Presentación de la obra

Introducción a El marxismo y la transición socialista. Tomo I: Estado, poder y burocracia

Un debate estratégico insoslayable.

Presentamos un primer adelanto del libro de próxima aparición de Roberto Sáenz, El marxismo y la transición socialista, que se publicará en dos tomos. Adjuntamos también el índice del primer volumen, para ir adelantando el amplio contenido de los debates que abarca. Ver Bibliografía e índice Tomo I: Estado, poder y burocracia.

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Para leer una obra complementaria de esta elaboración, que será base del Tomo II, leer Dialéctica de la transición. Plan, mercado y democracia obrera, del 2011


“En el librito no terminado de Lenin, El Estado y la revolución, tan importante, tan denso, tropiezo con una frase. Dice, insistiendo, por lo demás en una idea cara a Marx y Engels: ‘Hasta ahora, no ha habido una revolución que, a fin de cuentas, no haya desembocado en un fortalecimiento de la dinámica administrativa’. Cito de memoria y juraría que no son exactamente sus palabras, pero creo que no traiciono en nada su pensamiento. Es, además, la idea que se desarrolla en todo el libro. Y obtiene en esta consideración estímulos para socavar de modo más completo el complicado aparato del Estado. Porque, piensa, si las revoluciones precedentes sólo han desembocado en un fortalecimiento de aquello que querían destruir, es que esas revoluciones han sido imperfectas, que no han sido llevadas hasta el fin. Este escrito es de 1917. Si no fue terminado, se debe a que Lenin estimó que actuar era más importante que escribir. Ahora, han hecho esta revolución completa. Para realizarla, para llevarla hasta el fin, se han aceptado todos los sacrificios. La revolución finalmente triunfa; ha triunfado. Hace veinte años de eso. Y ahora, ¿dónde está la Unión Soviética? Nunca ha sido más fuerte la temida burocracia, la mecánica administrativa” (André Gide; 1964; 1126)

En las próximas semanas saldrá el primer tomo de una obra que pretende ser “integral” respecto de la experiencia del estalinismo y las lecciones estratégico-revolucionarias que la misma ha dejado para las revoluciones socialistas que están en el porvenir[1].

La edición se postergó unos meses por una serie de razones técnicas pero próximamente verá la luz en formato pdf abierto para compartirlo internacionalmente entre la militancia socialista revolucionaria y los scholars interesados en la tradición de Marx y Engels y la del marxismo revolucionario en su época clásica (Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci y Rakovsky).

El nuestro será, evidentemente, un abordaje crítico que además de nuestros clásicos y de autores marxistas contemporáneos instalados que aquí no nombraremos, pretende rescatar los aportes de marxistas antiestalinistas “olvidados” como Christian Rakovsky, Karl Korsch, Hal Draper, Karel Kosic, Pierre Naville, Raya Dunayevskaya, Moshe Lewin, Victor Serge, Tony Cliff, Ernest Mandel, Nahuel Moreno, Ernst Bloch, George Breitman, Daniel Guérin, Agnes Heller, Evald Ilienkov, Roland Lew, Karol Modezelewski, Maximilien Rubel, León Sedov, Lucio Colletti, Cornelius Castoriadis, Tamás Krausz, e incluso escritores como Panait Istrati, André Guide, Vasili Grossman y otros. Intelectuales marxistas y revolucionarios que habitualmente no figuran en la academia; ni siquiera en las editoriales marxistas latinoamericanas. Basándonos en la obra de unos ciento veinte autores y en la experiencia práctica e histórica de las revoluciones de posguerra, y en la militancia revolucionaria cotidiana en estos últimos cuarenta años (nacional e internacional) mayormente en el seno de la clase obrera y de la juventud, es que producimos esta obra.[2]

Se trata de una obra en dos tomos en la cual el primero trata genéricamente de los problemas del Estado de la transición y el segundo abordará los problemas de la economía de la transición socialista.[3]

Nuestro primer tomo saldrá a la luz en las próximas semanas en formato digital y próximamente en ediciones en castellano, portugués, inglés y francés.

Sin más, los dejamos entonces con el capítulo introductorio al primer tomo de nuestra obra.

1- Marx y el estalinismo

La teoría del Estado en Marx y Engels es fundamental para volver sobre el balance del estalinismo. Existen dos formas de abordar dicha teoría, que, como es sabido, no fue sistematizada por nuestros clásicos.

La primera tiene que ver con el abordaje teórico de la cuestión, sobre todo en Marx. Es un hecho que, teórica e históricamente, dicho abordaje se fue enriqueciendo, manifestando varios ángulos: la problemática de la separación entre el Estado y la sociedad, la cuestión del carácter de clase del Estado burgués como “junta que administra los intereses comunes de los capitalistas”, la problemática de los aparatos de Estado y el “gobierno barato” que había dejado planteada la experiencia de la Comuna de París, el carácter parasitario del Estado, denunciado por Marx bajo Luis Bonaparte como chupando la savia de la sociedad, etc., ángulos complementarios para su abordaje.[4]

En definitiva, los dos aspectos dominantes en la elaboración clásica sobre el Estado, complementarios pero no idénticos, son, por un lado, el carácter de clase de todo Estado, es decir, de institución en manos de la clase o capa dominante para mantener a raya a los explotados y oprimidos, como es el caso del Estado capitalista o de la dictadura proletaria, por intermedio de la cual la clase obrera ejerce el poder por exclusión de la burguesía (se le quitan a ésta los derechos propietarios, así como la ciudadanía). Y por el otro, fundamental para la transición respecto de la propia clase obrera, está la problemática del carácter separado del Estado respecto de la sociedad explotada y oprimida, por ejemplo bajo el capitalismo, donde el Estado aparece como una abstracción que supuestamente representa al conjunto de la sociedad (la abstracción del ciudadano en relación con la persona privada en la sociedad civil), o en el Estado obrero, en la dictadura proletaria, con el peligro de que una burocracia reemplace a la clase obrera en el ejercicio del poder.

Esta última problemática es central para el abordaje de la transición socialista, porque si en los enfoques tradicionales la dictadura proletaria es una forma clasista de dominación en relación con las ex clases dominantes, no se subraya lo suficiente que, en relación con la propia clase trabajadora, las formas separadas de Estado son un síntoma de que algo anda mal en la transición (Trotsky, capítulo III de La revolución traicionada).[5] El Estado no se reabsorbe en la sociedad sino que ocurre lo contrario: dicho exageradamente, la sociedad es “estatizada” (no es casualidad que Trotsky señalara que a diferencia de Luis XIV, que afirmaba “El Estado soy yo”, Stalin parecía afirmar “la sociedad soy yo”). En nuestra obra desarrollaremos en detalle la problemática de la estatización de las categorías de la economía política e incluso la estatización de muchas otras instancias de lo social en el Estado burocrático (que no es lo mismo que pasarse a la categoría de totalitarismo, carente de matices).

Más allá de lo anterior, y de los sesgos variados que se encuentran en el marxismo clásico respecto del Estado, podríamos decir que donde más se halla desarrollada una teorización al respecto es en el joven Marx: en La cuestión judía (1844), en la Introducción a la Crítica a la filosofía del Estado de Hegel (1843), y sobre todo, de manera brillante, en la Crítica a la filosofía del Estado de Hegel (1843), un texto mayor injustamente poco recorrido.

La crítica a Hegel aborda varios aspectos teóricos y metodológicos sobre el Estado. Marx tenía en mente una “doble crítica” al Estado prusiano tal como se presentaba a comienzos del siglo XIX, así como a la concepción de Hegel sobre dicho Estado, concepción que, paradójicamente, Marx consideraba un abordaje innovador (un análisis no conservador; otra cosa era la ubicación política de Hegel en relación con ese Estado). Este abordaje moderno daba cuenta de algunos rasgos generales del Estado capitalista emergente, con su escisión característica entre Estado y economía, su peculiaridad general de “abstracción política”, es decir, la separación entre la persona en su calidad económica en la sociedad civil y el ciudadano a nivel del ámbito político, la problemática de la burocracia estatal, etc. (Artous y Colletti).

