Crítica del macartismo anti-docentes de Soledad Acuña

Una respuesta de un docente a las afirmaciones reaccionarias, ignorantes y de cheta de la Ministra de Educación porteña.

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Se viralizaron una serie de declaraciones de la ministra de educación porteña Soledad Acuña hechas en una entrevista. En ellas destiló contra los docentes el más rancio macrismo, un verdadero compendio de afirmaciones reaccionarias, que dan cuenta muy bien de lo que piensan sobre los docentes los integrantes de la burguesía argentina y sus funcionarios porteños -aunque no siempre lo digan con tanta claridad-.

En primer lugar, el prejuicio anti trabajadores, anti pobres: “Empiezan a estudiar la carrera docente, y esto es igual en todo el país porque se refleja también en las encuestas el Ministerio de Educación de la Nación, son personas cada vez más grandes de edad, que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción luego de haber fracasado en otras carreras”.


Blanca y pura, la ministra de educación muestra su desprecio a los docentes de la educación pública, provenientes de las filas de la clase obrera y sectores populares, que atraviesan en la mayoría de los casos trayectorias educativas signadas por las necesidades de trabajar, viajar en pésimas condiciones, cursar como se pueda etc. Y ni hablar de las docentes que son madres, sometidas a dobles presiones, familiares y sociales, y que son buena parte de la fuerza de trabajo en las escuelas. La mayoría de las y los docentes, querida ministra, tuvimos que saber resolver entre malabares las presiones materiales para desarrollar nuestra trayectoria educativa. En parte lo pudimos hacer gracias a la semi gratuidad del sistema educativo, y allí están los procesos de Colombia, pero sobre todo Chile, para darnos un espejo aún más desigual sobre el drama del acceso a la educación en este capitalismo del siglo XXI.

Lo que no menciona la ministra es que la educación pública, atacada y desfinanciada una y otra vez por sucesivos gobiernos de todos los colores desde la década del 70, sigue sosteniéndose -con sus crisis y problemáticas- sobre la base de la lucha y la organización de las y los docentes y estudiantes, como defensa de una conquista por parte de las masas en general. Educación pública que continúa siendo, gracias al esfuerzo de miles de docentes -nunca gracias a los gobiernos-, de cierta calidad en todos sus niveles, reconocida incluso por los mismos estándares capitalistas que la ministra pretende representar. Desde la obligatoriedad de la educación secundaria, allá en 2006, las escuelas se vieron obligadas -por fin- a abrir sus puertas a una porción de la sociedad mucho más amplia que las y los hijos de profesionales que tradicionalmente alcanzaban a completar sus estudios.

Así, en condiciones edilicias deplorables, sin el acompañamiento de verdaderos gabinetes multidisciplinarios, sin formación complementaria garantizada y sin un cambio de paradigma institucional realmente abarcativo de las diversas realidades de esta nueva camada de alumnos; las y los docentes nos encontramos cumpliendo no sólo nuestro rol de educadores y educadoras, funcionamos también como trabajadores sociales, contenemos, guiamos y gestionamos las respuestas a las necesidades de cientos de pibes y pibas que encuentran en el aula -ese espacio cerrado y sin control, como diría Acuña- un ámbito de contención donde volcar algunos de sus problemas, sino todos. Las anécdotas de este esfuerzo y de esta relación orgánica entre familias, estudiantes y docentes podrían llenar tantas hojas, que con un libro nos quedaríamos cortos. Para muestra sobra un botón, la pandemia nos encontró en las escuelas organizando colectas solidarias, ollas populares, refuerzos de viandas pagados de nuestros bolsillos, mientras que el gobierno no movió un dedo en ocho meses.

Por otro lado, la educación privada, y en especial la confesional (anti ESI, por supuesto), absorbe recursos cada vez más grandes y gana terreno al calor de las ofensivas de sucesivos gobiernos[1] que tienen entre ceja y ceja la educación pública. Esta conquista, esta brecha en el sistema que representa el mínimo derecho a la educación, aun con sus múltiples crisis y contradicciones, es inadmisible para un sector exaltado de la reacción argentina.

“Negros zurdos y pobres que forman a otros negros zurdos y pobres, ¿porque permitimos este atropello al orden?” parece querer decir Acuña. Ésta afirma que “no debiera ser un determinante, pero si uno mira en términos de capital cultural y de experiencias enriquecedoras al momento de aportar en el aula, la verdad que son de los sectores cada vez más bajos socioeconómicos los que eligen estudiar la carrera docente”. Quienes pueden enriquecer la experiencia educativa de la masa de ignorantes y pobres que necesitamos, son los chetos como nosotros, que tenemos “el” capital cultural.

