“(…) cuanto más se alejan los seres humanos de los animales en el sentido más estrecho de la palabra, más hacen ellos mismos su historia en forma consciente, más se reduce la influencia de los efectos imprevistos y de las fuerzas incontroladas sobre dicha historia, y el resultado histórico corresponde con mayor exactitud al objetivo prefijado. Pero si aplicamos esta medida a la historia humana, inclusive a la de los pueblos más desarrollados de la actualidad, advertimos que aún existe una colosal desproporción entre los objetivos previstos y los resultados obtenidos, que predominan los efectos imprevistos y que las fuerzas incontroladas son mucho más poderosas que las puestas en movimiento de acuerdo con un plan (…) Sólo la organización consciente de la producción social, en la cual la producción y la distribución se llevan a cabo en forma planificada, puede elevar la humanidad por encima del resto del mundo animal en lo que se refiere al aspecto social, tal como la producción en general lo hizo con el género humano en el aspecto específicamente biológico”
Dialéctica de la naturaleza, 1983:38
Corrección de este artículo: Patricia López
En lo que sigue, presentamos una suerte de adelanto de los trabajos del tomo II de nuestra obra. Se trata esta de una simple presentación, pero tiene el valor de servir a manera de “guion” general de lo que viene, marcando que los trabajos de escritura y reescritura del segundo tomo han comenzado.[1]
En nuestro primer tomo de El marxismo y la transición socialista. Estado, poder y burocracia, anunciamos que a continuación venía el segundo, el que está referido a la economía de la transición. Y aquí nos hallamos, comenzando los trabajos para nuestro segundo tomo (el texto original data del 2010, ahora sometido a reescritura integral y sumándole nuevos capítulos como tomo II de esta obra), que titulamos originalmente Dialéctica de la transición, porque, precisamente, de esto se trata la transición socialista: una dialéctica materialista donde se ponen en juego un conjunto de determinaciones que hacen a una “dinámica en flujo” como acabamos de señalar; una formación social en plena constitución. Lógicamente, este segundo tomo se realiza en polémica con posiciones anteriores (capitalismo de Estado, colectivismo burocrático, Estado obrero degenerado, etc.).[2] Sin embargo, no queremos identificarlas en este punto, porque, como hemos señalado, ésta no intenta ser una obra de “labels”, clasificatoria, sino más bien dar cuenta de la dialéctica de un proceso dejando enseñanzas para las futuras experiencias poscapitalistas / socialistas. Pero por esto mismo, por intentar escapar a definiciones “acabadas”, es que hemos asumido en nuestra obra esta lógica de “formación social” y no de modo de producción acabado, la cual es muy adecuada a nuestro objeto: la economía de la transición socialista y sus leyes (reguladores más bien, ya lo veremos).
1- Digresión sobre el abordaje metodológico del gobierno bolchevique
Antes de proseguir, y mediante una larga digresión, queremos subrayar que una cosa debe quedar clara respecto de un objeto que queda por fuera de esta obra (esto porque algunas de las primeras críticas que nos están llegando al tomo I nos exigen exactamente eso): el análisis crítico del gobierno bolchevique. Nuestro abordaje se centra en el estalinismo, el salto degenerativo en calidad que significó, más allá de cualquier error de los bolcheviques. Sin embargo, podemos dejar sentado que nuestro análisis del gobierno bolchevique se diferencia tanto del abordaje “reformista-kaustskiano-liberal” al estilo del académico canadiense Lars T. Lih, como del abordaje facilista autonomista-anarquista, ambos a la moda en la academia.[3] Lo común en ambos sería la idea de que el “huevo de la serpiente” estaría en el bolchevismo mismo y no en la degeneración burocrática estalinista, que marcó un quiebre de calidad, como señaló enfáticamente Trotsky y compartimos nosotros. Una y otra vez en los años 30, el gran revolucionario ruso arremetería contra este tipo de interpretación, cosa que el “nuevismo” que marca la lógica de los scholars intenta cuestionar; Bolchevismo y estalinismo (1937) es un texto agudo al respecto.