Esta separación característica del Estado respecto de la sociedad explotada y oprimida en el capitalismo, por lo demás, remite a una reflexión acerca de la necesidad de terminar con ella: que el Estado deje de ser una forma separada y, por esa vía, tienda a su propia disolución, aspectos iluminadores para la transición socialista.

Marx señala una crítica metodológica a Hegel en el sentido de la inversión que hacía éste entre sujeto y predicado. En Hegel, el Estado es el sujeto de las relaciones sociales, y la sociedad civil y la familia son los predicados, y no a la inversa, como es en realidad: el Estado es un subproducto de la sociedad envuelta irremediablemente en contradicciones sociales y de clase que lo hacen necesario.[6] Indudablemente, al mismo tiempo, el Estado reactúa sobre la sociedad, un aspecto importante para comprender las experiencias anticapitalistas del siglo pasado.

Teniendo presente el problema de la escisión entre el Estado y la sociedad, Marx hace señalamientos agudos, como cuando plantea que “la democracia es forma y contenido a la vez”. ¿Qué quiere decir con esto? Que cuando la sociedad se encuentra presente en el Estado, cuando lo que representa el Estado es a la sociedad misma, cuando ambos términos se igualan, el Estado pierde su necesidad; su existencia se hace superflua: deja de ser una forma separada, liquidándose como tal Estado.

Marx realiza puntualizaciones agudas sobre la burocracia prusiana y sobre la burocracia en general cuando dice que es un “tejido de ilusiones prácticas”. Esto remite a la idea de que la burocracia no tiene otra alternativa que administrar a las personas reales y a la sociedad de carne y hueso que se halla fuera de ella, en la sociedad civil. Las problemáticas de la burocracia no serían propias, por así decirlo, sino las cuestiones materiales inscritas en las relaciones sociales, que la burocracia somete a su formalismo, a su administración. En El nuevo curso Trotsky retoma esta idea al señalar que la burocracia es la administración de las personas y las cosas.

La burocracia es, así, la expresión política y estatal de las corporaciones de la sociedad civil. Pero, paradoja si las hay, la burocracia, subproducto de las corporaciones, se transforma ella misma en una corporación y comienza a enfrentarse a ellas; comienza a hacer valer sus propios intereses.

Marx introduce aquí la idea de que la burocracia tiene al Estado como su propiedad privada, un concepto retomado por Rakovsky para entender el proceso de burocratización de la URSS: la burocracia tiende a darse fundamentos en la sociedad. Y Marx juega en su crítica a Hegel con la idea dialéctica de que toda consecuencia lucha contra sus causas, revierte sobre ellas. Idea para nosotros esencial para dar cuenta de que no en todos los casos la burocracia es meramente el personal de alguna clase social fundamental.

Marx finaliza su crítica a Hegel abordando el tema del mayorazgo, forma absoluta de la propiedad privada que pasa por encima de las leyes del mercado. Una forma extrema de la propiedad privada, porque ésta se caracteriza por ser una forma absoluta de propiedad, aunque la propiedad privada capitalista no tiene ninguna restricción para la compra y la venta por encima de la voluntad de los propietarios. En este caso no: el mayorazgo se establece para evitar la subdivisión de las tierras, y en ese sentido no se sigue del libre mercado. Por mandato institucionalizado, la propiedad de las tierras debe ir al primogénito varón.

La reflexión de Marx es que esta forma de propiedad cobra vida propia más allá de la voluntad de los seres humanos: se produce una inversión total de las relaciones sociales donde las cosas, la propiedad privada de la tierra con su propia lógica contra la subdivisión territorial, se impone por encima de los deseos o voluntad de las personas; otra forma de fetichismo, de inversión de las relaciones reales. De esto se trata el mayorazgo: de la entrega de la tierra invariablemente al primer hijo varón. Atención que el mayorazgo es una forma de propiedad privada precapitalista, porque introduce un criterio que inhibe la libre operatividad del mercado.

La teoría que esboza Marx del Estado y de la burocracia, su desarrollo a espaldas de la sociedad y, por oposición, la apuesta democrático-radical-socialista a que la sociedad se haga cargo de los asuntos, tiende a la desaparición del Estado como tal previo paso por la dictadura proletaria; deja planteados elementos imprescindibles para el abordaje crítico de la experiencia del siglo XX.

Vayamos ahora al recorrido más clásico pero no menos importante de la teoría marxista del Estado: el carácter de clase del Estado, el hecho de que el Estado es el de la clase dominante, una “superestructura” que se deriva de la estructura de clases de la sociedad. La clase que es dominante en las relaciones de producción lo es en el Estado. Éste tiene por función general asegurar la reproducción de esas relaciones de producción y, en el caso del capitalismo, asegurar las condiciones generales de esa reproducción: las fuerzas represivas y las leyes que la hacen posible, además de las formas de dominación política y las inversiones en infraestructura demasiado costosas para ser encaradas por los capitalistas individualmente. (Marx pone en el primer tomo de El capital el ejemplo de los ferrocarriles, enorme obra de infraestructura en su tiempo; introduce el concepto de “condiciones generales de la acumulación capitalista” para referirse a este tipo de obras).

El carácter de clase del Estado tiene que ver con otro aspecto del Estado o semi-Estado proletario en la transición, el de la dictadura proletaria como dictadura de clase. El Estado proletario, la dictadura proletaria, aquí tomados como sinónimos –ya veremos en nuestra obra que esta asimilación entraña su complejidad–, es la dictadura de la clase obrera una vez expropiados los capitalistas. Se supone que la clase obrera domina a nivel del Estado y domina a nivel de la producción.

Todos estos desarrollos se complejizaron. Y con la burocratización de la revolución, la burocracia dejó de depender de la clase obrera. El Estado se descaracterizó y revirtió sobre la propia estructura social, liquidándose, a nuestro entender, el carácter obrero del Estado.

En todo caso, lo que nos interesa aquí es que ambos abordajes del Estado, el Estado separado de la sociedad y el Estado como expresión de la clase económica y socialmente dominante, se complementan en el abordaje marxista del Estado y son herramientas a ser utilizadas de manera sutil y no mecánica –al contrario del mecanicismo con que han sido utilizadas en muchos casos– para evaluar las lecciones de las experiencias no capitalistas del siglo pasado.

La teoría marxista del Estado tiene otras facetas o ángulos complementarios que desarrollaremos en nuestra obra. Pero estos son los dos aspectos teóricos más clásicos que hay que poner a trabajar para entender el proceso de la transición y las lecciones dejadas al respecto en el siglo pasado.

Como segundo plano del abordaje, están los elementos histórico-concretos del Estado, e incluso los antropológicos. Ese ángulo tiene en la obra marxista varios jalones como El 18 Brumario de Luis Bonaparte, La lucha de clases en Francia, Revolución y contrarrevolución en Alemania, La guerra civil en Francia y los textos de antropología histórica de Marx y Engels en relación con las sociedades comunales. Es el caso del valioso texto engelsiano El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884)[7] y los Apuntes etnológicos de Marx (1881-83), de enorme riqueza y a los cuales Marx dedicó ingentes energías en sus últimos años de vida, así como las notas igualmente ricas en los Grundrisse, las Formas que preceden a la producción capitalista (1857-58) e incluso los apuntes antropológicos planteados por Marx y Engels en el primer capítulo de La ideología alemana (1846). Se trata de textos de inscripción desigual en los cuales se aborda la problemática de las variadas relaciones de producción y Estados históricos: los distintos tipos de Estado y su diversa relación con la economía.

