David Harvey explora aquí la relación existente entre el problema de la reubicación del excedente de capital y las transformaciones del espacio urbano a una escala cada vez mayor. En este artículo, escrito antes de que fuera declarada la crisis económica mundial, Harvey ofrece un análisis espacial que anticipa dicha crisis y analiza en el derecho a la ciudad las consecuencias que la continuidad del modelo económico vigente tendrá para el futuro de la vida urbana.

Articulo aparecido en notaantropologica

Vivimos en una era en la que los ideales de los derechos humanos se han colocado en el centro de la escena tanto política como éticamente. Se ha gastado una gran cantidad de energía en promover su significado para la construcción de un mundo mejor, aunque la mayoría de los conceptos que circulan no desafían fundamentalmente las lógicas de mercado liberales y neoliberales o los modos dominantes de legalidad y de acción estatal. Vivimos, después de todo, en un mundo en el que los derechos a la propiedad privada y el benefició aplastan todas las demás nociones de derechos. Quiero explorar aquí otro tipo de derecho humano, el derecho a la ciudad.

¿Ha contribuido el impresionante ritmo y escala de urbanización de los últimos cien años al bienestar humano? La ciudad, en palabras del sociólogo urbano Robert Parker, es “el intento más exitoso del ser humano de rehacer el mundo en el que vive de acuerdo con el deseo más íntimo de su corazón. Pero si la ciudad es el mundo que el ser humano ha creado, es también el mundo en el que a partir de ahora está condenado a vivir. Así pues, indirectamente y sin un sentido nítido de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el ser humano se ha rehecho a sí mismo”.

La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos. El derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos: se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad. Es, además, un derecho común antes que individual, ya que esta transformación depende inevitablemente del ejercicio de un poder colectivo para remodelar los procesos de urbanización. La libertad de hacer y rehacer nuestras ciudades y a nosotros mismos es, como quiero demostrar, uno de nuestros derechos humanos más preciosos, pero también uno de los más descuidados.

Desde sus inicios, las ciudades han surgido mediante concentraciones geográficas y sociales de un producto excedente. La urbanización siempre ha sido, por lo tanto, un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos. Esta situación general persiste bajo el capitalismo, por supuesto; pero dado que la urbanización depende de la movilización del producto excedente, surge una conexión íntima entre el desarrollo del capitalismo y la urbanización. Los capitalistas tienen que producir un producto excedente a fin de producir plusvalor; éste a su vez debe reinvertirse para generar más plusvalor. El resultado de la reinversión continuada es la expansión de la producción de excedente a un tipo de interés compuesto, y de ahí proceden las logísticas (dinero, producción y población) vinculadas a la historia de la acumulación de capital, que es replicada por la senda de crecimiento de la urbanización en el capitalismo.

La perpetua necesidad de encontrar sectores rentables para la producción y absorción de capital excedente conforma la política del capitalismo y enfrenta al capitalista con diversas barreras a la expansión continua y de inconvenientes. Si el trabajo es escaso y los salarios son altos, o bien el trabajo existente tiene que ser disciplinado –normalmente los dos métodos más comunes son provocar un desempleo inducido tecnológicamente o asaltar el poder de la clase obrera organizada–, o bien deben encontrarse nuevas fuerzas de trabajo mediante la inmigración, la exportación de capital o la proletarización de elementos de la población hasta ese momento independientes. Los capitalistas deben también descubrir nuevos medios de producción en general y nuevos recursos naturales en particular, lo cual presiona de modo creciente sobre el entorno natural a la hora de obtener las materias primas necesarias y absorber los residuos inevitables. Los capitalistas necesitan también descubrir nuevas áreas de extracción de recursos naturales, tarea que es con frecuencia el objetivo de los esfuerzos imperialistas y neocoloniales.

