Historia del movimiento revolucionario

Apuntes sobre la oposición bolchevique-leninista en la URSS

En ocasión del cien aniversario del nacimiento de la Oposición de Izquierda (1923/4).

“Yo no me siento ‘fatigado’, pero estoy consciente de que nos debemos armar de paciencia por un largo tiempo, todo un período histórico. No es cuestión hoy de luchar por el poder, sino de preparar los instrumentos ideológicos y la organización para luchar por el poder en vista de un nuevo ascenso de la revolución. Cuándo dicho ascenso vendrá, yo no lo sé.”

Trotsky en declaraciones a Kamenev, Broué: 2003: 76 [3]

En virtud de las condiciones políticas internacionales [1] que estamos viviendo de re-apertura de la época de crisis, guerras, revoluciones, reacción y barbarie, nos surgió la idea de publicar editada esta charla de años atrás [2](en verdad, se trata de una serie de apuntes y no un texto sistemático) para pasar elementos de balance y enseñanzas que son de actualidad para las revoluciones socialistas que están en el porvenir.

De paso, claro está, estos apuntes se colocan en el marco de la publicación electrónica –y próximamente en papel, en varios idiomas– de nuestro primer tomo El marxismo y la transición socialista. Estado, poder y burocracia.[4]

1- Una de las batallas más heroicas del siglo XX

Nos vamos a dedicar en este texto tanto a la experiencia de Trotsky como de las compañeras y compañeros mayormente jóvenes que lo acompañaron en su lucha y que fueron integrantes de lo que se dio en llamar en Rusia los “bolcheviques leninistas”.[5] A los integrantes de la Oposición de Izquierda, a la compañera de Trotsky, Natalia Sedova, al resto de su familia, sus hijos asesinados (de los dos hijos varones de Trotsky, sólo León Sedov fue militante; el otro hijo era un matemático a-político que de cualquier manera el estalinismo hizo desaparecer durante las purgas), como de todas las compañeras y compañeros de la juventud bolchevique-leninista que luchó en los campos de concentración de la ex URSS contra el estalinismo y contra el capitalismo.[6]

La lucha de clases es así, tiene momentos de alegría y momentos difíciles, pero de todo hay que sacar enseñanzas y lecciones para el porvenir.[7] Por eso este texto tiene ese carácter de homenaje a todos aquellos jóvenes y jóvenas bolcheviques leninistas y también a los obreros y obreras, campesinos y campesinas, que protagonizaron primero la revolución y luego enfrentaron su burocratización: la contrarrevolución política y social estalinista.[8]

Quiero arrancar señalando cuatro cuestiones que me resultan importantes sobre la Oposición izquierdista. El Siglo XX está caracterizado por las experiencias revolucionarias y contrarrevolucionarias más grandes de la historia de la humanidad hasta nuestros días. Está cargado de lecciones estratégicas. Un conocido historiador británico neoestalinista, Eric Hobsbawm (se lo ve en todas las facultades de ciencias sociales), llamó a este siglo, correctamente, “el siglo de los extremos”. Y esto fue exactamente así porque el siglo pasado fue el siglo donde se rompió el marco de la legalidad y donde revolución y contrarrevolución burguesa y burocrática se enfrentaron cara a cara.[9]

Trotsky y la Oposición de Izquierda tuvieron un lugar paradojal en esta historia porque les tocó resumir dos grandes tareas. Por un lado, transmitir a las generaciones futuras la experiencia de la Revolución Rusa, las lecciones de la primera experiencia histórica donde la clase obrera empezó a emanciparse, se hizo del poder destruyendo el Estado burgués y comenzando a erigir un semi-Estado proletario, empezó a adquirir una experiencia de mando y de dominio, empezó a responder aquel interrogante de Marx acerca de cómo aquellos que no son nada pueden aspirar a serlo todo, empezó a abrir la perspectiva que había fundado Marx de luchar de manera histórica, fáctica, concreta, por acabar con todas las relaciones de explotación y de opresión heredadas del capitalismo.

La Revolución Rusa, como toda revolución socialista, buscaba emancipar a todos los explotados y oprimidos, no imponer una nueva forma de explotación y opresión. Pero se encontró con un fenómeno inédito, inesperado, que fue la burocratización de la revolución. Lenin y Trotsky tuvieron que lidiar con esos acontecimientos históricos originales porque la revolución misma no es tan clara cuando uno la protagoniza: coloca desafíos, interrogantes. La Revolución Francesa fue igual en ese sentido, incluso sus vericuetos fueron más intrincados aún que los de la Revolución Rusa, aunque lo contrario ocurrió con la contrarrevolución estalinista, mucho más “retorcida” que los regímenes restauracionistas del viejo orden político que se vivieron en Francia en el siglo XIX y que dieron lugar a las revoluciones de 1830, 1848 y la Comuna de París en 1871, que amenazó ya con desbordar los marcos burgueses.[10]

Al ser la revolución un fenómeno en desarrollo, hay que saber ubicarse, orientarse en medio de ella, e imagínense la dificultad de orientarse en la contrarrevolución. Según el gran historiador Arno Mayer, en su obra Las Furias, la contrarrevolución es más retorcida y empírica aún que la revolución (está claro que, en nuestra concepción, la revolución socialista tiene menos elementos empíricos y más elementos conscientes que cualquier otra revolución histórica).

Orientarse en la revolución significaba, en el caso de la Revolución Rusa, entender que el ámbito de su desarrollo no eran las instituciones del Estado burgués sino las instituciones de poder dual creadas por los explotados y oprimidos: los soviets y demás formas de doble poder. Y comprender que la Revolución Rusa se estaba “pudriendo desde adentro”, que el propio Estado obrero empezaba a deformarse burocráticamente y a cambiar de naturaleza, no era algo sencillo. Tan complejo resultó, que hasta hoy el debate sobre el carácter y los alcances de dicha degeneración burocrática siguen abiertos e incluso están retornando. Nuestra obra El marxismo y la transición socialista es un intento de reabrir dicho debate que no se ha retomado en las últimas décadas. En aquellos acontecimientos, los de la revolución y la contrarrevolución burocrática, se estaba escribiendo la historia de manera original (la política y la lucha de clases como “historia en acto”, Gramsci). Y en ese caso los “guiones” no son tan fáciles, la “hoja de ruta” no es tan clara. Por eso los debates, la lucha de tendencias, porque en la revolución socialista no existe una “guía predeterminada” (obviamente existen lecciones de la experiencia anterior resumidas en nuestra teoría, programa y estrategia para la revolución auténticamente socialista).

Trotsky se vio en la tarea de transmitir las enseñanzas de todo este proceso, de formular la teoría de la revolución permanente, de escribir la Historia de la Revolución Rusa, de dar cuenta de la mecánica de la revolución cuando la que está llamada a encabezar la transformación de la revolución democrática en socialista es la clase obrera, a escala nacional e internacional. Y también se vio obligado –Trotsky y la Oposición de Izquierda– a medirse con la burocratización.

La burocratización nace por dos fenómenos centrales. En primer lugar, por el aislamiento de la revolución; al no poder extenderse internacionalmente, el gasto de llevar adelante las tareas revolucionarias junto a la guerra civil y luego de los destrozos de la Primera Guerra Mundial, fue una camisa de fuerza donde la lucha por la supervivencia, la competencia de todos contra todos, volvió a emerger. Pero junto con eso, ocurrió que la clase obrera se retrajo por el desgaste de la propia revolución y la guerra civil. Lo que había sido un impulso hacia adelante, el “rollo histórico” que iba para el lado de la emancipación de la clase obrera, empezó a tomar un rumbo insospechado (Lewin), y apareció la burocracia como sustituto de los trabajadores.

Por eso Trotsky y la Oposición de Izquierda tuvieron la tarea histórica de combinar dos batallas: la batalla contra el capitalismo, y la batalla contra el fenómeno inédito de la burocratización de la revolución (por eso el trotskismo es el marxismo revolucionario de nuestra contemporaneidad; porque abordó ambas tareas históricas, cualesquiera sean sus límites y necesidades de actualización). En ese papel, Trotsky y el trotskismo fueron imprescindibles y su legado imperecedero a pesar de las desviaciones y malentendidos de sus diversas tendencias. Si Marx y Engels dedicaron todo su esfuerzo a poner los fundamentos de nuestra empresa revolucionaria socialista, y si Lenin, aunque atisbó a la burocracia, tuvo como tarea conducir a la toma del poder por la clase trabajadora, a Trotsky le tocó hacerse cargo de la contrarrevolución estalinista.[11] Además de sistematizar las enseñanzas de la revolución, que fueron inmensas (su Historia de la Revolución Rusa es su principal obra a este respecto),[12] también tuvo que dar cuenta de la burocratización de la revolución.

Entonces, la ubicación de Trotsky y el trotskismo (a nosotros nos gusta más la notación más genérica de socialismo revolucionario que, en definitiva, es el trotskismo en nuestros días, aunque cruzado por todos los elementos de crisis, falta de balance estratégico y aspectos inerciales), fue –es– una batalla en dos frentes: contra el capitalismo y la burocracia estalinista, a la que deberíamos agregar a todo tipo de burocracias y nacionalismos burgueses, corrientes pequeñoburguesas populistas, autonomistas, etc. De la síntesis de esas dos batallas es que se funda la Cuarta Internacional en 1938.[13]

Ese proceso histórico continuó, pero en 1989-91 el estalinismo se derrumbó; cayeron los Estados que nosotros consideramos burocráticos (al menos, no capitalistas). El derrumbe final del estalinismo produjo efectos contradictorios. Por un lado, fue restaurado el capitalismo en Estados donde –aunque no fueran para nosotros Estados obreros– subsistían algunas conquistas de la revolución, imponiéndose un capitalismo neoliberal feroz; es decir, se operó en cierta forma una regresión histórica en materia de las fuerzas productivas –aunque no sea éste el caso de la actual China capitalista, transformada en la segunda potencia mundial–.

Pero por otro lado, lo que es muy importante desde el punto de vista estratégico y se va a empezar a ver prontamente en esta nueva etapa de polarización extrema del siglo XXI, se desbloqueó históricamente la perspectiva socialista.[14] Esto en el sentido de que se empezó a destruir la identificación entre estalinismo y socialismo, la idea de que el socialismo es algo hecho por burócratas desde arriba en sustitución de la clase obrera. Esa destrucción recién comienza y no deja de tener dificultades, porque las corrientes estalinistas emergen nuevamente en la vanguardia, como es el caso de Brasil. De cualquier manera, la caída del estalinismo abrió la posibilidad de empezar a luchar de nuevo, como es nuestra tradición socialista revolucionaria, por la idea de que la revolución socialista y el socialismo son una obra de las propias masas trabajadoras, una obra de su auto-emancipación[15]. Es la idea marxista de que la emancipación de las y los trabajadores solo puede ser obra de los trabajadores mismos por intermedio de sus partidos, programas y organismos propios. La idea de que no hay aparato burocrático, figura bonapartista, comandante o secretario general, ningún factor externo que pueda sustituir a la propia clase, sus organismos y partidos (imprescindibles estos últimos como también ha demostrado palmariamente la experiencia histórica).

