Traducido del portugués por Luz Licht
El último 7 de setiembre significo un evento histórico en la lucha de clases. Un día que confirmó lo que venimos apuntando sobre el inevitable rumbo de choque entre las clases. Justamente por su magnitud e importancia, pone sobre la mesa una serie de análisis y balances sobre su significado, peso político y coloca, necesariamente, en el horizonte una serie de desafíos. Estamos en un momento marcado aún por un conjunto de crisis, incertidumbres e indefiniciones que no se resolverán solo en el marco de la política institucional. Pero sí por la política extra parlamentaria, por la unidad de acción por el impeachment en las calles y por el choque directo con la extrema derecha y sus organizaciones.
Bolsonaro hizo un ensayo general golpista y da un táctico paso atrás
No podemos caer en impresionismos facilistas (que Bolsonaro no tenga ninguna condición darle un giro autoritario al régimen) o derrotistas (que Bolsonaro está cerca de dar un golpe victorioso y irreversible). Las dos formas de impresionismo son equivocadas puesto que desarman al conjunto de la clase ante los peligros reales, por un lado, y ante la posibilidad de accionar masivamente con una ofensiva para derrotar al golpismo en las calles, por otro.
Pensamos que para ubicarnos bien respecto al escenario es preciso, en primer lugar, entender qué presenciamos en la Avenida Paulista y en la Explanada de los Ministerios el día 7/11. No constituyó un intento de golpe de hecho, sino un ensayo general, una preparación para momentos futuros. En ese sentido, no podemos aceptar la caracterización de que fue “mucho ruido pocas nueces” o de que el golpe haya “fracasado”. Estas son lecturas que, en nuestra opinión, no reflejan la realidad política y, consecuentemente, desarman táctica y estratégicamente de cara a lucha contra el neofascismo.
Pasando rápidamente por el acontecimiento en si, es innegable constatar que hubo una importante demostración de fuerza que reunió a un número importante de personas, aproximadamente 100 mil en ambas ciudades. Esta demostración contó con una contundente articulación entre el agronegocio, sectores de la clase dominante y con el financiamiento para el despliegue de la base bolsonarista en San Pablo y Brasilia. Un sector de la base de extrema-derecha está dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias al proyecto autoritario de poder. Eso quedó demostrado en la huelga golpista de los camioneros que apoyaron al gobierno el día 8, que obligó a Bolsonaro a apelar a que sea suspendida antes de que los estragos fueran irreversibles para el gobierno. Pero, a pesar del desajuste táctico entre Bolsonaro y este sector golpista de los camioneros y del agronegocio, que deseaban avanzar después de los actos del día 7 mucho más allá de lo que al propio presidente le gustaría en ese momento, la dirección de Bolsonaro sobre este sector es incontestable. Este guion mal ensayado evidencia que vivimos no sólo un proceso golpista, un ensayo que no utilizó todo su arsenal de tácitas. Fue solo un test.
Por otro lado, es de extrema importancia resaltar que no entraron en escena sectores que cualitativamente pueden poner en pie de hecho un golpe y el giro autoritario del régimen, como es el caso de la base de las Policías Militares y del Ejército. Algo que hoy se hace difícil de cuantificar es el número real que estaría dispuesto a embarcarse en una aventura golpista con Bolsonaro al frente, pero es incontestable que el bolsonarismo es una fuerza real al interior de estas instituciones y que maneja piezas del tablero político que aun no entraron en juego. Además de eso, Bolsonaro en su ensayo general golpista desafió abiertamente a toda la institucionalidad de la democracia burguesa, amenazó al presidente del STF con una intervención militar y dijo que no iba a obedecer sentencias judiciales. Crímenes abiertos de responsabilidad fueron cometidos sin ninguna consecuencia más allá de las declaraciones inofensivas del Presidente de la Cámara y de otras figuras de las instituciones políticas. Este conjunto de factores deben observarse para medir los riesgos golpistas, resaltando una vez más que no se trataba aún del día D.
Obviamente que, como todo ensayo y por la falta de un partido nacional neofascista que pueda centralizar de forma más organizada las acciones y otros factores, asistimos a errores tácticos importantes. Este fue el caso de la paralización golpista de los camioneros para que el golpe fuera en serio. Pero el bolsonarismo no salió derrotado del 7 de setiembre. Mismo la nota del gobierno emitida en la noche del jueves 9 bajo la orientación de Michel Temer, se trata de un recule táctico ante los crecientes riesgos de impeachment que este ensayo supuso. Lo que va y viene es un movimiento común dentro del script golpista bolsonarista, lo hacen para recomponer a su tropa y volver a la carga en momentos futuros que ya comienzan a prepararse.
