Distopía laboral en Amazon: vigilancia, control y superexplotación

Las exuberantes ganancias del gigante comercial se deben a formas de explotación que parecen salidas de 1984, la distopía imaginada por George Orwell. Vigilancia en las redes, control de los movimientos del cuerpo y condiciones laborales extenuantes son sólo alguno de los rasgos de la verdadera cara de esta megacorporación.

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Amazon es un gigante monopólico cuya omnipresencia en el mercado lo convierte en una de las naves insignias de la fase actual del capitalismo, marcada entre otras cosas por la creciente digitalización del comercio.

Las ganancias multimillonarias de esta empresa (108.520 millones de dólares en el primer trimestre de 2021) son justificadas por sus apologistas con el «genio emprendedor» de su fundador, Jeff Bezos, quien propaga el mito autorreferencial de que habría empezado su compañía desde cero en un garaje. Claro que Bezos se asegura de omitir el detalle de que la inversión inicial de miles de dólares que supuso el primer impulso para su naciente proyecto fue depositado por sus padres.

Pero detrás de estas fantasías nietszcheanas de superhombres que con su propia voluntad y mérito generan y acumulan fortunas inimaginables para simples mortales como nosotros se esconde una realidad brutal de superexplotación, vigilancia y deshumanización. Métodos de disciplinamiento, evasión fiscal, estrategias de atomización laboral, prácticas de persecución sindical y violencia física y psicológica ejercida contra sus trabajadores son la causa de la montaña de oro sobre la que reposa, cual dragón tolkieniano, uno de los hombres más ricos del mundo.

En primer lugar, es necesario señalar que estas empresas tecnológicas (enmarcadas en lo que se conoce como “economía de plataformas”) comparten ciertos rasgos que explican su altísima rentabilidad y reciente peso. Amazon es un prácticamente monopolio que centraliza el comercio y la distribución de los productos de diferentes tipos de ramas productivas por internet. Amazon es una de las empresas comerciales más grandes de la historia, participa del plusvalor producidas en todas las ramas productivas que realizan sus intercambios por su intermedio. Sus ingresos masivos son una inmensa «ganancia comercial», Bezos se embolsa riquezas producidas por los trabajadores de otras empresas.

A su vez, empresas como Amazon se aseguran de aumentar su rentabilidad reduciendo al mínimo los gastos por medio de salarios de miseria y tercerizando todo lo que puedan, desde la fabricación del hardware que utilizan hasta los servicios de distribución de los productos que comercializan. Evitan pagar impuestos por medio de paraísos fiscales y demás maniobras fraudulentas, reniegan de toda regulación estatal y promueven una agresiva política anti sindical que va de la mano con su concepción sobre sus empleados, los cuales no son considerados como tales sino como “colaboradores”, lo cual, ¡qué casualidad! libera a estas empresas de todo tipo de obligaciones laborales.

Todo esto sutilmente maquillado con un discurso y propaganda sobre la “innovación” y la frescura new age de Silicon Valley. Sólo que esta “innovación” se parece mucho a las condiciones laborales del siglo XIX y esta “frescura” es imperceptible desde los asfixiantes galpones donde Amazon empaqueta sus productos.

Amazon es un monstruo. Sus métodos de producción y vigilancia parecen un calco de los detallados en 1984, la emblemática novela de Orwell. Una novela escrita como denuncia de la represión y del terror totalitario del estalinismo que unas décadas después de la caída del muro de Berlín es retomada pero no como denuncia o advertencia, sino como manual de instrucciones para una de las corporaciones más grandes del mundo. Miremos algunos ejemplos de esta distopía capitalista.

Superexplotación y métodos de control total

No es una sorpresa para nadie el hecho que los capitalistas superexplotan a sus trabajadores mediante aumentos de los ritmos de producción o con extensas jornadas de 12 horas. A lo largo del último siglo y medio la lucha organizada de los trabajadores logró triunfos históricos como la jornada de 8 horas, o el derecho a la sindicalización, entre otras conquistas; pero el capitalismo del siglo XXI dispone de herramientas más sofisticadas que sus fases previas para socavar estos derechos conquistados y de esta forma maximizar las ganancias patronales.

