciona para la revolución. Es inconcebible la revolución sin la acción de la clase obrera, sin organismos de poder, sin sangre, sin guerra civil, sin partido revolucionario, sin militantes, sin cuadros. Pero la idea de revolución que había era objetivista, de que la revolución se hacía sin sujetos, mecánicamente.

Este primer tomo tiene varios capítulos. El segundo está dedicado a la teoría del Estado: ¿cuál es la definición clásica que todos manejamos?: el Estado es una herramienta de la clase dominante, “la junta que administra los negocios comunes de los capitalistas”, según Engels. La primera parte de El Estado y la revolución está dedicada a eso: al carácter de dictadura de clase de todo Estado. Pero hay otra connotación del Estado en la obra de Lenin a la cual se le ha prestado menos atención y es fundamental para la dictadura proletaria: el Estado separado de la sociedad, la idea del Estado como aparato ajeno a las masas. Y hay una definición de Lenin: la dictadura proletaria, o el Estado obrero –explico en el libro la profunda diferencia entre ambos conceptos– es un semi-Estado proletario, no un Estado hecho y derecho, porque tiende a ser un aparato vinculado a las masas y no ajeno a ellas. Es lo que decía el compañero que me antecedió en este panel sobre “la democracia como forma y contenido”, la sociedad que se autogobierna estando en el Estado, con sus partidos y organismos; ante esta “duplicación”, el Estado tiende a desaparecer como tal. Esta es una idea que recorre el libro y que es importantísima para el balance del estalinismo.

La otra idea ya se las dije: anticapitalismo y socialismo son cosas distintas. Estratégicamente nuestra lucha es por la revolución socialista, con el protagonismo del partido, la vanguardia y las masas, y con el poder de la clase obrera, con los medios de producción en manos de la clase obrera. ¿Qué es lo que define el carácter de clase del Estado en la transición? Para nuestra corriente, lo define la clase que está a cargo del Estado, que está de manera efectiva en el poder, no si la propiedad es estatal o no lo es.

¿De quién es la propiedad privada? De los empresarios. La propiedad pública, ¿de quién es? Del Estado. ¿Y el Estado de quién es? Recién alguien dijo “es de todos”, y todos se mataron de risa. Bueno, ahí hay un problema teórico.[17] En los países del Este de Europa los trabajadores decían lo siguiente: “la propiedad que se declara de todos, no es de nadie y se la afana el más vivo”. Si la propiedad estatal fuera realmente de todos, nadie se reiría cuando lo decimos. Y si la propiedad estatal no es de todos, te dedicás a afanarle al Estado para poder vivir. Como pasa en Cuba y pasó en todas las sociedades burocratizadas: todo el mundo roba para sobrevivir, porque consideran que esa propiedad no es de ellos, y tienen razón, porque el Estado no está en manos de la clase obrera; consideran que la propiedad estatal es ajena, y lo es, porque es de todos pero no es de nadie, porque la clase obrera no controla ese Estado (detrás del robo, por lo demás, están las necesidades insatisfechas).[18]

Decir que la propiedad estatal per sé es “propiedad obrera”, está mal. Porque es una definición por la negativa, y Marx dice “la obra de la revolución es negativa y positiva”: destruye el orden anterior de cosas y crea un nuevo orden de cosas; destruye la propiedad privada capitalista, pero tiene que crear una propiedad que sea de la clase obrera –tarea positiva– hasta disolver toda propiedad. Y entonces ahí, en lugar de reírse, todos dirían “sí, la propiedad estatal es de todos”. Para nuestra corriente, el carácter del Estado en la transición viene dado en que la clase obrera tenga el poder del Estado; si la propiedad estatizada es mayor o menor, es táctico, el problema es quién tiene el poder.

4- Partido, vanguardia y masas

Veamos el problema que hubo en Cuba, Yugoslavia, China, etc., donde el protagonismo del pueblo estaba absorbido por el protagonismo de los líderes carismáticos (Fidel, Tito, Mao). Fidel, que era una figura antiimperialista, pero daba discursos de 36 horas; si Fidel habla 36 horas, me voy a dormir. Está bien que los dirigentes hablen un poco más, pero no recuerdo ningún discurso de Lenin que durara 36 horas… y ese elemento subjetivo es importante: Lenin era humilde, Fidel era una figura carismática; es muy distinto. Ese elemento subjetivo representaba algo objetivo: Fidel era la “encarnación” de la revolución, y eso no funciona; hablaba 36 horas para que no hablara nadie más… El partido puede ser, hasta cierto punto, encarnación de la revolución. Lenin mismo, Trotsky lo afirma, era en cierto modo la “encarnación” en su propia persona de la revolución, pero era una “encarnación” de tipo muy distinto a la de Fidel. Lenin no perdía de vista las relaciones materiales entre masas, partido y vanguardia; no era del tipo carismático, algo que parece muy subjetivo pero es muy importante: la personalidad misma de los dirigentes. Con Lenin podríamos decir que hablaba para que los demás hablaran. Con Fidel no: la consigna era “comandante en jefe, ordene”. Fidel hablaba para que los demás no hablaran.[19]

Ahora, aquí hay un contrapunto dialéctico casi por oposición en el vértice: el partido sin las masas no va a ningún lado; pero las masas sin partido no llegan ni a la esquina. Hay un elemento jacobino, “terrorista”, conspirativo en la revolución, que es la selección de cuadros, militantes y organismos para construir el partido. No hay movimiento obrero sin lucha de tendencias, no hay democracia obrera “a la violeta”: la lucha de tendencias es feroz y además las califica. Marx se enfrentó mortalmente a Bakunin y mandó disolver la Primera Internacional para que no se la quedara Bakunin. Los bolcheviques se enfrentaron mortalmente con los mencheviques. No hay soviets sin partidos, como quisieran los anarquistas.[20] No hay clase obrera sin ideas, y todo grupo de personas que se organiza alrededor de una idea, es un partido.[21]