Precisamente esto es lo que queremos subrayar en esta nota introductoria: que el abordaje del Estado en Marx y Engels es un abordaje histórico de una institución condenada a desaparecer, una institución histórica que ha sufrido modificaciones concomitantes con las distintas formaciones económico-sociales que han jalonado la experiencia humana. Un Estado que, abordado de manera concreta, es decir, histórica, posee variadas formas en función de la transformación de las relaciones sociales y los modos de producción. Un Estado que no estuvo presente en las anteriores formas comunales de organización humana.[8]

Como digresión, señalemos que el concepto de modo de producción es, en todo caso, un concepto estilizado, una suerte de “tipo ideal” weberiano.[9] De ahí que preferimos utilizar el concepto de formación económico-social para el análisis de las sociedades de transición o transición bloqueada que surcaron el siglo pasado.[10] Este último concepto permite ir al objeto histórico-concreto que la abstracción del modo de producción deja de lado. Un “modelo” este último que queda, repetimos, como un “tipo ideal”: no existe un “modo de producción” por fuera de los rasgos característicos comunes a las diversas formaciones económico-sociales del mismo tipo.[11]

Este ángulo tiene importancia para el abordaje crítico de las experiencias no capitalistas del siglo pasado, para entender que no existe un solo tipo de Estado –los Estados clasistas propiamente dichos–, sino también formas propiamente “burocráticas de Estado” como el Estado “asiático” (en realidad su alcance fue universal) y los Estados burocráticos no capitalistas del siglo pasado, así como, en la perspectiva del comunismo, también pueden existir –existieron históricamente– sociedades sin Estado ni clases sociales explotadoras (Rosa Luxemburgo fue la única socialista revolucionaria de la época de oro que se preocupó por esta temática, en Introducción a la economía política).[12]

En total, el abordaje histórico del Estado y las clases sociales muestra que no existe nada rígido o esquemático en su desarrollo. Todo abordaje debe ser históricamente concreto, alejado de todo mecanicismo.

2- La burocratización, fenómeno inesperado

Las aporías de las circunstancias de la Revolución Rusa sorprendieron a sus actores. Lenin y Trotsky tenían plena conciencia de que sin la extensión de la revolución, en una Rusia aislada, los desarrollos serían complejos y sería enormemente difícil, si no imposible, ir en sentido socialista. El desarrollo desigual y combinado de una revolución en la relativamente atrasada Rusia zarista, así como había posibilitado la revolución, le planteaba contradicciones dramáticas a la transición socialista.[13]

Sin embargo, una cuestión es entender esto intelectualmente y otra de manera práctica, en la experiencia. La guerra civil declarada por las potencias imperialistas en connivencia con la Rusia blanca mostró palmariamente las dificultades multiplicadas respecto de la concreción de la propia revolución, de su promesa emancipatoria.

Estas dificultades revirtieron sobre la definición de qué tipo de Estado estaba poniéndose en pie. En un primer momento, durante el llamado “comunismo de guerra”, el conjunto de los bolcheviques, incluyendo a Lenin, creían que se estaba pasando como si dijéramos “directamente” al socialismo…

La economía monetaria había prácticamente desaparecido, y si bien no había aparecido en su reemplazo ninguna verdadera economía, lo que estaba ocurriendo en realidad era la desacumulación de agotar todos los recursos de la nación al servicio del frente de guerra; ninguna reproducción simple ni mucho menos ampliada del capital existente. Esto se malinterpretó en el sentido de un supuesto, fantasioso en gran medida, paso directo al “socialismo” sobre la base de la frugalidad en una situación donde todos los recursos económicos y humanos fueron puestos al servicio de la guerra civil.

De ahí la dificultad sobre cómo definir a la Rusia revolucionaria, al Estado que se estaba poniendo en pie.[14] Hubo una oportunidad cuando el debate sobre los sindicatos a finales de 1920. La guerra civil estaba terminando y comenzaba la discusión acerca de cómo reconstruir el país. Trotsky planteó a comienzos de ese año volver al intercambio comercial, idea que en ese momento no pareció convincente (Lenin la recuperaría casi textualmente un año después).

En un giro de 180 grados, preocupado sobre todo por qué hacer con el personal que iba a ser desmovilizado del Ejército Rojo, y tomando en cuenta su experiencia de cómo por intermedio del Ejército Rojo se había restablecido nuevamente el sistema ferroviario, a Trotsky se le ocurrió proponer la militarización del trabajo al servicio de la reconstrucción económica.

Una expresión de esta idea se encuentra en una obra polémica contra Kautsky, Comunismo y terrorismo,[15] una parte de la cual rebatía correctamente el democratismo adocenado de Kautsky, que oponía a las leyes implacables de la guerra civil los mecanismos formales de la democracia burguesa; pero la otra parte planteaba, equivocadamente, la militarización laboral.

Estas posiciones se combinaron con el debate específico sobre el rol de los sindicatos en la transición socialista, en particular en ese momento del desarrollo de la Rusia soviética. Y de ahí surgió un debate particularmente instructivo para el tema que ocupa la presente obra.

Lenin planteó la permanencia de los sindicatos en su función básica de defensa de los intereses reivindicativos de la clase obrera, una función similar a la que tienen bajo el capitalismo, a lo que Trotsky y Bujarin le opusieron una función más bien de “correa de transmisión” del comando económico nacional: la idea de los sindicatos como “escuela del trabajo”.

Cuando Lenin insistió en la idea de que los sindicatos debían ser la herramienta de los trabajadores para defenderse de su propio Estado, Bujarin le preguntó por qué harían falta sindicatos en su función tradicional si la Rusia soviética era un “Estado obrero”.

La circunstancia es que, en el fragor del debate, Lenin le respondió a Bujarin que en realidad no se estaba frente a un Estado obrero a secas, sino frente a un “Estado obrero con deformaciones burocráticas” (R. Sáenz, “El Estado soviético según Lenin”, 1993, mimeo). [16]

Dicho esto, Lenin agregó que al ser un Estado obrero de ese tipo, es decir, deformado burocráticamente, seguían siendo necesarios los sindicatos para defender los derechos inmediatos de las y los trabajadores, lo cual significaba, a la vez, que consideraba no sólo un error sino una aberración la propuesta de militarización de la clase obrera, base social de la dictadura proletaria imperante en el país. La militarización laboral se oponía por el vértice a la necesaria democracia obrera en la gestión de la dictadura proletaria, una gestión que no puede ser una cabeza sin cuerpo ni un cuerpo sin cabeza: la dictadura proletaria no puede llevarse a cabo duraderamente sin el ejercicio, aun mínimo, de la democracia obrera. Forma y contenido tienden a superponerse, lo que quiere decir que el Estado o semi-Estado proletario debe tender a superponerse con la sociedad explotada y oprimida. Y era imposible que esto ocurriera si la clase obrera estaba militarizada laboralmente, sometida a disciplina militar, a órdenes y no a la democracia de bases.

En todo caso, en el debate sobre los sindicatos se formalizó, por así decirlo, la idea de que la dictadura proletaria estaba acumulando deformaciones, y que esas deformaciones –producto del aislamiento de la revolución, la herencia económica y cultural atrasada del imperio zarista, y las destrucciones de la guerra mundial y la guerra civil combinadas– adquirían la forma de una deformación burocrática, de una “gestión administrativa” desde arriba de todo lo que la sociedad explotada y oprimida no podía tomar en sus manos, de un arbitraje sobre un cuerpo social marcado por las desigualdades.

