
Alberto Fernández se reunió hoy, en el marco de su gira europea, con Kristalina Georgieva, titular del FMI, para charla acerca de la renegociación de la deuda externa que el país tiene con el organismo internacional. Señalemos que esta gira de Fernández se da luego del fracaso de la gira previa que Guzmán realizó, de la cual volvió con las manos vacías en términos de compromisos y acuerdos.
«Hay que encontrar un camino de solución que no signifique postergar al pueblo argentino que la está pasando todavía muy mal en la pandemia, y una economía que heredamos que cuesta ordenarse» expresó el presidente luego de la reunión con Kristalina.
Lindas palabras que no se condicen nada con el accionar del ejecutivo. Lejos de este discurso «progre», hay en curso un ajuste indirecto vía inflación y reducción del gasto. El gobierno pactó con los sindicatos «paz social» y aumentos miserables en cuotas en momentos en que la inflación no baja del 4% mensual y ya acumula más del 17%. En el último año, es del 46,3%, terrible.
El aumento de la pobreza (que ya supera el 40%), la inflación descontrolada y el descontento de los trabajadores con un gobierno al que votaron para «terminar con el ajuste macrista», presiona sobre el ala kirchnerista del frente, que responde discursivamente a esta base social (a pesar de ser, claro está, una expresión política capitalista y de sostener el plan económico del FDT).
La presión interna se expresó en el parlamento: hoy se trató en el Senado un proyecto presentado K Oscar Parrilli que exige a Guzmán la utilización del último giro del FMI para ayudas sociales, lo cual condicionaría el uso de este dinero para pagar deuda. A parte, un comunicado del PJ Bonaerense (en el que asumirá Máximo Kirchner como presidente) se expresó en términos que ataban el ajuste a la continuidad de una política macrista. Cuando la tensión parecía ir escalando el dato del aumento de la recaudación por los precios internacionales récord de la soja (superior a los 600 dólares) inyectó un alivio económico en el gobierno y distendió la tensión interna, aunque la cosa sigue.
Los K presionan porque consideran que hay «mayor margen» para negociar con el fondo estirando el ajuste sin romper el acuerdo. Que se puede emitir y dar alguna ayuda social mínima, y que luego de ganar las elecciones se puede continuar con el ajuste duro. Que se puede convencer a los capitalistas que, para garantizar gobernabilidad, el ajuste tiene que ir «con anestesia».
Pero con o sin anestesia, la hoja de ruta se mantiene: acordar el pago de la deuda con reducción de déficit a mediano y largo plazo en lo que podría ser un «plan de facilidades extendidas» (plan de pago en el que el FMI condiciona a los gobiernos exigiéndole medidas económicas antipopulares estilo Grecia o Portugal). Además, por más que uno use anteojos no se ven las «banderas celestes» de La Cámpora acompañar ninguna lucha por aumento de salarios ni contra la precarización (como las que desarrollan los ferroviarios, choferes, tercerizados de edesur, salud, etc). No elevó la voz Máximo Kirchner cuando los sindicatos y el gobierno acordaron un aumento miserable del salario mínimo. Y, por el contrario, fueron los parlamentarios K los que aprobaron «con las dos manos» el presupuesto de ajuste 2021 que ordenaba el gasto y orientaba los aumentos salariales en función de una previsión de la inflación en torno al 29%, una referencia irrisoria con el objetivo de establecer paritarias a la baja.
Entre Cristina Fernández de Kirchner y Alberto podría producirse la siguiente discusión: «No seas tan dócil con el FMI, la derecha y el imperialismo, tenés que pensar en los votos, hay margen para flexibilizar un poquito. Vamos a acordar con ellos pero pensá en los votos» acusaría CFK con las encuestas en la mano. «Pero vos me pusiste para generar consenso y gobernabilidad hacia los sectores que no toleraban la confrontación», podría contestar Alberto, re-compenetrado con su papel de conciliador. La discusión es de perfil político, de grado y de discurso. De cómo hacer pasar el ajuste contra los trabajadores con el mínimo costo político posible.
La pandemia impacta fuertemente en el país con más de 400 fallecidos por día y agrava una crisis económica que golpea principalmente a los sectores más desfavorecidos. El fernandismo trazó una hoja de ruta para el 2021 en la que, a priori, se mostró inflexiblemente reaccionaria en el terreno económico y sanitario.
En economía: reducción del déficit, planchazo de los salarios, quita de ayudas sociales, límite a la inversión en salud, educación, etc. En el terreno sanitario: lejos de la cuarentena estricta del primer año y los IFES, se cedió completamente a la continuidad de la explotación capitalista en fábricas y talleres donde se multiplicaron los contagios, no se reforzó el sistema de salud, y sólo se tomaron algunas medidas restrictivas mínimas y el intento de suspensión de la presencialidad escolar, que suscitó un grave conflicto con Larreta.
A pesar de los reiterados intentos del presidente para congraciarse con amplios sectores de la burguesía, el imperialismo y los comerciantes de la ciudad (hartos de las medidas restrictivas), estos sectores tienen su corazón principalmente con Cambiemos. Aceptalo Alberto, no te quieren.
Y el imperialismo tampoco. El propio presidente acusó meses atrás (cuando el affaire del Lawfare saturaba los medios de comunicación) al organismo de haber trabajado para el triunfo de Macri. Sin embargo, testarudo, Fernández insiste en su giro a la derecha para recuperar el favor de estos sectores reaccionarios. Así como Guzmán especulaba con conseguir un acuerdo con el FMI haciendo la tarea antes de que se lo pidan, Alberto da garantías a los «poderes fácticos» aunque le den vuelta la cara.
La burguesía no pelea sólo economía, también ideología. No basta para congraciarse aplicar un programa de ajuste. La evaluación de amplios sectores de los capitalistas argentinos empieza a ser que la relación de fuerzas da para un gobierno «menos condicionado» por el descontento de los sectores populares como lo es el peronismo (y los K). Que basta del cuentito del «estado benefactor», que basta de cuestionar a los organismos internacionales y a los que se enriquecen del trabajo ajeno, volvamos a un «capitalismo normal» donde manda el que manda y punto.
El imperialismo presiona en ese sentido. El Club de París podría poner en cesación de pagos al gobierno si no cumple con el pago de 2.400 millones de dólares a fin de mes. En su gira, Alberto pasó con Francia y, por supuesto, intentó negociar una prórroga. El Club sugiere que podría darla a condición de que el país se comprometa a «aplicar reformas económicas pactadas con el FMI», es decir, profundizar un plan de ajuste en función de los intereses del imperialismo. Otra vez: basta de «progresismo».
Mas allá de las declaraciones rimbombantes de los K, su propuesta de ajuste «con maquillaje social» no es alternativa, ni plantean nada distinto estratégicamente al plan económico antipopular del Frente de Todos. Lo único real contra el constante y sostenido deterioro del nivel de vida de los trabajadores es, a estas horas, la multiplicación de las peleas salariales y contra la precarización que comienzan a surgir por abajo. La salida es por izquierda.
Seremos directos: te necesitamos para seguir creciendo.
Manteniendo independencia económica de cualquier empresa o gobierno, Izquierda web se sustenta con el aporte de sus propios lectores. Sumate con un pequeño aporte mensual para que crezca una voz anticapitalista.
Me quiero suscribir