«El trabajo de piel blanca no puede emanciparse donde el trabajo de piel negra está marcado con hierro»
Karl Marx
Escrito con la colaboración de Marcos Vieira y Antonio Soler.
Nos acercamos a otro Día de la Conciencia Negra (20 de noviembre), en el que aprovechamos la oportunidad para debatir hechos que son el legado de la esclavitud y también del racismo capitalista posterior que afecta mordazmente a la población negra, la mayoría de la población brasileña.
El racismo es un fenómeno histórico vinculado de forma más reciente a la acumulación capitalista que se produjo a través de la esclavitud de las poblaciones originarias del continente americano, así como a las que han sido secuestradas del continente africano. Esta esclavitud colonial sirvió como elemento central para la acumulación capitalista en Europa y, más tarde, para las vías hiper tardías (caso brasileño) de acumulación precapitalista de las antiguas colonias.
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Ciertamente, desde la revolución haitiana contra los esclavos, la primera, hasta el proceso de liberación de la esclavitud brasileña, la última en América (Brasil), los esclavos tuvieron un papel central. Pero, contrariamente a lo que afirman muchas corrientes historiográficas, el movimiento abolicionista en Brasil tuvo la participación activa, colectiva y consciente – un proyecto de liberación colectiva – de las masas de negros esclavizados que en el campo brasileño organizaron fugas, secuestros de amos y quema de plantaciones.
Queremos dejar asentado desde el comienzo que para nosotros la autoemancipación es un principio no negociable y que se ha confirmado, y se confirma diariamente, a lo largo de la historia de la lucha de los explotados y oprimidos. De la misma manera que la revolución antiesclavista de los siglos XVII y XIX a las luchas más recientes, los logros de los esclavos, y más tarde de de la clase obrera negra, la juventud y las mujeres sólo pueden obtenerse de manera autónoma, independiente y en alianza con los sectores políticamente más avanzados de nuestra clase. Tema que trataremos de desarrollar un poco más en el transcurso de esta nota.
Lucha contra toda opresión y explotación
Las estadísticas sobre la desigualdad en Brasil – negros y morenos representan el 56,1% de la población – muestran que los negros son la parte de la población que más sufre las tasas de desigualdad. Los datos del IBGE 2021, en un estudio sobre desigualdad social por recortado por raza y color, indican que la pobreza es mayor entre los negros (34,5%) y los morenos (38,4%), que es el doble que entre los blancos (18,6%).
El desempleo para los negros es del 16,5%, siendo un 0,3% más que entre los morenos (16,2%), y 5% mayor que los blancos (11,3%). Esta lógica también se manifiesta en relación a la informalidad del trabajo. En 2021 la informalidad en el conjunto de la población económicamente activa fue de 40.1%, pero en relación a la población negra la tasa fue de 43.4%, en la marrón de 47% y en la población blanca de 32.7%.
En cuanto a los ingresos, los datos indican que los más altos son para aquellos con mayor nivel educativo, pero el recorte por raza y color en relación al salario se superponen para marcar la desigualdad salarial. Los ingresos de los blancos graduados fueron 50% y 40% más altos que entre los negros y marrones, respectivamente, y pueden llegar al 75% en algunos casos.
En relación con la violencia, el gobierno de Bolsonaro con su necropolítica aumentó las prácticas de letalidad de los agentes públicos, que disparan explícitamente para matar «objetivos negros», como señaló el informe de noviembre de 2022 de la Red de Observatorios de Seguridad Pública, Pelé Alvo: el color que borra la policía. En estados del noreste como Bahía, la población negra asesinada por la policía en 2021 alcanza el 97,9% en relación con el número total de muertes causadas por agentes de seguridad pública. En Salvador, la capital del estado sólo una persona no era negra entre los muertos. En el estado de Río de Janeiro, de los 57 asesinatos policiales registrados, en 30 de ellos las víctimas eran negras. En general, las cifras encuestadas muestran que la policía es el núcleo duro del racismo en Brasil: de las 3.290 víctimas de letalidad policial en los siete estados donde se recopilaron los datos (BA, CE, MA, PE, PI, RJ y SP), 2.154 son personas negras.
