Este trabajo es parte de La política revolucionaria como arte estratégico, 17 de mayo 2020
Responderemos ahora algunas preguntas sobre aspectos fundamentales de la transformación de la lucha de clases en guerra civil.
El siglo XX fue un “siglo de los extremos”: acontecieron las guerras, revoluciones y contrarrevoluciones más agudas de la historia humana (dejando a salvo todo el ciclo de la Revolución Francesa, que fue de una profundidad inmensa, así como inmensas sus enseñanzas que todavía tenemos pendientes –en nuestra corriente– volver a asimilar)[1].
Cuando escribimos sobre el siglo pasado, el más revolucionario y contrarrevolucionario de la historia humana, es, entre otras cosas, para transmitir la experiencia de la lucha de clases más extrema a las jóvenes generaciones.
Repasamos las grandes revoluciones y contrarrevoluciones del siglo pasado para extraer y recrear las enseñanzas dejadas por estas para las actuales generaciones; para ayudar a prepararlas en condiciones donde se avisora más contacto entre las clases, más choques, ni hablar en el mundo pos pandemia al cual vamos.
Una revolución es un hecho violento y sangriento. Y hay que recrear sus enseñanzas porque estamos entrando en un período en el cual el “fantasma de la revolución” está comenzando a hacerse ver al calor de la polarización de los desarrollos, de los Estados de excepción, del “panóptico digital” creciente, pero también de las rebeliones que crecen en el mundo.
De ahí que debamos prepararnos para enfrentamientos más duros, para una lucha de clases que, inevitablemente, va a ir radicalizándose en este siglo XXI “apocalíptico”. La lucha de clases está comenzando a “extremarse” y el partido y la corriente van a tener que aprender a moverse en “un quehacer más radicalizado”.
4.1 ¿Partido “procesual” o partido de vanguardia?
Al abordar las interrelaciones entre estrategia y partido hay que evitar el reduccionismo. Los fines deben presidir el debate estratégico; la política debe mandar en relación a los “momentos guerreros”.
Para los fines es imprescindible el balance. Sin el balance del siglo pasado es imposible volver a pensarlos. La teoría de la revolución debe presidir el debate sobre la estrategia. Porque antes del “cómo” de la estrategia, debe preguntarse primero el “para qué”; una estrategia para qué fines[2].
La construcción del partido se caracteriza por una dialéctica que muchos no comprenden. El partido se construye “tendencialmente”, no en línea recta: siempre en zig-zags. Es una enseñanza de Trotsky. El partido se construye por aproximaciones sucesivas: de izquierda a derecha y de derecha a izquierda; siempre en un desarrollo dinámico.
Y se construye siempre contra su “dinámica natural”, contra sus presiones. Si es un partido pequeño, contra el sectarismo; si es grande, contra el oportunismo; si está lleno de obreros, contra el sindicalismo; si está lleno de estudiantes, contra las presiones pequeñoburguesas. Y así sucesivamente: siempre contra las presiones que implica su construcción.
Porque el partido no es una “cosa”, no es un aparato, es una “relación social”. Es imposible pensarlo fuera de su interrelación con la clase trabajadora, con la juventud, con el movimiento de mujeres, con la vanguardia, con las clases en general, etcétera; todas determinaciones que meten presiones.
El revolucionario que se “casa” con una orientación, está jodido. El revolucionario no se ata a ninguna orientación en particular, en eso Lenin era de una profundidad impresionante. Trotsky era un estratega genial, pero Lenin era más concreto (ver a este respecto El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo)[3].
Ser concreto es difícil. El partido adquiere su fisonomía en una constante tensión contra sus presiones más “naturales”: Si tiene presión oportunista, hay que ir para el otro lado; si tiene tensiones sectarias, ídem.
El partido siempre tiene problemas hasta que al final ya no haya más partido y se disuelva en el comunismo… Mientras tanto, el partido nunca está construido del todo porque surge una presión tras otra; es un “organismo” vivo.
Es interesante estudiar la Revolución Rusa desde este punto de vista porque parecía (lo era, claro está) un partido grandioso el bolchevique… ¡Tomaron el poder! Pero después los problemas se les vinieron encima en forma dramática.
¿De dónde salieron estos problemas? De la realidad. Del hecho de que el partido no es, repetimos, una “cosa”; es una “relación social”: no puede pensárselo en abstracción de las condiciones a las que está sometido (en abstracción de la clase trabajadora y las demás clases).
El partido siempre está en tensión, es una cosa viva. Aprende en un mix de experiencia y asimilación crítica de las enseñanzas anteriores. El partido tiene que construirse, tiene que aprender de la lucha de clases. Nosotros tratamos de aportar en nuestro bagaje, nuestro andamiaje; nos paramos desde la teoría de la revolución y desde nuestro balance del siglo XX.