Esto remite a la política. La definición de Engels de que en la transición “el dominio de las personas se transforma en la administración de las cosas”, está mal, es unilateral. Se acaba la dominación sobre las personas, pero la política continúa bajo la forma de discusión de los problemas generales de la sociedad y como lucha política, no de clases sociales, sino de grupos de opinión. Sin partido no hay nada, y sin las masas tampoco hay nada. Entonces tenés que hacer un “salto mortal” dialéctico, de las masas al partido y del partido a las masas pasando por la vanguardia, y de ahí a la síntesis: la revolución socialista.[22]

Entonces, en realidad sí habría que escribir un tomo 3; con el tomo 2 me voy a la economía… pero hay que volver al partido para que no quede una idea ingenua del mismo; el partido es piquete de ojos, lucha de tendencias, maniobras, etc.; si no, no te hacés valer. Como la obra que estoy presentando es antiestalinista, tiene inclinada la vara para el lado antiburocrático, pero por eso mismo alerto al final de este tomo I sobre el costado jacobino de todo partido revolucionario. El “arco de tensión” que significan ambos términos expresa, en cierto modo, el arco de tensión entre revolución y transición; lo veremos más abajo.

Para ejemplificar lo que estoy señalando, puedo “saltar” a mi texto “Trotsky, la Historia de la Revolución Rusa y la escuela de Lenin”. La revolución es el hecho más objetivo; estallan los campesinos, las mujeres obreras se hartan, empieza la revolución; Lenin había afirmado en enero del 17, en una charla en Suiza a propósito del aniversario de la Revolución de 1905, que su generación no iba a ver la revolución, y en marzo estalló.[23] La insurrección también se puede hacer sin partido, o más bien las semi-insurrecciones, las que voltean gobiernos pero no toman el poder. Liebcknetch proclamó la insurrección en Berlín y a los 15 días estaban asesinados él y Rosa Luxemburgo. Se juntaron cien personas, proclamaron la insurrección y se fueron a la casa; no organizaron la conspiración. ¿Cuál es el elemento conspirativo?: la organización concreta de la toma del poder. ¿Quién realiza ese elemento conspirativo?: el partido revolucionario. Estas cuestiones estratégicas están en el libro.

Rosa Luxemburgo, gran revolucionaria, predicaba sólo la huelga de masas: no alcanza. Se le perdía el momento insurreccional y conspirativo porque tenía una idea débil, “espontaneísta”, de partido. Hay un arco de tensión enorme entre lo objetivo y lo subjetivo; entre las masas y el partido hay una dialéctica bien compleja. El partido es lo menos objetivo de la subjetividad de las y los trabajadores. Si no lo construye su militancia, no lo construye nadie. Los sindicatos, los movimientos, son más espontáneos, más “naturales”, el partido no; es como la relación entre lo particular y lo universal: lo primero aparece más directamente en la experiencia, a lo universal hay que conquistarlo, y eso requiere de un esfuerzo suplementario. [24]

El mecanismo de la subjetividad de la clase obrera es un mecanismo complejo, combina determinaciones complejas. Y esta discusión tiene inclinada la vara, como toda discusión; Karel Kosik decía que todo debate y toda polémica es unilateral, y Spinoza que “toda afirmación es una negación”. Este libro es antiestalinista, es contra la burocracia, tiene un ángulo muy democrático; si hacemos otro libro, va a tener otra inclinación. Además, este libro agarra también a la socialdemocracia pero agarra más al estalinismo en la crítica del administrativismo de ambos; esas son las dos burocracias traidoras del siglo XX: el estalinismo en el seno de la revolución anticapitalista, la socialdemocracia en el seno de la democracia burguesa. Como toda afirmación es una negación, hay unilateralidades; no ser unilateral y al mismo tiempo no ser ecléctico, es muy difícil.

¿La burocracia, entonces, qué fue? Las clases sociales, ¿dónde se forjan? No en las huelgas, ahí se forja la conciencia de clase; pero las clases sociales como fenómeno estructural, se forjan en la economía. Y las burocracias, ¿dónde se forjan? En el Estado. Entonces esto que decimos en el libro de “clase política”, ¿cómo se entiende? Una clase política es una cosa atípica, que forja sus privilegios y obtiene una cierta estabilidad, no desde la economía sino desde el Estado.[25]

Es un manejo dialéctico y no mecánico del marxismo, que sirve para algo más sencillo, para no ser una secta, para pensar la realidad con nuestra propia cabeza. Ser clásicos, pero no doctrinarios. No repetir como loros las cosas, sino aprender a pensarlas, un ejercicio que no es tan sencillo. Una capa privilegiada que no es una clase porque se forja en el poder y no en la economía: ¿cómo puede ser?, bueno, estudiémoslo. Quedarse con que no es una clase sino un epifenómeno porque lo decía Trotsky, es no pensar nada.

Esta obra intenta pensar. En la tapa podría haber un loro tachado con una cruz, quizás lo hagamos en el tomo 2. Tratamos de transmitir una cosa elemental: cuando estás intentando construir una organización revolucionaria, tenés que transmitir a la militancia la capacidad de pensar. Intentamos que todos los compañeros y compañeras se desarrollen cada uno en su punto fuerte, y aprendan a pensar. Si sos un doctrinario, vas a enseñarle a todo el mundo a repetir como loros viejas ideas.

