La insurrección popular de la Commune que estalló en París el 18 de marzo de 1871 fue un “acontecimiento” nunca antes visto en la Historia de Europa. El primer gran combate a muerte entre el proletariado y el novísimo sistema de dominación burgués. Fue una conmoción social que atravesó como un relámpago todo Occidente y el equivalente a la toma de La Bastilla. Tenemos que comprender el rango epocal del acontecimiento para entender esta conmoción. Desde las revoluciones fallidas de 1848 reina la paz social en toda Europa, una pax victoriana, apenas interrumpida por las breves guerras fronterizas y de corta duración de Bismarck. El Progreso burgués parece una realidad palpable, crece la nueva clase media, y solo el relámpago de un pueblo en armas, de los communards tomando el poder en la capital más importante de Europa, quebrará este idílico sueño. “La batalla de París no es sino un pequeño combate de vanguardia. Nos queda por vivir el episodio principal en Europa. Antes que transcurran muchas décadas, el grito del proletariado parisino: ‘Guerra a los castillos, Paz en las chozas, Muerte a la miseria y a la ociosidad’ será el grito de combate de los trabajadores europeos” -decía el fundador de la socialdemocracia alemana, August Bebel en un pleno del parlamento alemán en mayo de 1871 frente al “Canciller de Hierro” von Bismarck. Aunque Engels y Marx (y con ellos la Iº Internacional) no habían apoyado previamente la rebelión (en realidad se oponían),[1] una vez iniciada la rebelión social dieron su reconocimiento. Marx habló entonces de “la magnífica revolución de París” y en una carta famosa a Kugelmann del 12 de abril de 1871 afirmaba que “el próximo intento de la Revolución Francesa será, ya no transferir de unas manos a otras, como hasta ahora se ha hecho, la maquinaria burocrático-militar, sino el ‘destrozarla’, y ésta es la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. Ése es también el empeño de nuestros heroicos camaradas de partido en París. ¡Qué flexibilidad, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisinos! La historia no conocía hasta ahora semejante heroísmo que se compare al de estos parisinos, prestos a asaltar el cielo, contra los siervos del Sacro Imperio Romano-Germánico-Prusiano, con sus mascaradas antediluvianas, que huelen a cuartel, a iglesia, a junkers y, sobre todo, a filisteísmo”.[2]
Palabras proféticas. La Commune se había transformado en el téster, la prueba de fuego, el reactivo ideológico para el Populismo napoleónico, el Liberalismo, el republicanismo, el neojacobinismo y los ideales de la democracia formal. Contra la opinión contemporánea, la Commune no fue simplemente una “sublevación ciega” de pequeños burgueses arruinados y del lumpenproletariado parisino, por el contrario y al igual que otras insurrecciones y sublevaciones paralelas, en Lyon (donde participó tragicómicamente Bakunin), St. Etienne y Marsella, fue un acto radicalmente revolucionario. Aspiraba y pretendía, en su programa máximo, a una total transformación de la organización social y política de Francia sobre la base de una federación de municipios autónomos. Sus dudas y ambivalencias, sus medios inadecuados, sus formas políticas híbridas, sus liderazgos se deben a que en aquel momento histórico se daba una encrucijada entre dos épocas y dos “movimientos” obreros (dos composiciones sociales): la de las revoluciones burguesas “desde abajo” estilo 1792 (ya caducas y reaccionarias: bloque histórico de clase media y trabajador artesanal) y el preludio de las revoluciones con partidos centrados en el proletariado asalariado. El insurgente-tipo parisino era un trabajador, promedio de 30 años de edad, empleado de la construcción, jornalero o metalúrgico, aunque en las instancias del poder popular el proletariado estaba subrepresentado. La “batalla popular por París” (como le denominó Rimbaud) además contó con la contribución discursiva y práctica de una izquierda revolucionaria (Blanqui, Delescluze, Flourens) y una izquierda burguesa (neojacobinos, proudhonistas, republicanos radicales, autonomistas municipales) que se había desarrollado a lo largo de los últimos veinte años. Pese a las denuncias en la prensa reaccionaria, de las que se hará eco el mismo Nietzsche, la Internacional era extremadamente minoritaria en la Commune: el grupo político más fuerte era el de los jacobinos pequeños burgueses y luego los blanquistas, y al final saintsimonnistes y seguidores de Proudhon. Solamente dos miembros del consejo comunal se reconocían marxistes.