Golpismo y polarización marcan la situación política
Para intentar salir de los análisis más superficiales e inconsecuentes de la realidad, las mismas que llevan al impresionismo, debemos verificar que la clase dominante en varias partes del mundo opera con la lógica de nuevos tipos de golpes que cambian el régimen desde adentro a través de sucesivas maniobras reaccionarias.
Los golpes mas recientes de este siglo no ocurrieron bajo la forma clásica, aquellos preparados en la oscuridad de la noche para que tanques, militares y soldados armados ocupen las calles y edificios institucionales durante el día. La saña golpista hoy presenta otra estrategia y es anunciada a plena luz del día. Un gran ejemplo de esto fue el reciente proceso en Hungría de Viktor Orbán. En Brasil también se están experimentando maniobras reaccionarias que ocurrieron desde dentro del régimen democrático burgués para tirar oponentes del poder (el impeachment de Dilma en 2016) y para sacar oponentes de la disputa (la prisión de Lula en 2018). Fueron exactamente estas maniobras las que hicieron “incubar” a Bolsonaro como la serpiente que amenaza al régimen democrático burgués desde dentro de las mismas instituciones que lo pusieron en el poder.
Después del impeachment de Dilma y la prisión de Lula, dos maniobras ultra reaccionarias que fueron fundamentales para elegir a Bolsonaro, la clase dominante y las traiciones de la burocracia lulista abrieron el camino al golpismo gradual, que va y viene, que avanza y retrocede y va construyendo de a poco las condiciones para imponerlo. Es la estrategia que parece estar siendo testeada en el territorio nacional. Los peligros que acarrea esta nueva estrategia son menores que los de los modelos clásicos para el conjunto de la clase trabajadora y de los oprimidos, pues como todo golpismo de extrema derecha quiere liquidar principalmente los derechos de lucha y organización.
Desde 2015 pasamos por dos grandes maniobras reaccionarias sin que la izquierda del orden – quien aun dirige efectivamente al movimiento de masas – haya llamado a una efectiva movilización de la clase para hacer frente a este proceso. Ahora, en la actual coyuntura, Bolsonaro ensaya un acto golpista final a la luz del día que puede alterar el régimen de forma sustantiva o puede significar su derrota. En tanto, la situación reaccionaria abierta con el impeachment en 2016 no significó una derrota histórica de la clase trabajadora y de los oprimidos, y el gobierno acumula una serie de contradicciones que ponen las condiciones objetivas como motor del descontento popular. Estamos, así, en un escenario de viva polarización en la lucha de clases que puede girar a nuestro favor si, y solo si, encaramos de frente la tarea de movilizar masivamente y organizamos la resistencia efectiva –política y física– al neofascismo.
Para derrotar al golpismo es preciso superar el electoralismo
El 7 de septiembre fue una especie de primer ensayo general golpista. Así, como ya apuntamos arriba, constituyó una amenaza peligrosa que será retomada en el próximo período: antes, durante y después del proceso electoral de octubre de 2022. Sin embargo, pese a que los riesgos son reales, una serie de narrativas unilaterales (impresionistas) promovidas por la izquierda lulista tomaron nota del debate público y contribuyeron de forma electoralista, paralizadora y entreguista para que el enemigo se sintiese lo más cómodo posible en las calles mientras la clase trabajadora en gran medida se vio retrocediendo.
Con Lula al frente (que no convocó ni participó de las manifestaciones de oposición) de la burocracia se impuso un clima de terror desmedido que hizo que los actos por el Fuera Bolsonaro en Brasilia y San Pablo –epicentros del ensayo golpista– fuesen menores de lo que pudieran haber sido con una política de convocatoria consecuente y desde las bases. Pero, el problema no está solo en la izquierda lulista, en varios sectores de la izquierda socialista, el sentimiento era de que bastaban dos tiros al aire para imponer el golpe sin que ninguna resistencia sea ofrecida por nuestra clase.
