«Los partidos son una de las escuelas de la historia»
León Trotsky, Stalin
El 29 de junio de 1932, León Trotsky terminaba de escribir una de sus obras cumbres, su Historia de la Revolución Rusa. Reconocida incluso fuera de las fronteras del marxismo como una obra maestra historiográfica, fue pensada también para transmitir a las nuevas generaciones militantes las lecciones de la Revolución de Octubre. La obra también puede ser leída como un homenaje a la escuela de Lenin en la revolución. Aprovechamos este texto para aportar al debate sobre el legado de Lenin.
Historia de la Revolución Rusa es una obra hermosa[1]. La ambición de este ensayo es sugerir a la militancia de la izquierda en general que se pongan a releerla y estudiarla porque es de enorme actualidad para los tiempos polarizados que corren. Es una obra muy rica, con muchos ángulos; tiene una “arquitectura” que hay que ver en su conjunto.[2]
Ese es el primer objetivo de este ensayo: sugerir que se lea el libro, que se lo empiece a trabajar como herramienta preciosa –sobre todo sus capítulos estratégicos– para los eventos sangrientos que se vienen. El segundo objetivo es centrarnos en algunos de los capítulos más importantes a los efectos de este ensayo, que se encuentran sobre todo en el segundo tomo.[3]
Nuestro objetivo no es abordar la obra como un estudio del materialismo histórico (materia en la cual Trotsky era un verdadero maestro), ni siquiera enfocar la HRR como una historia comparada de las revoluciones –que también lo es–, sino sobre todo seguir acumulando herramientas del quehacer político revolucionario, de la política como arte estratégico.[4]
De ese tipo de textos educativos en materia estratégica hay varios, sobre todo de Trotsky. Se puede cotejar la HRR (lógicamente que con su carácter específico) con Lecciones de octubre y también con Stalin, el gran organizador de derrotas. A cinco años de la muerte de Lenin, de la Internacional Comunista, sus escritos sobre las cuestiones militares, etc. La HRR está más enfocada desde la política, desde la relación entre el partido y las masas. Sin embargo, los capítulos que más me interesa enfocar son los que abordan las cuestiones de la estrategia, el paso del plano político al plano militar, aunque sin perder de vista que la obra como un todo es un verdadero “fresco de la revolución” donde Trotsky demuestra la fuerza de la política revolucionaria en ciertas condiciones (ya hemos señalado en otros textos que la política revolucionaria puede mover montañas en determinadas oportunidades; ver Ciencia y arte de la política revolucionaria).[5] No tiene la misma fuerza la política revolucionaria en condiciones de revolución, de ascenso de las masas, que en condiciones no revolucionarias evidentemente.
Lenin tiene textos básicos de educación en la política revolucionaria, que son variados pero tienen elementos extremadamente educativos e instructivos del quehacer revolucionario. Por ejemplo, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo (1920). El renegado Kautsky del mismo año tiene muchísimos elementos de educación política, lo mismo que El Estado y la revolución, pensado desde otro punto de vista. Sobre la Revolución Alemana, de Pierre Broué, que era un historiador y no un político, tiene sin embargo elementos de enseñanza política muy importantes dedicados a la Revolución Alemana (1918-1923), debate que también cruza Lecciones de Octubre de Trotsky (1924).
Nos preocupa sobre todo otorgar más herramientas a la militancia para los tiempos que se avecinan (o, más bien, que ya corren): la reapertura de la época de crisis, guerras, revoluciones, reacción y barbarie que ya estamos viviendo en esta nueva etapa internacional, tendencias históricas de la época que ya nos han colocado en “otro mundo” muchísimo más parecido a la primera mitad del siglo XX: tendencias a los extremos, polarización, enfrentamientos directos entre las clases, crisis de la mediación democrático-burguesa, regímenes de extrema derecha, enfrentamientos con las fuerzas represivas, sangre, etc.[6]
1- De la violencia en las palabras a la violencia en los hechos
La lucha de clases internacional está ubicada hoy en un nuevo escenario, más allá de las enormes diferencias en cada caso. Lo fundamental es que estamos en un escenario de enfrentamientos de clases más directos, aun si este nuevo escenario esta girado hacia la derecha o la extrema derecha.
Esto no anula los elementos de bipolaridad y choque de clases agudo. Los analistas marxistas que sólo ven un polo, el de la reacción, pero niegan el bipolo, el de la resistencia, la defensa activa, la radicalización de los enfrentamientos, el cómo se le hace frente a la reacción en los cuatro puntos cardinales del globo, son derrotistas.
Aun con un mundo girado políticamente a la derecha en esta coyuntura, la radicalización de los enfrentamientos puede terminar por abrir un proceso de radicalización de la vanguardia que no en todos los casos está dominada por las corrientes islámicas como en Medio Oriente.
El combate a Milei en la Argentina es clásico y con peso de la izquierda (aunque todavía a la clase obrera propiamente dicha –industrial– le esté costando entrar en la liza), se plantean a full todas las instancias “soviéticas” y de autoorganización, también formar y templar a la militancia frente al “protocolo antidisturbios” y el gas pimienta, el choque cara a cara con la política y la gendarmería, etc. Aprender a desafiar los límites que la represión quiere imponer (y que las fuerzas reformistas como los K quieren internalizar. No hay ni un milico e igual marchan por la vereda…).
También hay que hacer notar que en el norte occidental existe un mayor ingreso a escena de la clase obrera, en los EE.UU. y en Gran Bretaña y Alemania, por ejemplo. En el primer país hay en curso un proceso de reorganización, de reinicio de la experiencia histórica de nuestra clase y la juventud que acá no voy a desarrollar.
También hay un retorno de las guerras clásicas, como en Ucrania, y enfrentamientos militares brutales que recuerdan las grandes gestas de emancipación nacional de los años 50 y 60 del siglo pasado están poniendo las cosas en otro terreno: en el del enfrentamiento directo de clases y militar (tendencias para las cuales debemos preparar política y prácticamente a nuestra militancia; aprender a militar en condiciones más duras).
Todo esto en el contexto de que las tendencias a la radicalización de la lucha de clases encarnizan la lucha de tendencias socialistas, al menos en algunos países como la Argentina, donde, por lo general, la lucha de tendencias ha sido más dura (también porque los procesos han sido más duros. No olvidar que un país con peso histórico como la Argentina carga con el peso de 30.000 desaparecidos, 100 de ellos del viejo PST).[7]
Debemos aprender de las grandes revoluciones, claro que sin olvidar los límites que también existen en materia de radicalización de la nueva generación y de la crisis de alternativa socialista todavía subsistente.
La HRR va de lo más objetivo a lo más subjetivo. En este siglo XXI vivimos en un “mundo trastocado” objetivamente. Se acumulan elementos objetivos para desarrollos revolucionarios pero, de momento, dominan las tendencias a extrema derecha por toda una serie de razones que acá no vamos a desarrollar (ver “Guía de estudio sobre la situación mundial: ha comenzado una nueva etapa” y “Una lucha de clases más radicalizada, un desafío redoblado para la izquierda revolucionaria”, ambos textos en izquierda web).
Lo anterior significa que los elementos subjetivos vienen más retrasados. Sin embargo, existe en las últimas dos décadas una acumulación de experiencias que las corrientes derrotistas, desde el SU en Europa (la autoproclamada IV Internacional) hasta Resistencia en Brasil, no ven, pero que necesariamente, por la lógica íntima de las cosas, va a radicalizar la lucha de clases (ya lo está haciendo, en condiciones durísimas como las de Gaza o más livianas en la Argentina, por ejemplo).
Como acabamos de señalar, en la HRR Trotsky va de los elementos más objetivos a los más subjetivos. Si se desarrollan crisis, guerras, revoluciones, barbarie y reacción, las cosas pueden ir para la desmoralización o la radicalización, o una dialéctica simultánea en ambos sentidos en diferentes sectores. En todo caso, es recién a partir de esta radicalización donde entran a tallar cada vez más el partido y las corrientes revolucionarias, los organismos de tipo “soviéticos”, las coordinadoras, etc., todos los elementos de subjetividad de la clase trabajadora abarcada en general. Y es recién ahí cuando la política define los desarrollos. Aunque esto, dicho así, también es mecánico, porque el partido revolucionario tiene que intervenir intensamente en la forja de esta radicalización.
Se van generando “paralelogramos de fuerzas” donde, si el partido revolucionario se ubica a la cabeza del proceso, puede hacer la diferencia, una diferencia sideral.[8]
Subrayemos: no siempre define la política. Hay que utilizar el concepto recién señalado de “paralelogramo de fuerzas” para entender el eslabonamiento de la acción –política y física– revolucionaria. Por ejemplo, en el tomo II de HRR, su último capítulo, que consideramos el más importante de la obra desde el punto de vista estratégico, de lo que se trata del “arte de la insurrección”.
Si se está hablando de insurrección es porque hay condiciones para tomar el poder. Para llegar a esa instancia y que no sea un delirio izquierdista, tienen que estar dados los demás factores: la crisis, las formas soviéticas, una mayoría política en lo más concentrado de la clase y el partido.
Cuando esos elementos están definidos, avanzados, se puede ir directamente a los problemas estratégicos, que son el pasaje de la política a la acción. Esto ocurre no sólo en la revolución; también en cualquier acción que tenga determinadas proporciones, como el enfrentamiento de febrero en la Argentina contra la ley ómnibus o la ocupación del puente grúa en Gestamp.
Si nos referimos a lo macro de la revolución, está el mal ejemplo de Smilga cuando en las Jornadas de Julio afirma, de manera prematura, que es hora de “dar la batalla decisiva más allá de los vaivenes de la política…”. ¿Qué quería decir con esto? Que la política no importaba, que no importaba si la vanguardia de masas y las masas estaban listas para dar ese paso, si el partido no tenía la suficiente anuencia para la acción: un error completo. Ocurre que para llegar a ese punto en el que ya estamos “más allá de la política” tienen que estar dados todos los demás factores.
En el tomo I hay un movimiento de lo objetivo a lo subjetivo, pero ya están los soviets desde la Revolución de Febrero… Así es más “fácil”: arrancando del doble poder, vamos al soviet a discutir la política. Ya en el tomo II están los elementos más subjetivos de la experiencia revolucionaria, aparecen todos los elementos estratégicos.
De cualquier manera, no nos apresuremos con esto último. Vamos a ir parte por parte con respecto a nuestra valoración de HRR.
2- La política revolucionaria como “carne y sangre”
La segunda cuestión que queremos señalar es el valor general de esta obra de Trotsky. Logra una suerte de “proeza”; es una obra de historia atípica. Es un texto histórico-político, uno no sabe exactamente qué es, seguramente no una obra de historia tradicional. Es un intento de Trotsky de levantar actas pormenorizadas de las enseñanzas de la Revolución Rusa; un “resumen” de los debates político-estratégicos del marxismo, de lo que tiene que ver con nuestra práctica, con nuestra acción, procesado al calor de la revolución más grande de la historia.