El desarrollo de esa discusión –que, por otra parte, fue mal resuelta en el X Congreso del partido bolchevique en marzo de 1921, cuando el debate sobre los sindicatos había caducado y el partido debía enfrentarse al levantamiento de la guarnición de Kronstadt– marcó, con el giro a la NEP, el reconocimiento oficial de que algo no marchaba bien. La “resistencia del material”, el peso agregado de los elementos conservadores sobre la base de las condiciones objetivas atrasadas, estaban tomando revancha sobre el carácter del Estado revolucionario, deformándolo.[17]

Ahora resulta claro que el elemento inédito que se coló en la revolución fue el proceso de burocratización de ésta. El fenómeno de la burocratización del movimiento obrero tenía antecedentes, si bien es cierto que configuraba una novedad histórica porque incluso hasta 1914, con el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, Lenin no llegó a apreciar el grado de pudrición burocrática-nacional a la que había llegado la socialdemocracia alemana. Lenin le reconoció a Rosa Luxemburgo que ella había sido un águila al respecto. Pero otra cuestión era la burocratización de la revolución proletaria, algo quizá inconcebible. Hoy lo tenemos naturalizado, pero en tiempo real fue un verdadero quebradero de cabeza: un fenómeno inédito con el cual fue difícil –y con riesgo de vida– medirse.

El fenómeno era nuevo en la medida en que solamente desde pocos años atrás se había comenzado a generalizar el análisis y la comprensión de lo que estaba ocurriendo: el surgimiento del reformismo. Obras de sociólogos burgueses “socialistas” como la de Robert Michels, Los partidos políticos, fueron anticipatorias al respecto, aunque con el mecanicismo característico de enunciar una suerte de “ley de hierro de la oligarquía” respecto de la burocratización de los partidos políticos por parte de su dirección, que no es real.

Pero si este fenómeno se comenzó a apreciar a partir del millerandismo (por el presidente francés Millerand, del PS, en los años 20, que ya había sido ministro de un gabinete burgués a finales del siglo XIX), la idea de que podía burocratizarse la dictadura proletaria tenía otra densidad histórica.

El debate sobre el carácter de la Rusia soviética llevó a otro mucho más dramático: el debate sobre el carácter de la burocracia. Al comienzo, nadie hablaba de la burocracia como una capa social específica, sino más bien sobre el “burocratismo” que comenzaba a imperar en las instituciones soviéticas. El concepto aludía al “papeleo”, al destrato y al letargo con que se consideraban los asuntos sociales en los rangos del Estado. Pero todavía no se consideraba que se estaba poniendo en pie una nueva capa social, un fenómeno inédito como estamos señalando; es extremadamente difícil medirse con fenómenos originales.[18]

3- Burocracia y propiedad estatizada

Sin embargo, por toda una serie de causas se produjo un gran desequilibrio: el aumento del funcionariado estatal fue explosivo, y su multiplicador, monumental (Broué, Marie y Lewin). El poder soviético había comenzado con un personal reducido, pero el Estado tuvo que reemplazar y tomar en sus manos tareas que hacía la economía privada o que las propias masas habían apenas comenzado a tomar con los organismos soviéticos, rápidamente vaciados. Esto hizo que “los prácticos”, un funcionariado surgido de las filas del activismo[19] y no solamente de los ex funcionarios zaristas, comenzaran a hacerse cargo de la administración.

En las condiciones del cansancio posrevolucionario, del aislamiento de la revolución y con la idea de que “nadie seguiría a Rusia” luego de la derrota de 1923 en Alemania; también por la natural tendencia humana a la comodidad (Trotsky), y en el contexto del atraso cultural y las extremas carencias económicas del país luego de la revolución y la guerra civil, sumados a los “peligros profesionales del poder”, es decir, las dificultades para asumir el poder de una clase sin tradiciones de mando ni dominio, fue surgiendo una burocracia. Una que formó sus rasgos a partir de las pequeñas grandes ventajas que trae administrar el poder, aun en un Estado obrero auténtico. Y más en condiciones de extrema penuria general; ventajas que con un criterio de selección negativa –selección de los peores y no de los mejores, como dice Bensaïd– Stalin alentó.[20]

De este proceso surge la burocracia estalinista como decantación de una capa social privilegiada específica, que Trotsky describió como algo más que una mera burocracia y algo menos que una clase orgánica, pero que Rakovsky definió más conceptualmente, siguiendo en cierto modo a Marx, como una “clase política”.[21]

En las discusiones sobre el carácter de la burocracia estalinista, Trotsky se embarcó en la idea de que la burocracia constituiría una “casta” (política, le agregamos nosotros, porque a eso se refería él), en el sentido de un monopolio: la administración del poder. La definición de casta viene de ahí: de los privilegios sociales que provienen de cierto rol en la sociedad.[22] Con la definición de casta, Trotsky evitaba la idea de que la burocracia constituyera una nueva clase social orgánica, histórica. Preocupación que era justa, pero al dejar a la burocracia como una suerte de “epifenómeno social” le quitaba toda “necesidad” al fenómeno, toda verdadera implicación. Con este análisis evitaba modificar su definición del Estado soviético como Estado obrero, aunque agregara “burocratizado”.[23]

Rakovsky daría un paso cualitativo respecto de Trotsky, yendo más en profundidad en cuanto al fenómeno burocrático degenerativo: hundió el cuchillo más hondo en la realidad social original que la Oposición de Izquierda tenía frente a sí. Reseñó brillantemente en “Los peligros profesionales del poder” (1928) el surgimiento de una capa social en la que, como producto de una diferenciación de funciones, operaba una inédita diferenciación social: obtenía privilegios del ejercicio del poder, configurando una nueva categoría social. Esta nueva categoría social no era una “burocracia obrera” sino otra cosa: una capa social que se había independizado de la clase trabajadora y obtenido otros fundamentos sociales aunque sus miembros muchas veces provinieran de los distintos estratos de la clase.[24]

A esa nueva categoría social Rakovsky la definió como una clase política, en el sentido de que no era una clase social como las tradicionales, es decir, con afincamiento económico-social, pero tampoco la consideraba como una mera burocracia, un mero epifenómeno o “excrecencia” de un poder en el fondo aún obrero, sino precisamente como una “clase política” (definición que parece una contradicción en los términos, pero no lo es): el fenómeno original de una nueva categoría social privilegiada que se forja a partir de su monopolio del poder en una sociedad donde los medios de producción están estatizados.

Lo anterior se vincula con el problema de la propiedad en la transición. La propiedad estatizada, a diferencia de la propiedad privada típica del capitalismo, puramente económica, es una forma económico-política o político-económica: una categoría social mixta, híbrida.

Lógicamente, la propiedad privada es una forma jurídica, una categoría superestructural que consagra en el plano del derecho el monopolio sobre determinado bien, la posesión de hecho. Sin embargo, la propiedad privada, forma absoluta de la propiedad en el capitalismo, no tiene un gramo de política, no requiere de la participación de ninguna forma política para su consagración.

El problema es que con la propiedad estatizada, como su nombre ya lo indica, ocurre algo distinto: al ser patrimonio del Estado lo que fue expropiado a los capitalistas, se está frente a una forma política de la propiedad, porque es el Estado el que tiene la titularidad de ésta (el titular de la propiedad estatizada sería el “pueblo entero” por intermedio del Estado).[25]

Sin embargo, cuando hablamos de un Estado o semi-Estado proletario, aparece el interrogante de en qué medida el Estado mismo es una representación de la clase obrera. Porque eso es lo que definirá en manos de quién está realmente la propiedad estatizada, a qué clase o capa social beneficia: si beneficia a la clase obrera o a una burocracia parasitaria.

La clave de toda la cuestión es entender la diferencia entre las formas de propiedad. La propiedad privada capitalista, en la forma de sociedades anónimas o en la que fuere, no plantea ningún problema de soberanía o cuestión política que la medie: los propietarios del bien, de la empresa o lo que sea, son los que tienen la totalidad o una cuota parte de las acciones. Punto.