Las leyes coercitivas de la competencia también fuerzan la continua implementación de nuevas tecnologías y formas organizativas, dado que éstas permiten que los capitalistas venzan a sus competidores que utilizan métodos inferiores. Las innovaciones definen nuevos deseos y necesidades, reducen el tiempo de rotación del capital y mitigan la fricción de la distancia, lo cual limita el ámbito geográfico en el que el capitalista puede buscar suministros ampliados de fuerza de trabajo, materias primas y demás insumos productivos. Si no existe suficiente poder de compra en el mercado, deben encontrarse nuevos mercados mediante la expansión del comercio exterior, la promoción de nuevos productos y estilos de vida, la creación de nuevos instrumentos crediticios y el gasto público y privado financiado a través del endeudamiento. Si finalmente la tasa de beneficio es demasiado baja, entonces la regulación estatal de la «competencia ruinosa», la monopolización (fusiones y adquisiciones) y las exportaciones de capital ofrecen vías de salida.

Si alguna de las mencionadas barreras no puede ser evitada, los capitalistas no pueden reinvertir rentablemente su producto excedente, bloqueándose la acumulación de capital y enfrentándolos a la crisis en la que su capital puede devaluarse y en algunos casos destruirse físicamente. Las mercancías excedentes pueden perder su valor o ser destruidas, mientras que los activos y la capacidad productivos pueden dejar de utilizarse como tales y quedar ociosos; el dinero mismo puede devaluarse mediante la inflación, y la fuerza de trabajo, conocer el desempleo masivo. ¿Cómo ha impulsado, pues, la necesidad de eludir estas barreras y de expandir las áreas de actividad rentable la urbanización capitalista? Sostengo aquí que la urbanización ha desempeñado un papel particularmente activo, junto con fenómenos como los gastos militares, a la hora de absorber el producto excedente que los capitalistas producen perpetuamente en su búsqueda de beneficios.

Revoluciones urbanas

Consideremos, en primer lugar, el caso del París del Segundo Imperio. El año de 1848 trajo consigo una de las primeras innegables crisis de capital excedente y de fuerza de trabajo ociosa a escala europea, que golpeó a París de modo especialmente duro, dando lugar a una revolución abortada protagonizada por los trabajadores desempleados y por aquellos utópicos burgueses que consideraban la república social como el antídoto a la avaricia y la desigualdad que habían caracterizado a la Monarquía de Julio. La burguesía republicana reprimió violentamente a los revolucionarios, pero no logró resolver la crisis, que se zanjó con el ascenso al poder de Luis Napoleón Bonaparte, quien organizó un golpe de Estado en 1851 proclamándose emperador el año siguiente. Para sobrevivir, si alguna de las mencionadas barreras no puede ser evitada, los capitalistas no pueden reinvertir rentablemente su producto excedente, bloqueándose la acumulación de capital y enfrentándolos a la crisis en la que su capital puede devaluarse y en algunos casos destruirse físicamente.

Las mercancías excedentes pueden perder su valor o ser destruidas, mientras que los activos y la capacidad productivos pueden dejar de utilizarse como tales y quedar ociosos; el dinero mismo puede devaluarse mediante la inflación, y la fuerza de trabajo, conocer el desempleo masivo. ¿Cómo ha impulsado, pues, la necesidad de eludir estas barreras y de expandir las áreas de actividad rentable la urbanización capitalista? Sostengo aquí que la urbanización ha desempeñado un papel particularmente activo, junto con fenómenos como los gastos militares, a la hora de absorber el producto excedente que los capitalistas producen perpetuamente en su búsqueda de beneficios.

Para sobrevivir políticamente, recurrió a una amplia represión de los movimientos políticos alternativos, mientras que se enfrentó a la situación económica mediante un vasto programa de inversión en infraestructuras tanto en el interior de Francia como en el exterior, en donde acometió la construcción de ferrocarriles en toda Europa y en Oriente, apoyando grandes obras como el Canal de Suez. En el interior, Luis Napoleón consolidó la red de ferrocarriles, construyó puertos y dársenas, y desecó zonas pantanosas, pero sobre todo acometió la reconfiguración de la infraestructura urbana de París, encargando a Georges Eugène Haussmann las obras públicas de la ciudad en 1853.

