Revolución y modernidad

El ferrocarril, una fuerza demoníaca

Il vecchio mondo sta morendo. Quello nuovo tarda a comparire. E in questo chiaroscuro nascono i mostri[1].

Antonio Gramsci.

La Revolución de 1917 es una revolución de trenes. La historia que avanza a gritos de frío metal. El palacio con ruedas del zar, desviado para siempre a una vía muerta; el vagón llamado apátrida de Lenin […]; el tren blindado de Trotsky, los trenes que se abalanzan a través de los árboles y salen de la oscuridad.

Las revoluciones, dijo Marx, son las locomotoras de la historia. “Pon la locomotora a toda velocidad”, se exhorta Lenin en una nota privada, pocas semanas después de Octubre, “y mantenla en los rieles”[2].

China Miéville

Introducción

Hace poco más de dos años, Enzo Traverso publicó su libro Revolución, una historia intelectual (2022). En esta gran obra, el autor propone una serie de tópicos en los cuales se conjuga la imagen de lo revolucionario. Quizás, su capítulo más interesante sea “Las locomotoras de la historia”, ya que, en la imagen del tren, según el intelectual italiano, se condensan una serie de símbolos que permiten hablar de la Revolución en términos generales y, en particular, de la Revolución Industrial y la Revolución Rusa.

En otro orden de las cosas, el escritor brasileño Paulo Leminski publicó en el año 1989 su libro Vida. Allí recorre la biografía de cuatro personalidades: Cruz e Souza, un hijo de esclavos que se convirtió en el primer gran poeta del Brasil esclavista; Bashô, un ronin que abandonó su vida como samurai para convertirse en un poeta viajero; Jesús, un carpintero judio que sentó las bases de un nuevo dogma con más de dos mil años; y, por último, Trotsky, que según las palabras de Leminski fue “un matemático judio que lideró la Revolución más importante de la Historia”.

Esta obra permite una lectura a partir de la propuesta de Traverso. Así, es posible rastrear la construcción y el sentido de la imagen del tren en el capítulo “Trotsky”. Para ello, además, se verá involucrado el concepto de “imágenes que piensan», o Denkbilder (2019: 16), acuñado por Walter Benjamin y retomado por Traverso en su libro Melancolía de izquierda (2019).

El tren: un símbolo

La modernidad industrial enfrentaba a las viejas formas de organización social, económicas y políticas; en este sentido, “los ferrocarriles vulneraban profundamente la vieja propiedad terrateniente y el poder simbólico de la aristocracia” (Traverso. 2022: 71). Así, comienzan a operar los sentidos connotados en la relación tren-modernidad y modernidad-revolución; pero también, el sentido entre el ferrocarril (o el tren) y la Revolución. De manera que es necesario profundizar sobre estas dos definiciones, presentes en el texto de Leminski; por ejemplo, en la siguiente cita:

El siglo XIX nació bajo el signo de dos revoluciones […],  la Revolución Francesa y la Revolución Industrial […].

La Industria alteró por completo la relación de los hombres con la naturaleza y de los hombres entre sí. Y, teóricamente, representaría el triunfo del trabajo humano, a través de las máquinas, sobre el mundo material (1989: 339).

Por un lado aparece la imagen de la locomotora; la cual debe considerarse bajo la “mirada decimonónica” que menciona Traverso en su análisis; es decir, hay que remitirse a una imagen de una locomotora a vapor, y no a las formaciones contemporáneas que son impulsadas por combustión o eléctricamente. La locomotora está asociada con la robustez, la pujanza, el vigor, con una fuerza arrolladora capaz de abrirse paso a través de la naturaleza: es el símbolo de la domesticación de la naturaleza por el hombre. Una imagen asociada al poder. En resumen, es más que un mero motor utilizado para dar tracción a los trenes: es la síntesis de la modernidad. “De necesitar un símbolo, el siglo XIX, cuando ocupe con los otros un lugar en las tablas cronológicas del futuro, tendrá casi inevitablemente el de una máquina de vapor corriendo por una vía férrea”  (Traverso. 2022: 57). Marx, con su frase “las revoluciones son las locomotoras de la historia”, señala justamente la connotación de este sentido. Al respecto, Trotsky retoma el sentido metafórico de las locomotoras, pero va un poco más allá, aggiornando la idea al quehacer revolucionario de principios del siglo XX. Dice:

Sólo estudiando los procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los caudillos que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, si no independiente, sí muy importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor (1929: 26)[3].

