Si Norteamérica se hiciera comunista como conse­cuencia de las dificultades y problemas que el orden social capitalista es incapaz de resolver, descubriría que el comunismo, lejos de ser una intolerable tiranía burocrática y regimentación de la vida individual, es el modo de alcanzar la mayor libertad personal y la abundancia compartida.

En la actualidad muchos norteamericanos consi­deran el comunismo solamente a la luz de la experien­cia de la Unión Soviética. Temen que el sovietismo en Norteamérica produzca los mismos resultados materiales que les trajo a los pueblos culturalmente atrasados de la Unión Soviética.

Temen que el comunismo los meta en un lecho de Procusto, y señalan el conservadurismo anglosajón como un obstáculo insuperable hasta para encarar algunas reformas posiblemente deseables. Aducen que Gran Bretaña y Japón intervendrían militarmente con­tra los soviets norteamericanos. Tiemblan ante la pers­pectiva de que los norteamericanos se vean regimenta­dos en sus hábitos de aumentación y vestido, obligados a subsistir con raciones de hambre, a leer una estereoti­pada propaganda oficial en los periódicos, a servir de simples ejecutores de decisiones tomadas sin su participación activa. O suponen que tendrían que guardarse para sí sus pensamientos mientras alaban en voz alta a los lideres soviéticos por temor a la cárcel el exilio.

Temen la inflación monetaria, la tiranía burocrática y tener que pasar por un intolerable papeleo «rojo» para obtener lo necesario para vivir. Temen la estanda­rización desalmada del arte y la ciencia, así como de las necesidades cotidianas. Temen ver la espontaneidad política, y la supuesta libertad de prensa destruidas por la dictadura de una monstruosa burocracia. Y tiemblan ante la idea de tener que aceptar la volubilidad incom­prensible de la dialéctica marxista y una filosofía social disciplinada. Temen, en una palabra, que la Norteamérica soviética se transforme en la contraparte de lo que les han dicho que es la Rusia soviética.

En realidad los soviets norteamericanos serán tan distintos de los rusos como lo son los Estados Unidos del presidente Roosevelt del imperio ruso del zar Nicolás II. Sin embargo Norteamérica sólo podrá llegar al comunismo pasando por la revolución, de la misma manera como llegó a la independencia y la democracia. El temperamento norteamericano es enérgico y violento, e insistirá en romper una buena cantidad de platos y en tirar al suelo una buena canti­dad de carros de manzanas antes de que el comunismo se establezca firmemente. Los norteamericanos, antes que especialistas y estadistas, son entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición norteame­ricana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido y se rompan cabezas.

Sin embargo, el costo relativo de la revolución comunista norteamericana, por grande que parezca, será insignificante comparado con el de la Revolución Rusa Bolchevique, debido a vuestra riqueza nacional y población. Es que la guerra civil revolucionaria no la realiza el puñado de hombres que está en la cúpula’ el cinco o diez por ciento dueño de las nueve décimas partes de la riqueza norteamericana; este grupito sólo podría reclutar sus ejércitos contrarrevolucionarios entre los estratos más bajos de la clase media. Aun así, la revolución podría atraerlos fácilmente demostrán­doles que su única perspectiva de salvación está en el apoyo a los soviets.

Todos los que están por debajo de este grupo ya están preparados económicamente para el comunismo. La depresión hizo estragos en vuestra clase obrera y asestó un golpe aplastante a los campesinos, ya perju­dicados por la larga decadencia agrícola de la década de posguerra. No hay razón por la que estos grupos deban oponer alguna resistencia a la revolución; no tienen nada que perder, por supuesto siempre que los dirigentes revolucionarios se den hacia ellos una política moderada a largo alcance.

¿Y quién más luchará contra el comunismo? ¿Vuestra «guardia de corps» de millonarios y multimi­llonarios? ¿Vuestros Mellons, Morgans, Fords y Rockefellers? Dejarán de luchar en cuanto no consigan quien pelee por ellos.

El gobierno soviético norteamericano tomará firme posesión de los comandos superiores de vuestro sistema empresario: los bancos, las industrias clave y los sistemas de transporte y comunicación. Luego les dará a los campesinos, a los pequeños comerciantes e industriales, mucho tiempo para reflexionar y ver qué bien anda el sector nacionalizado de la industria.

Es en este terreno donde los soviets norteameri­canos podrán producir verdaderos milagros. La «tecno­cracia”[2] sólo será real bajo el comunismo, que sacará de encima de vuestro sistema industrial las manos muertas de los derechos de la propiedad privada y las ganancias individuales. Las más osadas propuestas de la comisión Hoover[3] sobre estandarización y racionalización parecerán infantiles comparadas con las posibilidades abiertas por el comunismo norte­americano.

