Artículo originalmente aparecido en Comunistas Cuba.
Según estudios realizados por investigadores cubanos, cuando único en Cuba el mercado negro era prácticamente inexistente y el Estado cubría casi la totalidad de las demandas fue entre 1975 y 1989. Estos quince años corresponden al periodo en que Cuba estuvo más subordinada a la Unión Soviética y a la mayor parte de su membrecía en la Comunidad de Ayuda Mutua Económica (CAME) -conformada por la URSS y sus países satélites de la Europa del Este, Mongolia y Vietnam-. Sin embargo, esos indicadores socioeconómicos no eran producto de la industrialización cubana, ni porque la isla había alcanzado la soberanía alimentaria: se debían a la peligrosa dependencia de Cuba con la URSS. El 66% del mercado exterior de Cuba se realizaba con la URSS, mientras que con el CAME en general ascendía a 77%.
Si bien de cierta manera Cuba se vio forzada a que su comercio exterior se centrara en la URSS y el CAME -la mayoría de los gobiernos latinoamericanos habían roto con La Habana y se vivían los momentos más crudos de la Guerra Fría-, también es un hecho, reconocido incluso por el mismo Fidel Castro, que los recursos obtenidos de la URSS pudieron ser destinados a desarrollar el país y no consumirlo todo. El resto ya lo sabemos: desapareció la URSS y Cuba se hundió en una crisis de la cual, en los hechos, no ha salido completamente.
Treinta años después de la caída de la URSS la presencia rusa en Cuba ha regresado: recientemente, una importante institución cubana de enseñanza superior suprimió el inglés como asignatura obligatoria para ahora impartir ruso. Si ya de por sí es un gesto político impartir ruso obligatoriamente en una institución universitaria estatal no especializada en lenguas extranjeras o culturas eslavas, suprimir el inglés es un hecho absurdo. Pero esto es una extensión de lo que ya había sucedido antes: durante las décadas de alineamiento de Cuba a la URSS los estudiantes cubanos dejaron de recibir inglés en las escuelas para solamente aprender ruso. Lo cierto es que en las décadas de los años setenta y ochenta pasados aprender ruso en Cuba tenía un sentido mucho más práctico que hoy: miles de cubanas y cubanos estudiaron y trabajaron en la Unión Soviética, desde obreros, ingenieros, militares o intelectuales tan renombrados hoy como Rafael Pla y Rubén Zardoya. Incluso, tras la caída de la Unión Soviética, Raúl Castro conservó en su oficina los cuadros con las fotografías de sus asesores militares soviéticos.
Sin embargo, el inglés penetraba subterráneamente: si en los años sesenta y setenta en Cuba tácitamente fue prohibido escuchar música en inglés pues supuestamente era «penetración ideológica», los ochenta terminaron siendo una década de flexibilización. Si bien no se transmitía música en inglés por la televisión y la radio, ya en las fiestas los jóvenes se atrevían a poner canciones de Queen. Debido a que el Estado tenía el monopolio de la educación, los manuales para aprender inglés eran muy escasos y solamente un grupo de ilustrados conocían lo que también se llamaba » el idioma del enemigo». Como los jóvenes tarareaban las canciones en inglés sin saber qué significaba la letra -y mascullando un estribillo muy lejano de las palabras reales-, los ortodoxos militantes del PCC advertían a sus heréticos hijos que tal vez estaban cantando algo contrarrevolucionario o inmoral. En consecuencia, quienes se sabía que tenían mucho interés en aprender inglés eran mirados con sospecha política.
Los otros pocos que sabían hablar inglés eran los «gusanos»: opositores al gobierno cubano que se dedicaban a escuchar emisoras radiales transmitidas desde Estados Unidos por onda corta donde en ocasiones accedían a cursos de inglés. Un hecho casi patético fue que, tras la caída de la Unión Soviética, y al regresar el idioma inglés como asignatura obligatoria a las aulas cubanas, los jóvenes estudiantes descubrían que sus subversivos vecinos en realidad casi no sabían “el idioma del enemigo”. La mayoría de los “gusanos”, que supuestamente eran eruditos en lengua inglesa por recibir cursos radiales clandestinos, solo conocían palabras sueltas y algunas letras de canciones de Los Beatles o Michael Jackson que también repetían sin saber el significado de las palabras, pero lo hacían con una mejor pronunciación.
Por su parte, la Unión Soviética también intentó enseñar su idioma estatal vía onda corta. Desde Moscú se emitía el programa Ruski iazik pa radio -Idioma ruso por radio-, al cual los estudiantes cubanos se podían suscribir sin costo alguno, enviándosele desde la URSS manuales y cuadernos gratuitos. Al mismo tiempo, durante el primer quinquenio de los sesenta, cuando Cuba aún no había tomado partido por el cisma chino-soviético, creció el público cubano de Radio Pekín, el cual también tenía cursos radiales de su idioma. Tras la alineación de La Habana con Moscú, el idioma chino también pasó a ser visto como una “desviación ideológica» y los manuales de Radio Pekín terminaron en la basura. Por su parte, los alumnos de Ruski iazik pa radio que no viajaron a la URSS solo aprendieron a decir da -sí-, niet -no- y diébuchka krasívaia -muchacha bonita- para galantear con alguna asesora técnica soviética. Tras la desaparición de la URSS una amnesia ideológica colectiva se apoderó de Cuba y como el idioma ruso era la lengua del marxismo-leninismo, los basureros se llenaron esta vez con los libros de la editorial Mezhduróvnaia Kniga.