Sobre la identificación de bolchevismo y estalinismo, Trotsky señala lo siguiente en ese texto clásico: “El error de este razonamiento comienza con la identificación tácita del bolchevismo, de la Revolución Rusa, y de la URSS. El proceso histórico, que consiste en la lucha de fuerzas hostiles, es reemplazado por la evolución abstracta del bolchevismo. Sin embargo, el bolchevismo es sólo una corriente política (…) El bolchevismo se consideraba como uno de los factores históricos, su factor ‘consciente’, factor muy importante pero no decisivo. Nunca hemos pecado de subjetivismo histórico. Veíamos el factor decisivo –sobre la base dada por las fuerzas productivas– en la lucha de clases, no solo a escala nacional sino también internacional (…) la conquista del poder, por muy importante que sea, no convierte al partido en dueño todopoderoso del proceso histórico (…) Buscar el origen del estalinismo en el bolchevismo o en el marxismo, es exactamente la misma cosa, en un sentido más general, que querer buscar el origen de la contrarrevolución en la revolución” (Bolchevismo y estalinismo, 1975:14, 15, 21 y 22).[4]
En este educativo texto Trotsky agrega “perlas” que sirven para dar marco a las interpretaciones del “nuevismo historiográfico” (el nuevismo historiográfico es una deformación donde la verdad está instrumentalizada en función de hacer carrera en la academia: descubrir siempre “algo nuevo”)[5]: “Por cierto que en la URSS la capa dirigente está obligada a adaptarse a la herencia revolucionaria que aún no está completamente liquidada, preparando al mismo tiempo un cambio de régimen social por medio de una guerra civil declarada (‘depuración’ sangrienta, exterminación en masa de los descontentos)” (ídem, 1975:28 y 29). Está claro que a nuestro modo de ver, a diferencia de lo que señala acá Trotsky, eso fue exactamente lo que ocurrió en los años 30 con el giro estalinista a la colectivización forzosa, la industrialización acelerada, el estajanovismo y el Gulag, las Grandes Purgas. Pero esto no quita en lo más mínimo el argumento que estamos defendiendo: ¡un río de sangre corrió –y correrá siempre– entre revolución y contrarrevolución!
Los relatos descontextualizados del llamado “comunismo de guerra”, de Cronstadt, de la crisis que marcó al poder bolchevique en los años 1920/1 nos parecen fuera de foco, si bien pueden extraerse enseñanzas críticas de ese período marcado por los constreñimientos sumados de la herencia de la IGM y la inmediatamente posterior guerra civil. Lih le da la palabra a Trotsky en un período que parece ser de su gran interés: el del “comunismo de guerra” (Lih aclara que fue un término acuñado posteriormente, durante la NEP). Su obra What was bolchevism?, una colección de artículos y ensayos publicados a lo largo de 30 años en distintas revistas, tiene como uno de sus centros estudiar los que él llama “los sueños bolcheviques de un comunismo inmediato sobre la base de la frugalidad” (las palabras son nuestras), un verdadero “delirio” según él. En realidad, no se sabe desde qué ángulo se mueve su enfoque (afirma que todo hubiera sido “simple” si los bolcheviques hubieran cobrado impuestos a los campesinos en vez de hacer requisiciones de granos),[6] pero, en todo caso, aun criticando a Trotsky, le da la palabra sin distorsionarlo en varios aspectos (tanto a él como a varios otros dirigentes bolcheviques), no solo para el periodo de la guerra civil sino más allá: “¿Significaba que el apoyo de Trotsky a los mecanismos de compulsión / coerción del trabajo en 1920 significaba realmente que rechazaba los incentivos materiales? Trotsky argumentaba que los incentivos materiales siempre debían permanecer como una realidad subyacente [es decir, no se podía no contar con ellos durante la transición]: ‘El esfuerzo y la eficiencia del trabajo está determinada en su mayor parte por el interés material personal. Para el explotado, lo que es de decisiva importancia no es el ‘cascarón jurídico’ por intermedio del cual obtiene los frutos de su trabajo [la propiedad estatizada], sino, por el contrario, qué porción de ellos obtiene’” (Lih, 2023:122).[7]
Un señalamiento agudo del concepto de “poder” en la tradición del bolchevismo –según Lih heredada de la socialdemocracia, cuestión discutible– es el concepto ruso de vlast.[8] El autor canadiense dice que es difícil para nosotros hoy dar cuenta de los ricos contenidos de significado de la palabra. Señala que por razones sobre todo de traducción, hablar del vlast lisa y llanamente como “poder” puede ser confusionista: “la palabra rusa significa autoridad soberana en el sistema político y, por lo tanto, está más cercana a la palabra alemana ‘Macht’ o francesa ‘pouvoir’ que a la inglesa ‘power’” (Lih, 2024:107). Sin embargo, entendiendo el marco reformista, socialdemócrata, desde el cual trabaja Lih, está claro que al rebajar la palabra poder y empoderar la idea de “soberanía en el sistema político” se puede caer en la idea kautskiana del “poder”, es decir, de la soberanía proletaria dentro de la democracia burguesa.
