Crítica del infantilismo de izquierda

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“Mientras no tengan ustedes fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución reaccionaria, están obligados a trabajar en el interior de dichas instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo contrario, corren el riesgo de convertirse en simples charlatanes”.

(El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, V.I.Lenin).

 

Continuando nuestra reflexión sobre los problemas de la construcción de organizaciones revolucionarias, queremos dedicarnos aquí a los que se suscitan entre los jóvenes militantes a la hora de afrontar una campaña electoral.

 

Todo el mundo a estudiar el “Izquierdismo” de Lenin

 

Como antecedentes en las filas de los revolucionarios podemos recordar algunos de ellos.

Primero, las peleas de Lenin dentro de la fracción bolchevique a comienzos de los años 1910 contra las tendencias ultimatistas que, sobre la base de la experiencia del Soviet de Petrogrado de 1905, se negaban a participar de las elecciones a la restringida Duma (una suerte muy distorsionada de parlamento burgués) del zar.

La revolución había cesado a todos los efectos prácticos y Lenin consideraba criminal negarse a aprovechar el resquicio democrático (por mínimo que fuera) de las elecciones a la Duma.

Dio batalla contra estas tendencias izquierdistas y los bolcheviques lograron varios representantes en la Duma, incluso superando a los mencheviques sobre todo en la representación de los distritos más obreros.

Andando el tiempo, diez años después, en plena construcción de la Tercera Internacional y los partidos comunistas en el resto de Europa, escribiría El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo como instrumento para pelear contra el infantilismo de las jóvenes organizaciones que viendo la revolución ya realizada en Rusia consideraban, erróneamente, que el parlamentarismo ya estaba “superado”.

Lenin les respondió, muy agudamente, que si “históricamente” esto podía ser así (había emergido una forma superior de democracia, la democracia soviética), desde el punto de vista político esto era totalmente falso: las amplias masas trabajadoras de occidente confiaban aún en las instituciones parlamentarias; los comunistas, si querían adquirir influencia entre las masas, estaban obligados a trabajar en ellas[1].

 

 

Insistió, además, en que el bolchevismo se había caracterizado por saber aprovechar de manera consecuente y hasta el final (siempre de modo revolucionario, obviamente) cada una de las “formas de la lucha”; la electoral era (y es) una de ellas.

Señalemos de paso que el Izquierdismo, texto elaborado en oportunidad de la pelea contra las tendencias izquierdistas en el seno de la Tercera Internacional, es considerado una suerte de “Manifiesto Comunista” del siglo XX, en el sentido del conjunto de enseñanzas concentradas en él y que todo militante de la nueva generación partidaria haría bien en estudiar[2].

 

Ciclo histórico  

 

Como siempre, a los problemas hay que contextualizarlos. Se vive mundialmente un proceso de emergencia de una nueva generación luchadora, esto en el marco de procesos de rebelión popular pero cuando aún el factor mediador de la democracia burguesa es fuerte.

Esta imposición supone una serie de condiciones y «reglas de juego» que sería inútil desconocer porque se hacen valer objetivamente, surgen de la realidad tal cual es.

Esas «reglas de juego» tienen que ver con que, hoy por hoy, aunque sea un terreno táctico (¡y esto nunca debe ser olvidado!), la participación en elecciones es inexcusable si se quiere llevar al partido más allá de sus fronteras habituales.  

Esto es lo que está ocurriendo tanto entre formaciones del “nuevo reformismo” como entre las organizaciones de la izquierda revolucionaria: casos como el de Syriza en Grecia, Podemos en España y el PSOL en Brasil o el FIT en la Argentina atestiguan lo que estamos señalando.

Pasa que, nos guste o no, para la amplia mayoría de la población explotada y oprimida, la única forma de la política que conocen (por más distorsionada y deformada que sea efectivamente) es la “forma electoral”: la política que se manifiesta en las elecciones representativas por intermedio del voto a candidaturas[3].  

Siendo esto así, uno puede elegir participar o no en las elecciones; eso es “libre” evidentemente. Pero el problema que se coloca es que “repudiando” la realidad es imposible transformarla. Una enseñanza revolucionaria elemental reza acerca de la inutilidad de “enojarnos” con la realidad. La realidad es como es: ¡sólo partiendo de ella es posible transformarla!

¿Cómo se aplica esto al terreno electoral? Simple: llevando adelante una participación electoral consecuente en las condiciones en las que, nos guste o no, las amplias masas visualizan hoy la política.

De no actuar así, lo único que haríamos es producirle un daño al partido, que perdería la inmensa oportunidad de aprovechar la palestra electoral (¡en todo lo que ella es aprovechable y con una política revolucionaria!) para extender sus alcances, para ir más allá de su reducido «auditorio» habitual.

En síntesis: para lograr visualizarse de modo que ello retorne (por efecto «boomerang») sobre la vanguardia redundando en un fortalecimiento del partido que ayude a construirlo donde debe construirse centralmente: en las luchas cotidianas de los explotados y oprimidos.

 

No podemos elegir las condiciones de la lucha

 

La realidad es que la militancia entiende esto intelectualmente; no hay acontecimientos tan revolucionarios hoy (como a comienzos de los años ‘20 del siglo pasado) que metan presión para el lado de no participar en elecciones.

Cien años atrás, en una serie de países aparecían soviets y organismos de doble poder aun cuando las masas no estuvieran ganadas enteramente para la revolución[4]; de ahí que Lenin insistiera en la participación electoral para ganar a los sectores más atrasados.

