Es un momento apropiado para hacer un balance parcial del aspecto económico de la gestión Milei por dos razones. Una es el lugar común cronológico de que han transcurrido seis meses de gobierno. El otro es que, contra lo que venía siendo la tónica desde el inicio de su gestión, por primera vez “los mercados” –nombre eufemístico que recibe la treintena de grandes operadores que decide las cosas en el mundo financiero– parecieron darle un alerta al gobierno de que las cosas no están yendo como les gustaría.
Esa advertencia tuvo la forma de una reacción adversa de varios indicadores al anuncio que hicieran el ministro de Economía Luis Caputo y el presidente del Banco Central (BCRA), Santiago Bausili, del comienzo de una “segunda etapa” económica de la era Milei. La disparada del dólar “blue” y el financiero, la caída de los bonos de deuda y el aumento del riesgo país fueron considerados como señales de malhumor e impaciencia con la gestión económica. Según un analista, “el escenario se fue picando durante los últimos dos meses. La brecha cambiaria estaba en 20% a mediados de mayo y hoy ronda el 50%. El riesgo país pasó de 1.100 puntos básicos a fines de abril y ahora llegó a 1.500. Los bonos en dólares cayeron hasta 20% y las acciones de los bancos se retrajeron un 25%. No se trata de un cambio de humor de la última semana” (J. Straccia, El Cronista, 4-7-24).
Para entender esa reacción y, lo que es más importante, para tener un panorama de lo que se viene, quizá convenga empezar por un repaso de lo que habrían sido los “logros” de la “primera etapa” que, en el relato oficial, estarían abriendo paso a la segunda. El gobierno intenta presentarse como exitoso en al menos tres rubros: la “eliminación del déficit fiscal”, la “reducción de la inflación” y la “limpieza del balance del Banco Central”. Enseguida veremos el porqué de tan escépticas comillas. Pero antes cabe hacer el señalamiento de que sean esos “logros” algo real, una mentira completa o algo intermedio, una cosa es segura: sólo pudieron tener lugar sobre la base de arrasar alevosamente con la ideología liberal “libertaria”, en la medida en que todo el esquema se sostiene sobre la intervención más brutal del Estado.
No hay razonamiento forzado ni exageración. En una economía periférica como la argentina, los precios relativos más importantes son tres: el costo de la divisa externa (el tipo de cambio peso-dólar, en este caso), el costo del dinero (la tasa de interés) y el precio de la fuerza de trabajo (el salario), a los que en Argentina podríamos agregar el costo de la energía (tarifas de luz y gas). Pues bien, resulta que en la Argentina de Milei los cuatro precios están regulados, pisados artificialmente, controlados o directamente impuestos por el Estado. La cotización del dólar, obviamente, está distorsionada por el cepo; la tasa de interés la puso el Ministerio de Economía a punta de pistola a niveles absurdamente negativos, las paritarias son cualquier cosa menos libres y las tarifas se ajustan en el monto y momento que se le ocurra al Ejecutivo. ¡Muera la libertad, carajo!
1- Superávit fiscal dibujado y “desinflación” artificial
La cuestión del “superávit fiscal” es algo que ya hemos tratado en su oportunidad (en nuestro “Verás que todo es mentira”, marzo 2024, en izquierdaweb), por lo que sólo recordaremos aquí lo esencial muy someramente. El grueso del llamado “recorte del déficit” corresponde en parte a dibujo contable vía postergación de pagos a proveedores (insostenible), en parte a la brutal paralización de la obra pública (insostenible) y en parte a un no menos brutal ajuste sobre las jubilaciones y pensiones (muy poco sostenible). Tan grosero y berreta es todo que ya se ha vuelto un lugar común en las negociaciones con los equipos técnicos del FMI hablar de “mejora en la calidad del ajuste”. Traducción: que el ajuste en las cuentas del Estado cumpla las elementales condiciones de a) ser real y no una maniobra contable, b) poder sostenerse en el tiempo, y c) no comprometer decisivamente la estabilidad social y política. Todo lo cual está muy, pero muy, por verse.
La reducción de la inflación no es, como estúpidamente la llama el presidente, ninguna “pulverización”, sino un descenso relativo sobre niveles altísimos, que además no es sostenible. La “inflación Milei” lleva, desde diciembre 2023 hasta mayo 2023 inclusive, un índice del 116%. Si no contamos el 25,5% de diciembre, en los primeros cinco meses del año llevamos un 70%. Lo que entusiasma a Milei –y a buena parte de su electorado– es que la curva viene descendiendo. Pero ese descenso llegó a un piso en mayo, en dos sentidos. Primero, porque en junio el índice será mayor. Y segundo, porque la baja de la inflación tiene mucho de artificial, en la medida en que el gobierno viene “pisando” dos factores clave: los tarifazos (que se vienen postergando, pero queda poco margen ante las presiones empresarias y del FMI) y, sobre todo, el precio del dólar.
El gobierno sabe que el grueso de su capital político no está en el supuesto “combate a la casta” ni mucho menos en sus logros económicos, sino casi exclusivamente en la baja de la inflación. De allí que ahora se aferre, contra toda evidencia, a la idea de que no hay atraso cambiario.[1] Sabe que cualquier devaluación pasa a precios, aun si no es en la misma proporción (es decir, si el pass through no es del 100%). Y si la inflación abandona su línea descendente, se erosiona seriamente la única carta que le queda ante el movimiento de masas.