Su modelo de negocios cuyo éxito es consecuencia de una orientación en el proceso productivo que busca cuantificar, medir y regular la totalidad de la vida de sus trabajadores, desde su cuerpo hasta su privacidad y vida social, deshumanizándolos completamente.

Para ilustrar lo anterior en términos concretos basta con prestar atención a los testimonios de quienes trabajan en los gigantescos galpones de empaquetamiento de Amazon. Estos denuncian las insoportables condiciones de trabajo y las prácticas deshumanizantes que la empresa ejerce de forma cotidiana. Así cuenta su experiencia Maureen Donnelly, ex empleada de Amazon en Staten Island, EEUU:

Cuando llegaba para mi turno, entraba por la entrada principal y escaneaba una placa de seguridad para pasar por una puerta giratoria. El vestuario estaba a la izquierda. Tenías que poner cualquier artículo personal en el casillero. Sin auriculares. Creo que era un problema de seguridad. ¡Absolutamente nada de teléfonos móviles en el suelo! ¡No querían que nadie tomara fotografías o revelara sus secretos! Sin comida. No se permiten bebidas, excepto agua. (…) Los gerentes siempre preguntaban: «¿Dónde está tu botella de agua?» y recordándome «¡mantente hidratada!» Creo que les preocupaba que la gente se desmayara y se saliera de la línea. (…) La regla del teléfono celular fue un gran problema para los padres. Una madre soltera de unos 30 años con una hija de 5 años no tenía un número de emergencia que pudiera dar a sus padres que cuidaban niños o a la escuela de su hijo.”

Los trabajadores son revisados antes de ingresar al trabajo y al final de su jornada para prevenir que roben productos, son testeados por drogas, los turnos de trabajo son por lo general de doce horas en los que se realiza una tarea repetitiva interrumpida por un breve descanso de treinta minutos para almorzar y otros dos de quince minutos. No se les permite interactuar con otros trabajadores, y los encargados separan a quienes encuentren hablando mandándolos a otras estaciones, en un intento por suprimir todo atisbo de organización, tema que retomaremos más adelante.

Todas estas condiciones inhumanas de trabajo no son exclusivas de empresas como Amazon, sino que han sido práctica común en la producción capitalista desde hace tiempo. Lo novedoso de Amazon, y lo que nos interesa en esta nota, reside en la forma particular de aplicar sus métodos de explotación, donde la tecnología y la ideología ocupan un lugar destacado y muestran una inquietante similitud con las fantasías distópicas de la literatura de Orwell.

Amazon fuerza a sus trabajadores a cumplir con “expectativas de rendimiento” con las que mide la productividad. Donnelly sufrió este sistema en primera persona:

“El trabajo era abrumador. Lo mismo cada hora, todos los días. Tenía «proyecciones». Tenía que almacenar al menos 12 artículos por minuto. Ni siquiera estaba cerca. Es físicamente imposible. Constantemente estabas como, «tengo que hacer esto». La computadora te mostraba constantemente lo lejos que estabas de cumplir la cuota.”

Los sistemas automatizados de Amazon registran cada segundo de la jornada del trabajador, si aquellos detectan que se consumió mucho tiempo sin realizar la tarea asignada, automáticamente generan una advertencia. Si se acumulan seis advertencias en un período de doce meses, el empleado recibirá de forma automática un aviso de despido que no puede ser revocado por el encargado. Este ambiente de incertidumbre y frustración generado por la mediación indiferente de la máquina en decisiones de importancia vital para el trabajador no puede tener otra consecuencia más que el aplastamiento del espíritu y el deterioro del cuerpo.

En estos almacenes no hay lugar para sentarse, sólo el baño que se encuentra muy alejado de las estaciones de trabajo, por lo que los empleados pasan horas y horas de pie escaneando ítems inmersos en un calor agobiante, con efectos terribles para las piernas y la espalda. Ante esto, los encargados cínicamente les recomiendan a los trabajadores modelos de zapatillas para aliviar el dolor.

