En su oportunidad hemos abordado in extenso el carácter de China y su ubicación geopolítica sobre todo en dos ensayos: “China: anatomía de un imperialismo en ascenso” (mayo 2020) y “China hoy: problemas, desafíos y debates” (noviembre 2022, ambos disponibles en izquierdaweb). En el presente estudio nos concentraremos en algunas actualizaciones de desarrollos que esencialmente derivan de las tendencias analizadas anteriormente, con algunos agregados de cierta importancia.
El marco general aquí, como en todo lo demás, sigue siendo la confrontación estratégica con EEUU en la disputa por la hegemonía global en todos los planos, pero en primer lugar el tecnológico, el económico y el geopolítico, estrechamente correlacionados entre sí.
Más de un analista ha descripto la orientación de la dirigencia del PCCh y su secretario general Xi Jinping como “estrategia del caracol”, en el sentido de un avance lento, en apariencia imperceptible, mediado por la paciencia y la perseverancia para lograr los objetivos. En un sentido, como veremos más abajo, China ha logrado éxitos importantes en la competencia científica, tecnológica y militar con EEUU. La creciente calidad y eficiencia de sus productos en áreas de desarrollo de primera importancia la ponen en un pie de igualdad –en muchos casos, incluso de superioridad– respecto de la mayoría de sus pares occidentales.
Dicho esto, sin embargo, por razones tanto económicas como políticas y hasta culturales,[1] la dirigencia china parece ahondar cada vez más un rumbo de aislacionismo exclusivista. Esto obedece sólo en parte al evidente, hipócrita y malintencionado boicot “estratégico” por parte de EEUU y varios de sus aliados en áreas tecnológicas sensibles. El PCCh intenta prepararse para un horizonte de “asedio tecnológico” por parte de Occidente, del que piensa podrá escapar con desarrollo autosuficiente, incluso desentendiéndose de los vínculos científicos, comerciales o financieros que había cultivado en las últimas décadas de expansión acelerada.
Pero este enfoque –cada vez más marcado en las sucesivas reuniones y plenarios del PCCh– no sólo hace parte de una medida de autodefensa elemental, sino de una creciente “endogamia” económica, tecnológica y cultural que tiene un costado riesgoso para la propia dirigencia china, y no hablemos ya de las masas chinas. Sucede que a medida que EEUU y sus aliados buscan el “desacople” económico y productivo –fin de la transferencia tecnológica, mudanza de cadenas de valor y de suministros, etc.–, Xi Jinping se afirma en un camino de autarquía relativa, en el que las relaciones con los socios comerciales y políticos se establecerá sobre la base de la supremacía de los intereses nacionales chinos.
Esta actitud, lejos del relato de “relaciones de hermanos” que postula el discurso oficial en el terreno de las relaciones internacionales, pone a China en un lugar cada vez más parecido, paradójicamente, al de los EEUU bajo Trump. A saber, el de una potencia que se rige por criterios “transaccionales”, pragmáticos, en detrimento de “valores ideológicos”, sean éstos los derechos humanos, la libertad y la democracia (en el caso de Trump) o solidaridad, no intervención y prosperidad común (en el de Xi Jinping y el PCCh). El caracol se ha vuelto tan prudente y encerrado en sí mismo que se convierte en ostra. Y esa cerrazón puede tener consecuencias fatídicas cuando los lazos que así se cortan o se debilitan son los que vinculan a la burocracia del PCCh con una sociedad civil donde maduran la desilusión y el descontento. Los éxitos geopolíticos no siempre pueden reemplazar, o reparar, un consenso político que puede estar resquebrajándose de manera más profunda que lo que imaginan los sinólogos “occidentales” y los panegiristas de la burocracia china.
3.1 Se sigue cerrando la brecha tecnológica y militar con EEUU
El atractivo de China a la vez como centro de producción y como amplio mercado para los productos propios viene perdiendo brillo desde la pandemia. Pero lo hace desde muy arriba: el volumen de producción manufacturera chino es superior al de los nueve países siguientes juntos, y equivale al 31% del total global. Mientras que a EEUU le llevó casi un siglo llegar a la cima del rubro, a China le bastaron 15-20 años. Desde 2020, la economía china creció un 20%, contra un 8% de la economía de EEUU. La comparación es, por supuesto, todavía menos halagüeña para los países europeos, algunos de los cuales tuvieron en ese período una contracción del PBI per cápita. El verdadero lastre improductivo de la economía china es el sector inmobiliario, que se lleva una parte desproporcionadamente grande de la inversión y del PBI.