Imaginemos que tenemos un tesoro y lo queremos compartir con las generaciones futuras. Lenin se muere, Trotsky es un poco más joven; tiene un tesoro en sus manos y lo quiere compartir porque es una experiencia histórica riquísima, colosal. Además, lamentablemente, debe evitar que esa experiencia, ese tesoro, sea totalmente falsificado y vaciado por el estalinismo. Como es un actor protagonista de la revolución, su experiencia lo hace más indicado aún para compartirla.[9]
Entonces su HRR es la preocupación de Trotsky por compartir las enseñanzas y los tesoros que contiene la revolución sociopolítica más grande de la historia de la humanidad; ese es el valor que tiene, esa es la motivación. Como él quiere compartir tanto la experiencia histórica como las conclusiones, las generalizaciones de dicha experiencia, entonces escribe un texto que es mitad histórico y mitad teórico, donde los elementos teóricos están registrados alrededor del calendario de la revolución. No son capítulos teóricos, son en general capítulos históricos, están escritos con carne y con sangre, como toda verdadera política revolucionaria.
Están tan atados a la experiencia que casi no pueden ser demostrados por fuera de la experiencia.[10] Esta obra de Trotsky, como decía Milcíades Peña, con su envergadura, con su ambición, es una de las obras más grandes del marxismo revolucionario del siglo XX. Tiene, exagerando un poco, la monumentalidad de El capital de Marx.
Pero si leen algún capítulo de El capital verán que es muy de categorías y categorías, aunque esté entrecruzado por la experiencia (también está magistralmente permeado por la carne y la sangre además de tener una penetración impresionante).[11] Trotsky utiliza categorías, pero alrededor de un relato histórico, porque también trata de defender un legado político contra el estalinismo: esa es la ambición particular de esta obra.
También es como si Trotsky hubiera dicho: “me pongo a escribir esto antes de que se me chisporrotee”, antes de que se borrara la impresión gráfica de los hechos; lo termina en 1932, lo escribió en tres años (1929-1932 el primer tomo; el segundo apareció en 1933). Parece que Trotsky escribía como “en papiros” –eso es lo que dice uno de sus secretarios–. O sea, dictaba, tenía secretarias, pero cuando se ponía a corregir hacía todo un rollo como si fuera un papiro babilónico. “Como si fuera una biblia sin fin”, dice el secretario Jean van Heijenoort.[12]
Hay capítulos de HRR que puede que aburran, pero hay muchos que enganchan como si fuera una obra de literatura; está claro que Trotsky es también, junto a Engels, una de las principales “plumas” del marxismo revolucionario. Marx y Lenin escriben con una estructura y solidez descomunales, pero con menos “tersura” por así decirlo. Contiene un retrato psicológico, socio-cultural, genial de algunos actores. Pero de repente –lo que no es muy bueno pedagógicamente hablando– llega a la parte teórica como “sin aviso”, en medio del atrapante relato, y entonces hay que ponerse a fichar, a estudiar; varios capítulos están plagados de teorización.
Hay también en HRR una genial historia comparada de las revoluciones, cosa muy difícil porque las revoluciones son procesos muy complejos, “endiablados”. Sobre todo, nos cuesta mucho comprender las revoluciones que están fuera de nuestra propia experiencia histórica; un amigo me decía agudamente que “nos cuesta entender el siglo XIX, y lo mismo me pasa personalmente con la Revolución Francesa: no es tan fácil de entender ni de conceptualizar.[13] Nos resulta más fácil pensar la revolución en términos de proletariado-burguesía-campesinado-imperialismo-clases medias, pero en términos de aristocracia-burguesía-tercer estado, es más difícil. Sin embargo, las revoluciones inglesa y francesa están muy bien sintetizadas en la obra.
3- El ingreso de las grandes masas a la vida política
Trotsky tiene mucho cuidado y sutileza en la combinación de los factores objetivos y subjetivos de la revolución. Aquí entra un elemento que es muy finito pero muy importante: Trotsky escribe esta obra no como un doctrinario, sino como un revolucionario que sabe que, en primer lugar, la revolución es la obra de la experiencia de grandes masas. Su preocupación por el tema partido, que es clave, la coloca ahí, no lo pone como como un factor que viene de afuera, teledirigido. En esa obra de grandes masas es donde el partido –incluso la personalidad de Lenin– cobra toda su relevancia estratégica e histórica; todo su carácter decisivo (Trotsky es genial en la comprensión materialista y dialéctica del rol de la personalidad en la historia).[14] Cuando la pluma es la que inclina la balanza, es porque está la balanza, y la balanza es el quehacer de las masas en la revolución. La revolución significa que las masas toman en sus manos su destino, ingresando a la vida política.
Y sin embargo, esa “pluma” es un factor activo en cada uno de los eslabones y en la revolución misma; un factor decisivo en la historia de las revoluciones contemporáneas.[15] Y ese factor es el partido revolucionario: no hay revoluciones que se hagan solas, o, al menos, donde la clase explotada tome el poder sola. Incluso si los partidos burocráticos toman el poder, bueno, son partidos u organizaciones burocráticas; en ese caso, la revolución será anticapitalista pero no socialista. Sólo en el caso de la Comuna de París hubo una revolución triunfante –efímeramente– sin una dirección propiamente partidaria.[16] Sin partido o partidos revolucionarios, no hay revolución. En esto no hay sociologismo que valga. Mucho menos existe esa especie llamada “revoluciones socialistas objetivas”, porque el factor subjetivo de la vanguardia clasista revolucionaria, las tendencias revolucionarias y los organismos de doble poder de la clase, son decisivos. Sin clase obrera no hay revolución socialista, algo que venimos repitiendo hasta el cansancio desde la formación de nuestra corriente más de veinte años atrás (ver “Crítica de las revoluciones socialistas ‘objetivas’”, izquierda web).
Cuando comentamos qué discuten las y los compañeros de trabajo, su diálogo cotidiano puede ser sobre fútbol, el salario, la familia, la fábrica, etc. Bueno, esas no son masas que ingresan en la vida política, como podemos ver cotidianamente cuando no hay situaciones revolucionarias. Las masas que ingresan en la vida política son lo que describe Natalia Sedova en Vida y muerte de León Trotsky, donde cuenta que fueron a vivir a un departamentito cuando llegaron a Petrogrado, y no podían dormir porque la pieza daba a la calle y en la calle había un montón de gente hablando hasta las tres de la mañana de la revolución, del soviet, de Lenin: el ambiente estaba hiperpolitizado.
Esto se ve un poco en la rebelión popular, que igual tiene elementos que nos permiten pensar y hacer la experiencia. Pero la revolución (como también en cierto modo la reacción y la contrarrevolución, Las Furias, Arno Mayer), aun con sus altos y bajos, es un momento de furor; es como si hubiera millones de personas, durante días y días, entrando y saliendo de la Capital Federal. Los dirigentes bolcheviques se relevaban para hablar frente a las masas.
Venía Zinoviev al “ágora” –gran orador, pero un oportunista–, después venía Trotsky, después Lenin y así de seguido (Lenin y Trotsky compartían el colchón para dormir en los días “soviéticos” y de furor revolucionario). Los soviets eran como un teatro donde había siempre miles de personas en el público, todo el tiempo había “función”. Así como podemos recordar acá la imagen glacial y contrapuesta de la contrarrevolución estalinista, con la Plaza completamente vacía; como señalaron Rosa y Rakovsky, cuando la plaza queda vacía el único elemento activo es la burocracia.
En la introducción de la obra Trotsky dice que “la característica más marcada de una revolución es el ingreso de las amplias masas en la vida política”. Desde el primer día, más allá de los miles de problemas estratégicos y la acción y reacción dialéctica decisiva entre el partido, la minoría, la mayoría, etc., desde el primer día la revolución es una conmoción de masas, un furor de masas, que dura un largo período. Cuando las masas ingresan a la revolución es muy difícil sacarlas de ella; por eso la burocracia se cuida como de hacerse pis en la cama de que no haya desbordes. Después vienen todas las otras discusiones: hemos hablado mucho de la revolución y no tanto de la contrarrevolución: qué es lo que pasa cuando las masas se retiran de la escena…
Trotsky tiene muchos textos muy valiosos, pero esta es de sus obras más ambiciosas, junto con una distinta pero extremadamente rica en matices que es La revolución traicionada; es mucho más pequeña en tamaño, pero más allá de los límites históricos, tiene una gran precisión y está a la izquierda de la mayoría del trotskismo tradicional, que configuró una suerte de giro a la derecha en relación a Trotsky mismo.[17] La revolución permanente es un poco árida porque es una síntesis, es teoría de la revolución en un alto punto de abstracción. La obra que nos ocupa es más que teoría, es un “tratado” de política revolucionaria lleno de vida.
4- Masas, vanguardia y partido
En materia de teorización, hay una interrelación entre política revolucionaria, estrategia, guerra y partido como formas de expresar nuestra acción. La política revolucionaria como arte de ganar a las masas; la estrategia como los pasos encaminados al poder; la guerra como pasaje al lado práctico-físico de la cosa: la guerra, la guerra civil, la insurrección. Y el partido como lo más difícil, lo menos objetivo, lo más abstracto… y lo más difícil de construir. La organización revolucionaria aparece con grados crecientes de necesidad en cada uno de los eslabones del proceso revolucionario; en ese sentido la imagen de la “pluma” que al final decide las cosas es engañosa: minusvalora la importancia estratégica del partido revolucionario.
La idea del partido aparece muchas veces como una abstracción, porque la globalidad, la universalidad, que es lo que caracteriza al partido en materia política, siempre es más compleja; es una doble decantación o una doble destilación, desde los amplios sectores de masas, a la vanguardia, al partido. La conciencia de clase y socialista es de “segundo piso”, es decir, es un trabajo sobre la conciencia popular espontánea.[18] Siempre va a haber más gente en el Comité Militar Revolucionario o en la Guardia Roja que en el partido, porque es más abstracto, menos inmediato, lo que el compañero o la compañera menos van a entender: “¿Para qué voy al partido si está el sindicato? ¿Para qué voy al partido si está la coordinadora?”. Eso es una ley.
Esto es importante para entender la sistematización histórica. La política, la estrategia, la guerra, surgen de la interacción entre las clases, la vanguardia y el partido. La teorización de la interacción entre el partido y las masas es la política revolucionaria. La ciencia y arte de la política revolucionaria es la reflexión sobre la experiencia de nuestra acción, de nuestra interrelación con el movimiento de masas y con la vanguardia (fusión llega a decir Lenin, lo que no tiene nada que ver con seguidismo o disolución; es una fusión en el nivel más alto de la acción organizadora y de la conciencia de la vanguardia de masas: el nivel de la revolución). Militamos todos los días, pero en general reflexionamos poco sobre nuestra propia acción. Y esta obra de Trotsky nos ayuda a hacer una reflexión sobre la acción colectiva del partido en condiciones revolucionarias, y en verdad, en cualquier condición, para lo grande como para lo pequeño).[19]
Cuando Trotsky, en el capítulo “El arte de la insurrección”, arranca por la dialéctica entre revolución, insurrección y conspiración, hay todo un juego de interrelaciones que remite a la toma del poder. Ese capítulo arranca teóricamente desmenuzando estos elementos. Y el debate que ha habido con el kautskismo (pasivizante) y el anarquismo (espontaneísta), y la síntesis del bolchevismo sobre esos términos.
Piensen en esta palabra, interrelación. En primer lugar, en las masas hay varias clases: la clase obrera, el campesinado, los soldados, etc. En segundo lugar, está la vanguardia y la vanguardia de masas, la del campesinado y la de la clase obrera misma, las clases medias, etc. Tercero, el propio partido tiene sectores avanzados y sectores atrasados. Es un juego de interrelaciones y presiones: el partido y su dirección, sus cuadros, sus bases, los sectores avanzados, los sectores soviéticos del proletariado, la clase obrera en general, el campesinado.
