
Por Luz Licht
Luego del impacto de los resultados de las elecciones de Brasil, fue amplio el repudio e impacto tras el resultado obtenido por el candidato neofascista del PSL, Jair Bolsonaro. En esta nota repasaremos algunos de sus dichos y declaraciones más resonantes, para tener la posibilidad, si aún no lo conocían, de acercarse un poco al peligro que implica.
Veamos lo que piensa el neofascista respecto a la población negra afrodescendiente:
«El afrodescendiente más flaco allá pesaba siete arrobas (antigua unidad de medida). No hacen nada. Creo que ni para procrear sirven más» (2017, tras visitar un «quilombo», lugar en que viven personas de ascendencia africana, y comparándolos con vacas).
El racismo estructural del Estado brasileño es algo que data desde comienzos de su conformación,fue el último país de América en abolir la esclavitud en el año 1888. Si tomamos cifras de la actualidad respecto a la presencia de personas negras, pardas o afrodescendientes, vemos que en un país con más de 200 millones de habitantes, son más de la mitad del total con un 54,9% según datos del año 2017.
Pese a ello, su situación como mayoría nos recuerda la cruda realidad del racismo, que atraviesa a jóvenes, trabajadores y mujeres. Un ejemplo, en el mapa del desempleo, los negros y mulatos representan el 63,7 % del total de los desempleados en Brasil, siendo 8,3 de los 13 millones de personas sin empleo que había en el país en el tercer trimestre del año 2017, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
Los hechos de violencia, sobre todo institucional de la mano de una policía racista, hace que la vida cotidiana tenga más de un problema que no hace solo a la mera exclusión. Según las estadísticas divulgadas por la ONU, siete de cada diez personas asesinadas en Brasil son negras y cerca de 23.000 jóvenes negros mueren violentamente cada año en el país, lo que equivale a uno a cada 23 minutos.
Si hablamos de consecuencias respecto a sus dichos, veamos qué opina Bolsonaro sobre las mujeres, en particular, acerca de la grave situación de violencia de género que atraviesa al país vecino, particularmente con el flagelo de las violaciones.
«Ella no merece (ser violada), porque ella es muy mala, porque ella es muy fea, no es de mi gusto, jamás la violaría. Yo no soy violador, pero si fuera, no la iba a violar porque no lo merece.» (A la diputada del PT, María del Rosario)
Si tomamos en cuenta que las mujeres representaban ya el 51,5 % de la población en 2016, es alarmante tal declaración teniendo en cuenta que según Juliana Martins, investigadora del Foro Brasileño de Seguridad Pública, Brasil se sitúa como el séptimo más violento para las mujeres de entre los 83 que son analizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Cada diez minutos hay una víctima de violación en el país, muchas de las violaciones son colectivas, aunque varía el número de violadores el 85% de las víctimas son menores de edad. La cifra viene en aumento en los últimos años. Todavía se recuerda el caso de la joven de 16 años que fue violada durante horas por 32 hombres en una favela de Rio de Janeiro hace apenas un año. De los 15 imputados tan solo dos han sido condenados.
Según el Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (Ipea) apenas el 10% del total de las violaciones son notificadas. Si al año se registran 50.000 casos en comisarías y hospitales, el Ipea calcula que la cifra real de víctimas podría alcanzar las 450.000 mujeres.
Las mujeres en Brasil hoy están de pie contra este misógino. No es casual que hayan sido las claras protagonistas de las movilizaciones antes y después de su triunfo definitivo en la contienda electoral.
Bolsonaro también añora y reivindica la última dictadura militar en su país:
«El error de la dictadura fue torturar y no matar» (2016, durante una entrevista en una radio brasileña).
La dictadura en el vecino país duró de abril de 1964 hasta mayo 1983, se contabilizan 500 secuestros y desapariciones, como parte del plan orquestado por las clases dominantes, los militares y el imperialismo yanqui. Como guardianes de proteger al país del “comunismo”, la herencia de ese pasado nefasto es hoy puesta en valor por parte de este personaje. La impronta más conservadora y reaccionaria es la que imprime a esa glorificación del pasado dictatorial.
En 2016, elogió al fallecido coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, un torturador y violador condenado, mientras emitía su voto a favor impeachment a la entonces presidenta Dilma Rousseff, que fue encarcelada, torturada y violada por el mismo Ustra durante la dictadura.
«Dios encima de todo. No quiero esa historia de estado laico. El estado es cristiano y la minoría que esté en contra, que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías» (2017, en conferencia). Y siguiendo con el vomitivo discurso de odio y retrógrado; «No voy a combatir ni discriminar, pero si veo a dos hombres besándose en la calle los voy a golpear» (2002, en entrevista).
Para no seguir importunando a quien lee, en lo que dice, encierra desde donde se para este nefasto exmilitar para encarar los problemas que atraviesan a las grandes mayorías de la población, de un país devastado por las políticas neoliberales y las consecuencias del capitalismo.
«Es una desgracia ser patrón en este país, con tantos derechos para los trabajadores» (2014, entrevista en diario).
Una desgracia sería que este nefasto personaje avasalle derechos sin la resistencia de un pueblo trabajador que aún no fue derrotado.