En el Siglo XX se sustituyó una cosa por otra (metonimia) incluso en la teorización de los revolucionarios.[16] Se perdió de vista la idea de que la revolución y la transición socialista solo pueden ser una obra consciente y democrática de las propias masas con su protagonismo histórico, la elevación de la clase obrera que hace la historia de manera consciente por intermedio de sus partidos, sus organismos y sus luchas políticas. Y que no hay “ley económica”, forma de propiedad ni nada que pueda sustituir esa acción histórica de auto-emancipación de la clase trabajadora. (La idea de partido de vanguardia y de auto-emancipación están “sintetizadas químicamente” en Lenin, que supo fusionar dialécticamente el elemento auto-emancipatorio y el elemento jacobino).[17]

El Siglo XX se enredó muchísimo, porque se tendió a confundir revolución y contrarrevolución, se tendió a darles carácter “obrero” a sucedáneos que no eran la acción de la clase trabajadora, de los explotados y oprimidos. La historia de esta discusión que estamos tratando de desarrollar es la historia de esta sustitución, el desarrollo de una teoría de la revolución y de la transición socialista sin el protagonismo de la clase obrera. La paradoja es que en la segunda posguerra todo el trotskismo tradicional tuvo esta recaída objetivista hasta el momento no corregida de manera consecuente, mientras que las corrientes que consideraban a la URSS un “capitalismo de Estado” o un “colectivismo burocrático”, además de demostrarse a-históricas, tuvieron una recaída subjetivista.[18]

La revolución y la transición socialista se verifican de manera que, progresivamente, la clase trabajadora y las masas explotadas y oprimidas avanzan en sus condiciones de vida, en su emancipación, en sus derechos, y en tomar en sus manos todos los asuntos de la sociedad. Esto de que la clase obrera tienda a tomar en sus manos todos los asuntos políticos y sociales, es la idea central de nuestra perspectiva estratégica y de las enseñanzas del Siglo XX; y es la idea central que rige axiomáticamente al marxismo revolucionario, es la teoría política del marxismo revolucionario, la teoría política de Marx. Si la clase obrera con sus partidos revolucionarios y organismos es sustituida, si se liquida la democracia de los trabajadores, si otros toman en sus manos las tareas de la revolución y la transición, la perspectiva no es la emancipación de los trabajadores; las cosas van para otro lado. Broué se refiere a varias obras de los oposicionistas de finales de los años 20 en relación a la emergencia del estalinismo, pero destaca sobre todo el corto texto de Rakovsky “Los peligros profesionales del poder” (1927), considerándolo como uno de los “textos capitales de este período, uno de los primeros análisis serios del fenómeno de degeneración de la revolución, es decir, de la emergencia del estalinismo” (2003: 122).[19]

El trotskismo se caracterizó por luchar por la revolución internacional, por sacar a la revolución de los estrechos marcos nacionales, y contra la burocratización de la revolución. La caída del estalinismo y la apertura de este Siglo XXI nos permiten recuperar estas enseñanzas y estas perspectivas para el proceso que viene, renovándolas a la luz del balance histórico del siglo pasado. Balance histórico al que tomamos al modo de Rosa Luxemburgo: como una experiencia inevitablemente de prueba y error.

Pero si la experiencia es, inevitablemente, prueba y error, entonces hay que sacar las conclusiones de los aciertos y de los errores. Enseñanza elemental que no todas las corrientes revolucionarias en este siglo están siguiendo, mientras que repiten como loros fórmulas muertas que mal se aplican a la experiencia vívida (vivida, vívida y viva).

Por otra parte, para terminar este primer punto debemos señalar dos o tres cuestiones: una, que la Oposición de Izquierda constituía el grueso de la oposición, pero había otras tendencias de importancia como los decistas (grupo derivado de la primera oposición de izquierda en el partido bolchevique, el grupo Centralismo Democrático), así como otras corrientes más bien ultraizquierdistas donde formaron fila personajes como Ante Ciliga, un joven dirigente del ala izquierda del Partido Comunista yugoeslavo que estuvo varios años preso en el gulag y después de liberado giró a la derecha, incluso a simpatías con las corrientes fascistas croatas.[20]

Broué señala como dirigentes históricos de la oposición antiestalinista a Trotsky y Cristian Rakovsky, a quien le hace un sentido homenaje contra todas las calumnias que cayeron sobre él por su capitulación –supuesta o real, un tema que está en discusión–, pero también a T.V. Sapronov, dirigente de los decistas que sostiene la posición de que Rusia se había transformado en capitalismo de Estado a partir de 1927 y una orientación en gran medida ultraizquierdista; a Smirnov, anteriormente llamado “la conciencia del partido”, que fue y vino, capituló y después se autocriticó de su capitulación (siguió un camino más sinuoso que acá no podemos desarrollar, ver Comunistas contra Stalin). “El 16 de noviembre de 1927, A.A. Joffe, amigo de Trotsky y viejo revolucionario, se metió una bala en la cabeza porque le rechazaron la autorización para hacerse curar de su enfermedad en Occidente; su muerte voluntaria fue su último gesto de protesta política. Su entierro, el 19 de noviembre, fue probablemente la última manifestación pública legal donde se encontraron, codo a codo, los oppositsionneri que tenían en su dirección no solamente a Trotsky, Rakovsky y Smirnov, sino también a otro jefe histórico que está bien colocado en su lugar al lado de ellos, el líder de los decistas T.V. Sapronov” (Broué: 2003: 106).

2- El proceso de burocratización

Muy tempranamente en el proceso de la Revolución Rusa empezaron a manifestarse las dificultades para la progresión de la revolución. A partir de los años 20, 21, 22, la revolución empezó a quedar aislada, separada del curso internacional. En el 23 fue derrotada la Revolución Alemana. Y en Rusia, producto del desgaste producido por la misma revolución y la guerra civil de los años 18 al 20-21 (sin olvidarnos de las anteriores destrucciones de la Primera Guerra Mundial), empezó a haber una retracción de las masas en la acción política, un proceso de vaciamiento de los soviets y de la participación.

La revolución es bulliciosa, expresa la amplia participación de las masas, y sin ese ingreso de las amplias masas en la vida política, todo queda en el aire, sin potencialidad. Cuando las masas se retiran de la plaza, cuando la plaza queda vacía, cuando se apaga el bullicio, se empieza a encaramar una burocracia que comienza a sustituir la acción de las masas explotadas y oprimidas. El año 1923 es un año bisagra en esos desarrollos. En enero del 24 muere Lenin a causa de dos ataques cerebrales. En octubre del 23 surge la primera declaración antiburocrática, que se llamó “Declaración de los 46”. Es un sector de la dirección del partido bolchevique que empieza a cuestionar dos aspectos: las dificultades en el ritmo de la construcción socialista y de la industrialización del país, y sobre todo el vaciamiento de la democracia de los soviets y el partido.

Este vaciamiento, sobre todo el de los soviets además de las primeras restricciones a la democracia partidaria, había comenzado a ocurrir un poco antes, a partir de las dificultades de la guerra civil, a partir de la sustitución –por necesidades propias de la guerra– de las discusiones democráticas por órdenes desde arriba. Incluso existieron errores de los propios revolucionarios: en el X Congreso del partido bolchevique, por las dificultades del final de la guerra civil Lenin plantea suspender de manera provisoria las tendencias y fracciones mediante una resolución secreta (algo provisorio que el estalinismo transformó en permanente).

El problema es que, al ir sustituyéndose la acción de la clase trabajadora, al quedar aislada la revolución, al bajar la marea revolucionaria, se fue formando un cuerpo de dirigentes y responsables en los puestos de comando que fue de alguna manera reemplazando a la clase obrera.

Aquí hay una cuestión muy importante. Es difícil que la clase trabajadora, que es una clase explotada y oprimida, que no tiene tradición de mando y dominio, logre asumir las tareas de la dirección. Además, al ser una clase social multitudinaria, requiere que la dirección sea colectiva, la asunción colectiva de las tareas. Y para que la conducción sea colectiva requiere ámbitos de participación, de democracia socialista. Lógicamente que en todo esto el partido revolucionario tiene una tarea esencial porque es el segmento más avanzado de la revolución y, al mismo tiempo, tiene que conectar con la vanguardia de masas y las masas para poder llevar la revolución a buen puerto.

El proceso de aislamiento de la revolución fue debilitando esas dos instancias, inhibiendo la maduración de la clase obrera, una clase sin la tradición de mando que tenía la burguesía cuando la revolución burguesa y que además tenía un nivel de vida alto. La clase obrera no puede ejercer su dominación si no es colectivamente; como dirían los compañeros obreros, sin asamblea. Y tampoco sin tendencias y partidos políticos de la clase en disputa: la disputa política es lo que hace a la cosa democrática, porque la síntesis y las conclusiones surgen del “choque de ideas” en los diversos ámbitos de poder dual, de poder, de frente único, en las asambleas o donde sea.

La Revolución del 17 fue un proceso de ascenso de la democracia obrera, de acción colectiva revolucionaria y de debate colectivo y politización, de sangre derramada por una causa justa; un aprendizaje de la clase obrera (vanguardia y masas) de tomar en sus manos el conjunto de las tareas de la revolución. La contrarrevolución fue la inhibición de esa dinámica, la inhibición del aprendizaje de la clase obrera de hacerse clase dominante, de elevarse a clase histórica.[21] Y la inhibición de una experiencia que, con sus corrientes políticas, sus organismos y sus partidos, es colectiva inevitablemente. La revolución es el evento político por antonomasia y tiene una mecánica de partido, vanguardia y masas que hemos tratado en otros textos. La transición socialista es un proceso aún más complejo donde esta mecánica también se expresa, pero lo colectivo de la tarea requiere, si se quiere, más involucramiento consciente de las masas que la revolución misma.[22]

Si la revolución socialista es un acontecimiento de la vanguardia, la vanguardia de masas y de las masas (la triada marcada por Trotsky de revolución, insurrección y conspiración, ver “Trotsky, la Historia de la Revolución Rusa y la escuela de Lenin”, izquierdaweb), la transición, que es la transformación de la sociedad, la auténtica revolución social, debe ser más colectiva aún. Cuando se sustituye a esa clase que no tiene experiencia acumulada, que la debe adquirir en el camino, en la experiencia (la forma de aprendizaje de las grandes masas, que no pueden ir a la universidad)[23] y, al mismo tiempo, se inhibe su democracia, su acción colectiva, empieza a emerger un fenómeno de otro tipo.

Esto hace a la característica específica de la revolución y la transición socialista, que tiene este rasgo distintivo: es una experiencia histórica original. Es una revolución de las mayorías, que vienen de clases explotadas que no tienen la tradición ni la cultura de dominio –aunque se trate de un dominio transitorio para acabar con todas las relaciones de explotación y opresión–, y que requieren de instancias colectivas, porque si no, no puede dirigir ni resolver.

Son elementos importantes de la tradición del trotskismo y del marxismo revolucionario, y elementos importantes de nuestra corriente. Podemos rescatarlos en Marx y Engels, Lenin, Trotsky, Rosa, Gramsci; pero una cosa son las formulaciones teóricas y otra la experiencia histórico-concreta de la revolución, esta especificidad histórica de la revolución socialista.

