Aldo Rico y los carapintada: una sublevación derrotada por la movilización popular

En el desfile militar del 9 de julio organizado por el gobierno, participó impunemente Aldo Rico. A su paso aplaudieron Marcos Peña y Patricia Bullrich. Protagonista de los dos primeros levantamientos carapintada, su carrera política es la de un derechista que intentó imponer la impunidad a los genocidas de la dictadura militar con la amenaza de sus armas. La movilización popular derrotó a los carapintada mientras Alfonsín les concedía las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Según el ministro Aguad: “fue un acontecimiento chiquito”.

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Desde su asunción misma, Macri hizo constantes intentos de relegitimar a las Fuerzas Armadas, de conseguirles algo más de impunidad a los genocidas de la dictadura militar. Luego del triunfo electoral del 2015, La Nación lanzó una editorial anónima que parecía intentar decir en voz alta lo que muchos de ellos pensaban: había que liberar a los militares presos. La presencia de Aldo Rico en los desfiles del Día de la Independencia ya había generado escándalo tres años atrás. Tal vez el intento más notorio de avanzar en la impunidad fue el fallo del  2×1.

Y sin embargo, cada paso de las intentonas del macrismo se encontró con la persistente resistencia de la movilización popular. Con una cobardía que irrita a amigos y llena de odio a los adversarios, Macri jamás se pronunció personalmente durante su gobierno respecto a estas cosas. Sus funcionarios desfilaban por los medios para decir que “no fueron 30 mil” mientras Macri se callaba. Sus jueces intentaban imponer el 2×1 a los genocidas mientras Macri callaba. “Avanzar” sin tomar ningún riesgo, “si sale, sale”. Es evidente que con semejantes dosis de pusilanimidad no se puede hacer mucho. Menos aún con las reservas de lucha democrática que hay en Argentina, que han logrado derrotar cada provocación.

Y no obstante, nadie puede dudar de dónde están las simpatías de Macri en este asunto. Tampoco las de Marcos Peña y Patricia Bullrich. Mucho menos las de Oscar Aguad, radical de vieja estirpe conocido cariñosamente entre los “correligionarios” de su partido como… “el milico”. Ya en los 90 se lo supo ver muy seguido con el genocida Menéndez y fue denunciado por usar su lugar de funcionario del gobierno de Córdoba para garantizar la impunidad a sus genocidas amigos. Decir cosas como “defiendo a los asesinos torturadores y apropiadores de niños porque son unos patriotas intachables” queda hoy en día bastante mal así que optó esta vez por “fue algo chiquito”.

Lejos de ser “algo chiquito”, el levantamiento carapintada fue la última manifestación independiente del “partido militar” en Argentina. Su exigencia: ponerle fin a los juicios a los militares responsables del genocidio entre 1976 y 1983.

Como es bien sabido, el “partido militar” argentino fue protagonista absoluto del poder durante largas décadas, gobernando de manera directa o con gobiernos que tenían las botas militares pisando sus talones. La Fuerzas Armadas argentinas no tienen ningún pasado “glorioso” del que puedan jactarse. Envueltos de vergüenza por su rol de “defensa externa”, se entregaron a la tarea de mancharse las manos con la sangre de luchadores argentinos.

Pero esta historia tuvo un corte en los años 80’. El Ejército argentino fue derrotado en las calles por los trabajadores y el pueblo, que abrieron así la transición a una nueva forma del régimen político argentino. Para defenderse del “partido militar”, apoyándose en la derrota de la última y sangrienta dictadura, los partidos de la democracia capitalista se lanzaron a la tarea de debilitar una y otra vez en su rol represivo a las Fuerzas Armadas; a veces forzados a hacerlo por la movilización, a veces como necesidad para consolidar su propia dominación sin la intervención de los hombres de verde. El fracaso de los levantamientos “carapintada” fue absolutamente definitorio. Alfonsín estableció sobre el final de su mandato la estricta diferenciación entre “seguridad interna y defensa nacional”, dando comienzo a la no intervención del Ejército en cuestiones internas. Menem abolió el servicio militar obligatorio. Kirchner emitió una disposición que lisa y llanamente prohibía la participación de las FFAA en la represión interna. Por supuesto que ninguno de esos gobiernos dejó de usar a la policía y otras fuerzas “de seguridad” para reprimir y matar, pero el Ejército como tal había perdido su viejo protagonismo.

Claro que los viejos represores no quisieron abandonar la escena sin resistencia. Ese fue precisamente el significado de los levantamientos encabezados primero por Aldo Rico y luego por Seineldín. En 1987, la negativa a declarar de Ernesto Barreiro por las causas en su contra por desaparición, asesinato y tortura fue la señal de largada del copamiento de varios cuarteles. En Campo de Mayo la sublevación la encabezó Aldo Rico, que se convirtió rápidamente en la voz pública de los carapintada. Mientras la mayoría de las tres fuerzas armadas se mantuvo neutral pero acatando formalmente la autoridad del gobierno radical, fue la movilización popular la que puso contra las cuerdas a Aldo Rico y los suyos. No dándose por vencidos, hicieron intentonas similares a lo largo de los años subsiguientes.

“Felices Pascuas, la casa está en orden” le dijo Alfonsín a una Plaza de Mayo repleta. La respuesta de la UCR intentaba sacarse de encima la tutela de la movilización pactando concesiones a sus espaldas. Ese año fueron aprobadas las leyes de impunidad, la Obediencia Debida y el Punto Final. Con ellas, más los decretos de indulto de Menem, se le daba todo lo que pedían a los responsables del martirio de nuestros 30 mil compañeros.

No, el levantamiento carapintada no fue “chiquito”: fue el último intento de un pasado brutal de levantar la tapa de su ataúd y volver a caminar entre los vivos. La movilización popular ofició de enterradora.

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