Sobre el trasfondo de una enorme crisis económico-social histórica del país que inestabilizó todos los desarrollos, de una campaña electoral aspirada desde arriba por el régimen político, y en un escenario de pocas luchas donde no se convocaron medidas de fuerza generales, y en el que el peronismo, la burocracia sindical y el kirchnerismo plancharon todos los desarrollos (una enorme traición histórica sobre todo en el caso de los k, que se la daban de “progresistas” y fueron parte sustancial de la bancarrota oficialista[1]), se terminó imponiendo la variante electoral más derechista.
Al ser elecciones, además de elecciones por balotaje (más “artificiales” y polarizadas aun), y por tan amplio margen (56% a 44%), evidentemente el impacto es grande. Es real, además, que en algunos lugares de trabajo están comenzando determinados ataques, frente a los cuales hay que organizarse y prepararse para responder.
Sin embargo, el desafío del análisis es poder mensurar alcances y límites del nuevo gobierno para encontrar los puntos de apoyo para la acción: las mediaciones que tiene el triunfo de Milei y la LLA, aun si están inscriptas en el marco del conjunto de ataques que se viene.[2]
Un resultado electoral reaccionario
El resultado electoral significa un fuerte giro a la derecha en la coyuntura nacional. Veníamos desde el resultado electoral del 13 de agosto en una coyuntura reaccionaria y esa coyuntura se ha ratificado con el resultado electoral, abriéndose un período reaccionario cuyos alcances son difíciles de mensurar de momento.
La actual coyuntura reaccionaria se conformó en un “combo”, entre un año electoral aspirado por arriba, la crisis económica y social y el fracaso del gobierno del Frente de Todos, además de la pandemia y el contexto pos pandémico, y sin medidas de fuerzas nacionales en todo el mandato de Alberto Fernández.
Es decir, se viene de un período mayormente adverso, aunque con la contradicción marcada de que las relaciones de fuerzas no fueron desafiadas: esto no lo iba a hacer el gobierno del Frente de Todos, basado en otro tipo de arbitraje entre las clases que el que pretenderá hacer el nuevo gobierno; recordemos que en el tramo inicial del gobierno saliente se obtuvo la enorme conquista del derecho al aborto por ejemplo.
Sin embargo, lo que amenaza hacer el gobierno de Javier Milei con su política, en principio de shock, es evidentemente desafiar las relaciones de fuerzas: un desafío del cual es imposible adelantar una resultante, aunque advertimos que si se “pasa de rosca” podría hacer estallar el país.
La última prueba abierta de las relaciones de fuerzas ocurrió a finales del 2017 con la enorme movilización del 14 y 18 de diciembre y el “triunfo pírrico” del cambio en el cálculo jubilatorio, pero con la derrota en los hechos del gobierno de Mauricio Macri, que acabó siendo reemplazado por Alberto Fernández.
Luego vino el gobierno de Alberto, marcado por la pandemia y la pospandemia, su asunción de la deuda con el Fondo heredada de Macri, el creciente vaciamiento de las reservas, las negociaciones y renegociaciones con el fondo que no le soltó la mano pero tampoco le otorgó divisas frescas, el crecimiento imparable de la inflación y una crisis social interminable que le terminó dando el triunfo electoral a Milei, aunque las y los trabajadores y los sectores más orgánicos de los explotados y oprimidos votaron mayoritariamente en contra de él.
En ese contexto se entró en una larguísima ronda electoral marcada por intensos vaivenes y por una crisis social descomunal, cuya resultante es el nuevo gobierno de Milei y Villarruel.
Sin embargo, al procesarse todo electoralmente y no en el terreno directo de la lucha de clases, es fácil impresionarse o sacar conclusiones erróneas o demasiado categóricas para un lado u otro.
Es evidente que el voto a Milei es reaccionario: tiene un elemento central individualista en contra de toda idea de colectivo social. Sin embargo, su carácter no es del todo homogéneo: una parte de los votos son propios y otra parte son “prestados” de Juntos por el Cambio, lo que establece ciertos límites (puede tener, también, una parte de voto bronca aunque canalizado por derecha).