Ya acerca de la definición de “partido de combate”, es clásica, pero hay que problematizar qué quiere decir. Si fuera literal, deberíamos decir que somos de momento «partiditos de combate», porque «partido de combate» nos queda a todos todavía medio grande…
Es una definición correcta en términos generales: aspiramos a ser partidos de combate. Pero vamos a serlo realmente cuando combatamos más, cuando dirijamos más.
El partido es una correlación con la clase trabajadora. Más partido, más correlaciones; menos partido, menos correlaciones. Si se usara la definición de “partido de combate” para reducir la importancia de la política, sería un error, porque todas las definiciones vienen de la política, que es en definitiva nuestra vinculación con la clase.
Pero si se usa contra el reformismo, está perfecta. Porque el reformismo, las corrientes que incluso se dicen “socialistas revolucionarias” y tienden a reducir todo al juego institucional, están “comidas” –y carcomidas– por las solas elecciones y el sindicalismo, por el financiamiento estatal permanente de aparato; tienen presiones para dejar de ser, evidentemente, partidos de combate[4].
Los partidos que son “poco políticos” es porque, en definitiva, les importa poco la auto-emancipación de la clase obrera. Ven a la clase como una “cosa”, no como sujeto. Nuestro partido es “muy político” porque le importa mucho la clase, su auto-emancipación, darles herramientas a los trabajadores y trabajadoras en ese sentido.
Los grupos sectarios tienden a pensar el partido sin la clase. Hay muchas correlaciones ahí que tienen que ver con el “momento de la política”. Trotsky lo relata muy bien en su Historia de la Revolución Rusa, que es una verdadera escuela –¡una joya!– de política revolucionaria. Trotsky muestra cómo el desarrollo del partido bolchevique, imprescindible claro está, es una correlación con la clase trabajadora.
El partido revolucionario prueba su política en el “diálogo” con las masas, en el ida y vuelta con su experiencia, y este diálogo tiene que ver con su política, con el contenido de la misma. Los bolcheviques dijeron: «bueno, los campesinos piden la tierra que trabajan, así que listo, expropiación, reparto de las tierras». Hasta el programa les dictaron las masas a los bolcheviques, dicho exageradamente.
El partido, su política, se construye en un permanente ida y vuelta con la experiencia de las masas. El partido aporta la perspectiva histórica, el programa estratégico, el factor organizador político; las masas aprenden en la experiencia y le dan sustento a un proceso que, para ser verdaderamente revolucionario, debe ser de masas.
La revolución es un evento de masas, una conmoción que llega hasta las capas más profundas de los explotados y oprimidos. Y en esa “levadura revolucionaria” se construye el partido, la vanguardia, los organismos; se forja la organización revolucionaria y se disputa la dirección de los procesos; el partido les imprime su sello a los acontecimientos tanto como ellos le imprimen su sello al partido.
Son todas correlaciones políticas. El combate físico se sigue de estas relaciones políticas. Se va a combatir de manera distinta si se dirige un movimiento de masas que si se dirige un núcleo pequeño.
Por lo demás, el combate se sigue de algo que defender y/o conquistar, nunca es el combate por el combate mismo. Las “reglas del arte de la lucha” arrancan cuando tenemos ya plantado al “ejército” en el escenario.
Los grupos instrumentalistas amenazan con perder las correlaciones políticas, hoy pueden ser izquierdistas y mañana derechistas sin solución de continuidad, porque no hay correlaciones políticas, la lógica se hace puramente instrumental, se abstrae de sus fines[5].
Nuestro corriente se preocupa por las correlaciones políticas. Nos orientamos a ser un partido de combate, pero si alguna vez vengo a un plenario y digo «somos un partido de combate», échenme compañeros.
Porque para ser un partido de combate en regla hay que acumular experiencia, una experiencia que se adquiere junto a elementos reales de la clase, y además hay que tener una determinada envergadura.
Para ser un partido de combate hacen falta obreros y obreras reales, no se es partido de combate solamente con una juventud y una dirección básicamente intelectual-revolucionaria. Los trabajadores son más concretos.
Vamos a ser un partido de combate más real cuando tengamos más trabajadores, porque la clase obrera es práctica: al pan, pan, y al vino, vino. Somos organizaciones todavía muy juveniles que conocen de manera insuficiente a la clase trabajadora (aunque tenemos una acumulación histórica de experiencia, sin duda alguna, además de fuertes personalidades obreras en nuestra organización); son temas complejos.
Antes de terminar, algo más. Que planteemos que el partido significa una determinada correlación con la vanguardia y la clase no quiere decir que adscribamos a la concepción de partido como fenómeno “procesual”.
Hasta cierto punto el desarrollo del partido es un fenómeno “procesual” en el sentido de que no puede ponerse por encima, abstractamente, del proceso histórico en el cual está inserto. Pero esta definición tomada literalmente es abstracta y mecánica.