Es difícil medir la situación económica real de China, y no sólo por la relativa opacidad de sus estadísticas. En un país tan vasto, la respuesta dependen también de a quién se le pregunte. En la Cámara de Comercio de EEUU en Shanghai, por ejemplo, no es de extrañar que los ánimos sean sombríos ante la cuasi certeza de conflicto comercial bilateral. Pero la desaceleración china no golpea parejo: las compañías extranjeras tienen más para perder que las locales, y de varias maneras. Una es por las crecientes restricciones y regulaciones de un comercio mucho más hostil a un “libre comercio” que no tiene ninguna reciprocidad de parte de EEUU y la UE. Otra es porque, simplemente, las compañías chinas están en condiciones de competir exitosamente con las extranjeras en escala, tecnología, innovación y diseño. Eso sucede más todavía precisamente en áreas donde las firmas occidentales solían llevar ventaja. Así, Luckin Coffee le quita mercado a Starbucks; BYD y Nio le ganan espacio a BMW, VW y otros gigantes europeos; los robots industriales chinos ya abastecen a la mitad del mercado, cuando en 2020 no llegaban a un tercio. Y con una economía que no se expande a tasas altas, ya no es posible aumentar las ventas incluso perdiendo participación de mercado. De modo que muchas grandes empresas yanquis y europeas están pensando seriamente en batirse en retirada antes que Trump complique todavía más las cosas.
Dicho esto, es innegable el avance chino en acortar la brecha tecnológica con EEUU. Decimos EEUU y no ya “Occidente” porque ni Japón ni Europa están en condiciones de competir con China en la mayoría de los rubros de alta tecnología. Esto incluye en primer lugar lo vinculado a semiconductores, computación cuántica y transición energética. Esto se vincula ante todo a la prioridad que la planificación del PCCh le dio a la formación científica de primer nivel: “En 2019, The Economist hizo un informe del panorama de investigación y se preguntaba si China podría algún día convertirse en una superpotencia científica. Hoy, la pregunta tiene una respuesta inequívoca: sí. Los científicos chinos llevan ventaja en dos campos muy importantes de la ciencia de alta calidad, y el crecimiento en investigación de primera línea no da signos de aminorar. El antiguo orden científico mundial, dominado por EEUU, Europa y Japón, está llegando a su fin. (…) En 2003 EEUU producía 20 veces más papers científicos de alto impacto que China. En 2013, sólo cuatro veces, y según los datos más recientes, de 2022, China sobrepasó tanto a EEUU como a la Unión Europea íntegra. (…) Según el ranking Leiden de volumen de producción en investigación científica, en el top ten mundial hay seis universidades chinas; según la revista Nature, siete. (…) La número uno del mundo en ciencia y tecnología es la Universidad de Tsinghua” (“Soaring dragons”, TE 9401, 15-6-24).
El famoso plan “Made in China 2025”, que se proponía avanzar en una serie de metas cuantitativas y cualitativas de producción industrial, ha sido en general cumplido con éxito. China afianza su ubicación como centro manufacturero del planeta, pasando del 26% del valor agregado global en la industria en 2015 al 29% en 2023. Una de las metas para 2025 era vender 3 millones de autos eléctricos. Se sobrepasó con creces: la cifra de 2024 fue más de 10 millones, casi dos tercios del total mundial. BYD ya vende más autos que Tesla. La posición de China en drones es aún más dominante: la compañía más importante, DJI, vende el 90% de los drones del mundo. En el área de energías limpias, el éxito es aún más resonante: mientras que en 2015 el país asiático producía el 65% de los paneles solares y el 47% de las baterías para esos paneles, las cifras respectivas para 2024 son 90% y 70%. La “transición verde” está liderada indiscutiblemente por China.
En investigación y desarrollo, la meta del plan era pasar de destinarle de menos del 1% del ingreso en 2015 al 1,68% en 2025. La meta se cumplió ya en 2023. En chips de alta tecnología, si bien China sigue por detrás de las mejores, como la taiwanesa TSMC y la surcoreana Samsung, la brecha se sigue reduciendo. Huawei ya en 2023 lanzó una línea de celulares con chips de 7 nanómetros (nm); antes, no bajaban de los 12-14 nm, contra 4-5 nm de TSMC. Todo esto se logró en buena medida gracias a un aumento de la productividad de sus 123 millones de trabajadores industriales, que aumentó un 6% anual en promedio entre 2014 y 2023. Sin embargo, esa mayor productividad obedece menos a desarrollos tecnológicos que a un aumento de la explotación del trabajo, tanto en extensión de la jornada laboral (plusvalía absoluta, en términos marxistas) como en la intensidad de la labor (plusvalía relativa).
