El Capital als solches

A modo de prólogo. Comentario al libro de Guillermo Rochabrún.

“Nuestra teoría no es un dogma sino la exposición de un proceso de evolución”

(Friedrich Engels, 1886)

En el ámbito del teatro isabelino el prólogo era el actor que proclamaba la esencia del drama. ¿En el origen se hallaba la meta del destino de El Capital de Marx? Un 16 de agosto de 1867 a las dos de la madrugada, Marx le anuncia por carta su mejor amigo, Engels, que acaba de terminar la corrección final de las pruebas de imprenta del tomo I. Sintomáticamente se trataba de la compleja sección sobre la forma del valor. Ese mismo día comenzó un azaroso camino con el sino del libro. Veinticinco años de debates y estudios sobre la economía política burguesa, que comenzaron ya en sus polémicas contra List en 1842 en la Rheinische Zeitung, se condensan en una anunciada Kritik mediacional y totalizadora. El libro I, inicio y primera parte de la crítica sistemática nunca completada de seis partes, era para el propio Marx “un golpe teórico que he asestado a la burguesía y del que jamás se repondrá”; constituía además “el más temible proyectil que se ha lanzado nunca contra la cabeza de los burgueses (terratenientes incluidos)”. Tal era la propia percepción de Marx del valor autónomo de su obra, pensada en el contexto de su proyectada Kritik en tres libros. Además pre-anunciaba los (evidentes) alcances prácticos para el propio movimiento obrero y para el emancipatorio en general. El libro I de Das Kapital era también, de manera decisiva en la propia autocomprensión marxiana, una contra-economía política del proletariado moderno, ya que al describir die Enthüllung des ökonomischen Bewegungsgesetzes der modernen Gesellschaft, el desvelamiento de la ley económica del movimiento de la sociedad moderna –ergo: la dominación de los individuos por abstracciones inadvertidas que la realidad histórica impone en su forma burguesa– el movimiento podía finalmente realizar una acción política adecuada, racional y efectiva. El libro sería un modelo científico interpretativo del ordenamiento económico-social burgués o capitalista y, simultánea y necesariamente, una exposición de su génesis histórica subyacente en su propia lógica. Pero todo ello dependía del despliegue de todos los momentos pensados de la nueva Kritik materialista. ¿Pero Marx siguió creyendo más tarde que el incompleto libro I de DK podría proporcionar tal guía estratégica para la práctica revolucionaria de los proletarios?

Capital como proceso

El renegado Kautsky afirmaba en 1886, en uno de los primero comentarios in extenso de Das Kapital (DK) que tuvo enorme popularidad en los partidos y sindicatos socialdemócratas, que la opera magna pero trunca de Marx era una propuesta científica de “investigar el sistema de producción capitalista dominante en la actualidad, las leyes del movimiento de un sistema de producción social dado”. Fue a partir de ese momento que el libro se transformó en un auténtico campo de batalla, donde las malas interpretaciones y recepciones defectuosas desfiguraron la obra marxiana hasta hacerla irreconocible y parecer, incluso, irrecuperable. La máquina hermeneútica parecía improductiva, inadecuada. DK exigía en cada nueva coyuntura, como un clásico que podía soportar múltiples lecturas, re-afirmación y re-planteamiento de su filo crítico. Marx efectivamente denunciaba y estudiaba el modo de producción capitalista, de tal forma que la exposición era simultáneamente crítica de las categorías económico-políticas y explanación científica, entrelazamiento virtuoso de la pulsión histórica humana con la dialéctica sistémica de la forma del valor. Lo que se investigaba era el kapitalistische Produktionsweise, el modo de producción capitalista, y con él las relaciones de producción e intercambio correspondientes. Marx afirmaba que el análisis científico “solo es posible cuando se ha comprendido la naturaleza intrínseca del Capital, así como el movimiento aparente de los cuerpos celestes solo es comprensible a quien conoce su movimiento real, pero no perceptible por los sentidos.” Y la naturaleza intrínseca era que el misterioso Capital no es una cosa sino… un proceso.

El autor de este libro que el inteligente lector tienen en sus manos nos interpela: ¿El Capital sigue siendo un recurso científico inherentemente subversivo? DK era efectivamente una obra histórica, la mayor parte de su fundamento se extrae del capitalismo tal como se desarrollaba en Inglaterra, como lo reconocía Engels, Kautsky et altri, pero era algo más que una Darstellung historicista o manualesca del capitalismo en la época de la competencia clásica. Marx lo dejaba claro: el letzte Endzweck, el objetivo último y decisivo de DK, afirmaba, era “sacar a la luz la ley del movimiento económico de la sociedad moderna”. Como Trotsky señalaba con certeza, era el intento de un estudio exhaustivo sobre la economía qua capitalista, en un grado de abstracción comparable al microscopio en el ambiente de un laboratorio, del cual intentaba Marx esclarecer, con fines prácticos, sus leyes motoras específicas propias, su realidad efectiva. Es la historia de la vida del Capital en general, fundamento abstracto de la época burguesa.

Incompletitud

Pero DK acarreaba otros problemas aparte de su estilo expositivo especulativo, su kokettieren con la doctrina de la esencia hegeliana, su mítico Methode tan subestimado,  o incluso abandonado en la hermenéutica de la marxología, tema que Rochabrún intenta clarificar con excelente criterio. Se trataba de su propia incompletitud, de su unilateralidad dialéctica no planificada. Decía Schiller que cruel era el intervalo entre la concepción de un gran proyecto y su ejecución. DK se trataba de una obra inacabada, interrumpida, que no había alcanzado a completar el programa de investigación y el plan original de su autor en el sistema de seis libros, del cual los tres tomos de Das Kapital serían el primer momento en el sistema crítico, que desembocaba en el mecanismo de globalización, el mercado mundial. Nos faltan momentos indispensables para la inteligencia del conjunto, para aprehender su organicidad dialéctica.

Rochabrún es plenamente consciente de esta situación hermenéutica inusual cuando lamenta que, por ejemplo, “en todo El Capital Marx apenas roza el tema del Estado.” Incluso en la última modificación del plan conocida, el capital como demiurgo distribuido en cuatro momentos, también en este esquema el libro I, quedaba incompleto de la serie total de mediaciones prevista en la Kritik materialista totalizadora. La Kritik expresada en el libro I era un torso, muy valioso, pero un torso al fin. La enorme tarea que se presentaba para sus futuros intérpretes, militantes y epígonos era nada menos que intentar recomponer la Architektur perdida, la misma característica abierta del marxismo, el filo de su Kritik sistémica perdida; buscar establecer ese “todo artístico” del que hablaba Marx, a partir, tanto de la obra acabada, como de los polémicos trabajos editoriales de Engels en el Nachlass marxiano post mortem. Ese es nuestro sino: heredamos la arquitectura del plan completo de Das Kapital, del formidable proyectil que se proyectaba contra la burguesía, pero solo llegamos a recibir materializado, unilateralmente, el primer momento en la esfera del proceso de producción en su forma pura.

Incluso sabemos la insatisfacción del propio Marx por la editio princeps de 1867 y su intención de re-escribirla en muchas partes fundamentales. Tenemos los intercambios epistolares con Engels, quien incluso le recomienda una partición expositiva interna similar a la de la Enzyklopäedia de Hegel. Al contrario que en Heidegger, aquí la verdad no es independiente de las dimensiones y de la forma de la exposición. En el mismo libro I Marx, que es plenamente consciente de esta consecuencia, denomina a su estilo expositivo como theoristiche Darstellung, exposición teórica. En su propia autocomprensión el propio Marx creía que la lectura “del primer capítulo y, en especial, la parte dedicada al análisis de la mercancía, presenta una dificultad mayor.” Igualmente confiado afirmará que “exceptuando el apartado referente a la forma del valor, a esta obra no se la podrá acusar de ser difícilmente comprensible.” La obra ya nacía con dudas y modificaciones en el propio modo de exposición y en la serie argumental de sus materias. Si la verdad reside en conocer las mediaciones, ya que tanto para Marx como para Hegel eso significa reflexionar sobre la totalidad, la escalera procesual de las determinaciones, hasta alcanzar la realidad efectiva del capital como ley cuasinatural de la reproducción social que domina nuestras vidas, ha quedado interrumpida, voluntaria o circunstancialmente, en el legendario tomo I.

Desde este punto de no-retorno se generaron las sucesivas crisis del marxismo, las desventuras y azarosas lecturas desde el Revisionismus al Dia Mat; desde esta fatal unilateralidad se forzó la exigencia de realizar lecturas éticas, economicistas, productivistas, filopolíticas, incluso mitológicas, del tomo I. Hubo intentos honestos y serios de presentar los escritos de Marx como un sistema positivista acabado y clausurado, so pena de perder irremediablemente la traducción práctica, revolucionaria, de la Kritik. Pero a su vez también sucedió lo contrario: se leyó a Marx como un economista más, neoricardiano y progresista, con sus aciertos, intuiciones, prognosis y presunciones, confundiendo que se penetraba en el arcano del capital a través de la Kritik de las categorías económicas de sus propios teóricos y publicistas. Sobre esta incompletitud orgánica nació incluso la venerable leyenda de los “dos” Marx: la ciencia positiva de Marx residiría en la continuidad “científica” con Ricardo y Smith; el elemento especulativo-místico de Hegel, es decir: el Marx profeta, en la intrusión externa de la dialéctica en el Darstellungswiese. El encadenamiento dialéctico en su libro sería el residuo de la dimensión milenarista, profética, utópica, teleológica, que erosiona y reprime el límpido fundamento de la economía política burguesa en su época clásica. Bertram D. Wolfe  describió DK como la obra maestra lamentablemente “no leída y para muchos ilegible” de Marx. En un artículo de 1967, escrito para conmemorar el centenario de la publicación del primer volumen de DK, Thomas Sowell señaló que se trataba de una obra que “hoy se entendía casi tan poco como siempre”. Y aquí estamos desde entonces.