Hemos mencionado que debido al calor de los establecimientos y al intenso ritmo de trabajo los empleados tienen que beber agua seguido. Esto deriva en un problema que se ha vuelto característico de Amazon y una muestra icónica de las condiciones inhumanas de explotación de este modelo de trabajo.

Pero antes de contarlo es necesario describir brevemente los lugares donde se desarrolla su actividad: una corporación de este tipo que, como dijimos antes, monopoliza la distribución de mercancías de cientos de ramas productivas diferentes requiere de una infraestructura titánica para satisfacer tal caudal de circulación de productos. Amazon resuelve este problema mediante centros de empaquetamiento de proporciones enormes que agrupan a cientos de trabajadores. El tamaño de estos lugares se convierte en un verdadero problema para los empleados cuando, por ejemplo, necesitan ir al baño. En palabras de Donnelly:

Pero llenarse de agua todo el día también significaba que tenía que orinar. Y demasiados descansos para ir al baño hacían que los jefes se enojaran y molestaran. De hecho, tuve que informar al gerente que iba al baño. No había hecho eso desde el jardín de infancia.”

No hace falta remarcar que esto es un acto de infantilización brutal de los trabajadores por parte de la empresa.  La ex empleada continúa:

Solía ​​intentar aguantarlo hasta un descanso. Tenemos dos descansos de 15 minutos intercalados entre 30 minutos para el almuerzo. Una vez no pude aguantar más y me fui cinco minutos antes, por lo que cortaron cinco minutos en uno de mis otros descansos. Yo estaba como, «¿En serio?»

En muchos casos el recorrido desde la estación de trabajo hasta el baño lleva varios minutos y, con solo quince minutos de descanso por vez, se corre el riesgo de pasarse del tiempo y recibir una de las advertencias automáticas nombradas anteriormente: ¿En cuanto a mi almuerzo de 30 minutos? Me tomó 15 minutos caminar hasta el comedor. Tuve el tiempo justo para meterme medio sándwich de mantequilla de maní en la boca, tomar un par de tragos de gaseosa, fumar un cigarrillo y luego comenzar la caminata de regreso por los 18 campos de fútbol de distancia.”

Las consecuencias de este sistema de vigilancia y disciplinamiento son tan obvias como lamentables: los trabajadores terminan orinando en botellas en sus estaciones de trabajo con tal de no perder tiempo y ser sancionados. Jeff Bezos, en su afán de riqueza, no sólo ha desarrollado mecanismos de control sobre el cuerpo y la psiquis de sus empleados, además les ha arrebatado su derecho de ir al baño.

Vigilancia y robotización del cuerpo

Hasta ahora no hemos dicho una palabra sobre otra dimensión del uso de la tecnología por Amazon que se relaciona estrechamente con el punto anterior: los almacenes de empaquetamiento están plagados de robots. La creciente automatización de la producción es un rasgo fundamental de esta compañía pero, como veremos, la automatización bajo relaciones de producción capitalistas no libera al obrero de la esclavitud asalariada, sino que al contrario, lo refuerza como un engranaje de ésta hasta el punto de deshumanizarlo por completo, hasta devenir en robot él mismo.

En estos centros de almacenamiento pululan cientos de robots que se deslizan por los pasillos llevando cajones a las distintas estaciones de empaquetamiento para ser descargados y ordenados por los empleados. Los autómatas están programados para recorrer unos caminos marcados a los que los trabajadores tienen terminantemente prohibido ingresar, a riesgo de ser despedidos en el acto. Así describía Donnelly el ambiente: “Había cientos de robots zigzagueando en cada piso. Fue muy espeluznante porque nunca dos robots chocaban. Los recolectores humanos estaban en el perímetro del área cercada de los robots. Si los humanos alguna vez cruzaban al dominio de los robots, era una ofensa por la que te podían despedir.”