Si sólo consideráramos al partido y las masas, sin el eslabón intermedio de la vanguardia y la vanguardia de masas (que es el que tiene que ser disputado con uñas y dientes con el resto de las tendencias si se quiere ser dirección),[20] sería una abstracción total; si fuera así sería facilísimo hacer una revolución, pero es más complejo. Este juego de interrelaciones expresa dos tipos de correlaciones:
1) Correlaciones sociales de clase: Cada clase expresa un programa con matices distintos. Al campesinado le importa un bledo el problema del salario, le importa la propiedad de la tierra; es una clase muy variada y llena de estratos pero que no tiene un programa socialista: quiere la propiedad, no abolirla. Y al proletariado le importa acabar con la explotación del trabajo, el control obrero, y en el límite, acabar con toda forma de propiedad. A las nacionalidades les importa el derecho a la autodeterminación. Y a los soldados les importa la paz.[21]
2) Correlaciones políticas: Hay obreros y obreras avanzados, y otros atrasados. Hay obreras y obreros impactados por la generación de la pequeñoburguesía, y hay obreros y obreras radicalizados. Esto también es profundo. Hay una frase de Trotsky muy importante que marca el elemento central del factor subjetivo en la interrelación con la objetividad de las cosas: el bolchevismo se creó su propio medio.[22] Lenin era celoso de evitar que las ideas de la pequeñoburguesía se metieran e infectaran al partido. No habla de “crearse su medio social” en el sentido de construir una secta; está hablando de evitar que el partido se contamine de las representaciones pequeñoburguesas del mundo (de ahí que la elaboración teórica independiente y no solamente la universitaria, sea tan importante).[23]
Entonces, hay varias clases explotadas y oprimidas, no una sola; y están los burgueses; está la capa pequeñoburguesa burocrática que hacían los reformistas. Están los problemas sociales y también los problemas políticos y de representación del mundo. Todo eso es una correlación compleja en la revolución, sin olvidar que, además de las clases explotadas, también las clases dominantes actúan. Es como un magma, una especie de lava o levadura en la cual actúan todas las determinaciones sociopolíticas, incluso las internacionales. Es en ese nivel de complejidad que se introduce el partido como factor activo, creador como señala Gramsci (la historia como política en acto, y el o los partidos revolucionarios como factores ultra relevantes en dicha historia).
Así que de esta manera volvemos a la relación entre el partido, la vanguardia y la clase (voy a ser insistente en esto, que en general nos ha quedado algo débil).[24] Entre el partido, la vanguardia y la clase. Entre el partido, la vanguardia, sus organismos y la clase. Entre el partido, la vanguardia, sus organismos y las demás clases explotadas. Entre el partido la vanguardia, sus organismos, las clases explotadas y las clases dominantes. Entre todo eso y el imperialismo. En un arcoiris de determinaciones, la política se va desplegando como en una película: el gobierno provisional de la Revolución Rusa hacía concesiones, se conquistaban cosas, incluso hubo grandes conquistas. Pero cuando hay doble poder, cuidado, porque el gobierno utiliza esas conquistas –que de todos modos no resuelven lo esencial– para escamotear el doble poder y salvar el Estado burgués. Todo el arte de la política revolucionaria, la relación con las masas y la vanguardia es un endiablado despliegue de una complejidad inmensa, porque la política es un juego de interrelaciones, y es un juego también de matices de opinión.
La política revolucionaria tiene esa complejidad porque hay que encontrar dos coordenadas: la coordenada de clase y la coordenada revolucionaria. No se trata sólo de la coordenada de clase, porque puede haber un gobierno reformista de clase, y también está el sindicalismo. La independencia de clase no es lo mismo que lo revolucionario.[25]
Pero la coordenada de revolución no podría existir sin la coordenada de clase: eso es el populismo, acciones radicalizadas, incluso ultra izquierdistas, al lado de la conciliación de clases. Se trata de encontrar en cada momento del desarrollo el punto exacto de la interrelación entre la coordenada de clase y la coordenada revolucionaria. Entre la ubicación de clase de tu política y ese punto que no es la revolución pero está siempre un milímetro más adelante que la realidad, que te permite tener consignas de transición, porque si no, va para otro lado.[26] El punto justo de ruptura con el status quo: de esto se trata esencialmente la política revolucionaria.
5- El “realismo revolucionario”[27]
Esto remite a lo que dice Trotsky en el capítulo “Los bolcheviques y los soviets”, y que repite [28] de varias maneras distintas: que la política de Lenin es una escuela de realismo revolucionario.
La política revolucionaria no es una cosa de probeta, sino que acompaña la experiencia de las masas y de la vanguardia. La política es realista cuando parte de las determinaciones de la realidad, las necesidades de la realidad y de la experiencia real de las masas y la vanguardia en cada momento de su desarrollo. Desde ese punto de vista no es ultraizquierdista, la política de Lenin es realista y es revolucionaria porque nunca pierde de vista el terreno real de la necesidad. Por ejemplo: no se puede resolver el problema de las masas sin acabar con la guerra; nunca en todo el 17 se puede perder de vista que hay que acabar con la guerra. Trotsky dice que la escuela de Lenin es no “inflar globos de colores”, es lo opuesto a la demagogia política: es decirles a las masas y la vanguardia lo que es real. Señala que una de las cosas del estalinismo que más envilecieron la política revolucionaria fue empezar a decir cualquier verdura y mentir. Hay que ser honestos, no demagogos.
Hay varias determinaciones acá, como estar dispuesto a quedar en minoría, que no es la pretensión de ser minoría: es la capacidad de ser minoría hoy para ser mayoría mañana, porque estás agarrado de las determinaciones más profundas.[29] Lo que las masas no entienden hoy, mañana lo pueden llegar a entender. El carácter realista de la política de Lenin hace que adquiera fuerza material porque expresa, en la política y en las consignas, elementos que van a cobrar fuerza material.
Acá podemos agregar algo más que señala Trotsky en sus semblanzas inconclusas sobre Lenin, y también Ernest Bloch en El principio esperanza: el realismo de Lenin es un realismo imaginativo, imaginación realista. Es “representarse el mundo” transformado, pero partiendo de las determinaciones de la realidad. La realidad es, pero podemos transformarla. Ese es el elemento activo del marxismo; el lado activo del pensamiento que redescubrió Lenin al estudiar la Ciencia de la lógica de Hegel en 1914/15 (“el pensamiento no solo representa al mundo sino que lo crea”, dice más o menos Lenin en una acotación muy conocida a la obra de Hegel).
El capítulo “Los bolcheviques y los soviets” tiene varias cosas: la capacidad de ver los giros políticos, la capacidad de que las consignas no queden por detrás de los desarrollos, porque las tareas tienen filo en el momento justo, no en cualquier momento. La política revolucionaria tiene filo, si no tiene filo no es revolucionaria, aunque tener filo no es “escupir” locuras.
Trotsky insiste en que el carácter realista de la política leninista es que se apoya en las necesidades materiales y pega en el momento justo, encontrando una formulación que no esté a diez mil kilómetros de la experiencia de las masas, pero que tampoco planee; es decir, que no quede por detrás ni al lado, sino un milímetro más adelante.[30]
No es una política ultraizquierdista ni subjetivista, no es un capricho. Tampoco es objetivista, oportunista, no va “con la corriente” (salvo en condiciones revolucionarias, cuando los que van contra la corriente son los reformistas). Es realista, implacable. Responde revolucionariamente, y si encuentra aliados en el camino, bien, y si no también. Es objetiva.
Además es un diálogo, es encontrar la formulación que responde a las necesidades, y sobre esa base siempre dialogar con la experiencia de las masas y de la vanguardia. No es de laboratorio, incluso la formulación misma de las consignas en general no la inventa el partido, la encontramos en la propia experiencia; cuando hay ascenso, a veces la consigna la formulan las masas y el partido la recoge, porque la formulan de manera más concreta.
Acá es interesante una acotación sobre las consignas transitorias: siempre son un mix de tareas y organización. No es el “encontrar la consigna justa” del morenismo, que perdía el elemento organizador. En toda política revolucionaria hay un elemento organizador (autoorganizador) de la vanguardia y el partido mismo. Sin el elemento autoorganizador no existe política revolucionaria. Porque, en un punto, la política revolucionaria siempre responde a una necesidad que, al mismo tiempo, cuestiona hasta cierto punto el status quo así sea yendo un milímetro más allá; desborda.
6- El partido como herramienta combativa
En el primer capítulo del segundo tomo de HRR hay un elemento importantísimo acorde a lo que venimos señalando: “la política revolucionaria es realista y es combativa”, militante; es activa, no pasiva. Combativa es lo siguiente, y creo que Trotsky lo dice en alguna parte: en las evaluaciones del bolchevismo, nunca el partido está fuera de la ecuación. Hace poco en un conflicto hubo una discusión: “No hay condiciones, está derrotada la huelga, ya está, levantémosla”. El partido dijo “no sé, vamos a hacer la experiencia”. Tampoco hay que hacer locuras,[31] pero sí entender que las relaciones de fuerza, en definitiva, se miden en la acción. Y la acción misma del partido es un elemento de la realidad, no hay que hacer una lectura objetivista de la realidad dejando al partido fuera de la ecuación. Volvemos a señalar que la idea del partido como organización que “inclina la balanza solo al final de la revolución”, es una idea falsa que pierde de vista que el partido es parte de la ecuación revolucionaria en cada momento de su desarrollo (más allá de que su peso y su capacidad de inclinar la balanza es diversa según las circunstancias y según su magnitud).
Cuando el partido, en lo macro y en lo micro, es un factor con determinado peso, no puede quedar fuera de la ecuación, ni el partido ni la acción. No se puede evaluar si las relaciones de fuerza dan o no, si no se suma el esfuerzo y la acción del partido. Si se ve al partido como factor externo, pasivo, diletante, que sólo comenta la realidad, entonces no se lo ubica como un elemento de la ecuación.
Tiene que haber condiciones, se sobreentiende; no hacemos una teoría blanquista de la revolución. Pero el partido es un factor combativo porque es un elemento activo en la ecuación de las relaciones de fuerzas. La totalidad social combina elementos objetivos y subjetivos, y los elementos subjetivos adquieren, ante determinadas circunstancias, una objetividad brutal, pueden modificar el resultado. Un derrotista va a decir: “Ah, ¿vieron?, se perdió igual”, pero no sabías si se perdía igual. Eso vale para la revolución, pero también para la toma de fábricas: como en la guerra, no se sabe cómo va a terminar un conflicto hasta que la acción se pone en marcha.[32]
Vivimos algo así en la famosa huelga de Crónica del 2005 contra los despidos.[33] Estuvimos un montón de noches, había varios compañeros en el quinto piso, les subíamos con una soga la comida, había patovicas de la patronal, los militantes que acompañábamos la lucha dormíamos en el hall… Y bueno, los trabajadores, al quinto o sexto día dicen: “Compañeros, no aguantamos más, vamos a bajar”, y bajaron a eso de las cuatro de la mañana… No sé por qué razón no nos fuimos. Y a las siete se abrieron las puertas y entraron todos a trabajar; reincorporaron a los despedidos. ¿Cómo se explica? Diez años después echaron a todos, pero ganamos diez años más de trabajo, lo que no es poco. La moraleja: es difícil abordar los conflictos y no hay que hacer teorías ultraizquierdistas ni oportunistas, pero el partido, en general, tiende a empujar más lejos la acción en un conflicto, en disputa con la burocracia, que siempre frena.
