Apropósito de la visita de Obama a Cuba

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Por la perspectiva de una nueva revolución

 

Obama se paseó por Cuba y fue recibido como un verdadero “rockstar” por los cubanos. El hecho de que el jefe del imperialismo yanqui sea el eje articulador de las esperanzas de gran parte de los cubanos es en sí mismo un balance de la gestión del estado cubano y de la revoluciónpor parte dela burocracia castrista y del PCC. Lo cierto es que Obama se presenta como una figura de dos caras lo cual habilita una peligrosa confusión. Por un lado es el presidente norteamericano que reconoció que la política yanqui contra Cuba (agresión, aislamiento y bloqueo) fracaso estrepitosamente. Esto sin duda consagro un triunfo de la resistencia del pueblo cubano contra el imperialismo y alimenta las expectativas del fin del bloqueo económico a Cuba; pero junto con esto, es el artífice de una nueva política no menos imperialista y probablemente más peligrosa, puesto que apunta a los mismos objetivos (restaurar el capitalismo) pero por distintos medios. Así lo declaró nuestra Corriente en oportunidad del reinicio de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos:

“El imperialismo deja el arma del bloqueo porque, efectivamente, “es obsoleta y ha fracasado”. ¡Pero lo hace para empuñar otras armas, que amenazan ser más efectivas y eficaces! Obama da un imprescindible paso atrás, para intentar dar dos pasos adelante. ¡El levantamiento del bloqueo es un logro, un triunfo, pero que viene con trampa!El giro de Obama intenta aprovechar el proceso de restauración capitalista, impulsado abiertamente por la burocracia del PC cubano desde el VI Congreso de abril de 2011. Tiene el propósito de hacer pie en ese curso regresivo, que está llevando a una polarización social creciente de la sociedad cubana, y a la formación de una nueva burguesía.”

Con el objetivo de ilustrar esta contradicciónreeditamos parte del artículo La crisis terminal del “modelo cubano”del Marcelo Yunes publicado en la revista sob 25 de febrero de 2011.

 

El clima moral

 

La “moral socialista” fue en Cuba invocada a cada minuto casi desde la revolución misma. En el caso del Che, era una honesta aunque equivocada vía de organización del mecanismo económico. En boca de la burocracia, suena a protestas de castidad en labios de una cortesana. La “mentira”, pecado capital para el PCC, es practicada a cada segundo por todos los niveles de la burocracia. Esto no puede menos que insuflar al conjunto de las relaciones sociales un invisible pero pesado manto de hipocresía, que recuerda a las sociedades del Este europeo.

Hay una pérdida de sentido de las palabras que hacen al campo semántico (político e ideológico) del régimen. Y la primera de ellas es “socialismo”. Esta palabra, pronunciada por la burocracia, puede significar casi cualquier cosa, según pasan los períodos y los virajes políticos. El crecimiento de la desigualdad y la polarización social pudieron haberse presentado como fenómenos negativos pero inevitables. En cambio, siguiendo el más puro ejemplo stalinista, en los últimos años la burocracia quiso convencer ahora a los cubanos de que el “igualitarismo” es ajeno al socialismo, y que la mentalidad economicista y hasta egoísta, mientras redunde en un aumento de la producción, es la esencia del socialismo.

Sobre todo entre las nuevas generaciones, hay una creciente pérdida de legitimidad, descreimiento y confusión; los antiguos valores se declaran caducos y el pecado de ayer es la máxima virtud de hoy. Al igual que en las sociedades del Este europeo y la URSS, la palabra “socialismo”, enunciada por un elenco dirigente corrupto e hipócrita, no puede menos que sonar a hueco.

Lo propio ocurre con la relación socioeconómica decisiva: la del trabajo asalariado, fuente de los ingresos del 80% de los cubanos. La relación laboral está totalmente distorsionada: como el salario es casi puramente virtual, la prestación laboral se degrada también. La falta de productividad y de interés en el trabajo, así como el total desprecio por la idea de “propiedad del pueblo” en lo referido a los elementos de trabajo, no son una demostración de haraganería, como denuncia la burocracia, sino una manifestación sorda de descontento, tal como ocurría en los países “socialistas”. Para Farber, “parte del descontento y enojo con el sistema político se ha vertido hacia la actividad delictiva. El problema del robo en Cuba es enorme”.