China domina la producción global de paneles solares, baterías y autos eléctricos. En China se presentaron tres veces más patentes de tecnología para captura y almacenamiento de carbono que en EEUU. También está a la vanguardia de tecnología para producir hidrógeno verde a gran escala y reduciendo costos. Shenzhen, uno de los centros urbanos y tecnológicos del país, ya tiene una flota de buses a hidrógeno, y este año se espera que China se convierta en la “capital del hidrógeno verde”, a punto tal de establecer los estándares internacionales para la industria. De hecho, economistas y ambientalistas de Occidente ven con preocupación que la transición energética global empieza a hacerse cada vez más dependiente de China,[2] en el marco de que EEUU está liderado por un presidente que niega o se despreocupa del cambio climático y de la necesidad de energías limpias.
La ventaja de China en autos eléctricos es simple: son mejores y más baratos. Su uso de tecnología es muy superior a la de cualquier auto eléctrico fabricado en Occidente, así como las prestaciones técnicas. La edad promedio de los compradores chinos es 35 años, veinte menos que en Europa, y valoran mucho la diferencia tecnológica (desde los sistemas de manejo autónomo hasta el “modo flotante” que permite manejar en el agua en emergencias) en favor de los vehículos chinos.[3]
Otra de las áreas cruciales de competencia tecnológica entre EEUU y China es la computación cuántica. Las computadoras cuánticas siguen siendo un dominio reservado a un nicho ultraespecializado; no se fabrican más de veinte por año en todo el mundo. Y si bien EEUU llevaba ventaja sobre China en ese terreno, la distancia se está acortando, tanto en performance como en capacidad de acceso a insumos como ultra refrigeradores (en sensores cuánticos ya la competencia está pareja, y en comunicaciones cuánticas la ventaja es para China). EL avance chino está ligado probablemente a que mientras EEUU se apoya en la investigación y la inversión privada (a cargo de las gigantes del sector, como Google, IBM, Intel y Microsoft), en China el proceso está centralizado y controlado desde el Estado, lo que facilita la coordinación y las decisiones de financiamiento.
Sin embargo, indiscutiblemente el mayor impacto en la carrera tecnológica entre China y EEUU ha sido el lanzamiento de DeepSeek, el primer modelo de inteligencia artificial chino con capacidad de desafiar seriamente la supremacía de EEUU en un área que está en el primer plano de la competencia, la IA. La sorpresa tanto en la Casa Blanca como en Wall Street fue mayúscula (en el caso de la segunda, fue también una conmoción negativa para las acciones de los gigantes del sector); no esperaban ese tipo de desarrollos tan pronto. El boicot tecnológico implementado por Biden contra China tenía por objeto principal obstaculizar y demorar todo lo posible el desarrollo chino de IA, para conservar y ampliar la ventaja inicial de EEUU en ese terreno. Que pese a esas medidas el progreso chino se ha acelerado fue y es un shock tanto para las autoridades como para las compañías estadounidenses.
Dedicaremos una sección aparte a las cuestiones específicas del desarrollo de la IA y sus consecuencias más en general. En este punto, baste señalar que entre las implicancias del avance chino está que “podría ser el primero en dar el salto a la llamada superinteligencia. Si eso sucediera, [China] ganaría mucho más que una ventaja militar. En un escenario de superinteligencia, la dinámica de ‘el ganador se queda con todo’ podría reafirmarse. Pero incluso si la industria se mantiene en los carriles actuales, la adopción de IA china en todo el mundo puede darle al PCCh una influencia política inmensa, al menos tan preocupante como la amenaza propagandística que representa TikTok” (“Chinese AI catches up”, TE 9432, 25-1-25).
Cerramos el punto precisamente con un sector que sólo puede ganar importancia en el próximo período, el de tecnología de aplicaciones bélicas. La capacidad militar china, en algunas áreas (aunque no la nuclear, como vimos), ya está por encima de la de EEUU. Por ejemplo, su armada es más grande (en cantidad de buques de guerra) y sobre todo más nueva que la de EEUU: el 70% de sus naves es posterior a 2010. Y según la Oficina de Inteligencia Naval yanqui, en cuanto a diseño y calidad de materiales, muchas de ellas están a la altura de las de EEUU. Una medida del poderío naval es la cantidad de sistemas de lanzamiento de misiles (sigla inglesa VLS). En 2004, EEUU aventajaba a China en una proporción de 222 a 1. Hoy es de 2,5 a 1, y para 2028, China superará a EEUU, según dos respetados think tanks especializados, el International Institute for Strategic Studies (IISS) y el Centre for Strategic and International Studies (CSIS).