Decimos “en general” porque en ocasiones hay que frenar si al calor de la bronca se puede cometer una ultrada. Los bolcheviques trataron de frenar las Jornadas de Julio, en las cuales no había condiciones para lanzarse al poder. La política revolucionaria no es oportunista ni sectaria: es revolucionaria, ajustada a las necesidades de cada momento.
No se puede dejar al partido fuera de la ecuación, porque entonces se le quita todo el espesor militante. Kautsky, al contrario, decía que “El partido socialdemócrata es un partido revolucionario, pero no un partido que hace revoluciones”. Ah, mirá vos. Las ideas de los revisionistas eran profundas, no son boludeces: un partido revolucionario que no hace revoluciones. Nosotros somos un partido que sí quiere hacer revoluciones, junto con las masas y la vanguardia.
El partido kautskyano que no hace revoluciones, tiene cuarenta prensas, saca millones de votos, agrupa a millones, pero se queda afuera de la ecuación de la huelga de masas, por ejemplo (era un partido reformista, está claro). El partido revolucionario, que sí hace revoluciones o pretende hacerlas, está en los piquetes de huelga de la vanguardia y las masas; esta en la primera línea. Esto hace al aspecto combativo, militante, activo, junto con el otro aspecto, el realista. No somos locos ni ultraizquierdistas, somos combativos, no oportunistas ni diletantes. Apreciamos al partido como un factor activo de la ecuación.
Hay tres concepciones: Una es la concepción pasiva kautskiana de la revolución, donde la palabra “mayoría” se utiliza para capitular, se utiliza de manera formal, doctrinaria, donde tiene que haber una mayoría que vote en un plebiscito. Pero la mayoría también se encuentra en la acción, no solamente en los órganos de representación.
En la otra punta tenés a Blanqui. La idea del blanquismo es la revolución puramente conspirativa, un grupo conspirativo desligado de las masas. Hal Draper dice que Marx hablaba bien de él; no coincidía con la idea conspirativa tout court de la revolución –para Marx, como sabemos, la revolución es obra de las grandes masas–, pero reivindicaba el lado revolucionario de Blanqui, el hecho de que quería hacer la revolución.[34] Igual que el hermano mayor de Lenin, que muere ejecutado por el régimen de los zares. Mucho de Lenin, de su acción, de su compromiso y del partido bolchevique, viene también de la experiencia conspirativa blanquista y de su hermano populista, que por una vía equivocada pero muy valiente, luchó para tirar abajo al zar.
El marxismo revolucionario aspira a dirigir a las amplias masas, pero para romper revolucionariamente con el orden de cosas, para hacer la revolución: somos un partido que quiere hacer revoluciones. Entonces es combativo, militante, no es contemplativo. Recordemos las tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. También lo que dice Rosa: “No se trata solamente de ganar la mente del trabajador sino de lograr que mueva la mano”. Cuando hay que pasar a la acción, ¡hay que pasar a la acción! Es una prueba: 2001, 2017, Gestamp, Minetti; el aguante frente a la primera ley ómnibus en febrero de este año, etc.
Si hay que tomar un curso activo, práctico, físico, efectivo, ¡hay que tomarlo! (aunque nunca olvidamos que el lado práctico-fisico de los asuntos siempre depende de la política; la política es la que manda. En este sentido, ver “La política como arte estratégico”, izquierda web). Porque también es una prueba de que el partido tiene reflejos, que no es puramente discursivo, pura palabrería; que se templa al calor de la lucha de clases conforme esta se hace más radical, más exigente, más dura. No hace falta ser Lenin y Trotsky, no es eso: nos ponemos a prueba todos los santos días, y si cuando hay que pasar a la acción no lo hacemos, es gravísimo.
Eso atañe al carácter militante de la organización. Y también a otro tema que es el manejo de los tiempos, no es lo mismo si pasamos a la acción hoy que mañana, sobre todo para la insurrección. Trotsky dice que la política revolucionaria es un problema de días, semanas o a lo sumo meses, y esto no vale solamente para la insurrección, también lo para cualquier conflicto[35]: “Bueno, nos jugamos ahora o no nos jugamos nunca”. Se toman los tiempos en política, dejaste pasar el momento y dejaste pasar la revolución.
Hay un texto de Plejanov horrible que, increíblemente, muchos marxistas hasta el día de hoy reivindican, El lugar del hombre en la historia; es una porquería. Es la teoría objetivista de que si caía una maceta y le rompía la cabeza a Robespierre, cualquier otro hubiera ocupado ese lugar. Lo cita Deutscher en el tercer tomo de la trilogía El profeta desterrado para criticar a Trotsky, o sea, si le caía una maceta a Lenin, cualquier otro podría haberlo reemplazado. Trotsky dice que no, que en ese momento histórico, en esa encrucijada, si le caía una maceta en la cabeza a Lenin posiblemente hubiera sido distinta toda la historia del siglo veinte… Trotsky parece subjetivista, pero no: ubicado en la correlación histórica objetiva, el carácter activista y militante del partido es un elemento decisivo.[36]
Si no, no tiene sentido la política, ¿para qué hacemos política si todo se hace solo? Vieron en abril y en octubre a Lenin empujando y empujando, exigiendo y exigiendo, advirtiendo que podían perder el momento, con una ansiedad terrible porque en ese momento no le daba pelota nadie.[37]
7- La fuerza estratégica de la política bolchevique
Escribe Trotsky: “La prensa del partido no exageraba los hechos, no intentaba torcer la relación de fuerzas, no intentaba imponerse a los gritos. La escuela de Lenin era una escuela de realismo revolucionario, los datos de la prensa bolchevique de 1917 se revelan como los documentos de la época incomparablemente más verídicos que los de los demás periódicos. La veracidad se desprendía de la fuerza revolucionaria del bolchevismo, pero al mismo tiempo consolidaba esa fuerza”. Y después dice: “La renuncia a esta tradición ha constituido posteriormente uno de los, peores rasgos del estalinismo”.
Lo que está diciendo Trotsky acá es que el hecho de que las masas no tengan una conciencia totalmente revolucionaria, no quiere decir que sean idiotas. Si en la prensa hay una mentira, una exageración, eso le quita credibilidad a la política, hasta a la política revolucionaria.
Y hablando de la desproporción entre la política y el aparato, dice: “Las consignas que responden a las necesidades agudas de una clase y una época se crean por sí solas miles de canales”. Ojo, estamos hablando de condiciones revolucionarias y de un partido que tiene influencia de masas; si tenemos la política justa y somos 600, no es igual, hay que ser objetivos (¡hay que construirse!). Todo lo que se dice en esta obra son leyes universales pero que suponen proporciones. Trotsky habla de un partido como el bolchevique, en medio de una revolución, con un aparato minúsculo pero que ya tenía elementos de partido de masas. Aunque el aparato era minúsculo, se hacía valer con la fuerza de su política y su organización (que no es lo mismo que el aparato).
Este capítulo de “Los bolcheviques y los soviets” contiene esta idea: “No somos unos charlatanes, tenemos que basarnos únicamente en la conciencia de las masas, no importa que nos veamos relegados a la minoría. La política bolchevique comprendida en su integridad se aparece ante nosotros como la antítesis directa de la demagogia y el aventurerismo”.
“Los bolcheviques se dan perfecta cuenta de que la fuerza se acumula en la lucha, no evitándola pasivamente”. Esto remite a una discusión más global de los primeros veinte años del Siglo XX, cuando, según la concepción del kautskismo en la socialdemocracia alemana, la huelga general solamente era pasible de ser utilizada si había un golpe de Estado, nada más. Había que “conservar” las fuerzas y no jugarlas en la acción…[38]
Es un debate que va de la mano de una mala interpretación del testamento de Engels. El texto estaba mutilado, y es un poco “ingenuo” también, aclaro. La idea es pararse en una actitud puramente defensiva respecto de las conquistas del partido. Pensemos en un partido chico, de quinientos o seiscientos militantes. ¿Hay que preservarlo? Claro que hay que cuidarlo, no ser irresponsables. ¿Pero solo conservarlo, sin probarlo en la acción? ¿Cómo se le tensa el músculo, cómo se lo forma, cómo se entrena en el oficio? No hay manera de aprender a nadar sin tirarse a la pileta, clases teóricas de nado son una estupidez. Si es un partido revolucionario, no solamente lo preservamos, hay que hacerlo ejercitarse.
El 14 de diciembre de 2017, cuando quisimos volver a Plaza Congreso, la gente creía que estábamos locos, nadie quería volver. Cruzamos la Plaza corriendo, “¿cómo vamos a volver si ya nos fuimos?”, y no, no nos habíamos ido, se trataba de dar la vuelta pero para volver, ¿cómo íbamos a dejar que la policía nos viera huyendo si había condiciones para volver? (hay que ser muy serios a la hora de sopesar esas condiciones). [39] Bueno, el 18 los pasamos por arriba, salimos últimos de la Plaza Congreso cuando fue la represión, estuvimos súper bien; algunos compañeros se lastimaron un poco, tuvimos cinco presos, ¡pero estuvo extraordinario como aprendizaje![40]
Por supuesto, si hay muertos en una acción es un problemón. Hay que tratar de evitarlos. En todo, sobre todo en la vida política, hay proporciones. Hacer la experiencia, probar al partido, que lo zamarreen un poco, que se acostumbre a los gases, que chupe limones. Pero también hay que cuidar al partido y su militancia, no llevarlo a una emboscada gratuitamente, no ser irresponsables. Nosotros siempre hemos sido una corriente muy responsable en ese sentido; cuidamos y valoramos a cada militante, no somos aparatos. Salimos en diciembre del 2017 con cinco presos y algunos contusos, está perfecto. Salir con muertos, en ese caso habría sido un delirio, puede que en otro caso no lo sea (¡que sea inevitable a pesar de que pongamos todos los cuidados!). En el Argentinazo no tuvimos ningún muerto del partido tampoco, pero podríamos haberlo tenido por alguna bala random.[41] En la vida política hay proporciones relativas en función de la magnitud de las cosas que están en juego.
8- De las palabras a los hechos
El arte de la política es el arte de la representación. Pasamos de la política a la insurrección cuando dirigimos a las masas y la vanguardia de masas. El arte de la insurrección es el arte de cagar a cachetazos al enemigo. No es el arte de la representación, es el arte de la acción física, ilegal, material. Como decía Clausewitz, el arte de quebrar la voluntad del enemigo. No es convencer al patrón de que nos dé el aumento de salario, o que suspenda los despidos, es ocupar la fábrica y decirle “si no cedés, vamos a tirar a tu hijo del techo”, como hicieron los obreros de Matarazzo en los 70. El arte de la política es el arte de ganar a la mayoría de los obreros de la fábrica, de entrar en relación con los compañeros de trabajo. El arte de la guerra civil, de la insurrección, es el plano en que se pasa de la política a las relaciones físicas. Es cuando el compañero te dice “ya me hablaste hasta por los codos, ya están todos convencidos, ¡ahora decime lo que hay que hacer!”.
Los trabajadores no te dan cinco de bola 364 días al año. Y cuando llega el momento de la acción te dicen “decime lo que hay que hacer”, y nos agarran desprevenidos; estamos tan acostumbrados a hablar, que cuando hay que pasar a la acción, la cosa se pone más difícil, más exigente.