El absolutismo europeo se resistió, incluso violentamente, a las transformaciones de la modernidad; aunque también, los sistemas feudales se rendían ante el poder del vapor. “La era del capital coincidía con la era del ferrocarril; ambas desencadenaron un proceso de racionalización económica, social y cultural” (Traverso. 2022: 69). El tren era más que la bestia de carga más grande que haya existido: modificó la percepción del mundo. “La modernidad implicaba modernidad, y los ferrocarriles establecieron una nueva relación entre el espacio y el tiempo: las distancias parecían haberse reducido drásticamente y el tiempo se comprimían por obra de ese intenso proceso de aceleración” (Traverso. 2022: 72). Las viejas potencias feudales no podían hacer frente a este nuevo fenómeno que se abría paso sin freno. “Ningún obstáculo podía resistirse al inexorable paso del capitalismo, que traía la modernidad y destruía los vestigios del feudalismo tal como un tren en plena marcha eclipsa la lamentable e irrisoria lentitud de las carretas tiradas por caballos” (Traverso. 2022: 65).

En las artes, el viejo tópico del locus amoenus, característico de la poesía pastoril heredera de las bucólicas de Virgilio, o la literatura romántica pensada para los largos viajes en carruajes, en los que se contemplaban los espacios agrestes como lugares que dominaban al hombre, como lugares sublimes, habían sido atravesados (en algún punto literalmente) por el ferrocarril, algo que constituyó un nuevo paradigma en la representación artística. Como dice Traverso: “Marx no lamentaba el final del ‘aura’ del paisaje agrario, cuya belleza estética y soñolienta había quedado destrozada debido al movimiento espasmódico de las locomotoras, esos ‘monstruos de hierro’ de los tiempos modernos” (Traverso. 2022: 71).

En este contexto, la Rusia de los Zares era el bastión del absolutismo frente a la Europa moderna de la Revolución Francesa. El zarismo gobernaba una sexta parte del territorio del mundo bajo un despotismo inhumano. El texto de Leminski da cuenta de esta situación histórica:

Con la derrota de Napoleón, Rusia perdió su última chance de modernizarse, al estilo burgués, a través de reformas graduales e incruentas.

Ahora, solo con una revolución.

En el siglo XIX, bajo el impacto de la Revolución Industrial, la Rusia de Aliocha[4] entra en profunda crisis: la industrialización es inseparable de ciertos mecanismos liberales (1989: 336).

El aplastante desarrollo de las potencias industriales obligó al país de los Zares a adoptar reformas para promover la industria y aumentar la rentabilidad del campo. “Frente a estas realidades[…], Rusia era un anacronismo” (Leminski. 1989: 341). El régimen feudal de la distribución de la tierra colocaba grandes extensiones de tierras, y de vasallos, al servicio del señor feudal. Con la reforma zarista de la tierra, los campesinos pasan a ser propietarios de pequeñas parcelas, por las cuales deben de pagarle el doble del valor de las tierras al señor como compensación. Al mismo tiempo, estas pequeñas parcelas no otorgaban el suficiente beneficio para la subsistencia, por lo que muchas familias se veían obligadas a vender o alquilar sus tierras; y con ello, huir hacia las ciudades. Rusia logra un aumento de la productividad en el campo, aunque a expensas de un hiper endeudamiento de los pequeños campesinos, y una sobreexplotación de la mano de obra en el campo. A partir de esta nueva acumulación de capital, y gracias a los capitales de los países centrales, Rusia inició una incipiente modernización de la industria, y la infraestructura, sin tocar las relaciones políticas y sociales. Aunque como bien da cuenta el texto de Leminski, este proceso de reconstrucción político-social tuvo lugar a pesar del zarismo.