Lih es un fanático defensor de la continuidad en Lenin de Kautsky… Parece que el scholar canadiense no le dio la menor importancia, por ejemplo, a la aguda ruptura filosófica que significó para el gran revolucionario ruso el estudio de la Ciencia de la lógica de Hegel (ver al respecto El marxismo y la transición socialista. Estado, poder y burocracia, tomo I, parte III, punto 8).[9]
Por otra parte, no podemos dejar de mencionar una publicación de la revista estadounidense Jacobin bajo la notación de “Estrategia” (sic) de un extracto de Massimo Salvadori “¿El renegado Kautsky?”: “Para Lenin, en 1918, la dictadura del proletariado era un ‘poder basado directamente en la fuerza y no restringido por ninguna ley’, ‘un gobierno conquistado y mantenido por el uso de la violencia del proletariado contra la burguesía, un gobierno que no está restringido por ninguna ley’. Para el Trotsky de 1920, ‘el que en principio renuncia al terrorismo, esto es, a las medidas de intimidación y represión frente a la contrarrevolución armada, debe renunciar también a la dominación política de la clase obrera, a su dictadura”, lo que, efectivamente, es exactamente así. Sin embargo, Salvadori defiende otra perspectiva: “¿Qué entendía Kautsky, entonces, por dictadura del proletariado? El poder obtenido por la clase obrera mediante la conquista del parlamento (…)” (Jacobinlat.com, 09/2024).
Blanco sobre negro la perspectiva revolucionaria de la dictadura proletaria versus la perspectiva reformista de la “conquista del poder” mediante el parlamento burgués vista por Kautsky, como el autor de esta nota bien recuerda, como una mera herramienta de la “técnica gubernamental”, sea cual sea la clase que domine el Estado…
En cualquier caso, en cuanto podamos, acometeremos esta discusión in extenso (un adelanto general se puede apreciar en nuestro texto “Ascenso y caída del gobierno bolchevique”, izquierda web). Sólo dejaremos asentado por ahora que nuestro abordaje de la degeneración estalinista parte de una bisagra clásica: la derrota de la Revolución Alemana (1918-1923). A nuestro modo de ver, este evento fue el alfa y omega que terminó decantando el proceso de burocratización (los demás eventos fueron “causas concurrentes” pero no “causa final”, por usar un lenguaje aristotélico).
2- Los reguladores de la economía de transición
Volviendo a nuestro argumento, realizaremos en este segundo tomo el paso, desde la esfera de la teoría de la revolución y de la dictadura proletaria (del Estado o semi-Estado proletario), al terreno de la economía de la transición. Nos apoyaremos sobre todo en la experiencia de la ex URSS. Pero, al igual que en el resto de esta obra, nuestro interés es obtener una serie de conclusiones generales sobre el proceso de la transición socialista como tal a partir de la riquísima pero frustrada experiencia del siglo veinte. Los “recuerdos del futuro”, las experiencias poscapitalistas, aun si fueron realizadas en condiciones de miseria material, lo que les puso determinados parámetros (límites) que pueden no ser los mismos en el futuro, más allá del brutal desarrollo de fuerzas destructivas al cual estamos asistiendo en este siglo XXI (el ecocidio que está ocurriendo frente a nuestros ojos impondrá nuevos constreñimientos materiales a las experiencias no capitalistas que están en el porvenir).
Rosa Luxemburgo había señalado con agudeza en La Revolución Rusa (folleto escrito en prisión durante 1918 pero recién publicado en 1921 por Paul Levi, no por ella misma)[10] que era imposible pedirles “perfección” socialista a los bolcheviques (las palabras son nuestras pero respeta el sentido de sus apreciaciones) dadas las condiciones materiales de su acción, aunque, lógicamente, las “imperfecciones” del proceso a que dio lugar la Revolución Rusa y las revoluciones de la segunda posguerra (más bien, en el caso ruso, la contrarrevolución estalinista que la sucedió), fueron más que imperfecciones: ocurrió un proceso burocrático degenerativo que atentó contra el contenido socialista del proceso. La transición socialista quedó bloqueada, inhibida.
En el primer tomo de nuestra obra hemos intentado transmitir las lecciones de esta experiencia en el terreno político, del Estado, y de la teoría misma del Estado, la revolución y la dictadura proletaria sobre el trasfondo de la elaboración del marxismo revolucionario (Lenin, Trotsky, Rosa, Gramsci y Rakovsky) y haciendo, a la vez, un esfuerzo por recuperar a Marx y Engels al respecto (esta puesta en correlación del marxismo revolucionario y el marxismo clásico en relación al balance del estalinismo, no es un operativo habitual entre el marxismo militante y tampoco entre los scholars del bolchevismo)[11].
En este segundo tomo nos interesa abordar los procesos subyacentes. Es decir, las relaciones sociales de producción que están detrás de la forma (fetichizada bajo el estalinismo) de la propiedad estatizada, forma cargada de falsos atributos por el marxismo revolucionario tradicional (el trotskismo) en la segunda posguerra (fetichizadores también ellos). Las relaciones sociales subyacentes son, entonces, la planificación, el mercado y la democracia proletaria, formas de las relaciones sociales de producción que pueden ser abordadas, desde otro ángulo del análisis, como los reguladores de la economía de la transición (en el contexto de la revolución internacional).