[3] En esta composición existían y chocaban tres tendencias que no supieron dotar a la Commune de un claro programa constitucional, unificar nacionalmente el resto de Francia con la insurrección y terminaron obsesionadas en medidas “robespierristas” (anticlericales) sobre las políticas sociales. El primer decreto de la Commune fue la abolición del ejército regular. Las medidas sociopolíticas se limitaron a prohibir el trabajo a destajo nocturno en la industria de la panificación, fijar un precio fijo del pan, suspender el pago de alquileres y deudas comerciales durante el período de excepción, la expropiación de fábricas cerradas o en quiebra, la planificación de cooperativas, la clausura de las casas de empeño del Estado. En el plano educativo se separó la iglesia del estado, se expropió al clero, se estableció un sistema de formación universal y gratuita para ambos sexos así cómo mejoras salariales a los maestros. El pueblo en armas liquidó el Parlamentarismo en el acto: los que aprobaban las leyes las ejecutaban y la “falsa independencia” del poder judicial fue eliminada. Todos los representantes debían ser elegidos (incluidos los jueces) y podían ser destituidos por sus electores; sus sueldos equiparados al salario mínimo vigente. Se eliminaba instintivamente la escisión entre Economía y Política, humus de la forma de dominio burguesa.[4] En algunas de sus medidas desesperadas se podía entrever una nueva forma revolucionaria: nueva centralización, legislación directa, unicameralismo, sufragio directo, desprofesionalización de la administración pública y la política, un poder ejecutivo colegiado, subordinado y de bajo perfil. El acto más simbólico fue el derribo de la columna Vendôme, símbolo de chauvinismo y nacionalimperialismo francés (las conquistas imperiales de Napoleón).
El ciclo revolucionario se desplegó en etapas que luego se repetirían en la revolución rusa de febrero de 1917: guerra interimperialista-crisis nacional por la derrota-ruptura interclasista-guerra civil-toma del poder. La Commune desató en su momento (y después) una abundante contra-propaganda reaccionaria con el propósito de vaciarla de sentido histórico, denigrar su trascendencia o minimizar su amplia representatividad. Se difundió la idea grotesca de que era un putsch de la chusma envidiosa, una orgía resentida y manipulada por profesionales hasta la teoría del complot pagado por los prusianos; se acusó a la revolución parisina de ser una conjuración criminal manipulada por una asociación terrorista llamada “la Internacional Comunista”. Según el testimonio de Lissagaray “la canalla literaria que, como amo único de periódicos y librerías, durante años ha fabricado la leyenda sobre las cosas y hombres de la Commune.” El generalísimo prusiano von Moltke, Genius militar de Bismarck, admirado por Nietzsche (incluso visitaba a su familia), se asustaba del “horrible régimen de la Commune… donde clubs revolucionarios demagógicos han manipulado criminalmente a una ciega multitud. Una muchedumbre harto ocupada en asegurar su dominación en el centro de París por medio de la destrucción, del incendio y de las ejecuciones”.[5] El mundillo gran bourgeois de la Cultura se estremeció: “un espantoso episodio” (Renan, un autor admirado por Nietzsche); “la Commune es un retroceso a las tinieblas del Feudalismo” (Flaubert); “no sólo en Francia sino en toda Europa el suelo de la civilización occidental tiembla” (el conservador Tocqueville, otro admirado por Nietzsche); “una explosión provocada por la gran ‘cuestión social’. Aunque el orden ha sido restaurado en Francia no hay que olvidarse que la enfermedad sigue en el organismo” (Jacob Burckhardt, el historiador admirado y amigo personal de Nietzsche).[6] En el otro bando un Bakunin exaltado entraba en un café revolucionario y sin dudar exclamaba: “¡Las Tuileries están ardiendo! Invito una copa a todos!”