En la aviación se ve la misma tendencia: creciente número de aviones de guerra chinos, con tecnología que, si aún no está al nivel de la de EEUU, sí se compara con la de las demás potencias de la OTAN, y mejora año a año. En áreas como misiles hipersónicos, tanto en tecnología como en cantidad China ya es el líder mundial. Y según un informe de 2024 del Australian Strategic Policy Institute, China encabeza seis de siete sectores cruciales en defensa: motores de aviones, detección y rastreo hipersónico, robótica avanzada, sistemas autónomos y sistemas de lanzamiento espacial. EEUU sólo aventajaba a China en satélites pequeños.
Y si bien es cierto que China está lejos de la experiencia y capacidad probada en combate de EEUU, no hay casi antecedentes de una escalada de equipamiento y modernización militar en tiempos de paz de esta envergadura, para colmo con un gasto militar no superior al 2% del PBI (contra el 3% de EEUU). Como resumió el secretario de la Fuerza Aérea de EEUU, Frank Kendall, “estamos en una carrera por la superioridad tecnológica militar con un contendiente capaz. Nuestra ventaja desapareció. Nos quedamos sin tiempo” (“Where China leads”, TE 9422, 9-1124).
3.2 Nueva etapa de la economía, nuevos problemas
Desde el fin de la pandemia parece claro que la economía china ha entrado en una nueva etapa, ya no caracterizada por tasas estratosféricas de crecimiento del PBI sino por un rebalanceo de las relaciones entre el circuito externo (inversión extranjera directa hacia y desde China, comercio exterior, Nueva Ruta de la Seda) y el interno (infraestructura, consumo de masas, crisis inmobiliaria). El saldo de ese rebalanceo es un crecimiento menos acelerado, que ahora promedia “apenas” el 5% anual, a la vez que la dirigencia china asume la necesidad de una mayor acción estatal en los planos financiero y monetario. Todo esto, sin perder de vista el horizonte estratégico de autosuficiencia en las ramas de tecnología de punta como semiconductores, IA y computación cuántica, en el marco de la carrera/competencia con EEUU.
El ciclo de crecimiento “a tasas chinas” desde fines de los 90 hasta la pandemia se apoyó en un robusto aumento de la población en edad laboral (no menos de 100 millones de trabajadores adicionales) y un stock de capital que saltó del 258% del PBI en 2001 al 350% en 2020. En este contexto, una parte importante de esa acumulación tomó la forma de activos inmobiliarios, lo que condujo a la conocida burbuja de crisis en ese terreno.
El proyecto actual de Xi y el PCCh es trasladar el foco hacia las “nuevas fuerzas productivas”, frase fetiche de los discursos oficiales en el último año. El sentido real de esta vaga expresión es apuntar a un sistema de producción de bienes manufacturados de creciente calidad y sofisticación y con creciente autosuficiencia tecnológica. En pocas palabras, liderar la próxima revolución industrial por fuera y por encima de EEUU.
A diferencia del plan “Made in China 2025”, que proponía metas específicas para algunas áreas seleccionadas, la nueva estrategia industrial se apoya en “un racimo de tecnologías que se retroalimentan. China apunta a convertirse en potencia mundial en innovación para mitad de este siglo [es decir, para el centenario de la revolución china. MY]. (…) Barry Naughton, de la Universidad de California, considera este plan como ‘el mayor compromiso de recursos estatales para una meta de política industrial en la historia’. (…) En e-commerce, fintech, trenes de alta velocidad y energías renovables, China está a la cabeza o muy cerca. (…) En una lista de 64 ‘tecnologías críticas’ identificadas por el Australian Policy Research Institute, China es el líder mundial en todas salvo 11, [incluyendo] comunicaciones 5G y 6G, biomanufactura, nanomanufactura, manufactura aditiva [impresiones en 3D. MY], drones, radares, robótica y criptografía post cuántica” (“Hype and hyperopia”, TE 9391, 6-4-24).