La industria nacional se organizará siguiendo el modelo de vuestras modernas fábricas de automotores de producción continua. La planificación científica se elevará del nivel de la fábrica individual al del conjunto del sistema económico. Los resultados serán estu­pendos.

Los costos de producción disminuirán en un veinte por ciento o tal vez más. Esto a su vez aumentará rápidamente la capacidad de compra de los cam­pesinos.

Por cierto, los soviets norteamericanos establecerán sus propios gigantescos establecimientos agrícolas, que serán también escuelas voluntarias de colectivi­zación. Vuestros campesinos podrán calcular fácil­mente si les conviene seguir como eslabones aislados o unirse a la cadena general.

El mismo método se utilizaría para incorporar a la organización industrial nacional al pequeño comercio y a la pequeña industria. Con el control soviético de las materias primas, los créditos y los suministros estas industrias secundarias seguirían siendo solventes hasta que el sistema socializado las absorbiera gradualmente y sin compulsión.

¡Sin compulsión! Los soviets norteamericanos no tendrían que recurrir a las drásticas medidas que las circunstancias a menudo impusieron a los rusos. En Estados Unidos la ciencia de la publicidad brinda los medios para ganarse el apoyo de la clase media, que estaba fuera del alcance de la atrasada Rusia, con su vasta mayoría de campesinos pobres y analfabetos. Esto, junto con vuestro aparato técnico y vuestra riqueza, será la mayor ventaja de vuestra futura revolución comunista. Vuestra revolución será más suave que la nuestra; luego de resueltos los problemas fundamentales no tendréis que derrochar energías y recursos en costosos conflictos sociales, y, en conse­cuencia, avanzaréis mucho más rápido.

Incluso la intensidad y abnegación del sentimiento religioso predominantes en Norteamérica no serán un obstáculo para la revolución. Si en Norteamérica se asume la perspectiva de los soviets, ninguna barrera psicológica será lo suficientemente firme como para demorar la presión de la crisis social. La historia lo demostró más de una vez. Además, no hay que olvidar que los mismos Evangelios contienen algunos aforis­mos bastante explosivos.

En cuanto a los relativamente escasos adversarios de la revolución soviética, se puede confiar en el genio inventivo de los norteamericanos. Por ejemplo, podríais mandar a todos vuestros millonarios no convencidos a alguna isla pintoresca, con una renta para toda la vida, y que se queden allí haciendo lo que les plazca.

Lo podréis hacer tranquilamente porque no tendréis que temer la intervención extranjera. Japón, Gran Bretaña y los demás países capitalistas que intervi­nieron en Rusia no podrán hacer otra cosa que aceptar el comunismo norteamericano como un hecho consu­mado. Y de hecho, la victoria del comunismo en Norteamérica, la columna vertebral del capitalismo, determinará que se extienda a los demás países.

Japón probablemente se unirá a las filas comunistas antes de que se implanten los soviets en Estados Unidos. Y lo mismo se puede decir de Gran Bretaña.

De todos modos, sería una idea loca enviar la flota de Su Majestad británica contra la Norteamérica soviética, incluso contra el sur de vuestro continente, más conservador. Sería inútil y nunca pasaría de una incursión militar de segundo orden.

A las pocas semanas o meses de establecidos los soviets en Norteamérica el panamericanismo seria una realidad política.

Los gobiernos de Centro y Sud América se verían atraídos a vuestra federación como el hierro por el imán. Lo mismo ocurriría con Canadá. Los movimientos populares de estos países serian tan fuertes que impul­sarían este gran proceso unificador en un brevísimo período y a un costo insignificante. Estoy dispuesto a apostar que el primer aniversario de los soviets norteamericanos encontraría al Hemisferio Occidental transformado en los estados unidos soviéticos de Norte, Centro y Sud América, con su capital en Panamá. Por primera vez la Doctrina Monroe adquiriría un peso total y positivo en los asuntos mundiales, aunque no el previsto por su autor.

Pese a los plañidos de algunos de vuestros archi­conservadores, Roosevelt no está preparando la trans­formación soviética de Estados Unidos.

La NRA[4] no pretende destruir sino fortalecer los fundamentos del capitalismo norteamericano ayudando a las empresas a superar sus dificultades. No será el Aguila Azul, sino las dificultades que ésta es incapaz de superar, lo que traerá el comunismo a Estados Unidos. Los profesores «radicales» de vuestro trust de cerebros[5] no son revolucionarios; son sólo conser­vadores asustados. Vuestro presidente abomina de «los sistemas» y «las generalidades». Pero un gobier­no soviético es el más grande de todos los sistemas posibles, una gigantesca generalidad en acción.