Por lo demás, extraña “pulverización” sería estabilizar el índice de inflación en los niveles de 2022, cuando arañó el 100% anual, con un promedio del 5,4 mensual. En ese punto estamos ahora. Si la inflación se mueve o no, y hacia dónde, dependerá en parte de las próximas decisiones de la “segunda etapa”. Y es precisamente eso lo que no convence a “los mercados”. Como tampoco la continuidad del “crawling peg” (mini devaluaciones mensuales) del 2%, muy por debajo de la inflación, en línea con una cotización oficial del dólar prevista para diciembre de 1.016 pesos.
Ahora bien, Caputo anunció una inflación punta a punta de 2024 del 140%. La calculadora no miente: si en los primeros cinco meses de 2024 la inflación acumuló un 70%, para llegar al 140% se está previendo una inflación promedio del 5% mensual de junio a diciembre. Incluso si esa inflación anual fuera realista, eso implicaría un ritmo sostenido de atraso cambiario, del orden del 3% mensual. Otra de las cifras que no les cierran a “los mercados”, que sospechan que el gobierno está pisando el dólar para aguantar la inflación.
2- Pasando la mugre del Banco Central al Tesoro
El aspecto más técnico es también el que incluye las únicas novedades reales del anuncio del viernes 28-6. Se trata de la supuesta “limpieza del balance del BCRA” vía la paulatina eliminación de sus “pasivos remunerados”, esto es, de los títulos de deuda (letras o pases) en manos de los bancos, que pagaban cuantiosos intereses mensuales, semanales y diarios.
El anuncio consistió en la creación de un instrumento que se usará para transformar esa deuda del BCRA en deuda del Tesoro Nacional. ¿Cuál es la diferencia? Son los mismos títulos de deuda con otro nombre y probablemente otra tasa de interés,[2] sólo que para pagar intereses de esa deuda, el BCRA emitía dinero. El Tesoro no tiene la potestad para hacerlo, por lo que “necesitará hacer un ajuste adicional de entre $600.000 millones y $800.000 millones al mes para afrontar esos intereses (o más si hay una suba de la tasa)” (J. Strasnoy, ámbito.com, 2-7-24).[3]
Ese ajuste sobre el ajuste fiscal anterior es tan salvaje y recesivo que incluso varios economistas afines al gobierno se atrevieron a decir que puede resultar un poco mucho. El secretario de Finanzas, Pablo Quirno, no tuvo ningún problema en admitir los que llamó “efectos secundarios” del ajuste, pero argumentó que “si no hace cargo el Tesoro, se cobra por impuesto inflacionario, que es mucho peor”. Aquí, la ideología liberal monetarista delirante coincide con las necesidades políticas: estos tipos prefieren reventar salarios, jubilaciones y actividad económica con tal de mantener bajo el índice inflacionario, porque “la inflación es siempre peor”. Sí, para los índices de popularidad de Milei.
Digamos que, en rigor, este esquema de canje de deuda del Central por deuda del Tesoro ya había empezado en febrero pasado, como también señalamos en el citado texto de marzo. Lo que se hace ahora es completar la migración de deuda del BCRA por los 15 billones de pesos que aún quedan, con un instrumento ligeramente diferente al del canje de febrero. Los acreedores son los mismos: los bancos (y sólo ellos). Lo que cambia es la ventanilla estatal o “cuasi estatal” a la que irán a reclamar el pago de intereses: antes el BCRA, ahora el Tesoro.
De esa manera, según el ministro Caputo, se evita un esquema de emisión… “con el objetivo de fortalecer el peso”. Sic, recontra sic. “Fortalecer el peso”, dijo el ministro de Economía del mismo presidente que decía y dice que el peso argentino es “excremento”.
La “migración de pasivos” del Central al Tesoro es poco más que un pase de manos. La “limpieza del balance” equivale a sacar la basura que está debajo de la alfombra del Central para ponerla en el hall del Ministerio de Economía, sólo que sin alfombra. Todos los saben, empezando por los implicados. Total, lo que importa, en la construcción del relato oficial, es que el Banco Central “recupera autonomía” y se sanea… al costo de enfermar al Tesoro. Cuando Caputo dice que esto es “un sinceramiento” de la situación, ya que la deuda original tuvo su origen en el Tesoro, al que el BCRA le prestaba, no miente del todo. Sí miente cuando dice que el Central podrá “fijar la tasa (de interés) sin comprometer su balance”, siendo que esta nueva letra de regulación monetaria va a terminar depositada (y garantizada) por el BCRA, tal como ocurrió con el primer canje de pases por bonos en febrero (nuevamente, ver nuestra nota de marzo al respecto, en particular el punto 4).
Pero la aceptación de la letra es forzosa y no voluntaria, de modo que no sólo en el mercado, sino en el mismo equipo económico oficial cayeron en la cuenta que los anuncios de Caputo-Bausili el viernes 28-6 fueron una metida de pata casi tan grande como la de Biden en su debate con Trump. El garca insigne Orlando Ferreres salió a decir que el canje de deuda del BCRA por deuda del Tesoro era “un Plan Bonex para bancos”.[4] Gabriel Martino, el ex presidente de ex HSBC Argentina (ni él está en el cargo ni el banco sigue en el país), dijo, muy diplomáticamente, que el anuncio “no valió la pena”. Peor le fue a Fausto Spotorno, conocido garconsultor (del mismo boliche de Ferreres) que formaba parte del Consejo de Asesores del Presidente (acompañado, entre otros, por Ramiro Marra y el garconsultor Miguel Boggiano). Luego de cometer la imprudencia de decir en voz alta lo que todos pensaban –“fue una mala idea”–, Milei se enteró y, fanático de la libertad de pensamiento como es, lo eyectó inmediatamente. Esto me pasa por trabajar gratis, habrá pensado Spotorno (la asesoría era ad honorem).
