Brasil en el ojo del huracán
El 30 de octubre fue el día en que todo el mundo miró hacia Brasil. La extrema derecha esperaba verse fortalecida, sabiendo que era muy posible que se viera confirmado para un segundo mandato su más fuerte representante en el poder desde la derrota de Trump. Los políticos moderados de la clase capitalista esperaban un tranquilo triunfo de Lula, uno que permita cierto regreso a la “normalidad”.
Nada de esto pasó. La noche de las elecciones se convirtió en una fiesta popular, con cientos de miles copando la Paulista y las principales avenidas del país. Tenían sus buenos motivos: a pesar de la política desmovilizadora de Lula y el PT, que podría haberle entregado el triunfo a Bolsonaro, las masas populares lograron hacer valer electoralmente su rechazo al gobierno. Con el 50,9% de los votos, Lula salió vencedor en la contienda presidencial contra Bolsonaro (49,1%) por una diferencia de más de dos millones de votos.
Para amplios sectores de las masas populares el balance del gobierno de Bolsonaro era claro: los números de una economía en crecimiento solo habían ido a engordar los bolsillos de los grandes capitalistas y le habían dado algo de estabilidad a un sector de la clase media. Para millones, la extrema derecha en el poder había significado el crecimiento del hambre, el redoblamiento de la explotación, la muerte sin amparo ni ayuda con la pandemia.
Y de ahí que fuera una necesidad empujar el frente único en las calles para derrotar a Bolsonaro, así como el voto crítico a Lula que fue la herramienta que encontraron millones para comenzar a pararle la mano al neofascista (el papelón de leso internacionalismo que cometieron el PTS y el PO al llamar vergonzante o abiertamente a la abstención en la elección brasilera solo muestra sus nulas fuerzas militantes en el país hermano –con esa orientación solo era –y es- posible esconderse debajo de la cama, no salir a pelear por ForaBolsonaro de una manera independiente).
Aun así, sin embargo, el peso de las iglesias pentecostales, el atraso político y cultural, la desmovilización generada por el PT a lo largo de años, la realización de una campaña en el terreno del adversario, etc., permitieron que surgiera el fenómeno Bolsonaro que quedó derrotado pero con la mitad de la elección.
Desde dos años atrás, el bolsonarismo se preparó para desconocer un resultado desfavorable, quería entregarse a la aventura de intentar imponer un gobierno autoritario y bonapartista. Pero su margen de acción se vio mucho más reducido de lo que esperaba. La institucionalidad burguesa, la mayoría de la clase dominante, los representantes del imperialismo, todos rechazaron como peligrosa semejante provocación. Desde Biden a Xi Jinping e incluso Putin, pasando por el Tribunal Electoral de Brasil y el propio vicepresidente bolsonarista, todos reconocieron el triunfo de Lula. Lo definitorio, lo que torció los hechos, fue la fiesta de masas del 30 de octubre; aun si en estos momentos las cosas parecen estar polarizándose en Brasil.
Bolsonaro se mantuvo casi 48 horas en silencio, especulando con tener algún margen. Finalmente, se vio obligado a pronunciarse públicamente. Y, en un hecho insólito, cuando lo hizo no dijo nada del triunfo de Lula. No quiso reconocer las elecciones de cara a su base social, cuyo sector más radicalizado (y minoritario) viene protagonizando cortes de ruta en todo el país denunciando “fraude” desde el lunes. Dejó que fuera una figura de segundo orden la que anunciara que se abría una transición a un nuevo gobierno.
La ambigüedad de Bolsonaro intenta mantener firme a su militancia de extrema derecha, que lo siga sosteniendo como su líder y, a la vez, quiere tener margen de hacer política con un supuesto “fraude” en el futuro. Es que el bolsonarismo, por ahora, llegó para quedarse. De la primera vuelta salió fortalecido, con una sólida bancada en el parlamento y varias gobernaciones en sus manos.
El neofascismo todavía no está definitivamente derrotado y el PT se afirma en su política de desmovilización, de regalarle la calle a la extrema derecha. Lo hace de manera criminal mientras esta se moviliza para exigir un golpe de estado. Pero la reacción popular despertó el 30 de octubre. Trabajadores y sectores populares, hinchadas de fútbol y barriadas populares, se autoorganizaron para ponerle fin a los cortes de ruta golpistas mientras que la polarización electoral parece trasladarse ahora a las calles.