Mismo idioma, otro sistema (y no de enseñanza)
Si a la URSS se le pueden señalar rasgos imperialistas, la Rusia actual es una potencia con pretensiones expresamente imperiales. El nuevo zar de Todas las Rusias, Putin I, a pesar de que oportunistamente hace ondear la bandera roja en los territorios ucranianos ocupados, no pretende construir el socialismo, ni las relaciones del Kremlin con La Habana tienen un carácter internacionalista: es simplemente el intento de una potencia capitalista por neocolonizar nuevas naciones. El imperialismo se alcanza no solo con el expansionismo territorial, sino, y es su principal característica, la exportación de capitales. Hoy en Cuba el único banco extranjero es ruso -el cual curiosamente llegó a la isla inmediatamente a la salida del BBVA-.
No existe imperialismo bueno o imperialismo malo. La sujeción a toda potencia imperialista -o en fase de serlo- conlleva el crecimiento del subdesarrollo y, como mínimo, implicaciones políticas negativas las cuales pueden conducir a formar parte de guerras ajenas. Todavía La Habana no es un satélite ruso como es la Bielorrusia de Lukashenko y esto lo demuestra que si bien Cuba ha expresado su apoyo a Moscú nunca vota en la ONU a favor de la invasión putinista a Ucrania. Sin embargo, el gobierno cubano tiende cada vez más a plegarse a Rusia y no es solamente la obligatoriedad del ruso en una institución de la enseñanza universitaria. Díaz-Canel ha aprendido el idioma político de Putin: en más de una ocasión el presidente cubano y sus subordinados han declarado a funcionarios del Kremlin que apoyan la “lucha de Rusia contra Occidente”. Es muy probable que Díaz-Canel no tenga una idea real de qué significa la “lucha contra Occidente”, entre otros aspectos porque Cuba intrínsecamente forma parte de la llamada cultural occidental, pero lo cierto es que con tal de lograr alguna ayuda del Kremlin no duda en repetirlo. Al mismo tiempo, la adopción de ese lenguaje político también es un ejemplo de cómo el gobierno cubano ahora se enfrenta no ya al capitalismo en general, sino que su expresión nacionalista lo ha conducido a alinearse bajo otros discursos granchovinistas, tan imperiales como el de Washington. No es casual que Putin sea un admirador de Trump. El canal estatal Russia Today no puede hacer más evidente su apoyo a Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses. La lucha de Putin contra “Occidente” es, tanto en el discurso del Kremlin como en los hechos, no solo la normalización del autoritarismo, sino también la ofensiva contra los derechos de las personas LGBTIQ, la instauración de la hegemonía heteropatriarcal como política oficial y la eliminación gradual de la separación entre la iglesia y el Estado. Pero en realidad al gobierno cubano no le importa Occidente o Moscú: si Kamala Harris regresa con una política similar al deshielo Obama, la posible mandataria estadounidense será recibida en el Palacio de la Revolución con tanta o más pompa que cuando se ha acogido a Putin.
Algunos dirán que como sucedió en 1971 a los dirigentes cubanos solo les queda la opción de alinearse con Moscú. Si bien es cierto que hoy todo intento de construcción del socialismo pasaría por un inicial aislamiento casi total -partiendo de que su ejemplo pudiera irradiar revoluciones-, el gobierno cubano no intenta llevar adelante un proyecto revolucionario. Ya decidió enrumbarse al modelo de capitalismo chino y la burocracia dirigente tiene intereses directos en esto. Sin embargo, las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos contra La Habana impiden la consagración en Cuba del modelo de Deng Xiaoping: sin la inserción de Cuba en el sistema financiero internacional la restauración capitalista al estilo chino no se puede consumar; o terminaría siendo un experimento tan calamitoso como el de Laos: el hermano olvidado del Campo Socialista que intentó aplicar, sin éxito, el modelo chino.
Los economistas liberales cubanos tienen bien claro este aspecto, pero es algo que prefieren callarse. Solo exigen al gobierno cubano mayor liberalización. Obvian que aún no existe la suficiente acumulación de capital como para que una emergente burguesía nacional compre los principales medios de producción: ni siquiera se han podido privatizar los 12 mil centros estatales gastronómicos que el gobierno cubano puso a disposición del sector privado desde el año…¡2012! No solo la burocracia dirigente pretende insertarse en el sistema financiero internacional o subordinarse a Rusia: la burguesía cubana también necesita comerciar a nivel internacional para crecer. El capitalismo nacional es tan falso como el socialismo en un solo país.
El edificio del CAME en La Habana nunca se terminó de construir. Cayó la Unión Soviética -en consecuencia desapareció el CAME- y a ningún dirigente cubano se le ocurrió darle otro uso a esa construcción sin terminar. Todavía hoy, a pocos metros de la Plaza de la Revolución, se pueden ver las ruinas de un edificio sin concluir que casi nadie recuerda para qué se había hecho. Algo lamentable porque tiene una céntrica ubicación y pudiera ser un excelente edificio de viviendas para trabajadores. Sin embargo, no asombraría si un día se sabe la noticia de que sobre las ruinas del CAME se comenzará a construir un hotel administrado por alguna transnacional rusa…o termine siendo el Sheraton de La Habana.