El proceso de burocratización de la revolución –así como el proceso de las revoluciones de la segunda posguerra, que fueron anticapitalistas pero no socialistas– fue el proceso de vaciamiento de estas dos determinaciones: el corte del proceso de aprendizaje de la clase obrera para dirigir la sociedad, y el corte de la capacidad de ejercer este dominio de forma cada vez más colectiva, cada vez más democrática. En 1929 comenzó a concretarse la ruptura en la Oposición de Izquierda entre el sector que capituló a Stalin, encabezado por Preobrajensky, y el que se mantuvo de forma principista en la oposición (Trotsky y Rakovsky). Veremos esto más adelante, pero queremos adelantar una reflexión del propio Rakovsky al respecto de lo que venimos señalando: “Rakovsky les confió a sus amigos que la imaginación de economista de Preobrajensky [su esquematismo economicista, R.S.] lo llevó a olvidar la política. Sosnovsky, especialista en cuestiones agrarias, no veía en el nuevo curso [estalinista] más que medidas circunstanciales, seguramente no un giro realmente a izquierda que, si existiera, debería transformarse en términos de política y organización: ‘Es necesario observar que es lo que pasa en las alturas, pero ciertamente más lo que ocurre entre las masas’” (Broué: 2003: 149).[24]

Eso se combinó con un proceso material. La crítica del trotskismo al “socialismo en un solo país” (“teoría” inventada por Stalin a finales de 1924 expresamente dirigida contra Trotsky)[25] tiene que ver con que socava la base material para que la clase trabajadora tenga tiempo para hacer política: para ejercer dominio hay que tener garantizada la vida material.[26] La revolución mundial entra de mil maneras en el proceso, pero sobre todo de esta manera: garantizando un nivel de vida que permita a la clase ejercer su dominación, además de su confianza política en las perspectivas de la revolución misma. Cuanto más atrasado es un país, menos condiciones materiales hay y más difícil es actuar políticamente de manera colectiva. Y si encima se agrega la represión estalinista, ni hablar.

Estas condiciones fueron potenciadas y puestas como posibilidad por la Revolución Rusa, y luego empezaron a dificultarse. Se puede hablar muy abstractamente de la revolución y la transición socialista sin entender de qué se trata. Para entender su significado original como hecho histórico, hay que hablar de este protagonismo histórico de la clase trabajadora, que es fácil de decir y difícil de llevar adelante.

El protagonismo histórico de la clase trabajadora se perdió en la bisagra entre los años 20 y 30, y fue sustituido por una capa burocrática (una “clase-política”). El debate que hay es hasta dónde llegó esa sustitución y qué consecuencias económicas, sociales y políticas tuvo. Octubre del 23 es la bisagra entre la tendencia al ejercicio colectivo del poder y las derrotas y dificultades en el resto de Europa. Lenin y Trotsky estuvieron “para el cachetazo” entre el 21 y el 22, pero luego se recuperaron y en octubre del 23, 46 dirigentes del Partido Comunista presentaron la “Plataforma de los 46” (que Trotsky no firmó por sus altos cargos en la máxima dirección del partido bolchevique, el buró político, pero que defendió en dos artículos en diciembre del mismo año que dieron base a su obra Nuevo curso).[27]

Esta plataforma tiene dos ejes (ya señalamos esto más arriba, pero es habitual que en las filas del trotskismo tradicional sintomáticamente se olvide): uno económico, reindustrializar el país destruido por la guerra civil para crear una nueva base material para el país y la clase obrera. Obviamente, sin suficiente clase obrera no hay poder obrero ni transición socialista. El problema es que eso no opera automáticamente como creyeron los capituladores en 1929.[28] Los 46 también se alzan contra el inicio del proceso de burocratización, reclamando democracia partidaria y soviética (paradójicamente es el propio Preobrajensky el que encabeza esta carta en 1923; cinco años después capitularía girando a la derecha); dicen que la falta de democracia no sólo sustituye a la clase trabajadora en la tendencia al ejercicio del poder, sino que sustituye incluso al partido: el aparato sustituye al partido.[29]

En esa fecha empieza una batalla durísima contra las traiciones del estalinismo en el exterior y contra la sustitución de la clase obrera en el poder. Esta batalla, con sus avatares, duró entre finales de 1923 y finales de 1927, cuando la Oposición es derrotada dentro del partido. Luego continuó fuera de él hasta que todos los bolcheviques-leninistas y demás oposicionistas fueron asesinados en las Grandes Purgas y, sobre todo, en el fusilamiento de trotskistas en Vorkouta a lo largo de sesiones de varios meses en 1938 (Broué).[30]

Esa batalla tuvo varios avatares; costó empezarla y costó librarla, costó entenderla, porque el fenómeno era original y porque el impulso de la revolución había sido fenomenal y “de repente” había desaparecido y dominaba abrumadoramente la retracción entre las y los trabajadores. Al mismo tiempo, la “resistencia de los materiales”, los elementos de conservadurismo, vuelven a aparecer y sorprenden a los revolucionarios… La burocracia comienza a desarrollar una suerte de “realismo” que es la Real Politik, la adaptación a lo existente en lugar de la imaginación realista de Lenin, que es partir de la realidad para transformarla, el marxismo como elemento activista.[31]

Contra la idea que mucha gente tiene de que los cuadros revolucionarios son como robots, aparatos, que se las saben todas, que son “la chica o el chico más piola del barrio”, lo cierto es que si pasar de ser minoría a ser mayoría es muy difícil, ser dirigente o funcionario del Estado y renunciar a esa posición es mucho más difícil (es decir, pasar de ser mayoría a ser minoría nuevamente).[32] Y no nos referimos a la cuestión material, sino al sacrificio que significa ser minoría de nuevo luego de haber ejercido el poder, algo que solamente Trotsky tuvo el valor de enfrentar, dado que los demás dirigentes bolcheviques capitularon a la “Razón de Estado” estalinista –en esto Stalin le dio una mano al desterrarlo de la URSS–. Entonces, cuando damos cuenta de la forja de la Oposición de Izquierda, nos referimos a lo mejor de la nueva generación de bolcheviques leninistas, que renunciaron a todo por la perspectiva de la emancipación de la clase obrera.

3- Muere el partido bolchevique, nace el partido de la burocracia

Damos unas fechas rapidísimo. En octubre de 1917 se toma el poder; de mediados de 1918 a 1920 es la guerra civil; 1921, comienzan los llamados de atención muy fuertes con la situación trágica en Kronstadt; en marzo de 1921 se da un paso atrás con la instauración de la NEP (nueva política económica, una economía mixta entre empresas estatales, pequeña propiedad agraria y mercado). Lenin, como se abren de nuevo sectores de propiedad privada, propone eliminar transitoriamente las tendencias y fracciones al interior del partido; luego esa prohibición se hace permanente. Lenin tiene dos ataques cerebrales; a comienzos de 1923 rompe relaciones con Stalin por su maltrato a Krupskaia, mientras se produce la inhibición del proceso revolucionario en Europa occidental y la derrota de la Revolución Alemana. Y en octubre-diciembre del 23 empieza a nacer la Oposición de Izquierda.

Aquí hay la paradoja de que Trotsky es atacado por dos razones, una más fáctica (Lenin sigue enfermo) y otra más histórica. Participa en una discusión sobre los sindicatos a finales de 1920 con una posición equivocada: plantea que los sindicatos no tienen razón de ser en un Estado obrero; Lenin responde que es un Estado obrero con deformaciones burocráticas, entonces el sindicato es necesario para que los trabajadores sigan luchando por sus reclamos inmediatos. En los años 21 y 22 Lenin y Trotsky se llevan mal (Stalin le llena la cabeza contra Trotsky día y noche en ese período); Trotsky reconoce relativamente rápido sus errores –esta historia “de trastienda” se combina con el retroceso de la revolución europea y el de la propia clase obrera rusa–. En el 23 vuelven a coincidir, uniéndose, en cierta forma, en la batalla antiburocrática.[33]

Pero había un segundo problema con Trotsky: no había sido parte del partido bolchevique antes de 1917, y eso provocó injustos prejuicios contra él en el partido. En Mi vida, defiende con justicia su trayectoria revolucionaria independiente, cosa que también defendemos, ya que no hay una trayectoria prescrita sino que se pone a prueba a la hora de la revolución; todo el mundo tiene derecho a hacer su experiencia, no hay un solo camino a la revolución sino varios.[34]

Por todo esto, Trotsky, que era parte del buró político del partido, no firma la Plataforma de los 46, pero entre octubre y diciembre de 1923 se desata la primera batalla contra la Oposición de Izquierda y la primera campaña contra Trotsky en el partido. A comienzos de 1924, maniobrado por Stalin para no llegar al funeral de Lenin, Trotsky hace una pausa en la batalla oposicionista, y recién la retoma en 1926.[35]

En 1926-27 se forma lo que se llama la Oposición Conjunta, entre la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky, Preobrajensky y Rakovsky, y los ex integrantes del centro burocrático y de la vieja Troika con Stalin, Zinovien y Kamenev, que eran dos dirigentes centristas históricos del bolchevismo. En estos años, cuando se reasume la pelea, las condiciones ya son mucho más difíciles. En enero del 24, cuando muere Lenin, el estalinismo convoca lo que se llamó la “leva Lenin”: meten en el partido un millón de militantes nuevos; los militantes que habían sido parte de la revolución quedan en absoluta minoría. Esta nueva camada no entra al partido en el ascenso revolucionario, entra porque es el partido del poder: “Si garrapateo estos retratos e informo de estas frases del año 1926, es porque revelan ya una atmósfera y los comienzos oscuros de una psicosis [una psicosis colectiva, R.S.]. La URSS entera, más tarde, durante los años trágicos, habría de vivir cada vez más intensamente esa psicosis y constituye sin duda un fenómeno psicológico único en la historia” (Serge: 2017: 287).[36]

Son todos problemas que tienen muchísimo contenido. Cuando una organización es pequeña o mediana, o cuando una organización va a la revolución, opera un mecanismo de “selección natural”: solo entra la gente que está convencida o que quiere estar del lado de los que dirigen la revolución (se sobreentiende que la selección natural opera porque se juega uno la vida en la revolución o porque va contra la tendencia del posibilismo ambiente).[37] A partir del inicio de la burocratización del partido en el poder –partido que otorga beneficios de pertenencia– se produce un proceso de “antiselección natural”; no es por talento, por cualidades ni por votación desde abajo, sino por nominación desde arriba y por adscripción al aparato: a los cargos no van los mejores, sino los que más agachan la cabeza (es decir, los peores).[38]

Todo esto está vinculado a una serie de procesos y principios. Hablábamos de la plaza llena de vida o vacía de participación popular, y hablamos de mecanismos de selección revolucionarios o de selección burocrática. Cuando la Oposición de Izquierda, con la participación coyuntural e inconsecuente de Kamenev y Zinoviev, lanza la Oposición Conjunta en el 26-27, el partido ya era otro partido, donde se reclutaba con otros criterios: “El partido dormitaba. Las reuniones sólo eran seguidas por un público indiferente (…) Alrededor de Trotsky, un equipo de viejos camaradas, que por lo demás son todos jóvenes, se entregaban a otras tareas. Su secretaría era un laboratorio único en el mundo donde se elaboraban sin cesar las ideas. Se trabajaba allí con una puntualidad reglamentada al minuto. La cita fijada para las diez no es para la diez y dos minutos” (Serge: 2017:292).[39]

Un partido en el poder no puede reclutar militantes de la misma manera que cuando no lo está. Además, un partido que está en el poder tiene que mantener su independencia respecto del Estado; no se pueden fusionar los ámbitos del Estado y los ámbitos del partido. El Estado encarna el día a día y tiene que gestionar (administrar los asuntos) sobre la clase obrera, el campesinado, la pequeñoburguesía, así como geopolíticamente con los demás Estados burgueses, etc., aunque sea un Estado obrero; mientras que el partido siempre sigue atado al programa histórico de la clase obrera, que es profundizar la revolución, y no solo la nacional sino la revolución mundial; es decir, está atado a las leyes de la lucha de clases y no de las relaciones entre Estados, además de representar, específicamente, los intereses de clase del programa socialista de la revolución.[40]

La fusión entre el partido y el Estado burocrático llevó a la teoría del socialismo en un solo país, teoría geopolítica por antonomasia, es decir, una teoría donde los sujetos no son las clases sociales sino los Estados y cuyo objetivo es erigir un Estado.