Incluso electoralmente existe otro límite bien concreto: el 44% que votó a Sergio Massa contra Milei (no a favor de Massa mismo) y que se expresó en la campaña democrática desarrollada por la base que llevó a la remontada del 22 de octubre, cuando Massa se alzó con el 36%, aumentando 14 puntos desde el 22% que había obtenido en las PASO, (incluyendo en esto los votos de Grabois).
Otro dato importante de este análisis del voto que nos adelantamos a señalar, es que el voto a Massa expresó al grueso de la clase trabajadora más orgánica que está contra Milei, que puede comenzar a sufrir ya mismo los ataques de las patronales, que está maniatada por la burocracia sindical pero que expresa reservas y no dejará pasar los ataques sin dar pelea.
Sin duda estamos apreciando un giro electoral a derecha, reaccionario, cuyos alcances reales habrá que ver en los hechos y que adelanta un ataque en regla a las condiciones de vida y de trabajo de las y los trabajadores.
Sin embargo, hay que insistir una y mil veces en que se trata todavía de una resultante electoral a ser probada en los hechos, en la lucha de clases. Y esto es así aunque en un primer momento de “anonadamiento” parezca que muchos ataques podrían pasar “sin pena ni gloria”.[3]
El esfuerzo por entender los alcances, límites y mediaciones en relación al ataque que viene es fundamental para no quedarse sólo con la fotografía electoral y ver el conjunto de la película, cuyos contornos, es verdad, son todavía inciertos porque el nuevo gobierno ni siquiera ha asumido al escribir esta editorial. Habrá que aguantar esa incerteza por un tiempo, aunque en este texto trataremos de poner alguna medida a las cosas).[4]
Acá es importantísimo entender un argumento que venimos planteando en nuestros análisis: la votación a Milei refleja al electorado más inorgánico del país contra el electorado más orgánico. Este no es un dato menor. Expresa que el grueso de la clase obrera organizada votó contra Javier Milei aunque haya tenido votos en las estructuras (donde por lo demás se apreció un grado variable de politización).[5]
La votación por Milei se dio entre los sectores más precarios de los trabajadores, la clase media reaccionaria y el interior del país, expresando un giro electoral a la derecha de porciones enteras de la clase media pudiente así como del “medio pelo”, los comerciantes, etc.
En el caso de la burguesía, las cosas no están tan claras todavía. Hay sectores burgueses importantes que se inclinaron por Milei (caso Techint por ejemplo). Pero nos da la impresión de que otro sector importante apostaba a Massa, y que ahora, en una parte importante de la patronal, hay como una situación “expectante” para ver qué es lo que va a hacer.
La posición de la burguesía –y los bloques políticos en redefinición– no es algo menor, porque hace al carácter minoritario del nuevo gobierno, cuestión que retomaremos más abajo.
En este marco podemos señalar dos cuestiones metodológicas de importancia: a) insistimos en que, aunque el resultado electoral es un toque a rebato para largar un ataque en regla contra la clase trabajadora, todavía es demasiado pronto para apreciar la resultante de dicho ataque: será una lucha aunque la iniciativa la tenga el enemigo en estos momentos; b) es factible que la coyuntura electoral reaccionaria por la que veníamos transitando se transforme en una etapa reaccionaria. Pero para definirla como una etapa hace falta tiempo, ver el alcance real de los desarrollos. También sucede que las etapas pueden ser cortas y rápidamente girar en sentido contrario, porque una etapa no remite solamente al tiempo sino a un conjunto de elementos que la constituyen, y en este caso estamos ante un conjunto de elementos nuevos: una nueva totalidad cuyos verdaderos alcances es todavía muy difícil definir.
Sin embargo, en bien de la prudencia, quizás sea mejor hablar de un período reaccionario más que de una etapa; será la realidad, en todo caso, la que defina la medida de las cosas.