Esa migración no opcional de las acreencias de los bancos desde “riesgo BCRA” a “riesgo Tesoro” las hace menos seguras después de la experiencia del “reperfilamiento” de 2019 de Macri-Lacunza. Hasta una consultora muy contemplativa con Milei, 1816, admite que “este pasamanos de deuda no es la solución al problema de los pasivos remunerados, sino una forma de esconder la realidad”. Sucede que esos pesos pasan a ser deuda del Tesoro, pero si tienen que ser cancelados, se hará por intermedio del BCRA, “porque el Tesoro no tiene la capacidad de generar dos bases monetarias de superávit”. De modo que si los bancos no renuevan sus préstamos, “ahí veremos la realidad”.
Traducimos: la “limpieza del BCRA” va a durar hasta que los bancos desconfíen y le reclamen al Tesoro la cancelación de la deuda, y no sólo de los intereses. Si eso pasa, y como obviamente el Tesoro no va a poder responder, se hará cargo el BCRA. ¿De qué manera? Pues emitiendo, claro. Con lo que volvemos al punto de partida. Es por eso que en la City las dudas persisten. Y no sólo sobre esta “limpieza”; todos desconfían del esquema cambiario actual, al que buena parte del “mercado” considera agotado.[5]
Argumentos no faltan: el Central ya no compra reservas, las presiones devaluatorias vía el blue y los dólares financieros arrecian cada semana y suman intranquilidad, la brecha con la cotización oficial ya superó el 50%, se viene el trimestre menos holgado para el flujo de divisas, se acumulan pagos de deuda en dólares y la suba del riesgo país aleja las posibilidades de financiamiento externo para los vencimientos de 2025.
3- Del endeudamiento real al Presupuesto ficcional
De allí que “los mercados” reaccionaran mal a la “segunda etapa”, porque lo que esperaban escuchar era no el anuncio de una salida inmediata del cepo –salvo los más fanáticos, el resto entiende que no hay ni remotamente condiciones–, pero sí al menos una hoja de ruta con algunas precisiones de cómo ir hacia ese objetivo. Vana esperanza: no se trata ya de que no haya hoja de ruta, sino de que ni siquiera hay rutas, ni auto para transitarla, ni nafta para ponerle al auto.
Volvemos siempre al punto de partida: no hay dólares suficientes. No digamos ya para dolarizar –proyecto al que Washington parece haber vetado, pero en seis meses en la Casa Blanca puede haber otro inquilino más amigable con Milei– sino siquiera para levantar el cepo, para no hablar del servicio de deuda externa pública 2025, una cuenta de cerca de 20.000 millones de dólares.
Incluso si el gobierno logra sostener el “superávit fiscal” en los planos económico, político y social –algo que está muy por verse–, no hay ninguna forma de que el ingreso de dólares, hoy sostenido casi exclusivamente por el superávit comercial, alcance para todo. Salir del cepo significa sobre todo a) sostener un determinado tipo de cambio, por más que con toda seguridad será mucho más alto que el actual, y b) permitir que los “inversores” se lleven sus dólares al exterior sin que eso resienta la capacidad de pago del servicio de deuda al FMI y los bonistas privados.[6]
Sucede que en virtud del acuerdo anterior no hay desembolsos previstos del FMI para 2025, justamente el año en que empiezan a apilarse grandes vencimientos, del orden de los 18.000 a 25.000 millones de dólares anuales, entre pagos al FMI y a los acreedores privados. De hecho, el acuerdo firmado por Guzmán preveía para el año que viene un regreso a los mercados internacionales de crédito. O, dicho en castellano, que el Estado argentino volviera a emitir deuda en divisas para que la tomen inversores y bancos privados.
Claro que con la tasa de riesgo país en más de 1.500 puntos, ni soñar con el asunto. Explicamos rápidamente lo que conductores y “periodistas” no se molestan en aclarar. El llamado “riesgo país” lo que mide es la tasa de interés adicional que pagaría el Estado argentino si emitiera títulos de deuda. ¿Adicional a qué? A la tasa de interés global de referencia, que es la de la Reserva Federal de EEUU, hoy en el rango del 5,25-5,5% anual. El riesgo país se mide en “puntos básicos”, que deben entenderse así: 100 puntos básicos = 1%. Por lo tanto, un riesgo país de 1.500 significa que una eventual emisión de deuda soberana debería pagar la siguiente tasa de interés: 5,5% (tasa base) + 15% (el “riesgo argentino”) = 20,5% anual.
No hace falta decir que esa tasa es completamente ruinosa: para poder pagarla, la economía argentina debería crecer justamente un 20% anual o más, algo inexistente en la historia económica. De modo que esa especie de expectativa que se crea por el movimiento del “riesgo país” no tiene el menor sentido: mientras la suma de las dos tasas (la de referencia de la Reserva Federal, hoy muy alta en términos históricos, más la del “riesgo argentino”) no dé bastante menos de 1.000 puntos, o 10% anual, no da ni para empezar a hablar de emitir deuda externa en divisas.