La actualización militar exige la más moderna tecnología, la industria comienza a penetrar en el imperio de los zares. La llegada del tren y de las vías ferroviarias, invención inglesa, reduce las distancias, aproxima a las personas y a los lugares, propicia el intercambio de informaciones, quiebra el huevo en el que se encontraba el mundo de Aliocha.

Sobre todo, el mundo ve nacer una nueva clase social, una clase totalmente nueva en la historia del hombre, el proletariado, la mano de obra asalariada, que trabaja en la industria, operando las máquinas, y pronto se organiza, reivindica, lucha por sus derechos (1989: 341).

La reforma agraria, que mencionamos anteriormente, aumentó la rentabilidad hasta en un 140 por ciento en la producción de cereales (Trotsky. 1985) y, al mismo tiempo, cientos de miles de personas se veían forzadas a abandonar sus tierras y asentarse en las ciudades, aumentando la cantidad de mano de obra disponible; algo que Marx llamaría el enorme ejército de reserva.

Un uso contrarrevolucionario

A partir de este recorrido, se comienza a diagramar el funcionamiento del sentido simbólico que se pone en juego en la obra de Leminski. Una propuesta de lectura sería: entender el tren como núcleo de un conflicto y una disputa política por la modernidad: es decir, por el futuro de Rusia. Entonces, hay una relación entre el absolutismo zarista y los ferrocarriles como un nuevo elemento monárquico, que estará asociado a la defensa de esa relación estamental:  un símbolo, una imágen, como elemento de represión. En este sentido, Leminski dice:

Después de ese golpe [atentado fallido en 1825], Nicolas I (quien reinó hasta 1855) instauró un férreo régimen política y socialmente reaccionario. La censura a las ideas y a la libertad de expresión se volvió más rigurosa que nunca, Rusia se transformaba en un Estado policial. A los escritores se les prohibía hacer alusión al problema de la servidumbre en el campo. Al mismo tiempo, en 1834, se instalan los primeros ferrocarriles (Leminski. 1989: 343).

Aunque esto no ocurría solo en los regímenes despóticos, era algo que podía hallarse en las relaciones inhumanas de producción que retoma Traverso, citando al propio Marx. Aquí intenta demostrar cómo la revolución industrial, con el ferrocarril a la cabeza, resultaba de un instrumento de sometimiento a los obreros, más que una herramienta emancipatoria:

En el primer volúmen de El Capital denuncia, junto con los accidentes por circulación, la elevada cantidad de víctimas relacionadas con la explotación de los trabajadores ferroviarios. Como las locomotoras, las máquinas industriales también se describían como ‘monstruos mecánicos’ poseedores de una ‘fuerza demoníaca’ (Traverso. 2022: 72).

Aquí, lo interesante es cómo aparece esta imagen de un tren como instrumento represivo, como fuerza demoníaca, y cómo se asocia con su uso por parte del zarismo. En el texto de Leminski se describe hasta qué punto se dependía del tren, que podía ser la diferencia entre la vida y la muerte:

Con la ausencia de rutas y medios de transporte [en especial del tren], e inviernos rigurosísimos, muchos grados bajo cero, ser mandado a una de estas aldeas equivalía a una muerte en vida, una vida vegetativa, sin diarios, sin posibilidades de contacto con el mundo exterior […] (Leminski. 1989: 359).

Y también:

Trotsky y los compañeros [que dirigen al soviet de Petrogrado en 1905] fueron remitidos, después de casi un mes de viaje en tren, a la colonia penal de Obdorsk, cerca del río Ob, a 1600 kilómetros de cualquier ferrocarril o puesto telegráfico. (Leminski. 2022: 377)

De acuerdo a este recorte, el zarismo se servía del elemento más avanzado de la técnica, es decir del ferrocarril, para la deportación a Siberia: esto significaba “una muerte en vida”. Además, puede verse cómo logra usar este recurso para, de alguna manera, contribuir a la imagen revolucionaria de Trotsky. En el texto, después de la aparición del tren como recurso punitivo, aparece el signo de resistencia: “rápido se vuelve líder de la Unión Siberiana Socialdemócrata, que congregaba a deportados y a trabajadores ferrocarril Transiberiano […]” (Leminski. 2022: 360). Y también: “Trotsky huye de Verjoyansk, oculto en una carroza de heno. Protegido por amigos, que le dan ropas decentes, agarra el tren hacia occidente” (Leminski. 2022: 362). En esta última cita, el tren es usado para escapar. No hay una referencia a que sea una re-significación del tren, pero es una lectura posible.