. El futuro líder del Anarquismo europeo resumía que “la Commune ha sido una negativa audaz, bien pronunciada, del Estado.” Un joven periodista y poeta llamado Jean Nicolas Arthur Rimbaud llegaba a pie a París, enrolado con fervor en los “Tiradores de la Revolución”, conmocionado por el heroísmo de los desposeídos, escribirá sus poema sobre los communards, “a travers París insurgé!” incluso ensayará un esbozo para darle una constitución definitiva a la Commune inspirándose en Rousseau y Babeuf.[7] La rebelión social no se circunscribía a la capital, ni mucho menos, a pesar de intentar ser una “dictadura del ejemplo”. La Commune no sólo se instauró en Paris: las ciudades más grandes del sur de Francia, algunas a pocos kilómetros de Basilea, se declaran comunas revolucionarias el 23 de marzo de 1871.[8] La grave acusación de que la Commune no era más que el fruto fascineroso de la Internacional era tenaz. Las cancillerías europeas intercambiaban expedientes sobre la organización y sus militantes; lo mismo hacían difundiendo teorías conspiracionistas los diarios monárquicos y conservadores en París. Pero la A.I.T. era en realidad una organización miserable y pobre, sólo la inspiración teórica, sólo intelectualmente podría considerarse su hija espiritual. Cinco días después de haber sido elegida en elecciones libres, fue un 28 de marzo, comienzan las operaciones militares contra París, apoyadas por tropas liberadas por ¡el mismo Bismarck! para reprimir a los insurrectos. La Commune fue finalmente vencida, su ejemplo no tuvo imitadores en Europa, ni siquiera en la propia Francia, como temían conservadores y reaccionarios. Igualmente fueron setenta y dos días que conmovieron al Mundo. Cinco monarquías europeas enviaron felicitaciones al verdugo y el Papa vio en el descarnado aplastamiento y matanza posterior el castigo divino por la propagación maligna del “Racionalismo” ateo francés.
Sería inútil y excesivo remarcar las represalias “propias de un Tamerlán” (Marx dixit) del gobierno francés de Versalles en París y por toda Francia. En la llamada Semain Sanglante (21/28 de mayo de 1871) la represión encabezada por Thiers fue feroz: 20.000 asesinados, excediendo en mucho cualquier antecedente moderno; la persecución contra los communards siguió incluso hasta 1877. Según el informe oficial de la justicia militar hubo 17.000 víctimas y 13.400 condenas sumarias, de ellas 270 a pena de muerte. Bakunin resumía la masacre: “Soy un partidario de la Commune de París que, por haber sido masacrada, sofocada en sangre por los verdugos de la reacción monárquica y clerical, no por eso ha dejado de hacerse más vivaz, más poderosa en la imaginación y en el corazón del proletariado de Europa.”[9] La Internacional fue puesta fuera de la ley y el gobierno de Thiers empezó a organizar detenciones a nivel europeo e internacional contra la A.I.T. y los communards que habían logrado huir. El ministro de exteriores, Jules Favre, emitió una circular famosa en junio de 1871 reclamando la extradición de los comuneros y líderes, estableciendo por primera vez una acción política policíaca común en Europa. La acogida de esta nueva forma represiva fue favorable en Alemania, Austria, Hungría y Rusia, países en los que se iniciaron espectaculares procesos contra los “conspiradores” de la Internacional. Como curiosidad el gobierno español del liberal Práxedes Mateo Sagasta (siete veces presidente) declaró fuera de la ley a la Internacional por decreto del 16 de enero de 1872; el visionario Sagasta además se dirigió a los otros gobiernos propuso una especie de Europol, para intercambiar informes policíacos, expedientes de las organizaciones y seguimiento individual de los miembros y simpatizantes de la A.I.T. Los amos de Europa fueron más lejos, no se contentaron con fusilar sumariamente o enviar a los condenados deportados de por vida a la Guyanne Francesa. Lo que se quería era aplastarla totalmente, usando todos los recursos y procedimientos políticos, administrativos e ideológicos por medio de una acción común que permitiera quebrar la voluntad de los países neutrales que servían de