¡Por eso se recurre a la emisión de deuda en pesos! Mediante el Decreto de Necesidad y Urgencia 459/24, de mayo pasado –que pasó casi inadvertido, salvo en la prensa especializada–, el gobierno se autoriza a sí mismo a emitir Letras del Tesoro (deuda pública, bah) sólo durante este año por 35 billones de pesos (o su equivalente en otras divisas, que igual serán pesos, en todo caso con ajuste por tipo de cambio o “dollar linked”), con el primer pero no único fin de migrar la deuda del BCRA en pases en deuda del Tesoro en letras, como después concretó con el anuncio de la “segunda etapa”. En el texto del decreto se lee que “la naturaleza excepcional de la situación planteada [claro que en Argentina las “situaciones excepcionales” son en realidad la norma. MY] hace imposible seguir los trámites ordinarios para la sanción de leyes”. Traducción: “Si sacar la ley Bases fue un parto de nalga, ni locos vamos a mandar la autorización para emitir esta montaña de 40.000 millones de dólares de deuda al Congreso; lo hacemos por decreto y chau”.
Mientras tanto, el servicio de deuda pública para el segundo semestre prevé erogaciones por 37 billones de pesos y 14.700 millones de dólares. Pasando todo a dólares, son más de 50.000 millones de dólares. ¡En seis meses! Uno recuerda cuando Milei le enrostraba a Massa que era un endeudador serial. Muy cierto, pero Milei ya le gana por varios cuerpos.
Si quieren hacer un paréntesis humorístico, podemos leer lo que dice Caputo sobre ese nivel monstruoso de endeudamiento. Parece que ha sido para fines de lo más nobles: el ministro sostiene que “los fondos se dirigieron a sectores prioritarios y de alto retorno social, como la alfabetización, el empleo, la protección a la niñez y la política alimentaria”. Ver para creer: según Caputo, el Estado argentino se endeuda… ¡por el gasto social! Por ejemplo, se gastará mucho en “alfabetizar” (¿a quién? La tasa de alfabetización del país, según el Censo 2022, es 98,1%, de las más altas del mundo), en “empleo” (¿acaso piensan pagar subsidio de desempleo en serio?), en “protección a la niñez” (programas estatales desmantelados con la motosierra y, en pleno impacto del caso del niño desaparecido Loan, el senador oficialista Juan Carlos Pagotto proponiendo legalizar que los pobres vendan a sus hijos) y, la frutilla del postre, la “política alimentaria” (suponemos que eso significa la multiplicación de galpones con comida para que la ministra Pettovello se jacte de NO repartirla). Todo textual de Caputo, lo juramos.
Pero el ministro no se conforma, y en estos días afirmó sin sonrojarse que se espera que los flujos financieros con organismos internacionales sean “positivos”, es decir, que nos presten más plata que la que se llevan (no, no hacen beneficencia: significa que la carga de la deuda futura crece). A tal fin, nos informa Caputo, “se seguirán profundizando los vínculos con los gobiernos e instituciones financieras (…) con las cuales la Argentina tiene pendiente desarrollar acciones concretas de trabajo conjunto”.
Traducción: “Le vamos a pedir plata a Dios y María Santísima”. En la lista de “organismos internacionales” que podrán “desarrollar la acción concreta” de prestarle dólares al país, Caputo cita no sólo a los de siempre, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) y la Corporación Andina de Fomento (CAF), sino otras siglas mucho menos habituales: el Fondo Internacional de Desarrollo Agropecuario (!), el Banco Centroamericano de Integración Económica (!!) y el Banco Africano de Desarrollo (!!!). Se ve que el “mago de las finanzas” también hace magia para encontrar posibles prestamistas; sólo le faltó nombrar al Banco de Lunas y Asteroides del Sistema Solar.
Así, se entiende que Caputo, al anunciar el Presupuesto 2025, explicara que un “mayor financiamiento en moneda doméstica y de organismos financieros internacionales de crédito permiten evitar transferencias del BCRA al Tesoro”. Como acabamos de ver, eso significa que con tal de “mantener limpio” el balance del BCRA, van a “ensuciar” con deuda de todas las monedas y colores las cuentas del Tesoro.
En la presentación preliminar del Presupuesto 2025 que hizo Caputo, queda claro que las promesas libertarias de reducir impuestos quedarán para mejor oportunidad, por no decir para el “segundo mandato”, o al menos para 2027. La presión tributaria (medida en recaudación de impuestos respecto del Producto Bruto), que sería en 2024 del 21,6%, pasaría en 2025 al… 21,1%. La moderadísima diferencia se debería a la reducción del impuesto PAIS, proeza que consistiría en bajarlo del 17,5% en que lo puso Milei al 7,5% original de Sergio Massa.
Otras cifras son ya más preocupantes, en este caso por su elevado contenido lisérgico. Que el IVA, el más regresivo de los impuestos, siga representando la parte del león de la torta fiscal, con el 34% del total, es algo a lo que estábamos acostumbrados. Lo que nos cuesta creer es que la recaudación del IVA aumente, como promete el Presupuesto 2025, un 62% en términos reales. ¿De dónde saldría semejante salto? Pues, vean ustedes, de un “mayor consumo” y de una “mayor bancarización”, factor éste último que reduciría la evasión fiscal.