Entonces, quedamos en que el partido ya era otro partido. Pierre Broué tiene un libro clásico escrito a comienzos de los años 60 que se llama El partido bolchevique considerándolo tal hasta 1956… Es lindo porque cuenta un conjunto de experiencias, pero el título es confusionista, porque escribe una historia que va de 1903 a 1960; para esos tiempos ya hacía rato que no había ningún partido bolchevique. El partido bolchevique como tal, el revolucionario, con todos sus matices, deja de existir a finales de los años 20 básicamente con la derrota y exclusión de la Oposición de Izquierda.

Para entender cómo es la batalla en un partido burocratizado, hay que leer Memorias de un revolucionario de Víctor Serge, que no tiene conceptualización teórica pero sí mucha sensibilidad. Serge cuenta su participación en una célula del partido en Petrogrado; cada vez que hablaba alguien de la Oposición le tiraban huevos, lo abucheaban. En el XV Congreso del partido bolchevique en noviembre del 27, la Oposición Conjunta prácticamente no tiene delegados. Las intervenciones de Trotsky, Kamenev, Zinoviev o Preobrajensky en el Comité Central también eran en medio de gritos y abucheos. O sea, el proceso de burocratización ya era muy avanzado: “Yo pertenecía [año 1925/6 más o menos, R.S.] a la célula comunista de la Krasnaie Gazeta, gran diario de la noche. (Naturalmente, desde mi regreso de Europa central era mantenido al margen de los comités y de los empleos llamados ‘responsables’.) Éramos alrededor de cuatrocientos impresores, tipógrafos, linotipistas, empleados, redactores, y militantes adscritos. Perdidos entre este número, tres viejos bolcheviques que ocupaban puestos en la administración. Una decena de camaradas habían hecho la guerra civil. Los otros trescientos ochenta y siete (aproximadamente) pertenecían a la ‘promoción Lenin’; obreros que sólo habían llegado al partido después de la muerte de Lenin, después de la consolidación del poder, en plena NEP. Éramos cinco opositores de los cuales uno era dudoso, todos de la generación de la guerra civil. Era en pequeño la composición del conjunto del partido y explica muchas cosas” (Serge: 2017: 298).

El problema era extremadamente delicado. Como se habían vaciado los soviets por la guerra civil, la burocratización del partido bolchevique mató la última institución de la democracia socialista en la URSS, institución que era el propio partido bolchevique…

4- Algunos jalones de la lucha de la Oposición

El Testamento de Lenin (1922/3)

Lenin fallece en enero del 24, enfermo desde 1922 y fuera de la vida política. Su Testamento se conoció recién en 1956, cuando el famoso discurso secreto de Krushchev; el estalinismo lo escondió. Entre muchas cosas valiosas, decía que Stalin no podía ser secretario general del partido porque era “un cocinero que sólo prepara platos picantes”, en el sentido de que, en lugar de dirigir con criterios objetivos, políticos, hacía permanentemente intrigas y maniobras de unos militantes contra otros (además de no tener criterio de principios alguno, agregará Trotsky posteriormente).

La paradoja del caso era que el propio Lenin había promovido a Stalin a secretario general a comienzos de 1922. Pero en ese momento era sólo una suerte de cargo “administrativo”; recién cuando Lenin se recupera del golpe de su segunda enfermedad a finales de 1922, se da cuenta del grado alcanzado por el proceso de burocratización (lo llamaba “burocratismo” todavía pero era muchísimo más que eso, evidentemente).

Otro problema fue que Trotsky no se animó al principio a dar una batalla en regla. Tenía el temor de que vieran en él una pretensión del poder por el poder mismo (el peso adverso de su pasado no bolchevique).[41]

La “Plataforma de los 46” (1923) y la Oposición Conjunta (1926/7)

El primer jalón propiamente dicho de la Oposición de Izquierda es la “Plataforma de los 46”. La encabeza Evgeny Preobrajensky, importante dirigente e intelectual del partido (lamentablemente con rasgos economicistas que se hicieron valer más adelante en la lucha partidaria).[42]

Entre los 46 había muchos cuadros importantes del partido que no venían del bolchevismo –otra de las paradojas de esta historia que habla de que no hay nada mecánico en la construcción revolucionaria ni gente “predestinada”, algo que ya señalamos arriba–,[43] sino de corrientes minoritarias de la izquierda revolucionaria no bolchevique, como Trotsky, y que se sumaron al bolchevismo en 1917. Desde ese punto de vista eran “espíritus más independientes”. La Plataforma es la primera señal de alarma sobre la burocratización.

Trotsky saca una serie de artículos en Pravda que hicieron historia pero no tenemos a mano al momento de redactar esta nota. (Pravda, que en castellano significa Verdad, era el órgano oficial del partido. Más tarde, en la década del 30, la juventud trotskista presa en los campos y aisladores editará lo que se dio en llamar Pravda –la verdad– detrás de los barrotes.)[44] Por esos artículos a Trotsky lo atacan furibundamente y, como ya señalamos, se inician dos años en los que Trotsky se la pasa enfermo, intuimos que por estrés y por la posición incómoda en la que estaba. Lo empujaban a que diera una pelea que parecía una mera pelea “por el poder”, de aparatos, en vez de lo que realmente era: una pelea principista por el curso de la revolución. Para colmo, Trotsky había quedado como un “burócrata” por su posicionamiento contra los sindicatos a finales de los años 20; una situación de lo más incómoda, en un partido que no era el suyo y con la desconfianza de amplios sectores de la vanguardia obrera, como era el caso de los integrantes o ex integrantes de la Oposición Obrera.

Lenin estaba vivo todavía. Agonizante, no podía hablar, aunque tenía conciencia de las cosas. Esto agravó mayúsculamente el clima de intrigas (Stalin rezaba día y noche para que Lenin muriera). Cuando Lenin fallece, Trotsky, tratando de cuidarse de que no se lo entienda mal, no utiliza su posicionamiento y prestigio al frente del Ejército Rojo, porque opina que sería un error bonapartista; escribe años después que de haberlo utilizado él sería el bonapartista en vez de Stalin.[45]

Dice que hubiera sido un golpe de Estado utilizar al Ejército Rojo en su beneficio; una nueva sustitución de la clase obrera. Isaac Deutscher, que seduce por su buena escritura y hasta cierto punto por su investigación histórica (Broué le critica con justeza que no es un verdadero historiador), critica a Trotsky por esto: obviamente lo hace porque es un teórico del sustituismo “revolucionario”…

En todo este período, 1924 al 26, hay mucha confusión porque la pelea entre tendencias se sustancia en las alturas, fuera de los oídos de la base partidaria, que se va despolitizando cada vez más, y de las masas en proceso de retracción acelerada producto del parate en la revolución europea y de las miserias económicas de todos los días.

Trotsky hablaba de la “revolución mundial” y no calaba en las masas, que estaban cansadas y retiradas a su vida privada: “Yo no creía en nuestra victoria, estaba incluso seguro en mi fuero interior de nuestra derrota. Recuerdo habérselo dicho a Trotsky (…). En la antigua capital (Petrogrado) no reuníamos más que a algunos centenares de militantes, el conjunto de los obreros se mostraba indiferente a nuestros debates. La gente quería vivir en paz. Sentía claramente que el viejo lo sabía como yo, pero que era preciso que cumpliésemos todos con nuestro deber como revolucionarios. Si la derrota es inevitable, ¿qué hacer sino aceptarla con valor, salirle al encuentro con un espíritu invicto? Esto serviría para el porvenir. León Davidovich hizo un gran gesto: ‘Hay siempre un gran riesgo que correr. Uno termina como Liebknecht y otro como Lenin’. Para mí, todo se resumía en esta idea: aunque hubiese una sola oportunidad entre un ciento a favor de enderezar la revolución y la democracia obrera, esa oportunidad había que intentarla a cualquier precio” (Serge: 2017: 304/5).

La idea de “socialismo en un solo país” era como “música en los oídos” para las grandes masas aun si era completamente falsa, y dio origen al proceso de burocratización que se completaría con la colectivización forzosa, la industrialización acelerada, el estajanovismo, las Grandes Purgas y el trabajo forzoso en el gulag. Es decir, el Estado burocrático con restos de la revolución.

La revolución alemana y china fracasaron. Sobre el balance de esta última, está el texto de Trotsky Stalin, el gran organizador de derrotas; y efectivamente fue así, porque el estalinismo ya dominaba el aparato del partido y la internacional y, como burócratas que eran, le temían como de hacerse pis en la cama a las revoluciones y el ascenso incontrolado de las masas. Estos fracasos incrementaron la desmoralización de la clase obrera rusa, todavía no recuperada del desgaste de la guerra civil. En los años 30, con el giro a la colectivización forzosa y la industrialización acelerada, surgiría una nueva clase obrera de origen campesino que no tenía nexos con la tradición anterior. El estalinismo no hizo más que lo que hace muchas veces cualquier burocracia: crear una oposición entre la vieja clase obrera con tradición y las nuevas generaciones que no la tienen –aunque en otros casos se puede dar el curso inverso de la fuerza y renovación que viene de las camadas jóvenes frente al conservadurismo de los viejos; en todos los casos hay que ver las circunstancias concretas–.

La derrota y la división de la Oposición de izquierda (1927/8/9)

La Oposición de Izquierda es derrotada en 1927 como resultado de una combinación de circunstancias económicas y políticas ya señaladas. Simultáneamente, en la URSS existía una combinación económica entre empresas industriales estatizadas, pequeños propietarios agrarios y mercado (comerciantes). Entre los años 25 al 27, Stalin, después de romper con Kamenev y Zinoviev, y de la mano de Bujarin, tiene una orientación oportunista de dejar crecer las tendencias pro capitalistas en la URSS; los campesinos se empiezan a enriquecer, no tienen suficientes insumos industriales para abastecerse y buscan vías de comercio exterior por su cuenta, lo que trae desabastecimiento en las ciudades. Entre 1928 y 29, la mayor parte de la Oposición de Izquierda está desterrada en el interior de la URSS, lejísimos de los centros (Trotsky es desterrado de la URSS en enero de 1929).

