
La situación económica del país se recalienta. Muchos de los rudimentarios diques de contención de la crisis comienzan a agrietarse: inflación, dólar, importaciones, deuda. Las turbulencias económicas amenazan con desestabilizar la situación política. En el centro de esa tormenta, Martín Guzmán.
El Ministro de Economía faltó hoy a la reunión de gabinete que encabezaba esta mañana Juan Manzur. Es verdad que no fue el único que se ausentó, pero sí el único cuya ausencia estuvo relacionada con rumores sobre su futuro. Quienes más hacen correr esos rumores son sectores que responden a Sergio Massa, que presiona para avanzar sobre la cartera que conduce Guzmán.
Más allá de las intrigas políticas, Guzmán está cuestionado antes que nada por la misma situación objetiva. Los gastados y oxidados alambres que atan los distintos aspectos de la crisis económica parecieron resquebrajarse los últimos días, cuando los índices económicos parecen preanunciar que la inestabilidad económica puede salirse de control en cualquier momento.
Coletazos de una gran crisis
El ejemplo más cabal de que la situación ha adquirido ribetes inmanejables para el gobierno es el de la inflación. Ya todo el mundo da por descontado que este año el número conformará un récord desde la época de la hiperinflación. Hace poco tiempo atrás el gobierno había querido recuperar la iniciativa política anunciando una «guerra contra la inflación», en un timing que algunos calificaron cuanto menos de cuestionable, justo cuando Rusia venía de invadir a Ucrania.
Pero de la «guerra» no quedaron ni los chispazos en cuestión de días. Apenas algún nuevo intento infructuoso por acordar precios con las cadenas de supermercados y, poco más. Mientras tanto, los números mensuales de inflación superaron en abril y en mayo el 6%, y se espera que el de junio se mantenga por arriba del 5%. En todo este panorama, el dueño de La Anónima puede bromear impunemente con que «remarca precios todos los días» con la tranquilidad de saber que el Estado hará lo que mejor sabe hacer con los empresarios: la vista gorda.
Otro elemento de descontrol es el dólar. Además de ser una variable económica fundamental, el precio de la divisa norteamericana tiene como pocas un efecto mediático en la percepción del común de la gente sobre la situación económica. Esta semana, el dólar «blue» o paralelo rompió todos los récords y llegó a tocar los $239, mientras que los dólares «financieros» (los que acceden las empresas vía compra de bonos y acciones) se dispararon hasta los $250.
Esta enorme presión sobre el dólar está alimentada por la elevadísima inflación, que hace que tanto empresas como gente de «a pie» huya de los pesos como de la peste. Sin embargo, los rumores acerca de que el pasado martes el Ministerio de Economía no iba a lograr renovar el enorme stock de deuda en pesos llevaron a muchos grandes actores -bancos y otras empresas financieras- a desprenderse de al menos un parte de los bonos y letras que emite el tesoro, pasándose de instrumentos en pesos a dólares.
La situación llegó a ser tan crítica que el propio BCRA tuvo que intervenir, comprándole al tesoro una gran cantidad de bonos para sostener su precio y frenar la incipiente corrida. Claro, a costa de emitir una gran cantidad de pesos que, para evitar que vayan de manera directa a seguir alimentando el círculo vicioso inflación-dólar, fueron «esterilizados»… con más letras en pesos. Y así la bola de deuda en moneda local se sigue acrecentando.
Finalmente, el «supermartes» de vencimientos de deuda local terminó siendo airoso para Guzmán, que logró renovar el 106% del stock que estaba en juego (es decir, renovó y hasta aumentó el financiamiento vía deuda). Claro que no fue gratis: fue a costa de tasas de interés más altas y plazos de vencimientos cada vez más cortos, la mayoría de ellos de menos de un año de duración. Es decir: no sólo la bola de nieve de la deuda en pesos se agranda, sino que toma un ritmo cada vez más frenético.
El resultado «exitoso» de la licitación de ayer constituye un alivio extremadamente pasajero para Guzmán, frente a problemas cada vez más acuciantes de financiamiento del déficit (inmediatamente después partió hacia Francia a renegociar la deuda con el Club de París), una inflación desbocada que erosiona día a día los salarios y el dólar metiendo presión a las demás variables económicas, retroalimentando la crisis inflacionaria y el círculo vicioso entre los aumentos de precios, el dólar y la deuda.
En el medio, el acuerdo con el FMI empieza a hacer agua. Si bien sigue siendo el marco general que condiciona globalmente la política económica del gobierno, los recurrentes coletazos de crisis y las sucesivas respuestas del gobierno para intentar contenerla van llevándose puestas muchas de las metas que difícilmente se cumplirán en el segundo trimestre. En particular, las relacionadas a la acumulación de reservas (no por nada hoy el Central aprovechó la restricción de las empresas de solicitar dólares para importaciones para comprar más de U$S 500 millones) y de emisión monetaria.
Tan frágil es la situación que ni siquiera el acuerdo con el Fondo sirve como «ancla» para estabilizar la economía, que fue el verdadero objetivo del entendimiento firmado entre el gobierno nacional y el organismo, con la perspectiva de presentarle un panorama de certidumbre para los negocios de la clase empresaria. Una estabilización que desde el minuto cero estuvo pensada en función del duro ajuste que (en eso sí el gobierno «cumple») aplica a las cuentas públicas, y finalmente a los salarios.
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