Por lo visto, Caputo estima que en 2025 el “rebote económico” va a llegar a las nubes; tanto, que toda la gente que hoy no sabe cómo cuidar el mango se va a dedicar a derrochar consumo a manos llenas. Y especialmente los sectores más pobres –los únicos que no están bancarizados–, que además de recibir ingresos en blanco van a gastarlos a lo loco, como para compensar varios años consecutivos de malaria. Digamos que ni aun en el ridículamente improbable caso de que todo eso se cumpla llegaríamos a una suba del 62%. En fin, otra caputada.
Ah, para quienes en la era K bramaban contra el impuesto al cheque (formalmente, “créditos y débitos”) y creían que en el planeta libertario esas monstruosidades populistas se acabarían, tenemos malas noticias: minga. El Presupuesto estima que su recaudación crecerá casi tanto como el IVA, un 61%. Ni hablar del impuesto a los combustibles, blanco preferido de taxistas fachos con vocación de asesinar piqueteros: no sólo no se prevé eliminarlo, sino que se le promete larga vida y salud, con una suba estimada casi vertical del 136%.
Así las cosas, el Presupuesto 2025 promete unos ingresos que nadie sabe de dónde vendrán y un ajuste que nadie sabe cómo se va a sostener, mientras la espada de Damocles de los pagos de deuda y del atraso cambiario pende de un hilo cada vez más finito sobre las metas de inflación de Milei.
4- El “experto en crecimiento” pone rumbo a la depresión económica
En campaña e incluso luego de asumido, Milei se jactaba de ser un “experto en crecimiento económico, con y sin plata” (sic). Pues bien, la “segunda etapa” del gobierno no hace la menor mención a la cuestión del crecimiento. Y con razón: no hay ni rastros de fortalecimiento de ninguno de los posibles motores de una actividad económica que no cesa su declive. Los datos del INDEC para el primer trimestre de 2024 dan una pauta del derrumbe económico. Las cifras son en comparación con el primer trimestre de 2023:
Cabe aclarar que las exportaciones se están comparando con el pésimo 2023, afectado por la sequía. En cuanto al ingreso real del empleo privado, comparado no ya con marzo de 2023 sino con noviembre pasado, cayó un 11%. El saldo social de esto es que el coeficiente de Gini, que mide el nivel de desigualdad de un país, cayó en 2024 a su nivel más bajo en 16 años. Y un estudio de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA informa que ya hay un 35% de personas con trabajo por debajo de la línea de pobreza, mientras que en un solo trimestre, el primero de este año, la desocupación aumentó un 32%, cifra que deja afuera los números indudablemente peores del segundo trimestre… y los que vendrán (El Cronista, 8-7-24).
Mientras tanto, otro de los eslabones débiles de la economía, las provincias, en el primer semestre 2024 dejaron de percibir asistencia del Tesoro (vía impuestos o transferencias directas) por 4 billones de pesos, o unos 4.000 millones de dólares, si les resulta más fácil calcularlo así. Los ingresos por coparticipación federal cayeron en este primer semestre un 12%, a lo que hay que sumar el cierre casi total de la canilla de transferencias directas y obra pública (salvo cuando hay votaciones en el Senado, claro).
En cuanto al sistema financiero –del cual depende el crédito para volver a mover una actividad en picada–, los depósitos a plazo fijo cayeron más de la mitad (-52%) en un año, de junio a junio. El stock actual está en mínimos históricos, al nivel de principios de 2003. Sí, la época inmediatamente posterior al corralito, cuando nadie tenía un mango, y los que tenían algo lo guardaban en cualquier lugar menos en el banco, escaldados como estaban por las hazañas de Cavallo en 2001.
Pasemos en limpio, entonces: ¿quién o qué puede impulsar el crecimiento? Obviamente no, a diferencia de las gestiones peronistas, el gasto público, hoy víctima de una motosierra feroz. Mucho menos el consumo privado, que, como vemos, cayó incluso más que el público, a caballo del retroceso del salario real, del aumento de la desocupación y de la licuación de los pocos ahorros que tenían los pocos que ahorraban.
Ni hablar tampoco de la inversión, el eterno y verdadero talón de Aquiles de la dinámica económica del capitalismo argentino: no hay ni lluvia de inversiones, ni brotes verdes. Al contrario, hay una garúa incesante de emigración de inversiones productivas. Y no precisamente del chiquitaje. Desde que asumió Milei se fueron del país ocho grandes multinacionales, algunas con décadas de presencia, como P&G (ex Procter & Gamble, una de las más grandes del mundo en el rubro minorista), Clorox (marca emblema aquí: Ayudín), el citado banco HSBC, la canadiense Nutrien (una de las mayores del mundo en producción de fertilizantes para el agro), Xerox y, lo que es más sorprendente, las petroleras Exxon Mobil y la chilena ENAP, socia de YPF… en Vaca Muerta, nada menos.
En cuanto a la tasa de inversión interna, una vez más, el informe del INDEC del primer trimestre 2024 es lapidario: medida en pesos de 2004, la formación bruta de capital fijo está hoy en el mismo nivel que en el primer trimestre de 2007. Lo que representa una caída respecto del cuarto trimestre de 2023, que al menos estaba al mismo nivel de 2021, 2016 y 2010. Así de estancada viene la inversión privada; los últimos ciclos de ascenso de la inversión fueron 2004-2008 y 2009-2011. Todo lo demás fueron “ciclos económico-electorales”: crecimiento escaso a tracción de gasto público en años impares (con elecciones), retracción o estancamiento en los años pares. Y eso en el mejor de los casos.