Un elemento a señalar acá, y no es nada menor, es que una etapa o período reaccionario puede virar en pre-revolucionario o abiertamente revolucionario de manera abrupta; mucho depende del cálculo que hagan el nuevo gobierno y la burguesía para lanzar sus ataques.[6]
Da la impresión de que hay un sector que se siente “todopoderoso” (Macri, influido por el balance de su gradualismo). Pero hay otros sectores, y la prensa dentro de ellos, que son mucho más prudentes: temen que el país estalle.[7]
Sin embargo, un año aspirado por una campaña electoral tan dilatada, con el arbitraje del régimen a derecha, con la traición histórica del peronismo, los k y la burocracia que dejaron llegar a Milei sin mover un dedo, y con un resultado electoral tan reaccionario, hace difícil la apreciación objetiva de los desarrollos, la ponderación de los duros ataques que se vienen, los elementos mediadores y la resultante que dependerá, en definitiva, de la lucha de clases.
El triunfo electoral reaccionario de Milei configura un impacto sobre los sectores populares precisamente en ese terreno, el terreno electoral; eso es lo que abre la puerta a los ataques. Sin embargo, tampoco hay que excederse. Todo tiene medida. Aunque, incluso antes de asumir Milei, las patronales ya estén largando ataques por abajo, existen importantes factores mediadores y las relaciones de fuerzas deben ser probadas en el terreno de la lucha.
Hay pocos antecedentes en el país de un ataque de shock de buenas a primeras. El ataque que viene, sobre todo en el terreno macroeconómico, se basa en las malísimas condiciones macro: la inflación extrema como justificación para un fuerte ajuste económico, en el terreno de fragmentación social en el cual se mueve hoy el país.
Pero el país orgánico existe, la clase obrera orgánica existe, y los desaguisados de Milei-Villarruel podrían ser en múltiples planos; todos estos son factores mediadores que configuran escenarios abiertos.
Ningún gobierno reaccionario o de extrema derecha puede llevarse puesta a la clase trabajadora sin grandes luchas: no pasó en el caso de la Thatcher (tan admirada por Milei) ni de Reagan, tampoco pasó en el caso de Trump (más bien en su caso se venía de un ciclo de retroceso anterior), ni tampoco con Bolsonaro, que impuso duras contrarreformas en una sucesión que venía desde la crisis del 2013 del gobierno de Dilma Roussef, pero no logró cambiar el régimen político.
Aunque el próximo gobierno los cuestione, es extremadamente difícil revertir los logros de la caída de la dictadura militar: hay una tutela “policlasista” del régimen del 83 y de las conquistas democráticas que supone. No nos referimos solamente al funcionamiento institucional o las libertades democráticas en general, sino también a los aspectos básicos de la democracia obrera en el seno de la democracia burguesa, como son los sindicatos, los convenios, etc.
Tampoco le será fácil medirse con algunas de las herencias del 2001 y conquistas más recientes como el movimiento de desocupados, el movimiento de mujeres y lgbtt, el derecho al aborto, el carácter público y gratuito de la universidad (algo que viene de más atrás), y las relaciones de fuerzas más generales vinculadas al derecho a la protesta y a la organización sindical y estudiantil: todo un “paquete”, y habrá que apreciar y medir bien hasta dónde quiere y puede ir esta gente.
Insistimos de cualquier modo en que es demasiado temprano para dar definiciones del todo certeras. Se trata más bien de aproximaciones sucesivas cuidando de no perder la ponderación correcta entre los alcances y los límites de las cosas y también entre lo simbólico y lo real del mileidismo.
Un gobierno de Milei impacta, eso es verdad. Y se apresta a lanzar un fuerte ataque alrededor de la devaluación y del gasto público que va a afectar aún más los salarios, las jubilaciones, los planes sociales y probablemente el empleo estatal así como el salario y los convenios docentes.
Sin embargo, nada de esto pasará sin consecuencias y sin respuesta más temprano que tarde. Hay que tener paciencia y ver el verdadero espesor de las cosas; no dejarse impresionar, sabiendo que existen reservas en nuestra clase y que una resultante electoral no es lo mismo que una resultante en la lucha de clases contante y sonante.
El carácter del nuevo gobierno
Pasemos ahora a apreciar qué tipo de gobierno se viene. Milei y Villarruel son dos personajes de extrema derecha. Sin embargo, las ideas de los gobernantes no alcanzan para caracterizar, como materialistas, el tipo de gobierno que viene a partir del 10 de diciembre.