Pese a todos estos avances reales, los jerarcas del PCCh no duermen tranquilos. Y con razón. Una de las patas críticas del plan es que esta focalización en alta tecnología presenta dos problemas. El primero es una reedición de la “paradoja de Solow” de los 80: esa nueva era tecnológica no se traduce en saltos de productividad. El segundo es que este nivel de sofisticación está por ahora lejos de “derramar” a las necesidades cotidianas de masas de consumidores que mascullan descontento ante la carencia de oportunidades de progreso laboral y personal. El salto tecnológico chino genera productos y servicios que esencialmente tienen como destino el exterior.
En efecto, una de las consecuencias de la relativa desaceleración del crecimiento chino es que las grandes compañías de ese país, que antes gozaban de un inmenso mercado en expansión, ahora se encuentran con problemas de sobrecapacidad productiva, lo que alimenta un boom de inversiones directas en el exterior por parte de esas empresas. En el año entre junio de 2023 y junio de 2024, el flujo de inversiones llegó a un récord de casi 180.000 millones de dólares (1% del PBI), de los cuales más del 80% correspondieron a proyectos nuevos, desde cero.
A diferencia de una ola anterior en 2014-2016, que fue inducida por las autoridades, ahora en el PCCh hay preocupación por esta tendencia. También la hay en los países que reciben las inversiones, como Vietnam, Tailandia, Malasia o Indonesia, en parte por la costumbre de las firmas chinas de emplear dentro de lo posible trabajadores chinos y no locales, que raramente superan la mitad del personal. Incluso en Alemania, el 20% de la fuerza de trabajo de la planta de fábrica de baterías de CATL es de origen chino. Esto ya está generando iniciativas para preservar la existencia de proveedores locales y aumentar la cuota de empleo directo local. Parte de este rebalanceo es también poner discretamente en segundo plano iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda, desplazada, como vimos, por las inversiones directas de empresas chinas (estatales o privadas) que ya no necesariamente se inscriben en ese marco.
En contraposición a esta oleada de inversiones chinas en el exterior –que, a diferencia de los proyectos de la NRS, se concentran menos en infraestructura y extracción de recursos naturales y más en la producción de bienes manufacturados–, se observa una reversión de la tendencia de décadas pasadas, cuando China recibía gustosa inversiones y know how extranjero. Ahora, lo que objetan los funcionarios chinos es precisamente la transferencia de conocimiento chino a países extranjeros; la sugerencia es que se exporten ensambladoras, no fábricas con tecnología de punta. Y en muchas provincias chinas los jerarcas locales verían con buenos ojos que incluso algunas de las plantas de baja agregación de valor que se instalan en el extranjero lo hicieran en el interior pobre de China.
Asimismo, el relativo freno de la economía ha convencido de manera lenta, gradual y acaso tardía a los jerarcas del PCCh de volver a recurrir al estímulo estatal, que las potencias capitalistas de Occidente no escatimaron durante la pandemia. Quizá las dudas de la dirigencia china tengan que ver con que la anterior intervención estatal importante en la economía, durante el pico de la crisis financiera global de 2008-2009, fue también la que sembró la semilla de la burbuja inmobiliaria. Xi Jinping, que accedió al poder en 2012, fue siempre de lo más cauto en materia de estímulo fiscal. De hecho, durante el bajón económico de 2015, la solución que propició fue la opuesta: no estimular la demanda, sino una “reforma estructural de la oferta”, que tenía como centro reducir la capacidad industrial excedente, el inventario y el endeudamiento de las empresas. Sólo ahora, en la Conferencia Económica de diciembre, se decidió que el “vigoroso impulso al consumo” sea la primera de las nueve prioridades de política económica. A la vez, la expresión “reforma estructural de la oferta”, presente en todos los informes de las conferencias anuales desde 2015, brilló por su ausencia en el de este año (“The difficult path ahead”, TE 9248, 21-12-24).
El aliento a la demanda, por primera vez en mucho tiempo, tiene precedencia respecto de los llamados a la “disciplina económica”. Parte de ese aliento podría tomar la forma de (ya prometidos) aumentos en las pensiones y los subsidios para seguros de salud. Habrá que esperar y ver si estas señales se confirman, pero la preocupación de la burocracia del PCCh por las consecuencias en la estabilidad social de un crecimiento más débil y un consumo demasiado cauteloso es ya patente.