Y esto no es porque se nos ocurrió, sino también por la experiencia del estalinismo. Muchos de ustedes han leído seguramente El hombre que amaba a los perros de Padura. Bensaïd tiene una definición muy buena referida al “heroísmo burocratizado” de los militantes de los años 30, aquella gente heroica que creía en el estalinismo, como Mercader, que dice: “a mí me enseñaron que la persona no es nada y que la masa es todo”. Esa es la experiencia del Este europeo según cuentan Kuron y Modzelewski: “en los grupos colectivos del estalinismo, no valíamos nada, lo que valía era el todo”, ¿y el todo qué era?, era el partido estalinista, la burocracia. Todo lo contrario de la frase de Marx: “el desarrollo de cada uno da la medida del desarrollo de todos”, algo que parece “anti sentido común” del marxismo, porque al mismo tiempo la personalidad humana se forja en la acción colectiva, pero no se disuelve en ella, se desarrolla.

Hay así miles de cosas profundas, teóricas y de principios, que el estalinismo arrastró por el barro, desnaturalizó. Y que tienen un hilo dialéctico de continuidad que termina en gas pimienta, enfrentamientos, peleas con las provocaciones de la lucha de tendencias, su permanente “guerra de guerrillas” (tenemos que transformarnos en los mejores “guerrilleros” en ese sentido), etc., la ciencia y el arte de la lucha de clases revolucionaria. Pero una cosa son esas reglas en un destacamento militante consciente y otra cosa en un aparato, son reglas distintas.

5- La revolución como hecho sangriento

Hay algunas cosas que quiero tomar para el cierre; a todo no voy a poder responder. Primero lo de Frank. Lo que él dice no se puede naturalizar, porque estamos rodeados de corrientes que dicen que “el debate sobre el estalinismo no tiene la menor importancia”… Eso es de vacas y boleadoras: con las vacas no hace falta hacer balance del estalinismo, para plantar soja tampoco. Pero con el tercio del mundo donde el capitalismo fue expropiado, que atrapa la experiencia humana y su descendencia, ¿cómo que el balance del estalinismo no es importante? Hoy hay seis o siete mil millones de personas en el mundo, con más de dos mil millones en esos países.

Frank viene de Cuba, que evidentemente en América latina es una experiencia de altísimo impacto. Y, efectivamente, creemos que Cuba no es capitalista, que hay conquistas que defender. Pero también opinamos que no es un Estado obrero y que no se puede convencer a ningún obrero de que esos burócratas que gobiernan son un Estado obrero. Consideramos que es un Estado burocrático con restos de las conquistas de la revolución, por ejemplo la independencia respecto del imperialismo.

Pero la experiencia de Frank, que además es activo y está acá presente en esta charla, lo que tiene un valor muy grande, es la experiencia de China y las generaciones que siguieron, es la experiencia del Este europeo, de Rusia… o sea, es la experiencia de una proporción inmensa de la humanidad cuyas consecuencias universales se sienten hasta hoy. Y es la experiencia del resto de la humanidad, donde el trabajador te repite “yo no puedo gobernar, no tengo calificación” y además “el socialismo fracasó”.

Habla también de un período histórico. Acá está Churrasco, un amigo mío y compañero obrero de una tradición enorme. Churrasco conoció al Topo, de una generación anterior a la nuestra, que se hizo guevarista en la Ford. ¿Hoy quién se hace guevarista en la Ford? Se pueden hacer mileístas, pero no guevaristas. Un compañero decía recién que hoy en día no se debate ni el autonomismo, no se debate nada, porque hay un bajo nivel de politización general por falta de radicalización.

En la medida en que se empiece a radicalizar la clase obrera, se va a empezar a discutir todo de vuelta, porque si no, tendríamos que imaginar una clase obrera sin representaciones del mundo, y no hay personas sin representación del mundo (toda persona es filósofa, afirmaba Gramsci). Hoy estamos en un grado muy bajo de las representaciones. Y parte del origen histórico de esta elaboración, de esta obra, es hacernos cargo de nuestra parte, pasar balance del estalinismo. Parte del origen de nuestra corriente, un grupo de 40 militantes en aquel momento (1989), fue hacernos cargo de un debate estratégico, histórico, sobre la caída del Muro de Berlín. Ese debate estratégico es como un “puente entre generaciones”, porque cuando la clase obrera a nivel mundial, con la juventud, se empiece a radicalizar en serio, va a resurgir todo el debate de ideas.

El debate de ideas es connatural a la clase obrera. En el siglo XIX, el de Marx y Engels era con el cooperativismo y los utópicos: Proudhon, Saint Simon, Fourrier; luego con el blanquismo. La Primera Internacional era un frente único de tendencias, menos organizado que hoy, entre blanquistas –sucesores de Buonarroti y Babeuf–, que eran conspirativos; Bakunin, el anarquismo antiestatal en abstracto pero perdiendo de vista la base material de la sociedad; los proudhonistas cooperativistas defensores de la pequeña propiedad privada; y los internacionalistas, seguidores de Marx, que eran minoría. Además empezaban a surgir también los sindicalistas, que eran la mayoría, y hoy son los reformistas del Labour Party en Gran Bretaña.

Cuando se muere Marx, sobrevive Engels y funda la Segunda Internacional, donde fue mayoritario un marxismo evolucionista, muy influenciado por las ciencias naturales y la teoría de la evolución mecánicamente agarrada. Se hizo de masas la socialdemocracia y el evolucionismo, y las corrientes fuertes eran las kautskyanas y Bernstein; eran otros interlocutores que también parecían abrevar en el marxismo clásico.

El marxismo revolucionario, nuestra tradición, surge como ala izquierda de la socialdemocracia. Es el marxismo encarnado en Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Gramsci, Rakovsky, donde Lenin tiene más claro el problema de organización, de la subjetividad de la clase obrera; Trotsky el problema de la revolución permanente, de la estrategia; Rakovsky el de la burocracia estalinista emergente; Rosa Luxemburgo las motivaciones socialistas autoemancipatorias, y Gramsci fue el gran filósofo político de esa generación.[26]

Luego de eso, el marxismo revolucionario, nuestra corriente histórica, queda en extrema minoría por el surgimiento de un fenómeno nuevo, el estalinismo, que para las generaciones sucesivas fue el “socialismo”. Surge en varias variantes, ninguna socialista revolucionaria, y surgen renovaciones estalinistas como el maoísmo, y surgen el guevarismo, el castrismo y Ho Chi Min. Nuestra corriente histórica bolchevique-leninista se forja en los campos de concentración del estalinismo en la URSS; ese es nuestro heroico origen; esa es “nuestra medida de las cosas.[27] Surge ahí una corriente minoritaria que se dio en llamar trotskismo, con la fundación de la Cuarta Internacional en el 38.

