Que los trabajadores aparezcan con sus reclamos en la escena nacional. Hagamos el 31M un gran paro activo nacional. Pongamos en pie piquetes en los puntos neuralgicos del país  

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El año político en la Argentina fue armado por el gobierno nacional y los provinciales para que el mismo se desarrolle al calor de un verdadero “festival electoral”. Sin ir más lejos, en la capital puede llegar a haber 6 elecciones en 8 meses, entre las PASO nacionales y locales, y sus respectivas elecciones generales y posibles balotajes; es decir, que de abril a noviembre las campañas electorales amenazan con monopolizar toda la atención política.

Pero esta situación, sin dejar de ser real, no es todo el panorama político: por entre las «grietas» del año electoral, se va a colar la realidad con mayor o menor intensidad dependiendo de las condiciones: ahí es donde aparece la convocatoria al paro general del 31.

Es que los trabajadores no pueden vivir de boletas de papel. La inflación que sacudió el año pasado y que a menor ritmo continua implacablemente este año, ha golpeado duramente el bolsillo de los trabajadores. Y si por un lado sigue pegando la suba de los precios, por el otro apreta el impuesto al salario que amenaza sistemáticamente a miles de trabajadores con robarles el salario, los premios, las horas extras y el aguinaldo, y los aumentos que se obtengan ahora en las paritarias.

En este marco es que desde hace semanas se viene barajando desde las elegantes oficinas de los burócratas sindicales, la posibilidad de llamar a alguna medida de fuerza controlada que permita reubicarlos en la escena política nacional y legitimarse frente a las bases de los gremios. Así es como al cierre de esta edición, se confirmó que la UTA se sumaba al paro organizado por los gremios del transporte contra el impuesto al salario. Ni lerdo ni perezoso, con esta confirmación que garantiza en buena medida el éxito de la medida, la CGT de Moyano se animó a “transformar” el paro de transporte en un paro nacional.

 

Salario, impuesto a las ganancias e inflación

 

En este momento se están empezando a discutir las paritarias del año. Como es costumbre, tanto el gobierno como los dirigentes de los sindicatos están interesados en cerrar estas sin mayores complicaciones, más aún en un año como el actual, de fin de ciclo y recambio presidencial: nadie quiere que las cosas se salgan de un cause normal. Pero en este camino el impuesto al salario es una verdadera piedra.

El tema es simple. El gobierno, desde que la inflación se le empezó a disparar, ha optado por dibujar los índices del INDEC. Este dibujo, además de usarse para tratar de mantener los aumentos salariales por debajo de la inflación, se utilizó para actualizar los distintos índices de las escalas impositivas. En el caso del impuesto a las ganancias, esto ha generado que cada vez más trabajadores aparecieran como teniendo ingresos dignos de un empresario. Así se llegó a que las categorías más bajas de este impuesto estén plagadas de trabajadores asalariados. Esta estafa K ha transformado al impuesto a las ganancias en un verdadero impuesto contra el salario de mucho trabajadores.

Esta situación ha generado que dentro de las cuentas del Estado, los ingresos por este rubro sean cada vez más importantes e imprescindibles para que le cierren los números   a Kiciloff. Este es el motivo que explica el por qué el gobierno se muestra tan irreductible a ceder en este tema.

Pero llegado el momento de las paritarias, la existencia de este impuesto, junto con el hecho que sea tan bajo el piso de ingresos según el cual hay que empezar a tributar, hace que cualquier aumento que se cierre en las mismas provoque que el aumento se lo lleve automáticamente el Estado.

En este sentido, el periodista económico de Clarín, Ismael Bermúdez,  informa que teniendo en cuenta al impuesto al salario, los trabajadores que quieran recuperar los ingresos que les llevó la inflación (calculada por él en un 30%) deberían pedir un aumento no menor al 46%.

Este cálculo no se le escapó a nadie. A los burócratas, quienes en última instancia trabajan a favor de la patronal, ni se les ocurre plantear un aumento del 46%. Pero saben que cerrar unas paritarias que traigan como consecuencia que a fin de mes sus afiliados ganen menos de bolsillo y no más, sería una incineración demasiado escandalosa. Es por eso que hasta la CGT de Caló ha pataleado tanto y le ha pedido al gobierno una y mil veces que revea el piso del impuesto a las ganancias, pataleo que hasta aquí sólo consiguió la más sonora indiferencia por parte de Cristina Kirchner (el gobierno habla de que introduciría una incierta modificación del impuesto a mitad de año) .