“¿Qué más quieren? ¡Vayan y tomen el poder!”, dice Lenin a comienzos de octubre. “Ya tenemos la mayoría del soviet de Petrogrado, la mayoría del soviet de Moscú, ya están recontra incendiados los tipos del gobierno provisional, hay condiciones internacionales: ¿qué más quieren?”. El partido se prueba cuando deja de ser puramente parlamentario, diletante, y pasa a la acción. Y ese es el pasaje de la política a la insurrección, a la acción física; como decía Clausewitz, es la continuación de la política por otros medios.
No solamente en caso de revolución o insurrección, también cuando es momento de una movilización revolucionaria frente a la represión, o un ejemplo sencillo como una ocupación de fábrica, donde por supuesto también entra el carácter conspirativo: si vas a ocupar la fábrica no vas a andar diciéndoselo a la patronal. Repito, pensemos en la ocupación de fábrica, porque esto es algo que se aplica en todas. Hay que hacerla bien, no hay que hacerlo a lo loco. In extremis fuimos al puente grúa, ojalá hubiéramos tenido apoyo de los compañeros: uno quiere ganar la lucha, no perderla evidentemente.
El pasaje a la insurrección, en las condiciones de la revolución, es como cualquier pasaje a la acción cuando las coordenadas políticas, de clase, de vanguardia, de masas, del sector que dirigís ya están establecidas y el compañero o la compañera le pregunta al partido “¿ahora qué hacemos?”. Por ejemplo, en Minetti, se planteó el problema de cómo restablecer la luz (se trata de un molino harinero que estuvo ocupado por sus trabajadores años atrás, una lucha en la cual nuestro partido jugó un rol fundamental). Hicimos una experiencia muy rica. Toda la juventud del partido ahí, con un montón de milicos alrededor. Los compañeros estaban arriba del silo; en ese momento, con los compañeros decididos a quedarse allí arriba, podía haber habido una masacre. El gobierno no se animó a hacer una masacre, hay una correlación política, no es solo decisión militar.
La correlación política es seguir peleando, animarse, que les satisfagan el reclamo, etc. Subir al silo es una acción de tipo militar, aunque está rodeada por toda la política. Los compañeros bajaron solos cuando se cansaron, pero los operativos de represión no se animaron a ocupar y reprimir porque podía haber un muerto, o muchos. Y no era la insurrección de octubre, era una ocupación de fábrica en Córdoba. No se animaron a reprimir porque el costo político era inmenso si moría un compañero o compañera. Simultáneamente, subir a un silo es una decisión política pero tiene un costado militar: subís a 70 metros, con tu familia, a quedarte ahí varios días; es del orden de la acción, de la política transformada en acción (insistimos: siempre dadas las condiciones políticas favorables).
Es cuando Yoffe dice que hay que “saltar al poder”. Lean la carta de Yoffe de 1926; es hermosa, terrible pero hermosa. Estaba en contra del estalinismo, pero se termina suicidando porque tenía una enfermedad terminal. Fue un gran diplomático bolchevique. Lo que dice Yoffe en 1917 es que las condiciones políticas ya están dadas (lo opuesto a julio del 1917, cuando no lo estaban), lo que falta es que nos animemos a dar el paso hacia la insurrección. Esto de que “las condiciones están dadas” puede referirse incluso a acciones que sabemos que van a tener anuencia aunque no se hayan votado en ningún lado; no se trata de anuencia “parlamentaria”: la política ya dio todo lo que podía dar y ahora hay que pasar a los bifes. Eso está en el capítulo 42 de HRR.
9- El momento conspirativo
La experiencia de la Revolución Rusa sintetiza un debate, que es como el elemento “babeufiano” de la toma del poder, el elemento conspirativo –Babeuf protagonizó un levantamiento tardío durante la Revolución Francesa, en 1797–.[42]
Los órganos de la toma de poder son los soviets. Pero el soviet no deja de ser “parlamentario” hasta cierto punto. Se arma un frente único de tendencias para la toma del poder: el comité militar revolucionario. Pero alguien debe dirigir ese comité.
Y la realidad es que fue el partido bolchevique el que organizó la insurrección. La toma del poder, la insurrección, es un capítulo militar que depende de una dirección política. ¿Quién se pone a organizar la toma del poder? Los soviets pueden votar tomar el poder, pero después, alguien tiene que ocuparse de organizarla.
En diciembre del 18, enero del 19 en Alemania, se formó un comité revolucionario, entre el espartaquismo encabezado por Karl Liebknecht (pero que no estaba votado en el partido), y otros dos organismos: una especie de consejo de los obreros de Berlín y otro sector del cual ahora no me acuerdo el nombre. Este comité tenía alrededor de cien personas, nada más, y deciden tomar el poder, pero nadie lo organiza… Lo deciden en asamblea, se entera todo el mundo, la burguesía también, y los masacra. Además era prematuro, porque el resto del país no iba a acompañar a Berlín; pero aparte de ese aspecto, estaba el hecho de que ellos resuelven entre cien personas tomar el poder, pero no hay ninguna persona que se ocupe de organizar la insurrección…
Parece una pavada, pero no lo es, es un acontecimiento histórico. Ellos fracasan por el lado conspirativo, también fracasan porque no había condiciones en Alemania para que el resto del país acompañara a Berlín. Rosa Luxemburgo no estaba a favor del elemento conspirativo tampoco, las discusiones que tenía con Lenin eran durísimas, porque no había madurez en el espartaquismo, tenía un sesgo “espontaneísta” producto de la mala experiencia con la burocracia socialdemócrata.
¿Cómo vas a una revolución y a una toma del poder sin conspiración? La conspiración deviene de que alguien tiene que organizar la toma del poder y que esta acción, está claro, tiene un elemento secreto (no se publica en las redes sociales).[43] Apoyado en los organismos de masas, el elemento conspirativo lo hace el partido, porque aun siendo el soviet el órgano de poder, es demasiado parlamentario para esa tarea, demasiado a la luz del día además de poco ejecutivo. No se dice alegremente en una asamblea de mil personas: hoy vamos a tomar el poder.
Esta discusión está desarrollada en Lecciones de Octubre, el cuestionamiento a la “legalidad soviética” tout court. Legalidad y legitimidad son conceptos diferentes. La legitimidad no debe ser formal, no es levantar la mano y aceptar lo que se vote, incluso si se vota en contra de tomar el poder cuando hay condiciones para hacerlo (este fue el desastre de Brandler en la revolución alemana de 1923). Por el contrario, la “legitimidad” la da la apreciación de que están las condiciones dadas para la toma del poder. Dentro y fuera del soviet, entre las masas que dicen “Vamos, ¿qué hay que hacer?”, y a toda la vanguardia que lo pregunta hay que organizarla conspirativamente. Hay una interrelación entre la conspiración y el comité militar revolucionario, entre los órganos de la insurrección. La conspiración es una tarea más propia del partido, y como es una acción ilegal, es conspirativa.
Es una conspiración que va a la par de otra serie de conspiraciones, como la conspiración y levantamiento de Kornilov, por ejemplo: se acabó la legalidad para todos los bandos; todo es revolución y contrarrevolución. La revolución y la contrarrevolución van de la mano, son hermanos siameses, no hay revolución sin contrarrevolución, no hay revolución sin represión feroz, no existe (Arno Mayer). Como no hay revolución y toma del poder sin contrarrevolución, la toma del poder es conspirativa.
Entonces la insurrección es el despliegue de fuerzas que se dirige a la toma del poder: el batallón este o aquel, la guardia roja, la guarnición, los bolcheviques armados… la insurrección sería la acción misma de hacerse con los órganos del poder. También en Trotsky está la idea de insurrección elemental o semi insurrección, los levantamientos populares que golpean al poder y tiran abajo al presidente: la rebelión popular tiene elementos semi insurreccionales pero no logran hacerse con el poder, son demasiado espontáneas para eso. Mejor llamarlas semi insurrección, porque no están organizadas por un factor subjetivo; la conspiración es el factor organizador consciente del partido que conspirativamente organiza la insurrección, pero para que la conspiración funcione y para que pueda organizar la insurrección tiene que estar en curso una revolución madura. Sin revolución, sería blanquismo, en cualquier contexto conspirativo vamos y tomamos el poder, y no se trata de eso.
Así las cosas, la dialéctica es revolución, insurrección, conspiración, una dialéctica de alude a planos de alcances distintos, como señalamos recién en una cita al final de este texto. La revolución alude al proceso de masas en total, la insurrección es inconcebible sin organismos de doble poder de la vanguardia de masas, y la conspiración es inviable sin el partido y, eventualmente, otras organizaciones políticas revolucionarias que se planteen la tarea de lanzarse y organizar la toma del poder.
Esto sintetiza muchas discusiones, contra el kautskismo reformista, pero también contra Rosa, que era revolucionaria pero tenía esa aprensión contra el factor organizador por el tema de la burocracia. El luxemburguismo comprendía la huelga de masas como acción independiente que unía a los organizados y no organizados; no comprendía la insurrección y la conspiración, y confundía la conspiración con el blanquismo (en esto le cedía a la posición tradicional de Kautsky). Cuando Lenin insiste en que hay que tomar la insurrección como arte, la palabra arte está referida a una acción, el arte como una práctica, el prepararse para pasar a la acción.[44]
Kautsky entendía la revolución como un hecho pasivo sin el partido; quizá Rosa entendía hasta la insurrección, y se dio cuenta en enero del 19 –muy tarde– de que eso no alcanzaba. La conspiración no se entendía: se consideraba anarquismo, pero no sólo por los reformistas, también por las otras corrientes revolucionarias no leninistas. Este elemento, Lenin, paradójicamente, lo aprende también de su hermano, porque el leninismo tiene un elemento de continuidad –no en el programa, que es de clase; no en la política revolucionaria, que aspira a ser de masas; pero sí en el elemento conspirativo– con los viejos terroristas narodniky y con Blanqui, y quizás con la tradición de Babeuf y de su continuador Buonarroti, que como Blanqui eran revolucionarios de minorías, no tenían en cuenta a las masas. La teoría revolucionaria en obra previa a Marx y Engels era de Buonarroti, que es el que sintetiza la experiencia del levantamiento fallido de Babeuf, y es el padre político de Blanqui.
Entonces ya había en la socialdemocracia alemana un conjunto de elementos oportunistas, porque también la idea de la revolución de mayorías, mayorías dicho así mecánicamente, es peligrosa. Obvio que la revolución es un hecho de mayorías, pero eso tiene un conjunto de determinaciones, porque si no, es espontaneísta. Es decir: la revolución es algo más complejo que tener “la mayoría”. Es una articulación entre las fracciones de masas y de vanguardia de masas más avanzadas, influenciando al resto más activo, e incluso, como señala Trotsky, neutralizando a los que se pueden levantar contra la revolución obteniendo de ellos una anuencia al menos pasiva, así como tener construido un partido revolucionario que alcance una hegemonía sobre el conjunto más activo de nuestra clase (“tener construido” al partido es una forma de decir, porque se va construyendo en la experiencia de la revolución, pero se debe partir de un determinado piso constructivo para poder dirigir).[45]
Claro que ver la política revolucionaria para atrás es fácil, pero para adelante es más difícil, cuando las cosas se expresan en su embrión, no en todo su desarrollo.[46] Viendo hacia atrás es obvio cómo actuar, “qué bien Lenin, qué tontos los demás”. Pero ahora estamos aprendiendo y renovando un patrimonio del marxismo revolucionario. Estamos haciendo una renovación por el tema del balance del estalinismo, pero hay un elemento de “síntesis de la experiencia” que son las enseñanzas de procesos revolucionarios del último siglo en sus puntos más altos (experiencia que seguramente se enriquecerá con las revoluciones socialistas que están en el porvenir).