Pero la Cuarta Internacional en minoría se divide en mil pedazos, no porque tuviera algo malo en sí misma, era la continuación de la tradición histórica del marxismo revolucionario, sino porque las condiciones objetivas eran muy difíciles.

Estamos hoy en otro momento. Luego de la caída del Muro de Berlín y la idea del fin de la historia, la historia materialmente se reabre. Y con el desequilibrio mundial que hay, eso materialmente te lleva a un mundo con revolución y contrarrevolución. Ya el mundo no es reformista; cuando se amenazan con tirarse cohetes nucleares… la cosa reformista queda tecleando.

Entonces surge el marxismo en el siglo XXI. ¿Y qué tiene qué hacer? Lo mismo que hicieron Marx y Engels en una obra llamada “La sagrada familia o crítica de la crítica crítica”. Esa crítica de la crítica crítica es lo que tratamos de hacer humildemente nosotros, que es poner en “paralelo” la realidad actual y la experiencia histórica con toda la elaboración anterior, para intentar aportarle a la lucha de clases una herramienta poderosa que no tiene. ¿Qué es lo que no se tiene en Cuba? Un balance y una síntesis, una crítica radical por la izquierda al castrismo. No hay síntesis, no solo en las masas cubanas, sino en Comunistas, un grupo de treinta o cuarenta jóvenes. ¿Qué opina Comunistas que es Cuba? Frank está contribuyendo a que se entienda; pero entre los nueve millones de cubanos… un grupo de sólo cuarenta compañeros no puede definir qué es Cuba.

Pero al mismo tiempo estamos debatiendo con Frank acá, y guárdenselo para la polémica con las corrientes que dicen que no importa el debate sobre el estalinismo para las nuevas generaciones. Mirá si vas a decirles en Cuba a las nuevas generaciones que el balance del estalinismo no importa: sin balance del estalinismo, lo único que les queda es la vuelta al capitalismo. Lo que dice Frank es que hace falta algo que ayude a construir la crítica de la burocracia por la izquierda, no por la derecha. Si decís que Cuba es un capitalismo de Estado está mal, es una abstracción, que además pierde la conquista de la independencia de Cuba respecto del imperialismo. Y si decís Estado obrero, te dicen “no, pará, qué Estado obrero ni ocho cuartos”. Eso es tomar a la clase obrera por estúpida, lo venimos diciendo hace muchos años. No hay un solo obrero de Rusia, China o el Este de Europa que te diga que esos eran “Estados obreros”: algo está mal. Obviamente en la década del 30 sí te lo decían un montón de obreros que habían vivido la revolución, pero después…[28]

Entonces, tomando como referencia a Frank y la pregunta del recorrido de nuestra corriente, necesitamos construir una corriente que haga un intento de nueva síntesis, porque estamos sin síntesis, más perdidos que turco en la neblina; de ahí el aporte de esta obra. Aquí viene otra cosa importante: ¿entonces nos sentamos en la biblioteca y nos ponemos a estudiar? En una oportunidad Marx fue a un balneario; viene un periodista yanqui a hacerle un reportaje –Marx ya era conocido en determinados círculos intelectuales y periodísticos además de en la vanguardia obrera y socialista–, y le dice “usted que es un gran pensador de la humanidad, yo espero de usted una definición sobre qué es la vida”. El tipo esperaba que le recitara alguna tesis doctoral, y Marx, luego de pensar unos instantes, le responde sencillamente: “la vida es lucha”. El periodista se queda duro y le repregunta: “¿perdón, como dijo?”. Y Marx le responde: “lo dicho, la vida es lucha”. Eso es profundo; construir una corriente es lucha, no es una cosa de gabinete. Cualquier tarea que hacemos en el partido tiene un componente de lucha, de combate, de imponerse frente a la adversidad, de ir contra la corriente, que es la definición por antonomasia de qué es ser de vanguardia.

Preguntaban sobre el objetivismo y el catastrofismo (y, a contrario sensu, sobre Raymond Williams y su obra Marxismo y literatura). Es una ruptura del marxismo por el lado objetivista. También las hubo desde el subjetivismo, pensarnos sin tener en cuenta las condiciones de existencia. Es lo que decía Frank sobre Callinicos, no ser consciente de los privilegios que tenés. Muchas veces las corrientes europeas son eurocéntricas y no son conscientes de sus condiciones de vida.

Al mismo tiempo, acá también tenemos que ser conscientes de nuestras condiciones de existencia. Yo siento que este libro se pudo escribir sobre todo por un conocimiento y una experiencia personal en la clase obrera. Pero si me dicen “¿vas a escribir un libro sobre el capitalismo?”, digo que no, no se puede escribir sobre el capitalismo desde la Argentina actual, donde el subte anda “tirado por bueyes”. ¿Una radiografía del capitalismo actual desde Buenos Aires? Si vas a San Pablo, Buenos Aires parece una ciudad de 1940, es un desastre, ni nos damos cuenta del “vaciamiento del capitalismo”, de la decadencia capitalista que se vive en el país.