Con Lenin aprendimos no solamente que entre clase, vanguardia y partido hay diferencias, que hay sectores de vanguardia y de retaguardia, sino además que el partido, en su construcción, debe en cierto punto anticiparse a los desarrollos, apropiarse de toda la experiencia histórica acumulada para construirse.
Si el partido fuera solamente “procesual” llegaría siempre tarde a la cita de la historia. Porque para lograr hacer la revolución y tomar el poder, el partido tiene que estar en cierto modo “ya construido”.
Si cuando llegan las crisis revolucionarias y el doble poder el partido no está construido, nunca se encaminará hacia la insurrección, sería imposible: ¡sin partido revolucionario con influencia de masas no hay disputa del poder!
De ahí que una concepción puramente procesual del partido sea mecánica, pasiva, refleja, poco dialéctica. Marx decía que “el educador también debe ser educado” y es verdad: el partido se forja en la experiencia revolucionaria, se transforma al calor de ella como los trabajadores mismos.
Pero la educación del partido es una experiencia histórica total que se apropia de todas las enseñanzas de las generaciones anteriores; si el partido no está en su núcleo formado cuando lleguen los grandes acontecimientos, nunca podrá aspirar a dirigir la clase.
Y llegar “formado” en ese sentido es de una complejidad enorme que requiere haber pasado correctamente por todas las experiencias anteriores, haber llegado al estadio de una organización que acumule, al menos, miles y miles de militantes y que además tenga influencia no solo política sino orgánica en determinados sectores.
El bolchevismo lo logró porque ya entre 1912 y 1914 había alcanzado influencia de masas. Y aunque llegó desorganizado a comienzos de 1917, “rápidamente” (batallas de Lenin mediante) se reconstituyó.
La construcción revolucionaria aprecia el desarrollo como dialéctica, sabe ver todas las desigualdades, aprende de la realidad pero de una realidad que es histórica, que se anticipa a la jugada.
La idea de partido meramente “procesual” es refleja y pasiva; nuestra idea de partido es la clásica de organización de vanguardia, que se construye entre lo más avanzado de los trabajadores, las mujeres y la juventud; que busca construirse orgánicamente y lograr la representación política de sectores más o menos amplios para cuando los acontecimientos se extremen.
Algo dificilísimo, que es más fácil exponerlo que lograrlo, pero que nos caracteriza como organización de vanguardia.
4.2 “Guerra total” y “guerra absoluta”
Hay dos o tres cosas para decir en este punto. El concepto de “guerra total” captura un elemento real del siglo XX: las guerras del siglo pasado fueron “guerras totales”. Es un concepto empíricamente correcto, aunque política y teóricamente equivocado[6].
Descriptivamente, resulta correcto porque las guerras del siglo XX fueron guerras “monstruosamente materiales”; guerras industrializadas, afirma Traverso. ¿Se pueden imaginar que en una sola batalla de la primera guerra, en Verdum o el Somme, hayan muerto entre 500 mil y un millón de personas en cada una? Es monstruosa la proporción, las carnicerías que fueron esas batallas por ganar solo unos metros en el frente.
Eran guerras “totales” en el sentido de que eran guerras políticas, guerras militares y guerras económicas, todo a la vez. Este abordaje se puede leer en Traverso. Fueron guerras “totales” del capitalismo industrial.
Pero al mismo tiempo, el concepto de “guerra total” es un concepto equivocado, militarista. La guerra total (Die Total Kriege) fue una obra de Erich von Ludendorff (publicada en 1936, su autor falleció en 1938); él y Paul von Hindenburg fueron los dos generales alemanes más importantes de la Primera Guerra Mundial, estuvieron a cargo del Estado Mayor en la segunda mitad de la contienda.
El libro de Ludendorff es una crítica explícita a Clausewitz. Afirmaba que Clausewitz era un “idiota político” y que lo fundante es la guerra… La política no sería más que una expresión derivada de la guerra. Lo fundante es la guerra permanente, y la paz “sólo un momento entre dos guerras”.
Se trata de una definición absolutamente unilateral y opuesta al concepto clausewitziano de “guerra absoluta”. La guerra absoluta es una idea teórica, un “concepto límite”, un “tipo ideal” que sirve para explicar un aspecto real del fenómeno guerrero (pero sin olvidarnos de que la guerra real está siempre limitada por la política).
Clausewitz enseña que la guerra es parte de un todo y ese todo es la política. En Lundendorff es exactamente al revés –exactamente como en las concepciones antiguas de la guerra–: el todo es la guerra…
El duelo es el “tipo ideal” de la guerra llevado hasta el final pero que nunca existe en la realidad. Es el tipo ideal porque es la guerra llevada sólo por su propia lógica física del enfrentamiento: uno de los contendientes tiene que morir.
Pero ninguna guerra real es puramente física. En el Frente Oriental, como ya hemos visto, la orientación del nazismo fue de “guerra absoluta”, una guerra de exterminio. Prácticamente no tuvo “política de alianzas” y así le fue[7].