El nuevo gobierno recién está en conformación, por lo que es difícil terminar de definirlo. Por los demás, muchas de las segundas líneas han estado en gobiernos anteriores como el de Macri o el menemismo; incluso algunos funcionarios pasaron por el gobierno de Scioli (se especula por ejemplo que Scioli podría permanecer como embajador en Brasil).
La vicepresidenta es una figura de extrema derecha y hay personajes controvertidos como Cúneo Libarona para Justicia o la futura ministra de capital humano, que es parte del Opus Dei.
Sin embargo, este funcionariado no agota el carácter del gobierno ni hace desaparecer los límites a nivel del régimen político. También es verdad que no sería, a priori, un cogobierno entre el mileidismo y el macrismo, sino que Milei estaría tratando de armar un gobierno propio aunque requerirá del macrismo para sumar voluntades en el Congreso Nacional –no sólo de Macri sino de otras fuerzas políticas: se especula incluso con sectores del peronismo–.
En su momento habíamos caracterizado como reaccionario al gobierno de Macri. Y este próximo gobierno de Milei está más a la derecha, aunque es mucho menos orgánico que el de Macri, al que definimos como un agente directo de los empresarios. Incluso quizás sea correcto definir al gobierno de Milei-Villarruel como un gobierno de extrema derecha, aunque preferimos apreciarlo como un gobierno minoritario extremadamente reaccionario; la experiencia hablará sobre su verdadero carácter.
Sin embargo, es fundamental entender que el carácter de un gobierno no agota el problema de sus alcances y límites. Una cosa es el carácter del gobierno y otra el marco político en el cual le toca actuar: la relación entre el gobierno y el régimen político, y de ellos con las relaciones de fuerzas más generales.
Una cuestión importante es el marco institucional en el que le tocará actuar, porque eso coloca determinados límites. Es un gobierno en minoría: tiene sólo 39 diputados y 8 senadores propios. Está claro que el macrismo aspira a subirle la cifra a unos 80 diputados (no tenemos el dato en senadores en este momento), pero aun así el peronismo es la primera minoría en ambas cámaras y todo el “espacio parlamentario” está en plena reconfiguración.[8]
Parte importantísima de esto es que Milei y Villarruel no cuentan con ningún gobernador de la propia tropa (aunque hay varios dispuestos a ayudarlo o acompañarlo dependiendo de las medidas que tome). El impacto del resultado electoral es fuerte, pero el elemento institucional pesa, no puede ser perdido de vista como posible contrapeso.
Nuestra definición es que se trata de un gobierno extremadamente reaccionario pero dentro del régimen democrático burgués, una versión muy de derecha del régimen. Las denuncias de fraude no tuvieron ningún sustento legal y finalmente pasaron sin pena ni gloria, siendo rechazadas no solamente por Servini de Cubría sino desde la mayoría de los medios y corporaciones socio-políticas.
Toda la puesta en escena de LLA el 19/11 fue institucional, y el hecho de que Villarruel plantee la reapertura de la discusión sobre la dictadura militar no significa que puedan cuestionar el régimen fácilmente; no creemos que esto vaya a ser así.
El análisis comparado vale para estos casos. Desde el punto de vista orgánico, Milei parte de muchísimo más atrás que Trump y Bolsonaro. En el caso de Trump, tuvo el apoyo del Partido Republicano, uno de los centenarios partidos de los EE.UU., y aunque jugó en el límite luego de perder la elección (un caso grave obviamente), no rompió con el régimen. En el caso de Bolsonaro, es sabido que tuvo, entre otros apoyos, uno de suma importancia: el de las fuerzas armadas de Brasil, incomparablemente más fuertes que las FFAA argentinas.[9]
El problema del régimen político es otro factor mediador junto con las relaciones de fuerzas. No se puede pasarle por encima así nomás. Además, el mileidismo es un fenómeno básicamente electoral y de las redes sociales, mediático y ahora institucional. Pero no existen todavía fuerzas de choque más allá de pequeños grupos provocadores (provocaciones que sin duda van a aumentar y habrá que aprender a medirse con ellas).