Otra fuente de estímulo a la actividad económica que a la vez está en línea con las metas estratégicas de desarrollo y transición energética es la continuidad de grandes proyectos de infraestructura. Al respecto, cabe preguntarse cuán confiable es la cifra oficial del déficit fiscal chino, del orden del 3%. La agencia de calificación Fitch sostiene que si al déficit fiscal informado se le suman la cobertura de seguridad social, el gasto de infraestructura basado en la venta de tierras y las transacciones de las empresas estatales, el déficit fiscal real de 2024 fue del 7% del PBI. El FMI, por su parte, agrega a esa lista los “vehículos financieros” de los gobiernos locales, que están apalancados en última instancia en apoyo financiero del gobierno central. Así medido, y siempre según el FMI, el déficit fiscal real supera el 13% del PBI, y el monto total de deuda pública, el 129% del PBI.
Aunque el ministro de Finanzas, Lan Fo’an, dice que China aún tiene abundante margen fiscal, quienes miran los datos desde Occidente son más circunspectos. Los ingresos del Estado, según Fitch, cayeron del 30% del PBI en 2028 al 23% en 2024; parte de esta caída es el cuasi veto implementado por las autoridades centrales al mecanismo de venta de tierras, en un intento por sanear la burbuja inmobiliaria. Ahora, el instrumento privilegiado que propone el Estado chino a los gobiernos locales es no que vendan tierras sino que compren las viviendas que se construyeron sobre ellas. Hay unas 32 millones de viviendas listas para la venta, y otras 49 millones en terminación. Pero un esquema de compras a esa escala es evidente que conducirá a masivas reducciones del precio de venta, lo que es una gran noticia para los genuinos compradores de primera vivienda, pero es una pérdida imposible de sostener para los bancos, que tienen esos activos sobrevaluados como garantía de sus préstamos. A falta de nada mejor en un sistema financiero muy cerrado –si a algo le tiene pavor la dirigencia del PCCh es a la fuga de capitales–, los bancos recurren en masa a la compra de bonos del Estado… lo que tira abajo la tasa de interés de éstos por exceso de demanda y deja a los bancos con el mismo problema de activos que rinden menos que el peso de su deuda.[4]
Hablar de “panorama sombrío”, como lo hace a coro la prensa occidental, es posiblemente exagerado, y no tiene en cuenta, por ejemplo, que la bajísima tasa de interés vigente –acompañada de cuasi deflación– hace que al gobierno central se pueda financiar mucho más barato que los países occidentales. Y los controles de capitales mantienen firme la demanda de los bonos con los que el Estado se financia. Lo más real probablemente sea que el Estado chino sí tiene margen fiscal en el corto y mediano plazo, pero que se están acumulando problemas más estructurales (empezando por la caída de la población en edad de trabajar y el envejecimiento general de la población) que terminarán pasando la factura.
Un problema adicional, que recuerda a lo que sucedía bajo la burocracia stalinista en las últimas décadas de la URSS, es que las directivas del plan central no siempre son cumplidas con el celo necesario por los funcionarios medios y locales. Y no por incapacidad o disidencia real, sino por temor a las continuas purgas en el partido que afectan a los “malos funcionarios”. No hay institución más temida que la Comisión Central para la Inspección de Disciplina (CCID), encargada de monitorear, detectar anomalías y castigar conductas que van desde la “temeridad” e “irresponsabilidad” hasta la “haraganería” o la “inacción”. El resultado es que los funcionarios no saben si están corriendo el riesgo de ser demasiado audaces o demasiado tímidos, pero el peligro mayor es habitualmente el primero. En la última década, la CCID sancionó a seis millones de funcionarios de todos los rangos, con castigos que van desde la reprimenda escrita (por “errores debido a la inexperiencia”) hasta la pena de muerte (para casos de corrupción) (“Purge, purge, pardon”, TE 9433, 2-1-25).
¿El resultado? Cada vez más funcionarios locales y de mediano rango prefieren un perfil tan bajo que equivale casi a la pasividad (aunque, como vimos, ésta también puede ser castigada). Así, se explica que de los 4 billones de yuanes (550.000 millones de dólares) que el gobierno central asignó a los gobiernos locales como estímulo a proyectos de infraestructura, a fines de octubre más de la mitad quedaran sin utilizar (ídem). Es altamente irónico que este tiro en el pie de la planificación burocrática replique casi al milímetro las prácticas del PC de la URSS, precisamente el modelo de fracaso al que el PCCh teme más que a cualquier otra cosa.