Haussmann comprendió claramente que su misión era contribuir a resolver el problema de la existencia de capital excedente y la situación de desempleo existente mediante la urbanización. Reconstruir París absorbió enormes cantidades de trabajo y capital para la época y, suprimiendo las aspiraciones de la fuerza de trabajo parisina, fue un instrumento esencial de estabilización social. Haussmann se inspiró en los planes utópicos que fourieristas y saint-simonianos habían debatido durante la década de 1840 para remodelar París, introduciendo, no obstante, una importante diferencia, ya que transformó la escala a la que se imaginó el proceso urbano. Cuando el arquitecto Jacques Ignace Hittorff le presentó sus planes de un nuevo bulevar, Haussmann se los devolvió diciéndole: «No es suficientemente ancho […] le has dado una anchura de 40 metros y yo lo quiero de 120 metros». Anexionó los suburbios y rediseñó barrios enteros como el de Les Halles. Para llevar a cabo estos proyectos, Haussmann precisaba de nuevas instituciones financieras y nuevos instrumentos de deuda como el Crédit Mobilier y el Crédit Immobilier, que fueron instituidos de acuerdo con líneas saint-simonianas. Haussmann ayudó, de hecho, a resolver el problema de la utilización del excedente de capital estableciendo un sistema protokeynesiano de mejoras urbanas en infraestructuras financiadas mediante el endeudamiento.

El sistema funcionó muy bien aproximadamente durante quince años e implicó no sólo la transformación de las infraestructuras urbanas, sino también la construcción de un nuevo modo de vida y de persona urbana. París se convirtió en «la ciudad de la luz», un gran centro de consumo, turismo y placer; los cafés, los grandes almacenes, la industria de la moda y las grandes exposiciones cambiaron la vida urbana de modo que pudiera absorber enormes excedentes mediante el consumo. Tras un tiempo, sin embargo, el sistema financiero, sobretensado y especulativo, y las estructuras de crédito colapsaron en 1868. Haussmann fue despedido; Napoleón III, desesperado, declaró la guerra a la Alemania de Bismarck para perderla, creándose un vacío en el que se produjo la Comuna de París, uno de los grandes episodios revolucionarios de la historia urbana del capitalismo, desencadenado en parte por la nostalgia del mundo que Haussmann había destrozado y por el deseo de los trabajadores de recuperar la ciudad de la que habían sido desposeídos por sus trabajos.

Saltemos ahora a la década de 1940 en Estados Unidos. La descomunal movilización para atender el esfuerzo de guerra había resuelto temporalmente el problema del uso del excedente de capital, que había parecido tan intratable durante la década de 1930, y el desempleo que había traído aparejado, pero todo el mundo temía lo que podría suceder una vez que la guerra concluyese. Políticamente la situación era peligrosa: el gobierno federal estaba, en efecto, dirigiendo una economía nacionalizada y mantenía una alianza con la Unión Soviética comunista, mientras que fuertes movimientos sociales con inclinaciones izquierdistas habían emergido durante la década de 1930. Como en la era de Luis Bonaparte, las clases dominantes de la época consideraban necesaria una vigorosa dosis de represión política, siendo demasiado familiar la posterior historia de la política del mccarthysmo y de la Guerra Fría, cuyos primeros signos abundaban ya a principios de la década de 1940.

En 1942, apareció en Architectural Forum una larga evaluación de las iniciativas y trabajos de Haussmann, que documentaba con detalle lo que éste había hecho, intentaba un análisis de sus errores y buscaba recuperar su reputación como uno de los mayores urbanistas de todos los tiempos. El artículo no era sino de Robert Moses, quien tras la Segunda Guerra Mundial hizo en Nueva York lo que Haussmann había hecho en París3 . Moses cambió la escala de pensamiento sobre el proceso urbano. Mediante un sistema de autopistas y transformaciones de infraestructuras, suburbanización y la remodelación total no sólo de la ciudad sino del conjunto de la región metropolitana, contribuyó a resolver el problema de la absorción de capital excedente. Para lograrlo, exploró las nuevas instituciones financieras y los modelos fiscales que liberarían el crédito necesario para la expansión urbana financiada mediante el endeudamiento. Cuando este proceso se extendió al conjunto de las mayores áreas metropolitanas estadounidenses –de nuevo otro cambio de escala–, desempeñó un papel fundamental a la hora de estabilizar el capitalismo global después de 1945, periodo en el que Estados Unidos podía permitirse propulsar la economía global no comunista incurriendo en déficits comerciales.