El nazismo fue un fenómeno muy complejo, tan o más complejo que el estalinismo. En realidad, el estalinismo fue más complejo, pero el nazismo se las trae también como fenómeno político-social[8].
El nazismo fue la expresión de un capitalismo imperialista de Estado que, llevado por una lógica de radicalización creciente y dramática, llegó a extremos que ningún otro fenómeno capitalista alcanzó.
Era capitalista, pero implicó una lógica de esclavización y barbarie que en cierto modo iba más allá de las fronteras del capitalismo (más allá del mero trabajo asalariado, aunque en su discurso ante los empresarios en junio de 1944 Hitler les prometió que una vez ganada la guerra se volvería al libre mercado; Memorias de Albert Speer[9]).
¿Qué alianzas iba a forjar así? Hitler terminó en una “guerra absoluta” para la cual no tenía condiciones (Italia era una potencia de segundo orden y la alianza con Japón era más bien “táctica”; no se conoce que hayan podido tener una colaboración real durante la contienda. Cada potencia se dedicó a su área de influencia de manera bastante independiente, amén de que a Japón también le faltaba envergadura para ser una gran potencia).
Como ya hemos señalado, producto de la burocratización de la ex URSS y la tragedia de la colectivización forzosa, cuando los tanques nazis entraron en Ucrania occidental los recibieron con rosas…
Pero Hitler se negó a cualquier alianza con los eslavos «subhumanos». Las poblaciones que los habían recibido como “liberadores” se dieron vuelta. Su concepción del Frente Oriental fue la de Ludendorff: guerra total “apolítica”.
La colectivización forzosa a comienzos de los años ’30 fue una contrarrevolución social. Trotsky habló en un inicio de la colectivización agraria como una “revolución complementaria”, pero a medida que pasaba el tiempo fue tomando consciencia de sus verdaderas características, de la tragedia que implicó la hambruna (Holodomor).
Deutscher la caracterizó como una “revolución desde arriba”… En realidad, la expropiación forzosa de los campesinos fue una contrarrevolución que afectó a todas las capas del campesinado, no solamente a los sectores acomodados.
No solamente fue una medida forzosa, contra su voluntad, sino que la estatización de las tierras a la que dio lugar nunca fue una herramienta de desarrollo real de las fuerzas productivas; el campo languideció durante décadas.
Por lo demás, el excedente y rentas apropiadas fueron a parar a manos de la burocracia y no de los explotados y oprimidos. De ahí en más, y por varias décadas, la ex URSS se caracterizó por la escasez y las grandes colas en los puestos de venta de bienes de consumo[10].
Hitler no supo aprovechar la circunstancia porque no tenía política de alianzas; lo suyo era el exterminio. ¿Cómo un Estado totalitario de esas características iba a tener política de alianzas? Era imposible.
La “guerra total” del nazismo fue un fracaso colosal que les costó la vida a 60 millones de personas, una carnicería como ya hemos dicho. No pudo imponerse porque el elemento militar jamás es totalmente independiente de las correlaciones políticas.
Como venimos señalando, el concepto de “guerra total” refleja descriptivamente un fenómeno real expresado en las guerras industrializadas –¡hoy ya serían cibernéticas!– del siglo XX[11]. Pero analíticamente es falso. La guerra no funciona, no puede funcionar con independencia de la política: “(…) Franz Mehring, añadiendo nuevas ideas a la fórmula de Clausewitz, escribe: ‘La guerra es una explosión (Entladung) de contradicciones históricas que se han agudizado a tal punto que ningún otro medio está disponible para su solución, ya que no hay juez en una sociedad de clases que pueda decidir por medios jurídicos o morales aquellos conflictos que serán solucionados por las armas en la guerra. La guerra es, por lo tanto, un fenómeno político y no jurídico, moral o penal. La guerra no se conduce para castigar a un enemigo por culpas supuestas o reales, sino con el fin de romper su resistencia a la prosecución de intereses propios. La guerra no es una cosa en sí misma, que posea su propia meta, es parte orgánica de una política a cuyas conjeturas permanece unida y a cuyas necesidades tiene que adaptar sus propios logros’ ” (Mehring citado Mandel, 1991, 56).
Este es, precisamente, el concepto de la guerra que tiene Clausewitz: la guerra es la continuidad de la política por otros medios. Un concepto dentro del cual la guerra absoluta es una de sus tendencias: la tendencia hacia los extremos en el enfrentamiento físico, que queda parcialmente inhibida en las guerras reales[12].
Stalin afirmaba que Lenin reivindicaba a Clausewitz porque “no entendía de la guerra”… Después de la Segunda Guerra Mundial salió bien librado. Es largo para contarlo pero la invasión nazi de julio de 1941 (Operación Barbarroja) lo agarró completamente desprevenido al punto que se pasó diez días encerrado en su casa y callado… tuvo que salir Molotov a hablarle a la Nación. Recién después vino su famoso discurso donde llamó a “defender a la Madre Patria”.
