Versión corregida y revisada del informe sobre Cuba en el debate de la reunión del Comité Central del Nuevo MAS, julio de 2021.
“Hasta el año 2021, el día 11 de julio era una fecha más de nuestro calendario como lo fue el venidero 14 en Francia hasta que en 1789 los habitantes de Parístomaron la Bastilla. Este domingo, las calles de muchos pueblos y ciudades de Cuba se llenaron con reclamos e ideologías seguramente distintas, unidas por un malestar común y la exigencia –no ya petición- de cambios”
“Cuba y el incendio de San Antonio”, José Manuel González Rubines, La joven Cuba, 12 de julio de 2021
Los acontecimientos en Cuba el pasado domingo 11 de julio parecen haber configurado un evento histórico. Marcan una especie de inflexión en el clímax y anticlímax de la isla aún si por ahora no han tenido continuidad dada la dureza represiva del régimen. El clímax, más allá de que no fuera socialista, fue la inmensa revolución popular, antiimperialista, nacional, anticapitalista y democrática del 1 de enero de 1959 y el anticlímax el igualmente inmenso silencio -de la vida política- que le siguió después (luego de los dos o tres primeros años álgidos, radicales de la revolución[1]).
La legitimidad de un estallido
Las movilizaciones del domingo 11 fueron espontáneas, masivas y extendidas nacionalmente por más de 60 localidades. Eventualmente, y aunque parezca increíble dada la cantidad de décadas transcurridas, las más importantes desde los años de auge de la revolución, expresión del cerrojo impuesto por el régimen castrista a la movilización popular (las marchas que regularmente convoca el castrismo, reglamentadas desde arriba, no cuentan como movilizaciones voluntarias).
Repetimos: lo anterior es así si no contamos con los millones de personas que juntaba regularmente el castrismo años atrás para escuchar a Fidel (a veces con discursos sin fin de hasta 12 o 14 horas continuos -una especie de “función de cine” continuado-). Fidel hablaba tanto que parecía hacerlo “por todos los cubamos”. Monopolizaba él solo la palabra. Lo que, evidentemente, no es un ejemplo de democracia socialista sino de gestión carismática desde arriba: “El hecho de que Fidel haya sido el sujeto [Sujeto con mayúscula agregamos nosotros, R.S.] durante tanto tiempo, implica también que nosotros, el resto de los cubanos, no lo hayamos sido” (“Fidel y el problema de la subjetividad”, Yassel A. Padrón Kunakbaeva, 07/12/17, izquierda web[2]).
Y en el mismo sentido se pronuncia Farber cuando señala la característica de las organizaciones de masas del castrismo que no tienen verdadero control democrático desde las bases, mucho menos de su destino. Actos masivos donde los dirigentes controlan el palco y monopolizan la palabra y las masas aplauden pero no tienen espacio alguno para corregir u objetar, algo emblemático en el régimen castrista. Y Farber agrega que dichos métodos de manipulación se combinaron siempre con las funciones espías de los Comités de Defensa de la Revolución… cuestiones que explican la chatura en la isla (The origins if the cuban revolution reconsidered, The University of North Carlina Press, United States, 2006, pp. 133).
De ahí que una movilización independiente no se viera hace décadas si excluimos, caso histórico, el Maloconazo (1994), en la cual se juntaron 400 o 500 personas en el centro de la Habana, y en la que se apersonó el propio Fidel Castro para desmovilizarla. Así y todo, el Maloconazo fue claramente menor extendido nacionalmente que la jornada del domingo 11. De ahí el impacto de ésta última no solo en el país sino internacionalmente. Porque, paradójicamente, en un país como Cuba en el que hubo una revolución histórica (la única revolución anticapitalista del continente) y donde hay gente que aun habla de la “revolución cubana” como un continuum hasta hoy, hace décadas que no hay movilizaciones independientes. De ahí que no sea casual que se hable del inmovilismo que campea en al país[3].
Bajo el contraste del inmovilismo que siguió a la revolución cubana estos eventos lucen evidentemente como históricos aun si, de momento, no han tenido continuidad. Esto es sin duda alguna por la tremenda acción represiva que descargó el régimen deteniendo cientos de personas desparramando temor a la protesta, etcétera. También por el otorgamiento forzado de algunas concesiones como liberar hasta diciembre la importación–personal- de medicamentos, entre otras.
Lo segundo que queremos señalar es que, aún con todas sus contradicciones, el estallido popular del domingo 11 es un estallido legítimo que atañe a problemas reales y profundos del régimen castrista. No se trató de una movilización organizada por la Iglesia Católica, ni por las Damas de blanco, ni la gusanería, ni las ONGs relacionadas a la derecha o a la extrema derecha. Se trató de un levantamiento espontáneo, popular y legítimo frente a las condiciones de vida en Cuba. Esto es así por más confusiones que inevitablemente la movilización haya tenido; más allá de algunas de las consignas espontáneamente coreadas que, sin dejar de destacar su carácter contradictorio, no pueden opacar la definición del carácter legítimo del estallido de rabia popular.
