Luego de la consumación del fracaso en Afganistán, el Presidente Joe Biden intenta dar una vuelta de página y enfocar la agenda en el ámbito doméstico.
Se trata de una iniciativa de expansión del gasto a niveles históricos bajo la forma de dos paquetes de medidas que próximamente serán enviados al Congreso. Se trata de un colosal plan de obras públicas, por un lado, y un paquete de ampliación de políticas sociales y programas de seguridad social, por el otro.
En total, ambas iniciativas representarían un gasto total de casi 5 billones de dólares, por lo que representan uno de los planes fiscales más grandes de la historia de Estados Unidos. Con estos planes, Biden se juega nada más ni nada menos que aquello por lo que quisiera ser recordado en su paso por la Casa Blanca. Es decir, además de por ser la cara del fracaso en Afganistán.
Pero, por supuesto, los obstáculos para que ambos paquetes se concreten son muchos: primero, la feroz oposición de los Republicanos al aumento del gasto público. Segundo, las internas al interior del Partido Demócrata. Tercero, como consecuencia de todo lo anterior, el hecho de que en toda esta «rosca» también entró a jugar la necesidad de aprobación de la ampliación del techo de la deuda y el financiamiento para el gobierno federal, que debe resolverse las próximas semanas y que de no concretarse podría derivar en un «cierre» del gobierno.
«Reconstruir Mejor»
Los dos paquetes representan desafíos políticos muy grandes la administración Biden. En primer lugar, el plan de obras públicas cuenta con apoyo bipartidario. Esto se explica porque se trata de una iniciativa más estratégica en la que todo el establishment está de acuerdo: renovar la alicaída infraestructura de la principal potencia mundial para estar en mejores condiciones de dar la batalla político-comercial contra China en el mediano y largo plazo.
Este paquete de medidas (que incluye la construcción y remodelación de puentes, carreteras, aeropuertos, etc.) tiene el objetivo primario de aumentar la competitividad de la economía estadounidense. Así como también debería redundar en la creación de gran cantidad de puestos de trabajo que demandaran la realización de dichas obras.
Los Republicanos han manifestado su apoyo al plan, pero el principal problema reside en que, en una jugada política riesgosa, los dirigentes Demócratas del Congreso impulsan ambos paquetes como uno solo, es decir, presentaran de manera unificada el plan de infraestructuras con el de seguridad social, para intentar garantizar la aprobación de ambos.
Esto es mucho más difícil de lograr para Biden, no sólo por los Republicanos, sino también por el ala «moderada» de los Demócratas. El otro paquete se trata de un plan que contempla muchas de las medidas que impulsa el sector «progresista» liderados por referentes como Ocasio-Cortez o Sanders.
En efecto, el plan que el gobierno dio en llamar «Reconstruir Mejor» consiste en una serie de políticas sociales y reformas tributarias que pretende expandir la cobertura de asistencia social en favor de la clase media. El plan supone mayor gasto en educación preescolar y universitaria. También prevé aumentar la cobertura del programa Medicare y un crédito fiscal para las parejas con hijos (algo así como una especie de Asignación Universal por Hijo de Argentina, en forma de crédito). Además, el plan destina presupuesto para políticas destinadas a combatir el cambio climático.
El paquete Reconstruir Mejor representa un gasto de nada menos que 3,2 billones de dólares. Desde ya, los Republicanos han salido a vociferar contra «la fiesta de gasto socialista» que propone Biden. Con la no muy brillante locuacidad que los caracteriza, denuncian que el gobierno utiliza el plan de infraestructura como Caballo de Troya para llevar al país poco menos que al «comunismo».
Esta oposición tajante por parte de los Republicanos no sería tanto un problema si no presentaría también lazos comunicantes con la posición de amplios sectores del propio Partido Demócrata (los «moderados»). Son a estos principalmente a los que el entorno de Biden, con Nancy Pelosi a la cabeza, buscan convencer.
Este importante bloque del establishment Demócrata (que huyen como de la peste ante cualquier acusación de «socialismo») es reacio a estas políticas que aparecen como demasiado «izquierdistas» para la idiosincrasia política norteamericana. Más allá de que se trata en todos los casos de medidas extremadamente limitadas en comparación con la situación de otros países desarrollados (por ejemplo, en lo concerniente a la gratuidad de la salud pública).
Pelosi, que es la Presidente de la Cámara Baja y la encargada de juntar los votos para la aprobación de los proyectos, ya ha dejado entrever que será necesario no sólo desacoplar el plan de infraestructuras del de asistencia social, sino también que este último seguramente tenga que sufrir recortes para que haya posibilidades reales de ser aprobado por el Congreso. El programa «socialista» de Sanders no parece que vaya a llegar muy lejos.
El Shutdown que no fue
Aun con todas estas resistencias, Biden ha hecho una gran apuesta con estos planes. Luego de la caótica y humillante retirada de Afganistán, su popularidad se ha venido a pique. Con estas medidas intenta retomar la ofensiva política, y su éxito o fracaso puede llegar a determinar el curso futuro de su gobierno.
Para empeorar más las cosas, el debate sobre la posibilidad y el alcance de estos planes coincide con la necesidad que tiene el gobierno Federal de que el Congreso amplíe el techo de la deuda así como legislar el financiamiento del Tesoro al Gobierno Federal.
Cuando esta negociación estaba en curso, el gobierno corrió el riesgo de caer un «Cierre» o «Shutdown« de la administración federal como sucedió en numerosas ocasiones.
Sucede que los Republicanos amenazaron con no aprobar la ampliación del techo de la deuda, necesaria para que Estados Unidos pueda afrontar sus pagos así como para que se financie el gobierno federal. La Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, aseguró en el Congreso que los fondos restantes en la administración Federal alcanzan sólo hasta el 18 de octubre. El gobierno logró acordar una prórroga del presupuesto en curso pero no todavía una ampliación de la posibilidad de endeudarse.
La no ampliación del techo de la deuda sería mucho más grave que el «cierre». De no aprobarse podría hacer que Estados Unidos entre en cesación de pagos con sus acreedores, que desataría una crisis financiera sin precedentes.
No obstante, la amenaza de los Republicanos de forzar una negativa a dicha ampliación es más una recurso para negociar políticamente que una posibilidad real. Claramente, nadie del establishment político y económico norteamericano (ni Republicano ni Demócrata) quisiera llegar a ese límite.
Claro que esos consenso básicos de todo el sistema político imperialista no resuelve la necesidad que tiene Biden de relanzar su gestión con una agenda política propia. En los vaivenes de esa negociación, el «histórico paquete de medidas sociales» seguramente termine siendo mucho menos de lo que es. Estas contradicciones tensan la cuerda, pero está claro que por su integración total al sistema político no serán los «progresistas» Demócratas los que la corten. Mucho menos ‘Sleepy Joe’.