Entre junio y diciembre de 1941 la URSS perdió tres millones de soldados. La mayor parte fueron tomados prisioneros y Hitler los dejó morir literalmente de hambre. No volvió casi nadie a Rusia y los que volvieron, fueron mirados de manera sospechosa y muchos enviados al Gulag; una tragedia inaudita.
Rusia tuvo 26 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial; cargó con la mitad de las pérdidas de toda la contienda.
La desmentida de Stalin a Clausewitz es ridícula. Como afirma Pierre Naville, el Frente Oriental demostró la justeza de las concepciones de Clausewitz: la fortaleza de la defensa, el carácter primordialmente político del enfrentamiento militar, etcétera.
4.3 Stalingrado, defensa, retiradas y ataque
Sobre el problema de la relación entre lo político y lo militar, sobre el carácter subordinado del conflicto militar al conflicto político, y al revés, sobre el pasaje del enfrentamiento político al terreno de la lucha física, ya dijimos lo suficiente.
Sin embargo, queremos insistir en que si bien el elemento militar está subordinado al político, sería un crimen diluir su especificidad: la guerra tiene sus propias leyes, debe ser llevada adelante dentro de lo implacable que significa el enfrentamiento físico y su tendencia a los extremos, el hecho de que se pone directamente en riesgo la vida humana y el herramental de guerra además de la población civil.
La guerra es el momento cuando las relaciones políticas se saldan de manera abierta e irreductiblemente física, y si diluimos su especificidad estamos muertos, quedamos desarmados.
Así como Trotsky afirmaba que en la guerra civil se rompen todas las reglas de solidaridad entre las clases, hay que insistir, con Clausewitz, en que la guerra es un conflicto social resuelto de manera sangrienta; si hay guerra, hay sangre, no hay cómo evitar esto.
Asimismo podríamos decir que existen cierto momento, precisamente, las guerras civiles, donde guerra y política se funden y tienden a convertirse “en lo mismo”: los enfrentamientos físicos de clases, las masacres contrarrevolucionarias, la insurrección, las guerras civiles propiamente dichas, etcétera.
De ahí también que muchas de las enseñanzas de Clausewitz se puedan aplicar a la política. Es que como ya hemos dicho en otros lados, la fórmula de la guerra como continuidad de la política es reversible: la política es la continuidad de la guerra de clases que se sustancia cotidianamente bajo el capitalismo y que cuando llega al enfrentamiento armado abierto no admite concesiones, so pena de ser derrotado.
Esto lo explica muy bien Trotsky, y con toda crudeza, en Su moral y la nuestra, donde insiste en que la guerra civil tiene sus propias leyes implacables y que si no se lleva adelante en el marco de esas guerras objetivas se amenaza con la derrota de la revolución.
Si el enemigo fusila a combatientes nuestros y nosotros no fusilamos a los de ellos, vamos a quedar como pusilánimes y débiles; el campo adversario aparecerá más fuerte y más implacable que nosotros.
Durante la contienda se hacen valer una serie de “leyes objetivas” que si no se las tiene en cuenta, si se las asume de manera “humanista” podrían condenar la revolución.
Dediquémonos nuevamente a la cuestión de la defensa y el ataque. El problema es que por más “cursos teóricos” que se hagan, si no se participa de enfrentamientos físicos reales, se podrá ser un gran “filósofo de la guerra”, el partido podrá serlo, ¡pero inevitablemente renguearemos en materia del pasaje práctico a la lucha física!
El problema es ese: la lucha física, el “pasar a los bifes”, es un aprendizaje que se hace en la experiencia. El curso trata de prepararnos para eso, pero no puede sustituir la experiencia práctica en el terreno[13].
Clausewitz era un militar que rompía con el sentido común: ¿a quién se le podía ocurrir que la defensa fuera más sólida que el ataque? Destila agudeza, “un raro sentido común” como le señalara Engels a Marx.
Clausewitz tenía esa capacidad de romper con los lugares comunes. La crítica de Stalin a Lenin y a Clausewitz era una estupidez, porque la batalla de Stalingrado –y toda la primera larga etapa del Frente Oriental– fue una guerra defensiva de desgaste que terminó en una contraofensiva tremenda[14].
Si el Ejército Rojo no se hubiera aguantado la presión del VI Ejército de von Paulus durante tantas semanas, si no lo hubiera machacado y debilitado, si no hubiera ganado tiempo para preparar una contraofensiva con las reservas estratégicas –otro concepto de suma importancia que en este texto no podemos abordar–, dicha contraofensiva nunca hubiera existido.
La historia del Frente Oriental es una historia de pérdida de millones de soldados y divisiones en los primeros meses de la guerra, de aguante defensivo en Leningrado (cercada por casi 4 años por los nazis), de aguante y contraofensiva en Moscú, de traslado del grueso de la industria detrás de los Urales, toda una historia de defensa y de desgaste que confirmó a escala monumental las intuiciones de Clausewitz.
