
No es de extrañar: el carnaval, a pesar de su origen católico, se convirtió en una tradición de la cultura afrodescendiente de Brasil, de la cultura creada por los esclavos y sus tataranietos. De esta fiesta han participado hace ya largas y largas décadas todos los grandes artistas de la cultura popular, los creadores de la samba y luego la bossa nova, generaciones y generaciones que hunden sus raíces en los explotados y oprimidos del gigante sudamericano. Bolsonaro expresa no obstante otra tradición, también centenaria en Brasil, la de los blancos esclavistas y la ideología castrense. Así quedó expresado también en las calles de Brasil: de un lado, la fiesta popular del carnaval; del otro y claramente enfrentado, Bolsonaro.
Uno de los puntos más sensibles y de mayor importancia donde se expresó la bronca contra el presidente de ideología neo fascista fue en Río de Janeiro. Allí, Mangueira, una “escola de samba” de amplia tradición varias veces campeona del carnaval, llevó un mensaje más que explícito: en sus banderas de siempre color rosa y verde puso este año la cara de Marielle Franco. Precisamente en Río es donde más ha golpeado el giro a la derecha en el país, con la militarización impuesta por Temer y el accionar cotidiano de las “milicias” ilegales. Fueron ellas quienes asesinaron a Marielle y es ahora la fiesta del carnaval, de los negros y las mujeres defendidas por la referente del PSOL, la que le planta cara a los grupos armados de derecha. Luego de la muerte de Marielle, Flavio Bolsonaro se despachó en ridiculizaciones para después verse envuelto en el escándalo cuando salieron a la luz sus vínculos con los grupos paramilitares, incluso con los principales sospechosos de ser sus ejecutores.
En Brasilia, el protagonismo lo tuvieron los estudiantes universitarios con sus propias delegaciones. Grupos de estudiantes llevaron al festejo naranjas, en alusión explícita a los casos de corrupción “laranja” de los testaferros de la familia Bolsonaro. Con la misma referencia, en Belo Horizonte el grupo Unidos de Barro Negro llevaron tinta naranja en su procesión para denunciar la corrupción que envuelve al entorno presidencial a pesar de su retórica “anticorrupción”.
En Bahía tuvo su protagonismo en la protesta masiva la cantante Daniela Mercury, que denunció a Bolsonaro por su retórica y política explícitamente homofóbica. Desde su escenario habló de la persecución policial a gays, lesbianas y personas trans. Justamente para los días de carnaval, la cantante había lanzado la canción “Prohibido el carnaval” junto a Caetano Velozo. En la canción y videoclip hacen en tono de festejo de la música popular brasilera una denuncia explícita de la política represiva y homofóbica de Bolsonaro. “Abre la puerta de este armario, que no hay censura que me detenga / Abre la puerta de ese armario, que la alegría cura, ven a besarme» dicen los artistas en su revulsiva canción para los grupos conservadores.
A su vez, se burlan de las declaraciones de la Ministra de Derechos Humanos, Mujer y Familia, la ultra evangelista Damares Alves cuando dijo: “Los niños visten de azul, las niñas de rosa”. La estética del videoclip responde de forma directa a ese comentario retrógrada, que también fue repudiado en la calle de Belo Horizonte con los cánticos “azul y rosa, todo es igual”.
En Olinda, las cosas se hicieron sumamente explícitas con un muñeco de cinco metros del presidente ultra derechista, que fue el destino predilecto del lanzamiento de latas de cerveza y otros elementos durante todo el festejo.

Bolsonaro hizo un intento de ridiculización del Carnaval con un tweet en el que intentó mostrarlo como algo decadente, sin las raíces populares que expresaron un rechazo masivo a su mandato. Le guste o no, como a la bancada evangélica que lo sostiene, la fiesta popular más grande de Brasil expresó un clarísimo repudio de masas al que es un enemigo de los intereses de los explotados y oprimidos, los verdaderos protagonistas del Carnaval.