No hay ninguna casualidad en el que el último año de período de crecimiento de la inversión –salvo el rebote post pandemia, agotado en 2022– haya sido 2011. Eso obedece a una lógica implacable: mientras siga habiendo cepo, es decir, mientras el flujo de divisas para las remesas de ganancias de las multinacionales siga cerrado o fuertemente administrado, inversiones a gran escala no van a venir.
Para colmo, el único momento desde 2011 en que el cepo estuvo levantado –los primeros tres años de la gestión Macri–, tampoco hubo inversiones. Todo el mundo sabía que el esquema era muy frágil, porque el fin del cepo lo que detonó fue la fuga de capitales, no la lluvia de inversiones, y el festival de fuga de capitales se financió con festival de endeudamiento externo insostenible. Cuando eso explotó, como debía ocurrir, el resultado es el actual: se mantienen el cepo, la penuria de dólares y la escasez de inversiones, pero con el cuadro de pagos externos muy agravado respecto de 2011-2015 por la carga adicional de endeudamiento.
Ahora bien: ¿se trata de una desgracia imprevista, de un resultado no deseado? Todo indica que no. En una primera fase, luego de la mega devaluación de diciembre y el anuncio del ajuste fiscal criminal, uno podía suponer que para el gobierno la caída de la actividad económica era un riesgo calculado, una etapa transitoria tras la cual se sentarían las bases para un ciclo de inversiones y crecimiento. Delirante, claro, pero no necesariamente malintencionado.
Sin embargo, a esta altura queda clara vez más claro que la recesión ha pasado a ser la única herramienta antiinflacionaria de que dispone Milei. Y a su vez, el “combate a la inflación” ha pasado a ocupar el lugar de estrategia última de toda la política económica: “El Gobierno aseguró que no habrá devaluación. Y es verdad. El plan es otro: Milei quiere que la inflación, la devaluación mensual y la tasa de interés converjan al 2%. (…) Esto es, más recesión, más ajuste en el gasto público y más presión que contribuya a bajar los precios (…), desinflación cueste lo que cueste, aunque la brecha se amplíe (…). El Gobierno está dispuesto a generar recesión, (…) a acumular desequilibrios en otras variables [actividad económica, salario, empleo. MY], pero no quiere entregar la inflación, cuyo colateral es la popularidad del presidente. (…) El resto no importa demasiado. (…) El Gobierno puede inducir una recesión aún más profunda vía un ajuste adicional del gasto. Con ese piso, soltar los controles y unificar el tipo de cambio, como pide el FMI. (…) La unificación cambiaria tendría como contrapartida ¿anticipada? un desembolso del FMI, los famosos 10.000 millones de dólares” (J. Guarino, ambito.com, 3-7-24).
Si la estrategia es ésta –las señales hasta ahora habilitan la hipótesis, ya que el gobierno actúa como si lo fuera–, tendría al menos la lógica de crear las condiciones para la “tercera etapa”: la del levantamiento del cepo y la a esta altura ya mítica llegada de las inversiones externas e internas. Porque levantar el cepo no es otra cosa que unificar el tipo de cambio a un nivel más alto que el actual, pero controlable. Eso explica que no se pueda hacer hoy: una unificación cambiaría haría descarrilar inmediatamente el tipo de cambio, el índice de inflación y con él, probablemente, el gobierno entero.
Para evitar ese desenlace, la “solución” de Milei es la depresión económica: con la actividad por el piso, la gente sin un peso y la inflación exhausta por inanición, a niveles del 2 o incluso el 1% mensual, la salida del cepo es más manejable y conlleva menos riesgos… económicos. Y todos contentos: Milei, los exportadores, los bancos –que volverían a tener tasas de interés reales positivas– y el FMI.[7] Quedarían unos pocos detalles por resolver: los 47 millones de habitantes en la lona.
En realidad, más allá del tremendo cimbronazo social que implica este “plan”, ni siquiera es seguro que las condiciones propiamente económicas lo hagan viable. La debilidad de la posición fiscal del gobierno, su incapacidad manifiesta para hacer frente a los vencimientos de deuda incluso de este año (ni hablemos de 2025 y años posteriores), generan dudas en muchos actores económicos. No en último lugar, al FMI. No es nada seguro que le sobren 10.000 millones de dólares sólo para estabilizar la situación del tipo de cambio, cuando probablemente necesite asistir al Estado argentino por cifras similares o mayores.
Desde ya, todos le reconocen a Milei su inquebrantable compromiso con la disciplina fiscal. Pero es posible tener demasiado de algo bueno, como admitió al FMI al pedirle a Milei que no pierda de vista la “calidad” y “sustentabilidad” (económica primero, pero también política y social) del ajuste.