Pues, efectivamente, estas son las relaciones materiales subyacentes que se encuentran por detrás de las relaciones jurídico-políticas, o, para decirlo de otra manera, aquello que da base material a la progresión socialista (o a la regresión anti-socialista) de los procesos en obra: “Las leyes del período transitorio se distinguen fundamentalmente de las leyes del capitalismo. Pero no se distinguen menos de las leyes futuras del socialismo, es decir, de la economía armónica (…) Las posibilidades de producción de la centralización socialista, de la concentración, de la dirección única, son inconmensurables [la ‘forma planificada’ de la cual hablaba Engels en Dialéctica de la naturaleza]. Pero una falsa aplicación, y sobre todo por un abuso burocrático, pueden tornarse en su contrario [de esto no podía hablar todavía Engels]. Puede decirse que se han tornado en parte, pues la crisis ya existe. Cerrar los ojos ante esta crisis significaría dejar el campo libre a las fuerzas ciegas de la anarquía económica [así que la anarquía económica surge también de la ‘planificación’ burocrática]. Tratar de violar la economía a fuerza de latigazos significaría multiplicar las calamidades” (Trotsky, 1973:75).
Respecto de este ángulo, de los reguladores económicos del proceso de la transición, tenemos la impresión de que Trotsky llegó a la formulación más acabada de esta problemática en el folleto que acabamos de citar, El fracaso del plan quinquenal (la paradoja del caso es que, hasta donde sabemos, no retomó este abordaje en ninguna otra obra)[12]: “La lucha por los intereses vitales, considerados como los factores fundamentales de la planificación, nos introduce en la esfera de la política, que es la economía concentrada. Las armas de los grupos sociales de la sociedad soviética son (deben ser): los soviets, las uniones sindicales, las cooperativas y, sobre todo, el partido dirigente. Sólo la coordinación de estos tres elementos: la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética, pueden garantizar una dirección justa de la economía de la época de la transición y asegurar, no la liquidación de las desproporciones en algunos años (eso es utópico), sino su atenuación y, como consecuencia, la simplificación de las bases de la dictadura proletaria” (folleto escrito en 1932).
Se aprecia acá, además del descubrimiento en la experiencia de los reguladores de la economía de la transición socialista, avasallados en uno u otro sentido por los diversos experimentos burocráticos –economía puramente de “comando” burocrático, apertura reformista al mercado, ninguneo en todos los casos de la democracia socialista–,[13] la “hibridación” de las categorías económicas en la transición socialista. Trotsky mismo afirma que los factores fundamentales de la planificación “nos introducen en la esfera política”, en el sentido de que, evidentemente, la planificación es un mecanismo que supone valoraciones que no pueden ser puramente “económicas”, por no hablar de la democracia socialista como “arma de los grupos sociales de la sociedad de transición”. Hibridación no quiere decir pérdida de especificidad: no hay nada en la política que pueda superar una constricción material (Pierre Naville); de ahí que Trotsky se ocupara de aclarar que no se podía hacer avanzar la economía “a latigazos”. Constricción material que sólo podía superarse en la ex URSS con la extensión de la revolución internacional en el sentido de la ampliación de la base de sustentación de la economía de transición misma (es decir, el camino opuesto al “socialismo en un solo país” o en “un solo mingitorio” como afirmaría burlonamente Radek antes de su capitulación).[14]
“Cualquiera que sea el lado por donde se aborde este primer plan quinquenal no hubiera podido por sí nacer más que como un esbozo de hipótesis elaborado principalmente para una reconstrucción fundamental en el proceso de trabajo. No se pude crear a priori un sistema definido de economía armónica. La hipótesis del plan no podía contener en sí las desproporciones viejas ni evitar el desarrollo de nuevas desproporciones. La dirección centralizada no constituye sólo una garantía enorme, sino que también crea el peligro de las faltas centralizadas, es decir, multiplicadas. Sólo una regulación permanente del plan en el proceso de su realización, su reconstrucción, parcial y total sobre la base de la experiencia adquirida pueden asegurarle un carácter económico efectivo” (Trotsky, 1973:16).