Nada puede perturbar el incesante discurrir de los robots a los que Amazon cuida más que a sus propios empleados humanos. La empresa siempre puede conseguir otro humano desesperado por un sueldo de miseria que reemplace a aquel trabajador quebrado por la línea de producción, pero la fabricación y programación de robots es costosa. Y los robots no se cansan ni se quejan.

No exageramos cuando decimos que Amazon fetichiza a sus máquinas hasta el punto de tratarlas mejor que a las personas: la ex trabajadora de la empresa denunció que cuando se quejó por el calor asfixiante que causa desmayos, los gerentes le dijeron que no podían poner ventiladores ni aires acondicionados porque los robots funcionan mal en el frío. La solución de los encargados al problema del calor es, como dijimos, incentivar el consumo de agua, con las consecuencias urinarias descritas anteriormente. Por suerte para Amazon, los robots no tiene que ir al baño.

La fetichización, es decir la atribución de rasgos humanos a objetos inanimados, es un viejo tema de la filosofía marxista y fue analizada por muchos autores de esta tradición, incluyendo el propio Marx. El reverso de la fetichización de la mercancía es el fenómeno de la cosificación de la conciencia y del cuerpo del trabajador inmerso en el proceso de producción capitalista. Dado el carácter fragmentario y dislocado que la forma mercancía le imprime a la totalidad social, el sujeto trabajador se encuentra alienado no sólo del conjunto de la producción, sino de sí mismo. Su ser es ser-otro, deviene objeto y se liquida su subjetividad. Así lo explica el filósofo marxista Georg Lukács en su obra “Historia y Conciencia de Clase”, donde analiza este fenómeno de cosificación:

“(…) esa dislocación del objeto de la producción es también, necesariamente, la dislocación de su sujeto. A consecuencia de la racionalización del proceso de trabajo, las propiedades y particularidades humanas del trabajador se convierten cada día más en simples fuentes de errores, frente al funcionamiento, calculado racionalmente por adelantado, del proceso de trabajo conforme a leyes parciales exactas.” (1)

El autor con esto quiere destacar el hecho que en el sistema de producción capitalista, las máquinas son las que marcan el ritmo del trabajo, y ante ellas el obrero se encuentra impotente, como una parte más de la enorme maquinaria cuyo funcionamiento es cada vez más independiente del humano, quien debe someterse a sus leyes. Sin ningún tipo de capacidad de decisión sobre el trabajo que realiza y confinado a una tarea particular en apariencia dislocada del resto del proceso de producción tomado en conjunto, el obrero está privado de una conciencia de su ser social, deja de ser sujeto para convertirse en un objeto.

La máquina no distingue entre un humano con sangre en sus venas y los engranajes y sistemas hidráulicos que lo aprisionan en su puesto. El sistema se cierra sobre sí mismo, se blinda contra cualquier influencia externa, contra cualquier contingencia que no pueda ser encuadrada dentro de sus leyes racionales, como puede ser todo lo propiamente humano del trabajador. Los métodos de productividad de Amazon verifican “la observación de Marx sobre el trabajo en la fábrica según la cual «el propio individuo está dividido, trasformado en mecanismo automático de un trabajo parcial» (…) «atrofiado hasta no ser más que una anomalía»”. (2)

Esta lectura cobra renovada vigencia con la creciente fragmentación del proceso productivo, la atomización laboral y la tercerización que promueven las empresas vanguardias del capitalismo en su fase tardía. La profundidad de las palabras de Lukács es correlativa a la literalidad de los métodos cosificantes que practica Amazon. El cálculo de posibilidades como principio rector de la racionalidad capitalista ha sido llevado al extremo hasta el punto de medir la tensión muscular de los trabajadores en función de la eficiencia.

Las duras condiciones de trabajo que describimos han demostrado ser un problema para esta empresa que debe lidiar con las lesiones de sus trabajadores, lo cual representa el potencial peligro de entorpecer el flujo de mercancías. Una encuesta realizada en 2019 a 145 trabajadores de almacenamiento reflejó que un 65% sufre dolores físicos durante el trabajo y que el 42% sigue padeciendo dolor luego de la jornada laboral. La respuesta de Amazon a este problema que se replica en todas sus sucursales no tuvo nada que ver con mejoras en las condiciones de trabajo, algo totalmente ajeno a las políticas de la empresa, sino que ideó una solución técnica que no hace más que reforzar la cosificación de los cuerpos de sus empleados: un algoritmo que rota a los trabajadores alrededor de tareas que usan partes del cuerpo diferentes para prevenir el desgaste muscular.