Y no es sólo el ajuste fiscal lo que genera dudas. Veamos el panorama de las cuentas externas. El BCRA tiene la necesidad urgente –reconocida y espoleada por el FMI– de hacerse de dólares para aumentar las reservas, a fin de poder afrontar a) los vencimientos 2024, año en que finaliza el acuerdo con el FMI en términos de desembolsos del organismo,[8] b) la cuenta de importaciones, cuyos pagos se están normalizando después de haber sido pisados artificialmente tanto por Massa como por Milei, a lo que hay que sumar las importaciones energéticas para este invierno (que no viene liviano en temperaturas promedio) y c) pagos de servicio de deuda, en primer lugar al FMI pero también la deuda canjeada por Milei con el Bopreal (el bono-negociado para importadores). El Fondo había reclamado un aumento de reservas de unos 7.000 millones de dólares para este año. No se está ni cerca de eso, y menos si continúan las presiones cambiarias: en las últimas semanas (las últimas de la liquidación de la cosecha gruesa, recordemos), el BCRA no sólo no sumó sino que perdió reservas, al tener que vender dólares para sostener una cotización del peso que se niega a devaluar.[9]
Las vías de ingreso de esas divisas no son muchas. Caputo calcula para 2024 exportaciones por 95.400 millones de dólares e importaciones por 73.400 millones,[10] con un saldo a favor de 22.000 millones. Por fuera de esto, quedarían, siempre según el ministro, las privatizaciones (?), el blanqueo de capitales en marcha (??) y la llegada de las inversiones (???). Una cosa es el optimismo y otra la disociación con la realidad, ministro.
El campo sigue liquidando sus divisas de manera amarreta; sólo se entusiasma un poco cuando, como en estos días, los dólares financieros (no el blue, sino el contado con liquidación o CCL) pegan un salto, por lo que los exportadores liquidan algo para aprovechar ese 20% que pueden llevarse a la cotización no oficial sino CCL (el llamado “dólar blend” o mezcla, inventado por Massa y que sigue alegremente bajo Milei). Por eso, cuando hacemos números, lo único que queda en serio –aunque todavía en el aire– como entrada de divisas es un nuevo acuerdo con el FMI.
5- Todos los caminos conducen al Fondo
En suma, el peligro mayor para el gobierno es que todo el trabajo sucio no sea suficiente. Como dice un analista, “en el mercado hay coincidencia en que Macri fracasó porque, habiendo optado por el shock en lo monetario/cambiario, fue gradualista en lo fiscal. (…) Milei [tiene] una receta totalmente opuesta (shock fiscal, gradualismo en lo monetario/cambiario). Por eso, no alcanza con resolver sólo el cepo (como Macri) o resolver sólo lo fiscal (como Milei), hay que resolver ambas cosas” (S. Escobar, ámbito.com, 3-7-24). El problema que afronta el conjunto de la clase capitalista y sus gobiernos más audaces es que si atacar una sola pata ya cuesta demasiado, ¿quién tiene espalda política (no hablemos financiera) para las dos?
Por eso, así como el punto de partida es siempre la escasez de dólares, el punto de llegada, desde 2018 y, si los dejamos, por varias décadas más, será siempre el mismo: una renegociación del acuerdo con el FMI o, más probablemente, directamente un nuevo acuerdo con nuevas condiciones. Que, conociendo el paño, Milei propondrá que sean incluso más leoninas que las que pida el propio FMI.[11]
Esto reeditará un esquema conocido: un ajuste fiscal brutal que, de todos modos, no alcanzará para hacer que el Estado argentino sea solvente y que el país vuelva a ser un imán para las inversiones (para colmo, en un contexto económico global que difícilmente ayude). Pero que, en cambio, bastará y sobrará para hacer crujir las finanzas públicas, la economía nacional y la sociedad a niveles próximos al estallido. Si alguien cree que esta película ya la vimos, tiene toda la razón.
[1] La revista británica The Economist hace años tiene un “índice Big Mac”, que es una comparación por país del precio en dólares de ese artículo. El precio promedio del Big Mac en EEUU es 5,31 dólares. En Argentina, al tipo de cambio oficial, un Big Mac vale 9,80 dólares. En ese artículo (y en muchos otros, incluidos varios de primera necesidad) Argentina es más cara en dólares que EEUU, y más cara en euros que España o Francia. No es la definición académica, pero sí la casera, de atraso cambiario.
[2] La reducción salvaje de la tasa de interés, que, lejos de cualquier “mano invisible del mercado”, se hizo manu militari y por decreto, es probablemente lo único real de la “licuación de pasivos” del Banco Central. En efecto: al bajar la tasa de interés sobre la deuda que emite el BCRA (y que ahora será del Tesoro), obviamente cae el costo de financiarse, a expensas de los bancos. Que no se quejan demasiado porque saben que ya bastante se llenaron de plata prestándole al Estado: como contábamos el año pasado, los bancos llegaron a tener el 85% de todos sus préstamos en títulos del Estado y el BCRA. Además, como ocurre con los “puts” canjeados en febrero (20 billones de pesos en ex pases), los bancos contarán con una opción de recompra a valor técnico por parte del BCRA. De todos modos, según el garconsultor Orlando Ferreres, “no salieron muy contentos los bancos al ver que era una obligación ineludible”, pero sería raro que terminen perdiendo.
[3] Otros hacen cuentas menos halagüeñas. Para la consultora 1816, “si el Gobierno quiere seguir mostrando superávit fiscal deberá limitar el pago de intereses por el reemplazo de los pases. Si el fisco tuviera $30 billones colocados al 0% en el BCRA y pagara [a los bancos. MY] una tasa de interés de 4,25% al mes, implicaría un costo fiscal de casi $1,3 billones al mes”. Sea cual fuere el número final, lo seguro es que el “saneamiento del balance del BCRA” sólo puede pagarse con ajuste fiscal adicional.