Pero cuando se trata de la propiedad estatizada, el problema es que el colectivo propietario de los bienes del Estado debe tener alguna forma política de expresar su potestad. Ningún trabajador tiene en sus manos, individualmente, un título de propiedad sobre los bienes del Estado (esta última es la forma cooperativa, que no es lo mismo que la propiedad estatal),[26] sino que los trabajadores se transforman en propietarios en tanto que colectivo, en tanto que clase social, no de manera privada o individual. Siendo así, siendo propietarios colectivos de la propiedad estatizada expropiada la burguesía, deben existir organismos políticos que representen su voluntad a tales efectos, las formas de democracia socialista que les permitan ejercer su potestad.

El problema es que si la voluntad de la clase obrera es sistemáticamente violada; si la clase obrera es explotada porque no comanda –políticamente, no sólo en el lugar de trabajo– el proceso de producción, los medios de producción y la planificación económica; si no tiene cómo evitar que el trabajo muerto expresado en los medios de producción domine al trabajo vivo en la jornada laboral, dicha propiedad no será del pueblo entero sino el taparrabos de nuevas formas de explotación (las formas jurídicas, como formas derivadas que son, se prestan a este tipo de “juegos de inversión” de las relaciones reales).

Siendo un hecho que la propiedad estatizada no tiene manera de expresarse como “obrera” per se porque los trabajadores no tienen forma de controlarla sin instancias reales de soberanía política, y siendo, por lo demás, una forma política por antonomasia de la propiedad, es evidente que si la clase obrera no está en el poder, esa propiedad pierde su carácter de propiedad obrera, su capacidad de determinar el carácter del Estado como Estado obrero. (Atención que anticapitalismo y socialismo –en las formas y el contenido también– no son lo mismo. Desarrollamos esta temática in extenso en nuestra obra.)

Burocracia y propiedad estatizada se correlacionan en la medida en que ambas categorías son económico-políticas o político-económicas. Ya Trotsky había alertado que entre la burocracia y los medios de producción estatizados tendían a crearse relaciones sociales enteramente nuevas, ya que esa misma burocracia tenía en sus manos al Estado. Y todo esto nos reenvía al problema de que, en última instancia, la prueba del carácter real del Estado en la transición es si la clase obrera está en el poder, o tiende a estarlo cada vez más. Lo contrario es la tendencia a que el poder quede en manos de una nueva categoría social que, a la postre, dé lugar a un Estado burocrático, eventualmente con restos de las conquistas de la revolución, negándose como Estado obrero.

4- Una revolución históricamente original

El análisis crítico de los procesos de transición socialista frustrados del siglo pasado remite a la propia teoría de la revolución. No existen compartimientos estancos entre una y otra: la teoría de la revolución y la teoría de la transición socialista están unidas dialécticamente alrededor de la combinación de tres términos: las tareas planteadas por la revolución, los sujetos sociales y políticos que la llevan a término y el modo en que lo hacen.

Como hemos escrito muchas veces, desde el punto de vista metodológico siempre nos hemos remitido para este debate a las discusiones fundadoras en el seno de la Oposición de Izquierda. Ocurre que las discusiones con Preobrajensky respecto del giro estalinista de finales de los años 20, así como sobre el carácter de la Revolución China, dejaron planteados aspectos metodológicos iluminadores acerca de la especificidad de la revolución socialista y su conexión con el proceso de transición.

Más en general, la cuestión remite a un abordaje de orden más procesual genético-histórico vinculado al carácter más consciente de los procesos. Marx había subrayado que las personas hacen la historia aun si no saben que lo hacen. En El capital había señalado, respecto del fetichismo de la mercancía y de la inversión de sujeto y predicado que parece ocurrir en la producción, el famoso apotegma “no lo saben, pero lo hacen”.[27]

Sin embargo, en el desarrollo de la historia, y amén de las condiciones objetivas sobre las cuales se sustancia la revolución (que plantean una serie de potencialidades pero también de constreñimientos), el proceso ha tendido a ir desde la humanidad como puro objeto del devenir objetivo de la historia hacia la adquisición de una creciente reactuación sobre la realidad.[28] No solamente una reactuación “inconsciente” sino también subjetiva, es decir, consciente.

Antropológicamente Marx había señalado que la primera acción humana era darse condiciones de existencia (comer, vestirse, etc., La ideología alemana). Pero también apuntaba que, a diferencia de los animales, los seres humanos se caracterizan por la capacidad de representarse en su conciencia la obra antes de ejecutarla. La analogía era con las abejas: hacen los más perfectos panales, pero los seres humanos tienen la capacidad-potencialidad de representarse la obra en su cabeza antes de llevarla adelante. El mejor panal de abejas no podía superar la más mediocre obra humana.

Y esto no debe abordarse ahistóricamente o antropológicamente, en abstracto. Existen una serie de potencialidades en la figura humana que pueden desarrollarse o no e incluso pueden retroceder en condiciones de barbarie. El desarrollo histórico de las fuerzas productivas, la capacidad humana de crear herramientas (Marx citaba la idea de las personas como tool making animals) y reactuar sobre la naturaleza, han creado las condiciones para una actividad humana más elevada, más consciente y planificada (lo que no significa que pueda escaparse nunca a las determinaciones materiales últimas que provienen de la naturaleza y el universo mismo).[29]

Éste es el trasfondo teórico e histórico por el cual se expresa la necesidad, en la revolución socialista, de un abordaje más consciente de sus tareas, es decir, la necesidad de la libertad. El siglo XX ha demostrado que no existe tal cosa como la “revolución objetivamente socialista”. A lo más que llegan las revoluciones sin clase obrera, en las condiciones capitalistas, es al anticapitalismo. Pero sin que la clase obrera se eleve al poder, a clase histórica, sin que adquiera el control de los medios de producción estatizados y de la revolución y la transición como un todo, la transición en sentido propiamente socialista queda bloqueada.

Estas consideraciones generales también incluyen una reflexión sobre el modo en que se hacen las cosas: las relaciones de fines y medios, que serán tratadas en nuestra obra en una suerte de crítica a la concepción objetivista de la revolución prevaleciente durante la última posguerra en las filas de los revolucionarios, con un esfuerzo simultáneo de no caer en ningún subjetivismo, rasgo que caracterizó a otro conjunto de elaboraciones.

La revolución socialista es una revolución históricamente original. Su originalidad proviene de que su misión histórica no es consagrar una nueva forma de dominación y explotación como las revoluciones anteriores, sino abolir toda forma de dominación y explotación previo paso por la dictadura proletaria y la revolución internacional.

Las condiciones materiales para esto, para que no sea una suerte de “sueño utópico”, tienen que ver con que el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzadas por la humanidad hace que ya no sea necesario apoyarse en la explotación de los unos por los otros para promover el desarrollo social, además del carácter político internacional de nuestra empresa. Lógicamente, no perdemos de vista que la transformación sistemática de las fuerzas productivas en destructivas en este siglo XXI complejiza las cosas. Abordaremos esta temática de enorme actualidad en el segundo tomo.[30]

Desde ya, esto es más fácil decirlo que lograrlo. No sólo porque el desarrollo desigual y combinado muestra en cada caso condiciones muy diversas, sino porque los Estados y naciones contienen diversas “capas geológicas” en su formación social que acumulan tanto formas de explotación como de opresión: ambos tipos de relaciones están imbricados, constituyendo la forma concreta capitalista de explotación. A su vez, con el grado alcanzado por la globalización o mundialización del capital, hoy relativamente cuestionados, cada sociedad específica, particular, no es más que un “derivado” exquisito de la sociedad mundial capitalista, del mercado mundial capitalista y del sistema mundial de Estados que le corresponde.

Las revoluciones históricas anteriores podían contar con cierto “automatismo” en los desarrollos. Pero por su propia mecánica, porque la forma política, la dictadura proletaria, antecede a la forma económica, la socialización verdadera de la producción, la revolución socialista se coloca en un plano histórico más elevado que las demás revoluciones: cuenta con el involucramiento consciente, el más consciente históricamente, de sus protagonistas. “Con el hombre [ser humano. RS] penetramos en la historia. Los animales también poseen una historia, la de su descendencia y gradual evolución hasta llegar al estado actual. Pero esa historia se hace para ellos, y en la medida en que participan en ella, eso ocurre sin que lo sepan o lo quieran. Por otro lado, cuanto más se alejan los seres humanos de los animales en el sentido más estrecho de la palabra, más hacen ellos mismos su historia en forma consciente” (Engels: 1983: 37).

