Después del 26 de junio

Bolivia: golpismo, crisis y pugna por el poder

Una vez más, un intento de golpe militar quiso pasar por encima de la frágil democracia boliviana.

El miércoles 26 de junio estuvo marcado por una intentona de golpe militar que duró unas tres horas. Fue fugaz y desató el repudio, activando la movilización popular en todos los rincones del país.

Las tanquetas irrumpen la plaza Murillo de La Paz, donde se encuentran los representantes del estado boliviano, a las 14:30. La escena era de militares armados preparados para un enfrentamiento contra la población que se levantó ante el intento del golpe y los militares sublevados. Entre ellos estaban los altos mandos de las tres fuerzas armadas de Bolivia, ejercito, marina y aviación. El presidente Luis Arce cambió inmediatamente a los tres jefes militares y éstos ordenaron a las tropas replegarse. A las 18 horas ya no quedaban restos golpistas en el centro político boliviano.

Quien dirigía la operación fue el exgeneral Juan José Zúñiga, que el día anterior había comenzado su operativo con declaraciones contra el expresidente Evo Morales, diciendo que “no puede ser más presidente de este país. Llegado el caso, no permitiré que se pisotee la Constitución, que desobedezca el mandato del pueblo”. Evo Morales está en plena campaña electoral para volver a ser presidente en el 2025.

Los reclamos golpistas no quedaban allí, pretendían imponer cambios en el gabinete de ministros y liberar a los presos de ultraderecha responsables del golpe del 2019, como Luis Camacho y Jeanine Añez. El zafarrancho de Zúñiga duraría poco, pero traería nuevos interrogantes a la situación política y el clima preelectoral se torna más tenso. Se vive un clima de incertezas.

Arce cambió a los comandantes. Este acto y la falta de apoyo de los demás cuarteles bastó para poner fin al intento de golpe. Hoy son más de 21 los golpistas aprehendidos y directamente enviados al penal de máxima seguridad Chonchocoro. Queda claro que las fuerzas armadas en Bolivia no tienen mucha margen de maniobra si las cosas salen mal. Esto es producto de los aires que todavía corren desde octubre del 2003, que les colocó límites directos con la rebelión popular que echó al neoliberalismo.

Esa fuerza popular que también se conquistó protagonismo en 2019 en la lucha contra el golpe contra Evo Morales. Después de que éste huyera, los sectores populares y campesinos enfrentaron a los militares. La represión dejó más de 30 muertos. Casi cinco años después, los actores del golpe o están presos o se han ido del país. La movilización popular se ha ido fortaleciendo. La COB (central obrera boliviana) y su llamado a huelga general por tiempo indefinido, con bloqueos de caminos desde el primer instante, también fueron claves para imponer que se dé prisión a los nuevos golpistas.

La pugna por el poder

Las masas populares y campesinas, junto con la central obrera, son protagonistas de la política boliviana desde los hechos de 2003, que terminaron por colocar por primera vez a un indígena en el poder, Evo Morales.

Luego, medidas como la nacionalización de los hidrocarburos en el 2009 fueron acompañadas de una coyuntura favorable a nivel económico. Bolivia vendía gas a Argentina y Brasil, y el gobierno podía así disponer de divisas para su política de asistencia social y subsidios a la gasolina y el diésel.

A fines del 2010, el gobierno intentó sacar esos subsidios con el llamado “el gasolinazo”. El país se incendió y, en pocos días de manifestaciones, Evo tuvo que dar marcha atrás. Quedaba claro que las masas que lo pusieron en el poder podían sacarlo. Hoy, Arce está sufriendo esta dinámica de las cosas, porque las cuentas no están cerrando y la crisis económica comienza sentirse en la población.

Arce tiene muchos inconvenientes si es que quiere lograr la reelección en 2025. En primer lugar, la división del MAS. Arce gano las elecciones en el 2020 con el apoyo de Evo, pero éste no le dio un cheque en blanco permanente. Las internas comenzaron a aparecer dentro de las filas del MAS. Y se hicieron evidentes en septiembre del 2023, cuando Morales si pronuncia como candidato a presidente en el 2025, desafiando abiertamente a Arce. El gobierno se dedica a la interna e intenta hacer lo imposible para impedir la candidatura de Morales mientras la crisis económica arrecia.

En el Poder Legislativo, el oficialismo perdió la mayoría con la división del MAS, y todo proyecto de la bancada que apoya al actual presidente es vetada por la ligada al evismo con el apoyo de sectores de derecha. Con quien te juntas no importa.

En el medio está la población, que siente los aumentos de los precios o la escases de diésel. El malestar nuevamente se hace presente.

Agitando las aguas, Evo dijo que si lo inhabilitan podría haber una convulsión social. En parte, el fallido golpe tenía la intención de saldar esta disputa. Es lo que Zúñiga declara el lunes 24 de junio en un medio de televisión. Al día siguiente es destituido de su cargo, para luego hacer el intento de golpe el miércoles 26.

Luis Arce sabe muy bien que no va a ser fácil sacarse de encima a Evo Morales, expresidente que lideró el país por casi de 14 años y que tuvo que salir del país por el golpe de Estado apoyado por Estados Unidos y varios otros países de la región. Desde el gobierno se acusa a Morales de provocar un escenario de crisis estructural, que le reste popularidad al actual presidente. Confrontando, Evo dice que “la verdadera conspiración contra el gobierno está en la incapacidad y la corrupción de sus funcionarios. El pueblo necesita confianza en sus autoridades y soluciones a sus problemas”.

Deterioro de la economía

En las últimas décadas, Bolivia vivió una inédita estabilidad económica, en parte por los precios internacionales del gas. Eso quedó en el pasado. Los gobiernos no invirtieron en infraestructura para mantener los suministros de gasolina y hoy los problemas comienzan a surgir nuevamente. Del “milagro económico boliviano” a la escasez de combustibles hubo un solo paso. No es solamente el diésel: su escasez ha desatado la escasez de dólares y el gobierno intenta restringir su circulación. En un país que vive de la importación de suministros, esto es un caldo de cultivo de conflictos que no se hicieron esperar. Hubo más de 200 días de bloqueos de caminos en 2023.

Las reservas del Banco Central pasaron de 15.122 millones de dólares a 1.796 millones en el 2024. O sea, se convirtieron en polvo… Como ya dijimos, Evo no pudo sacar los subsidios de los combustibles en el 2010. Esto es lo que demanda más divisas al país: 86 % del diésel es comprado y el 56% de la gasolina es importada.

La falta de una política de hidrocarburos a largo plazo y de inversiones aprovechando los años de viento a favor trajeron este terrible desajuste de las cuentas públicas. Ni Evo ni Arce cambiaron nunca las bases de la dependencia económica boliviana, de su atrasado capitalismo semicolonial. Hoy, la política entreguista de sostener un país productor de materias primas sin industrialización llevó a un callejón sin salida a los gobiernos que se decían “socialistas”, que se sumergen en una nueva crisis política, económica y social.

Así, Arce vive en su encrucijada. Y ahora, Evo Morales dobla la apuesta, diciendo que el 26 de junio fue un autogolpe fracasado, colocándose en el centro de la escena y culpando directamente al gobierno. Esto traerá nuevos capítulos de inestabilidad política. Evidentemente, la disputa por el poder no tiene límites. Se pueden vestir de indígenas, populares y hasta hablar de socialismo, pero sus métodos son los de la política capitalista tradicional. Hace falta una salida independiente obrera, campesina y popular.

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