Sostenemos entonces la legitimidad de la movilización y la incondicional defensa del derecho del pueblo cubano a la protesta social. El análisis arranca por ahí. No fue una manifestación reaccionaria el domingo 11 aunque podría devenirlo mañana: fue una progresiva y legítima de descontento popular. Tampoco fue una simple manifestación de “anomia” social como señalan algunos analistas (como un “alarido” la define Leonardo Padura quedando en el límite de la legitimidad).
Lo tercero tiene que ver con las causas del estallido de indignación popular, que remiten a una suma de deterioros. Primero, la asfixia burocrática. Segundo también, por supuesto, al bloqueo norteamericano. Porque Cuba sigue siendo una nación independiente: un Estado burocrático con medidas de restauración capitalista, pero independiente (independencia que sigue siendo una conquista de la revolución que hay que defender). Luego, el ajuste económico procapitalista impulsado por la propia burocracia que ha multiplicado el deterioro de las condiciones de vida. Y también, desde luego, el reciente desborde de la pandemia.
Y todo lo anterior por no hablar de la pérdida de legitimidad conforme la vieja generación revolucionaria –burocratizada- desaparece de la escena. No solamente Díaz-Canel es un típico burócrata que no puede arroparse de los oropeles del protagonismo de la revolución[4], sino que el retiro de la vieja guardia es vista popularmente como la posibilidad de cambios presumiblemente “para mejor”, de ruptura con el insoportable inmovilismo.
Y cuando esos cambios no llegan, cuando el inmovilismo continúa, cuando el aparato sigue haciendo la misma mímica pero están completamente vaciadas todas sus raíces revolucionarias, lo que queda es el tremendo peso de la desazón y de la falta absoluta de perspectivas. La cubana es una población en general hiperformada desde el punto de vista cultural pero que se ve encerrada entre las cuatro estrechas paredes de la isla, sin perspectivas de ningún tipo, sin horizontes de vida, de progreso en ningún sentido y, para colmo, estrechamente vigilada por los aparatos represivos del Estado (atentos que al Estado burocratico hay que destruirlo desde la izquierda; no puede ser simplemente “reformado”[5]).
Cuando la movilización que arrancó pacíficamente devino en saqueos, estos no fueron a las sedes de la policía secreta, tampoco a los locales del PC Cubano. Fueron, y de manera sintomática, a los comercios de venta de productos especiales (donde se compra con tarjetas especiales que representan divisas). Expresan el odio popular no solo por la escasez de bienes de consumo agudizada por la crisis de la pandemia y las medidas de devaluación del peso cubano tomadas por la burocracia en enero pasado, sino por la diferenciación social creciente y el odio a la “industria de las colas.”[6] Los “coleros” son toda una institución. Se trata de aquellas personas que llegan primero a las colas, adquieren los productos, y luego los revenden a precios mayores a los que, por distintas razones, no llegan a tiempo a los mercados[7].
Todo esto totaliza la definición que estamos señalando: es una explosión espontánea independiente que defendemos de manera incondicional. De todas formas, la miramos de manera crítica a sabiendas de que es un levantamiento confuso desde el punto de vista político.
Lo que más se escuchaba en las movilizaciones–por lo que se pudo ver en los videos- era la consigna de “libertad” (también “patria y vida”, más decididamente de derecha, apropiada por la gusanería por oposición a la de “patria o muerte” apropiada por el castrismo).
La consigna de libertad puede ser progresiva o puede ser regresiva dependiendo del contenido que adquiera la palabra, es decir, si se la interpela desde la izquierda o desde la derecha: “Para Jan Josef Lipsky (…) un líder en los setenta del Comité de Defensa de los Trabajadores y en los ochenta de Solidaridad en Polonia, la izquierda era un intento de reconciliar la igualdad con la libertad: ‘(…) ser de izquierda es una actitud que enfatiza la posibilidad y la necesidad de reconciliar la libertad humana con la igualdad humana (…)’ (“¿Qué significa la polémica sobre el ‘centrismo’ en Cuba?”, Samuel Farber, Rebelión, 07/09/2017).
Así las cosas, varios textos originados en Cuba plantean, correctamente, la doble pelea socialista por la igualdad y la libertad: “El socialismo, como modelo de una sociedad donde se cumplen de verdad los ideales de la ilustración francesa (igualdad, libertad, fraternidad), no ha dejado de ser un objetivo válido” (“La revolución bolchevique 100 años después”, Yassel A. Padrón Kunakbaeva, 11/11/2017, izquierda web[8]).
