“En la experiencia histórica que conocemos más de cerca, la del viejo MAS –que había ‘resuelto’ las relaciones de fuerzas en el seno de la izquierda–, éste logró en pocos años su espacio de actuación más allá de la vanguardia. Pero la tremenda contradicción estuvo cuando empezó a rozar al peronismo: entró en una espiral de crisis que lo llevó a la disolución. Tuvo un proyecto errado para dar el salto hacia la influencia entre amplios sectores de masas: un proyecto básicamente barrial-geográfico-electoral en vez de uno orgánico-laboral-estructural. Este desvío oportunista en materia de organización –junto a un conjunto de otras razones– lo liquidó” (Roberto Sáenz, “Lenin en el siglo XXI”).
A continuación abordaremos algunos de los problemas estratégicos de la construcción de nuestros partidos: su construcción orgánica por oposición a una mera construcción “electoralista”, su “engorde” y no su crecimiento estructural. También al carácter políticamente de vanguardia que siempre debe mantener, incluso cuando se lanza hacia una más amplia influencia entre las masas, cuidando de no diluirse en el atraso político que inevitablemente arrastran los más amplios sectores de las masas. Por último, el carácter del partido revolucionario como partido de combate, en el sentido de ser siempre, en última instancia, un instrumento al servicio de la lucha de clases.
5.1 La construcción orgánica de nuestros partidos
Nos preocupa plantear primero el problema de la traducción de los votos y cargos obtenidos en influencia orgánica. Aquí nos viene a la memoria una reflexión de Trotsky a propósito de las relaciones entre el Partido Socialista y el Partido Comunista a comienzos de los años 20 en Francia. El peso militante del PS era relativamente pequeño; sin embargo, electoralmente, conservaba una gran fuerza y, además, expresaba determinadas correlaciones políticas, reflejando un núcleo de la clase obrera que no estaba radicalizado. La burocracia stalinista, al frente de la Tercera Internacional, tendía a afirmar que los socialistas no eran “nada” y que como el PC tenía muchos más militantes, alcanzar la mayoría de la clase obrera era algo que ocurriría inevitablemente. Trotsky opinaba lo contrario, poniendo sobre la mesa la complejidad de los problemas de la hegemonía política: “Si tenemos en cuenta que el Partido Comunista tiene 130.000 miembros mientras que los socialistas son 30.000, entonces es evidente el enorme éxito del comunismo en Francia. Pero si ponemos en relación estas cifras con la fuerza numérica de la clase obrera en sí, la existencia de sindicatos reformistas y tendencias anticomunistas en los sindicatos revolucionarios, entonces la cuestión de la hegemonía del Partido Comunista en el movimiento obrero se nos representa como una cuestión compleja que está lejos de ser resuelta por nuestra preponderancia numérica sobre los disidentes (socialistas)” (León Trotsky, “Introducción a Cinco años de la Internacional Comunista”).
Junto con la cuestión de la hegemonía se plantea el problema de la construcción de nuestros partidos. Los problemas de su construcción orgánica, estructural, y de lo territorial están planteados aquí. Es decir: a qué presiones político-sociales se somete principalmente, si a las orgánicas-laborales o a las territoriales-populares, que son de naturaleza muy distinta.
Desde ya que cualquier partido que pretende alcanzar una influencia entre más amplios sectores es inevitable que tenga una desarrollo e inserción territorial creciente. Pero esto debe tener un determinado balance: el centro debe ser la construcción orgánica en los lugares de trabajo, para arrastrar desde allí el elemento barrial. Esto no es un dogma doctrinario: es un análisis materialista de a qué presiones pretendemos someter al partido.
Hay una correlación: el peso territorial excesivo se sigue de una orientación puramente electoral. Las elecciones desarrollan, como hemos dicho, sus propias necesidades. La participación electoral tiene sus propias leyes; no se puede participar en las eleccioens sin hacer campaña electoral, so pena de infantilismo pequeñoburgués. Pero otra cosa es ordenar toda la actividad del partido e incluso su estructura interna alrededor de aquello que más rinde en materia electoral, el territorio. Este atajo es un camino al desastre que ya fue recorrido por otras formaciones del trotskismo; un cáncer que vive en estos momentos, por ejemplo, el NPA francés.