En ese momento no era tan sencillo, ni siquiera Rosa lo entendió. El elemento conspirativo no se entendió porque no se entendió el factor organizador que significa el partido. Rosa tenía la idea –derivada de Marx– de que el partido y la clase son lo mismo.[47] Muchas veces hay que insistir para los dos lados: no ceder al atraso de las masas en lo que hace al partido y su programa camino a la revolución, y también para el lado de que el continente último es la clase en la pos revolución (es mecánico dicho así pero quizás se entienda. La verdad es que en todos los casos hay que pelear contra la retaguardia oportunista y contra el ultraizquierdismo también; cada caso debe ser evaluado de manera concreta para saber hacia qué lado inclinar la vara).[48]
Nuestra preocupación es transmitir una combinación de enseñanzas en relación al estalinismo, pero también hay que tener en cuenta las enseñanzas en relación con la socialdemocracia; son las dos burocracias históricas, y de las dos tenemos que aprender críticamente. La lucha contra la burocratización te lleva más hacia el elemento democrático, pero el balance de la socialdemocracia te lleva hacia el partido y la sangre de la lucha de clases radicalizada. Hay que encontrar la coordenada correcta en eso: el hincapié contra el estalinismo es el hincapié contra el sustituismo, y el hincapié contra la socialdemocracia es el hincapié en el partido revolucionario.
Trotsky da una definición que es una risa, parece un trabalenguas: “En la combinación de la insurrección de masas con la conspiración, en la subordinación del complot a la insurrección, y en la organización de la insurrección a través de la conspiración, consiste aquel capítulo complejo y lleno de responsabilidad de la política revolucionaria que Marx y Engels denominaban el Arte de la Insurrección.”
Vamos por partes con el trabalenguas. “En la combinación de la insurrección de masas con la conspiración”, dice Trotsky, porque la insurrección es un hecho de masas, no de una ultra minoría. “En la subordinación del complot a la insurrección”: el complot está subordinado a la insurrección en la medida que se sobrentiende que hay condiciones para la insurrección, y “en la organización de la insurrección a través del complot” (complot como conspiración) se sobrentiende que no hay organización de la insurrección sin el elemento conspirativo.
En esta serie de correlaciones, Trotsky está tratando de respetar las relaciones relativas entre revolución, insurrección y conspiración. Hace un esfuerzo de combinación, de entender que el momento conspirativo, que es el momento del partido por antonomasia, tiene que tener condiciones dadas. Organiza una franja de vanguardia de masas que se hace cargo de la insurrección en el marco de una revolución de masas. Todo eso constituye el capítulo 43, que remite a algo que hasta los bolcheviques nadie pudo resolver correctamente y que es para nosotros el corazón estratégico de la HRR.
Lo que los bolcheviques resolvieron bien fue esa correlación. Lograron una representación auténtica de las masas. ¿Cómo lograron, sin ser sustituistas, hacerse cargo de las tareas que son propias del partido en la conspiración? Esto alude a una cosa que, como ya dijimos, está mucho más presente en Lecciones de Octubre, que es el legalismo soviético. Remite también a lo que decíamos hace un rato de meter al partido en la acción. A veces el momento de la acción está maduro pero no termina de haber esa conciencia (hay sectores conservadores del partido que empujan para atrás), y hay una cosa que se llama anuencia en la acción o anuencia de la acción. Esta anuencia no es algo que se exprese parlamentariamente, es un convencimiento promovido por la acción misma. Cuando el hecho se consuma, la gente dice “claro, está perfecto, que bien, por fin”.
Hasta puede ser que los organismos “parlamentarios” (soviéticos, se entiende) de la clase obrera estén por detrás de las necesidades del momento. En momentos revolucionarios, la dirección está por detrás del partido, el partido está por detrás del soviet, el soviet por detrás de las masas, porque a veces, en el mundo de las representaciones, uno se marea, y en cambio el tipo que piensa con el mecanismo de “plata en mano, culo en tierra” es más concreto que todos los demás (en nuestro presente no revolucionario, lo habitual es la dinámica opuesta, pero es interesante esto porque alude a los momentos en que el peso conservador del partido se hace presente).
Lo que quiero decir es que hay correlaciones que van del partido hacia las masas, y hay correlaciones que van de las masas al partido. La anuencia en la acción se basa en una lectura que pasa por encima –exagero– de las representaciones y que dialoga con el obrero más de base, que dice “O se dejan de joder y toman el poder o nos vamos a casa”. El partido, hasta cierto punto, tiene intereses propios, y se hace conservador a veces, porque si no, corremos el peligro de quedarnos sin partido. Pero en ese momento estratégico, el partido está para tomar el poder, y si no está para eso, no está para nada. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero la palabra correcta acá es la perspicacia.[49]
Perspicacia para leer la realidad tal cual es según sus determinaciones de clase y políticas. Es como ver toda la obra desarrollada en el primer capítulo, la capacidad de apreciar de conjunto una determinada situación cuando de toda la totalidad estamos viendo un pedacito nada más.
Hay una cita muy linda en la biografía inconclusa de Trotsky sobre Lenin (se trata de dos textos, no recuerdo bien cuál de ellos). Trotsky cuenta cómo Lenin, a partir de su capacidad de escuchar, de juntar elementos aparentemente dispersos, lograba anticiparse a una realidad que todavía no se había desarrollado del todo. Eso remite a la perspicacia política, obviamente combinada con la experiencia. Cuando hay un partido con más contacto con las masas, se pueden hacer estas cosas.[50]
10- Lenin y Trotsky frente a la toma del poder
Por último, viene algo que es delicado y “divertido” a la vez (dando vueltas alrededor de lo mismo): la combinación de aspectos políticos, prácticos y tácticos de la insurrección. El elemento político de la insurrección remite a toda la batalla contra Zinoviev y Kamenev, que desde el principio se niegan a la decisión del poder. Están maduras todas las condiciones pero Zinoviev y Kamenev son oportunistas, son derrotistas, se niegan al elemento político de la insurrección. Después está el elemento práctico, que es el conspirativo. Y después hay un elemento de tipo táctico, que se desarrolla cuando Lenin quería que el partido organizara sin más la insurrección, y Trotsky decía: seamos vivos, que el Soviet de Petrogrado y el Comité Revolucionario planteen que vienen las tropas del ex zarismo o los alemanes y quieren invadirnos: una maniobra política para legitimar la toma del poder.
Para que se entienda más: se trataba de presentar de manera defensiva una acción ofensiva. Eso es importante. Siempre que tomen la fábrica digan “ocupación pacífica”, si no, no te apoya nadie. Hay que exagerar en lo verbal siempre el elemento defensivo: la acción siempre debemos hacerla logrando la mayor anuencia posible, y presentarla de modo defensivo siempre es mejor que apareciendo ofensivos. Nunca hay que decir “venimos de la Facultad de Sociales, leímos ‘Ciencia y arte de la insurrección’ y queremos tomar la fábrica y cortarle el cogote al patrón”… El que hace eso es el más izquierdista del mundo… y un reverendo idiota, porque así no nos apoya nadie, quedamos muy ofensivos.
Toda acción ofensiva siempre se presenta defensivamente. Decimos “Vienen las tropas del zar que quieren desarmar la guarnición y derrotar la cuna de la revolución”, no decís “¡vamos por la insurrección!”. Mientras el partido se ocupa de realizar el elemento conspirativo, busca la manera de legitimar lo que va a hacer haciéndolo aparecer como una acción defensiva. La acción ofensiva siempre, siempre, como es una acción militar que en última instancia remite a correlaciones políticas, siempre se presenta defensivamente para lograr anuencia. No hay nada que gane más anuencia que el elemento democrático: “Viene la represión, nos quieren matar, es injusto”. Siempre el elemento democrático involucrado es el que mejor logra la anuencia de amplios sectores.
Entonces, el elemento táctico remitía a eso. Lenin decía que el partido se pusiera a hacer la insurrección, y Trotsky estaba de acuerdo pero quería pensar tácticamente cómo disfrazar la acción. Lo que no tiene nada que ver con Zinoviev y Kamenev, que estaban en contra de la toma del poder. Lenin desde Finlandia, viendo el trazo grueso, insistía en ir por el poder, trataba de enfocar al partido como fuera, lo que en sí mismo era correcto. Sin embargo, tácticamente, Trotsky tuvo razón en presentar las cosas como las presentó.
Ahí están el elemento político, práctico y táctico de la toma del poder. Y no solo vale para esa circunstancia, vale para todo: más allá de que al mismo tiempo hay que educar a la vanguardia para que no confíe en el mero legalismo, cuando nos dirigimos a amplios sectores tenemos que meter la palabra “pacífico”, “legal”, “constitucional”, para demostrar que es el otro el que nos agrede y no nosotros los que agredimos –además de que es cierto, porque nos agrede el sistema capitalista–.
Nunca hay que salir a “hacerse el canchero” cuando estamos en un ámbito donde hay consecuencias. Enmascaramos la acción y la legitimamos para que se imponga, y tenemos que saber que siempre después de una acción hay reacción, no hay acción sin reacción. No es una acción sobre un cuerpo inerte, es una acción sobre un cuerpo vivo que va a responder. Es del orden de las fuerzas vivas de clases, es del orden de la revolución y la contrarrevolución.
11- Conciencia, “compulsión” y partido
Volviendo a esto de “política, práctica y táctica”, la política revolucionaria unifica en una sola concepción el ámbito de la representación y el ámbito de la insurrección y la acción. La lucha por la representación y la acción comprenden juntas la política revolucionaria. Todo lo que tiene que ver con el pasaje de la política a la acción, puede ser considerado como del orden de la guerra civil, en el sentido de las relaciones de clases y la lucha de clases traducidas al lenguaje de enfrentamiento físico. Pero no solo en la insurrección, también en las marchas con enfrentamientos por ejemplo.
Y bueno, no es lo mismo llegar con 200 personas a una marcha, o 300, o mil, como el trotskismo de hoy, que llegar con 40 mil. Con cuánta gente llegamos es del orden de la política, y por supuesto que la cantidad de gente con la que llegamos va a modificar el orden de la acción física, cómo nos enfrentamos a la policía, etc. Si nos enfrentamos dirigiendo a 40 mil personas, no es lo mismo que enfrentarse teniendo mil jóvenes en la columna. Hacer el aguante con las banderas, o frente a la línea de canas y gendarmes, aguantar los gases y balas de goma, es una acción física (tenemos que “aguantar los trapos”), pero responde a una necesidad política, que vean que estamos a la vanguardia de la pelea contra el protocolo represivo o lo que sea.
Agreguemos que la acción física propiamente dicha (digamos, la conspiración), podemos decir que es del orden de la guerra civil, que es la continuidad de la lucha de clases por otros medios, bajo formas violentas, que sigue siendo lucha de clases.
La guerra civil propiamente dicha, declarada, como una guerra de clases con ejércitos, en la Revolución Rusa vino después de la revolución, a partir de mediados de 1918. Entonces, de alguna manera, todo el arco de la Historia de la Revolución Rusa es del orden de la política revolucionaria stricto sensu, en el sentido de ganar la dirección de las masas y conducirlas al poder y todo lo que eso entraña. Luego de eso, una vez que estuvo tomado el poder, vino la guerra civil propiamente dicha, aunque de todas maneras, la guerra civil es una guerra política por antonomasia, porque ahí está la conciencia de las masas que defienden la tierra y sus conquistas.