Dadas las condiciones concretas en Cuba -la falta de una oposición consistente al régimen por la izquierda, la falta secular del derecho a la libre organización y a la protesta (Samuel Farber, un marxista revolucionario de origen cubano, subraya esto una y otra vez), la presión del imperialismo yanqui y la gusanería, etc.- puede ser interpelada desde el punto de vista de restauración capitalista porque el reclamo desde la izquierda está, eventualmente y hasta donde sabemos, circunscripto todavía a los círculos artísticos, minoritarios, de la intelectualidad. Éstos vienen protagonizando plantones y protestas desde antes del estallido último.
Es difícil que la protesta no sea aprovechada desde la derecha aunque en este momento hay, sobre todo, un enorme operativo de supresión represiva de la movilización (con aparentemente cientos de detenidos) más que cualquier otra cosa (por ejemplo, un desvío restauracionista de la protesta o cosas así). De todos modos, no se puede ser ingenuos: por la férrea polarización castrismo-gusanería, el desborde por la izquierda independiente es –todavía- difícil.
De ahí que, luego de definir nuestra incondicional defensa del derecho a la movilización popular, no perdamos de vista que la experiencia de las grandes masas se hace con un Estado burocrático -con restos de la revolución- muy degradado. Como definiera agudamente Christian Rakovsky décadas atrás en relación a la ex URSS estalinizada, es imprescindible una pelea de alcance histórico para que las masas no saquen conclusiones hacia la derecha y el desencadenamiento de un proceso revolucionario en la isla que de momento no está. De cualquier manera, hay que seguir de cerca los acontecimientos del domingo 11 sin cerrarse frente a eventuales desenvolvimientos hacia la izquierda.
Lo anterior lo decimos como para entender que nuestro abordaje es tanto incondicional en defensa del derecho a la movilización como crítico. No somos objetivistas. Sabemos que los elementos de dirección, programa, subjetividad y organización, tallan. Y que, obviamente, es inevitable que de una u otra manera se intente desarrollar un proceso de apropiación por derecha de la movilización en razón de las fuerzas gravitatorias en presencia (o de supresión represiva-burocrática de la misma, claro está).
Pero, simultáneamente, la historia no puede desarrollarse por encima de la lucha de clases, de las masas en lucha. De ahí que si no hay movilización, si no estalla la rebeldía, no hay nada. No podemos ahorrarle a las masas populares su experiencia con el régimen burocrático. No tenemos la posición de que pueda hacerse la historia por encima de la experiencia de las masas, aunque simultáneamente reconocemos todos los peligros que pueda haber.
La degradación burocrática de la revolución
Lógicamente, y en cuarto lugar, nos oponemos rotundamente a todo el cinismo y a la demagogia de la gusanería y de Biden. Éste retrocede en algunas cuestiones minúsculas en relación a Trump pero mantiene el criminal bloqueo a rajatabla[9].
Hay complejidad porque, incluso a pesar del bloqueo, es (era) el propio régimen el que impedía, en la última etapa, importar una determinada cantidad de medicinas… Esto ha sido así hasta el domingo 11. Por la presión de la movilización, en los últimos días volvieron a liberar su importación ya que parte fundamental del estallido es por la falta de medicinas por fuera de las que sirven para atender la pandemia (el 20% de la población cubana ya está vacunada; pero todas las demás dolencias se han agravado).
Nuestra posición no desconoce el contexto de Cuba, ni la presión que significa el bloqueo económico imperialista. Sin embargo, no tenemos dudas en poner primero, entre las causas de la crisis, la gestión burocrática del país: a la falta de democracia obrera y socialista, a la irracionalidad de la economía en manos de la burocracia. Esto más allá de las medidas restauracionistas y el criminal bloqueo, que han venido a agravar todo.
No desconocemos ninguno de los dos términos, sería un grave error. No le ahorramos la responsabilidad a la burocracia, política y económica, de haberse apropiado burocráticamente de la revolución y no haberla extendido[10]. Porque nos movemos en la situación de un Estado burocrático muy degradado, con medidas de ajuste procapitalistas brutales como la devaluación de comienzos del año que hundió más aún, si cabía, el nivel de vida de las masas. Y si Cuba todavía no llega a ser un capitalismo de Estado es para ese lado dónde quiere ir el PC cubano (la vía China o más bien vietnamita, dadas las desproporciones de tamaño y todo lo demás[11]).
Sin embargo, Cuba sigue siendo una nación independiente que, de perder esta conquista, caería –nuevamente- en una situación colonial o semicolonial. Esa situación imperó durante décadas en Cuba luego de conquistada la independencia de España. Inmediatamente se encaramó Estados Unidos y le impuso la llamada “enmienda Platt” a la isla; es decir, el carácter prácticamente de protectorado yanqui. Estados Unidos tenía poder de veto –con rango constitucional- de todo lo que pasara en el país.
