Traducido del portugués al español por Víctor Artavia
Es necesario romper con la parálisis de la izquierda reformista y el economicismo de la izquierda independiente para construir actos en apoyo a las reivindicaciones específicas de los repartidores, contra la escala 6×1 (un día libre por cada seis días de trabajo), en defensa de la agenda de todos los trabajadores en movimiento, para llevar a Bolsonaro y a los jefes golpistas a la prisión y contra los ataques de las patronales y del gobierno de Lula.
El 1º de Mayo es una de las fechas más importantes para la clase trabajadora, ya que retoma la memoria de la heroica huelga de los obreros de Chicago de 1886 por la reducción de la jornada laboral y, principalmente, sus lecciones históricas de auto-organización, independencia e internacionalismo.
Las manifestaciones de este año son aún más importantes porque ocurren en el contexto de una nueva era de los extremos en todos los aspectos de la vida, una etapa de crisis, guerras, barbarie, colonialismo y rebeliones, en la que la contrarrevolución y la revolución tienden a chocar de manera más categórica.
El gobierno bonapartista de extrema derecha de Donald Trump, la política de viejos y nuevos imperialismos y la crisis capitalista, provocan la ruptura de los consensos políticos, económicos y militares construidos durante todo el siglo XX.
Así, se profundiza la opresión y la explotación sobre los pueblos, trabajadores y sectores oprimidos en todo el mundo. El genocidio en Gaza es el ejemplo más cabal de la ofensiva de la extrema derecha mundial y que debe contar con la respuesta más contundente de la clase trabajadora en todo el planeta.
Pero esta ofensiva ultra-reaccionaria (un mecanismo de autodefensa del capital), no ocurre sin que la clase trabajadora y los pueblos oprimidos resistan con huelgas, levantamientos y rebeliones; movimientos que acontecen en todas las latitudes del planeta y, en muchos casos, permiten la recuperación de las experiencias de lucha con métodos de enfrentamiento directo y auto-organización desde abajo.
Sin embargo, aún no cuentan con la necesaria subjetividad socialista revolucionaria y con sus organizaciones políticas y los organismos de poder obrero, elementos centrales para que las rebeliones se transformen en verdaderas revoluciones, los cuales deben ser asimilados por las viejas y, principalmente, nuevas generaciones de luchadores.
El fracaso de la conciliación lulista y la legalización del golpe
Vivimos en Brasil una coyuntura de doble crisis política, la cual se procesa principalmente en las alturas de la institucionalidad y sus palacios, pero que tiende a descender a las calles en el próximo período. Una crisis que es provocada por el fracaso cabal de la conciliación de clases lulista, por un lado, y por la posibilidad de prisión del principal jefe de la extrema derecha en Brasil, por otro.
El gobierno Lula 3 –liberal-social– es un frente amplio con un sector de la clase dominante con el objetivo de normalizar el régimen. Sin embargo, debido a las condiciones estructurales abiertas en los últimos años, este gobierno fracasó abiertamente, lo que tiene consecuencias sociopolíticas graves.
En gran medida, esta situación regresiva es resultado del mantenimiento de las contrarreformas de los gobiernos anteriores y de la aplicación de nuevas por parte de la actual administración, como el techo de gastos públicos y la reforma tributaria regresiva. Esto se combina con el financiamiento de privatizaciones, inversión en el agronegocio neoextractivista, recorte de gastos en salud y educación y la desmovilización por parte de los aparatos que dirigen importantes organizaciones del movimiento de masas. La gran apuesta política de Lula es la gobernabilidad burguesa apoyada en el Centrão[1], lo que no podría tener otro resultado que los retrocesos que estamos presenciando.
Por otro lado, el bolsonarismo también está en crisis debido al procesamiento de Bolsonaro y de los jefes del intento de golpe de estado del 8 de enero de 2022. Ciertamente, existen otros aspectos de la crisis de la extrema derecha, como su división, la reacción a su necropolítica[2] y ultraliberalismo; pero es la posibilidad de prisión de Bolsonaro lo que la profundizó y caracteriza la doble crisis política a la que nos referimos anteriormente.