Obra abierta

Toda verdad científica –repetía Marx– es siempre una paradoja. Es por ello que el DK (nos) exige una interpretatio extensa y profunda, lenta y a contrapelo, filológica pero reflexiva; reclama deconstrucción y reconstrucción, y espera una re-traducción. Y este trabajo crítico y conceptual sobre el Organismus del capital, precondición a su correcta recepción, debe centrarse primero en la propia arquitectura de DK, incluyendo su modo de exposición dialéctico, la polémica Darstellung. En segundo lugar es necesario hacer explícita la esencia del método de investigación de Marx. El método en Marx, como en Hegel, es el alma y el concepto del contenido. Todavía nos resuenan las quejas de Marx en el postfacio de 1873 sobre la general incomprensión, de amigos y enemigos, de su Methode. No por casualidad escribía allí que “la síntesis es la causa de todos los errores.” La crítica metódica marxiana está puesta y fundida con la investigación misma. Ya Engels reconoció el problema de la exposición dialéctica con la llegada a lectores de la clase trabajadora, solicitándole a Marx en 1868, debido al estilo dialéctico, un poco rígido, de los primeros capítulos, “una breve presentación popular del contenido de su libro, esto se ha convertido en una necesidad urgente”; si no es el caso –advertía Engels– alguien ajeno “vendría y lo haría y lo estropearía todo”. Engels intentó incluso elaborar una sinopsis del tomo I, que sería impresa como panfleto para popularizar el libro, en la cual el centro de gravedad radica en la teoría de la plusvalía. En este sentido Rochabrún señala certeramente que “el método es para Marx la manera como el pensamiento se apropia de lo concreto, y lo reproduce conceptualmente. Por eso el concepto pensado viene a ser un proceso del pensamiento, el cual no debe confundirse con el proceso histórico real.”

Finalmente la polémica también recayó sobre el propio contenido de DK, en especial sobre la sustancia y magnitud de valor, la teoría del valor-trabajo, la teoría del fetichismo, las tendencias de acumulación y crisis y la posibilidad de verificación empírica de las prognosis. Es un desafío para el comunismo crítico el completar la unidad dialéctica anhelada, pero nunca alcanzada, de la obra marxiana; es una tarea estratégica decisiva la de cancelar la incompletitud del proyecto general de la Kritik y la unilateralidad del tomo I, tanto para la praxis como para la teoría del movimiento de emancipación. Y es plenamente consciente de todas estas problemáticas que acompañan la obra de Marx el autor de este libro, que el lector tiene entre sus manos gracias al esfuerzo editorial de la Oveja Roja. No es casualidad que reconozca con rara franqueza que “El Capital fue no solamente un proyecto inconcluso, sino también problemático en cuanto a su carácter y estructura.” Pero no adelantemos al lector.

Afirmación y replanteamiento

Hegel afirmaba que el subtítulo de un libro era en realidad su “título secreto”. La necesaria y exhaustiva obra de Rochabrún, que pretende reconducir y recomponer la lectura profunda sobre DK,  lleva como sublema “Afirmación y replanteamiento”. Tal es la tarea propuesta por el autor: intento de afirmar y al mismo tiempo replantear la(s) problemática(s) que expone Marx en su magnus opum. Hablamos del primer tomo de Das Kapital. Afirmación, estableciendo “interpelación”, exponiendo y actualizando los puntos nodales de la crítica de la economía política fijados entre 1867 y 1883; replanteamiento de los obstáculos epistemológicos, los callejones sin salida y las limitaciones de un texto irremediablemente abierto y fechado. Y es, además, una reflexión quirúrgica sobre el subestimado Methode dialéctico de “nexos dialécticos” aplicado por Marx. En una parte de su obra el autor confiesa su conclusión: “El Capital no es una ‘Economía política’, sino un examen de la misma y de sus límites teóricos y prácticos para comprender su objeto. Por eso es una crítica.”

El exhaustivo y preciso recorrido externo e interno de Rochabrún sobre DK, incluso extendiéndose sobre el programa de investigación marxiano, nos recuerda a trabajos ya legendarios como el de David Rosenberg desde el Dia-Mat, o los intentos de emprender una sistemática lectura de DK desde la perspectiva de la praxis latinoamericana, como los meritorios y pioneros trabajos de Alberto Parisi, Jorge Juanes y el más reciente de Jorge Veraza. Se trata, en este (tortuoso) recorrido, como lo señala el autor, de evaluar a Marx desde Marx mismo, o como decía Korsch, aplicar el marxismo al marxismo mismo, leerlo con la lentitud y precisión de un filólogo. También de trabajar sobre la problemática que nació con el tomo I de DK, sobre su unilateralidad e incompletitud, sobre su correcta interpretación. Como señala el autor, no es en absoluto exagerado utilizar términos como grietas, hiatos, brechas o desconexiones cuando intentamos hilar la continuidad argumental de algunas líneas de desarrollo de la Kritik en la obra fundamental de Marx.

Mercancías

El libro que el lector tiene frente a sí, que aspira a “presentar de manera argumentada el primer tomo”, se divide en dos grandes bloques temáticos. Primera parte: explorando el capital. Rochabrún nos introduce en esa elementarform típica de toda sociedad burguesa,  la mercancía. Marx comienza afirmando que la riqueza en la sociedad moderna aparece como un “enorme cúmulo de mercancías”, y la mercancía individual es la forma elemental de esa riqueza. Es la forma celular económica, su Zellenform. Es también un concretum, el concreto económico más simple. La apariencia en el capitalismo, la mercancía erscheint,  dice en la primera línea Marx, es una determinación delicada. La apariencia, la forma elemental reflejada en la mercancía, es la apariencia de la misma esencia del capital. La forma más simple de la mercancía –y esto es lo que nos quiere mostrar Marx– “contiene todo el secreto de la forma dinero, y el de todas las formas burguesas del producto del trabajo.” Nunca hay que olvidar –Rochabrún nos lo recuerda a cada momento– el carácter eminentemente procesual de la exposición marxiana, que pretende reflejar “idealmente” la vida de la lógica del capital.  Tampoco hay que olvidar la esencial separación en Marx entre modo de investigación, Forschungswiese, y modo de exposición, Darstellungswiese, decisivo a los ojos de Marx para entender la ley de automovimiento del capital. Marx arranca de la forma social más simple en que “toma cuerpo el producto del trabajo en la sociedad actual”, y continúa diciendo: “fijándome ante todo en la forma bajo la cual aparece.” Siguiendo la propia metalógica hegeliana, la mercancía se presenta como una cosa poseída por una esencia bifronte, una bipolaridad interna; es un “ente dual” (sic) conformado por determinaciones formales, reflexivas en sentido hegeliano.  El valor de cambio no es más que una forma de aparecer.

Escribe Rochabrún que “Marx coloca en la base de su exposición a la mercancía, como unidad de valor de uso y valor. Al consistir de dos polos, a la vez diferenciados e inextricablemente unidos, la mercancía encierra múltiples relaciones, tensiones y contradicciones.” Dicho “dialécticamente” –resume el autor– “la mercancía es un objeto que, para ser lo que es, debe ser lanzado fuera de sí”. Es decir, hegelianamente hablando: la cosa-mercancía se reduce en verdad a sus propiedades, que son relaciones y mediaciones que nos llevan más allá de su mera coseidad, que conducen a una contradicción que debe ser resuelta. En este mundo invertido de las mercancías y su intercambio se encuentra “el tiempo social empleado para producir y satisfacer las necesidades individuales y colectivas de un mundo social determinado”. Aparece la problemática de la forma-valor, definida como “la forma asumida por el tiempo de trabajo al interior de una sociedad constituida por individuos autónomos.”

Fetichismus

Debemos hacer una especial mención al tratamiento del autor sobre el fetichismo. El Fetischismus der Ware es uno de los hallazgos más decisivos de Marx en DK, pero a la vez ha sido el más tardíamente reconocido por la marxología. Rochabrún nos explica que “por fetichismo de la mercancía, Marx designa aquel fenómeno por el cual, bajo la organización privada del trabajo, las relaciones sociales se vuelven invisibles, pero en contrapartida, se manifiestan a través de propiedades que las mercancías muestran como si fuesen inherentes a su condición de cosa.” Marx llegó a reconocer que el fetichismo de la forma mercancía es más notable en la forma equivalente que en la forma relativa del valor. Aquí funge críticamente la concepción del fetichismo en la historia de las religiones de Hegel, así como en la teoría sobre el cristianismo de Feuerbach: una creación social humana a la que la creencia común confiere valor objetivo de divinidad. Lo mismo sucede con la mercancía bajo las relaciones de producción burguesas, que es una relación social entre personas, y que en cambio aparece a la conciencia como cosificada y mítica, dotada de un valor en sí misma. La teoría marxiana de la mercancía es, en el fondo, una crítica radical y materialista al fetichismo más avanzado, y el inicio de una teoría madura de la ideología. Rochabrún reconoce el “extraordinario alcance teórico de esta determinación marxiana que, sin embargo y paradójicamente, no ha tenido mucha suerte”; su “fortuna” ha sido muy diversa en la marxología y en los comentadores del Dia-Mat. Destacable es su explicación del uso de la palabra “forma” en Marx, ya que como sabemos “la forma-mercancía es la forma más general y menos desarrollada de la producción burguesa”. La esencia, a su vez, debe aparecer, y esa aparición de la esencia es la existencia, la cosa, que en la formación económico-social capitalista es la mercancía. Es preciso entender la ruptura revolucionaria que realiza Hegel, en especial en su Logik, sobre la tradicional idea filosófica de forma-contenido o apariencia-esencia, así como su idea de la reflexión, que reasume Marx invirtiéndola en sentido materialista en DK. Por ejemplo: la forma equivalente de la mercancía es un tipo de relación que Max denomina –siguiendo la Lógica de Hegel– “determinaciones de la reflexión”, Reflexionsbestimmungen. En la primera edición alemana de DK Marx califica al ser equivalente de la mercancía capitalista como una “determinación refleja”. Para explicar la revelación de una esencia a través de la reflexión Marx utiliza incluso la metáfora del espejo del valor, tal como la presenta Hegel en su Logik. Dirá que siempre es necesario “distinguir entre las tendencias generales y necesarias del capital y las formas en que las mismas se manifiestan.”