Un libro como este sí se puede escribir, porque en la Argentina hay lucha de clases, una inmensa tradición de la clase obrera, cosas objetivas que permiten una subjetividad, desarrollar conclusiones. También porque el partido es muy juvenil pero tiene una relación de afecto y sensibilidad con la clase obrera. Y no podría haber escrito esto sin haber militado con Churrasco, con Cantero, con el Topo (segundo dirigente detrás de Delfini en la toma de la Ford en 1985), con los compañeros obreros con los que milité en los años 90. El Topo me decía “Bobby, basta, la revolución rusa fue burguesa”; yo le decía “no te pases de mambo, había soviets, estaba Lenin…”. Esa reflexión hacíamos en casa del Indio (compañero de base de la Ford, ex viejo MAS, hoy peronista) en un curso sobre la revolución. Si hablás de la clase obrera y no la conocés, es jeringozo.

Esto se conecta con que la clase obrera es una clase universal. Los esclavistas tenían el interés particular de la esclavitud. Los señores feudales en su feudo. La clase burguesa, la propiedad privada. La clase obrera no tiene un interés particular en generar una nueva explotación. Marx dice que es una clase con cadenas radicales, que no tiene ningún interés particular salvo el interés universal de acabar con todo tipo de explotación y opresión. No es una clase que emerge para transformarse en clase histórica sobre la base de nuevos privilegios; emerge como clase histórica –es una apuesta, todavía no ha logrado serlo– sobre la base de carecer de todo privilegio. Eso también es una novedad histórica. Una cosa es emerger teniendo privilegios que te dan cultura y otras cosas; pero la clase obrera no tiene privilegios, y está llamada a encabezar la emancipación humana porque no hay otro sujeto de la explotación.

La clase obrera en el poder tiene un problema. Al no ser una clase con tradición de mando y dominio, puede ser sustituida por una burocracia, que es el texto de Rakovsky “Los peligros profesionales del poder”, una diferenciación funcional que se transforma en privilegio social. Una clase que no tiene tradición de mando y dominio puede segregar fácilmente una burocracia que la reemplace. Y esa burocracia, al estabilizar sus privilegios, se transforma en una clase política que se apropia de la riqueza social desde el Estado y no desde la economía.

Marx delimita muy bien la revolución política-social de la revolución social propiamente dicha. Nosotros tendemos a decir “revolución social” porque se expropia a la burguesía. Marx dice: “la revolución política con un contenido social es una cosa coherente; la revolución social con un contenido político es una abstracción”. La obra de la revolución política es la destrucción, acabar con el poder anterior consagrado; llevar al poder a otra clase en la superestructura. La obra de la revolución social es la transformación social, acabar con la explotación o la autoexplotación del trabajo; pero para eso hace falta transformar la economía y transformar la vida cotidiana de la gente, desarrollar las fuerzas productivas, y no se acaba con la explotación al otro día de la revolución.

La economía no se modifica con decretos o con actos políticos. Hay una frontera entre economía y política aunque el Estado intervenga en la economía; son esferas de orden distinto (Naville). La revolución político-social, como acto político, acaba con el Estado burgués y establece una dictadura del proletariado. Pero la revolución en el terreno económico-social y de la vida cotidiana requiere de una transformación en ese terreno, un crecimiento de las fuerzas productivas que requiere de tiempo; un cambio cultural, de prácticas culturales. Entonces, antes de acabar con la explotación, hay autoexplotación, y también subsistencia de prácticas sociales ancestrales.[29]

Esta diferenciación de Marx entre revolución política y social está en sus textos de 1843 o 44, y parte importantísima de la teoría del Estado y la teoría de la revolución está en el joven Marx. Y nunca escuché que Marx dijera “me autocritico de mis textos de 1843” (Draper), solo a Althusser se le ocurrió… y después tiró a su esposa por la ventana.

Hay una pregunta conexa, que es cómo hizo la burocracia para frenar la creatividad de la clase obrera. El mecanismo de la revolución es muy complejo, delicado. La vanguardia tiene que arrastrar a la retaguardia o por lo menos lograr su anuencia pasiva para la revolución. Y para hacer de “camión de remolque” hace falta el partido, y forjar al partido como destacamento de vanguardia. La violencia es la partera de la historia (de una historia que esté más o menos “lista” para ella); sin violencia no hay revolución.[30] Y sin un partido leninista, bolchevique, duro, no hay revolución, porque la lucha de clases es muy dura, y ahora más (no hay revolución sin guerra civil ni sin guerra entre Estados. Y ahora con un dron te descabezan la dirección). ¡Cuando ocurra la próxima revolución socialista va a correr sangre a raudales!

Pero después de la revolución, necesitás comprometer más al resto de los compañeros y compañeras, tenés que ampliar, no te alcanza con el “partido jacobino”, no te alcanza con la vanguardia. Y tenés el problema de los sin partido; si la clase obrera no se politiza es un lío. Trotsky empezó a inventar, como cuenta en Problemas de la vida cotidiana: reemplacemos los ritos de la iglesia por el cine. Es la revolución viva, no te alcanza con la vanguardia, no podés seguir arrastrando

¿Qué es lo que desmoralizó a la clase obrera rusa? La derrota de la revolución alemana. Las leyes son iguales en lo complejo que en lo simple; veamos el Sutna: si a Fate le va bien, Firestone y Pirelli se entusiasman; si a Fate le va mal, se bajonean. Las leyes que rigen la lucha de clases en condiciones revolucionarias no son distintas de las que rigen la lucha de clases cotidiana, son las mismas, solo que tienen una amplitud universal distinta.

Está bien lo que decía recién un compañero de que las leyes sociales no tienen la misma rigidez que las leyes naturales. Engels dice que podemos manejar las leyes de la naturaleza conociéndolas, pero no las podemos cambiar. Las leyes sociales sí podemos cambiarlas. La planificación obrera y socialista como hecho consciente sustituye la espontaneidad del mercado, eso es una ley, pero tiene que ser hecha por la clase obrera.