Lo que llama la atención y confirma el fracaso del frente amplio lulista, es que incluso con la crisis de la extrema derecha, con la posibilidad real de prisión de Bolsonaro, el lulismo (considerando al gobierno y todas las direcciones burocráticas ligadas a esta corriente política) no logra salir de la crisis en la que está inmerso.
Este gobierno burgués liberal-social, además de ser desmovilizador –y no existe solución alguna fuera de la lucha directa– no es capaz de presentar ninguna medida para capitalizar la crisis de la extrema derecha, tales como: el fin de la escala 6×1, la reducción de la jornada laboral, una regulación contra la precarización de los trabajadores por plataformas o incluso la defensa de los pueblos originarios y de los derechos democráticos.
Este juego de fuerzas políticas, en el que solo el bolsonarismo toma iniciativas efectivas para salir de las cuerdas, puede llevar a medio plazo a una crisis institucional con repercusiones directas en el régimen y en los derechos democráticos, con una, no descartada de antemano, aprobación de una nueva Ley de Amnistía al golpismo o un acuerdo para establecer penas protocolares a los golpistas.
Así, si hoy ya tenemos un cambio significativo en el sistema político –el viejo presidencialismo de coalición[3] ya no existe–, el movimiento de la extrema derecha y del Centrão en el sentido de amnistiar a Bolsonaro y a los golpistas, es una amenaza directa no solo al régimen democrático burgués, sino a los ya muy atacados derechos democráticos de los trabajadores y de los oprimidos, principalmente a los derechos de lucha, organización y libertad de prensa.
Este escenario, sumado a la mayor actividad de lucha de la clase trabajadora (lo que se observa por las huelgas en curso), puede crear el caldo de cultivo necesario para choques más directos entre las clases sociales y con la institucionalidad burguesa.
Esta reactivación de la lucha sindical, frente a la ofensiva antidemocrática de la extrema derecha y los ataques del gobierno de Lula, es fundamental para que los explotados y oprimidos, además de la lucha por sus reivindicaciones inmediatas y unificar sus huelgas, también entren en la disputa política que, actualmente, pasa centralmente por la punición o no al golpismo.
Dependiendo de la conciliación lulista –que negocia por arriba con el Centrão, el Poder Judicial y Bolsonaro la reducción de las penas de los golpistas para que el proyecto de ley de la Amnistía propuesto por el bolsonarismo no sea votado en el Congreso–, tendremos un escenario de fortalecimiento de la extrema derecha y, como consecuencia, una amenaza directa a los derechos democráticos.
Las dos hipótesis que se están barajando en el “juego palaciego” –reducción general de las penas o amnistía– afectarían no solo al sistema de gobierno, como ya apuntamos anteriormente. Esta contraofensiva de la extrema derecha, si resultara victoriosa, podría significar la legalización del último intento de golpe y, por ende, de nuevos golpes. Un hecho que afectaría al propio régimen, pero particularmente a los derechos de lucha y organización de nuestra clase, ya que abriría el espacio para el retorno de Bolsonaro al poder.
Así, ante la doble crisis y la tendencia a choques institucionales más severos y un salto cualitativo en la lucha de clases, el resurgimiento de las luchas sindicales puede ser un punto de apoyo importante para enfrentar la reanudación de la ofensiva de la extrema derecha que busca amnistiar a Bolsonaro e imponer el escenario perfecto para nuevos golpes.
Superar el oportunismo del lulismo y el economicismo del PSTU y del MRT
Además de las traiciones del lulismo, del viejo y nuevo oportunismo (PT y PSOL), lo que indigna es el hecho de que algunos sectores de la izquierda revolucionaria, como el PSTU y el MRT, se nieguen a incluir como consigna para la coyuntura y para el 1° de Mayo, la lucha por derrotar a la extrema derecha mediante la prisión de Bolsonaro; en realidad, se niegan sistemáticamente a colocar cualquier tarea política concreta en la agenda de lucha de los trabajadores y de la juventud.