De esta forma, la burocracia entregó al bolsonarismo un espacio político aun en disputa debido a su estrategia electoralista, la misma que consideraba al neofascista un perro muerto hace dos meses y que en 2022 resolveríamos todo en las elecciones con Lula. Pero este escenario puede y debe ser revertido con una reorganización profunda en el plano de las definiciones estratégicas y tácticas, encarando la realidad como ella es: concreta.
Contradictoriamente, el ensayo golpista puso a los partidos burgueses de peso, como es el caso del PSD y del PSDB, a comenzar a discutir abiertamente el impeachment. Un hecho que conlleva cambios en la balanza institucional por el impeachment, pero que no termina de superar la indefinición en un escenario que hoy no tiene la cantidad de votos necesarios para su aprobación institucional. Además de eso, Bolsonaro sigue presionado por el agravamiento de las condiciones de vida de las masas, por el desempleo, la alta inflación, la impopularidad y aislamiento internacional y la clase dominante continúa dividida en relación a su mantenimiento en el poder, a pesar de que aun sigue presentando alguna funcionalidad, como es el caso del avance de la privatización de los Correos y la reforma administrativa.
La tendencia de conflictividad y polarización solo aumenta. A pesar de aun no tener el número de votos necesarios, Bolsonaro está obligado a dar un paso atrás para intentar un salto al frente en el futuro, a través de un nuevo ensayo golpista antes, durante o después de las elecciones de 2022. Un eventual caso de apertura del proceso de impeachment en la Cámara de Deputados significaría, por ejemplo, un cuadro de todo o nada para Bolsonaro. Lo que abriría una vía de colisión del golpismo de extrema derecha con la democracia burguesa y con los derechos democráticos. Una posible derrota electoral antes o después de las próximas elecciones también podría precipitar otras movilizaciones golpistas pero efectivas. No prepararnos políticamente para estos escenarios sería cometer uno de los errores, sea por la capitulación traidora o ceguera política.
De cualquier manera, esta trama tendrá su resolución solo en el plano de la lucha de clases, con posibilidades de victoria o derrota. Un revés de hecho en este proceso puede significar para el conjunto de los explotados y oprimidos algo parecido al 64. Mismo aunque el proceso giro autoritario del régimen sea hecho sin tanques en las calles, a través de la cooptación del poder legislativo o del judicial, el nuevo golpismo tiene como objetivo principal imponer a la clase trabajadora una derrota histórica.
Para hacer una referencia clásica de como combatir al (neo) fascismo, como su esencia, como apuntara Trotsky, está en “antes de todo y sobre todo, destruir a las organizaciones obreras, reducir al proletariado a un estado amorfo, crear un sistema de organismos que penetre profundamente en las masas y destinado a impedir la cristalización independiente del proletariado. Es precisamente en esto que consiste la escancia del fascismo” (TROTSKY, 2011, p.152).[1] Todo y cualquier análisis que subestime el poder de organización, de formulación, táctica y estratégica del bolsonarismo, y apunte de manera facilista a su derrota, o lo considere un perro muerto o en retroceso, contribuirá necesariamente a desarmar a izquierda las luchas del próximo período. Por otro lado, cualquier lectura derrotista que sentencie una derrota de antemano del neofascismo estará también contribuyendo de esta misma manera, a otra cara del impresionismo.
Para finalizar, tenemos, entonces, una coyuntura con mucho más polarización y su desenlace no está pre-determinado para nada. Puede ocurrir un impeachment en el Congreso, la casación de la dupla Bolsonaro/Mourão por el TSE, coyunturas que tenderían a ser transcendentales a nuestro favor. O, por otro lado, podría suceder que el gobierno consiga imponer un bonapartismo más abierto, creando condiciones efectivas para no respetar decisiones judiciales, el resultado de las elecciones y los derechos democráticos de lucha y organización, lo que sería un desenlace cualitativamente desfavorable.
El 7 de septiembre, Bolsonaro no salió derrotado de su ensayo golpista porque le fue dado mucho espacio. Estamos en una coyuntura preocupante que nos muestra la debilidad estratégica de las direcciones políticas mayoritarias, pero tenemos todas las condiciones de revertir eso luchando por otra estrategia, o sea, la que apueste a la movilización y organización independiente de los trabajadores y oprimidos. Al contrario del derrotismo, pensamos que hay mucha reserva de combatividad que precisa ser accionada inmediatamente para superar la posición defensiva ante el bolsonarismo. Defensiva que es alimentada por la izquierda del orden dentro y fuera del PSOL y que paraliza porque coloca una correlación de fuerzas desproporcionadamente desfavorable para nuestra clase. Precisamos superar este planteamiento estratégico y táctico para encarar las tareas centrales que tenemos hoy: masificar la lucha en las calles y organizar Comités Antigolpistas desde la base.