De todos modos, Cuba no era un país tan atrasado antes de la revolución como suele pintárselo. Es falsa la imagen de que era, simplemente, un prostíbulo de Estados Unidos. Tenía elementos de desarrollo cultural; fue uno de los primeros países de Latinoamérica en tener canales de televisión nacionales: “(…) con mucha frecuencia demuestra una increíble ignorancia de la sociedad cubana (…) Susan Sontag (…) afirmaba, entre otras barbaridades, que muy poca gente sabía leer y escribir en la Cuba prerrevolucionaria. Obviamente, la señora Sontag desconocía la prensa cubana y la circulación masiva y la gran influencia política que revistas como Bohemia habían tenido en el pueblo cubano antes de 1959” (“Samuel Farber y la crítica socialista de la realidad cubana. Entrevista, 22/01/2012, izquierda web).
Pero, de todas maneras, al estar a 80 km de Miami y siendo parte de Centroamérica y el Caribe, con la bota del imperialismo que te aplasta la cabeza, siendo el cubano un Estado burocrático con restos de la revolución y con medidas de ajuste restauracionista aun a mitad de camino, asimilarlo a un país capitalista liso y llano, mecánicamente, es un error completo (un error sectario-oportunista).
Cuba retiene elementos híbridos y aún perviven conquistas (la unificación monetaria ha tirado abajo una barrera, la establecida por el proteccionismo socialista en materia de precios, por ejemplo). Sobre todo, como hemos señalado, la independencia respecto del imperialismo apreciada de manera diversa por las diversas generaciones, es verdad[12].
También el hecho que la propiedad estatal, si bien es monopolizada por la burocracia, no ha vuelto a manos de la burguesía (la gusanería y el imperialismo la reclama). Y esto es así aun si avanzaron -en grados diversos en diversas áreas- las medidas restauracionistas.
Hay una cuestión significativa que señala Samuel Farber, un intelectual marxista de origen cubano que reside en los Estados Unidos y consideramos una referencia socialista independiente para Cuba. Señala que los elementos de conciencia pro-capitalista en las masas cubanas se han procesado sobre la base de la experiencia de la vida burocratizada y la escasez: “En tales sistemas burocráticos, las personas que participan del nivel productivo carecen de incentivos materiales-como un mayor poder adquisitivo- y de incentivos políticos-como autogestión y control democrático de sus centros de trabajo-, cuya ausencia ha conducido históricamente a apatía generalizada, negligencia, irresponsabilidad y (…) [a la]‘retirada de la eficiencia’ (…) Es esta experiencia vivida y no la propaganda capitalista, lo que ha hecho [lamentablemente] al modelo capitalista cada vez más atractivo para los cubanos [de a pie]”(“El nuevo giro económico de Cuba”, 16/11/20, izquierda web).
Es decir, las cosas son materiales y concretas: es difícil que un régimen que se declara “socialista”, que se ha llenado la boca de “marxismo”, de“comunismo” , solo para pervertir estas palabras o para vaciarlas de todo contenido sustancial, que vive en el inmovilismo permanente, que cierra todas las perspectivas a las nuevas generaciones, facilite el surgimiento de una oposición revolucionaria por la izquierda (y más aún en las condiciones del mundo actual, donde esta reiniciándose aún la experiencia histórica)…
Y, sin embargo, esa es la dificultad contra la que hay que militar (¡las personas hacen la historia, la historia no se hace sola afirmaba Marx!): con una perspectiva crítica, no objetivista, por una salida socialista, por el poder real de los trabajadores, por la democracia socialista.
Porque de todas maneras hay vida en Cuba como lo están demostrando los hechos. Sobre todo en sectores de vanguardia: blogs, páginas, agrupamientos de intelectuales, de jóvenes de la diversidad sexual y cosas así. No sabemos exactamente cuántas raíces tienen con la realidad, con las amplias masas.
Presumiblemente pasa en Cuba algo similar a China (esto último según Au Loong Yu): trotskistas hay pocos (la negación histórica de la figura de Trotsky ha sido una aberración histórica subproducto del estalinismo y su lógica criminal-gansteril), una hipoteca que aún está planteado levantar en dichos países. El estalinismo se afanó en borrar a Trotsky de la historia (lo mismo hizo el castrismo en Cuba) y las consecuencias de ello siguen hasta hoy; consecuencias que paga la corriente marxista revolucionaria histórica, nuestra corriente.
En estas condiciones, lo que existen son agrupamientos de izquierda críticos, “marxistas heréticos” como muchas veces se autoidentifican en relación al dogma oficial. Son interlocutores valiosísimos con los cuales hay que tomar contacto, trabar relaciones sin pedirle “peras al olmo”, sin exigirles no se sabe qué definiciones que no partan del contexto de su experiencia[13].