También, el ferrocarril es elegido para deportar a Trotsky hacia Siberia, después de ser denunciado por el comité central del Partido Bolchevique, en manos de Stalin. El texto de Leminski recompone ese suceso, aunque no involucra directamente al tren; para ello, resulta más acorde citar el relato de Natalia Sedova, compañera de Trotsky, que relata el momento del traslado:

A la media hora, empiezan a llegar los amigos de la estación. Primero los jóvenes, luego Rakovsky y otros. Nos dicen que en la estación se había formado una manifestación gigantesca. La gente nos esperaba gritando: ¡Viva Trotsky! Pero Trotsky no aparecía. ¿Dónde estaba? Delante del departamento que se nos había destinado, se apelotonaba una muchedumbre excitada. Unos cuantos jóvenes alzaron sobre el techo del vagón un retrato grande de L. D. [Liev Davidovich], que fue saludado con vivas estentóreos. El tren gimió, dio una arrancada, otra, una sacudida, y de pronto se quedó parado. Los manifestantes corrían delante de la máquina y se aferraban a los coches, hasta que consiguieron detener el tren, siempre vitoreando a Trotsky. Entre la muchedumbre empezó a correr el rumor de que los agentes de la GPU. tenían escondido al viajero en el vagón y que le impedían asomarse para saludar a la multitud. En la estación reinaba una excitación indescriptible. Se produjeron choques con la milicia y los agentes de la GPU., que causaron heridos en los dos bandos; practicáronse varias detenciones. Era ya pasada hora y media de la salida, y el tren no conseguía arrancar. Al cabo de un rato, volvieron a traernos el equipaje de la estación[5].

El testimonio de Natalia Sedova es conmovedor, y también expresa con mucha sensibilidad esta dinámica en torno a la pelea política por el control del tren: de un lado, desde abajo se buscaba frenar al tren para liberar a Trotsky; del otro lado, desde arriba se dictaba la orden del avance del tren como elemento represivo.

En cuanto al sentido que se le da al ferrocarril como un instrumento reaccionario, es imposible no mencionar el libro La Condición humana (1933), de André Malraux, en el que da cuenta de la feroz represión que el gobierno de Chiang Kai Shek llevó a cabo, después de la frustrada revolución obrera china; con sangrientas purgas en las ciudades, se calcula que tomó más de 30 mil vidas, en las que incluso se metió vivos a los comunistas en las calderas de los ferrocarriles. En este sentido, el siguiente fragmento ejemplifica este suceso:

Uno de los centinelas se adelantó y, de un puntapié en las costillas, le hizo dar vuelta. Se calló. El centinela se alejó. El herido comenzó a refunfuñar. Había ahora demasiada oscuridad para que Katow pudiese distinguir su mirada; pero oía su voz, y comprendía que iba a articular. En efecto: «… no fusilan: los echan vivos en la caldera de la locomotora —decía—. Y ahora silban…» Volvía el centinela. Silencio, salvo el dolor (1933: 255-256).

Antes de continuar con el texto de Leminski, es oportuno resaltar el “episodio de Kornilov”, que también estuvo atravesado por el tren; o más precisamente por la disputa política del tren.

El tren que nunca llegó

En septiembre de 1917, en época del débil gobierno provisional de Kerensky, se gestaba una ofensiva reaccionaria para barrer con los movimientos más combativos de la Rusia anterior a la Revolución de Octubre: “[…] el gobierno provisional burgués que luchó y maniobró contra la revolución y le abrió paso a Kornilov”[6]. El antiguo general Zarista preparaba un golpe, pero no solo contra los Soviets, sino también contra el propio gobierno de Kerensky. Su plan incluía liberar a la familia imperial y devolverla al trono del Palacio de Invierno. Pese a los intentos por neutralizar al ejército contrarrevolucionario; solo la organización obrera, con la dirección del Partido Bolchevique[7], logró bloquear el avance reaccionario y evitar una masacre.