El problema es que las jóvenes generaciones conocen poco la historia. En Stalingrado, Hitler se negó a retirar la sexta división de von Paulus y perdieron 300 mil soldados. Stalingrado estuvo a punto de caer y sin embargo el Ejército Rojo ganó esa batalla histórica y dio vuelta el curso entero de la guerra.
En fin, ¿por qué es tan sólida la defensa? Por lo señalado anteriormente: la ofensiva carga con el peso de romper el movimiento inercial. Por ejemplo, en Stalingrado, la inercia de las cosas, el hecho de que “la ciudad es mía y ustedes tienen que asaltarla”, por así decirlo. “Nosotros la conocemos y ustedes no”; “estamos parapetados y ustedes tienen que ir al descubierto”.
Incluso los bombardeos que hicieron en los primeros meses con la Luftwafe fueron contraproducentes porque al reducir la ciudad a escombros, paradójicamente, le fue más fácil al Ejército Rojo defenderla y más difícil para los tanques alemanes desplazarse.
La defensa fue casa por casa, calle por calle, pieza por pieza, en los ductos, en los sótanos. Stalingrado era alargada y los nazis ocuparon las dos terceras partes de la ciudad (su nombre actual es Volgogrado). La ciudad está en la ladera del Volga, que es un río importantísimo, y fue ahí, en esa delgada línea donde detuvieron a la Wehrmacht; el Volga era clave porque desde el lado oriental llegaban los abastecimientos al Ejército Rojo[15].
Una cuestión clave en las guerras –al menos las de tipo territorial como la Primera y Segunda Guerras Mundiales– es la logística. Cuanto más lejos se está de la base, peor; cuanto más largas las líneas de abastecimiento, peor. El Ejército Rojo era de base popular, atención: no era lo mismo la base del ejército ya estalinizado, que su dirección[16].
El Ejército Rojo era popular y las tropas destilaban un entusiasmo terrible (Vasili Grossman). Rodean y revientan el VI Ejército de von Paulus. Lo ponemos como ejemplo para que se vea que la defensa tiene menos gastos que el ataque.
Una cuestión opuesta a la defensa es la retirada, no tiene nada que ver con la defensa. La retirada es malísima porque deja al ejército desguarnecido frente al empuje del enemigo, no es fácil organizarla para que sea en orden. Y esto es así incluso cuando se trata de la policía viniéndose encima de una columna partidaria en retirada en medio de un enfrentamiento.
Cuando uno se retira sufre el “machaque” de las fuerzas represivas. Crece el temor. Puede haber simpatizantes que salgan corriendo, un comportamiento que es de lesa actitud militante. La retirada es desorganizadora pero, por eso mismo, el desafío más elemental es retirarse en orden.
Esto pasa incluso, repetimos, con las columnas partidarias frente a la represión. Cuando hay que retirarse en medio de la represión es siempre problemático. La defensa es una cosa, se “aguantan los trapos”; la retirada es otra, las fuerzas del orden te salen a perseguir -aunque hay momentos en los cuales no queda otra, hay que retirarse-.
Cuando la policía ve que la columna partidaria o sindical se empieza a retirar, multiplica la represión: sale al ataque, a apalearte y dispersarte y a meter presos a compañeros y compañeras; a meter miedo.
¡Es difícil hacerla ordenada, pero hay que hacerla ordenada! ¡Jamás hay que correr sino retroceder lentamente mirando de frente a la policía! Esa es la enseñanza número uno: la retirada debe ser en orden, caminando de espaldas, mirando de frente la represión sin jamás asustarse, darle la espalda o perdiendo el temple.
El equipo de “cultura” tiene que ayudar a aguantar en la última línea; los compañero/as tienen que retroceder ordenadamente, sin desbandarse. Si se hacen las cosas bien, si se evita asustarse aunque haya heridos, se reducen los daños a lo mínimo. Hay que retroceder caminando para atrás y mirando para adelante a los milicos.
Aquí cabe otra enseñanza fundamental que ya señalamos más arriba: la defensa es conservadora. Sin ataque no se toma el poder, no se quiebra el movimiento inercial, no se rompe el status quo.
Por eso alerta Trotsky: ojo, muy linda la defensa de Clausewitz, pero con la defensa sigue gobernando Kerenski; hay que pasar al ataque. La que gobierna es la burguesía, por lo tanto hay que pensar en el ataque, la ciencia y arte de la insurrección.
Lo de Clausewitz es genial pero no resuelve todo el problema, porque si nos quedamos sólo en la defensa no podemos disputar el poder; si se deja pasar el momento, se entrega la revolución.
Trotsky insiste en que los tiempos en política son fundamentales: la “estrategia de la espera” es el camino de la derrota. La ciencia y el arte de la insurrección es la apreciación científica y “artística” de que este es el momento de lanzarse al poder.