refugio humanitario, como Inglaterra, Bélgica, pero especialmente Suiza. Los ministros de los tres imperios más reaccionarios (Alemania, Austria-Hungría y Rusia) se reunieron en Salzburgo con un único punto en la agenda: la Internacional como enemigo principal y acciones para anular sus actividades y “en interés del mantenimiento del orden y de las buenas costumbres en Europa Central, a cooperar por todos los medios en el aplastamiento de la Internacional”. Uno de los países más solidarios y humanitarios con respecto a los refugiados de la Commune así como de la persecución continental a la Internacional, fue justamente Suiza. Las autoridades helvéticas, ante el horror in situ de Nietzsche, respetaron de manera escrupulosa la neutralidad y concedieron amplio derecho de asilo a los perseguidos políticos. Un caso llegó a todos los periódicos y tuvo en vilo a la opinión pública suiza, el de Eugène Razoua, redactor del Réveil de París, comandante de plaza de la Escuela Militar, muy popular entre las tropas del norte de París, quien llegó a cartearse con el mismo Marx.[10] Durante la represión post-Commune fue detenido en Ginebra por orden del gobierno francés el 17 de julio de 1871 con el estatus jurídico de un criminal común. Gracias a la movilización de los socialistas y miembros de la AIT de la sección suiza, fue liberado después de un mes de detención. Los diarios de Basilea siguieron con atención el día a día de este conflicto internacional con Francia. De esta manera la libertad de acción de la Internacional en Suiza jamás se pudo cuestionar. También los communards refugiados tuvieron la posibilidad no sólo de tener asilo sino de formar su propia sección y editar periódicos, folletos y libros, dar a conocer la contra-historia de la Commune. No es casualidad: el movimiento internacionalista suizo sobrevivió no sólo a la reacción europea de 1871, sino también a la crisis interior de la A.I.T. entre Bakunin y Marx. Pero: ¿cómo repercutía en el apolítico filólogo-filósofo Nietzsche el primer asalto al cielo de los trabajadores europeos?
Dioniso ario frente a la Hidra Internacional:
La repercusión de los sucesos de la Commune se introdujo además en los propios textos de los intelectuales que presenciaron el enorme evento social. Para Marx “el París laborioso, reflexivo, combatiente y sangrante, que casi olvida, en la incubación de una sociedad nueva, a los caníbales acampados a sus puertas, estaba radiante de entusiasmo por su iniciativa histórica… era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, resultado de la lucha de las clases que producen contra las clases que poseen, y es la forma política al fin descubierta, bajo la cual se podrá realizar la emancipación económica del trabajo”. Su conclusión de la derrotada experiencia no dejaba lugar a dudas: “el gobierno político del productor no puede coexistir con la perpetuación de su esclavitud social”. La Commune era “la antítesis directa del Segundo imperio francés”, pero no todavía de la forma Estado burguesa moderna, tal la ambivalencia del acontecimiento. Por primera vez en la Historia la clase obrera ha sido hegemónica, había alcanzado un nivel de autonomía inédito, liderando la construcción de un breve bloque histórico revolucionario y las clases subalternas, que habían sido fatalmente subsumidas por la burguesía en 1848, reconocieron su corto liderazgo.[11] El impacto no quedó en cartas y declaraciones, llegó a hasta su obra cumbre, Das Kapital (1867), que incorporó los avances prácticos y los errores estratégicos de la Commune en su edición en lengua francesa de 1872.[12] Antes de la rebelión parisina, Marx había escrito que solamente el trabajo asociado libremente podía acabar con el Fetichismo de la mercancía; ahora, que los communards habían hecho exactamente eso, con las cooperativas y las industrias municipalizadas, se requería comprobar el resultado práctico en la Historia. Lo que se había aclarado era que “la producción cooperativa misma no ha de convertirse en una falsedad y un trampa” debe, sí o sí, estar bajo el control de una “forma política transitoria” (Marx jamás nombra a la Dictadura del proletariado) de los propios trabajadores.