Para enfrentar el desabastecimiento en las ciudades, la burocracia hace un giro ultraizquierdista hacia la colectivización forzosa del campo y la industrialización acelerada. Este giro del estalinismo provoca uno de los grandes debates del marxismo revolucionario sobre el balance de la Revolución Rusa; fue una de las grandes bisagras históricas donde se decidió el destino de la revolución –hay que agregar a esto que en 1933 el nazismo llega al gobierno en Alemania, lo que vuelve las condiciones internacionales más difíciles todavía–.

El estalinismo se vuelca a estatizar el campo de manera brutal: se habla de unos seis millones de campesinos muertos. Pero la socialización socialista del campo requiere de dos condiciones: una es que haya medios técnicos para producir a gran escala; la otra es el consentimiento de la mayoría campesina. La investigación histórica, al día de hoy, indica que los kulaks –campesinos ricos– eran una minoría, y que el ataque principal del estalinismo fue a los campesinos medios (a todos los campesinos en realidad, Kevin Murphy),[46] a los cuales se les quitó una conquista que, aunque efectivamente traía presiones pro capitalistas que había que controlar, era una conquista democrático-burguesa de la Revolución Rusa de 1917, que les había otorgado la posesión de sus tierras ahora arrebatadas por la burocracia.

La tradición histórica del marxismo revolucionario dice que hay que ganar al campesinado para la colectivización del agro mediante el desarrollo de las fuerzas productivas y el convencimiento de la superioridad del trabajo colectivo sobre el individual. Stalin arrasó con ese principio, y en ausencia de condiciones para una colectivización socialista, dio lugar a un desastre no solo humanitario sino también económico: una “colectivización” burocrática que Bujarin (que era derechista pero no estúpido) describió como el sometimiento del campesinado a “una explotación militar-feudal”. En un mismo sentido, Rakovsky hablaría de las cooperativas agrarias formadas, los koljoses, como “pseudo cooperativas” a las que los campesinos habían sido arrastrados por la fuerza.

Junto con esto, se lanzó un plan de industrialización acelerada en las ciudades, en base a la superexplotación de una clase obrera atomizada, sin ningún derecho ni participación en el plan. Sobre el estajanovismo, León Sedov escribiría un agudo artículo titulado “El movimiento Stajanov”. A pesar de que no se definía del todo acerca de su carácter reaccionario (veía algo progresivo en él por una supuesta elevación de la productividad que no fue tal), lo que describía era un operativo contrarrevolucionario de la burocracia de dividir a la clase obrera.[47]

Las formas de propiedad, por sí mismas, no definen la naturaleza socialista de los procesos. Se requieren condiciones materiales, fuerzas productivas, para que esas formas de propiedad satisfagan las necesidades humanas, y se requiere de la participación consciente de la clase obrera, no de su opresión y superexplotación.

En 1929, un sector de la Oposición de Izquierda encabezado por Preobrajensky capituló al estalinismo; la Oposición se desmoraliza: Stalin parece estar tomando medidas “de izquierda”. Trotsky y Rakovsky resisten, y dicen lo siguiente: no nos interesa solamente qué medidas toma el aparato aunque parezca un giro a la izquierda; el problema es qué clase social toma las medidas, y con qué métodos: el qué, el cómo y el quién. Una colectivización realizada en las condiciones técnicas correctas y con el consentimiento del campesinado, más una industrialización con la dirección colectiva de la clase obrera, fortalecen las bases del Estado obrero. Si todo esto se hace a expensas de los explotados y oprimidos; si se mete a las fuerzas productivas agrarias en tres o cuatro décadas de crisis permanente y el Estado se separa de todo consenso con los campesinos; si se industrializa en base a la superexplotación de la clase obrera premiando al que se desloma más –estajanovismo–, dividiendo así a la clase, se socavan las bases del Estado obrero. “El análisis de Rakovsky de la burocracia, al inicio funcional y luego social, es que devino en una ‘categoría social totalmente nueva’, respondió a las cuestiones urgentes del momento, pero no fue probablemente comprendida por aquellos a los cuales fue dedicada la explicación [el resto de la Oposición, R.S.]. Muchos vieron en ella una ‘desviación’, o una ‘herejía’, a pesar de que era una herramienta muy afilada. Me permito señalar que, decenas de años más tarde, he registrado en algunos la misma reacción de ortodoxia ‘trotskista’ hacia un texto que Trotsky hizo difundir en todas las nuevas colonias de exilados y que él consideró como un ‘hito miliario’ [una especie de mojón en las rutas de la antigua Roma, R.S.] en el desarrollo del marxismo en relación al análisis de la burocracia nacida de la degeneración de la revolución” (Broué: 2003: 155). Se trata de la categoría de “clase política” que defendemos en nuestra obra El marxismo y la transición socialista en relación a la burocracia estalinista.[48]

5- La memoria de la juventud oposicionista asesinada por el estalinismo en los años 30

Ya señalamos que Preobrajensky, Radek, Smilga y otros dirigentes de la Oposición capitulan al estalinismo creyendo que las medidas “de izquierda” de la burocracia automáticamente harían que se regenerara la democracia obrera en el país…[49]

En el 29 Trotsky es obligado a exiliarse y va a parar a Turquía, donde queda apartado de la visión directa de los desarrollos en la URSS, pero, como contraparte, obtiene una visión más internacional de los asuntos. Dentro de la URSS queda Rakovsky. Pierre Broué afirma que una de las dificultades de la Oposición es que Rakovsky y Trotsky no pudieron estar juntos. Trotsky tenía la visión más internacional, la fundación de la Cuarta, etc., y con respecto a la URSS era más cuidadoso. Rakovsky no tenía esa visión internacional, pero sí una gran sensibilidad con respecto a la regresión en Rusia. Si hubieran estado juntos quizás hubiesen hecho más síntesis. Esa síntesis no se logró. Pero a pesar de la (supuesta) capitulación de Rakovsky en el 34, Trotsky lo siguió reivindicando como su único verdadero amigo entre la vieja guardia.[50]

A partir de los años 30, las filas de la Oposición de Izquierda estuvieron formadas casi exclusivamente por las nuevas generaciones –la mayoría de los dirigentes históricos capitulan–. Estaban en “aisladores”, donde había prisiones y campos de trabajos forzados. Pero aun en esas dificilísimas condiciones, se las arreglaron para que en esos lugares subsistieran islas de democracia obrera dentro de la URSS burocratizada, como citamos más arriba con Ciliga (Serge hace en sus obras un relato similar a del marxista yugoeslavo). No pensaban todos igual. Lo que tenían en común era la defensa de la perspectiva de revolución internacional, de la democracia obrera, etc. Se siguen descubriendo escritos de sectores de la Oposición de Izquierda en los sitios donde estaban esos campos de concentración (últimamente los Cuadernos de Verneuralsk). La riqueza que nos aportan a la teoría de la revolución y la transición socialista requiere recuperar estas experiencias y reflexiones hechas en condiciones tan duras y que están repletas de “perlas teóricas” para la investigación ulterior.

Algunas de esas perlas las citaremos a continuación a partir de las obras de Broué. Una, es la conocida posición de Trotsky sobre Rakovsky y la sugerencia que este último le hace unos años antes. Citaremos in extenso: “Rakovsky era, en el fondo, mi último vínculo con la vieja generación revolucionaria. Después de su capitulación, no queda nadie. Bien que mi correspondencia había cesado –por razones de censura– luego de mi exilio, sin embargo la figura misma de Rakovsky se mantenía como un vínculo aun simbólico con los viejos compañeros de lucha [es conocida la lealtad mutua que se tenían Trotsky y Rakovsky, la confianza entre ellos, R.S.]. Ahora no queda nadie. La necesidad de cambiar ideas, de debatir las cuestiones de conjunto, no tendrá más, después de largo tiempo, satisfacción” (Trotsky citado por Broué: 1996: 392).[51]

Luego Broué cita una profunda sugerencia que Rakovsky le había hecho a Trotsky años antes (y que nos da la impresión de que éste no siguió): “En mi opinión, además del trabajo corriente, será extremadamente importante que tu elijas un tema cualquiera –en el género de mi Saint-Simon– que te obligue a rever un conjunto de cosas y a releerlas sobre un cierto ángulo” (Broué:1996:393).[52] Y agrega Broué: “Estas fueron las palabras de un hombre de un horizonte cultural más vasto –y eso que el de Trotsky era inmenso– que había tomado conciencia del conservadurismo inevitable de un pensamiento que se confina en un dominio único” (1996: 393). Genial Broué es lo que podemos agregar.[53]

Por lo demás, es importante listar los nombres de aquellos jóvenes bolcheviques-leninistas que sostuvieron las banderas de la revolución internacional en los años 30 (¡y que Broué se ocupa en su obra de que no se olviden!, honorable en él, gran historiador del movimiento trotskista que logró escapar del doctrinarismo idiota): Grigori Iakovine, Sokrat Gevorkian, I.M. Kotzioubinsky, N.P. Gorlov, V.V. Virapov, N.P. Baskakov, Faina Viktorovna Jablonskaia (todavía de la generación de Octubre). Y junto a ellos los más jóvenes: F.N. Dingelstedt, G.M. Stopalov, I.S. Kraskine, I.M. Poznansky, M.N. Sermuks, Victor Krainiy, Dimitro Kourenevsky, Vl.K. Iatsek, G.M. Vulfovitch, Arkadi Heller, V.I. Rechetnichenko, Lado Enoukidze, Kh.M. Pevzner, ‘Dika’ Znamenskaia, Bella Epstein, Abram Grigoriévich Prigojine, entre tantos otros (Broué: 2003: 331), la mayoría de alto nivel político e intelectual y proveniente de las universidades rojas de los años 20.

Con estos nombres y tantos otros la Oposición de Izquierda terminó masacrada hacia finales de los años 30 en la URSS. Se trató, como señala agudamente Broué, de un intento de “asesinato de la memoria” que por suerte no prosperó y que nuestra militancia socialista revolucionaria en el siglo XXI reivindica como parte fundamental de nuestra tradición.

Por otra parte, la esposa de Adolf Yoffe, testigo milagrosa sobreviviente de dicha carnicería, les rindió homenaje señalando que dichos jóvenes y jóvenas eran lo mejor de la Oposición de Izquierda y que el estalinismo había cortado su experiencia en la flor de la vida, cortando, asimismo, todo lo que podían aportarle a la revolución. Y sin embargo, su muerte no fue en vano porque aseguraron con su lucha la continuidad de nuestra tradición socialista revolucionaria. que está llamada a jugar un papel decisivo en las revoluciones socialistas del porvenir a condición de no caer en una conciencia rebajada; de mantener las altas miras socialistas.

6- A modo de final de algo que no tiene final

Marx había plantado en la I Internacional dos banderas: “Proletarios del mundo, uníos” –que remite al carácter internacional de la revolución– y “La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. La primera bandera, en general está más clara entre las corrientes del trotskismo; la segunda, paradójicamente, no. Muchas de ellas, en distintos países, siguen presentando reflexiones, obras, teorizaciones, que no consideran la auto-emancipación de la clase trabajadora como elemento axiomático central para la revolución y la transición socialista (auto-emancipación que incluye como parte de su mecanismo más íntimo al partido revolucionario; partido que es inexcusable, imprescindible para la revolución: no se puede cambiar el mundo espontáneamente y mucho menos sin tomar el poder).

