
La llegada de Silvina Batakis al Ministerio de Economía configura un nuevo capítulo de la crisis política que sacude al gobierno. Y una nueva fase de la larga crisis económica de Argentina que parece no tener fin.
Vale la pena sugerir este desdoblamiento de los dos aspectos de la crisis porque, aunque se superponen y una y la otra están evidentemente relacionadas, cada una de ellas cuenta con sus rasgos específicos.
Desde este punto de vista, la asunción de Batakis al frente del Ministerio que antes comandaba Martín Guzmán tiene significados ambivalentes. Sin duda, los elementos acumulados de desgaste y fuerte deterioro político que afectan al gobierno produjeron una reconfiguración en la distribución del poder al interior de la coalición. La salida de Guzmán, representa, a este respecto, la crisis del gobierno (y en particular del «albertismo»), encabezado por un presidente con nulo volumen político luego de dos años de gestión y sin nada de claridad acerca de cómo podría recuperarlo.
Mientras tanto, contra lo que la histeria de «los mercados» parecería indicar con el derrumbe de bonos y acciones tras la llegada de Batakis, muchos factores hacen pensar que el frente económico que conducirá la flamante Ministra tendrá más elementos de continuidad que de ruptura con la gestión de Guzmán.
Un mar de incertidumbre con pequeñas islas de certeza
En sus primeras horas como ministra Batakis se encargó de dejar en claro algunos de sus principales lineamientos. El primero, que respetará el acuerdo con el FMI. Segundo, y en consecuencia, que «cree en el equilibrio fiscal», que es necesario avanzar con los aumentos de tarifas y que hay que aumentar las exportaciones.
Es decir: repitió en lo fundamental el programa de Guzmán. Es cierto que por ahora sólo son declaraciones -todavía no se anunció ninguna medida en concreto- pero la llegada de Batakis no parece estar acompañada de ningún volantazo en la gestión económica.
Los sectores kirchneristas intentaron presentarla como si el gobierno «ahora sí» iba a empezar a hacer «kirchnerismo» y «redistribución de la riqueza». La derecha también, pero mientras los primeros lo decían para entusiasmar(se), los segundos lo repetían con espanto. Las más que moderadas primeras señales que envió la Ministra dejaron en offside a unos y a otros.
Mirando con un poco de detenimiento las características de la crisis, esto no debería sorprendernos. Ni el kirchnerismo ni el «albertismo» (si es que tal cosa sigue existiendo) ni mucho menos Massa proponen un programa realmente alternativo al del acuerdo con el FMI. Esto es, el ajuste fiscal en función de disipar los riesgos de default, «estabilizar» la economía con los dólares provenientes del Fondo y garantizar así a los grandes acreedores (el propio Fondo pero también los poderosos bonistas privados) el pago de la deuda externa.
A decir verdad, el programa del FMI no es para salir de la crisis, sino simplemente para pagar la deuda. Demás está decir que al Fondo poco le importa el desarrollo del país. El acuerdo no implica absolutamente ninguna inversión que mejore la estructura económica atrasada y desigual de Argentina, fuente última de las crisis recurrentes. Todo se reduce a salvar los negocios de a quienes el Fondo representa: el gran capital financiero y el imperialismo.
La escasez de dólares crónica que sufre el país, sumado a la inflación que se descontrola y que trastoca el funcionamiento «normal» de la economía capitalista son los elementos estructurales que condujeron en última instancia a la renuncia de Guzmán y que signarán también a la gestión de Batakis. La crisis, entonces, excede a tal o cual figura que se ponga al frente de la gestión económica.
Y también el ajuste. Las referencias al equilibrio fiscal y a la segmentación de tarifas en el inicio de la gestión Batakis son una ratificación de Guzmán, por más paradójico que suene. La continuidad de la crisis y del ajuste son las dos únicas «certezas» que signan una realidad política cargada de incertidumbre.
Por lo tanto, la reacción negativa del «mercado» con la caída de bonos y acciones, sumada la fiebre por el dólar que lo llevó a tocar los $280 no son tanto una reacción «contra Batakis» sino un síntoma de que el peligro de un default empieza a asomar en el horizonte. Justo cuando la elevadísima inflación pone un fuerte signo de interrogación en la estabilidad de la frágil situación social.
El margen de maniobra del gobierno -sea con el ministro que sea- es radicalmente reducido. La política económica está tenazmente atada de pies y manos al acuerdo con el FMI. El acuerdo no sólo no evita que estalle la crisis, sino que incluso la crisis evita que se cumpla el acuerdo. Y ningún sector de la dirigencia política capitalista -ni siquiera el kirchnerismo- está dispuesto ni es capaz de romper con esta dinámica. Mientras por abajo, lejos de la bolsa de valores y los despachos de los funcionarios, en las capas más profundas de la sociedad, se acumula la bronca.
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