Al hombre común tampoco le gustan lo sistemas ni las generalidades. Será tarea de vuestros estadistas comunistas lograr que el sistema produzca los bienes concretos que el hombre común desea: su comida, sus cigarros, sus diversiones’ su libertad de elegir las cor­batas, la vivienda y el automóvil que le gusten. Será muy fácil proporcionarle estas comodidades en la Norteamérica soviética.

La mayoría de los norteamericanos están desorien­tados por el hecho de que en la Unión Soviética hemos tenido que construir industrias básicas enteras par­tiendo de la nada. Una cosa así no podría suceder en Estados Unidos, donde ya os veis obligados a reducir las zonas cultivadas y la producción industrial. De hecho vuestro tremendo aparato tecnológico está paralizado por la crisis y exige ser puesto nuevamente en uso. El punto de partida del resurgimiento económico podrá ser el rápido aumento del consumo de vuestro pueblo.

Estáis más preparados que ningún otro país para lograrlo. En ningún otro lado llegó a ser tan intenso como en Estados Unidos el estudio del mercado in­terno. Entra en las existencias acumuladas por los bancos, los trusts, los hombres de negocios, los comer­ciantes, los viajantes de comercio y los granjeros.

Vuestro gobierno soviético simplemente abolirá el secreto comercial, combinará todos los descubrimientos de estas investigaciones realizadas en función de la ganancia privada y los transformará en un sistema científico de planificación económica. Para ello contará con la colaboración de una numerosa clase de consumi­dores cultos y críticos. La combinación de las industrias clave nacionalizadas, el comercio privado y la coope­ración del consumidor democrático producirá rápida­mente un sistema sumamente flexible para satisfacer las necesidades de la población.

Ni la burocracia ni la policía harán funcionar este sistema; lo hará el frío, duro dinero.

Vuestro dólar todopoderoso jugará un rol funda­mental en el funcionamiento del nuevo sistema sovié­tico. Es un gran error mezclar la «economía planifi­cada» con la «emisión dirigida». La moneda tendrá que ser el regulador que mida el éxito o el fracaso de la planificación.

Vuestros profesores «radicales» se equivocan mortalmente con su devoción a la «moneda dirigida». Esta ‘idea académica podría fácilmente liquidar todo vuestro sistema de distribución y producción. Esa es la gran lección a extraer de la Unión Soviética, donde la amarga necesidad se convirtió en virtud oficial en el reino del dinero.

La falta de un rublo de oro estable es allí una de las causas fundamentales de muchas de las dificultades y catástrofes económicas. Es imposible regular los salarios, los precios y la calidad de las mercancías sin un sistema monetario firme. Tener un rublo inestable en un sistema soviético es lo mismo que tener moldes variables en una fábrica que trabaja en serie. No funciona.

Solo será posible abandonar la moneda de oro estable cuando el socialismo logre sustituir el dinero por un sistema de control administrativo. Entonces el dinero será un vale común y corriente, como el boleto del colectivo o la entrada al teatro. A medida que el socialismo avance también desaparecerán estos vales; ya no será necesario el control, ni en dinero ni adminis­trativo, sobre el consumo individual ¡puesto que habrá suficientes bienes como para satisfacer las necesidades de todos!

Aún no estamos en esa situación, aunque con toda seguridad Norteamérica llegará antes que cualquier otro país. Hasta entonces, la única manera de alcanzar ese nivel de desarrollo será mantener un regulador y medidor efectivo del funcionamiento de vuestro sis­tema. De hecho, durante los primeros años una eco­nomía planificada necesita, más todavía que el viejo capitalismo, dinero efectivo. El profesor que regula la unidad monetaria con el objetivo de regular todo el sistema económico es como el hombre que trató de levantar ambos pies del suelo al mismo tiempo.

La Norteamérica soviética contará con reservas de oro suficientes para estabilizar el dólar, lo que consti­tuye una ventaja invalorable. En Rusia hemos aumen­tado la producción industrial en un veinte y un treinta por ciento anual; pero, debido a la debilidad del rublo, no pudimos distribuir efectivamente este aumento. Esto en parte se debe a que le permitimos a la buro­cracia subordinar el sistema monetario a las necesida­des administrativas. Vosotros os ahorraréis este mal. En consecuencia, nos superaréis mucho, tanto en la producción como en la distribución, lo que llevará a un rápido avance en el bienestar y la riqueza de la población.