Luego está la cuestión de la proletarización de compañeros en el movimiento obrero. El PO de Argentina alardea que “no necesita hacerlo” porque por el peso electoral logrado “resuelve el problema de su relación con la vanguardia obrera” desde arriba y desde afuera, “políticamente”. Desde ya que el peso político más objetivo que logra un partido facilita sus relaciones, impacto y capacidad de tracción entre sectores más amplios; entre ellos la vanguardia obrera. Pero creer que en las actuales condiciones históricas, donde el movimiento obrero no es socialista, se podría resolver la cuestión de manera tan epidérmica es engañarse a si mismo y engañar a la militancia. No se puede entender por qué hoy el partido más grande del trotskismo argentino no puede estructurar compañeros jóvenes en los lugares de trabajo, al tiempo que se aprovecha el peso político mayor para ganar sectores independientes de la vanguardia obrera.
Aquí subsiste un problema vinculado al bajo grado de politización de las nuevas generaciones. Esto no se va a resolver de un día para el otro ni es algo que dependa de uno o dos factores, sino de un conjunto de condiciones objetivas. De ahí que los cuadros formados políticamente que entran en fábrica pueden ser cualitativos para ganar una amplia fracción de trabajadores en cada lugar de trabajo, algo que no se logrará sin esta orientación. La teorización de la construcción epidérmica del partido puede tener patas muy cortas.
5.2 Cómo no romperse la nuca en el salto hacia las masas[27]
En nuestro texto “Lenin en el siglo XXI” nos hemos referido a los complejos problemas del salto del partido de vanguardia a la influencia de masas. Señalábamos que la perspectiva debía ser la del pasaje no a ser “un partido de masas”, sino que en Lenin la concepción era que el partido de vanguardia debía adquirir influencia entre los más amplios sectores de masas, pero sin perder este carácter de organización que siempre debe representar, políticamente, a los sectores más avanzados de la clase obrera; esto es, de organización de vanguardia.
En la idea del “partido de masas” podría perderse de vista que en el seno de la clase obrera, inevitablemente, conviven sectores avanzados y retrasados en lo que hace a su conciencia, razón por la cual, si el partido se transformara, lisa y llanamente, en un “partido de masas”, se plantearía el peligro de dejar de ser revolucionario. Incluso en la transición al socialismo, bajo la dictadura proletaria, el partido debe evitar diluir políticamente los sectores más avanzados de la clase obrera en los más atrasados, conservando su carácter de organización de vanguardia (Lenin se planteaba el problema de la organización de los “obreros sin partido” pero como problema amplio, no en el seno del partido bolchevique).
Por esta misma razón, el partido no se debe confundir con el Estado proletario como tal; debe mantener su independencia política y organizativa como organización, incluso si se trata del partido en el poder. El objetivo es no confundirse con el conjunto de la clase, y menos que menos diluirse entre las otras clases explotadas y oprimidas, que hasta cierto punto el estado proletario también representa.[28]
Dicho esto, pasemos a nuestro punto: los complejos problemas del pasaje del partido de vanguardia a uno con influencia entre las masas y las leyes internas específicas de este último.
Aquí hay varias cuestiones. Lo primero que debe señalarse es que en la operación de las leyes del partido de vanguardia propiamente dicho y el que se lanza a una más amplia influencia entre las masas, ocurre una transformación, tanto en materia de las leyes de crecimiento del partido como en lo que hace al régimen interno del partido. Porque si la organización de vanguardia es hasta cierto punto una suerte de “brigada de combate”, un partido que se está lanzando a la influencia entre sectores de las masas, evidentemente debe tener una serie de criterios propios en materia de organización que configuran en muchos casos una suerte de “inversión dialéctica” de las leyes que rigen el estadio propiamente de vanguardia.
