“La batalla en el Congreso comenzó a las 13.30 y se trasladó a la avenida 9 de julio a las 17. Fueron más de tres horas en que la izquierda trotskista estuvo en la primera línea de combate, con sus banderas rojas como rasgo distintivo. Ocupó así el centro de la escena para resistir a las reformas que impulsa el gobierno y diferenciarse de la CGT”.

Nicolás Balinotti, La Nación, 19/12/17

Las jornadas en Plaza Congreso contra la ley jubilatoria abrieron una nueva situación política. Es difícil resumir en una sola nota la riqueza de los elementos que se han hecho presentes. Sin embargo, si tenemos que recapitular las cosas en una sola definición podemos decir que, en la situación política, han irrumpido las masas.

Más precisamente, una amplia vanguardia de masas enriquecida por la experiencia de lucha y organización de nuestra clase obrera en las últimas décadas; una vanguardia de masas cuyos “factores organizadores” (incluyendo en esto el peso político de la izquierda), están más maduros que 16 años atrás.

En nuestro reciente Plenario Nacional de Cuadros habíamos insistido en que si Macri seguía adelante con su agenda reaccionaria, y de duro ajuste económico, se encontraría con las relaciones de fuerzas. Eso es exactamente lo que ocurrió con la ley jubilatoria y la escandalosa militarización del Congreso: el gobierno se encontró con las relaciones de fuerzas al intentar forzar las cosas con una brutal represión (lo que en nada menoscaba que lo que se viene es un período más duro, de enfrentamientos más duros).

 

Cuando retorna la experiencia del Argentinazo   

Las jornadas revelaron algo que se podía intuir, pero sobre lo cual no existía certeza: la experiencia del Argentinazo sigue presente. Existe un hilo de continuidad entre las experiencias de lucha y organización del 2001 con lo vivido estos días; la lenta reabsorción democrático-burguesa de dicho evento producida en la última década, no logró cortar el vínculo con el mismo[2].

Más significativo aún, si se quiere, y más estratégico, es el hecho que se ha expresado una vivificación de dichas experiencias pero en un plano subjetivamente superior; con otra calidad: la incorporación de importantes contingentes de trabajadores sindicalizados; la presencia política significativa de la izquierda revolucionaria, trotskista.

Un “factor organizador” de una calidad incomparable con la participación, repetimos, de las organizaciones de la clase obrera: sindicatos y partidos de la izquierda. De ahí la queja del diario La Nación que, aun distorsionando reaccionariamente las cosas, refleja algo real: que las movilizaciones del 14 y el 18 fueron más organizadas; el factor puramente espontáneo fue menor (aunque, de todas maneras, no dejó de existir, sobre todo en lo que hace a determinados aspectos de la acción).

De todas maneras, apresurémonos a señalar que el contexto objetivo no es el de 16 años atrás: si los factores subjetivos aparecen más adelantados, no ocurre lo propio con los objetivos. La situación económica y social no está tan deteriorada. Tampoco estamos frente a un gobierno débil: Macri tiene en torno suyo a lo más granado de la burguesía y el imperialismo; un elemento que augura choques durísimos y ofensivas reaccionarias que convendría no subestimar.

Sin embargo, la calidad del movimiento de lucha, la maduración de esos factores subjetivos, es un elemento de extrema importancia. Ya no se trata de un país con el 40% de desocupados, sino uno en el cual la clase obrera y el proletariado, están llamados a jugar un rol de primera línea (de profundizarse la crisis). En las recientes movilizaciones a Plaza Congreso, incluso con el rol traidor de la CGT, se apreciaron enormes contingentes de docentes, estatales, bancarios, gremios industriales como la UOM, conductores de La Fraternidad, etcétera.

Además, la presencia política y simbólica de la izquierda, ha sido un factor en sí mismo. Si bien todavía, orgánicamente, le falta un largo camino por recorrer, su lugar ganado en la vanguardia de la pelea (destacado por muchos activistas y luchadores obreros), el que se “entremezclara” sin problemas con las columnas sindicales, su representación parlamentaria y figuras políticas, que en los cacerolazos se cantara “unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode” (¡una consigna lisa y llanamente de la izquierda!); en fin, un sinnúmero de elementos marcan una ubicación cualitativamente superior al 2001.

El gobierno logró sacar la ley; pero el costo político fue altísimo. Este es un dato fundamental para balancear los acontecimientos de los últimos días. Porque lo que obtuvo fue un triunfo pírrico: un logro en el cual los frutos de la victoria no pueden aprovecharse del todo debido a los costos que se tuvieron para alcanzarla.