La respuesta para Cuba no pasa por cualquier doctrinarismo. Pasa por poner en correspondencia nuestra elaboración teórico-estratégica con la experiencia real aprendiendo de ella.
Como está visto, estamos en Cuba frente a una pelea en dos frentes. Y las peleas en dos frentes siempre son difíciles. Tenemos la pelea contra el castrismo y los “progresistas” que en el mundo hay que defienden a la burocracia de manera incondicional, y la pelea contra la gusanería y el imperialismo -que es una cosa repugnante-: ¡Algunos de estos gusanos pidieron invasión la invasión lisa y llana de las tropas yanquis en estas últimas semanas! Es una batalla difícil.
Y es difícil, además, porque la situación política en Centroamérica es mala –más que mala, horrible. Hay una degradación económica, política y social en Nicaragua, Guatemala, Honduras, en El Salvador. Una situación de barbarie, de anomía social, de migraciones desesperadas a “los estados” (como le dicen en Centroamérica a Estados Unidos), con el dominio de las bandas narcos, la corrupción rampante, una violencia fraticida, etcétera (Costa Rica es la excepción, como siempre, pero es un país insular, no proyecta hacia fuera tendencias que sean más progresivas).
La otra cara del asunto es el interrogante de si el proceso cubano será igual a la caída del Muro de Berlín… Se verá, sería un error completo anticiparse. Los peligros por derecha existen y son poderosos. Pero tiene que hablar la realidad, tienen que hablar las masas. Además, de momento, lo que domina es el control burocrático y represivo del estallido del domingo 11; no cualquier otro desarrollo.
El problema con la gusanería (la burguesía cubana establecida en Miami[14]) es que busca ocupar el lugar de la burocracia, desplazándola. De ahí que el conflicto entre la burguesía cubana en el exilio y la burocracia castrista aparezca -hasta el momento- como irreductible. Es un fenómeno que no ocurrió ni en el Este europeo, donde la propia burocracia se convirtió en burguesía, ni en China, donde la burocracia viene integrando –de una u otra manera- la burguesía china de ultramar salvo, quizás, el caso de Taiwán.
No ocurre lo mismo en Cuba que lo ocurrido en los países del Este europeo y la ex URSS (ni culturalmente, ni en relación con el imperialismo). No hay que hacerse expectativas objetivistas[15]: desde el punto de vista de la coyuntura, la situación en Cuba es difícil. Las rebeliones en Latinoamérica no se le aplican mecánicamente, no solamente porque Centroamérica y el Caribe aparecen muy degradados (ver el caso de Haití, por ejemplo), sino porque la experiencia en Cuba se procesa a partir de la degradación burocrática de una revolución histórica; del vaciamiento de un conjunto de conquistas y expectativas populares; de la presión del mercado capitalista –y del consumismo que le es concomitante-, y de lo que es visto como posibilidades “infinitas” –que en la Cuba actual no se tienen- si el país se “abre”[16].
Romper con el abordaje binario
La tarea estratégica desde la izquierda revolucionaria es tratar de romper con este abordaje binario; saber ordenar las relaciones entre política y geopolítica, donde la segunda es un orden derivado de la primera.
Para el marxismo revolucionario, la política manda sobre la geopolítica. Esto nos remite a un viejo debate en el trotskismo: las clases sociales son una determinación fundante; los Estados una determinación derivada. Los Estados existen, claro está. Pero no resumimos ni arrancamos nuestra política de las peleas entre Estados. Nuestra política se funda en las clases sociales. Entonces, no arrancamos por el bloqueo. Arrancamos por la legitimidad -o no- de una determinada movilización. No son los Estados, aunque tengan mucha importancia, los factores que hacen la historia (como creía el último Hegel, por ejemplo[17]): son las clases sociales y la lucha de clases.
¿Qué quiere decir esto? Que siempre y en todo lugar, la política se ordena –en primer lugar- alrededor de la lucha de clases. Es decir, y en el caso de Cuba, de la pelea de las masas populares contra la burocracia, sus inercias y medidas restauracionistas. Y que luego entra el tema de las relaciones entre Estados, es decir, la pelea contra el bloqueo y por la manutención de la independencia de Cuba. Pero llevar adelante esta pelea de manera consecuente entraña, precisamente, retornar a la lucha de clases: sin barrer a la burocracia castrista que gobierna la isla, no se pueden acometer de manera consecuente tampoco las tareas de romper el cerco imperialista, en el cual la burocracia cayó–en gran medida- de motu propio al negarse a extender la revolución (“Nicaragua no puede ser una nueva Cuba, Fidel Castro dixit, ¡traición historica a la revolución si las hay!).