En todo esto no necesitaréis imitar nuestra produc­ción estandarizada para nuestra pobre masa de consu­midores. Recibimos de la Rusia zarista una herencia de pobreza, un campesinado culturalmente subdesarro­llado y con un bajo nivel de vida. Tuvimos que construir las fábricas y las represas a expensas de nuestros consumidores. Padecemos una inflación monetaria continua y una monstruosa burocracia.

Norteamérica soviética no tendrá que imitar nues­tros métodos burocráticos. Entre nosotros la falta de lo más elemental produjo una intensa lucha por conse­guir un pedazo extra de pan, un poco más de tela. En esta lucha la burocracia se impone como conciliador, como árbitro todopoderoso. Pero vosotros sois mucho más ricos y tendréis muy pocas dificultades para satisfacer las necesidades de todo el pueblo. Más aun; vuestras necesidades, gustos y hábitos nunca permi­tirían que sea la burocracia la que reparta la riqueza nacional. Cuando organicéis vuestra sociedad para producir en función de las necesidades humanas y no de las ganancias individuales, toda la población se nucleará en nuevas tendencias y grupos que se pelea­rán unos con otros y evitarán que una burocracia todopoderosa se imponga sobre ellos.

Así la práctica de los soviets, es decir de la demo­cracia, la forma más democrática de gobierno alcanzada hasta hoy, evitará el avance del burocratismo. La organización soviética no puede hacer milagros; simplemente debe reflejar la voluntad del pueblo. Entre nosotros los soviets se burocratizaron como resultado del monopolio político de un solo partido, transformado él mismo en una burocracia. Esta situa­ción fue la consecuencia de las excepcionales dificul­tades que tuvo que enfrentar el comienzo de la cons­trucción socialista en un país pobre y atrasado.

Los soviets norteamericanos estarán llenos de sangre y vigor, sin necesidad ni oportunidad de que las circunstancias impongan medidas como las que hubo que adoptar en Rusia. Por supuesto, los capitalistas que no se regeneren no tendrán lugar en el nuevo orden. Resulta un poco difícil imaginarse a Henry Ford dirigiendo el soviet de Detroit.

Sin embargo, es no sólo concebible sino inevitable que se desate una gran lucha de intereses, grupos e ideas. Los planes de desarrollo económico anuales, quinquenales y decenales; los esquemas de educación nacional; la construcción de nuevas líneas básicas de transporte; la transformación de las granjas; el pro­grama para mejorar la infraestructura tecnológica y cultural de Latinoamérica; el programa de comuni­cación espacial; la eugenesia, todo esto suscitará controversias, vigorosas luchas electorales y apasio­nados debates en los periódicos y en las reuniones públicas.

Pues en Norteamérica soviética no existirá el mono­polio de la prensa por parte de los jefes de la burocracia como en la Rusia soviética. Nacionalizar todas las imprentas, las fábricas de papel y las distribuidoras sería una medida puramente negativa. Significaría simplemente que al capital privado ya no se le permite decidir qué publicaciones sacar, sean progresivas o reaccionarias, «húmedas» o «secas»,[6] puritanas o pornográficas. Norteamérica soviética tendrá que encontrar una nueva solución al problema de cómo debe funcionar el poder de la prensa en un régimen socialista. Podría hacerse sobre la base de la represen­tación proporcional a los votos en cada elección a los soviets.

Así, el derecho de cada grupo de ciudadanos a utilizar el poder de la prensa dependería de su fuerza numérica; el mismo principio se aplicaría para el uso de los locales de reunión, de la radio, etcétera.

De este modo la administración y la política de publicaciones no la decidirían las chequeras indivi­duales sino las ideas de los distintos grupos. Esto puede llevar a que se tenga poco en cuenta a los grupos numéricamente pequeños pero importantes, pero implica la obligación de cada nueva idea de abrirse paso y demostrar su derecho a la existencia.

La rica Norteamérica soviética podrá destinar mucho dinero a la investigación y a la invención, a los descubrimientos y experimentos en todos los terrenos. No dejaréis de lado a vuestros audaces arquitectos y escultores, a vuestros poetas y filósofos no conven­cionales.

En realidad, los yanquis soviéticos del futuro dirigirán a Europa en los mismos terrenos en los que hasta ahora Europa ha sido su maestro. Los europeos tienen una idea muy pobre de cómo puede influir la tecnología en el destino humano y adoptaron una actitud de despreciativa superioridad hacia el «norteamericanismo», particularmente a partir de la crisis. Y sin embargo el norteamericanismo marca la verda­dera línea divisoria entre la Edad Media y el mundo moderno.