Esto no quita que, al mismo tiempo, en todos los estadios rijan leyes de desarrollo desigual y combinado. Si es malo confundir los estadios constructivos del partido, esto no quiere decir que no haya circunstancias donde núcleos muy pequeños cumplan un rol de gran importancia, con una proyección en el campo político muy por encima de sus fuerzas organizativas; algo que vemos y vivimos todos los días (algo similar había señalado Moreno en un texto a propósito de la situación en Bolivia de comienzo de los años 80).
Pero digamos algo respecto de las leyes de crecimiento de un partido con mayor peso entre las masas. Los multiplicadores en lo que hace a cantidad de militantes, inserción y envergadura política y organizativa del partido en época revolucionaria varían sustancialmente respecto del período en que la organización es un partido de vanguardia. Se trata de otras leyes las que rigen el salto hacia las masas: operan leyes de multiplicación geométrica y no aritmética, que es lo que caracteriza al partido en estadio de vanguardia.
Es decir, el partido de vanguardia recluta de a individuos o, a lo sumo, de a decenas. El partido que se vuelca a tener influencia entre sectores de las masas recluta de a conjuntos de compañeros: capta núcleos, agrupaciones, organizaciones y/o sectores enteros de trabajadores o estudiantes. A este respecto son ilustrativos los criterios planteados por Lenin para los bolcheviques en oportunidad de la revolución de 1905: planteaba la necesidad de poner en pie cientos de nuevas organizaciones del partido, e insistía en que esto no lo decía en sentido figurado sino literal, so pena de quedar por detrás de los acontecimientos no sólo política, sino constructivamente.
El tema de los multiplicadores es toda una discusión que hace a las leyes dialécticas del salto de cantidad en calidad en materia de construcción partidaria. Porque ese salto precisa de una acumulación cuantitativa previa para producirse.
En segundo lugar, el tema de los multiplicadores es difícil pensarlo en abstracto: habitualmente está ligado a la búsqueda de algún vehículo para producir este salto en calidad. Lo decisivo aquí es si van o no en el sentido estratégico de la construcción de la organización como partido revolucionario. Para que no sea un salto al vacío, por más vehículo que haya, hace falta una acumulación previa en materia de construcción partidaria. Hay infinidadde momentos en que se le plantea al partido esa posibilidad. Pero si no hay partido organizado previamente, es como querer tomar sopa con tenedor: no se puede aprovechar el momento constructivamente y los cientos o miles de simpatizantes potenciales se escurren como agua entre los dedos. En suma: el salto hacia las masas requiere de una acumulación anterior so pena de que, incluso si existe un vehículo para darlo, no se pueda concretar.
Aquí talla, en tercer lugar, la variación de las leyes de construcción en el caso del partido que se lanza a tener influencia de masas, que muchas veces lleva a estrellarse contra la pared. Se puede dar el caso de tener tanto el vehículo la acumulación partidaria necesaria. Pero es muy distinto el grado de politización de la militancia del partido de vanguardia, y muy distintos también los métodos de dirección, más “personalizados”, que caracterizan a la organización de vanguardia. Cuando el partido crece se hace “impersonal”; todo descansa en los cuadros, en el grado de educación que han recibido y en su capacidad de actuación autónoma, dentro de los parámetros de la política general de la organización. Esta acumulación de cuadros previa se transforma, entonces, en un elemento clave.
Además, el partido transformado ya, hasta cierto punto, en un hecho objetivo, tiene la tendencia a desarrollar intereses propios de una manera muy fuerte, lo que plantea el problema de que nunca se debe pensar el partido independientemente de la lucha de clases. Es el típico peligro del partido “grande”: considerarlo “un fin en si mismo”, tener miedo a arriesgar, desentenderse de los problemas de la sociedad y de la clase como si el partido pudiera construirse independientemente de la lucha de clases (el caso extremo fue el de la socialdemocracia alemana, caracterizada como un “Estado dentro del Estado”). Es decir, se debe establecer un correcto balance entre la vida interna del partido y su vida habitual, que está volcada, y no puede dejar de estarlo, al servicio de la lucha de clases. Volveremos sobre esto más abajo.