Según voceros de Amazon, este sistema de rotaciones programadas ha permitido reducir el porcentaje de estas lesiones al evitar que los trabajadores realicen tareas repetitivas que implican el uso de grupos específicos de músculos y tendones, distribuyendo el impacto físico que generan estas tareas en distintas partes del cuerpo. Más allá de la dudosa veracidad de estas declaraciones, lo que se observa es una expresión sintomática de toda la orientación y concepción de Amazon: los cuerpos humanos son como máquinas que pueden programarse y mantenerse en buen estado si se reducen sus características a cálculos abstractos y se les aplica la fórmula correcta.

Y si esto fuera poco, la corporación recientemente patentó unas pulseras detectables por los sensores de sus almacenes para que usen los trabajadores y así registrar cada uno de sus movimientos, a fines de reducir el tiempo perdido en movimientos innecesarios. Estas pulseras vibran con distinta intensidad dependiendo la distancia con el producto a empaquetar, guiando las manos del trabajador.

Con estos métodos que venden como “innovadores”, Amazon busca reducir el factor humano a cero, limitando toda contingencia que perturbe sus esquemas de productividad, en un esfuerzo por abolir cualquier tipo de espontaneidad. No es sorpresa, entonces, que este proceder implacable por parte de un Leviatán que ve números en lugar de personas haya causado múltiples protestas a lo largo de su vasto imperio comercial. Los reclamos del conjunto de los trabajadores de Amazon que empiezan a hacer sus primeras experiencias de organización contra los ataques de su patronal se expresa sintéticamente en la difundida consigna “somos humanos, no robots”.

Panóptico y sindicalización

Hasta ahora hemos analizado la relación entre la tecnología de punta y los métodos orwellianos de vigilancia y control usados por Amazon exclusivamente en el terreno de la producción. En este punto queremos hacer foco en esta relación en el terreno específico de la lucha de clases.

Adentrarnos en los debates alrededor de la sindicalización de los trabajadores de Amazon excede el propósito de esta nota, pero sí queremos resaltar que este fenómeno creciente en el que nuevas generaciones de jóvenes trabajadores ultra precarizados se suman a la pelea sindical y política por mejorar sus condiciones de vida vino para quedarse, y Amazon ha tomado nota de los nuevos problemas que acarrea. Este nuevo contexto de toma de conciencia e incipiente organización ha llevado a Amazon a desplegar todo su arsenal técnico-policial en función de aplastar toda iniciativa de lucha.

Amazon actúa como un panóptico. No le alcanza con monitorear todos y cada uno de los movimientos de sus empleados durante la jornada laboral, sino que lleva esta vigilancia más allá, vulnerando la privacidad de los trabajadores mediante  métodos de lisa y llana infiltración y espionaje.

Hace poco ha trascendido que Amazon utiliza un programa secreto para espiar en grupos cerrados de Facebook y recopilar información sobre sus empleados. Este es el caso paradigmático de los repartidores que esta empresa terceriza, cuya actividad en redes sociales viene siendo monitoreada por los analistas corporativos de Amazon que reciben reportes diarios de las publicaciones de sus empleados supuestamente con el fin de “diagnosticar problemas”. Claro que dentro del concepto de “problemas” que requieren un diagnóstico son incluidos los intentos de organizar huelgas o protestas, los términos más repetidos en estos informes. En ellos se encuentran datos tales como los nombres completos de los autores de los «posteos» que por alguna razón llamaron la atención del programa.

La empresa posee archivos con listas de cientos de grupos cerrados de Facebook así como distintos foros donde los repartidores discuten sus problemas y experiencias en su trabajo, dada la ausencia de un establecimiento que los agrupe físicamente. A los empleados corporativos cuya tarea es monitorear estos grupos se les exige absoluta confidencialidad. La privacidad de los repartidores, en contraste, es sistemáticamente violada.