Y la disputa del poder es por definición, por su contenido, ofensiva. El que tiene la ventaja de la defensa es el que detenta el poder. Aunque atención que, como fue en el caso de Kerensky, ya no era más que una mera apariencia de poder…
La defensa y el ataque son proporciones relativas, no hay que casarse con una ni con la otra, son “tácticas” adecuadas a cada circunstancia. Pero cuando las condiciones políticas están reunidas, no ir al ataque es traicionar la revolución (la insurrección no es algo táctico sino de principios cuando las condiciones están).
Tampoco hay que casarse con la “guerra de movimientos” (amplios desplazamientos) o con la “guerra de posiciones” (trincheras); en eso era esquemático Gramsci[17]. Porque jerarquizando la “guerra de trincheras” –en realidad lo proponía para una situación bajo el fascismo– se ataba a un tipo de guerra que era la del Frente Occidental de la Primera Guerra Mundial, donde se habían cavado trincheras fijas y el frente quedó inmovilizado por casi 4 años.
Sin embargo, Gramsci se olvidaba del Frente Oriental de dicha Primera Guerra, donde sí habían ocurrido grandes desplazamientos de tropas.
La Segunda Guerra Mundial, en todo caso, es más reciente y conocida y la realidad es que en gran medida fue una inmensa guerra de movimientos, más allá de que los aspectos defensivos tuvieran mucho peso en determinados momentos y frentes de batalla.
La enseñanza correcta es que ataque y defensa son tácticas; cada una tiene sus ventajas relativas dependiendo del momento. Los gastos de la ofensiva se pueden entender con el concepto de fricción; pero sin ofensiva no hay revolución triunfante.
[1] Los bolcheviques se formaron estudiando críticamente las lecciones de la Revolución Francesa. Nuestras generaciones se han formado estudiando -más o menos sistemáticamente- la Revolución Rusa. Pero tenemos atraso en volver a encarar un estudio comparado serio de las dos más grandes revoluciones en la historia de la humanidad (sin olvidarnos de la Revolución China con sus especificidades; ver a este respecto China de 1949: una revolución campesina anticapitalista).
[2] A modo de ejemplo de cómo los fines deben presidir la estrategia, no se sabe qué quieren decir categorías como «revolución proletaria pasiva» atribuida a los países del Este europeo donde fue expropiado el capitalismo a la salida de la Segunda Guerra (PTS). Una revolución proletaria que sea “pasiva” es una contradicción en los términos.
Por lo demás, nadie en el trotskismo –incluso en sus sectores más oportunistas– definió dicho evento de esa manera. En general, se habló de un proceso de “asimilación estructural” a las formas que tenía en ese momento la ex URSS.
Utilizar el concepto de “revolución pasiva” para la revolución proletaria nos parece un error. Porque en ausencia del protagonismo de la clase obrera, la estatización de los medios de producción da lugar a un Estado burocrático, no uno proletario.
Es interesante cómo Mandel presentaba ya en 1986 una apreciación más realista: “Desde el punto de vista de los intereses de largo plazo de la clase obrera, sin mencionar por supuesto lo del socialismo mundial, habría sido preferible que las masas de Rumania y otros países de Europa oriental hubieran sido capaces de liberarse a sí mismas mediante sus propias formas de lucha”. La “revolución desde arriba” de la burocracia soviética dejó un horrible legado político que marcó profundamente la situación de la posguerra, no sólo en esta parte de Europa sino en todo el mundo” (1991, 169).
El PTS es una corriente que discute los medios para la acción –lo que en sí mismo está muy bien– pero jamás los fines. Y no pueden discutirse los fines en el siglo XXI sin discutir el balance del siglo pasado. Hubo un problema terrible en el siglo XX: la contrarrevolución estalinista. Y antes –o al mismo tiempo– de discutir los medios para la acción tenemos que discutir los fines: las razones de tu acción; eso conforma tus medios.
El PTS se ha negado a discutir la razón de ser de nuestra acción y se les nota en todo; son una corriente de un instrumentalismo monumental. Cuando van al terreno, se desequilibran. Lo suyo es pura “maniobrística”: la reducción de la política a la maniobra (lo que adelanta peligros de comportamientos sin principios y/o oportunistas).
[3] Hay corrientes que se atan siempre al frente único por ejemplo. Y está mal, porque cualquier orientación, cualquier táctica, está determinada por las condiciones de tiempo y lugar; son concretas, hacen a las circunstancias y también a las dimensiones del partido. Por eso no hay esquemas que valgan sino criterios para las distintas situaciones determinadas.
[4] Pensamos a este respecto de la crisis y división del Partido Obrero de la Argentina, aunque su crisis tenga raíces mucho más profundas en la falta de todo balance crítico de las revoluciones en el siglo pasado.