Veamos un cuarto problema: el de las “anclas” del partido, los contrapesos que debe adquirir para que las presiones sociales que comienza a ejercer una franja de las masas sobre la organización, con todos sus elementos de atraso político, no lo hagan desbarrancar.
Estas anclas son: el grado de politización de su núcleo partidario, su composición social, la autoridad de su dirección, las tareas a las que habitualmente se dedica (no es lo mismo que lo cotidiano sea la intervención en las luchas obreras a que su actividad básica sea la electoral), el armazón teórico-estratégico de la organización y su carácter internacionalista. Porque característicamente, y ligado dialécticamente a lo anterior, hay otro problema que es absolutamente clave: el grado de flexibilidad del partido en materia de nutrirse de lo mejor de la joven generación que entra a la lucha. Es decir: el partido debe dejar atrás toda inercia conservadora y lanzarse de lleno a intervenir política y constructivamente en la lucha de clases incrementada. Es aquí donde entra la capacidad de adaptación del partido, su flexibilidad revolucionaria, su capacidad de sacarse de encima toda inercia conservadora, toda estructura que no sea capaz de nutrirse de los impulsos revolucionarios de la realidad.
Y aquí hay otra exigencia más. En situaciones de ascenso de la lucha de clases, el partido corre el riesgo de quedar por detrás de la situación, tanto política como organizativamente, en vez de ser la vanguardia. Como decía Lenin en 1905: “‘Necesitamos aprender a ajustarnos a este completamente nuevo alcance del movimiento’. Esta adaptación a los eventos significa [dice Liebman, autor de esta cita. RS] que la distinción entre la organización y el movimiento, entre la ‘red horizontal’ y la ‘red vertical’, y, finalmente, entre la vanguardia y la clase trabajadora, comenzaba a hacerse más tenue” (Marcel Liebman, Leninismo bajo Lenin: 46).
Esto ocurre cuando hay un ascenso revolucionario: el partido debe sacarse de encima toda la inercia; revolucionarse junto con la clase. Hay, hasta cierto punto, y como ya hemos señalando, una inversión de los principios enunciados más arriba. Pero para que este salto no sea al vacío, el estadio de partido de vanguardia debe haber sido resuelto de una manera satisfactoria. El partido mantendrá su carácter revolucionario sólo si cuando se “fusiona” con las masas (como señala Lenin en El izquierdismo…) tiene firmes sus columnas vertebrales en tanto que organización revolucionaria. Ahí ya se estaría cerrando todo un círculo dialéctico que hasta ahora sólo el bolchevismo ha sido capaz de transitar satisfactoriamente, pero que seguramente tendrá nuevos capítulos en este siglo XXI.
5.3 La degeneración de la socialdemocracia alemana
“Detrás de todas las consideraciones [se refiere a la lucha de Rosa Luxemburgo. RS] se descubre siempre su necesidad de romper la estructura de autoabsorción del partido. Un problema de este tipo sólo podía plantearse dentro de un partido como el SPD, una organización de masas tan importante, disciplinada y legal como para crear un Estado dentro del Estado” (J.P.Nettl, “Sobre el imperialismo”, en El desafío de Rosa Luxemburgo).
La experiencia de la socialdemocracia alemana a comienzos del siglo XX es de enorme valor educativo para entender algunos de los problemas que se plantean a partir de la obtención de parlamentarios por parte de la izquierda. Desde ya que las diferencias entre ayer y hoy son siderales; sin embargo, un estudio crítico de los problemas de esta organización ofrece enseñanzas universales que se deben incluir en el debate estratégico.
La evolución del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) dio lugar a varios análisis al respecto, los más importantes llevados adelante por Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky. Sin embargo, tomado con los debidos recaudos, queremos retomar aquí aspectos del clásico trabajo de Robert Michels (1876-1936), Los partidos políticos, obra inspirada en el partido socialdemócrata alemán del cual fue miembro, aunque sus simpatías fueron luego hacia el fascismo encarnado por Mussolini.[29]
Su tesis refería a una supuesta “ley de hierro” que por razones “inevitables” llevaría a la burocratización de las organizaciones obreras. Veía en la división del trabajo dentro de la organización, y en la participación de los estratos dirigentes en las instituciones de la democracia burguesa, una tendencia “oligárquica” irrefrenable que no podía hacer otra cosa que burocratizar el partido.