Dinero y trabajo

Afirmará Rochabrún que la forma dinero es la forma general del valor, la mercancía designada por todas las demás mercancías para reflejar sus valores, por lo que “la única diferencia estriba en que, mientras la forma general del valor proviene de una mercancía que ha sido producida como valor de uso, la forma dinero carece del mismo, pues es un objeto producido solo para ser reflejo del valor de las demás.” Como el mismo capital la forma dinero es una unidad contradictoria, reflexiva, totalizadora, infinita y mediada. Es el verbum Diaboli como le llamaba Lutero, el cual tiene la facultad de poder crear todo en el mundo. Lo que prefigura la manera en que la forma mercancía “se desdobla y se materializa en (objeto) mercancía y (objeto) dinero”, que termina fundamentando el enigma del fetiche de la mercancía. Merece destacarse la amplia cobertura en esta obra sobre el problema del dinero en el capitalismo –el dinero como “Dios de las mercancías” decía Marx– y la necesidad de su correcta comprensión, respecto a que siempre la circulación no empieza ni termina con la mercancía, sino con el equivalente general llamado dinero. Ya Hegel había analizado el dinero como una allgemeine Ware, una mercancía general, y también como valor abstracto, como un término mediador que compensa “la indiferencia de todo trabajo”. No son casualidad ni mero coqueteo las citas estratégicas y puntuales de su Filosofía del Derecho, la Enciclopedia y la Lógica en DK. El dinero en la época burguesa –como lo demuestra el autor claramente– es la expresión fundamental de la propia forma mercancía. Es una determinación crítica decisiva para entender fenómenos complejos como política de precios y monetarias, crisis comerciales, crediticia y monetarias, procesos deflacionarios e inflacionarios.

Al abordar la sección segunda de DK –la novedosa, ya que la anterior era una síntesis abreviada de la Kritik de 1859 según Marx, el proceso de transformación del dinero en capital– Rochabrún nos explica la fórmula general del Capital, allgemeine Formel, y la aparición-generación del plusvalor, “el plusvalor —o ganancia, según la Economía Política— y su explicación fue uno de los puntos clave por los cuales la teoría del valor-trabajo empezó a ser abandonada en la Economía Política, ya que no podía ser explicada.” En Marx el capital no puede surgir de la circulación y es igualmente imposible que no surja de la circulación; este doble resultado (fruto de la dialéctica de las determinación de la reflexión sobre la forma general del capital), y la resolución de esta contradicción, hará surgir en el proceso la aparición de la fuerza de trabajo, Arbeitsvermögen o Arbeitskraft, el descubrimiento más decisivo y fundamental de Marx. Nuevamente en el modo de exposición marxiano funge la lógica de la esencia y los momentos de la determinación reflexiva: identidad, diferencia y contradicción. Recordemos que en la contradicción hegeliana lo negativo está presente en el interior mismo de lo positivo, la negación es interna a cada realidad contradictoria, en este caso a la propia Grundform des kapitals. No por casualidad Marx dirá en una nota discutiendo la división del plusvalor en capital y rédito, que “la contradicción hegeliana es la fuente (Springquelle) de toda dialéctica”. Las contradicciones de la fórmula general desembocan en su fundamento, que es una nueva forma de unidad integradora. La fuerza de trabajo qua mercancía, que implica un mercado donde aparezca y se sostenga la figura histórica del “obrero libre”, en este caso es aquella que sustenta y explica la transformación del dinero en capital a espaldas de la propia circulación.

Marx señalaba que la comprensión del carácter doble del trabajo bajo la subsunción del capital “es el eje en torno al cual gira la comprensión de la Economía Política.” Incluso decía más: en una carta a Engels aseguraba que “lo mejor que hay en mi libro [DK] es subrayar, desde el primer capítulo, el doble carácter del trabajo, según se exprese en valor de uso o en valor de cambio.” Rochabrún es muy sensible a esta exigencia y no defraudará al lector. Si el trabajo es producción de valores de uso mediante el trabajo concreto, la valorización es el mismo acto material, pero en razón de la producción de valor: “mediante el trabajo abstracto y al interior de la relación capitalista —una relación que produce no solamente valor sino plusvalor—. Por esto último, el proceso de trabajo es, simultáneamente, proceso de valorización, de autoexpansión del capital.” O sea: la única forma de valorizar esta suma será a través de la peculiar mercancía “trabajo” comprado con dicho dinero;  es decir, utilizando trabajo ajeno, pues el poseedor del dinero no puede comprarse a sí mismo su fuerza de trabajo. Expresado directamente –dirá Rochabrún– “el plusvalor es conseguido mediante el ejercicio de la fuerza de trabajo sí —y solo sí— esta se presenta como mercancía.” Y dirá a su vez Marx que esta es una condición histórica específica de un modo de producción determinado que anuncia “una nueva época en el proceso de producción social.” El autor concluye señalando que “la crítica de Marx al capitalismo, y a la economía política, no reside pues, en ninguna acusación de robo, o de ‘injusticia’, ni se resuelve en propuestas redistributivas.” Es el despotismo “natural” del capital, al imponer infinita e universalmente la forma mercancía como relación de clases.

Plusvalor y jornada laboral

Finalmente el autor nos conduce a la sección tercera, a la producción de plusvalor absoluto que únicamente puede darse efectivamente si co-existe una subordinación despótica –Unterordnung le llama Marx– del trabajo al capital, que ha adquirido en el mercado los factores necesarios para el proceso laboral: objetivos (medios de producción) y subjetivos (fuerza de trabajo). Es decir: el capitalista no solo quiere producir un valor de uso, sino una mercancía, y el entero proceso laboral es ahora un proceso no solo de formación de valor sino de plusvalor. Plusvalor que es entendido aquí como un enigmático excedente del capital valorizado. Como señala Rochabrún, la fuerza de trabajo, comprada con parte del dinero inicial, “al ponerse en acción y realizar trabajo vivo, como hemos dicho, por un lado preserva y transfiere el valor de los medios de producción, y simultáneamente crea nuevo valor, mediante el trabajo abstracto.” Esta parte del capital, convertida en fuerza de trabajo, cambia su propio valor en el proceso de producción y reproduce un equivalente y un excedente, plusvalor, siempre variable, y no es otra cosa que el capital variable. La tasa de plusvalor se determinará precisamente por su relación con esta parte variable. A continuación el autor nos introduce en uno de los capítulos más vibrantes e históricos de DK, el referido a la jornada laboral, al que llegamos después de una transición dialéctica desde el hallazgo del plusproducto. La suma del trabajo necesario y del plustrabajo constituye la magnitud absoluta  de su tiempo de trabajo, por lo que el devenir dialéctico nos conduce a la jornada laboral y sus límites. Rochabrún nos advierte de su significado: este capítulo —uno de los más extensos de toda la obra—, marca una importante diferencia con los anteriores debido al amplio material histórico que contiene. Lo histórico parece aquí sofocar lo metalógico. Esto ha llevado a que con mucha frecuencia se le pase por alto como una ilustración o ejemplificación desmedida, en especial cuando se considera que El Capital sería un libro “teórico”. Rochabrún nos propone entonces “demostrar que, a través de un denso material histórico, el capítulo contiene algunos aspectos teóricos fundamentales. El capítulo marca un decidido enriquecimiento del análisis al introducir a los sujetos de la acción histórica en sus circunstancias concretas, sin dejar de lado las determinaciones teóricas desarrolladas hasta el momento.” Marx exhibe aquí la feroz y violenta lucha por la imposición de la forma mercancía sobre la fuerza de trabajo, donde solo existen dos dramatis personae: el capital y el trabajo; es decir, la combinación en una contradicción de dos clases activas y esenciales. El autor sostiene, siguiendo la interpretación ya clásica de Schumpeter, que “el planteamiento que subyace a estas páginas es la centralidad del tiempo en la organización y comprensión de toda vida social” y  de cómo la autonomía obrera resiste el control despótico del capital para pasar, al enfrentamiento y a la ofensiva. Rochabrún nos  presenta un agudo análisis de cómo “la duración se determina tras un complicado “tira y afloja”, tanto “económico” como “extra-económico”, donde cada una de las partes pone en juego todos los criterios que considere válidos. Apelará tanto a la costumbre, los precios de la competencia, las leyes, los dogmas religiosos, la dignidad humana, la seguridad del Estado, como a recursos de facto —es decir, a acciones de distinto tipo, como la capacidad para resistir sin producir/trabajar (cierres de fábricas y huelgas), y un largo etcétera. El tiempo “antinatural y normal” de trabajo se demuestra como el resultado inestable de una relación de fuerzas, de una “porfiada guerra civil” (Marx dixit) más o menos encubierta. Expresa además cómo esta lucha por el tiempo de explotación es simultáneamente un combate por las propias condiciones laborales. Cuando el tiempo es la fuente del valor, cuando la producción se orienta exclusivamente hacia la generación de plusvalor, –escribe Rochabrún– “y cuando este se ‘coagula’ en el capital constante al absorber el trabajo vivo, todo momento tiende a convertirse en tiempo de trabajo –como ya se ha visto en las secciones anteriores y Marx lo continuará mostrando en el resto del capítulo–, o en su defecto se ‘adapta’ a los dictados de este.” Culminando el examen, este conduce a una frase final: “Entre derechos iguales decide la fuerza.” Una fuerza ejercida entre el “capitalista colectivo” y el “trabajador colectivo”; es decir la clase capitalista y la clase obrera.