Pero en esta cuestión también debemos hacer un ejercicio de ponderación. Ni desestimar la radical novedad del nuevo gobierno, ni perder de vista sus límites. Los límites son importantes, porque si el gobierno pone en cuestión al régimen político, intenta manotazos bonapartistas, pasa por encima del Congreso Nacional y cosas así, puede desatar movilizaciones de masas de inmensas proporciones que lo barran.
Existen elementos de arbitraje del régimen que son los que operaron todo el año en relación a las elecciones. Ese arbitraje fue en favor de un giro a la derecha, contra el oficialismo. Pero el mileidismo también encontrará límites en el propio régimen si intenta “cargárselo”, por así decirlo.
No por el régimen en sí, sino por las relaciones de fuerzas que el régimen expresa. Y el régimen no expresa sólo el momento inmediato en el que está la lucha de clases. No se puede tener una mirada sólo “desde abajo” de estas relaciones, hace falta una mirada integral que abarque todas las esferas en las que, aun distorsionadamente, se expresan las relaciones de fuerzas.
En resumen, el nuevo gobierno es un peligro para las masas. Pero a los peligros hay que mensurarlos, ponderarlos. Y medir la relación entre gobierno y régimen es importante para no caer en el impresionismo, sin perder de vista, claro está, que no estamos frente a un gobierno “normal” sino frente a un gobierno atípicamente reaccionario –aunque minoritario– que intentará aplicar una política de shock y contrarreformas a partir de un resultado electoral que le fue muy favorable. La paradoja del caso es que se trata de medidas muy duras a ser aplicadas por un gobierno que es todo un interrogante aún.[10]
Y, sin embargo, en el medio está la materialidad de las cosas. Y esa materialidad indica, repetimos, que es un gobierno minoritario desde el punto de vista orgánico y que va a encontrar límites, que no podrá hacer cualquier cosa. Por ejemplo, eliminar el peso, dolarizar la economía, eliminar el BCRA, son medidas que requieren una reforma constitucional. Y votar una reforma constitucional requiere una mayoría de dos tercios en ambas cámaras.
La privatización total de YPF (hoy es una sociedad anónima que cotiza en bolsa y que está 51% en manos del Estado y 49% en manos privadas) requiere de una ley. Lo mismo ocurre con una contrarreforma laboral o jubilatoria.
Es obvio que el gobierno de Milei intentará llevar adelante contrarreformas. Es parte de su razón de ser y por lo que la burguesía y el régimen lo dejaron llegar.
Pero es un error creer que estas medidas vendrán automáticamente. Todas requerirán de una discusión y una batalla que no es solamente institucional, sino que podrán combinar la calle y el palacio. Muchos son dichos, declaración de intenciones, y hay que diferenciar las palabras de los hechos. Todo esto con lo que se amenaza requiere de un procesamiento en la lucha de clases en general que no será nada sencillo.
Desde ya que no se puede confiar en las instituciones mismas, ni en el peronismo, ni en la burocracia sindical, que vienen de realizar la traición histórica de haber dejado llegar a Milei.
Pero tampoco se puede creer que estamos en “cancha rayada”, que todo pasará sin pena ni gloria. Como venimos señalando, existe un conjunto de mediaciones para llevar adelante las medidas de gobierno de Milei, y entre esas mediaciones está la dialéctica entre el gobierno, el régimen y la lucha de clases, dialéctica que no se puede olvidar a pesar del impacto del resultado electoral.
Hay que darle “espesura” a la perspectiva posible de un gran choque de clases y de que existen múltiples mediaciones. Ahora se está bajo el impacto del holgado triunfo electoral de la LLA y seguramente lo primero que aparezca sean los ataques (la devaluación ya está en marcha y se cae de maduro). Pero como señalamos más arriba, ningún gobierno actúa en un “vacío social”. De ahí los reiterados alertas entre los analistas respecto de la gobernabilidad.
Prepararnos para los ataques que se vienen
Es un hecho que se vienen ataques, aunque habrá que medir su magnitud en cada caso. El nuevo gobierno prepara ataques en regla contra la clase trabajadora.
Como hemos señalado, lo primero que vendrá es la devaluación. Sin embargo, esta no define en sí misma las relaciones de fuerzas (aunque ocurrirá una nueva y más grande transferencia de recursos hacia los tenedores de dólares desde los tenedores de pesos y una reducción sustancial del salario real).