El nivel de analfabetismo entre los niños negros y morenos aumentó 28,8% y 28,2% en 2019 respectivamente, para llegar a 47,4% y 44,5% en 2021, como lo muestra una encuesta de la ONG Todos pela Educação, basada en la Encuesta Nacional de Muestra Continua de Hogares (Pnad Continuo), realizada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Este aumento fue especialmente cruel durante la pandemia de Covid-19, donde los estudiantes negros y pobres fueron los más afectados por el cierre de escuelas, sin acceso a Internet y materiales didácticos.
El hambre, el desempleo y la crisis social están creando grandes periferias en las ciudades brasileñas. Junto con la falta de políticas públicas de vivienda y la especulación inmobiliaria del capital financiero, cada vez más brasileños se ven obligados a buscar refugio en las calles y en las ocupaciones. La mayoría de esta población es negra, como muestra el IBGE: de los 13,5 millones que viven en la pobreza extrema, el 75% son negros o marrones.
Para entender cómo los datos anteriores son parte de una lógica social perversa, Silvio Almeida aporta una contribución teórica muy importante desde el concepto de racismo estructural. Un concepto que demuestra que el racismo tiene tres dimensiones interconectadas en la realidad social: subjetividad, institucionalidad y economía. Estas tres dimensiones del racismo estructural se interconectan, retroalimentan y totalizan, es decir, ninguna de ellas puede existir sin la otra.
Estos mecanismos ideológicos, legales y económicos del Estado burgués y del modo de producción capitalista dan al racismo su carácter sistémico, no aislándolo en un acto de violencia individual solamente, sino creando esta estructura en la que ciertos grupos racializados son beneficiados y otros socialmente perjudicados, creando y operando vulnerabilidad, por un lado, para fomentar el poder, en el otro.
Almeida explica que el racismo no es una «patología social», un fenómeno coyuntural de la sociedad o alguna discapacidad intelectual, mental, o una desviación del carácter de los racistas. El racismo es estructural porque es parte de un proceso de normalización y racionalización de las desigualdades sociorraciales en nuestras sociedades, basado en comportamientos, instituciones y economías (capitalistas) al servicio de mantener privilegios de raza, acceso desigual al poder y a la riqueza.
El racismo estructural muestra que el racismo no es un proceso anormal sino «normal» en nuestra sociedad. Es una forma de racionalidad de las relaciones sociales, siendo parte de la conciencia y del inconsciente que naturaliza la violencia genocida contra la juventud negra, la desigualdad de poder en las instituciones políticas y el plus de explotación sobre el trabajo de los trabajadores negros.
Como ejemplos de subjetividad (comportamiento) racista, Almeida pone el hecho de que los asesinatos en serie de jóvenes negros en la periferia no causan impacto e indignación en la sociedad. La estimación de muertes de jóvenes negros, justificada con políticas estatales, no tiene impacto en la realidad, como se espera en los asesinatos de personas.
En relación al racismo político (institucional) no sorprende que en los lugares de poder prácticamente no tengamos la presencia de negros. El Portal del Tribunal Superior Electoral (TSE) señala que en las Elecciones Generales de 2018, sumando todos los cargos, solo el 27,8% de los electos eran negros o morenos, y sólo el 4,28% eran negros. En las elecciones municipales de 2020, esta proporción mejoró a 43.03%. Sin embargo, sigue siendo un porcentaje muy bajo cuando se refiere solo a los candidatos negros elegidos, que constituyeron solo el 5,63%. Naturalizar la ausencia de personas negras en ciertos ambientes, lugares y sectores de la sociedad donde es frecuentada solo por personas blancas, en general espacios de poder y decisión, constituye así racismo estructural, aun sabiendo que el 52% de la población brasileña se declara negra.
Sobre la economía, Almeida trae el ejemplo de la tributación brasileña que se basa en el consumo y el salario. Los ricos son los que más se quejan de la carga tributaria a pesar de que pagan menos impuestos, ya que la lógica fiscal en Brasil es extremadamente regresiva (las que ganan menos pagan más). Es el caso de las mujeres negras, que son las que terminan pagando más impuestos. Así, las mujeres negras son el grupo social más afectado por el racismo estructural, porque es el que tiene salarios más bajos, que paga más impuestos relativamente y son las mayores víctimas de la violencia doméstica, así como son las que tienen menor representación política.