En esta edición francesa del tomo I de Das Kapital, que Marx consideraba una versión nueva con valor científico independiente de la original alemán de 1867, en su epílogo señalaba que había modificado la sección sobre el Fetichismo de la mercancía, y bajo la influencia del laboratorio contradictorio y unilateral de la Commune se pregunta: “¿De dónde surge entonces el carácter enigmático del producto del trabajo, tan pronto como se asume la forma de la mercancía? Evidentemente de esa forma misma”. Previo a la Commune este tema no estaba nada claro, ni para Marx, ni para los proudhonnistes, ni para los saintsimonistes ni para los autonomistas municipales, socialistas o anarquistas. La experiencia fallida del cooperativismo generalizado, sin eliminar la forma-mercancía, había iluminado y reformado el alma misma de El Capital. Al liberar al trabajo de los límites de la producción de valor demostraba que se podían construir comunidades sin el despotismo del capital o la mediación de las cosas. Y la clave era la “forma valor”; por eso, decía Marx como corolario de las enseñanzas prácticas, “ellos, los communards, no tienen ideales que realizar más que liberar los elementos de la nueva sociedad”.
[1] Como puede comprobarse en el Segundo Manifiesto sobre la Guerra franco-alemana del 9 de septiembre de 1870; allí se afirma que “todo intento de derrocar al nuevo gobierno republicano, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una desesperada torpeza.”
[2] Los escritos más importantes sobre la Commune de 1871 de Marx, además de su importante correspondencia, se encuentran en la La Guerra Civil en Francia, Bürgerkrieg in Frankreich. Adresse des Generalrats der Internationalen Arbeiterassoziation, 30. Mai 1871, editado originalmente en ingles: The Commune of París: being the Addresses of the International Workingmen’s Association on the Franco-German war of 1870, and the pamphlet of the same body, the ‘Civil war in France’ of 1871; with an introduction by Friedrich Engels; translated from the German by E. Belfort Bax, Twentieth Century, London, 1895. Ahora en: Marx, Karl/Engels, Friedrich; Werke, Dietz Verlag, Berlin. Band 17, 5, Auflage 1973, unveränderter Nachdruck der 1 Auflage 1962, Berlin/DDR, p. 313-365, (en español: Engels, Friedrich: Marx, Karl; Obras Escogidas; Editorial Progreso, Moscú, 1974, tomo II). Los textos más importantes de Engels y Marx sobre la Commune han sido recogidos en una útil compilación: La Comuna de París, Editorial Akal, Madrid, 1979. Las opiniones de Bakunin sobre la Commune fueron escritas del 5 al 23 de junio de 1871 con el título de Préambule pour la seconde livraison de l’Empire knouto-germanique, luego Reclus lo modificó por el de La Commune de París et la notion de l’état, Aux Bureaux des Temps Nouveaux, París, 1899 (en español: Bakunin, Mikhail, Obras II. La revolución social en Francia II, Ediciones Júcar, Madrid, 1978, p. 183). Sobre la reacción del mundo literario francés, Psichiari, Henriette; “French writers and the Commune”, en: Revolution & reaction: the París Commune 1871, edited by John Hicks & Robert Tucker, University of Massachusetts Press, Amherst, 1973, p. 185-191.