[5] Dichos fines mandan en la conquista del reclamo y la construcción del partido en el proceso de esa lucha.
[6] Cerrando este texto en plena pandemia, hay que decir que el marxismo revolucionario clásico reflexionó poco y nada sobre la gripe “española”. No recordamos un texto de Lenin, Trotsky, Rosa o Gramsci o algún otro gran revolucionario como Rakovsky o Mariátegui al respecto. Quizás sea nuestra ignorancia pero, en todo caso, la época que estamos viviendo en este siglo veintiuno ya es, seguramente, de grandes crisis, guerras, revoluciones, contrarrevoluciones y pandemias globales producto de la afectación capitalista de la naturaleza; el gran tema y la gran conmoción que estamos viviendo hoy, conmoción que quizás esté forjando la gran situación revolucionaria mundial que está por delante (al estilo de la definición de Lenin en 1915 durante la Primera Guerra Mundial).
[7] En cualquier caso, como ya vimos, el Frente Oriental fue también una “guerra política”: la guerra civil de mayor magnitud hasta la actualidad (aunque haya sido una guerra entre Estados no fue sólo eso, fue una guerra contrarrevolucionaria con elementos “clasistas” por así decirlo).
[8] Por nuestra parte, si bien hemos estudiado sobre el nazismo, no creemos ser “especialistas” en el tema ni nada parecido. Sí hemos pensado y escrito bastante sobre el estalinismo, uno de los temas que más nos apasionan.
[9] La Alemania nazi llegó a tener 8.000.000 de trabajadores forzados dentro de sus propias fronteras en el momento culminante de la guerra, por no olvidarnos de los campos de exterminio, que iban más allá del carácter de exterminio de la guerra en el Frente Oriental.
Nahuel Moreno se pasó de rosca en la caracterización de la Segunda Guerra Mundial cuando hablo de “guerra de regímenes”, pero sin embargo tuvo sensibilidad respecto de lo atípico en varios aspectos de esa guerra respecto de la primera (citar nuestro artículo).
[10] “Los líderes albergaban la esperanza de que los campesinos pagaran la mayor parte de los costos de la industrialización (…) Pero esta esperanza se frustró y la población urbana debió soportar una parte considerable de la carga. La colectivización resultó ser un proyecto muy costoso (…) Los resultados fueron la escasez de alimentos, el racionamiento y la superpoblación de las ciudades y, en 1932 y 1933, una hambruna desbastadora en las principales regiones cerealeras del país. Aunque la hambruna fue una condición temporal, la escasez de alimentos y de todo tipo de bienes de consumo no lo fue. Los marxistas esperaban que el socialismo generara abundancia. Sin embargo, bajo las condiciones soviéticas, el socialismo y la carestía estaban estrechamente vinculados” (La vida cotidiana durante el estalinismo. Cómo vivía y sobrevivía la gente común en la Rusia soviética. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2019, pp. 19). Está claro que no se trató de “socialismo” en modo alguno, pero la escasez fue una realidad documentada por autores de todas las tendencias.
[11] Efectivamente, una guerra generalizada hoy sería cualitativamente más destructiva que la segunda guerra dado el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y destructivas a comienzos de este nuevo siglo. Una guerra regida por ordenadores, atómica, con un nivel de destructividad potencial inimaginable propio de la barbarie capitalista contemporánea.
[12] Mandel publicó en 1985 un libro muy valioso: La Segunda Guerra Mundial. Si bien Traverso lo critica porque de alguna manera se le pierde el carácter de guerra de exterminio en el Frente Oriental y sobre todo el exterminio judío, de todas maneras Mandel acierta en retratar la Segunda como una “guerra total” pero también como una guerra política, dando lugar a una serie de reflexiones estratégicas de interés.
[13] Tal cual el aprender a pelear con otro. En el medio estudiantil esto no es muy común pero si lo es entre los trabajadores o en los barrios populares: ¡hay que saber agarrarse a piñas si no se quiere pasar por estúpido!
[14] Atención que el Frente Oriental fue el mayor teatro de guerra que haya existido en la historia hasta el momento.
[15] Hay una película de unos años atrás, hollywoodense, que sin embargo pinta muy bien lo que fue la batalla de Stalingrado: “Enemigo a las puertas”.
[16] Durante la guerra se distendieron en parte los elementos más “totalitarios” del régimen; soplaron ciertos aires de libertad que inmediatamente fueron eliminados cuando concluyó la contienda (Vasili Grossman).
[17] Colocamos esto a título sólo ilustrativo porque cada guerra tiene, en cierto modo, sus propias leyes. Con las guerras pasa siempre lo mismo: cuando se estilizan en los manuales militares las guerras que acaban de ocurrir, los manuales quedan obsoletos porque cada guerra tiene rasgos que le son propios, comenzando por la situación general de la economía y el mundo en el cual se desencadenan, el desarrollo de la tecnología, etcétera.