Otro capítulo destacado, y muy trabajado por el autor, es el dedicado al plusvalor relativo, que esconde el secreto de cómo se sustituye fuerza de trabajo por medios de producción, en un intento por extraer plusvalor, cambiando la proporción de magnitud en la jornada laboral. La búsqueda “vampiresca” de su autovalorización condujo al capital a prolongar la jornada e intensificar el trabajo. Sin embargo, ambos enfrentaban límites absolutos e infranqueables. Sabemos que la plusvalía relativa ha sido desde largo tiempo una de las estrategias fundamentales del capital en la dinámica de lucha de clases. Y que toda modificación en la composición técnica (orgánica) del capital tiene una traducción necesaria en la misma constitución de la conciencia de clase. La solución capitalista –explica Rochabrún– “va a consistir en reducir el valor de la fuerza de trabajo al abaratar los bienes-salario, sin disminuir la ‘cesta’ de valores de uso que consumen los trabajadores. En otras palabras, es lograr que los bienes-salario sean producidos en menor tiempo. Esto solo es posible aumentando la fuerza productiva del trabajo.” Es precisamente este capítulo el que tuvo una compleja y productiva relectura por el Operaismo italiano en los 1960’s, de Panzieri en adelante, descubriendo en el propio Marx –sorprendentemente aristotélico en este contexto– la figura subversiva del obrero social, el gesellschaftlicher Arbeiter, que explica el aprovechamiento por parte del capital de la fuerza productiva social cooperativa de manera gratuita. De este capítulo se pueden extraer preciosas conclusiones para una política de clase autónoma y revolucionaria. La forma cooperativa capitalista exhibe cómo el Capital puede usar la planificación a través de la espiral ascendente del proceso productivo –cooperación simple, manufactura y gran industria– para extender y afianzar su dominio despótico. Marx le llama en irónico lenguaje militar Kommando, comando sobre la fuerza de trabajo. El “uso burgués” de la cooperación aparecerá como forma específica del proceso capitalista de producción, y esta metamorfosis fundamental genera lo que Marx denomina la primera subsunción, subsumtion, del trabajo al capital.

Como resume Rochabrún en su presentación de la manufactura capitalista y la introducción de la maquinaria “lo que está en juego, en cualquier forma social, es si las relaciones de producción fuerzan o no a realizar un trabajo excedente para otros. Cuando lo hacen, el desarrollo de las fuerzas productivas no contribuirá a ampliar el tiempo libre, sino el trabajo excedente.” Además, es en el proceso de cooperación simple cuando comienza el proceso de escisión de las potencias intelectuales del proceso material de producción, que se consuma en la gran industria y que separará al trabajo de la ciencia, como potencia productiva autónoma, obligándola a servir al capital. La ciencia deviene parte primordial del catálogo de las fuerzas productivas. También, destaca Marx, la propia Economía Política, como ciencia especial y tardía, no surgió por ello hasta el período manufacturero, por eso “considera la división social del trabajo únicamente desde el punto de vista de la división manufacturera del trabajo”, como mero medio para producir más y más mercancías y acelerar la acumulación del capital. El capítulo sobre la relación entre maquinaría y gran industria también parece como un momento decisivo de la obra. Rochabrún subraya que “es la reducción de la jornada de trabajo lo que lanza al capital, como única salida, a elevar la fuerza productiva del trabajo a través de su mecanización”; “la máquina individual como instrumento que va a permitir la desantropomorfización del proceso de trabajo.” La introducción de la maquinaria, al trastocar el modo de producción en una esfera de la industria, reemplazo de la fuerza humana por fuerzas naturales y de la rutina empírica por la aplicación consciente de las ciencias naturales, terminará trastocando las demás. Rochabrún destaca que el aspecto central de esta argumentación: “es la explicación social y no técnica de la maquinización de la industria. La maquinaria pasa a ser parte del arsenal del capital, por lo cual es usada exclusivamente en la medida en que sirva a su valorización.” Agrega que “los medios de producción, convertidos en instrumentos al servicio de la valorización del capital, multiplican su poder frente al trabajador. Ya no es el trabajador el que emplea al medio de trabajo: es el medio de trabajo el que emplea al trabajador, reducido a tareas de vigilancia y corrección de problemas en el funcionamiento de la máquina.” La maquinaria, en tanto capital constante que no crea ningún valor, transfiere valor precisamente al desvalorizar directamente la fuerza de trabajo; solo funciona ahora en manos del trabajo directamente socializado o colectivo, y el carácter cooperativo se convierte, de manera socialmente decisiva, en una necesidad técnica dictada por la naturaleza misma del medio de trabajo. Por eso revoluciona radicalmente –dirá Marx– la mediación formal, la formelle Vermittlung, la relación jurídica misma de las relaciones burguesas de producción, el contrato entre obrero y capitalista.

La maquinaria, además, no solo opera como un conversor de asalariados en “superfluos” sino que, subraya Marx, el capital la maneja, abierta y antagonísticamente, como potencia hostil al obrero colectivo, como un medio bélico, el arma más poderosa para reprimir las rebeliones contra la Autokratie del capital. Todas las contradicciones y antagonismos inseparables del “uso” burgués de la maquinaria no provienen de la maquinaria misma, existen y perviven por su utilización capitalista, como nos deja en claro Rochabrún. Aquí surge la contradicción absoluta (absolute Widerspruch) del capitalismo de la que hablaba Marx: la gran industria modifica el propio trabajo, la fluidez de la función, la movilidad omnifacética del obrero. Por otra parte, reproduce en su forma capitalista la vieja división del trabajo con sus particularidades petrificadas. Una antinomia concreta que exigirá, tarde o temprano, su resolución y superación. Finalmente el autor aborda la sección V, sobre el plusvalor absoluto y relativo, señalando que constituye “una síntesis de gran importancia… en ella Marx introduce… las nociones de ‘subsunción formal’ y ‘subsunción real’ del trabajo al capital. Pero también discute y redefine la diferencia entre trabajo productivo e improductivo a través de la noción de trabajador colectivo.” La producción de plusvalor relativo  supone –decía Marx– un modo de producción específicamente capitalista, porque presupone la subsunción real del trabajo al capital. De aquí surge la cuestión de la figura del trabajador productivo, problemática que desató en los 1970s un amplio y a veces confuso debate dentro y fuera de la marxología. Marx sostenía que la Economía Política clásica entendía correctamente como trabajador productivo a aquel capaz de generar siempre plusvalor. Rochabrún explica precisamente que “la producción capitalista no se define por tal o cual nivel de productividad, sino por la producción de valor excedente.”

Salario

Es de destacar la discusión sobre la estratégica sección sexta sobre el salario en el capitalismo que propone el autor. Pensemos que Marx había previsto, en el famoso plan original, un libro completo dedicado al salario, obra que nunca acabó. Debemos intentar  reconstruir esta estratégica ausencia. Rochabrún se pregunta: “¿Qué puede aportar, en particular, esta nueva noción, luego de tantos capítulos donde hemos visto en acción al capital variable? ¿Y por qué –al igual que en el capítulo XV– figura otra vez la noción de precio, junto al valor?” El autor nos da una sugerente respuesta al enigma: “la razón de ser de esta sección es epistemológica, razón importantísima desde la crítica de la Economía Política.” La forma salario –dirá Marx hegelianamente– es una forma de manifestación, erscheinungs Form, y como tal vuelve invisible la relación efectiva que yace en ella, lo que explica la importancia decisiva de la transformación del valor y el precio de la fuerza de trabajo en salario. Sobre esta erscheinungs Form se fundan “todas las nociones jurídicas, tanto del obrero como del capitalista” (Marx). Siguiendo aquí la lógica de la esencia de Hegel, afirmará que “aquí ocurre lo mismo que con todas las formas de manifestación y su trasfondo oculto.” Marx explica aquí, condensada en pocas líneas, su crítica a la Economía Política y, a la vez, su idea de ciencia y la estrecha relación de ellas con el fenómeno, la forma de la apariencia y su nexo con la esencia, con la ley. Es un corto Zusätze metodológico de enorme trascendencia. Señala marx que las formas de la manifestación se reproducen de manera directamente espontánea, como formas comunes y corrientes del pensar (Denkformen); el trasfondo oculto, el verborgnen Hintergrund, –o sea: la esencia de las cosas– “tiene que ser primeramente descubierto por la ciencia. La Economía Política clásica tropieza casi con la verdadera relación de las cosas, pero no la llega a formular conscientemente. Y no podrá hacerlo mientras esté envuelta en su piel burguesa.” Es decir: todo lo que hay en la apariencia proviene de la esencia, la apariencia para Marx (como para Hegel) no es otra cosa que la negatividad de la esencia misma.

Estamos aquí a un profundo nivel metalógico marxiano. Por eso es que la negatividad es una noción clave a lo largo de la exposición procesual, dialéctica en DK. Toda ciencia sería superflua –decía Marx–si la forma de manifestarse, la erscheinungs Form y la esencia de las cosas coincidiesen directamente. Lo que desaparece en la Darstellung marxiana es la inmediatez equívoca, ingenua, la “piel burguesa”, la mala exterioridad (tal el camino real de la ciencia), la exterioridad sin profundidad, que todavía no ha entablado ningún proceso de contragolpe mediador. Y lo que va a aparecer en la existencia regenerada es la buena exterioridad, el ser esencial, gracias al trabajo de mediación (que reconstruye la verdadera relación) de la reflexión determinante de la Kritik. La exposición dialéctica (ergo: científica) es un determinar concreto que refleja lo que la cosa es en su realidad, no en la tranquila quietud de la abstracción del entendimiento o de la mera síntesis, sino en la confusión misma del devenir histórico. Ahora podemos comprender no solo cómo aplica Marx el método dialéctico, sino la misma crítica a la Economía Política clásica y vulgar. La clásica provee el instrumento teórico principal para criticar la falsa apariencia (sustantivización y cristalización de distintos elementos sociales), aunque luego no lo aplica a fondo con coherencia, por lo cual no puede alcanzar una reflexión determinante. Por ello la Economía Política clásica  sigue, en mayor o menor medida, “cautiva del “mundo de la apariencia” (Marx), críticamente destruido por ella misma; por eso incurre en inconsecuencias, soluciones a medias y contradicciones no resueltas. Horror –decía Hegel– “es lo que siente ordinariamente el pensamiento representativo frente a la contradicción”, y eso es lo que demuestran los economistas clásicos. En cambio la Economía Política vulgar es la expresión inmediata de la apariencia tal como se presenta cotidianamente en la vida capitalista, es “la síntesis de la apariencia capitalista”, se limita a “traducir, sistematizar y preconizar”, recalcando “la formas de la apariencia en la que convivimos diariamente.” Por ello la Economía Política vulgar es reducible a pura ideología, a ciencia de la legitimación e instrumento apologético de la inmediatez burguesa. El economista burgués –resumirá Marx– tiene un limitado cerebro “en el que no puede separar la forma de la manifestación de lo que en ella se manifiesta”. Rochabrún es sensible a esta profundidad dialéctica, verdadera dimensión científica de la Kritik, subrayando la importancia del profundo “aspecto epistemológico” de esta argumentación marxiana, concluyendo que en la época burguesa “la apariencia” termina jugando a favor del capital, algo de enorme importancia tanto en la comprensión de la Kritik como en la re-traducción a la táctica y estrategia de todo movimiento de emancipación.