La desmovilización petista puede volver a darle a Bolsonaro la oportunidad de levantar cabeza. El voto crítico a Lula era un llamado a enfrentar al neofascismo, pero es imposible creer que con este solo instrumento es posible frenar a una fuerza que impulsa la movilización extrainstitucional. En los próximos días, semanas y meses seguirá siendo clave derrotar -de manera definitiva- al bolsonarismo con la movilización en la calle. Y frente a un nuevo gobierno de Lula, aún más “moderado” que el anterior, la izquierda revolucionaria deberá ser oposición, rechazando la política de no retroceder en ninguna de las contrarreformas de Bolsonaro y Temer con la excusa de que “carecen de mayoría parlamentaria”…
Por el momento, sin embargo, al cierre de esta edición, los cortes de rutas de la reacción no terminan, así como crece la respuesta popular contra los mismos amenazando con desbordar al propio PT y la CUT.
Por lo demás, está planteada la necesidad de una reconstrucción de la izquierda, la conformación de una alternativa a la capitulación histórica de la mayoría del PSOL con su ingreso a las filas del lulismo y su federación con Rede.
De este lado de la frontera, los Macri, Bullrich y Milei se frotaban las manos esperando una consolidación del bolsonarismo. Los trabajadores y las masas populares brasileras les acaban de imponer una contundente decepción dando incluso un mensaje internacional: no todo el panorama internacional está teñido por la extrema derecha: existe reacción pero también acción en su contra.
El “congelamiento” que viene
Mientras tanto, el gobierno argentino ata su suerte al pacto con el FMI. Aprobado el presupuesto en la Cámara de Diputados, con el aval de prácticamente todas las fuerzas políticas burguesas (solamente el PRO se abstuvo, y la Coalición Cívica votó en contra), no se espera que haya mayores problemas para su tratamiento en el Senado, donde el oficialismo es mayoría. Sin embargo, las divisiones en Juntos por el Cambio a la hora del voto expresan mayormente las riñas electorales y de proyectos frente al 2023, que algún tipo de disidencia en relación a los objetivos del presupuesto. En esto hay acuerdo total: el FMI es el garante de la economía argentina.
La aritmética es bastante sencilla: se recortan en prácticamente todas las áreas del Estado, y el único ítem que crece es el pago de la deuda pública (que pasa de 1.3 a 3 billones). Educación se recorta un 11%, la transferencia a las universidades Nacionales un 12%, Salud un 15%, Medio Ambiente un 11%. Se recortan planes sociales, subsidios a las empresas de servicios que se transforman en tarifazos para los usuarios.
Con un poco de sorna, pero también con realismo, un diputado opositor dice “El Presupuesto que mandó el Gobierno es una derrota ideológica del kirchnerismo, que está obligado a reconocer que hay que corregir el descalabro fiscal (…) Es la primera ley en la que los kirchneristas proponen reducción del gasto primario. Es un hito histórico”.
El paso siguiente del gobierno está ligado a frenar de alguna manera una dinámica inflacionaria que genera un descalabro económico y licua el poder de compra de la población, en vistas del año electoral por venir. Están en danza diversos proyectos: desde una fuerte devaluación, hasta un shock de ajuste con congelamiento de las variables económicas por algunos meses, en un panorama en el que al gobierno le apremia estabilizar la situación económica lo antes posible para llegar con chances electorales al 2023.
Las PASO y un nuevo proyecto antidemocrático de kirchnerismo
El otro elemento de indefinición es la falta de reglas de juego sobre cómo se disputarán las elecciones presidenciales de 2023. Un sector del oficialismo presentó un proyecto para su derogación en la Cámara de Diputados, alegando intervención de no afiliados en la vida interna de los partidos y el gasto que significa.
El Frente de Todos se siente compelido ante este debate, dada la posibilidad de sufrir una fuerte derrota electoral el año próximo. La devaluación de las expectativas sociales, la fuerte crisis económica y el ajuste en curso, no son muy prometedores para un oficialismo que venía a “llenar la heladera”. El recurso de derogar las PASO está vinculado a ganar tiempo, esperar cierta estabilización económica y bajar un poco la inflación, con la esperanza de llegar en mejores condiciones. Esto propugnan básicamente el kirchnerismo y los gobernadores. En frente se encuentran Alberto Fernández, la CGT y los movimientos sociales. Massa se mantiene prescindente, sabiendo que si logra encaminar la economía, cuenta con chances de proyectarse como el candidato natural de la coalición.
