El negacionismo de Milei es criminal. Una vez más, los trabajadores se llevan la peor parte en la epidemia gestada por el capitalismo.
La epidemia de dengue en curso ya se constituyó en la peor registrada en la historia y suma 215.000 casos confirmados y 151 muertos en el país. La sostenida destrucción de los ecosistemas forestales del centro y norte del país propició una expansión novedosa del mosquito por todo el país. Y la política de negacionismo sanitario de Javier Milei convirtió una enfermedad peligrosa en una epidemia sin control ni medida.
Los números y registros dan cuenta de un elemento a veces solapado: el dengue como muchas otras enfermedades, está afectando sobre todo a los sectores de menores recursos de la población. La mayor vulnerabilidad de los hogares trabajadores radica en las relaciones directas de la enfermedad y las condiciones habitacionales.
El hacinamiento general, los déficits de infraestructura y servicios básicos, así como la falta de urbanización en los barrios populares e incluso el no tratamiento de residuos son todos elementos que multiplican las posibilidades de contagio entre los sectores empobrecidos. Teniendo en cuenta que casi un tercio de la población del país sufre algún tipo de déficit habitacional, este se convierte en un factor de riesgo masivo.
A esto hay que sumar otros problemas básicos como la imposibilidad de recibir asistencia médica oportunamente (cientos de hospitales permanecen con guardias colapsadas de dengue) y el elevado precio o incluso desabastecimiento de espirales y repelentes.
Por si el razonamiento parece demasiado abstracto, basta notar que las 3 provincias con mayor tasa de casos cada 100.000 habitantes son Catamarca (pobreza del 45%, 1646 casos cada cien mil), Chaco (pobreza del 65% en el área de Gran Resistencia y 1499 casos cada cien mil) y Formosa (pobreza del 47% y 1454 casos cada cien mil).
Aún así, un dato concreto de la actual epidemia es que el foco de contagios del dengue se trasladó definitivamente de las provincias norteñas y otras zonas del interior para instalarse en las grandes ciudades del país. Pero esto no es un capricho del mosquito.
“Los focos de la enfermedad empiezan a asentarse con más impacto en las zonas más pobres, en áreas no endémicas, en las zonas marginales de las ciudades” (La Nación, 9/4). A nivel nacional, hay un 16% de la población que no accede a agua corriente y un 43% que no posee cloacas. En los barrios populares, villas y asentamientos del centro del país esta proporción crece y se concentra dramáticamente. “En los 6.000 barrios populares de los 3 conglomerados urbanos del país, la situación es crítica. 90% no tiene agua corriente, el 97% no tiene red cloacal, el 99% no tiene gas” (La Nación, 9/4).
Estamos hablando, en términos epidemiológicos, de enormes y masivos bolsones de pobreza urbana con las condiciones perfectas para el contagio masivo. Una vez más, la historia deja en claro que el capitalismo, con su dinámica de empobrecimiento popular y miseria, no sólo propicia o deja actuar sino que crea las epidemias que luego se ensañan con los sectores de bajos recursos.