Lo que tenemos, en definitiva, es la expresión concreta de las intuiciones tempranas de Marx en un doble sentido. Uno, que la clase obrera es “una clase de la sociedad que no es una clase de la sociedad”, lo que debe interpretarse en el sentido de que es una clase que no busca establecer una nueva dominación histórica sino abolir toda dominación, todas las clases y diferenciaciones sociales, aunque para cumplir sus propósitos deba elevarse al plano político y establecer su dictadura proletaria –su “dictadura de nuevo tipo” (Lenin)– previamente.[31]

Y el otro, que la clase trabajadora no puede cumplir sus propósitos si es sustituida por otra capa social. En la revolución proletaria no puede ocurrir lo que en la revolución burguesa, donde en su apogeo la pequeña burguesía radicalizada jacobina cumplió las tareas que la burguesía no estaba dispuesta a llevar adelante, en beneficio de esta última. En la revolución proletaria –la experiencia histórica del último siglo lo ha mostrado–, si la clase obrera no está al frente del poder, del Estado conquistado, éste degenera en otra cosa y deja de ser un instrumento de su emancipación social, de su autoemancipación (Roland Lew).

Mucha de la elaboración marxista del siglo pasado perdió de vista estos parámetros elementales. Es hora de restablecerlos.

La clase obrera en el poder es lo que le da el carácter obrero al Estado de la transición. Todo el esfuerzo de este primer tomo es para restablecer esta simple verdad demostrada por la experiencia histórica. Es que, como señalaba Marx con agudeza, las verdades profundas son simples.

Y esta simpleza es la que se perdió de vista en la segunda posguerra en las filas del marxismo revolucionario, cuando se tendió a sustituir el carácter del poder, qué clase está realmente al frente de la dictadura proletaria, por el carácter estatizado de la propiedad.

La realidad es que la propiedad estatizada queda como “en disputa”. Y si no es la clase obrera con sus organismos, partidos, etc., quien realmente está al frente de la dictadura proletaria, no existe dictadura proletaria.

A partir de esta endiablada confusión y traspasos de términos, en la segunda posguerra la mayoría del trotskismo se mareó. Lógicamente, si se expropia a la burguesía la revolución no puede ser considerada de otra manera que como anticapitalista. Pero anticapitalista y socialista son connotaciones distintas, que refieren no sólo a quién –qué clase– está realmente al mando del poder, sino también a la dinámica del proceso. Si la dinámica no es a la reabsorción de toda forma de desigualdad, de toda forma de opresión, de toda forma de propiedad y de toda forma de Estado, sencillamente no estamos frente a una transición socialista.

5- El elemento jacobino del partido revolucionario

El otro costado es el problema insoslayable de que cualquier nueva revolución socialista va a ser sangrienta –en mayor o menor grado dependiendo de los países y las condiciones generales– y que la dictadura proletaria no es solamente una democracia de nuevo tipo en relación con las masas sino también una férrea dictadura de nuevo tipo (de la mayoría sobre la minoría) en relación con los enemigos de clase internos y externos de la revolución.

Aquí caben todas las enseñanzas estratégicas del marxismo revolucionario, el pasaje de la acción política a la acción física, la guerra civil como guerra de clases por antonomasia, etc., cuestiones que hemos abordado en otros textos pero que son un complemento dialéctico imprescindible de esta obra.[32]

El partido revolucionario, el partido que hace revoluciones, es imprescindible antes y después de la toma del poder. Contiene el elemento “jacobino” de no sólo ser legal sino también ilegal, como enseñara Lenin, y se forja en las condiciones más extremas de la lucha de clases nacional e internacional, enfrentando a la reacción y a la contrarrevolución.

Así, se prueba en esas circunstancias para estar templado para el momento en que –inexorablemente, más allá de los tiempos– llega la revolución; para, en su madurez, pasar por la experiencia de la revolución, de la insurrección y de la conspiración para apostar al poder (cf. “Trotsky, la Historia de la Revolución Rusa y la escuela de Lenin”).

Como se sabe, el elemento jacobino, conspirativo, le vino a Lenin de su hermano mayor y de la experiencia de los narodniki (populistas) en general. Lógicamente, la base social de Lenin era el proletariado y no el campesinado, y entendía perfectamente que la revolución en total es una obra de las grandes masas que parten de sus propias formas de lucha.

Sin embargo, cuando hablamos del “elemento jacobino” del partido revolucionario nos referimos a que el partido es lo menos natural que hay en el desarrollo de la clase obrera. Aquí se verificó una innovación crucial de Lenin en relación a Marx (y también a Luxemburgo y Trotsky) en el sentido de que la selección necesaria de lo mejor del activismo para la construcción del partido revolucionario es imprescindible. El partido en Marx todavía era una idea amorfa donde parecía que el partido surgía “naturalmente” de la clase obrera (en Marx hubo varias concepciones de la organización revolucionaria pero ésta fue la dominante).[33]

Para Lenin, no. El partido político revolucionario no surge naturalmente de la experiencia de la clase obrera, a la cual, como señala en el ¿Qué hacer? se le termina imponiendo habitualmente (no siempre) la conciencia de la burguesía.

Al partido hay que construirlo como tarea específica de los sectores de la vanguardia obrera, estudiantil e intelectual. Y si la militancia no lo construye, no lo construye nadie. En este sentido, los abordajes consejistas, autonomistas y espontaneístas han tenido una desmentida rotunda en el siglo XX.

La cuestión es que sin partido socialista revolucionario (u organizaciones burocráticas anticapitalistas) es imposible tomar el poder.

El partido revolucionario es imprescindible antes, durante y después de la revolución. El largo y durísimo proceso de transición que se abre luego de la toma del poder requiere que no se superpongan los organismos del Estado, por naturaleza, fuertemente administrativos, con los organismos partidarios, que por naturaleza, en una organización sana, son organismos políticos. La lucha de clases internacional es el horizonte del partido y la internacional revolucionaria; el Estado obrero no tiene –hasta cierto punto– cómo sustraerse a las presiones de las demás clases antes explotadas y oprimidas del país de la revolución, además de las tremendas presiones que provienen de las relaciones entre Estados.

De ahí que la definición de Lenin del partido “como un jacobino en el seno del proletariado”, tan criticada por Luxemburgo, tuviera su miga de verdad. Lenin no estaba señalando con esto una suerte de “elemento externo” de la clase obrera sino, simplemente, que dentro de la clase trabajadora existen elementos de diferenciación, que la complejidad del desarrollo de su subjetividad es enorme y que los elementos conscientes están llamados a cumplir un rol fundamental en íntima conexión con el conjunto de nuestra clase.