Se puede afirmar que, paradójicamente, respecto de la economía de la transición hubo cierta “confluencia” de preocupaciones desde posiciones tan disímiles como las de Trotsky y Bujarin en esta materia. Bujarin no logró superar nunca un abordaje campesinista y en cierto modo liberal, pero, sin embargo, como estableció hace décadas su principal historiador en Occidente, Stephen Cohen, Bujarin viró su posición a una mayor comprensión de la necesidad de la planificación (lo hemos visto en el tomo I de esta obra y lo retomaremos más extensamente abajo): “El grupo de Stalin había adoptado una versión extrema de lo que se llamó ‘planificación teleológica’, método que afirmaba la primacía del esfuerzo voluntario sobre las fuerzas objetivas (…) Los puntos de vista de Bujarin acerca la planificación, establecidos en 1928-29, eran naturalmente muy distintos (…) Primero, planificación económica significa empleo racional de los recursos para alcanzar las metas deseadas; por lo tanto, el plan tiene que cimentarse en el cálculo científico y en las estadísticas objetivas y no en ‘hacer lo que nos plazca’ o en un ‘acrobático salto mortal’” (Bujarin citado por Cohen en El marxismo y la transición socialista, 2024:235).[15]
En todo caso, es en el Trotsky de comienzos de los años 30 donde se encuentra el “resumen” más consciente, consistente, global y explícito de las relaciones sociales de producción que atañen a la transición socialista, al menos en países que no son del centro imperialista. La idea de que la “regulación” de la economía de transición atañe a la planificación, el mercado y la democracia obrera se nos aparece, efectivamente, característica de Trotsky.[16] Sólo tardíamente llegó Bujarin a comprender –hasta cierto punto– la necesidad de la planificación e industrialización, y Evgeny Preobrajensky, eminente economista de la Oposición de Izquierda, vició su comprensión y sus argumentos al capitular al giro estalinista de 1929/30. Preobrajensky se unilateralizó producto de una falla que ya estaba inscrita en su obra fundamental: un ángulo metodológicamente poco dialéctico, positivista. Pensó la planificación como “ley objetiva” de la transición y perdió de vista las determinaciones políticas de la misma. Cosa que no ocurrió con Trotsky, que tan tempranamente como en 1926 se diferenció del economista soviético (“Notas sobre cuestiones económicas”, 1926, en Dialéctica de la transición. Plan, mercado y democracia obrera, 2010, izquierda web). Si Preobrajensky apreció correctamente que la ley del valor no era, no podía ser, el único regulador de la transición socialista (no podía ser el principal regulador porque eso llevaría al restablecimiento del capitalismo, lo veremos en el desarrollo del tomo dos), le daba una objetividad a la planificación que ésta no posee: “(…) desestimando la regularidad objetiva en el proceso ampliado de reproducción socialista, tal cual se desarrolla a pesar de y en conflicto con la ley del valor, y con proporciones definidas (dictadas desde afuera, con el poder de la compulsión) de la acumulación del Estado soviético en cada año económico particular, excluir este último proceso de la operación de la ley de causalidad socava las bases del determinismo –que es la base de la ciencia en general–” (Preobrajensky, 1965:4).
Está claro que al establecer la planificación con semejante “determinismo”, nada de lo que ocurriera a su alrededor, los problemas del mercado y, sobre todo, del poder político, podían inhibir el “comando socialista” de la acumulación. Como desarrollaremos en nuestro segundo tomo, Preobrajensky era consciente de que no hablar de la fuerza de trabajo como mercancía en la transición era una “apuesta al futuro” pero, de todos modos, de esta manera soslayaba el problema de la posibilidad del reinicio de mecanismos de explotación del trabajo, cosa que desestimaba bajo la falsa idea de que “una clase no puede explotarse a sí misma” (Naville).
En todo caso, el supuesto “automatismo socialista” de la planificación es el abordaje objetivista que llevó, intelectualmente, a Preobrajensky a capitular al estalinismo (no hay duda alguna de esto si se sigue escrupulosamente su principal obra, La nueva economía): “(…) con el objetivo de hacer un análisis científico de la economía soviética, en un cierto estadio de la investigación es necesario abstraerse de la política del Estado soviético y concentrarse en analizar en su forma pura las tendencias de desarrollo de la economía estatizada por un lado, y de la economía privada por el otro” (Preobrajensky, 1965:10).
Las diferencias de abordaje con Trotsky no podían ser mayores (¡además de que en el análisis del economista soviético quedaban relativamente por fuera las tendencias de la revolución internacional, el mercado internacional y sus influencias y, en toto, la teoría de la revolución permanente!). Por eso no se entiende cómo Ernest Mandel, economista e importante teórico del trotskismo en la posguerra, asumió tan acríticamente el esquema preobrajenskiano de la economía de transición, perdiendo de vista en su economicismo la hibridación de las categorías de la transición, cuestión metodológica clave de la cual venimos dando cuenta en nuestra obra.[17]
Paradójicamente, a pesar de sus posiciones anti-planificación en los años 20, campesinistas y oportunistas, Bujarin entendía mejor que Preobrajensky la imbricación, en la economía de la transición, entre el Estado y la economía, entre política y economía. Para sustentar la idea de una supuesta “ley objetiva de la planificación”, Preobrajensky critica a Bujarin –erróneamente– a este respecto: “Declaraciones acerca de que cuando analizamos la economía capitalista lidiamos con una superestructura que no es ‘una parte componente de las relaciones de producción, el estudio de las cuales es el objeto de la teoría económica’; bajo la economía capitalista el proceso se desenvuelve espontáneamente, sin embargo en la Unión Soviética la base se fusiona con la superestructura en la economía de Estado, y en el terreno de la actividad económica el principio de la planificación gradualmente comienza a sobreponerse a la espontaneidad” (ídem, 1965:16), una afirmación bujarinista que, tomada en su estricto sentido, nos parece, paradójicamente, adecuada.