Es muy pronto para saber el alcance real de la devaluación, pero se espera que sea grande, más grande que la que hubiera hecho Massa. Al mismo tiempo, no se saldría rápido del cepo, porque deben resolver primero la cuestión del déficit cuasi fiscal (el endeudamiento del Estado con los bancos, las Lelics).
Convalidar una importante devaluación, que significará un ataque generalizado al salario, será la primera medida (eso se viene ya). La segunda es el anuncio de reducción del gasto estatal (la idea de “ajuste a la política” parece solapar que se vendrían despidos en el Estado). Estas dos medidas a ser tomadas a partir del 10 de diciembre, y la devaluación quizás desde antes –parte del debate sobre la transición es quién paga el costo de esa devaluación– son ataques generalizados a las y los trabajadores; eso es así.
Se especula además que en el primer semestre la inflación crecerá aún más, dada la devaluación y que el producto caería 3% el año que viene, cuestiones que quizás marquen un choque de expectativas en sectores de los votantes del propio mileidismo.
Es decir, estas medidas de ataque se vienen pero es imposible anticipar si pasarán sin pena ni gloria, si la burocracia presionada por la base exigirá paritarias compensatorias, si habrá desbordes a la burocracia, o qué pasará. No está escrito que una macro devaluación pase sin pena ni gloria, aunque al principio podría ocurrir. Tampoco está escrito que la poda del Estado, si es con despidos generalizados, pase así nomas.
La idea de tomar un curso de shock es tratar de sorprender a la sociedad inmediatamente después de la elección, cuando todo el mundo está pensando en algún tipo de vacaciones. Pero sería un error anticiparnos y dar todo por sentado.
Acá también existe una mediación. Hay que diferenciar lo que son medidas “generalizadas”, como la devaluación, de las contrarreformas (por ejemplo, laboral y jubilatoria) y los ataques lugar por lugar. Lugar por lugar, parecer ser un hecho que las patronales se están anticipando y podrían anunciarse despidos (hay que confirmar lo que por ahora son rumores).
Milei apareció ahora con la idea de “pasarle Aerolíneas Argentinas a sus trabajadores” y desentenderse de la empresa (rechaza que haya una aerolínea de bandera). También plantea la privatización de los medios públicos: la televisora estatal, Radio Nacional y Télam.
Pero todo esto deberá pasar por dos los dos factores mediadores señalados: uno es el de la lucha de clases y otro es el parlamento (es obvio que no se puede depender del régimen ni de la burocracia sindical traidora; pero estas “instituciones” tienen sus propios intereses de aparatos en el medio y este también es un factor mediador).
También existe un tercer factor mediador de importancia, que tiene que ver con la reacción democrática desde abajo que permitió la remontada de Massa el 22/10. Ese elemento democrático y de politización también hay que tenerlo presente, aunque no haya sido mayormente organizado y en el balotaje se haya solapado con la salida a escena del aparato peronista. Esta salida a escena no alcanzó porque no había manera de revertir el fenómeno de masas electoral de Milei si no era convocando a medidas de lucha en regla, a dar vuelta la coyuntura electoral mediante la lucha, algo que, evidentemente, ni el kirchnerismo ni el massismo ni la burocracia sindical estaban dispuestos a hacer.
En todo caso, la tarea del momento es comenzar a prepararse desde abajo para enfrentar los ataques que se vienen. Hay que arrancar por pasar el balance de lo ocurrido y sobre el verdadero carácter del nuevo gobierno. Evitar el impresionismo y transmitir la idea de que Milei es menos de lo que parece, que hay condiciones para enfrentarlo.
También hay que pasarle balance al kirchnerismo por el desastre que fue el gobierno de Alberto Fernández, por haber aceptado sin más la deuda contraída por Macri con el FMI, por el ajuste inflacionario, por haber favorecido todo el tiempo al empresariado, por haberse negado cerradamente a convocar a movilizaciones durante la campaña electoral porque supuestamente eso “le hacia el juego” a Milei, por no haber movilizado masivamente cuando Villarruel le hizo el homenaje a los genocidas en la Legislatura, y por ser los responsables de la llegada al gobierno de Milei.