[3] En especial Léo Frankel, designado delegado de Trabajo, Industria y Finanzas, que tenía contacto personal con Marx. Sobre la Commune el libro clásico de su historia general sigue siendo el de Jellinek, Frank, The París Commune of 1871, Gollancz, London, 1937. Sobre sus orígenes históricos y sociales, Gillemin, H.; Les origins de la Commune, Tome I: Cette curieuse guerre de 70. Thiers – Trochu – BazaineGallimard, París, 1956, Tome II : L’héroïque défense de París, París, Gallimard, 1959; Tome III, La capitulation, París, Gallimard, 1960. Una historia más moderna: Christiansen, Rupert; París Babylon: The Story of the París Commune, Penguin, London, 1996. Las mejores memorias siguen siendo la de Lissagaray, H. Prosper-Olivier; Historia de la Comuna, Editorial Estela, Barcelona, 1971, y Michel, Lousie; Mis recuerdos de la Comuna, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1973. Sobre la Commune como modelo de la dictadura del proletariado en la teoría marxista de la transición al Socialismo: Ehrenberg, John; The Dictatorship of the Proletariat. Marxism’s Theory of Socialist Democracy, Routledge, New York, 1992. El historiador Jacques Rougerie ha hechos últimamente estudios decisivos y novedosos sobre la Commune, de su composición social así como de las organizaciones participantes, la Internacional, personalidades y líderes y el militantismo social; véase entre otros: Paris libre, 1871, Éditions du Seuil, París, 2004; y: Paris insurgé, La Commune de 1871, Gallimard, París, 2006.
[4] Marx lo resumió poco después: “la mayoría de la Commune no era socialista ni podía serlo”, y resumió el heroico acto del proletariado como “la simple sublevación de una ciudad en condiciones excepcionales.” Rosa Luxemburg más tarde afirmaba que “la Commune no pudo introducir el Socialismo por razones internas, por la manera en la que estaba planteada la cuestión obrera en Francia.”
[5] Von Moltke; op. cit.; p. 335. El Feldmariscal Helmuth Karl Bernhard Graf von Moltke escribió sus memorias de la Guerra Franco-Prusiana en 1887, fueron publicadas en 1891 con el título de Geschichte des Deutsch-Französischen Krieges von 1870–71 e inmediatamente traducidas al español. Las relaciones íntimas poco señaladas por hagiógrafos del Nietzscheanismus entre el genio militar prusiano y Nietzsche quedan huellas en su correspondencia privada: Nietzsche, Friedrich; Briefwechsel: Briefe von und zu Friedrich Nietzsche, Januar 1875-Dezember 1879. Gesamtregister zur zweiten Abteilung, Trenkle, Franziska / Bollinger, Andrea, ed. by Pieper, Annemarie, De Gruyter, Berlin-New York, 2001, págs. 43, 44 y 45. También le confirma en una carta del 10 de abril de 1888 a Brandes haber frecuentado socialmente la familia del Graf von Moltke en Lugano.
[6] Sobre el tema, la obra clásica sigue siendo la de Paul Lidsky : Les ecrivains contre la Commune, Maspero, París, 1970 ; además los siguientes trabajos de Mitterand, Henri; “Les écrivains et la Commune”, en: Nouvelle critique, no. 229, nouv. sér. no. 48, 1971, p. 54-61 ; y: Anne Roche-Gérard Delfau : « La Commune et le roman français » ; en : Le Mouvement social, No. 79, La Commune de 1871 Actes du colloque universitaire pour la commémoration du centenaire Paris, les 21-22-23 mai 1971 (Apr. – Jun., 1972), pp. 293-318.