La anterior es la problemática central que recorrerá este segundo tomo, sumando otras temáticas vinculadas a la explotación del trabajo en la ex URSS, como el análisis crítico del movimiento stajanovista, el problema de los campos de trabajo forzados (el sistema del Gulag), el ángulo socialista ecológico que debe tener cualquier elaboración sobre la economía de la transición hoy, opuesto al productivismo desenfrenado del estalinismo, etc. Intentaremos, entonces, en esta segunda parte de nuestra obra, dar cuenta de los mecanismos materiales que obraron detrás de la degeneración del Estado soviético y de los demás Estados donde se expropió al capitalismo pero donde la transición socialista quedó igualmente bloqueada. Haremos un esfuerzo de síntesis entre el primero y segundo tomos de nuestra obra a modo de lograr un “todo orgánico”, una totalidad concreta que no pretende formular ninguna “ley general”, sino sacar enseñanzas críticas de la experiencia para las revoluciones socialistas que están en el porvenir.
Bibliografía
Federico Engels, Dialéctica de la naturaleza, Editorial Cartago, México, 1983.
Lars T, Lih, What was bolchevism?, Haymarket Books, Chicago, 2024.
Marcel van der Linden, Western Marxism and the Soviet Union. A survey of the critical theories and debats since 1917, Historical Materialism, 17, Brill, Lieden-Boston, 2007.
J.J. Marie, Cronstadt, fayard, France, 2005.
Eugene Preobrajensky, The new economics, Clarendon Press, Oxford, 1965.
Roberto Sáenz, La dialéctica de la transición socialista. Plan, mercado y democracia obrera, izquierda web, 2010.
Massimo Salvadori, “¿El ‘renegado’ Kautsky?”, traducción adaptada del capítulo “The ideological crusade against bolchevism”, en Karl Kautsky and the socialist revolution, 1880-1938, jacobinlat.com, septiembre 2024.
Catherine Samary, “Plan, marché et démocratie. L’expérience des pays dit socialistes”, Cahiers d’etude et de recherche, Número doble 7/8, Institut International de Recherche et de Formation, 1988.
León Trotsky, Bolchevismo y estalinismo, El Yunque editora, Argentina, 1975.
- El fracaso del plan quinquenal, Ese editor, Argentina, 1973.
[1] El concepto de dialéctica de la transición es un homenaje a la obra de Engels, Dialéctica de la naturaleza. Ocurre que si hay algo dialéctico, es el proceso mismo de la transición socialista: es, inevitablemente, un proceso en flujo: “(…) la eterna sucesión ‘repetida’ [las comillas son nuestras, R.S.] de los mundos en el tiempo infinito, es sólo el complemento lógico de la coexistencia de innumerables mundos en el espacio infinito, principio cuya necesidad se impuso inclusive en el anti-teórico cerebro yanqui de Draper: ‘La multiplicidad de los mundos en el espacio infinito lleva a la concepción de una sucesión de mundos en el tiempo infinito’. Aquel en el cual se mueve la materia es un ciclo eterno (…) un ciclo en el cual todos los modos finitos de existencia de la materia (…) son igualmente transitorios, y en que nada es eterno, salvo la materia en eterno movimiento, en eterno cambio, y las leyes según las cuales se mueve y cambia” (Engels: 1983:40). En toda nuestra obra, salvo indicación en contrario, las itálicas son nuestras.
[2] Para un abordaje clasificatorio ver Western Marxism and the Soviet Union. A survey of critical theories and debates since 1917, Marcel van der Linden, Historical Materialism, 17, Brill, 2007, texto que citaremos en nuestro tomo II porque es de interés, precisamente, en el terreno clasificatorio (un terreno que aporta pedagogía aunque no reemplaza el análisis plástico de nuestro objeto de estudio: las sociedades de transición al socialismo).
[3] Un ejemplo de la lógica anti partidos autonomista la encontramos en una crítica de Astarita a nosotros en “Precisión sobre el programa de Kronstadt” (ver su blog), donde afirma formalistamente que los insurrectos no planteaban la consigna de “soviets sin partidos”, esto contra toda la evidencia histórica. J.J. Marie, en su valiosa obra Cronstadt afirma exactamente lo contrario: “La resolución votada será frecuentemente resumida por la consigna: ‘soviets sin comunistas’, aparecida por primera vez en un motín de hambre en Moursmansk… en mayo de 1918 y retomada en numerosos levantamientos campesinos. Este slogan no figuraba en la resolución, pero el desenvolvimiento de la misma irá en ese sentido” (Marie, 2005:141).