Reproducción

Llegado al análisis del capítulo sobre la reproducción simple, Rochabrún nos orienta sobre la verdad procesual, dialéctica, que exhibe el razonamiento de Marx y que es un principio hermeneútico decisivo en su lectura. Dirá el autor, con total justeza, que “la reproducción es un campo específico de fenómenos, particularmente de orden sistémico, referidos en gran parte al (creciente) carácter social de la producción capitalista… en la reproducción se constituyen puentes sobre el abismo de la relación capital-trabajo, ahora surgidos del mismo funcionamiento capitalista, y no de manera casual sino necesaria. El foso queda así recubierto con una apariencia de integración y unidad.” Señala que “es nuestra tesis que, debido a su capacidad para trastrocar categorías y proposiciones centrales de la circulación y producción, la reproducción debe entenderse como un tercer nivel de análisis que, apoyándose en los momentos previos, los conserva y a la vez los niega; es decir, los supera. De esta manera El Capital muestra así una realidad triple, pues si bien cada nueva esfera desborda y supera a la anterior, no la sustituye.” Dirá Marx que las condiciones de la producción capitalista son, a la vez las de la reproducción. El proceso entonces reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo, reproduce y perpetúa las condiciones de explotación del obrero. Por lo tanto, señala Rochabún, “la transformación originaria del dinero en capital se efectúa en la concordancia más rigurosa con las leyes económicas de la producción de mercancías, así como con el derecho de propiedad derivado de aquellas.” La reproducción oculta su propia y peculiar forma real, y solo con este presupuesto es reproducción ampliada. La reproducción es lo auténticamente “constituyente”, que recompone el proceso como mera cosa, como economía y no como relación social.

Pero, señala el autor, es en el capítulo XXII –“Transformación de Plusvalor en Capital”–, “donde Marx muestra cómo, sobre las leyes de la circulación de mercancías, la producción capitalista produce precisamente los efectos contrarios.” Nuevamente un capítulo donde se exhibe el método marxiano y se establecen puntos nodales de las transiciones dialécticas en el modo de exposición. Señala Marx que hemos de examinar cómo el Capital surge del plusvalor, es decir: los arcanos de la misteriosa acumulación. Examinándola concretamente, la acumulación es el proceso de reproducción capitalista en escala ampliada. Rochabrún destaca con razón que “la transformación originaria del dinero en capital se efectúa en la concordancia más rigurosa con las leyes económicas de la producción de mercancías, así como con el derecho de propiedad derivado de aquellas.” En esta alquimia –dirá Marx– “la ley de la apropiación, que se funda en la producción y circulación de mercancías, se invierte, obedeciendo a su dialéctica propia (unvermeidliche Dialektik), interna e inevitable, en su contrario directo.” Los intercambios solo se efectúan en apariencia, la relación básica de intercambio entre capitalista y obrero se convierte “nada más que en una apariencia correspondiente al proceso de circulación, en una mera forma que es extraña al contenido mismo y que no hace más que mistificarlo.” Rochabrún nos explica que “en la circulación, capitalistas y trabajadores se relacionan en un marco social de ‘igualdad’ y ‘libertad’. Sin embargo… ello había experimentado un trastrocamiento al ingresar a la esfera de la producción. Ahora los trabajadores entregan su fuerza de trabajo para recibir subsistencias que les permiten seguir vendiéndola, obligadamente: no reciben lo que producen y solamente recuperan lo que entregaron. Lo que ahora se cumple entonces son leyes de la apropiación, ocultas tras las leyes de la propiedad.”

Nuevamente funciona aquí críticamente, de manera materialista, la lógica de la esencia hegeliana, que permite exponer científicamente la Scheidung, la escisión entre propiedad y trabajo, que aparentemente partía de un principio de identidad formal de ambos. Es por ello que Marx critica a los economistas clásicos, el “no desarrollar correctamente ese trastocamiento dialéctico”, el dialektische Umschlaug. Incluso pensadores de la estatura de un Smith o Mill, “interrumpen la investigación precisamente allí donde comienzan las dificultades de la misma”, cuando surge una contradicción. Al carecer de la Kritik dialéctica son incapaces de reconstruir la “conexión efectiva”, la wirkliche Zusammenhang, el “mecanismo elemental” del entero proceso capitalista. Marx dirá, comentando a Stuart Mill, que a los economistas “les es ajena la contradicción hegeliana (hegelsche Widerspruch), fuente de toda dialéctica.” No es casualidad que ya Luxemburg afirmara que “que el arma cortante de la dialéctica hegeliana fue la que le permitió a Marx hacer tan espléndida carnicería crítica”.

Acumulación

Llegamos al trascendente capítulo sobre la ley general de la acumulación capitalista.  Como dice Rochabrún “el objetivo explícito que Marx se traza es examinar la forma en que la acumulación capitalista afecta a la clase obrera… proporciona herramientas que permiten dar cuenta de la dinámica general de la reproducción económica capitalista, pero también de la sociedad capitalista en su conjunto”. Aquí Marx incorpora la tesis –clave para toda lectura clasista de DK– de “composición del capital”, de valor y técnica, así como la primera definición de la figura del proletariado, Proletariats. Proletario –dirá Marx– “es el asalariado que produce y valoriza ‘capital’.” Por ello la differentia specifica del modo de producción capitalista con los anteriores es, precisamente, que la fuerza de trabajo no se compra aquí para satisfacer necesidades personales, sino para la valorización del capital; “la producción de mercancías que contengan más trabajo que el pagado por él… la producción de plusvalor, fabricar un excedente,” es la ley absoluta del modo de producción burgués. La acumulación de capital, que originariamente no aparecía más que como su ampliación cuantitativa, se lleva a acabo ahora en medio de un continuo cambio cualitativo en su propia composición, en medio de un aumento ininterrumpido de su parte constitutiva constante a expensas de su parte constitutiva variable. Nuevamente aquí funciona en el trasfondo la idea de cambio hegeliana, la fundamentación lógica de que los cambios cuantitativos puedan tornarse cualitativos. Más allá de una determinada medida se tiene un cambio cualitativo, idea que Hegel lleva incluso a la eticidad. No es casualidad que el autor destaque que “esta sección contiene algunos de los ejemplos más significativos de toda la obra donde Marx muestra cómo la apariencia invertida es tomada por la realidad misma, en especial en lo referente a la causalidad.” En este punto –explica Rochabrún– “cristaliza un fenómeno –una masa de proletarios sin empleo, cuyo efecto es presionar los salarios hacia la baja– que, habiendo ya aparecido como mero hecho, faltaba examinarlo analíticamente: el ejército industrial de reserva. Ahora —y para decirlo una vez más, en la reproducción— se hace patente que debe existir una parte desempleada en la población para que la acumulación pueda proseguir.” Dirá Marx que el industrielle Reservearmee es una sobrepoblación obrera producto natural y necesario de la propia acumulación, independiente de los límites de la población, pero al mismo tiempo, dialécticamente, “es la palanca e incluso en condición de existencia del modo capitalista de producción.” Como señala el autor correctamente “Ahora se hace patente que debe existir una parte desempleada en la población para que la acumulación pueda proseguir. Si imaginásemos una situación de pleno equilibrio en el mercado, donde todo lo que se demanda encuentra una oferta y todo lo que se oferta encuentra una demanda, en cuanto al ‘mercado de trabajo’ estaríamos en una situación de pleno empleo. En esas circunstancias, el capital adicional, plusvalor capitalizado que reclama fuerza de trabajo adicional para poderse valorizar, no la encontrará: por lo tanto, la acumulación no proseguirá sin trabajadores desempleados.” Esta nueva contradicción, forma de movimiento y condición vital de la industria moderna, es la que la “superficialidad” epistémica, una ökonomische Fiktion, de la Economía política no puede distinguir y resolver. La expulsión de mano de obra, la transformación de seres humanos en superfluos y supernumerarios, es una necesidad histórica del capital, tal es la terrible conclusión de Marx. Otra conclusión que no debemos obviar –tal como lo recuerdan tanto Marx como Rochabrún– es que los movimientos generales del salario están precisamente regulados, de manera exclusiva, por la “expansión y contracción del ejército industrial de reserva”, las que se rigen a su vez por los ciclos del capital industrial. Por eso la resultante, el movimiento de la ley de la oferta y la demanda de trabajo, completa lo que Marx denomina “despotismo del capital”.

En cuanto a la ley general de la acumulación capitalista, queda claro a esta altura de la exposición dialéctica en DK que si la fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital, la magnitud proporcional del ejército industrial de reserva se acrecentará a la par de las potencias de la propia riqueza social. La ley absoluta y general consiste en tres corolarios: 1) cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será el ejército industrial de reserva; 2) cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto mayor será la masa de pluspoblación consolidada o las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo; y finalmente: 3) cuanto mayores sean las capas de la clase obrera formadas por menesterosos enfermizos y el ejército industrial de reserva, tanto mayor será el pauperismo oficial. Esta ley en su movimiento puro (ya que en su aplicación histórica se ve modificada) –dirá Marx– produce una acumulación de miseria proporcional a la acumulación de capital. Como señala Rochabrún “el argumento de Marx delinea como tendencia y resultado final, una polarización creciente entre capital y trabajo, entre riqueza y miseria.” Este carácter antagonista, antagonische Charakter como le llama Marx, de la acumulación capitalista y de las relaciones capitalistas de propiedad en general, ha sido o bien no explicado o considerado de manera confusa o natural por la mayoría de los economistas. Aquí vuelve a aparecer la influencia de la dialéctica hegeliana, ya que se considera que la mediación de producción consiste en poseer un carácter dual, en una unidad de dos polos antagónicos. Mala unidad que en algún momento debe superarse, resolverse. En el capítulo dedicado a la ilustración minuciosa de los efectos de esta ley en las diferentes segmentaciones de clase, en su mayoría tomados de las precisas estadísticas de la época en Inglaterra, Marx introduce un concepto nuevo y prometedor: la Aristokratie obrera, el sector mejor remunerado del proletariado y fundamento material de todo reformismo y revisionismo. Aunque no es exhaustivo su análisis sobre esta fracción obrera y lamentablemente no aparece integrado con una teoría general de la composición de clase.