Nuestra política arranca por la movilización, por defender incondicionalmente el derecho del pueblo cubano a la protesta; porque sin movilización popular no hay nada. Sin una experiencia de autoemancipación hecha por las masas trabajadoras mismas no hay nada. Sería una discusión fácil, directa, claro está, si hubiese un proceso de masas hacia la izquierda. Pero una progresión hacia la izquierda de las masas aparece, a priori, como complejo en las actuales condiciones; es decir, en la medida que no irrumpa una verdadera movilización desde abajo que exprese aspiraciones populares, no las de la gusanería y la derecha.
En cualquier caso, no se le puede ahorrar a las masas su experiencia. Hoy por hoy podríamos decir que están “hablando con los pies”; no sabemos qué tienen exactamente en su cabeza (cómo es la composición química de la conciencia popular entre lo que resta de las conquistas de la revolución, la malaria de todos los días y la presión del supuesto “mundo feliz” ahí cerca en Miami).
Cuba pone sobre la mesa el balance de las revoluciones del Siglo XX. Pero no podemos pensar que nuestro armazón estratégico se aplique mecánicamente a la realidad; que sea una verdad revelada. No se responde mecánicamente con la teoría a los problemas políticos. Hay que partir de los problemas reales. Se trata de una dialéctica compleja arrancando de que, en Cuba, el proceso está degradado. Veremos cómo evoluciona. Hay que seguir el proceso con toda seriedad; no ejercer la verdad en abstracto. Ver cómo se desarrollan los acontecimientos y tratar de intervenir tomando contacto con los núcleos socialistas que existen en la isla, tratando de construir nuestra corriente y preparando las perspectivas para el futuro.
Finalmente, es habitual que en relación a Cuba las corrientes de la izquierda caigan en reduccionismos: rechazar a la burocracia pero olvidarse del bloqueo y la gusanería; rechazar al imperialismo olvidándose de la burocracia que se chupa la savia vital de la sociedad cubana…
Existen abordajes sectarios y hasta delirantes que afirman que el capitalismo ya se habría restaurado completamente en la isla, que su régimen sería más o menos un símil del de Pinochet en los años ’70 en Cuba y que, por lo tanto, cualquier movilización o protesta, venga de donde venga, popular o gusana lo mismo da, sería progresiva. Incluso se llega a afirmar que el levantamiento del bloqueo sería “contraproducente” porque alentaría más medidas procapitalistas, perdiendo de vista que las que sufren dramáticamente el bloqueo son las masas populares (Farber, marxista crítico especialista en Cuba e intelectual anti burocrático consumado cada vez que habla del bloqueo le pone el adjetivo de “criminal” y palabras por el estilo[18]).
Por lo demás, se repite la misma historia de que el objetivismo –lo opuesto a ser objetivos, a partir de la realidad tal cual es-, el proyectar idealmente de manera todo poderosa algunos elementos “objetivos” de la realidad en menoscabo de otros que tienen que ver con la conciencia, organización, programa y dirección de las masas en lucha, lleva, en Cuba, a militar codo a codo con la gusanería perdiendo de vista que en la isla la política revolucionaria sólo puede ser en dos frentes.
En segundo lugar, tenemos la unilateralidad por el otro extremo: los que le capitulan al régimen con la excusa del bloqueo (¡la misma excusa del régimen para todas sus tropelías contra las masas!). Invocar a Trotsky para semejante operativo es una inmundicia. Muchos autores y tendencias políticas que se dicen “trotskistas” confunden la defensa del pueblo cubano…con la defensa de la burocracia; un argumento falaz para ponerse en la vereda de enfrente de la movilización del domingo 11 (y justificar, en los hechos, la represión a las justas aspiraciones populares[19]).
Son escandalosos los lugares comunes a los que se pueden llegar cuando se ponen los aparatos por encima de las masas; cuando se depende de ellos –de manera servil- para hacer política[20], cuando se los vé a ellos, y se los tiene como punto de referencia absolutos a ellos y no a las masas, cuando se pone a la geopolítica –al mejor estilo campista- por encima de la política; de la lucha de clases.
No entendemos como gente así pueda pensar que se haga una experiencia revolucionaria en Cuba, cómo puede el pueblo cubano sacarse de encima el bloqueo y las medidas restauracionistas al mismo tiempo que el régimen cubano. Si se ata de pies y de manos a los trabajadores y la juventud en sus esbozos de movilización, que es el único terreno en el cual se podrían disputar proyectos, no se puede abrir otra vía que no sea la asfixia burocrática y la restauración capitalista.
Defender incondicionalmente a Cuba del imperialismo –es decir, defenderla tal cual es, sin poner condiciones para esta defensa- no es lo mismo que defender a la burocracia. Mucho menos, evidentemente, apoyarla políticamente metiendo palabras confusas como si representara una “revolución” en curso o cosas así[21].