No entienden de qué va la cosa, en el sentido de que el parámetro último para apreciar la naturaleza de los acontecimientos es el progreso de la clase trabajadora en su capacidad de hacerse cargo de los asuntos de la sociedad; la tendencia a la igualdad, a la elevación del nivel de vida, y al revolucionamiento de las relaciones sociales; a la libertad.

La idea de que la gran enseñanza del siglo XX es que la revolución y la transición socialistas se realizan mediante la auto-emancipación de la clase obrera no está clara, no está ubicada en el centro, y es una idea que defiende con mucha fuerza nuestra corriente, y que parte de la comprensión de que la revolución socialista es de una originalidad histórica inmensa porque tiende a la abolición de todas las clases, no a la creación de una nueva capa dirigente. Por eso Lenin hablaba de “semi-Estado proletario”; porque no apuntaba a crear un aparato por encima de la sociedad.

Esa es la enseñanza principal del Siglo XX: en ausencia de una tendencia a la gestión colectiva del poder, aun conquistas progresivas como la expropiación de la burguesía no se pueden aprovechar en sentido socialista. La manera de aprovechar en sentido socialista, igualitario y liberador, la estatización de los medios de producción, es que la clase obrera esté en el poder. Si no, todo puede revertir en la pérdida del carácter obrero del Estado y la contrarrevolución.

Esa es la piedra de toque de la naturaleza del Estado de la transición socialista. Puede admitir transitoriamente muchas formas de propiedad. Lo que no admite, lo que lleva al fracaso y a la contrarrevolución, lo que no lleva a la igualdad, lo que no lleva a la libertad, es que la clase obrera no esté en el poder por intermedio de su partido o partidos revolucionarios y sus organismos de poder. El ejercicio colectivo del poder, y generar las condiciones materiales para ese ejercicio, es lo que lleva a aprovechar en sentido socialista la expropiación de los burgueses. Si la clase obrera pierde el poder como ocurrió en la URSS a fines de los años 20, el Estado pierde su carácter obrero y se inhibe la transición socialista: “Acaparado en los años anteriores por tareas diversas, militares, gubernamentales, diplomáticas, Rakovsky comenzó sin embargo a desarrollarse intelectualmente hasta devenir un teórico de enorme estatura (…) Luego de un retorno a las fuentes –las reflexiones de Engels sobre la burocracia, las de Lenin sobre la naturaleza del Estado soviético–, él marchó sobre sus hombros para comenzar a elaborar en 1922 una teoría original de la génesis y evolución de la burocracia soviética. Por un momento acompañó a su amigo [Trotsky], posteriormente comenzó a antecederlo (…) Él fue el primero en elaborar una teoría de la burocracia valiosa y operatoria hoy y que todos los sovietólogos de la universidad y de la prensa ignoran o fingen ignorar” (1996: 395). [54]

Y agrega Broué, luego de afirmar que Rakovsky terminará reivindicado (algo que intentamos hacer en nuestra obra El marxismo y la transición socialista): “Creemos vana e inútil la tentativa de oponer a Trotsky sobre los términos de ‘clase’ o de ‘casta’ para designar la nueva capa social dirigente, teniendo en cuenta la definición que Rakovsky le dio a ‘esta clase original’ [que Rakovsky terminó definiendo como una ‘clase política’, R.S.]. Pero mensuramos, también, que las consecuencias de la ausencia de esta fraternal colaboración intelectual directa entre los dos hombres en el plano de la teoría y del análisis político ha pesado en el balance de los años decisivos de la historia de la URSS” (1996: 395).

Y Broué cierra su homenaje a Rakovsky señalando que era un hombre de las Luces, impregnado de humanismo y altas miras, y de la necesidad de proseguir la obra de la Gran Revolución Francesa. Lo llama “el camarada Rako” y cita una definición sobre él de Boris Souvarine de una obra de 1966: “Los primeros comunistas franceses vieron en Rakovsky un modelo de dedicación desinteresada y de un valor personal que hacen que no pueda evocar su memoria sin emocionarme” (1996: 397).

Lenin, Trotsky, Rosa, Gramsci y Rakovsky, junto a la joven generación de la Oposición de Izquierda, todos ellos fallecieron en condiciones muy difíciles o trágicas, enarbolando la bandera de la emancipación humana. Vaya este humilde artículo en homenaje a todos ellos y todas ellas, las generaciones más brillantes hasta nuestros días de nuestra corriente histórica socialista revolucionaria.


Artículo editado y corregido por Patricia López. Para leer más sobre la histórica lucha de la Oposición de Izquierda rusa, recomendamos leer Los Trotskistas en la URSS (1929-1938), de Pierre Broué.


Bibliografía

Pierre Broué, Comunistes contre Stalin. Masacre d’ une génération, Fayard, París, 2003.

Rakovsky ou la Révolution dans tous les pays, Fayard, París, 1996.

Ante Ciliga, En el país de la mentira desconcertante, Editorial Les Iles d’ Or, París, 1950.

Aleksei Gusev, “Trotskistas en la URSS. Prólogo a los Cuadernos de Verjneuralsk”, Ideas de Izquierda.

Gus Fagan, «Biographical introduction to Christian Rakovsky«, Marxist Internet Archive.

Sebastiano Timpanaro, Sobre el materialismo. Ensayos polémicos en torno a la teoría, la praxis y la naturaleza, Ediciones IPS, Argentina, 2022.

Victor Serge, Memorias de un revolucionario, Traficantes de Sueños, Madrid, 2019.


[1] La fecha de nacimiento de la misma es la famosa “Carta de los 46” oposicionistas del CC a la línea oficial de Stalin, aparecida en octubre 1923 con Lenin todavía en vida pero ya inmovilizado en forma definitiva.

[2] El presente texto está realizado en base a la charla dada por el autor de esta nota en el 80º aniversario del asesinato de León Trotsky, entre el 20 y el 21 de agosto de 1940, en manos del agente del estalinismo Ramón Mercader. Por lo demás, la obra El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, best seller mundial años atrás, es un texto literario excelente con una seria investigación histórica alrededor de los eventos de su asesinato, texto al cual podemos remitirnos para entender el contexto en el cual actuó la Oposición de Izquierda durante los años 30, aunque hay muchísimos otros que iremos citando a lo largo de este artículo.

[3] Kamenev y Zinoviev creían ingenuamente que la batalla contra Stalin sería fácil… Trotsky, con razón, opinaba todo lo contrario. De ahí que los dos primeros capitularan rápidamente en 1927 luego de la derrota aplastante de la Oposición Conjunta.

[4] El primer tomo de nuestra obra está dedicado a esta juventud socialista revolucionaria que luchó en los campos de internamiento contra el estalinismo en los años 30, pero no hay un capítulo específico sobre esta lucha en ella; acá complementamos ese aspecto de la historia y de nuestra elaboración acerca del estalinismo.

[5] Hal Draper nos recuerda que, en general, las corrientes revolucionarias no asumen el nombre propio de su dirigente sino después de su fallecimiento. En el caso del trotskismo, esto es así: ellos no se autotitulaban “trotskistas” sino “bolcheviques leninistas”, continuadores de la obra de Lenin, hasta por el hecho de que existían en la Oposición otros dirigentes de la talla de Christian Rakovsky y unos pocos más.

Demás está decir, por otra parte, que los de la vieja generación bolchevique en la Oposición de Izquierda eran los menos: la mayoría abrumadora de los “viejos” dirigentes capituló al estalinismo y a la “Razón de Estado” estalinista, y las filas de la Oposición estaba integrada mayormente por una joven y enérgica generación que se las bancó todas: “Esta joven generación tenía las ideas muy claras y eran los más radicales de la Oposición” (Broué: 2003: 94).

[6] Una cuestión central que conecta con el recomienzo de la experiencia histórica que estamos viviendo en este siglo XXI es que la composición mayoritaria de la Oposición de Izquierda, como experiencia de “enlace hacia el futuro”, era, lógicamente, mayormente joven (ver a este respecto nuestro reciente “Preparar a las nuevas generaciones para la revolución”, izquierdaweb).

[7] Al respecto de la importancia estratégica de sacar balances de las experiencias pasadas, Broue señala lo siguiente: “[Estamos frente] a un balance de la experiencia colectiva sin la cual estaríamos condenados a repetir indefinidamente los mismos errores y a repetir [essuver, la traducción no es literal pero optamos por colocar lo que pusimos, R.S.] las mismas derrotas” (2003: 349).

[8] Está claro que muchos de los integrantes de la Oposición de Izquierda y de las otras oposiciones izquierdistas (más adelante lo veremos) que lucharon y murieron en los campos de concentración o los aisladores del estalinismo, todavía eran niños y niñas a la hora de la Revolución de Octubre. Sin embargo, también es cierto que fueron los que mejor “mamaron” sus aires libertarios y por eso se comprometieron con los ideales verdaderos de la revolución.

[9] Es significativo que en la nueva etapa mundial que estamos transitando estemos ingresando en un nuevo período de tendencias y enfrentamientos en los extremos, que sin ninguna duda va a terminar llevando el péndulo de los desarrollos de extrema derecha a extrema izquierda –los tiempos se verán–.

[10] Ya hemos señalado en otros textos que no es tan fácil estudiar la Revolución Francesa porque fue, a nuestro entender, una revolución burguesa con pulsiones anticapitalistas en el momento culminante de su realización (Guerin, Trotsky). Esas pulsiones anticapitalistas retornaron en 1848 y en 1871 con la Comuna.

[11] Es conocido su planteo –absolutamente corroborado históricamente– de que su legado principal no fue su coparticipación con Lenin en la dirección de la Revolución Rusa (Lenin podría haberlo hecho sin él; Trotsky no lo podría haber hecho sin Lenin), sino su lucha antiburocrática de los años 30.

[12] Acerca de la misma, ver nuestro “Trotsky, la Historia de la Revolución Rusa y la escuela de Lenin”, izquierda web.

[13] Es archiconocido, pero no por ello menos sintomático, que autores como Isaac Deutscher rechazaran la fundación de la IV: su estalinofilia le impidió ver la importancia estratégica de esta tarea con el argumento de que la IV no se fundaba sobre una base de “masas”… Victor Serge, de signo opuesto a Deutscher, trotskista-libertario que nos simpatiza, también se opuso con el mismo argumento equivocado (el de la falta de masas para su fundación), para peor colocando acentos “derrotistas”…

[14] Esta idea ya la empezábamos a adelantar en Construir otro futuro, texto de nuestra fundación como corriente en 1999. Visto en retrospectiva, nuestra fundación como corriente ocurrió más alrededor de los elementos internacionalistas que la de otras corrientes surgidas del estallido del morenismo; el internacionalismo es una marca en el orillo de nuestra corriente Socialismo o Barbarie. De ahí también que en Latinoamérica ninguna corriente tenga un balance coherente del estalinismo y que la corriente mandelista o posmandelista carezca de un balance unificado, aunque posea sensibilidad sobre el tema y muchas elaboraciones parciales alrededor de ello. El caso del SWP inglés es distinto: esta corriente sigue aferrada al esquema a-histórico de que la URSS burocratizada fue una suerte de “capitalismo de Estado”. Un esquema que nos parece equivocado pero que, al menos, tiene una ventaja: dejó a salvo el principio marxista de auto-emancipación de la clase obrera.  