3.3 El choque estratégico con EEUU y una creciente inquietud interna
¿Cómo se prepara China para los aranceles de Trump? La principal línea roja no es económica sino política: las pretensiones de China sobre Taiwán no se negocian. Para la dirigencia china también es importante preservar el dinamismo económico interno, lo que presupone un incremento de las exportaciones ante un consumo interno debilitado. Por eso también están en carpeta, como señalamos, medidas de estímulo al consumo, incluso al costo de aumentar el déficit fiscal del 3 al 4% del PBI, según Reuters.
En el plano puramente comercial, China sigue gozando de un superávit externo envidiable (992.000 millones de dólares en 2024, un 6% del PBI). Un tercio de esa cifra corresponde al superávit con EEUU, que paradójicamente, luego de tanta agua corrida bajo el puente, está en el mismo nivel de 2018: 340.000 millones. Como China depende más de la demanda de EEUU que a la inversa, las medidas de represalia comercial, si bien no están descartadas, no serían la respuesta más eficiente. En el PCCh hay un sector que recomienda dejar caer el yuan frente al dólar, calibrando el riesgo de alimentar una salida de capitales. Sin embargo, las contramedidas chinas posiblemente tengan que ver más con el rol estratégico de ciertos productos que con arancelar al bulto. Por ejemplo, China puede intensificar restricciones a exportaciones de minerales clave para la industria de tecnología digital como el galio y el germanio, además de precursores de anticuerpos para la industria farmacéutica y otros rubros sensibles. Pero todo esto queda en especulación hasta que se defina con más claridad cuáles van a ser en concreto las medidas comerciales de Trump contra China.
En el terreno de la búsqueda de alianzas para contrarrestar la avanzada de Trump, la dirigencia china se maneja con un sistema de anillos. El más interior, el de los aliados más cercanos, es lo que conforma hoy el nuevo “eje del mal”: Rusia, Irán y Corea del Norte. Desde ya, no todos tienen la misma importancia para China. Tampoco existe ningún foro ni organismo que agrupe a los cuatro: en realidad, las relaciones entre estos países se constituye más bien de una trama compleja de relaciones bilaterales de todos con todos.
El segundo anillo –aclaremos que en verdad todos admiten ciertos solapamientos– es el de los BRICS, que a diferencia del anillo anterior sí es un ente común, pero con un nivel de compromiso recíproco bastante bajo. Por esa razón, es mucho más un foro de discusión de ideas que un verdadero organismo capaz de tomar decisiones que generen obligaciones a sus miembros. Los integrantes –tanto los viejos como los recién incorporados– son muy heterogéneos en volumen económico y peso político. Tampoco carecen de rispideces entre sí, empezando por los socios más grandes, India y China, pero también Rusia y Brasil, Irán y los Emiratos, y la lista podría seguir. Sin embargo, la permanencia del foro sigue siendo, en un mundo convulsionado e incierto, un buen negocio para todos sus miembros, a falta de entidades más estables y orgánicas.
El tercer anillo de relaciones exteriores de China comprende a los simples socios comerciales, empezando por los países vecinos, y luego los receptores de inversiones chinas, sean en el marco de la NRS o no. Aquí aparecen los países del sudeste asiático, Europa oriental, África y Latinoamérica; el objetivo de la dirigencia china será aquí buscar causa común con los (probablemente muchos) damnificados por las medidas de Trump para erigirse, paradójicamente, en guardián del orden comercial global de la OMC y el libre comercio.
¿Cómo afecta todo esto, mientras tanto, a la población china de a pie y a la inmensa clase obrera china? Sin pretensión alguna de dar un panorama general, lo que requeriría de muchos más datos, sí es posible constatar que una de las preocupaciones centrales de las masas pasa por las perspectivas de empleo a mediano y largo plazo, algo que explica tanto la debilidad del consumo privado minorista como la del mercado inmobiliario, que, como dijimos, no sale de su crisis. Sobre todo en las grandes ciudades, la confianza en la posibilidad de desarrollar una carrera laboral está en un punto muy bajo, lo que desalienta la idea de comprar una vivienda y le dio un inesperado impulso a dos tendencias: volver al campo (o a pequeñas ciudades) o bien directamente abandonar la búsqueda de empleo. De hecho, el pequeño descenso reciente de la tasa de desocupación entre la juventud urbana probablemente se deba menos al reanimamiento de la actividad que a la resignación de muchos que terminaron saliendo del mercado de trabajo.