Rochabrún nos explica el famoso y controvertido capítulo sobre la acumulación primitiva u originaria, señalando que “es el capítulo que nos dice ‘cómo empezó todo’ –y que significativamente se encuentra al final de la obra–, mediante procesos en los que aún no estarían operando las ‘leyes’ de este modo de producción.” Se trata del punto de partida, del Ausganspunkt del modo de producción capitalista, la prehistoria del capital, cómo ha llegado a ser lo que es, el punto de partida que tanto en la Economía Política como en la Filosofía Política desempeña un papel mítico y teológico. Con precisión el autor afirma que “las relaciones de producción capitalistas tienen su punto de partida en un violento y masivo acto de redistribución de los medios de producción, que conlleva una metamorfosis drástica en la fuerza de trabajo… estamos ante hechos que en buena cuenta van más allá del campo de visión y comprensión de la Economía Política, aunque no escapen al examen crítico que Marx realiza.” La llamada “acumulación originaria” entonces no es nada más ni nada menos que el proceso de escisión, el historische scheidungsProcess entre productor y medios de producción. Como remarca Rochabrún “la “verdadera acumulación originaria” viene a ser todo proceso de disociación que se dé entre los productores directos y sus medios de producción, cuando el capital va estableciendo relaciones de producción asalariadas con tales productores; esto puede ser planteado al margen del lugar, la época y la modalidad histórica con que ello acontezca.” Y nuevamente, exhibiendo la exposición y concatenación dialéctica, Marx señala que esta serie de procesos históricos tiene una “cara doble”, una faz dual, un doppelseitige Reihe, que no puede comprenderse en su totalidad sin explicar esta contraposición entre dos formas de disolución de relaciones sociales. Por eso el punto de partida de la serie de la escisión fue el sojuzgamiento del trabajador a través de la violencia; y la etapa siguiente el cambio en la forma de ese sojuzgamiento. A su vez, la expropiación que despoja de la tierra al trabajador constituye el fundamento de todo el proceso, ya que el sistema capitalista exige una condición servil de las masas populares y la conversión de sus medios en capital. Marx destaca como wesentliches Moment, momento esencial de la serie histórica de la acumulación originaria, el uso de la burguesía del poder del Estado para regular el salario, prolongar la jornada laboral y mantener al trabajador mismo en el grado “normal y natural” de dependencia, culminar la subsunción formal y real al capital. La prognosis histórica de Marx no deja lugar a dudas: el monopolio ejercido por el capital en su devenir histórico se convierte en traba del modo de producción; concentración y socialización del trabajo asalariado alcanzan un punto en que son incompatibles con la forma burguesa. Al finalizar el capítulo Marx resume la transición dialéctica que desembocará en la cuestión de la colonización, utilizando el concepto de negatividad hegeliano. Rochabrún es sensible a esta conclusión transitoria al señalar que “Marx intenta algo que es muy diferente a todo lo visto en el examen del tomo I: adecuar el proceso histórico del desarrollo capitalista, desde sus inicios hasta su abolición final, al esquema hegeliano de ‘concepto –negación– negación de la negación’”. Efectivamente, en primer lugar –afirma Marx– “el modo capitalista de producción y de apropiación, y por lo tanto la propiedad capitalista, es la primera negación de la propiedad individual fundada en el trabajo propio. La negación de la producción capitalista se produce por sí misma, con la necesidad de un proceso natural. Es la negación de la negación.”

El capital es una estructura en la cual la identidad reside en la negación de la negación, una unidad que se dirime dentro de sí y cuyos extremos vuelven a reproducir esa unidad, la causa que es efecto de su efecto, así como el efecto que es causa de su causa, y lo mismo sucede con el fundamento y lo fundado. Y esta negatividad es lo que empuja hacia la crisis, siempre hacia un nuevo nivel de integración, de unidad superior. Toda contradicción es una existencia efectiva, ya el “algo” es la primera negación de la negación. Toda esencia es una negación determinada. Por ello finaliza Marx diciendo: “Esta [la negación de la negación] restaura la propiedad individual, pero sobre el fundamento de la conquista alcanzada por la era capitalista: la cooperación de trabajadores libres y su propiedad colectiva sobre la tierra y sobre los medios de producción producidos por el trabajo mismo.” O sea: la resolución histórica de la doble negación desemboca en el auténtico comunismo. Rochabrún polemiza con este corolario transitorio, señalando que Marx “en vez de hacer un compendio de los desarrollos logrados a través de su propio análisis… recala en un esquemático argumento hegeliano, y en imágenes que no solamente están al margen de sus propias tesis, sino que inclusive se apartan de ellas.” Sin embargo, más adelante reconoce que “El Capital muestra cómo el movimiento dialéctico está en el objeto; vale decir, en el capitalismo como tal. Antes de cualquier otra razón, es porque el objeto es dialéctico, que el método también debe serlo. Esta presencia de la dialéctica en el mundo real está anclada en última instancia en aquella contradicción por la cual el carácter social de la producción se oculta bajo la forma privada de las relaciones sociales.”

Cabos sueltos

En la segunda parte del libro de Rochabrún, “Atando los cabos sueltos…”, está generosamente a dedicada a “examinar lo inacabado de esta obra, con miras a desarrollarla. En ese camino, hemos encontrado categorías que, a diferencia de muchas otras que Marx enlaza entre sí –y con ello las elevó a un nuevo nivel analítico–, han permanecido como cabos sueltos e incluso abandonados, a nuestro entender con graves derivaciones, analíticas y también políticas.” Esta segunda parte se desarrolla en capítulos, que parten de la reflexión sobre los cimientos de toda la obra in toto; continúa luego con un largo debate con los argumentos de Baudrillard sobre la insuficiente comprensión que Marx habría tenido del valor de uso. Rochabrún explica que “aunque finalmente desestimamos esta crítica, queda un saldo importante para pensar alternativas al mundo moderno-capitalista”, conclusión que compartimos. Los siguientes capítulos se orientan sobre lo que el autor denomina “ambigüedades, vacíos, silencios y cabos sueltos de El Capital. Hay argumentos imprecisos u oscuros, como la “complejidad del trabajo” y la relación con la magnitud del valor que produce, o el lugar de la intensidad del trabajo en la producción de valor. También encontramos omisiones, en todo caso aparentes, como el trabajo creativo dentro del capitalismo; o una categoría ausente, como la “fuerza de trabajo familiar”, fundamentada en hechos ampliamente documentados en lo que hemos visto. El libro se cierra con dos capítulos dedicados a lo el autor que considera es lo más importante de su replanteamiento: el hecho de que “Marx dejó sin desarrollar la reproducción como tercera esfera de análisis, tan importante como la circulación y la producción. Sostendremos que al constituir este ámbito se juega una drástica reformulación de la teoría de la acumulación y de la Ley General de la Acumulación Capitalista, la cual se limita a los efectos que la acumulación tendría sobre la clase obrera.”

Profundo y remarcable es el amplio debate sobre trabajo, tiempo y valor en Marx en el contexto de una extensa y pormenorizada polémica contra la crítica posmoderna a Marx por parte de Baudrillard. Recordemos que, respecto del capital en cuanto tal, no existe el tiempo de trabajo fuera de su tiempo de producción. Como señala Rochabrún “los productores deberán entrelazar esos tiempos privados a través del intercambio de sus productos, entregando su ‘aire’ a través del intercambio, y ‘respirando’ el producto –valores de uso– de tiempos de trabajos ajenos. El tiempo de trabajo viene a ser así el ‘nexo social’ abstracto e invisible entre los productores.” Por eso en el modo capitalista de producción es el tiempo de la cantidad, el tiempo de lo (el trabajo) abstracto el que domina. El tiempo social es inevitablemente remitido al tiempo de trabajo. El capital es este movimiento circular que se reproduce dos veces: como valor y como relación. Por eso, dice el autor, “la mercancía capitalista es, antes que nada, un movimiento del valor que se detiene solamente para volver a desplazarse, conservándose. La riqueza capitalista, sin dejar de ser ‘un inmenso cúmulo de mercancías’, es su flujo incesante y en metamorfosis permanente.” O sea que la relación entre tiempo y valor se encuentra “modificada desde el inicio, pues de inmediato se agregan nuevas categorías: dinero, capital (con la distinción entre capital constante y variable), que van a traer al presente el tiempo de trabajo pasado y el tiempo de trabajo futuro.” El tiempo del capital es el de la separación entre el tiempo de la reproducción de la fuerza de trabajo y el tiempo relativo a la utilización del valor de uso de la misma fuerza, el tempo burgués se asienta sobre esta descomposición que debe ser permanentemente recompuesta por la política. Rochabrún concluye señalando que “el capitalismo concentra en el presente el tiempo pasado y el futuro. Para continuar existiendo hoy, el capital retiene tiempo pasado y captura tiempo futuro, aunque no haya movilizado trabajo vivo.”

En esta polémica productiva el autor señala la necesidad de entender el proceso de concatenación dialéctico en DK, comprender el rol de la mediación en la exposición marxiana. Dice Rochabrún que “habría pues, mediaciones entre los planos. ¿Debe la crítica de la Economía Política dilucidarlas y recorrerlas, hasta dar con las apariencias y sus magnitudes, convirtiéndose en un sistema operativo? … En el tomo I las ‘mediaciones’, los eslabones intermedios como les llamaba Marx, parecen condensarse en la noción de tiempo de trabajo socialmente necesario, cláusula decisiva cuyo significado exacto no se deja atrapar fácilmente.” Recordemos que trabajo abstracto, para la tradición de la Economía Política clásica, es lo que Marx denomina “trabajo vivo”, en cuanto que consiste en un trabajo productor en general de riqueza abstracta, o sea: valor de cambio. Por otro lado, el trabajo abstracto para Marx es aquello que ha determinado como fuerza de trabajo, es decir, el trabajo basado en la separación-unidad con el trabajo vivo. Por eso el trabajo productivo abstracto es el trabajo que se trueca por capital. Y esta incomprensión está derivada de la incapacidad por establecer, en forma dialéctica, la determinación formal del trabajo como trabajo productivo, o como dice hegelianamente el propio Marx en Teorías de la Plusvalía “cuando abandonamos el terreno de la determinación por la forma.” El aislamiento del tiempo de trabajo respecto del tiempo de la producción es la forma central de la escisión entre producción y circulación, a través de la cual el capital erosiona la identidad del tiempo social. Por ello el tiempo de trabajo socialmente necesario es la determinación formal a través del cual la fuerza de trabajo se convierte en un componente concreto y real del proceso de autovalorización del capital. Es precisamente la magnitud de la fuerza de trabajo.