La fuerza armada de defensa dependía, en realidad, de las formaciones controladas por los bolcheviques. El Sóviet[8] formó un comité para coordinar la defensa de Petrogrado. Además, el sindicato de empleados ferroviarios estorbó​ el avance de las tropas de Kornílov hacia la capital, motivados como muchas otras organizaciones a favor de la Revolución. En algunas ciudades, los ferroviarios habían bloqueado la vía con vagones cargados y levantado los rieles; los soldados no pudieron continuar avanzando y quedaron incomunicados, como bien señala Rabinowitch:

“[…] rail workers there had blocked the right of way with lumber-filled railway cars and had torn up the track for miles beyond. Not only were the troops unable to progress further by rail, it was impossible for them to communicate effectively with others elements of the divisions[9][…]” (1978: 148).

Esta demostración de poder en torno a la figura del ferrocarril, y la conspiración[10] necesaria para su disputa, representaba la levadura insurreccional, ya que “la insurrección asciende precisamente cuando no se ve más salida a las contradicciones que la acción directa”[11]¿El resultado? El tren de Kornilov, con sus tropas, no pudo llegar ni cerca de las ciudades. “El golpe de Estado fallido de Kornilov (con Kerenski y Savinkov entre bastidores) trae como consecuencia una nueva movilización del proletariado”[12]. Además, “[…] el estado de ánimo cambió rápidamente en el proletariado de las dos principales ciudades del país […]. En muchas fábricas los obreros se posicionaban por el traspaso de la totalidad del poder a los soviets y por el fin de los gobiernos de coalición con la burguesía, que habían sido incapaces de llevar adelante las demandas populares”.[13] En resumen, y con una mirada interesada, la disputa política del tren fue el germen de la insurrección de Octubre.

Un símbolo revolucionario

Ahora bien, hay un sentido revolucionario de la disputa del ferrocarril que tendrá dos momentos: un primer momento con la llegada de Lenin desde Suiza (y Trotsky desde Finlandia); y un segundo momento, con el “tren de Trotsky”. La más recordada es la llegada de Lenin; no solo por su figura, sino por las circunstancias del viaje: fue a través de Alemania en un tren lacrado. El sentido, acá sí, está casi explícito, es una amenaza viniendo del extranjero[14]; es la amenaza de la revolución: no el fantasma del manifiesto comunista de Marx y Engels, sino un fantasma real, uno de “carne y hueso”. Leminski lo narra de la siguiente manera:

Lenin es el primero en volver, en el controvertido episodio del ‘tren lacrado’. Sabiendo de las posiciones derrotistas de Lenin, las autoridades alemanas habrían autorizado el pasaje de un ‘tren lacrado’, transportando al líder y compañeros cercanos, a través de toda Alemania, hasta Rusia […].

También en tren, un mes después que Lenin, el día 17 de Mayo, Lev [Trotsky] llegó a Petrogrado, donde fue recibido triunfalmente, con multitudes agitando banderas rojas (Leminski. 2022: 392).

En resumen, el tren trae a la Revolución en un sentido simbólico, aunque también  permite lecturas más literales de ambos sucesos.