[4] Que la revolución y la contrarrevolución estén unidas por un “hilo de necesidad” no quiere decir que la una se desprenda de la otra: como la acción y la reacción, una supone a la otra. Y esto por razones muy materiales: porque cualquier intento de transformación social, de revolución, de nueva fundación, se opone a la resistencia de los materiales, a un cuerpo social marcado no solo por las tendencias revolucionarias sino por el conservadurismo de la inercia histórica. Trotsky reflexionó muchísimo sobre esto en los años 30 y era lógico que fuera así porque fueron años de reacción.
[5] Sin embargo, la elaboración marxista no funciona según las reglas del nuevismo sino con otras más materialistas: una elaboración marxista no da un salto mortal en relación a la elaboración anterior, ni salto atrás como hace la ortodoxia, el doctrinarismo. Intenta dar un paso adelante crítico pero sobre los hombros de nuestros maestros; una línea crítica de continuidad y superación dialéctica de la elaboración anterior (el aufhebung de Hegel, el superar conservando), por supuesto que en correlación con la realidad: “Uno de los principales rasgos del bolchevismo es su posición inflexible y aun puntillosa, frente a los problemas doctrinarios. Los 27 tomos de Lenin permanecerán siempre como ejemplo de una actitud escrupulosísima hacia la teoría” (Trotsky, 1975:26).
[6] La primera obra de Lih, que no conocíamos y no leímos, se titula, precisamente, Bread and authority in Russia, 1914-1921 (1990).
[7] Se nota que desde el comienzo de su reflexión Trotsky era muy consciente de los límites que tenía, por sí misma, la conquista de la propiedad estatizada respecto de la apreciación de la mejora de sus condiciones de vida por parte de las masas: esto no podía ser algo formal sino real (Trotsky repetirá este argumento en La revolución traicionada, en los decisivos capítulos IX y XI).
Al respecto, nuestro amigo Nicolás González Varela comete el error de achacarle a Trotsky cosas que no son reales (apreciadas bajo el contraste de los mismos estudios de Lih que acabamos de citar): “En 1925 la Oposición de Izquierda, que se hacía eco del creciente descontento proletario a diferencia de la desdeñosa actitud de 1923” (“Gramsci y el Marx desconocido”, VII, izquierda web). Nicolás se olvida que en octubre de ese último año connotados dirigentes del CC bolchevique aliados con Trotsky presentaron la famosa “Plataforma de los 46”, que marcaba el inicio de la división de la dirección del partido y la lucha contra la burocracia en su forma más sistemática y aguda (es decir, el nacimiento mismo de la Oposición de Izquierda, la corriente antiestalinista más fuerte apreciada no solo en Rusia sino world wide).
Nicolás comete el error de subirse con armas y bagajes al “nuevismo”, sin que se sepa demasiado desde qué marco conceptual hace dicha operación.
[8] Lih insiste e insiste en la filiación de Lenin con Kautsky, pero en sus textos Marx y Engels parecen no existir (al menos los que pudimos estudiar hasta el momento)… Que sepamos, Lenin le dedicó profundos textos a Marx (el folleto para el Diccionario Enciclopédico Granat ruso, “Karl Marx”, 1914; El Estado y la revolución, obra inconclusa de 1917, escrupulosamente basada en Marx y Engels) y Hegel (las Notas sobre la Ciencia de la lógica de Hegel, 1914, publicadas después de su muerte), pero ninguno a Kautsky. Salvo que consideremos ·La revolución proletaria y el renegado Kautsky” que, evidentemente, no era un texto de estudio del marxista reformista alemán, sino una dura polémica. Es evidente que Lenin cita muchísimo a Kautsky, pero muy distinto es afirmar que le dedicó estudios específicos, al menos no de la envergadura de los que dedicó a Marx, Hegel y Engels, cual es nuestro argumento.
[9] Hay mucha discusión en el marxismo acerca del valor de este cuaderno de apuntes leninistas. Nuestra firme posición es que significó una categórica superación del marco filosófico anterior de Lenin (nos apoyamos para esta afirmación, además de en nuestra propia sensibilidad, en Dunayevskaya, John Rees, Kevin Anderson, Statis Kouvelakis y otros autores). Superación que no significó, obviamente, abandonar el marco filosófico materialista de Materialismo y empiriocriticismo, pero sí darle tersura dialéctica y transformadora a su marxismo. El lado activo del sujeto en la conformación de la realidad, que no aparecía en su obra de 1908, aparece ahora en todo su esplendor: “la idea no sólo refleja la realidad sino que la crea”, afirma Lenin en los Cuadernos.