En consonancia con el método de cálculo de posibilidades desarrollado en el apartado anterior, estos grupos y perfiles vigilados son divididos en múltiples categorías las cuales a su vez también se dividen en subcategorías refiriendo a temas específicos, desde problemas que enfrenta el repartidor, problemas del cliente con el producto entregado, defectos en el GPS, y demás contingencias que pueden surgir y que el algoritmo está programado para prevenir.

Estos documentos que salieron a la luz demuestran que Amazon está constantemente monitoreando, vigilando, analizando y clasificando a sus empleados a través de las redes sociales y los foros que frecuentan. Incluso trascendieron manuales con los pasos a seguir para realizar este monitoreo, en los que se explica el protocolo requerido para cada reporte dependiendo la temática y la clasificación otorgada. Las categorías principales de estos reportes son aquellos posteos que pueden interpretarse como quejas de los trabajadores y los posteos que incluyan las palabras “protesta”, “huelga”, “paro”, y otras palabras clave que el algoritmo está diseñado para identificar.

Ante la difusión de esta noticia, los voceros de Amazon declararon que los directores ejecutivos no tenían conocimiento de la utilización de este programa por parte de miembros de la empresa y que estas prácticas han sido descontinuadas ya que, según ellos, poseen otros mecanismos para conocer las condiciones de sus repartidores, entre los que destacan la relación directa con ellos. Nos reservamos el derecho a dudar de estas palabras.

Por último, no queremos dejar de señalar los métodos de propaganda con los que Amazon bombardea a sus empleados.

Es práctica común en esta empresa la contratación de consultores privados para que den charlas a sus empleados contra los sindicatos. Parte de la agresiva política anti sindical de Amazon se basa en realizar reuniones en las que estos “expertos” les mienten durante largo tiempo sobre las organizaciones de trabajadores, sus características y sus efectos a fines de sembrar confusión y desalentar la organización. Esta práctica es conocida como “audiencia cautiva” y Amazon es el principal lobbyista contra los intentos de prohibir este método de propaganda y amedrentamiento en diferentes estados de EEUU.

Los rompe huelgas que la empresa contrata para esto se justifican hablando cínicamente sobre escuchar las dos campanas, que quieren educar a los empleados y que buscan promover la libertad para decidir si unirse o no a un sindicato. En un contexto en el cual la adhesión sindical en Estados Unidos surge como fenómeno creciente y cada vez más trabajadores ven en la organización la forma para defender y conquistar sus derechos, sumado esto a la enorme rebelión popular que estalló en 2020 contra la opresión racial en Estados Unidos, Amazon pone en juego todas sus tácticas inescrupulosas para sofocar cualquier reclamo o cuestionamiento contra sus condiciones inhumanas de explotación.

La corporación tiene tan refinados sus métodos de vigilancia y monitoreo que incluso hay pruebas de su colaboración con los departamentos de inteligencia gubernamentales de Estados Unidos, así como la utilización de analistas de inteligencia para vigilar empleados específicos, espiar organizaciones sindicales y “proteger a la empresa de amenazas laborales”, llegando al punto de realizar campañas de difamación contra trabajadores que organizaron protestas o acciones de lucha.

Amazon es un monstruo imponente que aparenta disponer de recursos infinitos y se presenta como invencible. Pero la experiencia que los trabajadores están realizando en sus intentos de organización es valiosísima para desmontar el mito que la empresa ha construido sobre sí misma y asestarle derrotas que sienten precedentes en la lucha contra estos gigantes capitalistas. A uno le viene a la mente la imagen bíblica de David contra Goliat, y es bueno recordar que toda lucha de los trabajadores supone la esperanza de que David finalmente venza a Goliat.


 

Notas:

(1) Georg Lukács, Historia y Conciencia de Clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, calle 19 Nro. 1002, Vedado, La Habana, Cuba. p. 116.

(2) Ídem, p. 125.

 

 

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