En Juntos por el Cambio, la desunión es mayor. No solo porque una derogación de las PASO impediría ordenar la oferta electoral de manera coherente, sino porque es entre ellos que con mayor fuerza se expresan las diferencias estratégicas sobre un proyecto político para el próximo gobierno. El larretismo es el que aparece con mayores chances, y compite con parte de la UCR por un perfil de centro derecha acuerdista. Macri y Bullrich, por el contrario, intentan fortalecerse desde un perfil más duro (afín con los aires bolsonaristas que recorren la región), un plan de shock y de enfrentamiento directo a las relaciones de fuerza entre las clases establecidas en el país, que en última instancia hicieron fracasar el gobierno del primero. La derogación de las PASO podría llevar a la licuefacción del espacio.
El Frente de Izquierda ya se manifestó en contra en boca de sus principales referentes. Es un escándalo antidemocrático, dado que se plantea la derogación de una herramienta que tuvo como objetivo impedir la mayor oferta electoral con un piso proscriptivo del 1.5%. Que el FIT haya sorteado más o menos exitosamente esa cláusula, hasta el momento, no habilita la idea de que ante alguna reversión de la situación política esto sea siempre así. Sin mencionar que es un instrumento que siempre han utilizado contra el Nuevo MAS. Nuestra posición es clara y de principios: hay que derogar las PASO y su régimen proscriptivo.
Por otra parte De Pedro, Ministro del Interior, declaró que trabaja sobre un proyecto para la derogación de las elecciones de medio término, aquellas que se realizan entre elecciones presidenciales y para decidir cargos legislativos. Un nuevo escándalo antidemocrático del kirchnerismo que, de llevarse adelante, implicaría un recorte a las condiciones mínimamente democráticas que implica la posibilidad de elegir representantes parlamentarios cada dos años. Buscan por esta vía un acuerdo con sectores de Juntos por el Cambio, apoyándose en declaraciones de Macri cuando aún era presidente, que las elecciones intermedias impedían gobernar sin condicionamientos. Rechazamos este intento de ataque antidemocrático que pretende reducir la participación electoral de la población a cuatro años. Y exigimos por el contrario la eliminación de las PASO.
La lucha contra el ajuste y la extrema derecha
Nada está cerrado en la región y el mundo. Los resultados de las elecciones en Brasil le ponen un freno a la extrema derecha, pero hay que saber que no está definitivamente derrotada todavía. Argentina se ve envuelta en esta situación siendo un país con fuertes tradiciones de lucha y resistencia que, a pesar de la burocracia sindical, mantienen una presión permanente sobre los gobiernos y las patronales.
Ejemplo de esto son los residentes y concurrentes de CABA, a los que se sumaron el hospital Posadas y el Garrahan, que protagonizaron una enorme movilización en reclamo por recomposición salarial y denunciaron los salarios por debajo de la canasta básica, aún realizando varias guardias semanales. O la histórica lucha del Neumático que, más allá de sus limitados resultados salariales, dejó establecido un piso que hoy aprovechan las diversas alas de la burocracia sindical para negociar acuerdos paritarios de alrededor del 100% y administrar la bronca ante una caída del salario real de conjunto de alrededor del 20%. Signos de una caldera social que continúa calentándose aun si (seguramente) el Mundial que Qatar fungirá como una mediación por algunas semanas.
También la Marcha del Orgullo convocada para el 5 de noviembre será una oportunidad para ver en la calle a uno de los movimientos más dinámicos de los últimos tiempos, que viene creciendo en su movilización, que se expresó fuertemente en el Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias, y que funciona como un antídoto ante el bolsonarismo y la ultraderecha.
La izquierda tiene el deber de apoyar en las calles el reconocimiento de la voluntad popular en Brasil y la lucha contra la extrema derecha, enfrentar el ajuste en curso del gobierno del Frente de Todos y el FMI, y ser parte de todas las luchas de los trabajadores, el movimiento feminista y la juventud con una perspectiva independiente y revolucionaria.