Su enfoque se basaba en que la “masa explotada” nunca podría elevarse a la autoemancipación: siempre debería ser “dirigida” (y sustituida en el gobierno de los asuntos); era irremediablemente “incompetente”. Su visión no solamente era equivocada, sino reaccionaria hasta la médula: transformaba en “imposibilidad técnica” (es decir, naturalizada) lo que sólo era subproducto de determinados procesos históricos. Además, establecía una tesis esencialista contra las potencialidades de autoemancipación de los explotados y oprimidos que pocos años después tuvo el más rotundo mentís con la gesta inmensa de la Revolución Rusa (su obra data de 1911). En Michels la burocratización de las organizaciones obreras es un producto forzoso que se desprende de “invariantes” de base “técnica”. Como parte de las tradiciones de la sociología burguesa reaccionaria de la época (Mosca, Pareto, Weber[30]) y de los no menos reaccionarios referentes de la escuela de la “psicología de masas” (Le Bon), transforma en un a priori un resultado de determinadas circunstancias históricas: la burocratización de las organizaciones políticas de la clase obrera.[31]
Con Marx sabemos que en las sociedades de clase la división técnica del trabajo supone una división social del mismo, pero no tiene porque ser así en toda la historia. No hay nada que esté en la “naturaleza humana” que impida que la humanidad se pueda elevar a los más altos grados de desarrollo superando la división del trabajo, incluso en el terreno técnico mismo. O, por lo menos, que una nueva división funcional se ubique en parámetros que serían hoy impensables. Pierre Naville tiene señalamientos sugerentes en esta materia.
Por otra parte, es verdad que la dialéctica entre la base, los cuadros y los dirigentes, y los problemas de representación de la “voluntad popular” es compleja y cubre todo el período de la lucha por la revolución socialista y la transición, y es lo que da sustancia a la concepción de partido de Lenin, a la creación de organismos de poder, etcétera. Entre ellos, la problemática de la dictadura del proletariado.
Pero todos estos procesos son históricamente determinados y no remiten a ninguna esencialidad a priori; nada que no pueda ser superado en la experiencia de la lucha de clases; ningún fatalismo, ninguna clausura de las perspectivas históricas que reza que “la libertad de cada uno será la condición para la libertad de todos” (como quería Marx bajo el comunismo).
Sin embargo, si los presupuestos teóricos de Michels eran completamente erróneos, era muy agudo en la descripción de los procesos en obra. Queremos destacar dos aspectos. Uno, Michels acertaba cuando señalaba cómo el partido socialdemócrata, a medida que iba creciendo, sumaba elementos de conservadurismo: “La vida del partido (…) no puede ser puesta en peligro (…). El partido cede, vende precipitadamente su alma internacionalista y, movido por el instinto de autoconservación, se transforma en un partido patriota” (citado por Lipset en la introducción a Los partidos políticos, tomo I: 18). No es que todo partido, por el solo hecho de crecer, deba sumar elementos de conservadurismo, supuesta “ley de hierro” que nos condenaría a ser una secta. Ocurre simplemente que toda organización desarrolla hasta cierto punto intereses propios que hacen a la lógica misma de su construcción, y que hay que vigilar para que no se transformen en un fin en sí mismo, desligado de las razones últimas de su existencia: la lucha por la transformación socialista de la sociedad.
Veamos más de cerca este problema. El partido revolucionario es imprescindible para la revolución social, algo que atestigua toda la experiencia histórica. También es un hecho que si los revolucionarios no construimos el partido, no lo construye nadie; es lo menos “objetivo” que hay. Esto incluye, inevitablemente, que el partido deba tener su propia agenda y desarrolle inevitablemente los intereses de su propia construcción.
Pero hay que estar en guardia contra una derivación no deseada de esto: que el partido se termine separando de la realidad, se desentienda de sus fines, las necesidades y las luchas de la clase obrera: ser una herramienta al servicio de la lucha emancipatoria de los trabajadores.