Se le abrió también una crisis política: las dudas sobre la orientación general del gobierno van a crecer seguramente próximamente. Sin embargo, lo que se puede augurar en lo inmediato es que el gobierno va intentar curarse en salud reafirmando su curso político; parte de esto es la campaña macartista que ha lanzado sobre la izquierda.

Una nueva situación política ha emergido en los últimos días. Una vanguardia de masas ha entrado en escena. Amplios sectores de los trabajadores se han desplazado a la oposición. Todo esto plantea un crecimiento de la conflictividad, sobre todo en la medida que el gobierno va a reafirmar su orientación: los trabajadores enfrentan un gobierno reaccionario que sabe que si retrocede, todo su plan puede quedar herido de muerte.

 

Factores organizadores

En el 2001 ingresaron a la pelea amplios sectores de masas. Hoy no estamos en un escenario así. Más bien, lo que se expresó en las batallas de Plaza Congreso, fue un movimiento de vanguardia de masas (como ya hemos señalado). Lo impactante es cómo se recuperaron y volvieron a expresarse -en una calidad social y política superior-, muchas de las experiencias de dicho “ensayo general”.

Ambas jornadas, la del jueves 14 y el lunes 18, terminaron en sendas experiencias de lucha en las calles. Ya de por sí, eso solo, recuerda que la lucha de clases es tanto indirecta como directa; combina ambos terrenos. Se trata de la lucha política y político-institucional (la participación en las elecciones, la pelea en los medios, etcétera), así como la pelea directa en las calles (las ocupaciones de fábrica, las huelgas y manifestaciones, etcétera); pelea directa que es, en definitiva, la que decide las cosas.

Eso no quiere decir que sea una pura “acción desnuda”. Siempre manda la política; así como la necesidad de masificar la pelea: hacer ingresar sectores crecientes de los trabajadores. La “guerra”, los enfrentamientos directos, físicos entre las clases, la resistencia frente a la represión, son otras tantas formas de la “continuidad de la política bajo otros medios” (Clausewitz). Y eso vale tanto para lo grande como para lo pequeño.

Las enseñanzas de las jornadas del Congreso muestran como, incluso en el momento del enfrentamiento a la represión, en los aprestos previos, la clave es medir políticamente la situación, tener una correcta lectura política, ser la expresión consciente de un descontento generalizado que va mas allá de los que están presentes; cuidar a los participantes de la jornada.

Hay varios aspectos a destacar. El conjunto de las prácticas puestas en acción, es uno de ellos: huelgas, movilizaciones, enfrentamientos callejeros, cacerolazos, etcétera; muchas de las prácticas ya expresadas en el 2001.

Pero, junto con esto, queremos destacar tres elementos superadores de aquella experiencia. El primero es la “calidad social” de estas jornadas, superior al 2001. Fueron los contingentes de trabajadores sindicalizados, los que se dieron cita masivamente. Incluso más el lunes 18, cuando llegó a haber 200.000 personas en la calle, sino más.

Desde el punto de vista generacional, destaca un segundo componente de importancia: el componente joven expresado en todas las columnas: en las sindicales, en las de la izquierda, en los cacerolazos, en la movilización como un todo. Un componente estratégico de enorme importancia, porque cabe a las generaciones jóvenes el futuro (generaciones jóvenes y militantes que hicieron en estas jornadas su “bautismo de fuego”, por así decirlo).

Un tercer componente es el ya señalado: el lugar del trotskismo en la movilización; su ubicación de vanguardia en la misma, el reconocimiento creciente que está logrando a pesar de las campañas de desprestigio del gobierno y los medios, amén de los sindicatos como la UTA, que encontraron en la “violencia” la justificación para levantar un paro que nunca quisieron realizar.

Sin ser tan masiva la irrupción; sin que los factores objetivos sean tan profundos, la crisis que explotó en estas jornadas reveló una maduración de los factores subjetivos que puede tener un valor estratégico hacia el futuro, este es, quizás, el elemento más significativo que las mismas han dejado.

 

Demasiado para tan poco

El gobierno logró finalmente imponer su ley. Pero el costo político fue altísimo. En el camino debe haber perdido un 20% de popularidad. Además, quedó demostrado que la Argentina “no es un país normal”; esto en el sentido que la Argentina no ha perdido sus tradiciones de lucha, tradiciones que van más allá del 2001 hacia las conquistas democráticas del 83, a la experiencia del Cordobazo, a la resistencia peronista…

Tan lejos hay que remontarse para comprender que la Argentina es un “país político” por antonomasia; una país donde los trabajadores tienen conquistas de lucha y organización históricas que forman parte de una suerte de “capas geológicas” de tradiciones que es muy difícil pasar por arriba sin más.