También cabe acá –aunque a otro nivel, lógicamente– el balance del resto de la izquierda. Sobre todo de los principales integrantes del FITU, que no tomaron con seriedad el fenómeno de Milei y LLA. El PTS definió a Milei como “gatito mimoso de los empresarios”, minimizando lo que es un peligro real para los trabajadores; el PO, por su parte, planteó que la burguesía había puesto en marcha “un plan de lucha” contra Milei en oportunidad de la primera vuelta. No alertaron frente al peligro de un gobierno como este ni fueron parte de la batalla que se expresó desde abajo para que Milei no llegara. No supieron diferenciar entre los grises, entre el tipo diverso de gobiernos burgueses.
De cualquier manera, y en cada caso, hay que comenzar a plantearse tácticas de exigencia y denuncia, de unidad de acción y frente único para enfrentar el ajuste, los ataques y las contrarreformas que se vienen con el nuevo gobierno, aspectos que desarrollaremos en próximos textos.
[1] Fueron incapaces de cuestionar realmente el acuerdo con el FMI, dejaron el país atado de pies y manos al ajuste inflacionario y dejaron correr el giro a la derecha alrededor de la figura de Milei sin mover un dedo.
[2] La medida entre los ataques y los límites y mediaciones del nuevo fenómeno frente al cual nos encontramos, es fundamental para no dejarse impresionar, sin dejar de dar cuenta de la realidad; esto es importante también porque el kirchnerismo está jugando al juego de asustar para justificarse e inhibir la salida a las calles.
[3] La palabra “anonadamiento” es importante acá, porque precisamente ese es el impacto que produce semejante resultado electoral: hace aparecer al nuevo gobierno como todopoderoso y a los explotados y oprimidos como inermes frente a él, lo que es falso.
[4] Cuando muchos analistas hablan del “salto al vacío” que puede resultar del gobierno de Javier Milei se están refiriendo, precisamente, al conjunto de incertezas que rodean su próximo mandato (que no son sólo “políticas” en el sentido genérico del término, sino de todo tipo: económicas, sociales, respecto de la gobernabilidad, etc.).
[5] Hay que tener presente que en el nuevo período una nueva generación puede entrar a la lucha y la militancia o retornar a la actividad viejos compañeros y compañeras.
[6] Hemos señalado en otras oportunidades que la barbarie en las palabras antecede a la barbarie en los hechos. Pero también es verdad que dicha “barbarie de palabra” debe pasar la prueba de los hechos, y que LLA juega todo el tiempo a “asustar” para inhibir o colocar a la sociedad explotada y oprimida a la defensiva; pero no por eso desaparecen las mediaciones que deberá superar: una cosa son las palabras y otra el poder material para hacer valer sus dichos.
[7] Desde nuestros primeros análisis señalamos que el país podía estallar bajo un gobierno de Milei, dado su carácter de “declaración de guerra contra la clase obrera”. Lógicamente, es imposible saber cuando y cómo y si dicho estallido ocurrirá o no. Pero no son solamente nuestras palabras. Amplios sectores patronales y de los medios de comunicación muestran extrema preocupación por la gobernabilidad del país, más todavía sobre la base casi hiperinflacionaria en la que se vive (aunque atención es verdad también que la inflación sirve para justificar el ajuste).
[8] La reconfiguración del sistema de partidos que podría venir está demasiado abierta todavía como para desarrollarla en este texto.
[9] Es imposible negar que pueda haber provocaciones, es propio de la extrema derecha jugar parlamentaria y extraparlamentariamente. Pero la fuerza extraparlamentaria del mileidismo es débil, al menos por ahora. Declaraciones como las de Mauricio Macri de que los que protestan son “orcos” son de extrema derecha. Pero, nuevamente, hay que remitirse a los hechos y ver cómo serán los desarrollos en concreto.
[10] El carácter minoritario del gobierno es lo que lleva a los analistas a insistir en que deberá negociar todo. Genera incertidumbre al comparar sus dichos altisonantes con la falta de marco institucional para llevar adelante sus “propuestas”.