El concepto mismo de ley tiene un montón de matices. Tampoco hay una frontera mortal entre ley natural y ley social, también sería un error. Hay esferas de actuación, pero también es parte del pensamiento ecológico moderno, en eso no somos marxistas occidentales, no opinamos como Lukács (al menos el Lukács joven de Historia y conciencia de clase) que las leyes naturales y las leyes de la sociedad están completamente separadas. Porque en cada uno de nosotros hay una complejidad que va desde la psicología hasta la biología, nadie puede sacarse la cabeza y caminar con su “parte natural”. El pensamiento marxista ecológico recoge la totalidad humana.

Hay dos antecedentes filosóficos, que vienen de los griegos, tanto en el pensamiento materialista de los presocráticos como en el pensamiento dialéctico de Heráclito. Y hay mucho también de Epicuro, que era antipolítico pero era un materialista convicto y confeso: decía que no nos hagamos mala sangre con la muerte, porque donde vos estás, la muerte no está, y donde está la muerte, vos no estás, así que tomate un vino; es re materialista y profundo Epicuro.

También en el terreno teórico hay una doble valorización del pensamiento marxista; por un lado por la cuestión ecológica del materialismo, y por otro lado –esto más nosotros– por la revolución y la dialéctica, que se vuelven a unir; el marxismo occidental las dividió: Perry Anderson, Althusser, Colletti. Es muy difícil pensar estos problemas sin pensar en los dos planos orgánicos de la filosofía marxista: el materialismo y la dialéctica como una totalidad inescindible.

Y la discusión del estalinismo nos obligó a ir a Marx. Había una discusión que era como un perro que se muerde la cola (ya lo señalamos arriba): Trotsky dijo esto, no, dijo aquello, etc. (los trotskistas como los exégetas en la Edad Media). Entonces, vamos a Marx y volvemos, no es que hay una mera vuelta a Marx, pero veamos qué decían Marx y Engels. Por ejemplo, Rakovsky, que tenía diez años más que Trotsky, le decía que no se dedicara sólo a los temas del día y se dedicara también a temas más de fondo, para sacarse de encima la obsesión de lo mal que los estaban tratando. Y en Rakovsky se nota mucho que tenía muy leídos a Marx y Engels, más que Trotsky.

En fin: el marxismo en el siglo XXI es un esfuerzo abierto de síntesis entre el marxismo clásico, el marxismo revolucionario y la experiencia del siglo pasado. Un aporte a las revoluciones que están en el porvenir y a la formación y vivificación de nuestra militancia y de todas y todos los que tengan interés en este apasionante debate.

Bibliografía

Ernst Bloch, La philosophie de la Reinaissance, Payot, París, 2007.

Marc Ferro, La Gran Guerra 1914-1918, Alianza editorial, España, 2014.

George Lukács, El asalto a la razón, Grijalbo, Barcelona, México, 1968.

Roberto Sáenz, “Trotsky, la Historia de la Revolución Rusa y la escuela de Lenin”, izquierda web.


[1] No somos afectos a las teorías literarias estructuralistas o posmodernas que disuelven al autor de una obra en no se sabe qué “totalidad”. Teorías objetivistas de la literatura por oposición al otro polo dialéctico igualmente unilateral: la teoría subjetivista donde el contexto no tendría importancia alguna. Trotsky decía algo agudo al respecto cuando señalaba que en la cabeza del escritor bohemio estaba hasta la cuenta que le pagaba a la patrona por su alquiler, para señalar que los escritores se manejan con las cosas “tangibles” del mundo y no sólo con ideas inmateriales.

[2] El marxismo mecánico no entiende el lugar de las personas en la historia. Disuelve la personalidad en una totalidad abstracta; el marxismo sociologista tiene esta marca en el orillo. Debería estar claro a esta altura de las cosas que no me gusta la sociología. Mandel es el autor clásico del trotskismo de posguerra marcado por un tipo de sociologismo objetivista y economicista; Deutscher, ni hablar.

[3] Marc Ferró, historiador francés, destaca esto en su obra sobre la primera guerra: “Para los combatientes franceses, ingleses o alemanes no existía equívoco: la guerra tenía por objetivo la salvaguardia de los intereses reales de la nación. Pero tenía, además, otro significado: al marchar a la guerra, los soldados de 1914 hallaban un ideal de recambio que, en cierta manera, sustituía las aspiraciones revolucionarias (…) estos jóvenes parten a la guerra como a la aventura, felices por cambiar la vida, por viajar” (La Gran Guerra 1914-1918). También otros historiadores, en este caso de la Segunda Guerra Mundial, señalan el impacto sobre los soldados rusos de ver las autopistas (autoban) en Alemania en comparación con las rutas de tierra de la URSS… En todo caso, el fervor patriótico del comienzo de la guerra se transmuta en odio y pérdida de sentido, y de ahí se “salta” a la lógica revolucionaria que parte materialmente de ese “mundo descubierto”, de esa ruptura de la normalidad de la vida.

[4] Para el tomo 2 hay dos tipos de exigencias: a) por un lado, tengo la ambición de repasar todas las escuelas del marxismo del siglo XX, b) hay capítulos enteros que no están escritos, algunos quizás correspondientes al tomo I que no llegué a tratar, además de temas muy complejos que sólo podré esbozar, porque uno no es “especialista” en todo sino en muy pocas cosas.

[5] Mecánicamente: la suma de la revolución industrial y la Ilustración pasando por el Renacimiento.

[6] Gordon Childe no era antropólogo sino uno de los arqueólogos marxistas más importantes del siglo XX, pero su obra es brillante en muchos de estos aspectos. Una de las más conocidas se titula “Cómo la humanidad se hizo a sí misma”.

[7] Esfuerzo consciente que se alimenta no solo de lo que no se quiere sino también de lo que se quiere: los sueños que se sueñan despiertos de los cuales nos habla Ernst Bloch. Los sueños de emanciparse de la brutalidad que tienen los palestinos, por caso.