El gobierno sacó adelante su ley. Pero fue demasiado costo para tan poco, en definitiva. Es que, en última instancia, esta ley no es más que una “pre-reforma” jubilatoria: una modificación que tira para atrás los ya magros ingresos de jubilados, asignaciones familiares y planes sociales, pero que ha dejado pendiente lo más estructural: el aumento de la edad jubilatoria.

Si este ha sido el costo político de esta primera contrarreforma, no hay que imaginarse lo que será cuando el gobierno quiera pasar a la carga con la laboral (se habla de febrero próximo).

Macri dejó en el camino más: la idea de un país “ejemplar”, al cual pueden venir las inversiones extranjeras a saquear a su antojo, también quedó arruinada (al menos parcialmente). Después de octubre el gobierno se envalentonó. Creyó que el resultado electoral lo era todo. Pero las instituciones y mediaciones que caracterizan al país son cantidad; no se resumen en una mera elección general.

Por lo demás, el gobierno no logró en octubre último una mayoría parlamentaria; no es una mayoría política. Macri pretendió actuar con una legitimidad que no posee, poniendo en riesgo la gobernabilidad. Una cuestión que, seguramente, está ya despertando dudas en sectores de la burguesía que hablan por lo bajo de “los límites que encontró el gobierno” (Eduardo Van Der Kooy, Clarín).

El gobierno sacó adelante su ley. Pero un clima de anormalidad quedó instalado en la retina de la población, una población mayormente identificada con el rechazo a la ley jubilatoria. El antídoto y el recurso encontrado frente a esto, frente a la pérdida de popularidad, es la condena a los “violentos”, la estigmatización de la izquierda.

Pero este nuevo relato compite con los arraigados sentimientos democráticos; con el repudio a la injusticia generada por el ajuste a los viejos; por una escandalosa militarización al Congreso Nacional como no se ha visto en tres décadas y media de democracia burguesa; con un despliegue represivo que entra en contradicción con las conquistas democráticas mínimas que anidan en nuestro país; con un gobierno que ya cuenta en su haber con varios asesinatos políticos (Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, etcétera).

 

El fallido paro de la CGT

Antes de proseguir debemos abordar el rol de la CGT y los K en estas jornadas. Más allá de su carácter de burocracia por parte de la CGT, está la crisis del triunvirato por una orientación que ha llegado al límite: ha crecido tanto el repudio popular a Macri, es tanta la polarización, que su ubicación cuasi oficialista se ha quedado sin ningún margen.

Claro que existen direcciones tradicionales re contra alcahuetas y que no tienen presión por la base de tan burocráticas que son, que sostienen una orientación fiel a Macri.

Pero, de conjunto, seguir por ese rumbo sería casi suicida. Una cosa es cuidar la gobernabilidad (como han hecho siempre y seguirán haciendo en todas sus versiones); otra es incendiarse al lado de un gobierno que amenaza con comenzar un rumbo barranca abajo en materia de popularidad.

Esta misma crisis de ubicación es la que se expresó en su comportamiento en los últimos meses. Un paro general en abril obligado por el escándalo del acto del 7 de marzo y sin ninguna continuidad. Un ensayo de movilización “opositora” el 22 de agosto que fue una vergüenza postergando un paro general que se había anunciado. La firma de un acuerdo con el gobierno alrededor de la ley anti-laboral en medio de divisiones internas. Y, finalmente, el anuncio de un paro general comenzado a las 14 horas del lunes que no pudo contar con el acompañamiento de la UTA…

Todo este manejo de la CGT ha sido de crisis y de desprestigio, lo que no quiere decir que no sufra, simultáneamente, las presiones desde abajo (y desde la izquierda). Lo más grave para ellos es que en este escrache junto a Macri, la izquierda va logrando una creciente simpatía y legitimidad entre los trabajadores, si bien todavía es muy débil orgánicamente y no se puede decir que el grueso de la clase obrera esté girando a la izquierda.

Pero una izquierda que es mayormente aún de vanguardia le está metiendo presión a una burocracia sindical de todos los colores que es de masas, pero que está, repetimos, bajo presión.

La burocracia es burocracia y jamás va a llamar a medidas de lucha activas; depende de la gobernabilidad, depende como casta privilegiada que es, del Estado capitalista.

Pero está sometida a presiones y, seguramente, lo que veremos en los próximos meses es algún tipo de realineamiento de sectores hacia la izquierda. Un realineamiento burocrático, repetimos: ver sino el caso de Pablo Moyano, que se hizo presente en el acto del 29/11 y luego desapareció.

Pero una de los artes de la política revolucionaria es aprovechar las contradicciones de los burócratas para impulsar la movilización, la organización independiente y la politización de los compañeros.

