El lunes 9, se realizaron cerca de sesenta actos y movilizaciones en rechazo a la invasión y destrucción de edificios públicos por parte de los bolsonaristas en la Praça dos Três Poderes (Palácio do Planalto, Congreso Nacional y Supremo Tribunal Federal) el pasado domingo. Esta acción tuvo un contenido abiertamente golpista, pues pretendía crear las condiciones para un giro reaccionario del régimen, fomentando la intervención de las fuerzas armadas, policía y grupos de extrema derecha. Si bien este ataque fracasó, generó un fuerte repudio entre amplios sectores de la población, debido a su carácter reaccionario contra las libertades democráticas.
Miles en las calles contra el golpismo
Ante la trama golpista, diversos movimientos sociales, simpatizantes de los principales equipos de fútbol, sindicatos y organizaciones de izquierda, convocaron a actos en todo el país. El carácter de las movilizaciones fue diferente en cada lugar, pues concentró sectores cuyos líderes son oficialistas -como el MTST o el PSOL- con otras organizaciones independientes. Esto fue evidente en los eslóganes de varios actos, sobre todo aquellos que pedían una defensa abstracta de la “democracia”. En todo caso, las protestas tuvieron un carácter generalmente progresista frente a las acciones golpistas y antidemocráticas de los bolsonaristas; por cierto, no se quedaron en la pasividad promovida por Lula y el PT, cuya política es confiar en las instituciones burguesas y no movilizarse en las calles.
En el caso de São Paulo, el evento contó con la presencia de unas 20.000 personas (según un informe del diario Estadão, la marcha llegó a ambos carriles de la vía a lo largo de siete cuadras). Si bien algunas consignas no criticaron al gobierno de frente amplio Lula-Alckmin, también resonaron las que impulsó la izquierda radical, como “no a la amnistía”, “cárcel para Bolsonaro y los golpistas”, “derrotar el neofascismo en las calles” , entre otras.
Informes de manifestaciones en otras ciudades apuntan en la misma dirección. Las imágenes del acto de Río de Janeiro, ocurrido en las afueras de Cinelândia, muestran a miles de personas con pancartas en contra del golpe y pidiendo castigo para Bolsonaro.
Además, se evidenció la presencia de muchas personas independientes, un elemento diferente en relación a los últimos actos realizados en la Avenida Paulista. En ese sentido, si bien fue una acción de vanguardia, las acciones contra el golpe de Estado congregaron a nuevos sectores populares dispuestos a salir a la lucha.
Esto tiene relación con los datos de la encuesta Datafolha realizada en diciembre anterior, en la que el 75% de los encuestados estaba en contra de los “actos antidemocráticos de los radicales bolsonaristas que no aceptaron el resultado de la elección presidencial”.
Una derrota política del bolsonarismo y la ultraderecha
Los bolsonaristas intentaron un “Capitolio al estilo brasileño”, es decir, emular el ataque realizado por los trumpistas en Estados Unidos para evitar que el Congreso ratificara la victoria de Joe Biden en las elecciones. Pero, como señaló Marx en El Dieciocho Brumario, “la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.
Si bien los trumpistas no pudieron evitar la derrota, al menos su acción se produjo antes de la ratificación de Biden como presidente; además, se dirigió contra el Congreso con una demanda concreta. Por tanto, si bien no existían las condiciones para que la invasión al Capitolio tuviera éxito, al menos tenía una “lógica” estratégica: crear inestabilidad, anular las elecciones y garantizar la continuidad de Trump en la presidencia.
La versión brasileña no tenía posibilidad alguna de éxito en este momento, ya que Lula ya había asumido el cargo el 1 de enero y la mayor parte de la burguesía y el imperialismo brasileños se oponían a un golpe de Estado por la peligrosa inestabilidad que esto podría desencadenar en el país y en América del Sur. Debido a esto, los golpistas han sido aislados en las últimas semanas y Bolsonaro incluso salió del país hace días rumbo a Estados Unidos.
Por eso mismo, la acción fue una medida extrema de los sectores más extremistas de la ultraderecha, dirigida contra los tres poderes de la República con la bandera de un golpe de Estado de las fuerzas armadas y policiales. Si bien no tenía perspectiva, constituyó un peligroso atentado contra las libertades democráticas y, además, puso en evidencia la complicidad de la Policía Federal y sectores del Ejército con las hordas golpistas, que permanecieron pasivas ante el avance de los neo- fascistas a la Praça dos Três Poderes.
¿Cuál es el resultado de la acción golpista? Sin duda representó una derrota política para los bolsonaristas y, paradójicamente, fortaleció coyunturalmente al gobierno de Lula y su alianza con sectores mediáticos y de la gran burguesía (además de recibir un fuerte apoyo de los principales líderes internacionales, como el presidente Biden de Estados Unidos o Macron de Francia). Además, la invasión de edificios gubernamentales fue rechazada por la mayoría de la población y, peor aún para los golpistas, hay miles de sus militantes detenidos y enfrentarán un juicio por cometer actos terroristas. Finalmente, profundizó las grietas en el campo bolsonarista, sumadas por la ausencia física y política de Bolsonaro tras la derrota electoral. Algunos líderes de ultraderecha difirieron de las acciones en Brasilia y, pese a que son solo palabras, declararon su “fidelidad” a las instituciones democráticas y reconocieron la legitimidad del gobierno de Lula.
¡Derrota al neofascismo en las calles! ¡Cárcel para Bolsonaro y todos los golpistas!
La respuesta masiva en las calles contra el intento de golpe demuestra que, en el pueblo brasileño todavía hay reservas de lucha, a pesar de la traidora política de conciliación de clases promovida por el PT y sus extensiones en el movimiento obrero en las últimas décadas.
La política del PT, de los partidos burgueses y de la gran burguesía brasileña -reflejada en los principales diarios y medios de comunicación- pasa por profundizar el frente amplio de gobierno, ahora con la denominación de «unidad nacional», que, en sus objetivos, significa “enfrentar” a los golpistas desde arriba, es decir, confiando en las instituciones punitivas del Estado burgués (Poder Judicial y Policía) y no a través de la movilización en las calles, ya que esto podría cuestionar las reformas antipopulares impuestas por gobiernos anteriores (Temer y Bolsonaro) y los que pretenden avanzar en un futuro próximo.
La izquierda del orden en el PSOL (incluidas las corrientes “trotskistas” que capitularon, como Resistencia, MES y otras menores), si bien llaman a la movilización contra el golpe de Estado, no plantean un programa independiente y, al contrario, permanecen como el ala izquierda de la “unidad nacional”. Así, no preparan las condiciones para luchar contra las reformas que demanda la burguesía y que el gobierno pretende impulsar para mantener el apoyo de los partidos burgueses.
Ante la política de pasividad, la izquierda radical tiene que desarrollar tácticas para volver a las calles y derrotar a los neofascistas en lucha directa, manteniendo total independencia del gobierno. Para ello será necesario desarrollar la más amplia unidad de acción en las calles (pero, insistimos, sin mezclar nuestras banderas y programa con los sectores burgueses), además de construir espacios de frente único con las organizaciones sindicales, sociales movimientos y la izquierda independiente.