Se hacen evidente en la exposición de Almeida las interrelaciones entre las dimensiones del racismo estructural. Cómo el comportamiento racista se refleja en la institucionalidad y cuánto interfiere con la dimensión racista de la economía capitalista; Y todo el camino de las interpenetraciones causales racistas se nutren mutuamente, colaborando para instituir el racismo como estructurante.
Los efectos de esto en una persona no negra serían naturalizar el patrón blanco como regla, etiquetando a todos los que son la excepción y aprovechando los privilegios de esta construcción social. Así, los privilegios de raza y clase se naturalizarían en las relaciones sociales. Almeida dice que para superar esta situación es necesario combatir el racismo en todas sus dimensiones: es necesario transformar los comportamientos sociales, renunciar a los privilegios, tener políticas efectivas para combatir el racismo para desarticular los prejuicios, la discriminación, la violencia y la explotación.
Podemos añadir que la lucha contra el racismo sólo puede hacerse con el protagonismo absoluto del movimiento negro. Sin embargo, corresponde a todo el movimiento social desarrollar discusiones, programas, campañas y organizaciones antirracistas. Además, como en cualquier lucha contra el orden actual, es necesario buscar aliados estratégicos en la clase obrera en su conjunto y en los oprimidos. Dado que la economía, el Estado y la sociedad en su conjunto se basan en privilegios de clase, género y raza dirigidos a la competencia y la acumulación individual, la lucha contra el racismo estructural para ser viable y eficiente desde un punto de vista histórico debe necesariamente poner en la agenda tareas anticapitalistas y socialistas que pueden derribar este edificio.
La derrota de Bolsonaro fue la victoria de los negros, los explotados y oprimidos
En el gobierno neofascista de Bolsonaro, como no podía dejar de ser, se destruyeron las políticas para combatir el racismo, se expandió la necropolítica, se implementó un genocidio deliberado durante la pandemia y se amplió la desigualdad, violencia y explotación contra la población negra.
Durante los cuatro años de gobierno de Bolsonaro, no hubo una inversión en agendas sociales en relación con el pueblo negro y/o la periferia para reducir estas desigualdades, sino más bien para mantener y elevar las formas de opresión y represión, lo que se traduce en el cercenamiento de derechos, encarcelamiento masivo, ataque de diversas maneras a la cultura y las religiones de matriz africana, explicitando la política abiertamente racista del gobierno y también el racismo en la estructura de la sociedad que estaba velada.
No es casualidad que la población negra, nororiental, de bajos ingresos y las mujeres, es decir, los sectores más explotados y oprimidos de la clase trabajadora, jugaron un papel central en la derrota de Bolsonaro en las urnas. Una encuesta realizada por el instituto IPEC el día antes de la segunda vuelta encontró que entre los negros el 54% votó por Lula. Entre los que ganan hasta 1 salario mínimo el 62% y entre los que tienen menor escolaridad el 58%.
Este fenómeno de politización de las masas más explotadas y oprimidas, además de ser fundamental para la derrota electoral de Bolsonaro, indica que este sector de la población, la población negra, la clase trabajadora más explotada, las mujeres negras y la juventud tienden a ser el sector más dinámico de la lucha de clases en el próximo período. De hecho, estos ya han sido los sectores más dinámicos de la lucha de clases a través de las luchas por becas y permanencia en las universidades, contra el genocidio de la juventud negra, por la legalización de las drogas y contra el patriarcado que aumenta la violencia contra las mujeres negras en particular.
Celebrar la derrota de Bolsonaro y exigir respeto a la soberanía popular no es lo mismo que apoyar al gobierno de colaboración de clases Lula – Alckmin. Desde la formación del frente amplio Brasil de la Esperanza venimos señalando que fue una traición a los sectores de izquierda ser parte orgánica de este frente. Esta táctica de entrar en las listas mintiendo, afirmando que no se podía llamar al voto a Lula de otra manera, diluyó las tácticas de lucha, el programa anticapitalista y el proyecto de superación del lulismo por la izquierda. Así, contrariamente a lo que afirma la dirección del PSOL, solo sirvió para reafirmar el carácter conciliador de la fórmula Lula-Alckmin, no ayudó a llevar la campaña a las calles, tampoco a exigir un programa que satisficiera las necesidades de los trabajadores ni a fortalecer una alternativa independiente.