[10] Como se ha señalado habitualmente, no se puede saber si luego de ser liberada de prisión, noviembre de 1918, y antes de ser asesinada, enero de 1919, Rosa mantenía las posiciones expresadas en dicho folleto. Esto más allá del “método” general expresado en él, que asumimos que Rosa hubiera mantenido: el abordaje crítico general de la experiencia bolchevique como se aborda cualquier otra experiencia desde el marxismo (un abordaje crítico defensista, hay que agregar).
[11] Nuestro “operativo” teórico en esta obra es el señalado: superar el mecanismo habitual –un callejón sin salida– donde “el perro se muerde la cola” y hacer una apertura de la experiencia poscapitalista y de la reflexión de nuestros maestros del marxismo revolucionario bajo el contraste de la reflexión de nuestros maestros del marxismo clásico, un operativo que concebimos como una universalización de la reflexión al respecto de las sociedades poscapitalistas. István Mészáros había intentado esto en Beyond capital, aunque –por encima de todo– sobre la base del abordaje crítico del pensamiento de George Lukács, su maestro filosófico.
Nuestra ambición, que hay que lograrla, es realizar una suerte de “repaso” de todo el marxismo del siglo XX desde el ángulo del balance del estalinismo, anclando dicha reflexión y dicha experiencia en nuestros clásicos, Marx y Engels, como venimos diciendo.
[12] Habría que verificar nuestro aserto en la multitud de “papeles” de Trotsky, pero al menos no recordamos que este abordaje esté recogido, por ejemplo, en una obra mayor del gran revolucionario como La revolución traicionada, su principal esfuerzo interpretativo respecto de la involución de la ex URSS.
[13] Más abajo veremos que el Che Guevara, en su debate sobre la gestión económica de Cuba en los años 60, tampoco logró entender esta combinación de reguladores. Frente a la presión conservadora-oportunista-reformista que venía de la ex URSS hacia la apelación a los mecanismos del mercado como solución a los problemas de la economía de comando burocrático, el Che contrapuso mecánicamente la planificación per se. Esta posición, perdiendo de vista la democracia obrera, fue apoyada a-críticamente por Ernest Mandel. Por su parte, el economista estalinista francés Charles Bethelheim apoyó inicialmente el punto de vista conservador de los economistas de la ex URSS, para virar posteriormente a un maoísmo subjetivista. Volveremos sobre esta problemática en el desarrollo de este segundo tomo.
[14] Radek es un personaje particularmente sinuoso del bolchevismo que nos parece que ha sido poco estudiado. Su capitulación al estalinismo fue realizada bajo formas tan desagradables que solo han causado rechazo. Pero a diferencia de la capitulación de otros personajes como Preobrajensky, las causas de “principios”, es decir, en relación a la lógica política de la cual venia, no están claras (quizás no sea más que “bohemia”, de la cual al parecer Radek era maestro: recibía a los militantes en su propia cama; o quizás fuera su rechazo a la teoría de Trotsky de la revolución permanente, tal cual se expresó en el caso de China).
[15] La obra de referencia de Cohen, archiconocida, es Bujarin y la revolución socialista, 1976. El sovietólogo Lars T. Lih es discípulo de Cohen. Volveremos sobre la obra de Lih más abajo. Trotsky señalaba algo similar, aunque más determinado y con más profundidad (algo que Cohen menosprecia; su biografía sobre Bujarin afirma un ridículo menosprecio al papel de Trotsky en la lucha antiestalinista): “El plan se verificará, y en gran medida se realizará, por intermedio del mercado. La regularización del mercado debe basarse sobre las tendencias que en él se manifiestan cada día. Los organismos [de la planificación] (…) deben demostrar su comprensión económica por medio del cálculo comercial. El sistema de la economía transitoria no puede ser enfocado sin el control del rublo. Esto exige, por tanto, que el rublo sea igual a su valor. Sin la firmeza de la unidad monetaria, el cálculo comercial no sirve más que para aumentar el caos” (Trotsky, 1973:62). Y como remate, agrega respecto de la democracia socialista: “Paralelamente, la osificación (…) de los sindicatos, de los soviets y del partido iban ganando camino (…) De esta manera llegó a liquidarse por completo el mecanismo fundamental de la construcción socialista, el sistema flexible y elástico de la democracia soviética” (Trotsky, 1973:69).
[16] Catherine Samary, economista de la corriente mandelista y especialista en la ex Yugoeslavia, desarrolló esta problemática en polémica con el propio Mandel en un conocido folleto de finales de los años 80: “Plan, marche et democratie. L’ experience de pays dit socialistes”, 1988. Sin embargo, no tenemos conocimiento de que exista una obra más ambiciosa de la autora al respecto (quizás nuestra radicación en el Sur global sea la fuente de este desconocimiento).
[17] Y no sólo Mandel; mucho del marxismo revolucionario en este siglo XXI sigue asumiendo a-críticamente el legado económico de Preobrajensky respecto de la economía de la transición socialista.