La política de Trotsky para la ex URSS, la totalidad de la misma incluyendo en esto el defensismo, se formulaba –y debe formularse- siempre en la perspectiva de barrer a la burocracia. Porque incluso la defensa de las conquistas de la revolución frente al imperialismo no suponían renunciar a la revolución contra la burocracia, sino lo contrario: la mejor defensa de la revolución pasaba –y pasa- por barrer a la burocracia.
Los que renuncian a la revolución anti burocrática en función del bloqueo, los que asumen tal cual es una realidad que también es una excusa para el PC Cubano para toda su asfixia de la vida política y económica de la isla, trabajan para el castrismo y contra las masas populares. Cierran la vía para un verdadero poder obrero y popular, la vía de una verdadera transición al socialismo en Cuba.
En fin, tenemos también una tercera variante que es la de aquellos autores y corrientes políticas que, formalmente, tienen una posición similar a la nuestra: defienden el derecho a la movilización popular y condenan el bloqueo. Sin embargo, en su análisis, silencian el vaciamiento burocrático de la revolución. Fundan todos los males en las medidas restauracionistas, males reales como la reciente y brutal devaluación, en las medidas procapitalistas, pero silencian que la burocracia va para ese lado porque inhibe la única salida real que podría haber que sería apelar a una democracia socialista. La inexistencia de ésta es la fuente de todos los defectos y desastres de la gestión burocrática de la sociedad cubana que viene hace décadas, desde que la burocracia se apropió de la revolución misma y obturó todas las expresiones de la opinión popular.
La salida por la izquierda para Cuba, aún si difícil y compleja dadas las circunstancia, pasa por reabrir la vía en la isla de la revolución permanente: barrer las medidas procapitalistas, enfrentar de manera consecuente el bloqueo abriendo la vía de una nueva revolución auténticamente socialista que le dé el poder a la democracia de los trabajadores y trabajadoras cubanas y empalme con el recomienzo de la experiencia histórica de las masas y la juventud en todo el mundo (en vez de la chanchada de las relaciones de Estados que nos tiene acostumbrado el castrismo y todos los que le hacen coro): “El verdadero error está, como siempre, en los métodos. El gran discurso de los documentos teóricos no es la verdadera casa de las ideologías de la sociedad. El método es la ideología. La manera en que los hombres hacen las cosas es lo que determina la manera en la que piensan, aunque digan otra cosa. Esta es la enseñanza primera del marxismo. Desgraciadamente, en los países del socialismo real, los métodos fueron autoritarios, basados en el ordeno y mando generalizado. Frente a este proceder, el discurso de la democracia obrera tenía muy poco que decir” (Yassel A. Padrón Kunakbaeva, ídem[22]).
[1]Al comienzo de la revolución el clima era de bullicio. Expresión cultural de esto fue, por ejemplo, la revista semanal Lunes para la revolución, rápidamente suprimida por el régimen.
[2]Se ve entonces que en política, y a diferencia de lo que pensaba el filósofo francés Louis Althusser bien querido por algunos “trotskistas” argentinos, los sujetos sí tallan y mucho. Aunque, claro está, el sujeto del marxismo revolucionario son las masas populares mismas y no alguna figura burocrático-carismática como Fidel Castro o cualquier otra.
[3]La idea de inmovilismo en un país donde hubo una inmensa revolución es de un anticlímax dramático: en contraste con la vitalidad de la revolución semejante inmovilismo de la vida social y política sólo puede significar una regimentación burocrática de todos los poros vitales de la sociedad.
[4]Su parodia de apersonarse en el lugar de los hechos con 50 matones y “saludar” al vacío cual Fidel Castro en el Maleconazo, no habla de otra cosa.
[5]Es decir: hace falta una revolución auténticamente socialista para reemplazarlo por la izquierda.
[6]Un cubano definió la situación en la isla como una circunstancia de “escasez perpetua” de bienes, una consecuencia de la lógica de la acumulación burocrática que también imperó en la ex URSS.
[7]Atentos que los cubanos pasan horas de todos sus días haciendo colas en los mercados de consumo popular y esto no se debe sólo y exclusivamente al bloqueo imperialista, aunque este también cuenta, lógicamente, sino a una lógica de acumulación y despilfarro burocrática que ha lleva a que la isla importe anualmente el 70% de los bienes de consumo que necesita.
[8]Es significativo que varios autores “marxistas” desmerezcan los ideales truncos de la Revolución Francesa que, en cierto modo, la revolución socialista debe recoger y darles todo su contenido.