La ministra revela aquí nociones pedagógicas preiluministas, que en un sentido bien podrían condimentarse con soja, bosta de vaca y rosarios, principales capitales culturales de la clase que representa. No hablamos ya del educador que es educado, ni de pensamiento crítico, ni nada del siglo XIX para acá: estas nociones tienen más parentesco con el saber divino, posesión de la clase elegida, que deviene elegida porque es la mejor, y es la mejor porque no tuvo que atravesar la deformación de la pureza que provoca el enchastre de laburar 6hs en un call center, u 8 o 9 horas en una fábrica, para después ir a cursar.

Resulta llamativo, sin embargo, que la ministra hable del «capital cultural» cuando, bajo el ala macrista, los programas culturales para las escuelas fueron prácticamente eliminados, atrás quedaron los días de boletos estudiantiles para ir al teatro, al cine y a las exposiciones artísticas. Ni hablar de la cada vez más paupérrima situación económica de millones de argentinos que, gracias a las medidas adoptadas por los diferentes gobiernos, no pueden ni soñar con el acceso a la recreación cultural.

En el video también se puede ver a Acuña asegurando que “la izquierda ha tomado una fuerza muy grande, donde además el perfil de los estudiantes cada vez va teniendo un sesgo más claro”. Este problema tiene una forma de abordarse, continúa: “en las aulas y los institutos está la izquierda, y que ahora las familias en la virtualidad tienen la posibilidad de denunciar a docentes que bajen línea en las escuelas”.

Aunque la ministra lamenta la falta de denuncias[2], el problema final radica en que la libertad de cátedra puede eventualmente dar lugar a experiencias “ideologizadas”, “politizadas”. Otra vez, la ministra muestra el combo de arcaísmo más odio de clase. Es consenso en las ciencias sociales (de la ciencia burguesa de las universidades burguesas) post positivismo el hecho de que todos los discursos son parte de un entramado ideológico político. Que no hay “conocimiento puro”, por un lado, e “ideología política”, por otro. Todos los sujetos enuncian desde un lugar en el entramado social, marcado por la clase social, pero también por el género, la etnia, y por las propias categorías analíticas que se utilizan para abordar el estudio de la sociedad. Estas pueden responder a una variedad de perspectivas e intereses sociales de lo más complejos. Pero ciertamente no se le escapa a nadie la ideología del discurso que vuelca Acuña, ni el lugar de enunciación ideológica que implica denunciar y castigar aquellos docentes que tengan el tupé de presentar y analizar en las aulas las contradicciones que desgarran esta sociedad.

Acuña no solo no quiere que nadie se organice y levante su voz en pos de modificar las injusticias que atraviesan esta sociedad. No quiere que nadie siquiera mencione esas injusticias, porque mencionarlas es de “ideologizado”, decir que no existen es “ser un verdadero docente, sin ideología, como dios manda”. Este pedido de persecución y denuncia a docentes y estudiantes está a mitad de camino entre los manuales videlistas contra “la subversión en las escuelas” y “1984” de Orwell, entre el senador Mc Carty y Bolsonaro, vaya si tiene contenido politico.

Y vaya si no tienen contenido político las numerosas reformas y contrarreformas de la currícula que las y los docentes venimos enfrentando en la Ciudad de Buenos Aires. Programas que orientan la currícula a que las y los alumnos salgan “entrenados” para el ámbito laboral, con los conocimientos justos y necesarios. Así vemos recortado el contenido de conocimiento general y se ve bastardeado el rol docente con intentos de sustituirlo por “facilitadores” que no requieren formación docente.

La bronca que genera este personaje en la docencia tiene que ser un empuje para seguir luchando y organizándonos, por las reformas estructurales que necesitan nuestras escuelas pensando en una posible vuelta en el 2021, sin dejar pasar el atropello al estatuto que implica el adelanto de las vacaciones, por la entrega de notebooks y conectividad para estudiantes y docentes, por verdaderas canastas alimentarias, y por decir bien alto #FueraAcuña, consigna acuñada en la lucha victoriosa contra el cierre de 19 escuelas nocturnas el año pasado. Las declaraciones no hacen sino preanunciar nuevos capítulos como el de la apertura de la UniCABA y las reformas educativas vaciadoras y flexibilizadoras que vienen de la mano del FMI.

En este marco, es importante que los docentes no dejemos pasar ninguna de las discusiones que se procesan en la sociedad y seamos parte activa de todas ellas.

 

 

1En CABA la matrícula privada del nivel primario creció un 17 % y la de nivel secundario, un 10 %. Un dato no menor es la transferencia de recursos a la educación privada, confesional incluso, (14.105 millones a educación privada y 2.900 millones de pesos para infraestructura escolar en el año 2019). Fuente página web de ademys

2Recordar la campaña fallida de denuncias a los docentes cuando fue el caso Santiago Maldonado, una ofensiva reaccionaria que mas allá de intentos fallidos (el autor de la nota fue denunciado por directivos de dos escuelas de CABA y La Matanza por hablar del tema), naufragó entre dificultades mas reales y serias que atraviesan los estudiantes y sus familias en las trayectorias educativas

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