También hay una creciente insatisfacción por el pésimo balance entre trabajo y vida personal a que obligan las extenuantes jornadas laborales en el sector privado (de las que Xi Jinping es un ferviente defensor). Esto es típico sobre todo en las grandes compañías tecnológicas chinas. Cuando la jefa de comunicaciones de Baidu (la llamada “Google china”) hizo un video jactándose de que se olvida el cumpleaños de sus hijos o no sabe en qué grado escolar están porque es una “mujer de carrera” que atiende el teléfono 24 horas al día, fue tal el furor que no alcanzó el pedido de disculpas y debió renunciar para que Baidu pudiera decir que sus dichos “no reflejan los valores” de la empresa. El rechazo creciente a esta cultura de la explotación se hace evidente en el salto en la cantidad de postulantes por puesto disponible cuando se hacen los concursos de ingreso a la administración pública, que promete menos desarrollo de carrera pero más estabilidad y horarios de trabajo menos deshumanizantes. De allí que, como graficó el economista Gao Shanwen, de SDIC Securities, en una conferencia reciente en Shenzhen (rápidamente censurada online), se da la paradójica situación de que “el país está lleno de ancianos entusiastas, jóvenes apáticos y personas de mediana edad desesperanzadas” (“Of doubt and data”, TE 9427, 14-12-24).
La prensa proimperialista probablemente exagera con descripciones como “el contrato social está bajo presión” o que la dirigencia china teme estar llegando a la “trampa de Tácito” (el momento en que el descrédito del gobierno es tal que todo lo que haga será leído negativamente por la población). Pero parece indiscutible que hay un cierto ambiente de abatimiento y desorientación, lo que tal vez explique el sorprendente dato, revelado por la compañía china de internet NetEase, de que el 80% de los menores de 30 años utiliza apps de astrología y tarot para adivinar su suerte, tendencia que acompaña una moda reciente de espiritualismo, religiosidad estilo New Age y prácticas similares (“Star signs and tarot cards”, TE 9432, 25-1-25). El PCCh sólo atina a responder con medidas de censura online y campañas contra la “superstición feudal”, sin mucho éxito.
La contracara de esta actitud es el lento y subterráneo pero real aumento de la predisposición de los trabajadores a ejercer la protesta, a pesar del asfixiante clima antisindical y de la persecución a cualquiera que intente dar pasos en la organización de los trabajadores. El aumento de la cantidad de delegados-espías que instala el PCCh en fábricas y grandes concentraciones laborales, con la anuencia de las autoridades de la empresa, obedece menos a la desconfianza en los patrones que al temor a que el descontento laboral creciente encuentre canales independientes. Ése, más que cualquier berrinche de Trump, es el escenario que le quita el sueño a la burocracia china.
[1] Contra lo que muchos creen, el vector ideológico más importante del PCCh no es en absoluto el marxismo o el comunismo, en la versión que sea, sino un nacionalismo chino exaltado, con tintes claramente excepcionalistas que se diferencian poco de otras variantes más bien racistas de “destino manifiesto”. Todas las comunicaciones oficiales se encargan de resaltar dos cuestiones: que toda comparación que se haga con otros países o regiones debe habilitar espacio para las sempiternas “características chinas” y que China tiene un rasgo que la hace distinta –y, se desliza, superior– a todas las demás naciones en el hecho de que tiene “5.000 años de civilización ininterrumpida”, mesianismo que casa muy mal con el supuesto “marxismo” del PCCh.
[2] Sólo en 2023, China agregó casi 300 GW de capacidad de generación sólo en energía eólica y solar, es decir, el triple de la capacidad de generación total del Reino Unido.
[3] China no sólo tiene ventaja en los autos flotantes, sino en los voladores: en China se fabrican la mitad de los “vehículos de despegue y aterrizaje vertical”; en EEUU, sólo el 18%. Sólo en Shenzhen se construirán este año 600 plataformas de despegue y aterrizaje de autos voladores.
[4] Por supuesto, millones de pequeños y medianos inversores que se subieron al tren de la burbuja inmobiliaria comprando dos o tres propiedades para “asegurar su futuro” también saldrían perdiendo. Además, la salida de escena de las propiedades como inversión atractiva canaliza el ahorro de los particulares a opciones menos rentables y económicamente menos eficientes, como los depósitos a plazo fijo. Es otro pésimo negocio para los bancos, acostumbrados a que los muy rentables créditos (hipotecarios) a hogares representaran el rubro más importante de su cartera. Muchos de esos bancos empiezan a crujir bajo el peso de deudas crecientes y valuación de sus activos en caída libre; es cuestión de tiempo que tengamos novedades relativas a la crisis del sistema financiero chino.