Una guerra entre Estados también es política, pero de forma más mediatizada. En la guerra mundial, en una guerra imperialista, las masas son subalternos, no son sujetos. En la guerra civil sí son sujetos, en la guerra imperialista no, son objetos, son carne de cañón de la contienda. La guerra civil, defendiendo el pan, la paz y la tierra, es una guerra política. Incluso la guerra civil de los ejércitos napoleónicos, de la Revolución Francesa, exportaban las relaciones de producción capitalistas; la leva de masas también tiene elementos de guerra civil y guerra política, porque los soldados del ejército francés se consideraban ciudadanos, no eran siervos, no eran vasallos (consideraban, como señala Marx, que en la guerra defendían su porción de la patria que era su terruño conquistado).
La HRR termina con la toma del poder o unos días después; todas las discusiones que vinieron después, que son muy ricas, están fuera de la obra. Pero la obra en total también deja un mensaje: resume toda la trama, todos los elementos de la acción y de la política revolucionaria concebida como política, como guerra, como acción, como todo. Lo resume en lo que es la capacidad de ganarse a las masas, la capacidad de dirigir, de representar sus intereses. No es una concepción militarizada de la revolución, como la de la guerrilla, donde los revolucionarios no se ganan a las masas desde la representación de sus experiencias, sino que se le imponen como aparato, aunque encarnando sus reivindicaciones.
El bolchevismo es un diálogo del partido con las masas, un diálogo que se funda en la propia experiencia política de las masas, y es del orden de la conciencia y la organización (autoorganización y partido), de la asunción de la conciencia revolucionaria por parte de las grandes masas. Es el orden de la política, que resume también la guerra civil pero no es del orden de lo militarizado per se.
Hay una frase muy linda de Trotsky que dice “los soldados van a la guerra tradicional por compulsión…” La compulsión está vinculada a la disciplina ciega. Podemos no entrar a la revolución, nadie nos obliga; obviamente, si van todos nuestros amigos, tenemos una presión, ¿cómo no vamos a ir?, pero no es lo mismo que la compulsión de la guerra: el que no se alista en el ejército, va preso. El que no se alista en el soviet, y bueno, es un obrero sin partido. Igualmente las circunstancias arrastran a la gente, es lógico, los sectores más activos se van a sumar a la revolución. Además, en una guerra civil los combatientes no van por compulsión sino por compromiso político, por eso decimos que es la guerra política por antonomasia. Al Ejército Rojo no se iba por compulsión, todo lo contrario: se enrolaron en él los elementos más activos de la vanguardia obrera por conciencia de clase y socialista que es lo opuesto a la compulsión.
Entonces, la idea de la revolución bolchevique, nuestra idea de revolución, es la de una acción con altísimo grado de conciencia y organización, la acción histórica más consciente que cualquier otra revolución.
Lógicamente que en la revolución socialista hay elementos de compulsión (cualquier obra colectiva los tiene, afirma Marx contra los anarquistas): alguien va a una asamblea, se vota una cosa, queda en minoría, y se la tiene que aguantar porque se vota por mayoría. Pero hay una idea de la revolución con toda una mecánica histórica, organizativa, compleja, que remite a una acción consciente y a ganarse la comprensión y la anuencia de las masas, políticamente te ganaste la dirección. Y ese aspecto político, específicamente político, es por convencimiento, a nivel partido, no es por compulsión.
En fin, lo mismo pasa con el partido revolucionario: se lo integra por convicción y decisión propia. Pero siendo militante hay tareas colectivas que responden a cierta disciplina y dirección: lo que se llama centralismo democrático y no podemos desarrollar acá. Cualquier obra colectiva requiere cierta acción coordinada. Y la acción coordinada requiere cierta cantidad de “coordinadores”. Y dicha acción tiene un elemento democrático de decisión colectiva de llevarla adelante, y luego un elemento centralizado en la acción.
En todo caso, lo característico de la revolución socialista es que su “medio natural” es la política: el convencimiento político organizado en organismos de poder y partido. Luego, a partir de ahí, surgen las exigencias de la acción, que implican centralización y disciplina. Pero al revés de las organizaciones militarizadas, donde dominaba el elemento militar y disciplinario ciego sobre la conciencia, en los partidos revolucionarios y las revoluciones socialistas domina el elemento conscientemente organizado sobre la compulsión.
Y por esto mismo la perspectiva del comunismo, como señalaba Marx, es la posibilidad del desarrollo de cada uno como parte del desarrollo de todos.
[1] Homenaje a esta obra en el 92 aniversario de la publicación del primer tomo (1932). El segundo fue publicado un año después.
[2] Aprovechamos este punto para agradecer el intenso trabajo de Patricia López en la edición y corrección de este texto que tiene como base una escuela de cuadros de nuestro partido realizada en febrero de 2020, y que hemos adaptado a la coyuntura actual. Un texto que podemos tomar como complementario del más conceptual “La política revolucionaria como arte estratégico”, que también fue un retrabajo sobre otra escuela de cuadros partidaria.
[3] Sugerimos leer este ensayo teniendo en la otra mano nuestro “La política revolucionaria como arte estratégico”, izquierda web.
[4] Para simplificar las cosas, de acá en adelante vamos a resumir el título de la obra de Trotsky como HRR.
[5] De todas maneras este ensayo lo apreciamos, sobre todo, como complementario de nuestro texto “La política revolucionaria como arte estratégico”, izquierda web.
[6] Todo esto a escala mucho más mediada que en aquella época. Aún no hay revoluciones; tampoco fuerzas realmente fascistas. Pero es un hecho que ya se rompió la normalidad de las últimas décadas y hay que ajustarnos mental y prácticamente a esta realidad, en la que de la violencia en las palabras se puede pasar –y se está pasando en algunos casos dramáticamente como el genocidio en curso en Gaza– a la violencia y la brutalidad en los hechos.
[7] Nuestra corriente no es morenista pero reivindica, en términos generales, la orientación de clase que tuvo el PST contra la línea guerrillerista del mandelismo. Dentro de ello hay pilas de errores –por no hablar del viejo MAS–, pero sobre esto nos debemos un balance pormenorizado aún. Al privilegiar para la fundación de nuestra corriente un balance internacional del trotskismo y del estalinismo –un abordaje que consideramos dentro de lo mejor de la tradición del marxismo revolucionario y que no ha llevado a cabo ninguna corriente trotskista de origen latinoamericano–, nos quedó pendiente un balance más específicamente nacional. Lo mismo ocurre con los demás grupos de nuestra corriente, que deben encarar el balance específico de lo actuado por el trotskismo en sus países como parte de sus tareas fundacionales.
[8] Como ya hemos explicado en otras oportunidades, el paralelogramo de fuerzas se forja, hasta cierto punto, objetivamente –no somos corrientes de masas o vanguardia de masas todavía, sino de vanguardia–, pero si las corrientes revolucionarias nos colocamos a la cabeza del mismo, incluso si ayudamos a forjar dicho paralelogramo de fuerzas, creamos poder: podemos inclinar la balanza: esta es la educación básica de Trotsky en muchos de sus textos de los años 20.
[9] No hemos leído sobre la psicología de Trotsky, pero cuesta imaginarse a cualquier ser humano de esa época histórica que careciera de ansiedad.
[10] Hay marxistas que desconocen el concepto de experiencia. La consideran una categoría “pragmática”. Pero se les escapa que toda verdadera experiencia desde el punto de vista marxista está permeada por la teoría y la práctica (ver “Althusser, filósofo del estalinismo tardío”, izquierda web).
[11] De ahí que El capital sea una de las obras teóricas más abstractas y concretas a la vez que se conozcan en la historia de la humanidad.
[12] Heijenoort tiene una obra hermosa titulada Con Trotsky de Prinkipo a Coyoacán. Luego de la II Guerra Mundial dejó de militar, descorazonado por el fenómeno estalinista, y se dedicó con éxito a su profesión de matemático.
[13] Ni su reivindicación absoluta ni desecharla tout court sirve para internarnos en sus complejidades y alcances universales (ver también al respecto nuestra crítica a Althusser, cuyo enfoque de la misma era, a nuestro entender, sectario).
[14] Hemos escrito mil veces que es un abordaje opuesto al de Plejanov en su Rol de la personalidad en la historia, una suerte de reduccionismo del marxismo a sociologismo.
[15] Los diversos “clubes” del ala izquierda de la Revolución Francesa eran ya formas muy embrionarias de los partidos modernos. Y, de alguna manera, los Levellers y los Diggers de la Revolución Inglesa, aun con más distorsiones y formas objetivas, también lo eran.
[16] El carácter efímero de la Comuna de París –duró menos de tres meses– se debió a varios factores. Uno de ellos, clave en cualquier revolución, es que el interior no siguió a París. Pero es evidente que la falta de una organización de tipo partidario moderno (una o varias) también conspiró contra su éxito. Además, como señala Engels, cada una de las corrientes que la integraban hizo en la experiencia de la Comuna lo opuesto de lo que pregonaba anteriormente (algo que de todas maneras se puede entender por la riqueza inconmensurable que tiene cada revolución tomada de manera específica).
[17] Sin duda que el antidefensismo, en su ultraizquierdismo pequeñoburgués, también configuró un giro a la derecha en relación a Trotsky, por otra vía.
[18] Digamos que la planta baja o el primer piso, lo mismo da en esta metáfora, es la conciencia popular del “ellos o nosotros”, los ricos y los pobres o cosas así (ni siquiera hay “cosas así” en los tiempos que corren; recordemos que Lenin insistía en que, en general, es la conciencia burguesa la que se termina imponiendo en la cabeza de las masas). Cuando hablamos de “conciencia de segundo piso” nos referimos a que la conciencia política de clase y socialista es un trabajo sobre la conciencia previa, natural. Y en esta tarea el partido entra como un eslabón de primer orden aunque haya elementos de radicalización. Dichos elementos de radicalización se forjan “objetivamente”; la conciencia revolucionaria y socialista organizada es harina de otro costal: requiere de la mecánica compleja de las masas, la vanguardia, los organismos de doble poder y el partido o partidos revolucionarios.
[19] Ya veremos más adelante que el elemento conspirativo es central y está presente en cada momento de nuestra acción, en cualquiera de las circunstancias políticas: no por nada Lenin señalaba que el partido revolucionario es legal e ilegal a la vez. Hay que pensar en cada caso qué cosas atribuirle a cada término.
[20] Decimos que la vanguardia y la vanguardia de masas son el eslabón a ser disputado por el partido con uñas y dientes frente al resto de las tendencias, sencillamente porque hay acá un juego de “engranajes”: sin conquistar relevancia, hegemonía entre la vanguardia y la vanguardia de masas, no se puede dirigir a las masas. De ahí la guerra sin cuartel entre tendencias socialistas, no sólo en la Revolución Rusa sino, por ejemplo, históricamente en la Argentina. Una guerra sin fin que amerita maniobras, piquetes de ojo, etc.
[21] Señalamos todo esto circunscripto a la Revolución Rusa, evidentemente.