Esto decía Trotsky en su clásico folleto “Clase, partido y dirección” que citaremos in extenso: “Nuestro autor sustituye el condicionamiento dialéctico del proceso histórico por el determinismo mecánico. De ahí las digresiones baratas sobre el rol de los individuos, buenos y malos. La historia es un proceso de lucha de clases. Pero las clases no hacen sentir todo su peso automática y simultáneamente. En el proceso de la lucha, las clases crean diferentes órganos que juegan un rol importante e independiente, y están sujetos a deformaciones. Esto proporciona también la base para el rol de las personalidades en la historia [vis a vis, para el rol de los partidos en la historia, R.S.]. Existen, naturalmente, importantes causas objetivas que crearon el gobierno autocrático de Hitler, pero sólo estúpidos pedantes pueden negar hoy el enorme rol histórico de Hitler. La llegada de Lenin a Petrogrado el 13 de abril de 1917 hizo virar a tiempo al Partido Bolchevique y lo capacitó para llevar la revolución a la victoria. Nuestros sabios podrían decir que si Lenin hubiera muerto (…) la Revolución de Octubre habría tenido lugar ‘exactamente igual’. Pero no es así. Lenin representaba uno de los elementos vivos del proceso histórico. Personificaba la experiencia y la perspicacia del sector más activo del proletariado. Su oportuna aparición en la arena de la revolución fue necesaria para movilizar a la vanguardia y darle la oportunidad a la clase obrera y a las masas campesinas. La dirección política en los momentos cruciales de los virajes históricos, puede llegar a ser un factor decisivo como el rol del comando supremo durante los momentos críticos de una guerra. La historia no es un proceso automático. Si lo fuera, ¿por qué los programas, por qué los dirigentes, por qué los partidos, por qué las luchas teóricas?” (Trotsky, Bolchevismo y estalinismo, El Yunque Editora: 45-46).

Y Trotsky agrega algo más: “El resorte vital de este proceso es el partido, así como el resorte vital del partido es su dirección. El rol y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son enormes” (ídem: 44).

Así las cosas, la experiencia del siglo pasado, lejos de debilitar la idea de partido ha elevado al cuadrado su necesidad. Otra cosa distinta es la lógica de secta que impera en muchas organizaciones, que pierden de vista la necesaria relación dialéctica que se establece entre el partido de vanguardia y las corrientes revolucionarias en competencia, la vanguardia y las masas. Hemos escrito en muchos lados que el partido sin las masas no es mucho, y que, también, la clase obrera sin la organización consciente del partido revolucionario, tampoco logra hacerse valer como clase histórica.

Desarrollamos este abordaje extensamente en el final de este primer tomo. Pasemos entonces a nuestra obra.


Bibliografía

Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Editorial Cartago, México, 1983.

André Gide, Diario (1889-1949), Losada, Buenos Aires, 1964.

Stathis Kouvelakis, “Lenin como lector de Hegel. Hipótesis para una lectura de los Cuadernos sobre La ciencia de la lógica”.

György Lukács. Ontología del ser social. La alienación, Herramienta Ediciones, Buenos Aires, 2013.

Rosa Luxemburgo, Introducción a la economía política, Siglo XXI Editores, España, 2015.

Roberto Sáenz, “Trotsky, la Historia de la Revolución Rusa y la escuela de Lenin”, izquierdaweb.

Engels antropólogo, izquierdaweb.

León Trotsky, La revolución traicionada, Gallo Rojo, Buenos Aires, 2008.

Bolchevismo y estalinismo, El Yunque Editora, Argentina, 1975.


[1] En varias partes del mundo, por ejemplo en Brasil, el estalinismo o las corrientes estalinistas comienzan nuevamente a crecer en la vanguardia, ante la confusión reinante sobre la perspectiva socialista e incluso la barbarie que significa el capitalismo hoy. Autores de moda como el recientemente fallecido Domenico Losurdo reivindican en su obra a Stalin y el estalinismo.

Mientras tanto, sigue de moda en la academia Louise Althusser, filósofo del estalinismo tardío y reivindicado a pies juntillas por varias corrientes que se dicen “socialistas revolucionarias” y que son, precisamente, las que preguntan “para qué sirve el balance del estalinismo”…

[2] El autor de esta obra, proveniente de las clases medias, trabajó varios años en el ámbito fabril y residió en un barrio obrero del GBA durante casi veinte años. Esa fue mi universidad.

[3] Un antecedente para este segundo tomo se puede encontrar en Dialéctica de la transición. Plan, mercado y democracia obrera, 2011, izquierda web, ensayo que se puede leer como “complemento” a este primer tomo hasta la aparición del segundo el próximo año.

[4] No fue propiamente parasitaria, pero sí controvertida, la reconstrucción de París encarada por el barón von Haussmann durante el gobierno de Luis Bonaparte. La reconstrucción tuvo un claro carácter de clase, además de que terminó en un escándalo financiero, lo que no quita que, en cierto modo, embelleciera y le diera magnificencia a la “Ciudad Luz”.

[5] “Siguiendo a Marx y Engels, Lenin ve el primer rasgo distintivo de la revolución en que, al expropiar a los expropiadores, suprime la necesidad de un aparato burocrático que domine a la sociedad (…) En su tiempo, esta crítica fue dirigida en contra de los socialistas reformistas (…); actualmente, se vuelve en contra de los idólatras soviéticos y su culto del Estado burocrático, que no tiene la menor intención de agonizar” (Trotsky: 2008: 55).

[6] Es educativo Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado cuando insiste en que el Estado no es un “capricho”, sino un desarrollo necesario en un determinado estadio de la sociedad humana.

[7] Ver nuestro Engels antropólogo, izquierdaweb.

[8] Es interesante dejar asentado cómo la obra de Marx cobra renovada vigencia en sus diferentes “tramos” dependiendo de las circunstancias históricas y políticas. Se ha señalado que, no casualmente, en las décadas del 50 y 60 sucedió con la obra del joven Marx en relación con los problemas de la burocratización de las revoluciones anticapitalistas. Hoy, por otra parte, hay muchos investigadores centrados en la obra tardía de Marx, por así llamarla, dado su enfoque mayor en el estudio de las sociedades ubicadas fuera del Occidente capitalista, sus apuntes etnológicos, su sensibilidad ecológica, etc.

[9] Existen rasgos que hacen a un determinado modo de producción. Pero, en la realidad, toda formación social concreta posee una determinada combinación de modos de producción. Sólo en su forma pura, ideal, se tiene un modo de producción homogéneo.

[10] Pierre Rousset hace una apreciación de valor cuando señala que hay que dejar de considerar dichas sociedades como si hubieran sido de “transición al socialismo” y sólo considerarlas como “sociedades de transición”, una apreciación para romper el mecanicismo ambiente.

[11] Cuando el economista marxista Michel Husson hablaba de “capitalismo puro” para referirse a las características actuales del capitalismo (cuestionadas en la nueva etapa que estamos transitando en esta tercera década del siglo XXI, aunque todavía dominantes), daba a entender que el capitalismo neoliberal se parece al tipo ideal de capitalismo. Ponemos este ejemplo para que se entienda que toda formación histórico-social concreta es “plástica”: tiene rasgos que le son propios y de los cuales, haciendo abstracción de ellos, buscando lo común en lo diverso de las distintas formaciones capitalistas, se llega al concepto de modo de producción específicamente capitalista del cual hablaba Marx para dar a entender que ya se basa en mecanismos que le son propios: la explotación económica del trabajo asalariado. Esto es, una forma de explotación estrictamente económica, no basada en la violencia o la apropiación por el robo liso y llano que caracteriza a la acumulación primitiva capitalista. La problemática de las formaciones económico-sociales y su relación con el concepto de modo de producción se desarrollará en nuestra obra.

[12] Su hermoso abordaje se cierra así: “La noble tradición del lejano pasado extendió así la mano a los esfuerzos revolucionarios del futuro (2015: 76). Luxemburgo se está refiriendo acá a la importancia estratégica del estudio de las comunidades primitivas.

[13] Los primeros capítulos de Historia de la Revolución Rusa de Trotsky son sumamente instructivos al respecto y una utilización brillante de las herramientas del materialismo histórico.

[14] Cuando se habla del carácter del Estado, Estado obrero o lo que sea, ya se nota cómo en la transición lo que define las cosas es el carácter del mismo y no la economía per se.