Esta negativa acompaña la línea seguida por estas organizaciones en todos los espacios de frente única en los que actuamos juntos. Propusimos en varias ocasiones incorporar la lucha por la prisión de Bolsonaro a las demás demandas de los trabajadores, pero siempre fuimos absurdamente rechazados por la dirección de estas organizaciones. Esto fue exactamente lo que ocurrió en la Plenaria contra la escala 6×1. Estos compañeros vetan cualquier formulación que nos permita presentar, junto a los trabajadores, una política mínima para luchar por la prisión de Bolsonaro.
Esta concepción de las organizaciones mencionadas no pasa de ser el viejo economicismo combinado con toques de maximalismo. El desvío economicista en el movimiento socialista fue criticado clásicamente por Lenin y tiene como fundamento la capitulación al bajo nivel de conciencia y a los aparatos sindicales. El resultado es que las tareas políticas que interesan a nuestra clase no son presentadas por estas organizaciones para ser discutidas dentro del movimiento. Esto lleva, en consecuencia, a la fragmentación de las luchas y a que, efectivamente, las masas trabajadoras y oprimidas sean alejadas de la disputa por los asuntos nacionales.
Si esta concepción ya es desastrosa en tiempos “normales”, en momentos de crisis en los que los derechos democráticos están abiertamente amenazados, no romper con el economicismo es criminal, porque desarma totalmente al conjunto de la vanguardia obrera para llevar adelante la lucha política. Además, no responde a una tarea histórica en Brasil, como es la ruptura con el ciclo de amnistía del golpismo.
Es por eso que hoy, ante la posibilidad de encarcelar a Bolsonaro y a los demás jefes golpistas, no podemos anunciar salidas maximalistas (que no median con la realidad concreta) típicas del PSTU, como “para derrotar a la extrema derecha hagamos la revolución socialista”. O incluso el cobarde centrismo político del MRT que afirma “que no podemos luchar por el encarcelamiento de Bolsonaro porque eso fortalece al poder judicial”.
La verdad es que ocurre exactamente lo contrario de lo que afirman. Si Bolsonaro recibe algún castigo por fuera de la lucha o si no es castigado, como pretende garantizar el proyecto de Amnistía que avanza en el Congreso, ocurrirá el fortalecimiento de las instituciones burguesas y de la extrema derecha. Esto significará una nueva legalización del golpismo en Brasil, lo que, como ya dijimos, es un ataque directo a los derechos democráticos de los trabajadores. Por eso, la línea economicista de estas dos organizaciones es un desastre desde cualquier punto de vista.
A medida que se acerca el 1° de Mayo, presenciamos el calentamiento de las luchas de diferentes categorías, como la lucha contra la escala 6×1, la de los repartidores por aplicación por mejores tarifas y la de sectores de los trabajadores públicos por ajustes salariales, como profesores y otros.
Acabamos de participar en una importante experiencia en la lucha de los repartidores por aplicación en una huelga nacional. Un movimiento que, a pesar de no haber obtenido una victoria económica, logró una gran victoria política. Fue una verdadera huelga histórica, ya que este sector de la nueva clase trabajadora sale con disposición para realizar nuevas huelgas, avances de conciencia y para profundizar su proceso de autoorganización. Pero este no es hoy el único sector sindical en lucha, lo que puede hacer que el próximo Día Internacional del Trabajador y de la Trabajadora no sea rutinario y, por el contrario, pueda ser una fecha que contribuya con estas luchas específicas y con la reanudación de la pelea política por parte de la clase trabajadora.