Y sin embargo, signo alentador, el debate sobre el balance del estalinismo, sobre el futuro de Cuba, etc., está creciendo a ojos vista en el seno del marxismo internacional.

[15] Lo concreto es que hoy, donde más oportunidad tiene el trotskismo de “hacer historia” es en la Argentina. Esto a pesar de que, de momento, somos todas fuerzas de vanguardia sin hegemonías establecidas en su seno, y que en materia de concepción, pocas corrientes son realmente socialistas revolucionarias: no tienen balance del estalinismo ninguna de ellas; no entienden ni jota de lo que significa realmente el socialismo revolucionario, nuestra tradición histórica.

[16] En epistemología esto se llama metonimia. Un ejemplo clásico de metonimia es la voz “me tomo un vaso de agua”: en realidad, uno no se toma el vaso sino el agua que está en el vaso… Bueno, algo parecido ocurrió con el abordaje del estalinismo: se tomó el quehacer de la burocracia como si fuera la revolución socialista (ejemplo palmario y también dramático: la colectivización forzada del campo ruso).

[17] Nos dedicaremos a este tema y otros en un trabajo próximo en homenaje al 100º aniversario de la muerte del gran revolucionario ruso (“Lenin en 1915” será el título de dicho ensayo).

[18] En Latinoamérica y Francia predominan las corrientes más o menos objetivistas, que definen a la ex URSS como un Estado obrero; en los países anglosajones (Estados Unidos y Gran Bretaña), las corrientes subjetivistas, que defienden la idea de que fue un capitalismo de Estado.

[19] En relación a las dificultades para medirse no sólo prácticamente con el estalinismo sino teóricamente, Broué destaca agudamente algo que no por conocido deja de ser sumamente importante y característico del doctrinarismo: “los revolucionarios, como todos los demás seres humanos, son fuertemente conservadores en su pensamiento” (2003: 124).

[20] Su obra más conocida se titula “En el país de la mentira desconcertante”, de 1937, ampliada luego en la posguerra. Más adelante la citaremos en este texto, aunque podemos ir adelantando algunas de sus observaciones (dejemos aclarado que en los aisladores actuó el ala más ultraizquierdista de la Oposición): “El Estado burocrático aún les mantiene bajo su férula, su terrible aparato de coerción impide cualquier manifestación libre de los trabajadores. Pero en la vida cotidiana de la URSS uno se topa a cada paso con el odio mal disimulado que alimentan los obreros y los koljosianos contra el orden burocrático triunfante. Se nota en todas partes que entre las masas surge el deseo de un régimen diferente y mejor. Estas dos corrientes –la mentira oficial de los burócratas y el odio secreto de las masas– alimentan la vida soviética (…)” (Ciliga: 1950: 22).

[21] De los fracasos del siglo XX en esta tarea, sociólogos marxistas de importancia como Andre Gorz sacaron la conclusión de la heteronomía en las tareas. Es decir, una supuesta incapacidad de la clase obrera de ejercer el poder y dominar el trabajo muerto. Su obra más renombrada se titula Adiós al proletariado (finales de los años 70), un abordaje emblemático de esta idea de escepticismo histórico en relación a la clase obrera. De ahí que Gorz planteara que la tarea “posible” sería, simplemente, construir una “autonomía” –subordinada, evidentemente– dentro del sistema existente (una suerte de anticipación de las “islas de felicidad en el mar de la barbarie” del autonomismo actual: cooperativas, reivindicación del trabajo no asalariado paralelo a los asalariados y cosas reformistas y populistas por el estilo.

[22] Ocurre que el carácter socialista de la transición alude justamente a la tarea social propiamente dicha, y una tarea de esas características no puede ser llevada adelante desde el semi-Estado proletario sino que requiere de una “filigrana social” que involucre a todos y todas. Y, desde ese punto de vista, es la superación de la “mera política” (abordamos esto en profundidad en nuestro tomo I: El marxismo y la transición socialista, de próxima aparición).

[23] En esto tenía razón Moreno sobre Mandel cuando este último daba una idea “escolar” de la formación de las masas versus la acción política (El partido y la revolución). El problema es que, sin embargo, en Moreno la política era vista de manera reduccionista (“pegarla en dos o tres consignas”…) al mismo tiempo que minusvaloraba completamente el papel de la vanguardia en el mecanismo de la subjetividad de la clase obrera. Tenía la famosa formulación de que la “estrategia” revolucionaria se reducía “a la construcción del partido y la movilización de las masas”… olvidándose por completo de la imprescindible pelea por ganar a la vanguardia como parte del “mecanismo de engranajes” para ganar la dirección de los procesos. La pelea por la dirección sí estaba presente en el morenismo, pero de manera reduccionista, puramente politicista, sin la idea de hegemonía ni de la elaboración teórico-cultural; por esto mismo el morenismo terminó despreciando el estudio teórico y esa fue una de las causas de su barbarie intelectual y su derrumbe.

Esta discusión se puede ver –desde el punto de vista de Moreno– en El partido y la revolución que, sin embargo, tiene el grave defecto de ser reduccionista en el abordaje de las tareas que debe asumir de manera imprescindible la vanguardia (el texto homólogo de Mandel no hemos logrado leerlo aún).

[24] Como es sabido, en esa época Rakovsky insistirá una y otra vez en que la cuestión de los métodos empleados para gobernar los sindicatos y el Estado tenían predominancia sobre todas las otras cuestiones (las relaciones dialécticas entre forma y contenido de las tareas que señalamos reiteradamente en nuestra obra El marxismo y la transición socialista).

Por otra parte, es interesante citar el argumento sectario de Preobrajensky en relación a la juventud: “Preobrajensky veía un peligro en la actitud de los ‘jóvenes’ que ignoraban qué era un partido [sic, R.S.]: ‘Debemos caminar hacia una reaproximación al partido, si no, nos transformaremos en una pequeña secta de ‘leninistas verdaderos’” (Broué: 2003: 150).

[25] La “elaboración” teórica de Stalin no vale un centavo porque fue toda ad-hoc de sus necesidades pragmáticas del momento. Su “racionalidad” era esa, no un análisis objetivo y científico de las determinaciones reales.

[26] Y para todo lo demás que hace a una verdadera vida humana: para estudiar, escribir, hacer arte, escuchar música, para la recreación, para amar y todo aquello que desarrolla el aspecto específicamente humano de la humanidad (uf, cierto, nos olvidábamos de que la “izquierda althusseriana” pregona un “antihumanismo” radical del marxismo… Se ve que no leyeron ni una página sobre Marx).

[27] Trotsky cometió el error de firmar un compromiso con Stalin en esta instancia del debate (diciembre del 23) que inmediatamente Stalin traicionó. Trotsky luchó durante todo el año 24 pero, simultáneamente, estuvo fuera de juego por varios meses (una enfermedad indeterminada que suponemos que fue, simplemente, estrés y depresión) para reaparecer con todo en la liza a partir de la Oposición Conjunta de 1926 y proseguir su batalla antiestalinista con una inflexibilidad encomiable hasta que fue asesinado por Mercader en agosto de 1940 en México.

Por otra parte, Nuevo curso, así como Problemas de la vida cotidiana, son obras de gran “frescura” sociopolítica, expresión de una revolución viva aún. Esta frescura se mantuvo en su Historia de la Revolución Rusa pero se perdió, en gran medida, en sus obras posteriores (eso no fue un problema de Trotsky, que mantuvo toda su agudeza y profundidad, sino de la dura realidad).

[28] Los capituladores por razones economicistas fueron, precisamente, Preobrajensky, Radek y otros; la mayoría de los cuadros históricos de la Oposición de Izquierda.

[29] En esto los 46 retomaban, paradójicamente, algunas de las iniciales intuiciones “luxemburguistas” de Trotsky en su unilateral texto contra Lenin: Nuestras tareas políticas (1904). En el debate alrededor de ¿Qué hacer? es evidente que Lenin tuvo la razón contra Trotsky y Rosa. El ¿Qué hacer? es un texto muy educativo que a nosotros nos gusta mucho, salvo la errónea formulación de que la conciencia socialista provendría “desde afuera” de la clase obrera, aunque Lenin, creyendo seguir a Kautsky, estaba afirmando una cosa distinta: afirmaba que provenía desde afuera de la lucha meramente económica de obreros y patrones, no desde afuera de la clase obrera tout court (Bensaïd). Ver: “A 100 años del ¿Qué hacer?. Lenin en el siglo XXI”, texto de años atrás de nuestra autoría que consideramos de actualidad, si bien nuestra reflexión sobre partido sigue evolucionando en un sentido aún más partidista –ver la parte IV de nuestra obra, “Partido y estrategia”, en El marxismo y la transición socialista, tomo I–.

[30] Como digresión, señalemos esta observación respecto del balance de la heroica batalla de la oposición antiestalinista en la ex URSS: “La otra lección, es la tolerancia que no cesó de crecer [Broué pone la palabra francesa croître, que no parece “crecer”, pero la interpretamos de esa manera según el contexto de la cita, R.S.] entre las víctimas y que los abrió a debates políticos y vastos horizontes. Así ellos pudieron, en el gulag, rendir homenaje a todas las víctimas del inhumano sistema estalinista” (2003: 348).

[31] La obra de Sebatiano Timpanaro –que defiende un materialismo pasivo– erra en el blanco al inclinar la vara demasiado para el lado “objetivo” de las cosas: “Creo que la misma incertidumbre que ha habido siempre en el campo marxista sobre el modo de entender el materialismo [sic] (…) ha encontrado un terreno favorable en una falta de claridad que se remonta al origen de la doctrina marxista y que tal vez no ha sido completamente superada ni siquiera en el marxismo maduro [sic] (…) Parece que desde que el ser humano empezó a trabajar y a producir entró en relación con la naturaleza (según un famoso pasaje de La ideología alemana) solo a través del trabajo. Así se recae en la concepción pragmática de la relación ser humano-naturaleza que anula ilegítimamente el ‘lado pasivo’ de tal relación” (Timpanaro; 2022; 33).

Más allá de que Timpanaro está cuestionando la obra entera de Marx (tiene el derecho a hacerlo porque, además, es un autor serio), se mezclan dos cosas de órdenes distintos: a) para Marx, la única relación con la naturaleza no es el trabajo (eso es una suerte de reduccionismo “laboralista” de Marx del tipo del que plantea Hannah Arendt y que hemos criticado en otra parte), y b) el “lado pasivo” de las determinaciones naturales que nos hacen lo que somos (biológicas, fisiológicas, etc.) no anulan el otro costado que actúa en el contextos de dichas determinaciones: el elemento activo –activista, Korsch– que permite transformar nuestras condiciones hasta cierto pero muy importante y móvil punto. Es difícil concebir las tareas revolucionarias –¡y mucho menos las de la Oposición antiestalinista en los aisladores y campos de trabajo forzado!– sin tomar en cuenta, simultáneamente, ambos elementos: el pasivo y el activo (el “pasivo” de las determinaciones que nos son objetivas y el activo de nuestra actividad transformadora).

[32] Por esto causan risa las corrientes que condenan a otras simplemente por ser más “minoritarias”; la experiencia histórica ha demostrado que eso no significa nada. Moreno es agudo en su folleto sobre “La revolución China e Indochina” cuando critica el pragmatismo –los resultados pragmáticos– como criterio de verdad. Lo mismo afirma Colletti cuando señala que el Real Politik, al final del día, es lo más irreal que hay (lógicamente en relación a los objetivos revolucionarios).

[33] Esta batalla conjunta no llegó a concretarse por una serie de inhibiciones tácticas de Trotsky mientras Lenin se encuentra enfermo. Luego Lenin muere y Trotsky se queda “solo” junto a los cuadros de más valor del partido, provenientes, paradójicamente, de las tendencias de izquierda no bolcheviques de antes de 1917.

Esto muestra que no existe un camino “lineal” hacia la revolución sino varias sendas alternativas, y que el personal que rodeó a Lenin durante su trayectoria hacia 1917 resultó más conservador que la tendencia que expresó o se organizó alrededor de Trotsky históricamente…

[34] Esto es lo que no entienden las sectas que por autoproclamación divina se consideran “EL partido”…

[35] Antes de morir, Lenin propuso que Trotsky fuera designado como vice-comisario del pueblo, como contrapeso a Stalin. El propio Stalin aceptó esto, pero Trotsky lo vio como una maniobra de este último para hacer ver que Trotsky estaba entrando en una pelea por el “mero poder”, y rechaza la designación con la excusa de que era de origen judío y que los judíos caían mal entre la población por su atraso… Todo un conjunto de micro-circunstancias estratégicas ocurren en este período, que no podemos detallar acá porque es obra de historiadores y no somos tales.

[36] Pensemos que en las luchas tendenciales dentro de las corrientes revolucionarias, y también en la pelea entre corrientes revolucionarias, aparece algo de “psicosis”, es decir, un cierto clima de “subjetividad” y agobio que hay que objetivizar. Imaginémonos entonces lo que fue la lucha bajo el estalinismo y en el clima de las Grandes Purgas, un multiplicador a la enésima potencia de esa psicosis persecutoria o de ese clima subjetivo agobiante.

[37] No existe mejor “mecanismo de selección natural” política que jugarse la vida por la revolución. Ningún arribista haría esto, pero sí se llena de arribistas el partido que recluta masivamente cuando está en el poder –al calor del poder y sus privilegios–.

[38] De ahí que al partido entraran miles o decenas de miles de mencheviques y socialistas revolucionarios. En sí mismo, sería sectario –quizás, hay que ver en cada caso concreto– no dejar que la base de estos partidos ingrese al partido revolucionario luego de la revolución. Pero los dirigentes que estuvieron en contra de la revolución desde la “izquierda” son otro cantar, como los dirigentes que integraron el gobierno provisional burgués que luchó y maniobró contra la revolución y le abrió paso a Kornilov.

[39] Heijenoort, en su hermosa y austera biografía sobre su trabajo como secretario de Trotsky en el destierro, cuenta sobre el criterio ultra exigente –¡y autoexigente!– del gran revolucionario ruso para el trabajo, y narra que, incluso, a veces incurría en injusticias por esto mismo (la edad, y para colmo bajo enormes presiones, juega a veces malas pasadas en este sentido debido a que los nervios están algo más dañados que lo normal).

[40] Lo que no excluye, sino más bien contiene, los intereses de otras capas sociales como las nacionalidades y el campesinado pobre, cuestiones que por “razón de Estado” el estalinismo aplastó.

[41] De todas maneras, el peso positivo de la cosa es que era un personaje independiente y en gran medida por eso no capituló a la razón de Estado estalinista, además de la suerte que tuvo de que Stalin lo exiliara fuera de Rusia.

[42] Cita Broué a este respecto: “La derecha [de la Oposición] es Preobrajensky. Él no ve una sumisión [al aparato], sino una conciliación a causa del ‘giro a izquierda’ [de Stalin] (…) Preobrajensky está en tren de capitular en nombre de sus leyes económicas” (recordemos que Preobrajensky había escrito una importante obra titulada La nueva economía, valiosa pero que ya mostraba limitaciones metodológicas economicistas y objetivistas (ver nuestro texto “Dialéctica de la transición. Plan, mercado y democracia obrera”, en izquierdaweb).

[43] El antídoto revolucionario es mantener siempre un abordaje crítico y no dogmático, además de una independencia de criterio que no sea caprichosa, claro está.

[44] Broué y otros historiadores marxistas revolucionarios señalan la paradoja –otra más– de que el pensamiento marxista y creador, crítico, subsistió en la URSS de los años 30 solamente en los aisladores y campos de trabajo forzados. Durante un periodo, en las prisiones estalinistas los presos políticos gozaban de algunos “privilegios”, como estar separados de los presos comunes, la autorización para publicar boletines y cuestiones así: “A los recién llegados al centro de detención les sorprendía el grado de libertad con el que se manejaban los reclusos. El trotskista A.I. Boyarchikov, que llegó a Verjneuraslk en 1932, recordaba: ‘En aquella época se metía a la gente en la cárcel por una palabra dicha sin querer, pero en el aislador, detrás de los muros de piedra, había libertad de expresión, de fracciones, de agrupamientos, de partidos y de prensa (manuscrita) (…) Los días de fiesta salíamos con banderas rojas (hechas de trapos blancos teñidos con manganeso) y cantábamos canciones de la revolución, tras lo cual todo el mundo se reunía en círculo y comenzaba el mitin, en el que hablaban los líderes de los grupos rivales’ (…) A. Ciliga relata impresiones similares: ‘He visto muchas maravillas en la URSS, pero nunca había visto nada parecido. ¿A dónde he venido? ¿A una isla de libertad en un océano de esclavitud, o una isla de locos? El contraste entre el terror y la opresión de todo el país y la libertad moral que existía aquí, tras los barrotes de esta prisión, era tan grande que uno más bien pensaba que había llegado a una isla de locos. En efecto, en la sexta parte del globo terráqueo que la Unión Soviética ocupaba con tanto orgullo, tenía sólo dos o tres rincones, y para colmo, por una ironía del destino estos rincones eran las cárceles, donde la gente conservaba el derecho a decir en voz alta lo que pensaba, y a decirlo no en forma individual sino colectivamente’” (Aleksei Gusev, “Trotskistas en la URSS. Prólogo a los Cuadernos de Verjneuralsk”, Ideas de Izquierda).

[45] Trotsky tiene un artículo muy educativo titulado ¿Cómo venció Stalin a la oposición? (1935) donde plantea el peso de las condiciones objetivas en su derrota y se defiende de la idea de que su pelea hubiera sido por el poder en sí mismo. Señala, agudamente, que la tarea de escritor es mucho más gratificante que la del poder.

[46] Este autor, decista y defensor de la definición de “capitalismo de Estado” para la URSS, tiene buenos artículos acerca de la posición equivocada de Trotsky en tiempo real en relación a la colectivización agraria, pero peca de sectarismo en relación a su trayectoria antiestalinista. Coloca a Trotsky fuera de las circunstancias de tiempo y lugar y se posiciona a favor de los decistas, una posición legítima pero que nos parece equivocada: en su sectarismo acérrimo dieron por derrotada la revolución antes de tiempo. Trotsky tiene un texto muy educativo en relación a ellos que se titula “Nuestras divergencias con el grupo decista”, 11/11/28.

[47] La investigación histórica demostró que no ocurrió ningún aumento con esta compulsión al trabajo: no se elevó el promedio de la productividad sino que ocurrió, mayormente, lo contrario, ya que en rechazo a este servilismo de algunos a los directores de la planta y a los privilegios otorgados a estos rompehuelgas por la burocracia, los trabajadores trabajaban más a desgano que lo habitual.

[48] Al parecer, el scholar marxista estadounidense Kevin Murphy considera a Rakovsky un “perro muerto” cuyo estudio “atrasa treinta años” (a pesar de que el estalinismo le secuestró una enorme obra escrita que todavía podría ser encontrada)… Por lo demás, lo acusa fácilmente, desde su sillón de estudioso privilegiado en los Estados Unidos, de “capitulador”. No está claro si Rakovsky capituló realmente o no; Broué afirma en Rakovsky ou la Révolution dans tout les pays que no, y la que estamos citando es una obra sobre Rakovsky de pocos años –posiblemente la última antes de su fallecimiento–. En todo caso, sería interesante ver qué hubiera hecho Murphy si hubiera estado en los zapatos de Rakovsky en 1934… antes de autoproclamarse tan “principista”.

[49] Hay que recordar que, luego de la derrota de la Oposición de Izquierda, había otra oposición que derrotar, que era la de la derecha integrada por Bujarin, Rikov y Tomsky. Sin embargo, su derrota fue mucho más simple porque se trató de una mera pelea en el aparato, sin ningún intento de organización hacia abajo. El historiador de Bujarin Stephen Cohen señala contra toda evidencia que la lucha contra la derecha fue más importante que contra la izquierda, pero esto no fue así. De cualquier manera, la obra del propio Cohen y las elaboraciones teóricas de Bujarin, aunque erráticas, merecen atención. Bujarin, más allá de su derechismo, fue un pensador de importancia que no puede simplemente ser desechado (algunas de sus críticas al estalinismo en los años 30 tendrían puntos de convergencia con las de Trotsky).

[50] Lamentablemente no tenemos tiempo aquí de desarrollar este aspecto de la historia, pero Broué, en su última obra Rakovsky o un revolucionario de todos los países, insiste que su “capitulación” fue un movimiento táctico en un momento en que parecía abrirse espacio en el partido durante 1934, espacio que se cerró con el asesinato de Kirov en diciembre de 1934.

[51] No hace falta estar en el aislamiento de la ex URSS para darse cuenta lo que significa la falta de interlocutores teóricos y políticos honestos que, como señalaba Lenin, son siempre escasos (nuestra propia elaboración ha sido realizada mayormente en el aislamiento geográfico-político).

[52] Humildemente, este es el “operativo” que intentamos hacer en El marxismo y la transición socialista al poner la elaboración de la generación del marxismo revolucionario acerca de la URSS y otros problemas bajo el contraste de las elaboraciones más clásicas de Marx y Engels.

[53] Agreguemos que en El marxismo y la transición socialista señalamos que la cultura marxista de Rakovsky era mayor que la de Trotsky; tenía a los clásicos más presentes que el gran revolucionario ruso. Y también señalamos la importancia de que la militancia salga de la riña berreta del día a día con las demás corrientes –una riña rebajada en estos tiempos de bajo nivel marxista donde todo son invectivas incluso entre los dirigentes– y se eleven a los grandes y universales problemas planteados por el marxismo.

[54] Rakovsky, uno de los más grandes estudiosos entre los bolcheviques de la Revolución Francesa, gustaba citar las palabras de François Babeuf en oportunidad de su salida de la prisión de Abbaye el 18 de octubre de 1794: «Es más difícil reeducar al pueblo en el amor a la libertad que conquistarla».

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