En un segundo momento aparece el tren de Trotsky. En el año 2017, en el centenario del aniversario de la Revolución Rusa, Netflix subió a su plataforma una serie titulada Trotsky. Si bien la tergiversación en la serie es total, usaron una imagen de un tren acorazado para el poster de presentación, como puede observarse en la imagen de referencia. Es decir, incluso entre sus refutadores, la imagen del tren sigue asociada a la figura de Trotsky; algo que incluso él mismo admitió, en forma metafórica, en su biografía Mi vida (1929): “durante aquellos años, me acostumbre, y creo que ya para siempre, a trabajar y a pensar al ritmo de los muelles y de las ruedas del tren” (316). Pero, esta gran bestia acorazada del póster, en la que recorría el país sofocando los intentos insurreccionales y golpistas externos, es la imagen del tren al servicio de la revolución. En otras palabras, un tren en defensa de la revolución. Y, para esto, es necesario volver al texto de Leminski:

Con Trotsky como comisario de guerra, la Rusia soviética sobrevivió a todos los ataques de afuera. Durante la Guerra Civil, el cuartel general del comisario era un tren que recorrió Rusia en todas direcciones, el famoso ‘tren de Trotsky’, protegido por tropas de elite, y dotado de una estación transmisora de radio, salas de mapas y vagones para reuniones y deliberaciones. Símbolo del dinamismo de la Revolución, el cg[cuartel general] de los soviéticos era móvil, único modo de cubrir el inmenso territorio ruso en una época de comunicaciones difíciles y morosas (2022: 412).

Por su parte, Trotsky hace una defensa de su labor en su biografía Mi vida, y profundiza en su posición, y determinación política: “‘¿Y qué buscaba el tren del presidente del consejo revolucionario de guerra en los frentes de la Guerra Civil? La respuesta, en términos generales, no es difícil: buscaba la victoria” (1929: 317). También, es oportuno retomar esta analogía, que involucra al tren:

Los bolcheviques levantaron un nuevo ejército en medio del incendio voraz de la gran guerra […]. El cemento más poderoso que fraguó al nuevo ejército fueron las enseñanzas de la Revolución de Octubre. El tren era el encargado de llevar este cemento a todos los frentes (Trotsky. 1929:  315).

A modo de conclusión

Entonces, algunos puntos centrales que han sido desarrollados en el rastreo de la imagen del tren, y en el análisis de su representación literaria, son: por un lado, la imagen del ferrocarril ligada a la modernidad y a la revolución industrial, al mismo tiempo que se crea una tensión entre esta imagen y el absolutismo zarista; por otro lado, a partir de los fragmentos seleccionados tanto del texto de Leminski, como del texto de Traverso, se puede plantear una disputa de sentido sobre el ferrocarril: disputa que enfrenta un posicionamiento reaccionario, represivo y contrarrevolucionario vinculado a la monarquía; del otro costado, el sentido de la resistencia y en defensa de la Revolución. Y, de manera transversal, el sentido de fortaleza, de modernidad, de desarrollo, insiste en la construcción de la imaginería del ferrocarril.

Bibliografía

Leminski, Paulo (1989) [2015]. “Trotsky”, en Vida. Puente aéreo. Trad. Joaquín Correa.

Malraux, André.(1933)[2018]. La condición humana. Libro digital.

Rabinowitch, Alexander (1978). “The bolsheviks and Kornilov’s defeats”, en The bolsheviks come to power. The revolution of 1917 in Petrograd (en inglés). W. W. Norton & Company. p. 393. ISBN 9780393008937.

Traverso, Enzo (2022). “Las locomotoras de la historia”, en Revolución, una historia intelectual. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. (57-112).Trad. Horacio Pons.

Traverso, Enzo. (2019). “Introducción”, en Melancolía de izquierda. Barcelona: Galaxia Gutemberg.

Trotsky, Lev. (1929) [2006]. “El tren”, en Mi vida. Buenos Aires: Antídoto.

Trotsky, Lev. (1932) [1985]. “Prólogo”, en Historia de la Revolución Rusa. Madrid: Gráficas Futura.


[1] “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro nacen los monstruos”.

[2] Miéville, China (2017): Octubre. La historia de la Revolución Rusa. Citado por Enzo Traverso en Revolución, una historia intelectual (2022: 57).

[3] También, usa este sentido metafórico del tren para referirse a los límites de la democracia burguesa, y dice: “los métodos de la democracia tienen sus límites. Se puede interrogar a todos los viajeros de un tren para saber cuál es el tipo de vagón que mejor conviene, pero no se puede ir a preguntarles a todos para saber si hay que frenar en plena marcha el tren que va a descarrilar”.