[8] Humanismo e implacabilidad revolucionaria no se contraponen. No se trata de un humanismo burgués sino de un humanismo socialista que supone que la revolución está por encima de todo. En esto Víctor Serge se equivoca: supone que la intangibilidad de la vida humana en abstracto está por encima de todo, y no es así. La guerra civil tiene leyes de hierro objetivas: si el enemigo fusila, vos no podés abstenerte de fusilar. Que el “grupo de fusiladores” no se autonomice es algo que debe controlar la dictadura proletaria, pero es un tema aparte. En total, la revolución socialista es humanista en el sentido emancipatorio. La contrarrevolución burguesa o burocrática no es humanista evidentemente, porque su fin es explotador y opresor. La transición socialista es la aspiración al máximo desarrollo de cada persona; si esto no es así, algo está mal. Nuestro humanismo es profundo, pero está históricamente condicionado a las condiciones de la lucha. A la sangre sólo se le puede responder con sangre.

Por lo demás, un trabajo totalmente desencaminado es Comunismo y terror del filósofo francés existencialista Merleau Ponty, que justificaba la violencia de la contrarrevolución y no de la revolución: justificaba las Grandes Purgas de Stalin. Nuestra obra desarrolla ampliamente esta temática, así que hay que leerla.

[9] Moreno fue uno de los exponentes máximos de este ingenuo objetivismo. En una de sus escuelas a comienzos de los años 80 graficaba la revolución socialista como un coche que se pone en una pendiente y marcha solo, sin conductor, hacia la bocacalle del “socialismo”…  Todo eso suponía, evidentemente, un conjunto de asunciones mecánicas que la historia del propio siglo se ocupó de desmentir. Sobre todo la idea positivista de que la historia iría hacia un solo lado: el socialismo.

Pero como decía el recientemente fallecido marxista cultural Fredric Jameson, hoy vivimos todavía una “vuelta de campana” espectacular: es más fácil –en la cabeza de la gente– pensar en el fin de la tierra que en el fin del capitalismo.

[10] Acá témenos dos referencias a obras de Bloch (híper sensible y profundo) y Lukács (pedagógico pero algo positivista): La philosophie de la Renaissance y El asalto a la razón. Como ya citamos a Bloch al comienzo de este artículo, ahora citamos a Lukács, pero en sentido contrario y acerca de algo de lo que ya se quejaba Marx respecto del pueblo alemán: “El factor más esencial de todos es la psicología de súbdito del alemán medio, incluso la del intelectual (…) psicología que no hizo crisis, ni mucho menos, con la revolución de 1848 (…) la política de campanario dejó el puesto a la política mundial, pero la actitud sumisa del pueblo alemán ante la ‘superioridad’ no experimentó, en ese proceso, más que cambios muy insignificantes (…) Y así, la pintura trazada en 1919 por Hugo Preuss es válida (…) ‘El pueblo más gobernable del mundo son los alemanes (…) pueblo que (…) en lo tocante a los asuntos públicos, no está habituado, ni tampoco lo quiere, a obrar espontáneamente sin las órdenes de la superioridad o en contra de ellas (…)” (Lukács, 1968:47/8).

Evidentemente esto tuvo su mentís en la revolución de 1918/23 y en el levantamiento antiestalinista de 1952 en Berlín. Sin embargo, entre el híper control burocrático de las organizaciones obreras y la idea anarquizante de las cosas, no se encontró un punto medio (ese fue uno de los grandes problemas del PCA en su periodo revolucionario a comienzos de los años 20).

Por otra parte, se ve que los problemas de la subjetividad no son propios de los pueblos orientales… un camarada nos preguntó si en ese sentido India es igual a China. Nos falta estudiar hasta el final el reciente texto de Yunes para tener al menos una idea aproximada del tema, pero en todo caso el brahmanismo, religión oficial de India, tiende a un individualismo y espiritualismo desapegado de las cosas terrenales muy extremo.

[11] Para decirlo redondamente, Roland Lew y Hal Draper insisten, precisamente, en que la filosofía política del marxismo es la de la autoemancipación de las masas; que ese aporte tiene tanto valor como su crítica de la economía política. Aunque a ambos, en la cadena del razonamiento y de las determinaciones, se les pierde el elemento más subjetivo de la subjetividad de los explotados y oprimidos y su punto nodal: el partido revolucionario, a Lew por luxemburguista y a Draper por “marxista de Marx” (una idea algo espontaneísta de la organización política de la clase obrera. Ver al respecto mi tomo 1).

[12] El consejismo llegó a mezclar todo y cuestionó a la Revolución Rusa como si fuera una mera revolución burguesa (el último Korsch, Pannekoek, Matik, etc.). Ridículo mecanismo como reverso del mecanicismo clásico de la II Internacional: no saber apreciar las desigualdades entre tareas, sujeto y método. Kautsky fue el ejemplo por antonomasia de esta ubicación desde el oportunismo.

[13] Filosóficamente, acá se establece una conexión entre forma y contenido que está muy desarrollada en la obra: transformaciones de tipo socialista con millones de asesinados suena algo raro…

[14] Muchos de los críticos del estalinismo tienden al espontaneísmo. Cometen el error antidialéctico, también, de fundar todos los problemas en los límites de la “gestión” de Lenin y Trotsky del poder, sin ver el salto en calidad que supuso el estalinismo.

[15] Se trata del sindicato del neumático del país, orientado sobre todo por el PO, que no se caracteriza por concepciones democráticas y socialistas sino burocráticas y antisocialistas. La mayoría de las corrientes del trotskismo no se dan cuenta de que son anticapitalistas revolucionarias, pero de ninguna manera socialistas revolucionarias. La falta de balance del estalinismo hace estragos en este sentido.