Como señala Rochabrún “el tiempo total socialmente necesario será aquel que corresponda con la cantidad que la sociedad requería; vale decir, el tiempo socialmente reconocido como útil”, por lo que lo “socialmente necesario” subvierte la relación aparente entre producción y circulación. Ambas se presentan como esferas autónomas entre sí, al consistir cada una de sus propios fenómenos y procesos.” El carácter concreto del proceso reside en alternar producción y circulación, segmentando el tiempo social en medidas relativas a una relación diferente del tiempo con la misma producción. La fuerza de trabajo, en cuanto coincide con el tiempo necesario, se encuentra aislada en el mecanismo de la circulación;  en cuanto segmento del tiempo absoluto se encuentra encadenada al proceso productivo formando parte del capital. Como subraya el autor con precisión “las interpretaciones al pensamiento de Marx que privilegian la producción, pero también aquellas que hacen concesiones a la circulación o la distribución, aceptan implícitamente esta autonomía, con lo cual colocan al individuo abstracto… como una premisa que hasta el final permanecería intangible”; concluye correctamente que “luego del recorrido que hemos hecho de El Capital, no cabe considerar a la circulación como un momento diferente y autónomo de la producción propiamente dicha.” Marx utiliza, para describir la procesualidad del capital –que ya en sí es un logro científico de la Kritik– la metáfora de la órbita que se expande indefinidamente como una espiral. La separación producción-circulación, la escisión que la Economía Política no puede o no quiere resolver, arranca a la forma teorética del capital la figura de la circularidad. Rochabrún lo deja claro cuando afirma que “El Capital es un movimiento del pensamiento que se despliega como una espiral ascendente, abarcando en cada giro un campo más amplio que el anterior.” La reproducción no puede ser construida linealmente como una mera “continuación” de la producción, simple suplemento de ella. Al ser reiteración es, hablando hegelianamente, presupuesto y resultado. Esta antinomia no resuelta –ni siquiera en Smith o Ricardo, ambos basados en el mero entendimiento y en un “tosco materialismo” que ignora la forma– solo puede ser determinada formalmente por el enfoque dialéctico que parte del carácter reflexivo de la esencia aislada. En el desvelamiento de la forma contradictoria de la esencia aislada (producción, circulación) es donde se despliega la cientificidad crítica de Marx. Rochabrún es sensible a este punto central de la novísima Kritik marxiana cuando afirma que “esta unidad-en-la-disociación es la implicancia lógica y necesaria del desgarramiento entre el carácter social de la producción y el carácter privado de los productores. La circulación ‘resuelve’ ese desgarramiento, al tiempo que lo preserva, de modo que el ciclo prosigue, y continúa reproduciendo los mismos ámbitos y relaciones.” Para el capital no existe tiempo de trabajo fuera o al margen de su propio tempo de producción. Una conclusión de amplia repercusión en la propia comprensión profunda del capitalismo y en la lucha emancipatoria del movimiento obrero.

Rochabrún discute con amplitud la problemática de la Reproduktion. El autor remarca que “que la reproducción es un ámbito a ser diferenciado de la circulación y la producción, tanto por los fenómenos propios que comprende, como también metodológica e incluso epistemológicamente… en él: a) la producción se redefine como una totalidad diferenciada y articulada; b) permite llegar a conclusiones que alteran proposiciones y categorías que parecían estar perfectamente establecidas, y c) agrega nuevos significados a fenómenos surgidos previamente, como el desempleo.” Es muy importante que entendamos que Marx establece la centralidad de la reproducción como esquema interpretativo de la naturaleza y configuración, no solo de la época burguesa in toto, sino de toda formación social y económica. Es a partir de la continuidad y la permanencia, entendidas como condiciones de existencia y reproducción de las relaciones económicas y sociales, que es posible pensar la relación entre estas y la dimensión de temporalidad e historicidad y los acontecimientos de transformación y ruptura que va a relevar. Marx dice en los Grundrisse que “en la medida en que contiene en sí mismo las condiciones para su repetición ‘el proceso de producción es un proceso de reproducción.’” La exposición dialéctica del modelo capitalista de reproducción constituye, por así decirlo, un banco de pruebas para los momentos y determinaciones ilustradas anteriores. Si la producción tiene “forma capitalista” –advierte Marx– también la tendrá la reproducción. El bello resultado de la producción capitalista será la reproducción de la raza de los trabajadores. El lector se preguntará: pero… ¿qué cosa es lo que se reproduce? Se reproduce el capital como valor y como relación (D-M; P-M’; M’-D’), se reproduce un “modo” completo de producir histórico que se mueve circularmente en la lógica del intercambio capital-trabajo vivo. Rochabrún nos señala que “la reproducción revela los límites intrínsecos a la unilateralidad de lo estrictamente privado. Muestra los límites que a la vez sostienen y acechan las bases mismas de la Economía Política, así como de la organización socio-económica a la que está asociada: el capitalismo.” La “perennidad” –la duración del valor en su forma de Capital– solo está puesta por la reproducción, que es a su vez bifacética, de carácter dual: reproducción en cuanto mercancía, reproducción en cuanto dinero. La reproducción es el término adecuado a todos los cambios de determinación formal del capital. Tan solo en el momento de la reproducción el capital puede ser captado en la realidad concreta de su movimiento. Pero –advierte Marx– aunque la reproducción parece como una mera reiteración de la producción a la misma escala, un eterno retorno de lo mismo, es precisamente esa mera repetición, esa continuidad espiralada la que le imprime al proceso del capital características nuevas, y al mismo tiempo anula y disuelve características del mismo proceso cuando transcurría de manera aislada. Recordemos que Marx comienza trabajando sobre la base de una hipótesis abstracta –reproducción simple (einfache Reproduktion)– para sacar de esta abstracción controlada una serie de primeras determinaciones formales. La hipótesis es que la plusvalía identificada como un aumento periódico del valor del capital, que por lo tanto toma la forma de renta debida al capital, funciona solo como fondo de consumo para el capitalista mismo, es decir, que es totalmente consumida por el capital. Por lo tanto el esquema de reproducción simple se presenta como una abstracción con dos clases, dos sectores y dos subsectores productivos. La partición bisectorial distingue el valor de capital según el valor de uso de las mercancías en las que se cristaliza; a saber, el sector I que produce medios de producción, el sector II que produce medios de subsistencia, el sector IIA que produce medios de subsistencia necesarios y el sector IIB que produce bienes de lujo. El esquema ofrece los elementos necesarios para concebir el sistema de relaciones requerido para reproducir el producto-valor dado en la misma escala de magnitud, y proporciona las igualdades que deben ser satisfechas para garantizar las condiciones de equilibrio del propio esquema de reproducción. Esta simplificación dialéctica permite mostrar el hecho de que es el trabajador quien renuncia a su propia fuerza de trabajo, que funciona así como capital variable que aumenta la masa del valor inicial y produce plusvalía. La reducción abstracta también nos permite ver las condiciones del proceso capitalista: disponibilidad de una determinada masa de fuerza de trabajo; presencia y reposición continua del capital constante empleado por esta fuerza de trabajo; la capacidad de este último para proveer a su propia reproducción a través del consumo individual de salarios. Sin embargo, el supuesto de la reproducción simple revela su carácter hipotético y provisorio, ya que ignora cuál es el carácter distintivo de la producción capitalista, la producción y reconversión de plusvalía en capital. Aquí es donde entran en juego los conceptos de reproducción ampliada (erweiterte Reproduktion) y acumulación. La reproducción ampliada significa que al menos una parte de la plusvalía se destina a una nueva inversión productiva: es precisamente este desplazamiento el que desencadena el proceso de acumulación. Pero –precisa Marx y con él Rochabrún– los dos conceptos no coinciden.

La reproducción conmueve a la morfología misma del capital. Rochabrún explica que ella “implica así un desarrollo analítico fundamental del movimiento del capital, de su ciclo, desarrollo que trae consigo un cambio en el enfoque: pasamos del capital como masa global de valor o mero agregado de unidades autónomas, a una multitud de interdependencias.” La perennidad, la reiteración reproductiva, es la reproducción de las relaciones sociales y de las formas ideológicas y de conciencia dentro de las cuales se realiza el continuum, la continuidad de la producción. Los efectos de la reproducción se pueden constatar en particular en la cristalización y permanencia de las relaciones antagónicas entre clases y en la estructura productiva que impulsa este antagonismo. Marx destaca constantemente el papel decisivo que juegan los nudos ideológicos en esta dinámica reproductiva y el efecto estabilizador de las relaciones sociales producido por la dominación histórica de las “ideas de las clases dominantes”. La reproducción revela, en la exposición dialéctica de la Kritik, su esencia procesual, recompositiva y relacional del capitalismo. Rochabrún afirma que “este entrelazamiento no ocurre a través de una coordinación consciente, sino mediante ese tanteo a ciegas de ensayo y error de la competencia y la negociación; un proceso por el que piezas producidas independientemente unas de otras deben formar una cierta unidad, como en un rompecabezas, o en una maquinaria.” Y a este nivel Marx demuestra además cómo la reproducción reafirma la relevancia y productividad de la circulación, a los efectos de realizar y completar el circuito económico, hasta el punto de coincidir con él. La reproducción toma la forma de la “unidad del proceso de producción y del proceso de circulación”, como demostración de la complementariedad económica y de la necesidad de la integración de las dos fases para la continuidad de la estructura económica capitalista. Un punto de densidad epistemológica; ahí es donde tiene lugar la fundamentación de la Kritik materialista, que apunta a conclusiones prácticas de enorme valor para la (gran) política emancipatoria, como lo es la visibilidad del mecanismo de explotación.