Ver: https://izquierdaweb.com/el-arte-de-la-insurreccion/

[4] La Rusia de Aliocha es una propuesta de Leminski para pensar la historia de Rusia desde otra perspectiva: traza un paralelismo entre los personajes de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, y los distintos periodos históricos rusos. En este trabajo no alcanzaremos a desarrollar esta propuesta pero recomendamos la lectura de la novela.

[5] ver: https://izquierdaweb.com/natalia-sedova-recuerdos-del-destierro/

[6] ver:  https://izquierdaweb.com/apuntes-sobre-la-oposicion-bolchevique-leninista-en-la-urss/

[7] Al respecto de la orientación del partido bolchevique en este episodio, rescatamos la siguiente cita: “la plasticidad enorme del líder revolucionario de 1917, es entonces un perfecto manual de dialéctica viva. De resultar (para el pensamiento rígido) casi un ultraizquierdista cuando a su retorno a Rusia propone enérgicamente la consigna “ninguna confianza al gobierno provisional recién surgido”, a la (para ese mismo pensamiento) política de “freno” ante las Jornadas de Julio y la magnífica lección revolucionaria de agosto ante el levantamiento de Kornilov (lo mismo, pero diferente a Kerensky) con el apoyo militar a la resistencia pero sin un gramo de apoyo político al régimen, son muestras cabales de lo que afirmamos. Esa capacidad enorme de estratega político que siempre tuvo Lenin, se fue puliendo por su oído atento a la acción de las masas y también en la comprensión de que la dialéctica es la expresión acabada del mundo humano y el de la naturaleza (de nuevo, con sus límites y distinciones)”. ver nota en:

https://izquierdaweb.com/suplemento-la-recepcion-de-hegel-por-lenin/

[8] Además, los soviets “[…] se coordinaban entre sí en distintos niveles hasta abarcar el país entero, lo que los convertía en un factor de movilización enormemente efectivo. De esta manera, en el periodo comprendido entre febrero y octubre de 1917, los soviets ejercieron en los hechos una suerte de doble poder, apoyado en la movilización de masas, en las huelgas y en el armamento popular” (Serge, 2008: 35-36). Ver nota en:

https://izquierdaweb.com/el-regimen-politico-de-la-democracia-de-los-soviets-octubre-1917-julio-1918/

[9] “[…] los trabajadores del ferrocarril bloquearon el derecho de paso con vagones llenos de madera y destrozaron la vía por algunas millas. Las tropas no sólo no pudieron avanzar más por ferrocarril, sino que les resultó imposible comunicarse efectivamente con los otros elementos de las divisiones” (traducción propia).

[10] Con respecto a la conspiración: “es una conspiración que va a la par de otra serie de conspiraciones, como la conspiración y levantamiento de Kornilov, por ejemplo: se acabó la legalidad para todos los bandos; todo es revolución y contrarrevolución. La revolución y la contrarrevolución van de la mano, son hermanos siameses, no hay revolución sin contrarrevolución, no hay revolución sin represión feroz, no existe […]. Como no hay revolución y toma del poder sin contrarrevolución, la toma del poder es conspirativa”. Ver nota en:

https://izquierdaweb.com/a-proposito-de-historia-de-la-revolucion-rusa-de-trotsky/

[11] ver: https://izquierdaweb.com/el-arte-de-la-insurreccion/

[12] ver:  https://izquierdaweb.com/la-insurreccion-del-25-de-octubre-de-1917/

[13]https://izquierdaweb.com/el-regimen-politico-de-la-democracia-de-los-soviets-octubre-1917-julio-1918/

[14] En el texto de Leminski, este es un tópico transversal a partir de un fragmento de un texto de Lenin que afirma que “al proletariado ‘la conciencia tiene que venirle desde afuera’” (328). Si bien entendemos que el fragmento de Lenin apunta a la relación entre la clase y el partido revolucionario, y que sin esta relación se desdibuja el sentido; pero, no queríamos dejar de notar el sentido transversal que se pone en juego en el texto y del cual, el tren lacrado de Lenin forma parte.

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