[4] Para quienes no lo recuerden, el Plan Bonex de diciembre de 1989 fue un canje forzoso que hizo un insolvente Estado argentino, apropiándose de los depósitos a plazo fijo y obligando a los acreedores a recibir a cambio un bono de deuda, llamado justamente Bonex (Bono Externo), que por supuesto no cotizaba a la par del valor original. Un año después, los Bonex cotizaban a un 80% del valor nominal original, pero esa pérdida acotada fue sólo para los que tenían espalda más ancha: los grandes perdedores fueron los ahorristas pequeños, que, desesperados por recuperar algo, terminaron vendiendo sus bonos con un descuento del 75%.
[5] Un informe de Labour Capital & Growth (LCG) advierte al Gobierno sobre la disparada del dólar y toma nota de que lo anunciado por Luis Caputo, que reconoció que se necesitan más dólares para salir del cepo, difiere de lo que afirma Milei, para quien alcanza con dejar de emitir. Y se pregunta con preocupación: “¿Cómo engancha esto con la competencia de monedas? ¿Realmente se apunta a la eliminación del Banco Central?” (S. Escobar, ambito.com, 3-7-24). En los mentideros de la City hay impaciencia con las indefiniciones: ¿para cuándo el fin del cepo? ¿Dolarización y eliminación del BCRA, o “competencia de monedas”? En ese último caso, ¿cómo? ¿La idea es que el dólar se termine comiendo al peso en una especie de “neoconvertibilidad”, o es por el contrario, como dice ahora Caputo, “fortalecer el peso”? No son pocos los que dicen que ni en el propio gobierno tienen la respuesta.
[6] Una señal en ese sentido fue la reciente autorización a las multinacionales para saldar intereses de deuda con sus casas matrices. Es sabido que esa “deuda”, al ser intracompañía, da para cualquier matufia financiera, que sin duda las multi aprovecharán con la vista gorda, o más bien el guiño cómplice, del gobierno, que sabe que hacen trampa y justamente para eso les da este instrumento. Pero todavía es demasiado poco para las pretensiones de las grandes empresas, que nunca se llenan.
[7] Y pensar que a los empresarios argentinos admiradores de EEUU les dicen cipayos. Cuánta injusticia: el CEO de AmCham (la Cámara de Comercio de EEUU en Argentina), Alejandro Díaz, en un acto en la víspera del aniversario de la independencia de la Madre Patria, el 4 de julio, afirmó: “La Argentina aún es un país viable” ¡“Aún”! La fe y el patriotismo de esta gente nos conmueven hasta las lágrimas.
[8] El presidente del BCRA, Santiago Bausili, advirtió súbitamente que es “probable” que el tercer trimestre cierre con un déficit de alrededor de 3.000 millones de dólares de reservas; sólo en julio hay pagos por 2.600 millones por bonos soberanos y Bopreal. ¡Vaya! Pues así cualquiera consigue “superávits” fiscales. ¿En qué quedó el compromiso frente al FMI de “recomponer reservas”? Es la eterna manta corta: si una parte del Estado (el Tesoro), consigue “superávit”, otra parte (el BCRA), sufre déficit. ¿Y si computamos todo junto, como debe ser, y nos dejamos de maquillajes?
[9] Desoyendo los consejos del Fondo, Caputo mantiene el “dólar blend”, que les permite a los exportadores liquidar el 20% de sus divisas al cambio del dólar “contado con liquidación”, no del oficial. Eso tranquiliza un poco y momentáneamente a los sojeros, pero implica un 20% menos de dólares para un Banco Central que no encuentra fuentes para acumular reservas.
[10] La cifra de importaciones está casi tan “pisada” como en épocas de Massa, por dos razones distintas. Una es que la jugada del Bopreal dejó a los importadores con pocas ganas de acumular stock, por lo que importan lo mínimo indispensable. La otra es, simplemente, que la recesión/depresión económica, que es más grande en el rubro importador más fuerte, el industrial, tira para abajo las compras al exterior. Pero eso no es ninguna buena noticia; en todo caso, es un típico momento de los clásicos ciclos “stop and go” de la economía argentina. En eso, con Milei no ha cambiado nada.
[11] Que uno de los grandes factores de inestabilidad del gobierno es el propio Milei es no ya un descubrimiento sino un hecho aceptado, ya sin sorpresa y casi con resignación, por oficialistas y opositores (reales y de los otros). Como observa un analista, “no se lo dirán nunca al jefe de Estado, pero entienden que les vendría bien un momento en que Javier Milei deje de maltratar públicamente a todo el mundo que hace algún comentario crítico (…). Los que trajinan el Palacio de Hacienda no entienden el negocio de orinar públicamente a colegas del mismo palo ideológico llamándolos ‘econochantas’, entre otras barbaridades, cuando todos ellos hablan con el sector privado que toma decisiones para invertir (…). Tampoco se entiende qué le suma salir a matar por ‘zurdo’ a Rodrigo Valdés, el técnico del Fondo Monetario Internacional de cargo más alto para la región que está del otro lado del mostrador en un momento clave. Y menos se entiende por qué no para de dinamitar puentes en la relación con Lula, cuando estamos atados de Brasil como de ningún otro vecino” (J. Straccia, El Cronista, 4-7-24).