Al entrar en las listas con la burguesía se perdió toda condición para desarrollar tácticas capaces de llevar la campaña a las calles, lo que, dicho sea de paso, casi provocó la derrota de Lula. Ahora, la izquierda del orden vuelve a decir que entrar en el comité de transición para el nuevo gobierno es una forma de garantizar los derechos democráticos. De hecho, sólo refuerzan el carácter de colaboración de clases del nuevo gobierno que, por su naturaleza burguesa, será incapaz de enfrentar el racismo estructural al servicio de la clase dominante y sus intereses.
En los países que tienen en la base de su formación capitalista el trabajo esclavo es fundamental el movimiento negro en la lucha de los explotados y oprimidos en su conjunto. La lucha para superar el racismo implica necesariamente la lucha anticapitalista y viceversa: no podemos concebir la lucha antirracista desconectada de la lucha anticapitalista. En este sentido, recordemos la importancia que Trotsky dio a la cuestión negra en su texto Planes para la organización de los negros (1939) y cómo para él este tema no podía disociarse de la lucha de clases, así como consideraba fundamental difundir las ideas socialistas entre los valiosos militantes del movimiento negro:
«Debemos decir a los elementos conscientes de los negros que están convocados por el desarrollo histórico para convertirse en la vanguardia de la clase obrera. ¿Qué sirve de freno para las capas superiores? Son los privilegios, las comodidades las que les impiden convertirse en revolucionarios. Eso no existe para los negros. ¿Qué puede transformar cierta capa, hacerla más capaz de coraje y sacrificio? Este elemento se centra en los negros. Si sucede que nosotros, en el SWP (Partido Socialista de los Trabajadores – EE.UU.), no somos capaces de encontrar la manera de llegar a esta capa, entonces no somos dignos de nada. La revolución permanente y todo lo demás sería sólo una mentira.»
De la misma manera que en la década de 1930, es la clase obrera negra, por el nivel de explotación y opresión a la que está sometida, la más interesada en superar el capitalismo. Por esta razón, el movimiento socialista, sus partidos y organizaciones los que necesitan entrar en un diálogo sistemático con el movimiento negro para luchar a su interior por la construcción de medidas anticapitalistas como la única forma estructural (podríamos decir también «radical») de combatir el racismo.
Para satisfacer las necesidades generales de la clase obrera en general y específicas de la clase obrera negra en particular, las medidas anticapitalistas son inevitables y no serán llevadas a cabo por el gobierno de conciliación de clases que se está preparando para tomar el control del Estado el próximo año. No podemos suspender las contrarreformas de años anteriores (incluidas las de Lula y Dilma), responsabilizar a Bolsonaro por sus crímenes de genocidio, reducir las horas de trabajo, ganar el salario mínimo de la DIEESE, la reforma agraria y urbana, luchar contra el genocidio de la juventud negra, contra el encarcelamiento masivo, por una educación pública y de calidad en todos los niveles para todos, contra la sobreexplotación de las mujeres negras y una serie de demandas necesarias, reconciliándose con la burguesía, como lo harán nuevamente Lula y su gobierno.
Por esta razón, es necesario que el movimiento negro, el movimiento social y la izquierda en su conjunto, se coloquen de manera totalmente independientes al próximo gobierno. Esta es la única manera de avanzar en la lucha contra el racismo estructural, contra la necropolítica, contra la desigualdad social y racial, y para fortalecer el movimiento para derrotar al neofascismo en las calles y avanzar hacia una sociedad sin racismo, explotación y opresión. Nosotros de Socialismo o Barbarie – SoB, estaremos en las calles en el próximo día 20 contra el racismo en todas sus dimensiones, por medidas anticapitalistas para combatir el racismo, por la organización independiente y de base del movimiento negro y por la unidad de acción y alianza de clases entre todos los explotados y oprimidos.
Referencias:
A escravidão reabilitada, Jacob Gorender. Fundação Perseu Abramo.
O que Marx entendia sobre a escravidão, Kevin B. Anderson. https://jacobin.com.br/
O que é Racismo Estrutural? Silvio Almeida. youtube.com
Planos para uma organização de negros, Leon Trotsky. https://www.marxists.org/
Pele alvo: a cor que a polícia apaga, Silvia Ramos. CESeC