Como irónicamente afirma Marx, el economista burgués no puede entender la reproductividad de la forma capitalista, el “objeto nuevo” que muestra la Kritik, ya que “no puede separar la forma de la manifestación de lo que en ella se manifiesta.” Al determinar y exponer el “movimiento real” del capital, la Kritik de la Economía Política puede, finalmente, constituir la base sólida de una crítica materialista de la política, una formulación de la forma Estado y explicar la problemática de la constitución de la conciencia de clase. Reproducción es una determinación crítica esencial en Marx. Rochabrún sospecha –aunque no estemos de acuerdo con ello– que en este sentido “Marx no llegó a asumir plenamente a la reproducción como un nivel de análisis diferente al de la producción” y que esto se ver reforzado si observamos que la “ley general de la acumulación capitalista” queda más adecuadamente situada como ley general de la producción capitalista —de los efectos de cada capital, tomado aisladamente—, puesto que la acumulación está atravesada no solamente por esas tendencias, sino por las contra-tendencias que hemos planteado.

Como ya señalamos, el autor realiza una apuesta polémica para intentar deducir una teoría del Estado en el libro I: sostiene que lo que denomina condiciones generales de la producción (CCGGPP), que Marx entiende como las “condiciones generales del proceso social de producción”, (es decir: los medios de comunicación y transporte que hacen más productiva la circulación y satisfacen las nuevas necesidades productivas de la gran industria) exigen por definición “de algún agente situado en los extramuros del capitalismo, pero del cual el capital buscará que sea funcional a —o al menos compatible con— su propia lógica.” Además, una de sus características esenciales sería que las CCGGPP “son utilizadas por la sociedad en su conjunto, sin que los usuarios ejerzan propiedad sobre ellas.” Es evidente que Rochabrún está intentando encontrar en el capítulo sobre la maquinaria y la gran industria elementos directos o indirectos de una teoría marxiana estatal. En una sugerente nota a pie de página el autor afirma que “sobre la ausencia del Estado en El Capital, son muy importantes dos indicios: a) En los planes de Marx para su Crítica de la Economía Política, a partir de cierto momento —no muy claro— el Estado deja de aparecer, así como otros temas que estaban en el límite de la Economía Política. b) Marx no escribió borradores sobre los tomos suprimidos, los cuales solo aparecen esporádicamente como fenómenos empíricos, pero no analíticamente. Diera la impresión que, luego de concebir que su crítica debiera ampliar los márgenes de la Economía Política, Marx hubiera optado por lo contrario, para ceñirse estrictamente a esta, e inclusive aún más que los mismos economistas.”

Más adelante el libro plantea la problemática de la posibilidad de (re-)introducir al Estado en El Capital, que como sabemos es uno de libros prometidos y jamás iniciado por Marx. Rochabrún afirma que es preciso insertar “desde el inicio algún espacio para el Estado”, ya que se trata de una “necesidad” lógica, teórica, la cual no puede confundirse con fenómeno histórico alguno: no basta que algo sea “reclamado” (¿por quién?) para que ello aparezca. Pero a su vez la presencia efectiva de este no podrá ser una “casualidad”. Nos encontramos así ante la dialéctica entre teoría e historia.” La teoría del Estado de Marx ha dado lugar a extensas y furiosas polémicas dentro y fuera de la propia marxología. Recordemos al lector el enriquecedor debate en la Europa de los 1920 y 1930 (Adler, Heller, Kelsen, Schmitt) o la polémica fórmula de Althusser, que en los tardíos 1970s desataría una enriquecedora discusión en la izquierda europea: no habría en Marx una teoría del Estado y dicha carencia sería un “punto ciego” en su Kritik al capitalismo.

El autor expone un amplio racconto de la reflexión de Marx en torno al Estado como forma abstracta, desde sus años jóvenes-hegelianos, hasta llegar a la moderna forma estatal burguesa más compleja en la madurez. Hay esbozos y nudos argumentales a partir de 1850: en los Londoner Hefte, por supuesto en los Grundrisse, en el formidable (¿primer?) análisis del Estado populista de Napoleón con respecto al Crédit Mobilier. Podemos enumerar esos hitos en torno a problemáticas. 1) el análisis de las unproduktiven Klassen, las “clases improductivas”, como bien lo señala el autor, además de los distintos aparatos como la justicia, el de represión e incluso los rentistas a cargo del Estado; 2) la propia investigación sobre la actividad e intervención económica del Estado y la cristalización de una máquina burocrática funcional administrativa-fiscal; 3) las determinaciones del Estado con respecto a la economía internacional, proceso al que Marx llama Der Staat nach aussen, el Estado hacia afuera: colonialismo, proteccionismo, tipo de cambio, comercio exterior, moneda nacional como dinero internacional; 4) El mercado mundial y las crisis: Marx renunció en noviembre 1857 a elaborar libros independientes sobre comercio exterior, mercado mundial y las crisis y, en cambio, trató estas áreas problemáticas ya de manera integral bajo la rúbrica Staat; y 5) la consideración sobre la población, su conservación, estructura y movimiento.

En el prólogo de su Kritik de 1859, Marx dejó en claro que el Estado no puede ser examinado aisladamente del comercio exterior y del mercado mundial y enfatizó la conexión íntima y necesaria entre tres categorías: Estado, Comercio exterior, Mercado mundial. Sabemos que existe posibilidad de reconstrucción crítica a través de la reproducción ampliada, como dijimos anteriormente. Nos permite pensar la estatalidad y es la reproducción la que nos puede permitir relacionar dialécticamente teoría de la historia y la política con teoría de la economía burguesa. En el libro I Marx alcanza lo político, pero no el nivel institucional del capital, lo estatal. Ya en el libro III señala un principio metapolítico fundamental: “La forma económica específica en la que se extrae de los productores inmediatos el trabajo excedente no remunerado determina la relación de dominación y servidumbre (Herrschafts- und Knechtschaftsverhältnis), ya que surge directamente de la producción misma y tiene un efecto determinante sobre ella. Sin embargo, sobre esto se basa toda la configuración de la comunidad económica, que surge de las mismas condiciones de producción (Produktionsverhältnissen) y, al mismo tiempo, su forma política específica (spezifische politische Gestalt).” El Estado político se eleva sobre la relación de dominación que genera la forma económica específica de extracción de valor. A propósito de esto Rochabrún afirma que “la relación entre los ciudadanos y el Estado se asemeja al vínculo mercancía-dinero en el sentido ya mencionado de relación mediadora. Este vínculo implica una antítesis entre lo que ahora se muestra como un ‘valor de uso’ (en la mercancía), y otro objeto que figura como su ‘valor de cambio’ (el dinero)”, pero, reconoce que “la analogía encuentra límites fundamentales. La más obvia es que en la ‘forma Estado’ se trata de un vínculo que, a diferencia del nexo entre los intercambiantes, no es ‘igualitario’ ni “simétrico”. Ello se debe a que: a) si bien hay un intercambio entre los dos polos –en apariencia, un ‘contrato’–, b) al mismo tiempo el Estado ejerce un poder unilateral sobre los ciudadanos, c) quedando totalmente indeterminados los resultados de dicho ejercicio: ¿es el ‘bien común’?, ¿el poder de los gobernantes?, ¿la soberanía del Estado y sus ‘razones’?” No satisfecho con los fragmentos o indicios de una metapolítica marxiana del Estado, el autor nos propone un intento de teorizar el Estado en cuanto tal en una larga digresión, desde su origen occidental en la polis y sus estrechas relaciones con las religiones. Al llegar a la prehistoria del Estado moderno, Rochabrún señala con justeza que el punto de quiebre con situaciones pre-estatales y pre-nacionales “empieza con la constitución de un espacio económico autónomo frente a los poderes monárquicos o feudales, si bien la aquiescencia de estos seguirá siendo necesaria para poder funcionar. Sobre esta base el paso decisivo va a estar dado por la diferenciación entre el gobierno, y un aparato manejado por este, pero que lo trasciende. La parte más visible de este aparato es la administración pública, un cuerpo especializado y sujeto a una creciente profesionalización. A su vez, este cuerpo encarna en forma visible al Estado; o mejor, a la forma estatal que asume el poder político.” Este ambicioso excursus culmina con un balance provisional sobre la idea del Estado abstracto, en la cual el autor sostiene haber hallado “precondiciones para la modernidad capitalista, de hasta miles de años de antigüedad, pero que bajo su inicial desarrollo y contexto no podían tener los significados ni contribuir a los resultados de la acumulación originaria cuando esta fue tomando cuerpo.” En un tono weberiano, Rochabrún afirma que la política como esfera autónoma y separada en el capitalismo “se constituyó porque preexistían un conjunto de elementos que tenían potencialidades ‘seculares’, por entonces invisibles y meramente latentes. Estas fueron absorbidas y resignificadas por las relaciones capitalistas nacientes, así como por la esfera política misma, ahora acoplada a la lógica autónoma y expansiva del capital”, aunque “la fuerza histórica más importante para la secularización y la modernidad posiblemente haya sido –paradójicamente– la tradición judeo-cristiana, quizá más que la greco-latina.”

Perspectivas

El prólogo –decía Borges- no debe nunca ser una forma subalterna del brindis: debe ser una especie lateral de crítica. El lector tiene entre sus manos una obra vigorosa, minuciosa, que no se ampara nunca en ninguna ortodoxia ni en desvíos académicos. Y lo más importante: un libro que abre líneas nuevas de investigación, reformula viejas preguntas y nos indica nuevos continentes teóricos dentro de un clásico como lo es El Capital de Marx. Para finalizar nos quedamos con el objetivo final de esta obra, su auténtica alma, el esfuerzo por sostener una situación hermenéutica adecuada para poder retornar o redescubrir a Marx. Coincidimos plenamente en ello con Rochabrún cuando confiesa que “todo lo que hemos venido exponiendo es una interpretación del pensamiento de Marx, entre muchas posibles. Aquí estamos procurando seguir y desarrollar su lógica inmanente.” Y remata señalando que “si algo pretendemos hacer con este libro es mostrar un camino opuesto. De ahí nuestra convicción en que no se trata de ‘actualizar’ a Marx, sino de ampliar y robustecer su mismo campo teórico, asimilando una historia que no ha dejado de transcurrir, y que no debemos dejar de razonar.” Nada más ni nada menos.

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