De todos modos, se puede decir que evidentemente había condiciones para la emergencia de un fuerte infantilismo de izquierda entre las jóvenes generaciones obreras y militantes.

Sin embargo, el ciclo histórico de hoy no es aun ese; hoy las organizaciones revolucionarias que más están progresando son las que logran aprovechar de la mejor manera la palestra electoral.

Y eso mismo remite a algo que enseñaba Lenin en el “Izquierdismo” cuando explicaba cómo el partido bolchevique llegó a ser lo que fue: esto ocurrió porque supo aprovechar más que nadie “cada una de las formas de la lucha” que se le abrieron en cada momento, incluyendo en esto la lucha electoral.

Esto nos lleva a un segundo problema vinculado a la forma abstracta (o inconsecuente) de abordar los asuntos. Se trata de una manera de asumirlos que erige supuestos “principios” por fuera del desarrollo real de los asuntos, que se pierde todos los “eslabones intermedios” de las cosas y que, por lo tanto, redunda en un abordaje sectario de las tareas y la realidad.

El izquierdismo como enfermedad infantil es un poco eso; una suerte de repudio a partir de las condiciones tal cual son; una afirmación de “principios” en abstracto que pierde de vista el terreno concreto en medio del cual se desarrolla la lucha y que nos condiciona irremediablemente (¡atención, que partir del terreno concreto de las cosas no quiere decir adaptarnos pasivamente a ellas!).

Veamos un ejemplo de esto. Está el famoso problema de la “visibilidad” electoral. El deterioro de las condiciones democráticas para participar en elecciones en la Argentina ha hecho que cada vez más se vea recortada la provisión de espacios gratuitos para la propaganda electoral.

Una alternativa creciente son las redes sociales, que tienen un alcance cada vez más de masas y a las cuales hay que hacer ingentes esfuerzos por aprovechar. De todos modos, no pueden sustituir o reemplazar lo que es la presencia callejera de nuestra campaña, que llega a otros sectores sociales, a otras franjas generacionales.

Sin embargo, las “leyes de la calle” son tremendas: demandan una brutal competencia por cada metro cuadrado de pared, tanto con las fuerzas burguesas como con otras fuerzas de la izquierda[5].

Si se quiere competir, si se quiere visualizarse (¡y sin visualizarse no hay campaña electoral que valga hoy!), habrá que aceptar una serie de reglas de juego objetivas que se nos imponen: por ejemplo, que cada vez haya que salir más de madrugada a pegar los carteles si no se quiere que por la mañana hayan sido tapados.

La moraleja de todo el asunto es la siguiente: hay que partir de la realidad tal cual es, no de preconceptos o de condiciones ideales que nos gustarían; esto a condición de poder transformar la realidad.

En caso de que el abordaje de nuestras tareas (cualquiera de ellas) no fuera materialista, no partiera de la realidad, sería imposible atrapar los “eslabones centrales de la cadena” para transformarla (Lenin). Y la aplicación de esta ley hoy es que para multiplicar la influencia y dimensiones de nuestros partidos (para “visibilizarnos”), hay que pasar por la palestra electoral asumiendo de manera consecuente todas las tareas que la misma plantea.

 

 

 

 

 

[1] George Lukacs, aunque compartía la visión izquierdista, en “Historia y conciencia de clase”, su conocida obra de juventud, señalaba de todos modos de manera aguda cómo la conciencia es el factor más conservador, como siempre va por detrás de los hechos y cómo en la cabeza de los trabajadores, instituciones que eventualmente sea estaban viniendo abajo, conservaban, de todos modos, toda su actualidad. Llamaba a esto la “crisis ideológica” de la clase obrera, lo que no era más que un reflejo de las dificultades de los comunistas para ganarse a los obreros reformistas, mayoritarios de todos modos.

[2] Agreguemos una consideración más: igual de implacable que Lenin en el combate con el izquierdismo, Trotsky insistirá de todos modos que a diferencia del oportunismo, con el izquierdismo los revolucionarios tenemos un terreno común (aunque atención: ¡esto no impidió a Lenin expulsar del partido a los izquierdistas a comienzos de 1910!).

[3] Aquí se opera otra “reducción” que no se puede desconocer so pena de “idiotismo”: los partidos aparecen “disimulados” detrás de las figuras partidarias; si no se construyen figuras no hay manera de hacerse valer electoralmente (hacer pasar la política revolucionaria): las figuras como “voz pública” del partido son fundamentales en las condiciones políticas de hoy.

[4] Parte de las derrotas trágicas de las revoluciones posteriores a la Rusa como la Alemana de 1919-1923 se debieron a esta inmadurez; Rosa Luxemburgo vivió en carne propia las consecuencias del recién fundado Partido Comunista (diciembre de 1918), cuando parada al frente del congreso partidario no lograba convencer a la joven militancia de la necesidad de plantear una Asamblea Constituyente. Mucho menos logró evitar (¡esto ya mucho más dramático!) el levantamiento espartaquista en Berlín en enero de 1919 como respuesta a una provocación de la socialdemocracia en el poder que desplazó al jefe de policía de dicha ciudad vinculado a los espartaquistas, lo que terminó en una trágica derrota y en el asesinato de Rosa y el de Liebknecht en manos de los esbirros de Noske (Ministro del Interior socialdemócrata).

[5] Se trata de la misma ley de “supervivencia del más apto” que identificamos cuando abordamos el problema de la competencia entre tendencias políticas. Ver Ciencia y arte de la política revolucionaria, del mismo autor de esta nota.