
“(…) Mientras comenzaba a funcionar a pleno la ciudadela represiva, Videla avanzaba sin contradicciones para comandar también el ejército diurno y el gobierno en el que circulaban los oficios diplomáticos y donde ejercían su poder los ministros de facto, rodeados de una corte de políticos y empresarios adictos. (…)” (El dictador, María Seoane y Vicente Muleiro, página 236)
Son innumerables, como tan unánime fue el apoyo desde el mundo de la burguesía del país y sus socios extranjeros al arribo en Argentina del gobierno militar de Videla y Cía.
Pero algunos son íconos de esa representación burguesa en la complicidad con la represión porque fueron cabeza de empresas que nuclearon importantes conglomerados de trabajadores/as de las zonas industrializadas del país, como fueron el Gran Buenos Aires, Córdoba o el Gran Rosario. Y también de zonas del interior como Tucumán, Salta, Jujuy, donde se desarrollaron zonas de cultivo y posterior industrialización de esos productos agrícolas. Una de esas plantaciones privilegiada fue en su momento la caña de azúcar, emblema agitado como bandera patriótica por la exultante burguesía azucarera que se enriqueció con la explotación masiva de poblaciones nativas de todas las franjas etarias.
A esas regiones, también llegó la insurgencia y la rebelión obrera, juvenil y popular. Y los “patriotas”, sin soltar la bandera, se pusieron al frente de doblegarla, silenciarla, en algunos casos, intentar liquidarla por generaciones.
En eso pusieron tanto o más esmero que en desarrollar la producción de sus mercancías. Porque de eso dependían sus ganancias. Como buenos capitalistas, pusieron en manos de la dictadura genocida a lo más valioso, combativo y solidario de ese movimiento obrero que despuntaba y que empezaba a influir también a los pibes y pibas que crecían entre ellos y se nutrían de su experiencia.
El señor Carlos Blaquier obtuvo ese nefasto título. Y lo mantiene a sus 93 años. No es un título del pasado ni su responsabilidad en la represión “ya fue”. “No fue todavía” porque al señor todavía la Justicia, en sus múltiples vericuetos, no le rozó ni el hombro. Es una de las tantas deudas pendientes, pero que se puede y debe pagar.
Ingenio Ledesma: lucha, sangre, sudor y lágrimas
En la actualidad la firma Ledesma ha quintuplicado sus inversiones y su fortuna, pero para hacer honor a la verdad, en las década del 60, 70 su gran “chapa” era ser dueños del Ingenio Ledesma en Jujuy, con alrededor de 7.000 trabajadores. Competían con otras industrias azucareras en otros territorios del país, pero en esa provincia eran amos y señores. Tan amos y señores que en el departamento de Ledesma, perteneciente a la localidad Libertador General San Martín, construyeron un barrio cercano a la planta, que estaba rodeada por nuevos asentamientos de trabajadores/as que se habían trasladado hasta allí, y allí erigieron su “modesta” mansión, en el centro del mismo. Los/as trabajadores la llamaban la “Rosadita”.
Este nombre puesto por la aguda sabiduría popular tenía su correlato en otras “instituciones” creadas en las cercanías. Por decreto 2379 del año 1966 se instaló la “Sección Ledesma de Gendarmería Nacional” en un predio de la empresa. Creada supuestamente para controlar la seguridad en la frontera, como es su rol. De una frontera que estaba a 160 km de la que lindaba con Bolivia. Nos parece que la principal frontera que controlaban eran “la de clase”: patrones y obreros/as.
Esta simbiosis, si las hay, tan absoluta entre el poder empresarial y estatal en la zona, provocó que, cuando se consumó el golpe del 76, fuerzas armadas y empresariales actuaran con total facilidad como un solo bloque ya constituido, aceitado.
El general Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército, fue el máximo responsable de la cadena de mandos militar en la zona. Y el principal accionista y presidente en ese momento del ingenio Ledesma, el señor Carlos Pedro Blaquier y su administrador, Alberto Lemos, fueron los entregadores, partícipes activos de la represión en la zona que costó centenares de víctimas.
Como en todo el país, la represión contra el activismo comenzó antes del golpe, en los años 1974, 1975, año este último en que fue intervenido el sindicato que los agrupaba, SOEAIL (Sindicato Obreros y Empleados del Azúcar del Ingenio Ledesma), y encarcelados sus principales referentes.
Después del golpe, la represión arrasó violentamente. Blaquier y Lemos están procesados por la privación ilegal de la libertad de 29 personas. Pero tanto el 24 de Marzo de 1976 como las noches comprendidas entre el 20 y el 27 de julio del mismo año, tristemente conocidas como las “Noches del apagón” fueron secuestradas unas 400 personas en las tres localidades pegadas al ingenio. Entre ellos, desde ya, los principales activistas sindicales y de la obra social de los/as trabajadores/as. En todos los operativos participaron vehículos de la empresa Ledesma, según declararon todos los familiares y testigos ante los organismos de derechos humanos y los medios de prensa que lo pudieron hacer.
Nunca mejor expresada la acción desarrollada como “operación conjunta”. Conjunta no sólo de las fuerzas represivas con uniforme, sino con la participación activa de las cúpulas de las patronales que clamaban por liquidar las conquistas, los avances, la organización independiente, clasista y combativa de los y las de abajo.
Una causa dormida por años que se reactiva
En 2009 se inició el expediente y se activó en noviembre del 2011, con el pedido de un fiscal de Jujuy de indagar a los dos máximos directivos del Ingenio Ledesma. A partir de ahí se inició la ronda de la Justicia que sigue rodando por los escritorios de todas las jerarquías “supremas” y de otras no tanto.
En 2015 la Cámara de Casación Penal declaró la falta de mérito en la causa. La Secretaría de Derechos Humanos apeló la decisión ante la Corte… y algo tuvieron que decir… Seis años después. Se tomaron su tiempo para no equivocarse en un caso tan delicado. Según denuncias de organismos de derechos humanos, hay 55 sentencias haciendo fila para su revisión. Pareciera que Blaquier y Lemos salieron en el sorteo de este mes. Agarremos el guante para que no se vuelva a interrumpir el proceso.
Los empresarios capitalistas no sólo exprimen nuestros bolsillos y lucran con nuestra salud e intentan avanzar sobre nuestros derechos. También están en la vereda (y pegados) de los que nos reprimen en la Plaza de Mayo, en el Puente Pueyrredón o en cualquier espacio donde nos plantamos para hacer oír nuestros reclamos. Las fuerzas represivas son sus instituciones, aunque las pinten de otros colores.
En nombre de los centenares de represaliados trabajadores, mujeres y jóvenes de la población del Ingenio Ledesma y aledaños, nos sumamos al reclamo de que se agilice el trámite del juicio para que estos señores empresarios, más que cómplices, partícipes de la represión clandestina, paguen con la cárcel común y efectiva los secuestros y crímenes cometidos.