Unidad de acción para masificar y Comités Antigolpistas para enfrentarlos
La primera tarea es evitar toda y cualquier lectura impresionista de la realidad y considerar las contradicciones reales, pues es a partir de las caracterizaciones políticas que elegimos nuestras armas. El proceso golpista en cámara lenta sigue en movimiento y, a pesar de los repliegues tácticos de Bolsonaro, desconsiderarlo tendrá un costo alto. Por esta razón, romper con la apuesta estratégica electoralista sustentada por el lulismo es la tarea más importante que tenemos hoy.
Dentro de esta coyuntura de riesgos golpistas y posibilidades de impeachment, apostar todo a la movilización de las masas y a nuestra capacidad de organización y efectiva resistencia – política y física – son los dos factores que darán la última palabra a los acontecimientos futuros. Nuestra batalla ahora pasa centralmente por movilizar contingentes de masas en la lucha contra el golpismo, hacer una campaña que sea comprensible para la clase trabajadora, demostrando que si no luchamos por las libertades democráticas hasta el final no tendremos elecciones el próximo año, el resultado de la voluntad popular no estará asegurado o tendremos nuestras luchas y organizaciones derrotadas implacablemente.
El centro de la política táctica para derrotar al golpismo pasa por la unidad más amplia de acción por el impeachment y por organizar desde la base comités antigolpistas en todos los lugares, de trabajo y de estudio. La primera tarea responde a la necesidad de masificar nuestro movimiento, que aun apenas alcanzó a sectores amplios de vanguardia y no exactamente de masas, y la segunda por la necesidad de ser una fuerza tenaz contra la violencia golpista, condición decisiva para hacer valer la mayoría social y política antibolsonarista. Estas dos tareas se combinan en la actual coyuntura de forma indispensable e indisoluble.
Reivindicar la más amplia unidad de acción con todos los sectores antibolsonaristas – que nada tienen que ver con el frente para luchar o frente político – es una herramienta táctica decisiva. Rechazamos y combatiremos toda y cualquier política sectaria, que no representa más que un posicionamiento irresponsable e inmaduro que contribuyen a lo opuesto de aquello que es responsabilidad de los socialistas. Pero también estamos totalmente contra que esta unidad táctica por el impeachment de Bolsonaro se haga sin independencia de clase, mezclando columnas, banderas, pancartas y etc.
Agitar, propagandizar, movilizar y poner en práctica comités contra el golpismo, que tengan la función de organizar desde la base la lucha política y la autodefensa gana un carácter de urgencia y precisa ser llevado en serio por el conjunto de la izquierda, particularmente, por la izquierda socialista. Sin esos comités antigolpistas, en un proceso de polarización mayor que vendrá, un contingente mayor de personas en las calles todavía podrá ser fácilmente dispersado por las fuerzas bolsonaristas, nos colocará a la defensiva y alimentará al golpismo. Su puntapié inicial es una tarea que está a la orden del día, precisamos llevar este debate a todos los foros de la clase trabajadora, de la juventud estudiantil, del movimiento negro, del movimiento de mujeres y LGBTQIA+.
Estamos ante tareas transcendentales, una encrucijada que podrá determinar el destino de nuestra clase y de los oprimidos para los próximos años. Así, a partir de la experiencia histórica, está demostrado contundentemente que una minoría convencida, organizada y armada es capaz de dispersar y derrotar a una mayoría inmovilizada y diluida dentro de un proceso en el que la mayoría está dirigida por una estrategia que solo organiza nuevas derrotas, como la actual estrategia lulista. Es urgente unificar a la izquierda socialista en torno a la lucha para que las estrategias y tácticas de movilización independiente de la clase trabajadora tomen cuerpo al interior del movimiento, única forma para que el escenario actual de crisis se desarrolle a nuestro favor.
[1] TROTSKY, Leon. Revolución y Contrarrevolución en Alemania. San Pablo: Ed. Sundermann, 2011.