[22] Es simpático que haya corrientes que reivindiquen hoy el lado “pasivo” del marxismo al contrastarlo con una definición de Trotsky de este tipo, y que consideren que las Tesis sobre Feuerbach de Marx “no son todavía marxistas”. Eso es lo que señala el marxista italiano Sebastiano Timpanaro, súper serio y reivindicador del trotskismo a contracorriente en los años 70, pero para reafirmar el materialismo (es decir, que la naturaleza y el universo siempre serán más grandes que nosotros, siempre nos serán, hasta cierto punto, objetivos, y en ese sentido recibiremos un influjo que nos viene desde “afuera”) no hace falta inclinar la vara hacia la “pasividad”… (Sobre el materialismo. Ensayos polémicos en torno a la teoría, la praxis y la naturaleza, ediciones IPS).
[23] Es obvio que se trata de una elaboración que se hace en tensión crítica con los desarrollos ideológicos del momento. También es obvio que es útil polemizar con las tendencias a la moda en la universidad. Otro cantar es adaptarse a ellas o perder de vista el riquísimo arsenal del “marxismo olvidado” antiestalinista, que está ahí para ser aprovechado y dado a conocer, un marxismo que fue a contra corriente y no gozó del impacto de un Althusser ni de intelectuales estalinistas après la lettre como él.
[24] Nos ha quedado débil por inclinar la vara para el lado democrático de la revolución socialista, del balance del estalinismo. Pero también hay que inclinarla para el otro lado: para el lado de la ‘sangre’ de la revolución.
[25] Esto es lo que pasa, por ejemplo, con las corrientes oportunistas (hoy ni siquiera eso, porque han perdido completamente de vista los criterios elementales de clase): creen que con la independencia de clase está todo resuelto. No señor, no alcanza con eso aunque sea un paso adelante: además hay que lograr una acción revolucionaria, desbordar al Estado y al régimen, construir organismos de autoorganización y doble poder, construir el partido legal e ilegal que sepa ser parte de la radicalización. Que sepa “morder” al régimen desde la izquierda y no regalarle eso a la extrema derecha. Y todo esto sin perder de vista jamás el ángulo de defensa de las conquistas democráticas dentro de la democracia burguesa, a las que hay que defender con uñas y dientes también.
[26] Este es un punto clave para no quedar nunca por detrás de la realidad: siempre hay que estar un milímetro por delante de ella. Las relaciones de fuerzas se miden en los hechos; jamás pueden medirse sólo intelectualmente. La experiencia de la Argentina bajo Milei y frente a todos los derrotistas que andan por ahí (como el marxista brasileño Valerio Arcary) es instructiva a este respecto (“Ante el segundo intento de la ómnibus”, izquierda web).
[27] No confundir con el “realismo socialista” en el arte, que es exactamente lo opuesto al realismo revolucionario e imaginativo de Lenin en materia política. El realismo socialista era una adaptación a lo existente: se pintaba la realidad con un “realismo” ingenuo para esconder las condiciones de explotación y opresión de la URSS estalinizada. El realismo revolucionario de Lenin partía materialmente de las condiciones dadas para, dialécticamente, transformarlas (las condiciones dadas son, la realidad es; desconocerlas no puede dar lugar a una política revolucionaria con anclaje en lo real).
[28] Lenin repetía mucho las ideas desde diversos ángulos. Trotsky, que escribía más lindo, quizás menos. Pero la insistencia tiene un carácter educativo que tal vez no esté a la moda en la academia, pero cuando se escribe de forma militante y no académica, quizás sea inevitable (está claro que el autor de este texto “odia” la academia, dicho simpáticamente y no de manera sectaria).
[29] Una cosa interesante que dice el Colletti marxista es que la “real politik” parece “realista” en el momento empíricamente concreto, pero a la postre es lo más irreal que hay desde el punto de vista de la tensión socialista revolucionaria.
[30] Es muy común que los “fanáticos” del frente único lo tomen como una estrategia y no como lo que es: una herramienta táctica muy importante, pero táctica al fin. Invariablemente el frente único sirve para enfrentar a un enemigo mayor, pero tiene el límite de las direcciones tradicionales. De ahí que su utilización sea siempre para desbordarlas en algún momento, nunca como una táctica en sí misma. Tomarla como táctica en sí misma –es decir, como estrategia– es una de las vías clásicas de la transformación de los revolucionarios en reformistas (ver el caso de las corrientes trotskistas del PSOL brasileño).
[31] Cuando nos jugamos a la ocupación del puente grúa en Gestamp, la inmensa mayoría de las corrientes nos acusaron de “ultraizquierdistas”. Sin embargo, siempre consideramos que esa iniciativa fue correctísima: fue una manera de tratar de forzar la ocupación de la planta frente a una base indecisa y una burocracia que pateaba en contra. Había mucha simpatía con los compañeros despedidos a pesar del miedo que infundía la burocracia, y había que medirla o dar por derrotada la lucha. Correctamente hicimos la prueba y salió una conciliación obligatoria que luego el gobierno no acató, pero eso es harina de otro costal.
[32] Acá existe una analogía con el arte de la guerra en Clausewitz. Clausewitz dice que cuando entrás en el combate ya no sos dueño de vos mismo. Y en la lucha de clases –sin tomar esto de manera irresponsable porque justamente los análisis están para medir las cosas– es un poco así. Cuando entrás en una pelea, en cierto modo ya no sos del todo dueño de vos mismo: los resultados de una lucha no están dados por adelantado.
Aunque también es verdad que ser arrastrados a una pelea ultraizquierdista por incitación del enemigo es un error tremendo: es lo que le pasó a Karl Liebknecht –en general muy comprometido pero inclinado a la irreflexión– cuando detonó el levantamiento de Berlín en enero de 1919 sin que hubiera condiciones de que el país acompañara a la capital. La cosa terminó como todo el mundo sabe: en una gravísima derrota, con el mismo Liebknecht y Rosa asesinados por los esbirros de la socialdemocracia.
[33] Una huelga por despidos en un diario argentino que iba al cierre.
[34] El blanquismo está a caballo entre dos períodos históricos. Es un híbrido entre el ala izquierda de la Revolución Francesa y la todavía por llegar revolución socialista. La tradición conspirativa, específicamente, le viene de Babeuf, traducida por su lugarteniente Filipo Buonarroti, que del fracaso de la Revolución Francesa en términos realmente emancipatorios, saca una conclusión conspirativa.
[35] Tanto en lo grande como en lo pequeño, las enseñanzas son las mismas. Es lo que dice Hegel de que lo universal vive en lo particular.
[36] El Karl Korsch marxista insistía correctamente, contra la socialdemocracia alemana de los años 20, en el carácter activista del partido revolucionario.
[37] Volvemos al problema de la ansiedad en política. Es que los militantes somos una totalidad de la cual la psicología no puede ser excluida.
[38] Dialécticamente, el “momento conservador” es muy difícil y muy transitorio: o se avanza o se retrocede.
[39] Incluso bajo Milei, que es un gobierno de aspiraciones bonapartistas, que tiene un protocolo antidisturbios, que reprime y escenifica más la represión, que te arrincona con escudos, que dispara balas de goma, gases lacrimógenos, gas pimienta y chorros de agua, las cosas son manejables en el actual desarrollo de la vanguardia. Otro cantar sería si se ponen en juego balas de plomo, ahí las cosas cambian completamente, ya estaríamos en un terreno de revolución y contrarrevolución o de lisa y llana dictadura militar.
[40] Nuevamente, el desafío ahora bajo Milei es superior, porque su agresividad es superior. No se trata solamente de defenderse o saber retroceder, tampoco solamente de saber aguantar: hay que aprender a morder, a desafiar hasta cierto punto –de manera medida– a las fuerzas represivas, hay que incorporar elementos conspirativos en nuestra acción, cuidar a nuestras figuras y dirigentes/as partidarios, etc.
[41] Pero, nuevamente, todavía no están las condiciones para eso. Aunque podrían estarlo en el futuro. En todos los casos el criterio es cuidar al partido, cuidar a la militancia, cuidar de caer presos, pero desafiando el status quo represivo, el protocolo, copar las calles, no marchar por la vereda salvo casos de fuerza mayor, hacer el aguante en la primera línea, e incluso, si las circunstancias dan, morder.
[42] Acá invertimos dialécticamente lo que dijimos más arriba. Si Trotsky delimita bien el proceso revolucionario, el momento de la insurrección y el elemento conspirativo como una rica totalidad, el momento conspirativo no reemplaza a la revolución como un todo y sus correlaciones políticas de masas, pero tampoco puede ser –en el otro polo– disuelto.
[43] Hoy, bajo el gobierno represivo de Milei, muchas de nuestras acciones pueden ser conspirativas para que la policía o la gendarmería no se nos adelante.
[44] Como acción y creatividad, pero guiada por una ciencia que es la de la política marxista. Ciencia que comprende también un elemento intuitivo, porque no hay manera de medir con un micrómetro cómo está la temperatura política para dar semejante complejo paso que es lanzarse al poder, aunque está claro que un índice elemental es tener una cierta mayoría entre las masas más activas de los explotados y oprimidos.
[45] Mandel afirmaba, algo mecánicamente pero de manera interesante, que en una situación revolucionaria el partido se puede multiplicar, máximo, por cuatro. La idea me suena, de todos modos, algo evolutiva, aunque todo depende de que exista un proceso de radicalización de amplios alcances y salir ganadores de una lucha de tendencias que invariablemente es “sangrienta”.
[46] Hegel afirmaba el opuesto dialéctico a esto, que la resultante esconde el desarrollo, pero en realidad es lo mismo que estamos señalando: el proceso en tiempo real es relativamente “ciego” porque existen muchos desarrollos alternativos posibles. Luego, cuando la resultante está, la cosa es fácil: la historia está escrita, pero entonces ocurre el fenómeno opuesto: los caminos alternativos que hubieran sido posibles no se ven. Por esto Benjamin dice que la historia la escriben los ganadores y que la revolución debe redimir a todos/as los grandes luchadores de la historia –clases, partidos y personas, militantes–.
[47] Siempre se pierde de vista cuán renovador fue Lenin –que se presentaba como la ortodoxia pura– en relación a Marx. Trotsky es otro cantar: nunca se presentó como ortodoxo salvo cuando tuvo que defender el legado del bolchevismo en los años 30.
En esta temática Korsch es agudo, porque destaca cómo detrás de la ortodoxia se esconde, mayormente, una actitud perezosa y pasiva en relación a las enseñanzas que nos va dejando la experiencia de la lucha de clases (Bensaïd lo copia sin decirlo). A nosotros nos halaga que nos digan que somos heterodoxos.
[48] Esto de inclinar la vara es un elemento complejo que debe ser entendido: ninguna situación es absoluta, hay que saber manejar las enseñanzas del marxismo de manera sutil para poder responder revolucionariamente –es decir, disruptivamente– en cada circunstancia concreta.
[49] Según la Real Academia Española la perspicacia es “la agudeza y penetración de la vista”, o lo que afirmamos nosotros en Ciencia y arte de la política revolucionaria, la importancia de la intuición en política.
[50] Más partido se es, en definitiva, cuanto más contacto real se tiene con las grandes masas.
[…] É também como se Trotsky tivesse dito: “Começarei a escrever isto antes que se esfumace”, antes que se apagasse a impressão gráfica dos fatos – ele a terminou em 1932, escreveu-a em três anos (1929-1932 o primeiro volume; o segundo apareceu em 1933). Parece que Trotsky escreveu como se fosse “sobre papiros” – é o que diz um de seus secretários. Ou seja, ele ditava, tinha secretários, mas quando começou a corrigir fez um pergaminho inteiro como se fosse um papiro babilônico. “Como se fosse uma bíblia sem fim”, diz o secretário Jean van Heijenoort.[12] […]