Por esta razón, es fundamental que en este 1° de Mayo, que cuenta con la reactivación de la movilización de varios sectores y la posibilidad de imponer una derrota histórica al golpismo en las calles, pero también con amenazas serias a nuestros derechos democráticos, tenemos que luchar por las banderas más específicas y generales de los trabajadores. Para superar el economicismo y contribuir a que la clase trabajadora en este 1° de Mayo lleve a cabo acciones a la altura del momento histórico, es necesario combinar la lucha por la prisión de Bolsonaro y de todos los golpistas con el apoyo a las reivindicaciones de los repartidores, contra la escala 6×1, así como la defensa y unificación de las reivindicaciones de todas las categorías en lucha.
Como ejes centrales, el 1° de Mayo estaremos en las calles por:
- ¡Todo el apoyo a las reivindicaciones y a la autoorganización de los repartidores!
- ¡Fin de la escala 6×1 y jornada laboral de 30 horas semanales sin reducción salarial para todos!
- ¡Prisión para Bolsonaro y todos los golpistas, fin de la amnistía de ayer y de hoy y expropiación de los financiadores del golpe!
- ¡Revocación del artículo 142 de la Constitución[4], fin de los tribunales y de la policía militar!
- ¡Fuera los ultrarreaccionarios gobiernos del estado y del municipio de São Paulo: Tarcísio y Nunes!
- ¡No a las contrarreformas, privatizaciones y ataques de Lula y de los demás gobiernos!
- ¡Basta de genocidio en Gaza, ruptura inmediata de las relaciones diplomáticas y económicas con Israel! ¡Por una Palestina libre, laica y socialista!
- ¡Fuera Rusia de Ucrania, sin ninguna anexión ni ataque a los derechos nacionales, fin de la OTAN y de todos los pactos militares!
- ¡Todo el apoyo a la lucha de los trabajadores y oprimidos de EE.UU. y de todo el mundo contra el bonapartismo y el colonialismo de extrema derecha de Donald Trump!
- ¡Defensa de todos los derechos de los trabajadores y oprimidos del mundo!
[1] En Brasil se denomina como Centrão a un conjunto de partidos “fisiológicos”, es decir, que no tienen un claro programa político y cuya actividad pasa por colocar sus votos en el Parlamento al servicio del gobierno de turno, a cambio de recursos estatales para su base electoral y prebendas personales. Anteriormente, fueron base del gobierno de Bolsonaro y hoy lo son de la administración de Lula (Nota de V.A.).
[2] Por necropolítica se entiende el uso del poder político y social para determinar quién puede vivir y quién debe morir. Es un término bastante empleado en Brasil para dar cuenta de la violencia estructural, principalmente por la marginalización histórica a que está sometida la población negra en las favelas, donde son blanco constante de las masacres que realiza la Policía Militar. Además, su uso se amplió durante el gobierno de Bolsonaro que, dado su negacionismo con relación a la pandemia, incrementó la muerte de fallecidos a causa del Covid-19 (Nota de V.A.).
[3] Este término fue acuñado por el politólogo Sérgio Abranches para explicar el funcionamiento del sistema político en la redemocratización abierta con la salida de la dictadura militar (1964-1985). Consistía en conformar un gobierno de coalición, donde el presidente de turno hacía acuerdos con los principales partidos de oposición para obtener mayoría parlamentaria y garantizar la gobernabilidad del país en alianza con el poder legislativo. Este sistema funcionó durante varias décadas, pero comenzó a degradarse a lo largo de los últimos años, cuando el Centrão obtuvo más poder en el legislativo y se debilitaron las potestades del poder ejecutivo (Nota de V.A.).
[4] El artículo 142 de la Constitución de Brasil establece que las Fuerzas Armadas “están destinadas a la defensa de la patria, la garantía de los poderes constitucionales y (…) del orden público». Esto es motivo de polémica, porque desde los militares y sectores defensores de la dictadura militar y del golpismo actual, sostienen que faculta la intervención del ejército en momentos de crisis política.