Hasta ahora en Norteamérica la conquista de la naturaleza ha sido tan violenta y apasionada que no habéis tenido tiempo de modernizar vuestras filosofías o de desarrollar formas artísticas propias. Hasta ahora habéis sido hostiles a las doctrinas de Marx, Hegel y Darwin. La quema de los trabajos de Darwin por los bautistas de Tennessee[7] es sólo un pálido reflejo del rechazo de los norteamericanos a las doctrinas evolucionistas. Esta actitud no se limita a vuestros púlpitos. Todavía es parte de vuestra conformación mental.

Tanto vuestros ateos como vuestros cuáqueros son decididamente racionalistas. Y ese mismo racio­nalismo está debilitado por el empirismo y el moralis­mo. No tiene nada de la implacable vitalidad de los grandes racionalistas europeos. Por eso vuestro método filosófico es más anticuado todavía que vuestro sistema económico y vuestras instituciones políticas.

Hoy, bastante poco preparados para ello, os veis obligados a enfrentar las contradicciones que sin que se lo sospeche surgen en toda sociedad. Conquistasteis a la naturaleza con las herramientas que creó vuestro genio inventivo sólo para encontraros con que vuestras herramientas destruyeron todo excepto vuestras personas. Contrariamente a todas las esperanzas y deseos, vuestra riqueza sin precedentes produjo desgracias sin precedentes. Descubristeis que el desarrollo social no sigue una simple fórmula. Entonces os visteis arrojados en la escuela de la dialéctica, para quedaros allí.

No hay modo de volverse atrás, a la forma de pensar y actuar predominante en los siglos XVII y XVIII.

Mientras los majaderos románticos de la Alemania nazi sueñan con restaurar la pureza original, o mejor dicho la inmundicia original de la vieja raza de la Selva Negra europea, vosotros, norteamericanos, luego de dar un firme salto en vuestra economía y en vuestra cultura, aplicaréis genuinos métodos científi­cos al problema de la eugenesia. Dentro de un siglo, de vuestra mezcla de razas surgirá un nuevo tipo de hombres, el primero en merecer el nombre de Hombre.

Y una profecía final: ¡en el tercer año de gobierno soviético en Norteamérica, ya no mascaréis goma!

 

[1] Si Norteamérica se hiciera comunista. Liberty, 23 de marro de 1935. Este artículo fue escrito para un amplio público norteamericano, durante la Gran Depresión, cuando millones de personas se radicalizaban y se interesaban en aprender qué era el marxismo y que significaba la revolución socialista en Estados Unidos. Era a mediados del segundo ano del régimen del New Deal impuesto por Franklin D. Roosevelt, cuando el movimiento obrero empezaba a levantarse, pero antes de que se organizara el Comité para la Organización Industrial (CIO). Una note editorial de Liberty señalaba: ¡No crean una palabra de todo esto! Lean la semana próxima la respuesta del ex secretario de trabajo Davis.»

[2] La tecnocracia era un programa y un movimiento norteamericano muy difundido en los primeros años de la depresión, especialmente en la clase media. Proponía superar la depresión y llegar al pleno empleo en Estados Unidos racionalizando la economía y el sistema monetario bajo el control de los ingenieros y técnicos, todo sin lucha de clases ni revolución. El movi­miento se dividió en dos alas, una de izquierda y una de derecha, desarrollando, ésta, tendencias fascistas.

[3] Herbert Hoover (1874-1964), predecesor republicano de Roosvelt, fue el trigesimoprimer presidente de Estados Unidos.

[4] National Recovery Administration (NRA, Administración de Recuperación Nacional). se instauró en 1933 como agencia del New Deal para preparar y hacer cumplir al comercio y la industria códigos de prácticas leales. Al mismo tiempo, estableció un salario mínimo y un máximo de horas de trabajo y apoyó el derecho de los obreros a afiliarse a un sindicato, pero fue fundamentalmente una ayuda para los empresarios, en el sentido de que las permitió establecer niveles de calidad y los precios máximos de las mercancías. El símbolo de la NRA era un águila azul. La Corte Suprema de Estados Unidos declaró ilegal en mayo de 1935.

[5] Trust de cerebros era el nombre popular de los consejeros de Roosevelt en Estados Unidos.

[6] Desde 1920 a 1933 Estados Unidos fue formalmente “seco», es decir estaba prohibida por una enmienda constitucional la venta de bebidas alcohólicas. En 1933 se suprimió la enmienda, y el país se volvió «húmedo», nuevamente.

[7] La quema de los trabajos de Darwin se refiere a las leyes que prohibían enseñar la teoría de la evolución en las escuelas públicas. El juicio Scopes de 1925 en Dayton, Tennessee, fue la mas dramática de las protestas legales contra estas leyes represivas.

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