[7] Sobre Rimbaud y la Commune el libro clásico es: Gascar, Pierre; Rimbaud et la Commune, Gallimard, París, 1971. Además: Fowlie, Wallace; “Rimbaud and the Commune”, en: Revolution & reaction: the París Commune 1871, op. cit., p. 168-171. Existe un debate sobre la adhesión o no de Rimbaud a los communards. Véase: Chambon, Jean Pierre; “Rimbaud versaillais? ou, l’art de changer son fusil d’épaule”, en: Revue des Deux Mondes, nouv. sér., no. 6, 1971, p. 554-60. Ernest Delahaye, amigo íntimo de Rimbaud en Charleville, escribió uno de los primeros libros sobre el poeta, que publicó en 1923. En él cuenta que él y Rimbaud estuvieron juntos en marzo, en las Ardenas, y discutieron con entusiasmo sobre la Commune, que interpretaron como el advenimiento del Socialismo en Francia
[8] Reflejado en el principal diario de la ciudad: Basler Nachrichten, edición 25, mars, 1871.
[9] Papeles oficiales de la Commune y datos de la brutal represión detalladas en un documento de la misma Iº Internacional: Le Livre noir de la Commune de Paris. Dossier complet. L’internationale dévoilée, Bruxelles, Office de Publicité, 1871. La masacre de los communards es descripta en detalle por Louise Michel en el capítulo IV, “La hecatombe”, op. cit., p. 283 y por Lissagaray en el volumen 2, cuarta parte, “La venganza”, op. cit., p. 97.
[10] Sobre Eugéne Angèle Razoua y la historia de los communards exiliados en Suiza: Vuilleumier, Marc; “Les proscrits de la Commune en Suisse (1871)”, en: Revue Suisse d’histoire, t. 12, fasc. 4, 1962, p. 501. Sobre las fuertes presiones del gobierno francés de Thiers: Jellinek, Frank; op. cit., p. 383.
[11] Interesante contrastar el famoso texto de Marx “La guerra civil en Francia”, o sea: no la “lucha de clases”, con su cuaderno de notas usado para la redacción del documento de la AIT; fueron publicados originalmente por Riazanov y el IME en la revista Arkhiv Marks a i Engel’sa, vol. 3 (8), 1934.
[12] Marx dedicó cinco años a la re-elaboración al francés de la edición de 1867 de Das Kapital colaborando con su traductor, Joseph Roy. En la advertencia al lector de 1873 escribe que ha emprendido un trabajo de revisión de la edición original de 1867 “agregando apreciaciones críticas” y que “la presente edición francesa posee un valor científico independiente del original y deben consultarla incluso los lectores familiarizados con la lengua alemana.” Sobre éste Marx desconocido e ignorado por la vulgata marxista: Anderson, Kevin; “The ‘Unknown’ Marx’s Capital, Volume I: The French Edition of 1872-75, 100 Years Later”, en: Review of Radical Political Economics, 1983, 15: 71-80. Las modificaciones marxianas a su texto, a la luz de los sucesos de la Commune, fueron señaladas por primera vez por Raya Dunayevskaya, véase su libro Marxism and Freedom de 1958 (en español: Marxismo y Libertad, Juan Pablos Editor, México, 1976). Sobre el proceso de aprendizaje de Marx y la pérdida de su inocencia ideológico-lingüística: Haug, Fritz, Wolfgang; “Sul proceso di apprendimento di Marx. Dai Grundrisse alla traduzione francese del libro primero del Capitale”, en: Musto, Marcello (a cura di);op. cit., p. 293. Sobre Marx y la Commune, sigue estando vigente el ensayo de M. Johnstone: “The Paris Commune and Marx’s Conception of the Dictatorship of the Proletariat.” The Massachusetts Review 12 (3), 1971: pp. 447–462; y más recientemente; Roland Boer; “Marx’s Ambivalence: State, Proletarian Dictatorship and Commune”, en: International Critical Thought, 9:1, 2019, pp. 109-127.