La suburbanización de Estados Unidos no fue únicamente cuestión de nuevas infraestructuras. Como en el Segundo Imperio, implicó una transformación radical de los estilos de vida, la introducción de nuevos productos: de las viviendas a las neveras y los aires acondicionados, de los dos coches en el garaje a un enorme incremento en el consumo de petróleo. También alteró el paisaje político, ya que la propiedad subsidiada de una vivienda para la clase media cambió el objeto de atención de la acción comunitaria hacia la defensa de los valores de la propiedad y las identidades individualizadas, canalizando el voto suburbano hacia el republicanismo conservador. Se pensaba que era menos probable que los propietarios de una vivienda, aplastados por la deuda, recurriesen a la huelga. Este proyecto absorbió con éxito el excedente y aseguró la estabilidad social, aunque a costa de vaciar los centros de los cascos urbanos y generar descontento entre aquéllos, básicamente afro-americanos, a quienes se les negaba el acceso a la nueva prosperidad.

A finales de la década de 1960, comenzó un tipo diferente de crisis; Moses, como Haussmann, cayó en desgracia y su solución se consideró inapropiada e inaceptable. Los tradicionalistas se agruparon en torno a Jane Jacobs e intentaron contrarrestar la modernidad brutal de los proyectos de Moses con una estética de barrio localizado. Pero las áreas suburbanas ya habían sido construidas y el cambio radical del estilo de vida que traía aparejado había tenido innumerables consecuencias sociales, llevando a las feministas, por ejemplo, a proclamar esas áreas como el lugar de sus descontentos primordiales. Si la haussmannización desempeñó un papel en las dinámicas de la Comuna de París, las características descarnadas del modo de vida suburbano también desempeñaron su parte en los espectaculares acontecimientos que tuvieron lugar en Estados Unidos en 1968. Los estudiantes blancos de clase media mostraron su descontento desencadenando una fase de revuelta mediante la búsqueda de alianzas con grupos marginales que reivindicaban los derechos civiles y agrupándose contra el imperialismo estadounidense para construir otro tipo de mundo, que incluía también otro tipo de experiencia urbana.

En París, la campaña para detener la vía rápida de la margen izquierda y la destrucción de barrios tradicionales por la invasión de «gigantes de altura» como la Place d’Italie y la torre Montparnasse ayudó a animar las mayores dinámicas del levantamiento de 1968. En este contexto, Henri Lefebvre escribió La revolution urbaine, que predijo no sólo que la urbanización era central para la supervivencia del capitalismo y, por lo tanto, susceptible necesariamente de convertirse en objeto crucial de la lucha de clases y de la lucha política, sino que estaba despareciendo paulatinamente la distinción entre el campo y la ciudad mediante la producción de espacios integrados a lo largo del territorio nacional, si no más allá del mismo4 . El derecho a la ciudad tenía que significar el derecho a dirigir la totalidad del proceso urbano, que estaba dominando cada vez más el campo mediante fenómenos que iban del agribusiness a la segunda residencia y el turismo rural.

De la mano de la revuelta de 1968 vino la crisis financiera de las instituciones crediticias que, al financiar la deuda, habían propiciado un boom inmobiliario durante las décadas precedentes. La crisis se intensificó a finales de la de 1960 hasta que el sistema capitalista colapsó, primero con la explosión de la burbuja del mercado inmobiliario en 1973, a la que siguió la quiebra de la ciudad de Nueva York en 1975. Como indicó William Tabb, la respuesta a las consecuencias de esta última avanzaron, de hecho, la construcción de la respuesta neoliberal a los problemas de perpetuar el poder de clase reanimando la capacidad de absorber los excedentes que el capitalismo debe producir para sobrevivir5

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