Que nuestras banderas se mezclen con la de los sindicatos, incluso los industriales, es algo que jamás deberíamos despreciar.

Ya el rol del kirchnerismo es más sinuoso. Desde el punto de vista parlamentario, es un hecho que se ubicó en la oposición a la ley jubilatoria. Incluso desató una suerte de «escándalo» mayor al esperable quizás en razón de la persecución judicial a la que lo está sometiendo el gobierno.

Este es otro paso idiota de Macri: pretender que una fuerza política burguesa de masas como el kirchnerismo no reaccione cuando es atacada; salir al ataque en todos los frentes cuando se encabeza un gobierno minoritario, agente directo del empresariado, con la vocación de aplicar un ajuste brutal, con la pretensión de engañar a Dios y María santísima…

Los K hicieron oposición y también movilizaron parte de su militancia y los sindicatos dirigidos por ellos. Claro que se retiraron rápidamente cuando comenzaron los enfrentamientos; claro que sostienen un relato que exagera los elementos defensivos, etcétera. Pero en el Congreso se mostró también la potencialidad que tiene para la izquierda la unidad de acción no sólo para movilizar más contundentemente (¡lo que no es un elemento menor!), sino también para verificar la corriente de simpatía que va de la base K hacia la izquierda; el hecho potencialmente histórico de cómo pueden estar rompiéndose los compartimientos estancos sindicales y políticos hacia la izquierda.

Impulsar la unidad de acción en las calles simultáneamente a la organización obrera independiente desbordándolos, y aprovechar el momento para ir ganando en materia de simpatía y orgánicamente sectores que vienen del kirchnerismo, son otras tantas tareas planteadas sobre todo si la lucha entre las clases se radicaliza y polariza en el próximo período.

 

La importancia estratégica del partido

Hay que saber conciliar la nueva situación política con el escenario de polarización que se viene. Se trata de un escenario de “choques de trenes”. El gobierno tiene la enorme presión de una situación económica que se deteriora aceleradamente: debe imponer el ajuste. Además, tiene un plan general neoliberal y reaccionario que hace a su razón de ser y va a intentar seguir imponiéndolo; de ahí que sería un grave error hacer una lectura facilista de la realidad, perder de vista que conviven tanto una nueva situación política, como un endurecimiento evidente de la ofensiva del gobierno.

Pero, por otra parte, se ha desnudado ante enormes sectores, sectores que más allá de todo saben ahora que se puede enfrentar a Macri. Esta realidad es la que augura un enorme enfrentamiento y manotazos reaccionarios, incluso contra la izquierda, manotazos que hay que tomar con toda seriedad.

Todo esto es lo que destaca la importancia del factor organizador por antonomasia: el partido. Factor que se reveló de enorme valor en las jornadas del Congreso. Se reveló como el todo es más que la suma de las partes. Seamos serios: los partidos de izquierda todavía agrupamos sectores mayoritariamente muy jóvenes; tenemos una composición de trabajadores; pero todavía, como organizaciones, nos falta madurar kilómetros.

Y, sin embargo, el hecho de estar organizados como partidos, el tener disciplina en la acción, el ser partidos y no individuos dispersos, o con una organización laxa, suma a la fortaleza que se observó en Plaza Congreso (más allá de toda la inexperiencia que también tenemos); y suma también al respeto que se evidenció en muchos de los manifestantes trabajadores durante la jornada.

No estamos descubriendo la pólvora, sino poniendo en valor la importancia de discusiones que no son nuevas en la izquierda; como en la experiencia fundacional del Nuevo MAS, por ejemplo, la defensa de la forma partido, del partido revolucionario frente a las tendencias liquidacionistas, fue fundamental; una pelea estratégica cuyos frutos estamos comenzando a recoger hoy.

Porque las mil y una discusiones marxistas son nada si no están vinculadas a la construcción de organizaciones militantes; organizaciones cuya tarea principal es hacer pie entre sectores crecientes de los trabajadores y aprender a intervenir en la lucha de clases real, práctica, material. Y eso no se puede hacer sin disciplina en la acción; sin partido, en suma.

De ahí que tengamos el orgullo de la seriedad y firmeza demostradas el 14 y el 18 por toda la militancia de nuestra organización; por el rol de vanguardia política, que junto con otros sectores de la izquierda, cumplimos ese día; un rol que nos tuvo en la primera fila del aguante a la represión; en la primera fila de la manifestación del descontento político y la lucha contra la ley jubilatoria.

Ahora se trata de sacar todas las enseñanzas del caso invitando a sumarse al partido a muchísimos de aquellos sectores que nos ven hoy con más simpatía que ayer.

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