También a semejanza del Este europeo, se instala la cultura de robar para sobrevivir, puesto que el salario y la libreta de racionamiento no cubren las necesidades más básicas por más de dos semanas. “Como advirtió el investigador francés VincentBloch, la corrupción generalizada –desde minucias hasta hechos de mayor escala– atraviesa a toda la sociedad cubana, y constituye una forma efectiva de control social. Al no existir medios lícitos que garanticen la supervivencia (a veces ni siquiera el mero cumplimiento de las obligaciones laborales) sin hacer algo que puede ser definido en un momento u otro como ‘ilegal’ –que la ironía cubana llama ‘inventos’– los cubanos tienen una permanente espada de Damocles sobre sus cabezas” (P. Stefanoni).

Tal estado de cosas, por otra parte, no hace más que abonar la idea (ahora adoptada sin reservas por la burocracia) de que el único factor posible de orden y disciplina en las relaciones laborales es el mercado, en simbiosis con las decisiones del aparato.

Las privaciones materiales son el acicate indiscutido para innumerables conductas sociales y tiñen asimismo la atmósfera cultural e ideológica. Un estudio de un economista cubano en el exilio (pero que hasta bien entrado este siglo formaba parte del riñón del PCC) calcula que el ingreso monetario real de un asalariado es del 22 al 25% del que tenía en los años 80, antes del colapso de la URSS y el “período especial”. ¿Cómo se cubre la diferencia? Una parte, con “ingreso en especie”, desde los comederos hasta beneficios de transporte y vivienda (hoy limitados a los burócratas); otra parte, con “salario ilegal pero tolerado para empleados de empresas de capital mixto” (vinculadas sobre todo al turismo), remesas del exterior, ingreso por autoempleo legal, “bienes y servicios de tipo casero intercambiados con o vendidos a amigos y vecinos, actividades de la economía informal, sean no registradas o ilegales, y saqueo de bienes del sector estatal para la reventa o para consumo personal” (Oscar Espinosa Chepe, “Changes in Cuba: Few, Limited, and Late”, 16-11-10).

En este contexto, los proyectos orientados al turismo de lujo, (los campos de golf, spas y marinas previstos en los Lineamientos), y a los que sin duda también accederán los cubanos privilegiados, no pueden menos que generar rechazo y resentimiento.

En contraste con estos emprendimientos obscenos, la penuria de divisas, de las que dependen cada vez más el nivel de vida y la capacidad de consumo cotidianos a medida que crece el conjunto de bienes sólo disponibles en moneda convertible, le da un papel desproporcionado a las remesas de familiares en el extranjero. El efecto en la conciencia de reconocer que el nivel de vida y hasta de subsistencia depende del trabajo, valor y dinero generados fuera de Cuba es potencialmente devastador. No de otra manera puede entenderse la justificación social de la prostitución.

Al respecto, un escritor cubano, Leonardo Padura, pinta con trazo descarnado aspectos de la circulación de sentidos sociales en la isla: “Cuba es un país que vive un cansancio histórico. La gente está cansada de sentir o que se le diga que está viviendo un momento histórico, y quiere vivir una normalidad. Esto ha generado, además, un desgaste moral bastante serio en la sociedad cubana. En un país donde la prostitución deja de ser un oficio reprobable y se convierte muchas veces en una salvación para la economía hogareña, con el beneplácito y la admiración de la familia, hay algo que funciona mal (…) Un país donde la mayoría de las personas tiene que buscar alternativas de supervivencia en los márgenes o más allá de los márgenes de la legalidad y lo hacen con total desenfado, como una actividad absolutamente normal, es un problema serio. El propio gobierno –que es el empleador del 90 por ciento de los cubanos– ha reconocido que los salarios que les paga a sus asalariados son insuficientes para vivir, lo que es un reconocimiento de que las personas tienen que buscar alternativas de supervivencia. Y cuando alguien en Cuba, por ejemplo, espera poder resolver sus problemas con los 100 ó 200 dólares que les puede mandar un pariente desde Estados Unidos, México o España, o espera resolver los problemas haciendo un determinado negocio que está más allá de los márgenes de la legalidad, es una sociedad que tiene problemas. Y estos problemas tienen un costo social y moral” (“Entrevista a Leonardo Padura”, Sin Permiso, 5-9-10)

La propia burocracia desespera de garantizar un horizonte a los sectores más conscientes de las posibilidades que están perdiendo, en un país con un 30% de personas en edad laboral con estudios superiores completos. Como dice un economista oficial, “muchos profesionales, si ocupan puestos acorde con su calificación, necesitan de otro tipo de actividad que les reporte ingresos adicionales para suplir lo que no alcanzan a cubrir con sus salarios (…). En otros casos, simplemente emigran hacia otros sectores diferentes a los de su especialidad, que ofrecen mayores posibilidades de ingresos aunque no utilicen en ellos sus conocimientos de formación. Y, en el peor de todos los escenarios, buscan alternativa segura de empleo en el exterior” (O. Pérez Villanueva, “Notas…”, cit.). El único atenuante que encuentra el autor a este desolador panorama es que al menos, en el caso de la emigración al exterior, “hay beneficios posteriores con el incremento del potencial de remesas al país” (ídem).