[15] La revolución proletaria y el renegado Kautsky es la obra de Lenin sobre el mismo tema. Sin introducirse en la cuestión de la militarización del trabajo, tanto Lenin como Trotsky critican los criterios kautskianos de “democracia en general”, en realidad nada democrático-revolucionarios y cien por ciento burgueses contrarrevolucionarios. El análisis crítico de Kautsky sobre la Revolución Rusa es una obra de desorientación política descomunal. De ahí que los esfuerzos por rehabilitar su figura de parte de algunos historiadores marxistas como Lars T. Lih y Paul Le Blanc nos parezcan desencaminados, más allá de que aporten elementos de utilidad y erudición.

[16] Como se aprecia, esta obra es una elaboración que comenzó treinta años atrás. La oportunidad del comienzo de esta investigación –además de los acontecimientos “epocales” que surcaron la caída del Muro de Berlín– es la experiencia personal en el seno de la clase trabajadora cuando ésta se interrogaba, en el ámbito fabril y entre la militancia obrera, acerca de qué había pasado con los Estados considerados “obreros” y cuáles serían las perspectivas para el porvenir.

[17] “El Platón del Timeo indica que ningún ‘modelo’ ideal puede ser perfectamente reproducido en la materia, y esta imperfección natural no es artificial, sino específicamente material. No es consecuencia de un acto de voluntad perverso, sino que se encuentra en el orden de las cosas, para usar palabras de Spinoza” (Antonino Infranca, Introducción a Ontología del ser social. La alienación, de György Lukács).

[18] En realidad, todo giro en las circunstancias tiene algo de novedoso que se hace difícil de absorber de manera inmediata. Stathis Kouvelakis insiste con agudeza en esto respecto de Lenin cuando su estupefacción ante la capitulación de la socialdemocracia alemana en 1914, a lo que cabe agregar la radical novedad que significaba el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial (cf. “Lenin como lector de Hegel. Hipótesis para una lectura de los Cuadernos de Lenin sobre La ciencia de la lógica”). De ahí que Gramsci insistiera en las dotes de la ciencia y el arte de la política, del análisis y también la intuición para llevar a cabo rápidas generalizaciones (definiciones). También es verdad que ciertas circunstancias tienen elementos comunes y que, a partir del estudio y la experiencia, eso nos permite tomar posición (y precisamente esa es la base material de la intuición). Pero otra cosa ocurre cuando nos vemos ante eventos completamente originales, inéditos: en ese caso la dificultad de respuesta es mucho mayor y la división en las filas revolucionarias, más fácil (las dudas, las disensiones).

[19] En nuestra obra volveremos sobre el concepto de los “prácticos”, aquellas personas sin formación formal que a partir de las necesidades se ocupaban de los asuntos y adquirían oficio y experiencia en la gestión estatal, algo seguramente propio de toda revolución en los países atrasados.

[20] El concepto de selección negativa es extremadamente valioso para entender qué implica la ruptura con los sanos criterios generales: en vez del personal más abnegado, con mayor conciencia de clase, más comprometido con la revolución y el socialismo, se seleccionó a aquellos que rendían pleitesía, obediencia y sumisión a cambio de ventajas materiales y de todo tipo.

[21] Rakovsky tenía presente una lectura más atenta de Marx y Engels que Trotsky. Lenin también era extraordinariamente sistemático en sus apuntes sobre nuestros clásicos (Marx, Engels y Hegel). Es conocida la anécdota en la cual Rakovsky le sugiere a Trotsky no reducirse a las peleas del día a día y volver al estudio de los clásicos para tener una visión más de conjunto de lo que estaba aconteciendo.

[22] El concepto de casta remite a un tipo de estratificación social donde quedan establecidas jerarquías rígidas que otorgan privilegios a sus integrantes y dificultan en grado extremo la movilidad social.

[23] Trotsky hablaba de la degeneración burocrática de la revolución. La definición era correcta. Pero el problema que se planteó posteriormente es que el grado de esta degeneración pasó de cantidad a calidad.

[24] Rakovsky se inspiraría directamente en Engels para esta definición: “Un debate interesante aquí es si la función crea el órgano o el órgano crea la función. En la sociedad, una función social crea un órgano respectivo. Recordamos aquí la reflexión de Christian Rakovsky sobre la burocratización de la URSS y la relación entre función y órgano. Una ‘división del trabajo político’ llevada demasiado lejos en ausencia del protagonismo de la clase obrera, termina llevando a la creación del ‘órgano burocracia’ (…); una reflexión de evidente raigambre engelsiana” (cf. Engels antropólogo, izquierda web).

[25] Más adelante veremos que en las propiedades estatizadas del Estado capitalista, la idea de que éstas serían “de todos” es un mero “traspaso de términos”, porque el Estado sigue siendo burgués. Por otra parte, en los Estados poscapitalistas la propiedad es realmente de todo el pueblo sólo en la medida en que sean efectivamente dictaduras proletarias.

[26] La forma cooperativa de la propiedad es otra forma de propiedad privada. Da por abolido al capitalista tradicional, transformando al colectivo de trabajadores en propietarios, pero no como colectivo, sino que cada uno de sus integrantes tiene una cuota parte de la propiedad: son socios de la unidad productiva transformada en cooperativa (la propiedad privada subsiste en esta forma). Es evidente, por tanto, que la cooperativa es una forma de propiedad distinta de la propiedad estatizada, donde la clase trabajadora es propietaria colectiva por intermedio del Estado de los medios de producción: expresa una forma de soberanía y no sólo de propiedad. Y esto mismo coloca en su lugar la problemática de la autogestión en la unidad de producción. Ésta es progresiva en la medida en que los trabajadores tienen el comando directo de la unidad productiva. Pero para que esto vaya en un sentido socialista se necesitan dos supuestos: a) que la unidad autogestionada sea considerada como parte de la propiedad social total a nivel del semi-Estado proletario, es decir, que no dé por abolida la instancia de la dictadura proletaria como representación política colectiva de la clase; y b) que, precisamente por lo anterior, no se instale un juego de competencia de una unidad productiva contra la otra, lo que sólo restablecería las relaciones de mercado y transformaría la unidad autogestiva en una nueva forma de propiedad privada, la propiedad cooperativa.

[27] El trabajo muerto domina al trabajo vivo en el capitalismo y en el Estado burocrático también (Mészáros).

[28] La historia humana es una historia de autoelevación histórica monumental (Gordon Childe). No existe ninguna “ley histórica objetiva” que haya posibilitado esto más allá de un lentísimo proceso evolutivo que dio lugar a los homínidos y al homo sapiens, que colocado bajo determinados parámetros objetivos comenzó a luchar por la supervivencia contra su entorno.

[29] La prioridad del análisis materialista es fundamental para no perder nunca el terreno material de nuestra actuación. Sólo a partir de aprehender ese terreno material podemos transformarlo. A partir de ese afincamiento material es que pasamos al lado activo, activista, fundamental en el marxismo. Esto es así aun si es completamente cierto que determinada realidad externa siempre será mayor que nosotros. Aunque hay que afirmar esto señalando que –para bien o para mal, siempre es el socialismo o la barbarie– la reactuación de la humanidad sobre la naturaleza es un hecho histórico fácticamente comprobable en este siglo XXI, crisis ecológica y era del antropoceno mediante.

[30] Una problemática insoslayable hoy para plantearse los problemas de la planificación socialista y que no tuvimos tan presente diez años atrás cuando escribimos nuestra “Dialéctica de la transición. Plan, mercado y democracia obrera” en 2011, texto que será, actualizado, el núcleo de nuestro segundo tomo.

[31] Aquí hay que tener sumo cuidado porque las “tensiones dialécticas” varían cuando se trata de las condiciones actuales de nuestra lucha e incluso de los pasos iniciales de la transición socialista, sangrientos, a la tensión emancipatoria que ésta debe tener para ser tal.

[32] Referimos en este sentido a la lectura de nuestros textos “La política revolucionaria como arte estratégico” y “A propósito de Historia de la Revolución Rusa de Trotsky” (ambos en izquierda web).

[33] Bensaïd, “Por qué Marx es y no es el partido”, en Estrategia y partido (1988).

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