[16] En la segunda posguerra hubo corrientes subjetivistas dentro del trotskismo, pero las más importantes tuvieron una deriva hacia el objetivismo.

[17] Hay que recordar que, clásicamente, Trotsky igualaba la propiedad estatal a la propiedad obrera. De ahí que considerara el carácter de la URSS como Estado obrero hasta el final de sus días.

[18] El robo de la propiedad estatal también puede remitir –insistimos, en medio de un estado de necesidad– a la idea individualista de que como “la propiedad también es mía y todos los burócratas la roban, yo también la robo”. Puede haber muchas representaciones detrás del robo de la propiedad estatal propia de las relaciones de producción en las sociedades poscapitalistas.

[19] El problema del rol de las personalidades en la historia está muy bien resuelto por Trotsky, de manera dialéctica. Su visión es de oposición por el vértice al objetivismo de Plejanov o Deutscher, clásicos del reduccionismo sociologista del marxismo. No hay mejor biógrafo marxista que Trotsky (recordar que tiene tres obras biográficas de importancia, que aportan al marxismo: Mi vida, terminada, y sus ensayos sobre Lenin y su Stalin, sin terminar).

Trotsky entiende el “punto de fusión” entre los elementos objetivos y subjetivos en la revolución; la generalidad de los marxistas, no.

[20] Kronstadt fue una tragedia de la revolución y, para colmo, Tujachevsky se excedió en la represión, y la demagogia anti trotskista de Zinoviev –populista irresponsable consuetudinario, una de las personalidades que más rechazamos del bolchevismo– alentó el levantamiento. Pero a nuestro modo de ver, no es el alfa y omega del balance de la revolución. Tampoco nos parece un ejemplo del bonapartismo revolucionario que practicaban los jacobinos. Lenin y Trotsky eran conscientes de que el partido y el poder bolchevique no podían navegar mucho tiempo en el “aire social” (ver nuestro “Jacobinos y bolcheviques en perspectivas comparadas”, izquierda web).

[21] Un folleto educativo de Chris Harman nos sugirió esta idea años atrás. Por lo demás, los partidos políticos son la forma por antonomasia de agrupación de personas alrededor de una serie de ideas sociales y políticas, en la modernidad (Bensaïd). Los clubes políticos de los jacobinos y demás fuerzas de izquierda de la Revolución Francesa son los antecesores de los partidos políticos modernos.

[22] El “nuevo príncipe” de Gramsci va en el mismo sentido: el nuevo vector de la creatividad histórica ya no es el viejo Príncipe, sino el nuevo, que es el partido. En realidad, es el partido en consonancia con las masas. El Príncipe de Maquiavelo aparece como consejos a un príncipe real, pero la interpretación reversible afirma que, en realidad, son consejos de política realista para las masas. El arte político “maquiavélico” no educa en la política sin principios sino en la política como es. Pero entre lo que es y lo que debe ser hay una tensión socialista que, lógicamente, a Maquiavelo no se le podía pedir. Entonces, esa dialéctica de medios y fines, tan difícil de abordar para no caer en el pragmatismo sin principios más rancio ni en el utopismo más estúpido e ingenuo, es un arte que no es fácil de practicar (“Los fines, los medios o las leyes de toda política”).

En este sentido, la obra de Althusser Maquiavelo y nosotros tiene agudeza pero, claro está, no se le puede pedir a Althusser combinación dialéctica alguna con los fines. Quizás la mejor definición de la política de Lenin es la de Trotsky: una escuela de realismo revolucionario.

[23] La llamada primera Revolución Rusa estalla a propósito de la represión del zar Nicolás en Petrogrado, en enero de 1905, a una movilización obrera que iba con peticiones para él.

[24] La conciencia popular es de “primer piso”: hay ricos y pobres, “ellos andan en Mercedes Benz y yo en bicicleta”. La conciencia política de clase es más compleja: es de segundo piso, es un trabajo suplementario sobre la conciencia elemental. Y ese trabajo suplementario requiere de manera imprescindible del partido.

Recordar a Lenin y su afirmación de lo espontáneo como forma embrionaria de la conciencia. Es decir, no hay espontaneidad pura. Los seres humanos no son como los perros de Pavlov, no se manejan por reflejos condicionados. Algún grado de conciencia siempre hay previo a la acción.

[25] El tomo 1 explica bien que el fundamento material de los privilegios de la burocracia está en la economía, en los mecanismos de autoexplotación que subsisten en la transición inevitablemente.

[26] Las vidas extraordinarias de personas extraordinarias, todas, salvo Lenin, con finales trágicos (el final de Lenin fue angustioso pero no “trágico”; la tragedia se desencadena poco tiempo antes de su muerte). Esto marca una diferencia con Marx y Engels, nuestros fundadores, que son seres humanos extraordinarios con una vida ordinaria (“Marx en el siglo XXI”, izquierda web).

[27] Otra medida de las cosas son las compañeras y compañeros que pasaron por las desapariciones forzadas en la Argentina de los 70, los camaradas del PST, partido al que reivindicamos críticamente desde nuestra corriente (tenemos pendiente el balance de dicha experiencia así como un balance sistemático de la experiencia del viejo MAS).

[28] Trotsky decía en La revolución traicionada que las conquistas de la revolución vivían todavía en la conciencia de las y los trabajadores. Años después, eso ya no era así: ¡categóricamente había dejado de serlo luego de las Grandes Purgas!

[29] Por ejemplo: la revolución no acaba con el patriarcado instantáneamente; hay que trabajar por la emancipación de la mujer y las personas lgbtt.

[30] Los tres capítulos sobre la violencia del Anti Dhüring de Engels son brillantes.

Seremos directos: Te necesitamos para seguir creciendo.

Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda Web se sustenta con el aporte de las y los trabajadores.
Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.

Me Quiero Suscribir

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí