Acuerdo con el FMI, toma 2 | Azotes para unos, chirlitos para otros

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El inusual comunicado de la Casa Blanca respaldando la gestión de Macri en plena negociación con el FMI confirma varios puntos. Primero, que la vigorosa lamida de botas a la que hacíamos referencia en la pasada edición continúa corregida y aumentada como único verdadero plan político del macrismo. Segundo, que EEUU no quiere soltarle la mano a “un aliado estratégico extra OTAN” como Argentina (o, para ser más precisos, la Argentina de Macri). Tercero, más sutil, menos explícito, pero igualmente importante, el contenido del comunicado le da a entender a Macri que “todo bien, te apoyamos en tu negociación con el FMI, pero el tema plata arreglalo con ellos. Acá no vengas a manguear”. Por lo tanto, el rumbo del gobierno para intentar dar respuesta a la brutal crisis general que ya está asomando quedó muy definido: por fuera y más allá del FMI no hay nada, salvo el abismo.

Nuestra edición de la semana pasada salió a la calle en pleno tembladeral cambiario. La vertiginosa jornada del jueves 30 puso los pelos de punta a propios y ajenos, y mostró hasta qué punto un descontrol de la cotización del dólar puede poner un gobierno al borde del precipicio. Después de una situación similar –pero incluso menos traumática– en mayo, el gobierno debió recurrir a la bala de plata: el acuerdo con el FMI, firmado en junio. Pues bien, ante la presencia de la misión de control del FMI en Buenos Aires, mientras revisaba las cuentas, y cuando aún no se cumplieron tres meses del acuerdo y con el cargador vacío, se hizo patente la necesidad de negociar de nuevo prácticamente todas las metas. El gobierno ya debió recurrir, a dos meses y pico de firmado el stand by, al famoso “waiver” (perdón) que otorga el FMI a los deudores que son buenos alumnos pero se mandan alguna macana. No es de extrañar que varios de los socios importantes del FMI (Alemania, Japón, Holanda, Reino Unido) resoplen de impaciencia ante los nuevos desaguisados de este verdadero “niño terrible” que es Argentina, gobierne quien gobierne, tenga el odio o la bendición de EEUU.

 

El “mayor acuerdo de la historia” duró 75 días

Veamos un poco las cifras del fracaso estrepitoso del acuerdo con el Fondo. Primer compromiso, tope de inflación del 32% este año. Realidad: el propio gobierno reconoce que el piso (si no se siguen rompiendo jarrones) es del 42%, y el piso para 2019 es del 25%, con lo que la inflación Macri le gana por varios cuerpos a los peores años K.

Segundo compromiso, crecimiento del PBI mínimo pero positivo, del orden del 0,5%, y crecimiento del 2% en 2019. Realidad: el gobierno calcula una caída del PBI del 2,4% este año y crecimiento cero en 2019. De nuevo: tales el panorama oficial (antes del dibujo del miércoles 5, cuando retocaron un poquito para arriba los números como queriendo desmentir la filtración del domingo); las consultoras privadas estiman una caída del 3-4% en 2018 y continuidad de la recesión en 2019. Y es lógico: las actuales tasas de interés del 60%, asesinas de cualquier actividad económica productiva, recién bajarían, según reconoció el propio ministro de Producción Dante Sica, en enero de 2019… y al 55%.

Tercer compromiso: cancelar la “bomba de las Lebac” con las reservas del BCRA, con lo cual esas reservas no podían usarse para controlar el precio del dólar. El FMI prohibió expresamente que las reservas tuvieran como destino el mercado cambiario y la financiación de fuga de capitales; el dólar debía “flotar según indicara el mercado”. Realidad: la bomba de las Lebac no se desactivó del todo y el Banco Central intervino con todo, quemando reservas a lo loco para frenar la disparada del dólar. Inclusive, uno de los puntos de renegociación con el FMI, además de retocar todas las metas, es pedirle permiso para seguir metiendo mano en el mercado cambiario. En eso el gobierno tiene la ayuda de que los funcionarios del FMI vieron en vivo y en directo la histeria por el billete verde y las consecuencias demoledoras que tiene un conato de corrida contra el peso en la estabilidad política y económica (y en las metas de inflación, de paso). Macri, Dujovne y Cía. cuentan con esas escenas de pánico para convencer al Fondo de que no se puede ser tan ortodoxo en un país como éste.

Cuarto y muy importante compromiso: la plata fresca del Fondo iba a entrar según un cronograma claramente estipulado que llegaba hasta 2021; los ingresos para este año y el próximo iban a sumar 30.000 millones en desembolsos trimestrales. Todo a la basura: las urgencias cambiarias y fiscales reclaman que el FMI mande toda la guita que pueda. Y rápido, por favor.

Ahora bien, ¿qué es lo que ofrece el gobierno al FMI a cambio de tanta indulgencia ante tamaños incumplimientos? Pues redoblar el ajuste. Si el acuerdo original preveía bajar el déficit primario del 2,6% del PBI en 2018 al 1,3% en 2019 y al 0% en 2020, la apuesta de Macri es que el FMI perdone todos los estropicios del gobierno si el déficit cero se alcanza el año próximo. De un ajuste de 200.000 ó 300.000 millones de pesos se pasará a un ajuste de 500.000 millones de pesos. “Cerremos con esto y no se hable más de las metas incumplidas”, será la movida de Dujovne en Washington.

 

¿Un ajuste donde “pagamos todos”?

Es cierto que este ajustazo por un monto que duplica el inicialmente planteado parece más “repartido” que el anterior, que descargaba los mandobles exclusivamente sobre la población trabajadora. Al respecto, una consideración: más allá de las trampas que enseguida veremos, en las horas febriles que sucedieron al cimbronazo cambiario del jueves tomó forma rápidamente un consenso de toda la clase capitalista y sus políticos: cargar el total del nuevo ajuste a la cuenta de las masas era demasiado peligroso. Por mucho que les molestara, no había margen para un torniquete adicional sobre la población mientras la clase capitalista no hacía el menor sacrificio. La traducción política de esto fue que para llegar al déficit cero, además de achicar los gastos del Estado, había que aumentar los ingresos, es decir, crear nuevos impuestos (o, en este caso, reponer los viejos). Y esos impuestos sólo podían recaer sobre los capitalistas: no había forma de que los pagara la población.

De este consenso participaba en primer lugar el FMI, que, mucho menos dogmático e ideológico que el gobierno, desde hace tiempo considera estúpido que el Estado renuncie a la cuantiosa fuente de divisas que representan las retenciones a las exportaciones, y que Macri les regaló desde el primer día de su gestión a todos los grandes capitalistas nacionales y foráneos. Así, por más que Macri lloriqueara que son un impuesto “malo, malísimo”, no hubo más remedio que reintroducirlo. Sobre un total de unos 70.000 millones de dólares anuales de exportaciones, las retenciones de “4 pesos por dólar” para las exportaciones primarias y “3 pesos por dólar” para el resto aportarían aproximadamente la mitad del ajuste total, unos 250.000 millones de pesos, esto es, unos 6.250 millones de dólares… a precios de hoy. ¿Se hizo justicia? Mmm… Veamos primero las trampas que hay detrás de este “acto reparador”.

Si bien es verdad que la clase capitalista deberá hacer su aporte (no hay más que ver el repugnante espectáculo de los hipergarcas de la Sociedad Rural llorando porque les tocan sus millones), pueden consolarse con varios atenuantes.

Primero, recordemos que ahora pagan 3-4 pesos por dólar de impuesto luego de beneficiarse de un aumento de 18 pesos por dólar en cuatro meses (el 2 de mayo el dólar cotizaba a $ 21,50). La “terrible sangría” que denuncian los gusanos del campo no significa otra cosa que “aceptar” para sus exportaciones un dólar de 35-36 pesos… que es mucho más de lo que soñaban hace pocos meses, cuando levantaron la cosecha gruesa.

En segundo lugar, las nuevas retenciones no son una alícuota, es decir, un porcentaje fijo (por ejemplo, 10% de los actuales 40 pesos) sino una suma fija, lo que implica una licuación del impuesto a medida que el dólar sube. Los 4 pesos son el 10% de cada dólar, pero sobre un dólar de 50 pesos son sólo el 8%. Hasta Carrió recurrió a ese argumento para tranquilizar a las huestes ruralistas.

Y tercero, los peces gordos ya encontraron la forma de evadir hasta ese aporte miserable que les piden. En efecto, se supo que entre el jueves y el viernes los grandes exportadores se apresuraron a presentar una avalancha de Declaraciones Juradas de Ventas al Exterior (DJVE). Como les pasaron la posta sus amigos de Clarín y del propio Ministerio de Agroindustria, a cargo del ex presidente de la Sociedad Rural Luis Etchevehere, con esta maniobra se adelantó la venta de la bonita suma de U$S 2.250 millones, ¡8,5 milones de toneladas, el equivalente al 8% del total anual! De esa manera, por supuesto, esas exportaciones pagarán cero retenciones, porque fueron declaradas antes del anuncio oficial. Quienes sí pagarán retenciones son los productores, ya que para ellos la liquidación se hace al momento de entregar la cosecha. Tan grosero fue todo (se dice que en el Ministerio de Agroindustria estuvieron recibiendo DJVE incluso fuera de horario) que Etchevehere recibió una denuncia por evidente perjuicio al fisco: los pícaros oligarcas y cerealeras se ahorraron de un plumazo 225 millones de dólares.(1)

Por otra parte, cuando se dice que “los exportadores también tienen que poner”, ¿de cuánta gente estamos hablando? Según la consultora DNI, de uno de los mayores expertos en comercio internacional del país, Marcelo Elizondo, en marzo de este año había en el país 5.890 empresas exportadoras. Pero el 90% de ellas manejan montos minúsculos, y el 99% no llega a exportar 100 millones de dólares anuales, cifra que para el comercio exterior en general es bien modesta. Veamos:

 

Monto anual exportadoEmpresas
< U$S 10 millones5.229
> U$S 10 millones661
> U$S 50 millones95
> U$S 100 millones57
> U$S 1.000 millones11

 

Así, y según el INDEC, la mitad del total de retenciones a las exportaciones lo pagarán sólo 26 empresas, de las cuales 10 son cerealeras, cinco son automotrices y el resto siderúrgicas, petroleras y químicas. ¿Tanto costaba convencer a esa gente de un “aporte patriótico”?

 

El hambre de los abajo y la angurria de los de arriba

Dicho esto, queda claro que la verdadera parte del león del ajuste volverá a caer sobre las espaldas populares, porque el otro componente fuerte del paquete de ajuste es el retiro de subsidios al transporte y la tarifa social eléctrica. Aquí hay una trampa de lo más pérfida: se disfraza esto como “federalismo” al decir que en realidad se terminan los subsidios de la Nación, que serán reemplazados por subsidios de las provincias.

Naturalmente, es mentira: las provincias, ya bastante endeudadas irresponsablemente en el bienio 2016-2017 de crédito fácil, ni remotamente están en condiciones de asumir esa erogación. Lo que hay es una “tercerización del ajuste”: el recorte queda a cargo de las provincias, no de la Nación. Además, como es sabido, los distritos del país que mantienen mayores subsidios son Capital Federal y provincia de Buenos Aires (herencia del Argentinazo, desde ya), hoy en las dóciles y colaborativas manos del PRO. Traducción: esos distritos, los más poblados y de mayor concentración de trabajadores del país, serán los que sufrirán el tarifazo más grande en el boleto de colectivo y en la eliminación de tarifas sociales. Desde ya, los gobernadores del interior, con su cortedad de miras habitual, ni registran que están escupiendo para arriba y están chochos con hacerle pagar la cuenta a otro.

A esto debe sumarse el recorte en el salario real del conjunto de los asalariados, y en particular de los del sector público, para no hablar del retraso en que quedarán las jubilaciones y asignaciones familiares con respecto a una inflación galopante. Si a esto se llegan a agregar, como se especula, nuevas “reformas” exigidas por el FMI como moneda de cambio de la aceptación del cambio de metas y de reprogramación de los pagos, en especial en el plano laboral y previsional, y estamos ante un panorama de verdadero saqueo de los más pobres por parte de los más ricos. Que el gobierno no se queje ni se asombre, entonces, si empiezan a darse casos que apunten a la tendencia opuesta.

Aquí puede repetirse la historia del mono y el azúcar que contaba el economista estadounidense Leo Huberman: los cazadores de monos llenaban cocos huecos con azúcar de modo tal que la mano vacía pasaba por el hueco, pero la mano llena de azúcar, no. Y como el mono no quería renunciar al azúcar, la mano le quedaba atrapada en el coco y era fácil presa de los cazadores. La pregunta es simple: ¿entenderá la clase capitalista argentina lo que está en juego, o está demasiado acostumbrada a no renunciar al azúcar?

 

 

Notas

  1. Los caraduras de la Cámara de Exportadores de Cereales saltaron ofendidísimos en su buen nombre y honor ante las denuncias y se mostraron virtuosamente dispuestos a “presentar toda la documentación que demuestra que las operaciones fueron legales”. ¡Miserables! ¡Claro que fue todo legal; su hombre en el gobierno se ocupó de eso!

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