¡Menudo consuelo! Por unas decenas de millones de dólares, que podrían aumentar un poco si Obama y la burocracia liberalizan las condiciones de viaje de los cubano-estadounidenses, el balance social es que el futuro previsible de cualquier profesional cubano con cierta proyección está fuera de la isla. ¿Qué se puede decir de un “socialismo” del que las personas formadas intelectualmente quieren escapar?

Finalmente, digamos que otro rasgo del actual momento político es la incertidumbre y la desazón ante los cambios que se vienen, y que muchos cubanos no están seguros de que vayan a ser para mejor. Son legión los honestos jóvenes y militantes del PCC que sospechan y temen que, a pesar de la convicción “socialista” que derrochan los discursos, se puede emprender el camino de la vuelta al capitalismo.[9] La desconfianza es muy entendible cuando la misma burocracia dice un día que tiene la “brújula” más segura (acompañados por sus corifeos latinoamericanos) y afirma al día siguiente que “nadie sabe nada de cómo se hace el socialismo”.

 

La juventud

 

A diferencia de las generaciones anteriores, que vivieron el contraste positivo entre las conquistas de la revolución (hoy muy deterioradas) y el destino de otros países de la región, hoy la comparación arroja, para los más jóvenes, un resultado menos inequívoco. No ya en términos de “libertades civiles” (el caballito de batalla del imperialismo y los gusanos), sino en parámetros bien materiales.

En una sociedad envejecida en términos demográficos,[10] la realidad de la emigración debilita las fuerzas sociales potencialmente dinámicas, y desequilibra progresivamente la relación entre los cubanos en la isla y la diáspora. Unos 35.000 cubanos salen del país cada año, y el número total de nativos cubanos en el exterior ronda los 2,5 millones, es decir, el 22% de la población. Para muchos jóvenes, el único proyecto posible es individual, no colectivo, y además fuera de Cuba, frente a una situación que se percibe como terminal.

Por otra parte, la vía de la emigración no está abierta para todos, naturalmente; no es más que una válvula de escape para aquellos sectores que puedan sufragarla económicamente y/o puedan desandar (con dinero o con relaciones) los laberintos burocráticos que implica la autorización para salir del país

El panorama que pinta Padura de la juventud difiere drásticamente de los rituales ideológicos de la “juventud revolucionaria” de los discursos de los Castro: “Una parte notable de los jóvenes del país están emigrando o piensan emigrar, y entre ellos hay un porcentaje alto de personas preparadas, que deberían asumir las responsabilidades de un futuro en lo social, en lo académico, en la vida económica del país. Al mismo tiempo, hay un sector de esa juventud muy despolitizado, que lo que quiere es vivir su vida, muy distintos de lo que fuimos nosotros hace 20 ó 30 años. Eso explica la existencia de tribus urbanas bastante numerosas como los emos, los freakies, los raperos, los reggaetoneros, que ven la vida desde perspectivas bastante desafiantes y poco ortodoxas. En fin, es una generación mucho menos comprometida con la política” (“Entrevista…”, cit.).

Farber, en cambio, ve un costado positivo de este alejamiento de la juventud de los canales formalizados por la burocracia para la participación política y social: “Lo que parece prometedor, en cuanto a las posibilidades que existen dentro de Cuba, está relacionado con la tremenda enajenación que reina entre la juventud, especialmente entre la juventud negra. En Cuba hay un movimiento hip hop enfocado a expresar el enojo de los jóvenes negros, específicamente, contra el hostigamiento y brutalidad que sufren a manos de la policía. (…) Quizá en algún momento esa frustración y enajenación llegue a expresarse en términos de protesta política. Pero ésta es sólo una posibilidad” (“¿Adónde…?”, cit.).

Posiblemente la mirada más abarcadora sea la de Guillermo Almeyra, que busca dar cuenta de las tensiones, tradiciones y contradicciones que desgarran a las nuevas generaciones de la isla: “La juventud cubana actual creció en la crisis constante y, en su gran mayoría, está atraída por el consumo de tipo capitalista que jamás tuvo… Esa juventud siente, pues, un descontento sordo. Una parte minoritaria más activa y consciente utiliza el campo cultural para discutir y abrirse espacios creativos y políticos; otra, muy pequeña, se hunde en la delincuencia en las ciudades, y el grueso busca sobrevivir como sea, ‘inventando’, y aunque no deja de ser antiimperialista y de defender la soberanía nacional, se aleja de la política y desea elevar sus consumos de todo, de lo necesario y de lo superfluo” (“¿Adónde…?”, cit.).

Es importante aquí retener las contradicciones entre las presiones pro consumistas (que alientan las tendencias al capitalismo) y la conciencia, sin duda mayoritaria, de que la independencia y las conquistas de la revolución deben mantenerse. Por otro lado, no es tan sencillo que la primera opción sea la voluntad de tomar el destino en sus manos cuando la burocracia bloquea hasta la idea de eso desde el inicio mismo de la revolución, como lo simboliza la consigna emblemática del PCC: “¡Comandante en jefe, ordene!”

 

Los trabajadores y el pueblo cubanos tienen la palabra

 

La tradición política desde la revolución es que, a contramano de la constante invocación al “pueblo” y a “la clase obrera”, éstos no sólo no deciden absolutamente nada, sino que no se espera que lo hagan. La política no es asunto de las masas, sino de los “cuadros”. Toda iniciativa viene siempre desde la cúpula del PCC y en particular de Fidel. La acción política consiste en comprender y obedecer los visionarios mandatos del Comandante, nunca en actuar de manera independiente, dado que los canales organizativos están controlados por la burocracia, desde el partido y los sindicatos hasta los CDR. La otra posibilidad que ofrece la política son los acontecimientos impuestos objetivamente por la fuerza de las circunstancias, ante los cuales no cabe más que rendirse, como durante el “período especial”. En suma, la política cubana ha sido desde la Revolución una combinación de llamados a acatar la voluntad del PCC y anuncios de resignación ante lo inevitable. Lo que nunca ha operado como factor es la acción independiente.

Pero esto, con toda probabilidad, va a cambiar. La profundidad de la crisis, la magnitud de los cambios y lo obsceno de la desigualdad y desprotección social que representa el rumbo de la burocracia van a generar, y ya están generando, a una escala todavía poco detectable pero real, movimientos de inquietud, de oposición, de descontento. Como dice Cobas Avivar, “no es posible no coincidir con los análisis de estudiosos cubanos como Julio César Guanche y Juan Valdés Paz en el criterio de que hoy el pueblo cubano ya no estaría dispuesto a resistir ‘ideológicamente’ un embate similar al que la crisis de 1990-1993 produjo sobre los fundamentos de su existencia y reproducción socio-material” (“La patria…”, cit.).

En efecto, en Cuba parece estar agotándose el poder casi mágico de “la palabra de Fidel”, y los cubanos, en un futuro muy cercano, podrían no conformarse con soportar las privaciones con raciones de retórica “revolucionaria”. Sobre todo cuando los que pronuncian esas inflamadas palabras no comparten ninguno de los padecimientos materiales de las masas.

No es posible establecer de antemano los ritmos ni las formas que adoptarán las manifestaciones de rebeldía, pero es sencillamente inevitable que aparezcan. Por eso, más allá de los lineamientos programáticos generales que citamos más abajo, es esencial prestar atención a cómo pueda articularse un conflicto, que vemos inevitable, entre las masas y la burocracia con la formulación de una política y la construcción de organismos antiburocráticos, antiimperialistas y socialistas.

El destino del régimen actual de la isla está sellado; Cuba será completamente distinta de aquí a poco tiempo. El lugar que ocuparán a) la burguesía cubana en el exilio; b) su estrecho aliado, el imperialismo yanqui; c) la burocracia, y d) los trabajadores y las masas cubanas en general, no está escrito en la piedra: dependerá de la profundidad de los procesos de lucha de clases que, insistimos, no pueden no tener lugar. Tales son las fuerzas sociales en pugna.

Lo que representa un criterio esencial es que toda ubicación política que se ponga del lado de oponerse a la restauración del capitalismo en Cuba y de defender las conquistas de la revolución debe partir de que la burocracia castrista está de la vereda de enfrente. No es ni un aliado vacilante, ni un “campo contradictorio”, ni mucho menos la conducción de la lucha contra la restauración. Por el contrario, es la fuerza impulsora del capitalismo más activa y poderosa dentro de la isla. Sólo la acción y organización de los trabajadores y los sectores populares, de manera independiente, revolucionando o (más probablemente) por fuera de las instituciones que encorsetan a las masas puede cumplir el papel de frenar la restauración en curso y abrir paso a una verdadera nueva revolución.

Porque no se trata sólo de defender lo que queda del pasado, sino de enfrentar los desafíos del presente, esto es, poner verdaderamente en el poder a quien hoy, según la Constitución castrista, lo detentan pero que en la realidad están muy lejos de él: la clase trabajadora.