[9]La política de Obama era el cuasi levantamiento liso y llano del bloqueo pero en cuanto llegó Trump echó todo para atrás. La política norteamericana está dominada por un funcionamiento disfuncional del Congreso y de los “colegios electorales” tipo Miami donde una minoría gusana y reaccionaria férrea (tanto Republicana como Demócrata) marcan la agenda; y si se quiere ganar elecciones hay que contar con ellos… De ahí que Obama haya largado su política hacia Cuba a ultimo momento, cuando ya no podía ser reelecto y, lógicamente, con poco tiempo, Trump revirtió todo al segundo (ver al respecto nota en este mismo portal de Marcelo Yunes).
[10]Un clásico bajo la vieja LIT dirigida por Nahuel Moreno, fueron las correctas denuncias a un Fidel Castro todavía relativamente joven cuando de manera criminal afirmaba que “Nicaragua no debe ser una nueva Cuba” condenando al aislamiento a la revolución. Esto ocurría a comienzos de los años 1980 luego de la Revolución sandinista, de la cual precisamente en estos días se cumple un nuevo aniversario y que ha sido total y completamente degradada por el orteguismo.
[11]Uno de los problemas en Cuba es que no hay lugar simultáneo para la burocracia restauracionista y la gusanería… A diferencia de la restauración capitalista de China que se nutrió de la burguesía china de ultramar, en el caso cubano parece difícil un arreglo entre gusanos y burocracia castrista.
[12]Las generaciones mayores siguen apreciándola; la juventud lo único que desea comprensiblemente por la falta de toda alternativa, es irse de la isla…
[13]El joven historiador cubano Frank García, conocido internacionalmente porque organizó un par de años atrás un seminario sobre León Trotsky en La Habana, habla, justamente, de los marxismo heréticos nombrando a Gramsci, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Korsch, etcétera, precisamente por oposición al reduccionismo habitual los estados burocráticos (que se fijan en un abordaje esquemático y rebajado, vulgarizado, de Marx y Lenin sumando a Stalin, Mao y Castro).
[14]Atentos que viven hoy día 11 millones de cubanos en la isla y 2.5 millones de cubanos exilados en Miami, y, presumiblemente entre ellos, la flor y nata de la burguesía anterior a la revolución.
[15]El objetivismo en el marxismo remite a fundar todo el análisis en los elementos considerados “objetivos” desechando como tallan los factores subjetivos en cualquier análisis político que se precie de tal.
[16]La presión del consumismo fue igual en el caso de 1989 y la caída del Muro de Berlín diferenciando, en todo caso, la aspiración a un consumo de bienes promedio históricamente determinado –lo que es una aspiración legítima de las masas y que la acumulación burocrática en ninguno de los países no capitalistas pudo satisfacer-, del consumismo, que entraña una degradación de la vida misma y la naturaleza al puro objetivo del consumo por el consumo mismo amén de la tremenda desigualdad en la distribución de la riqueza que impera hoy en el capitalismo neoliberal.
[17]Estudios consistentes como el de Richard Gunn y otros especialistas en el filósofo alemán señalan que en La fenomenología del espíritu Hegel estaba todavía imbuido por el impacto de la Revolución Francesa. Y de ahí que el concepto central de dicha obra, el reconocimiento mutuo, fuera por referencia a la política realizada en el terreno real de las masas populares. Es el Hegel maduro, adulto o como quiera llamárselo, el que aparece desarrollando una filosofía de la historia estatista por así decirlo.
[18]Ya señalamos que en la elaboración sobre Cuba nuestra referencia, además de las voces que provienen desde la izquierda en la propia isla, claro está, es Samuel Farber un poco como tenemos por referencia a Au LoongYu en el caso chino. Esto no quiere decir que coincidamos en todo lo que afirman, pero significa que tratamos de elaborar partiendo de las referencias intelectuales que tiene el marxismo revolucionario en cada caso.
[19]Atentos que incluso Silvio Rodríguez, ni más ni menos que el trovador de la Revolución Cubana, alguien cercano al régimen aunque crítico, acaba de salir a denunciar que quedan todavía cientos de detenidos del domingo 11…
[20]Servilidad que se aprecia mucho en las corrientes de la izquierda brasilera en relación al PT, por tomar un ejemplo.
[21] “Cuba revolucionaria” o “Revolución cubana” son frases típicas de ocasión que representan algo que no está: la burocracia castrista no representa hoy ninguna revolución; en Cuba en este momento -¡y desde hace décadas!- no hay ninguna revolución sino una apropiación y vaciamiento burocrático de la misma amén de un relativamente avanzado proceso de restauración capitalista (que es, atención, la política de la burocracia aún si lo lleva adelante con pies de plomo e, incluso, en determinados momentos, suspende toda progresión).
[22]Para profundizar en el abordaje de los acontecimientos con elaboraciones recientes de nuestra corriente recomendamos leer “¿Qué pasa en Cuba? Claves para entender la protesta”, de Víctor Artavia y “Biden y Cuba”, de Marcelo Yunes, ambos en izquierda web.