 

 

Un gobierno en retirada y las razones de la burocracia

 

 

Este llamado al paro se incrusta en un contexto político peculiar: la presidencia de Cristina Kirchner es sin duda el gobierno que mejor termina su mandato en mucho tiempo, aunque en medio de un escenario   político electoral polarizado a partir del ya agónico caso Nisman (cada día que pasa se transforma más en una circunstancia de la farándula dicho un poco exageradamente) .

Más allá de la profunda crisis estructural que arrastra el país, y que amenaza dejarle una “bomba de tiempo” al gobierno que viene que se verá obligado a realizar alguna variante de ajuste económico,  lo cierto es que hasta el momento la coyuntura luce controlada.

Sumado a lo anterior, no se desarrollan luchas por abajo o independientes: las derrotas de Gestamp y Lear todavía pesan entre amplios sectores de la amplia vanguardia obrera.

Es en estas condiciones que sale el llamado al paro general. Por un lado está que a Moyano y Barrionuevo, quienes juegan para distintas candidaturas patronales, no les disgusta para nada la idea de embarrarle un poco la cancha al gobierno, cosa que los últimos meses de campaña no sean tan pacíficos para el kirchnerismo; pero por otro lado esta la necesidad de posicionarse ellos mismos en la interna misma de la burocracia y de cara al nuevo gobierno.

Es un secreto a voces que los popes de la central oficialista y opositora están negociando la posibilidad de unificar a la CGT después de las elecciones y que el hecho de que Cristina este en retirada y que un nuevo personal político vaya a ocupar las oficinas de la casa Rosada a partir de 2016, obliga a todos los actores a rever sus roles como también demostrarle al futuro gobierno que no se los puede ignorar: que ellos son un pilar imprescindible en la gobernabilidad de la Argentina.

Otro elemento a tener en cuenta, es que Moyano, Barrionuevo y compañía consideran que pueden controlar los alcances y limites del paro. La burocracia mide siete veces el termómetro en las fábricas antes de tomar cualquier medida de fuerza que de alguna manera apele a los trabajadores. Su mayor terror es que estos la desborden y les haga perder el control de la situación. En última instancia, la utilidad de los burócratas para los patrones reside en que sean capaces de mantener al movimiento obrero contenido dentro de su chaleco de fuerzas.

La burocracia ve, entonces, la posibilidad de realizar una medida controlada y se larga a hacerla. En las fábricas hay un enorme malestar por el salario, el impuesto y los brutales ritmos de trabajo. Pero no hay todavía grandes luchas.

Ellos no olvidan que en el paro del 10 de abril del año pasado la izquierda les copó la escena impulsando los piquetes en la calle y que si bien no alcanzó para transformarlo en un verdadero paro activo, fue un indiscutido punto de referencia para toda la población. La importancia de los piquetes, principalmente el de panamericana, tuvo repercusiones dentro de las plantas.

Pero atención: más allá de las señaladas derrotas de luchas de vanguardia cómo Gestamp y Lear, no hay ninguna derrota de conjunto: ha aumentado el desempleo en cuentagotas, pero las filas de la clase obrera están intactas y podría haber más de una sorpresa.

Por eso hay que jugarse en los pocos días que restan hasta el paro para hacer del mismo una medida lo más activa que se pueda, lo menos dominguera posible.

 

Ni gobierno, ni oposición patronal. Que la clase obrera pese en la escena nacional con sus reclamos

 

La burocracia se apoya en un reclamo genuino de los trabajadores para jugar sus cartas en su propio beneficio. La legitimidad del reclamo y el hecho de que todos los gremios del transporte se sumen al paro, promete que el 31M será un paro con un muy alto acatamiento. La burocracia pretende tener el monopolio de la representación de los trabajadores al mismo tiempo que los mantiene en un sepulcral silencio; por eso buscará que la medida sea lo más pasiva posible. Quiere que los trabajadores sean una simle masa de maniobras en su propio beneficio y el de sus aliados políticos, se llamen Massa, Macri o Scioli.

Pero aun así la convocatoria al paro da la oportunidad de que la clase obrera emerja en este escenario de polarización entre los de arriba con sus propios reclamos.

Hay que retomar la experiencia del paro del 10 de abril de 2014 y organizar de manera unitaria los piquetes y cortes de calle que ayuden a garantizar el paro y sacarlo de la pasividad que le quiere imponer Barrionuevo y Moyano.

Desde el Nuevo MAS nos vamos a jugar con todo y vamos a poner nuestro esfuerzo militante en impulsar el debate en todas las fábricas, escuelas y lugares de trabajo, así como también en todas las estructuras estudiantiles, para hacer del 31 un verdadero Paro Activo nacional.