Esa pérdida de sus fines, o una comprensión mecánica de su propia construcción como si se pudiera realizar entre cuatro paredes, de manera separada de la experiencia en el seno de la propia clase obrera, es lo que puede sumar inercias conservadoras si se pierde de vista que el partido es, en definitiva, una organización de combate por la transformación social.
Lenin, en su lucha contra los “hombres de comités” en la revolución de 1905, no decía otra cosa. Tampoco Trotsky cuando reiteradas veces insistía en el peligro de que el partido quedara por detrás de los desarrollos de la lucha de clases y, en vez de cumplir un rol de vanguardia, fuera un contrapeso conservador. Esto se hacía particularmente agudo en el momento de la insurrección cuando, como ley, era inevitable que surgieran en el partido elementos retardatarios, como ya hemos señalado.
En Michels (y otros autores como Nettl, biógrafo de Rosa Luxemburgo) hay otra observación sugerente acerca de la socialdemocracia alemana, cuando señala que se consideraba como un “Estado dentro del Estado”. Sobre la base de las presiones objetivas del crecimiento económico, y de una vida política puramente parlamentaria, esta concepción trasmitía la idea de una autosuficiencia que llevaba al conservadurismo y lo alejaba del carácter de partido de combate en las luchas de la clase obrera que la organización revolucionaria debe ser.
La idea del partido como un “Estado” trasmite una comprensión de totalidad, de un conjunto de relaciones políticas de la clase obrera ya resueltas en el partido como tal. Si el partido es un “Estado”, una organización “totalizada”, ¿para qué se va a molestar en transformar la realidad? Cualquier intervención en la realidad, en la medida en que supone riesgos, es vista como “peligrosa”, problemática, dañina. ¿Para qué arriesgarlo todo si el partido ya es una “sociedad dentro de la sociedad”, se “autoabastece”? De ahí a la adaptación conservadora al parlamentarismo había solo un paso, y el SPD lo dio.
En definitiva, las cuestiones de estrategia de los revolucionarios se plantean tanto en el terreno político como en el constructivo, como acabamos de ver. Cuestiones que se van a ir poniendo cada vez más al rojo vivo a medida que la izquierda revolucionaria vaya ganando posiciones entre la vanguardia obrera y más allá. Un proceso que parece estar ocurriendo en varios países; sin duda alguna, en la Argentina actual, entre otros, y al servicio del cual ponemos este ensayo, en primer lugar, para la construcción de nuestra corriente Socialismo o Barbarie y de cada uno de sus componentes.
Capítulo siguiente: Bibliografía
Capítulo anterior: El problema del poder
[27].- Este apartado es una versión corregida de uno del mismo nombre parte de nuestro texto “A cien años del ¿Qué Hacer?”, que publicamos nuevamente aquí porque hace a los objetivos de este ensayo.
[28].- A comienzos de 1920, a propósito del llamado “debate sobre los sindicatos” se dio una interesante discusión entre Lenin y Bujarin cuando el primero definió el carácter del estado proletario como “estado obrero y campesino”, y luego se corrigió definiendo que el estado obrero en la URSS era uno con deformaciones burocráticas. En cualquier caso, expresaba todos los problemas de “representación” planteados en el estado posrevolucionario y cómo el partido debía evitar “fusionarse” con él.
[29].- Su evaluación era que la democracia de masas era “imposible” y que una “ley de hierro de las oligarquías políticas” se imponía siempre, ineluctablemente. Michels fue del reformismo a la adoración de figuras carismáticas como Mussolini, llamadas a resolver desde arriba los problemas “irresolubles” de la democracia política.
[30].- Recordemos que Weber había hablando de la “jaula de hierro” a la que estaban sometidas las masas bajo el capitalismo, y que les imposibilitaba “orgánicamente” tomar en sus propias manos su destino.
[31].- En Los orígenes de la violencia nazi, Enzo Traverso plantea lo mismo que señalamos aquí: que en la base de su brillante análisis de la socialdemocracia alemana, Michels planteaba la supuesta “imposibilidad” de la clase obrera a emanciparse por sí misma.