“Protege tu trabajo y libertad. No al comunismo”. “¿Sabes que el voto en blanco le suma al comunismo?”. “El socialismo nos lleva al comunismo”.
Esos son algunos de los mensajes que se le imponen a la vista por inmensos carteles de neón en las principales calle, rutas y avenidas de Lima. La segunda vuelta electoral en Perú no ha sido barata. Si tuviéramos acceso al presupuesto de esos carteles sin duda veríamos cifras con unos cuantos ceros. Los millonarios y el establishment político peruano se han encolumnado detrás de la hija del ex dictador.
Las encuestas comenzaron dándole una clara ventaja a Pedro Castillo por encima de Keiko Fujimori. Hace ya más de un mes que esa diferencia se ha hecho día a día más y más corta, hasta entrar ahora en un empate técnico: parece que cualquier cosa es posible este domingo.
Las cosas no podrían ser más diferentes respecto a la elección de meses atrás. Allí, reinó la rutina y la apatía, el desgano. Los votos se fragmentaron en 18 candidatos, todos con bajos o muy bajos porcentajes. La crisis del sistema político peruano, su falta de legitimidad, derivó en una elección en la que millones de personas parecían simplemente aburridas de tener que ir a votar. De todas formas: ¿Qué diferencia podía haber?
Hoy, las pasiones están encendidas, la tensión del aire se corta con tijeras. El presidente saliente lanzó un mensaje que es una temerosa advertencia: “Hago un llamado a toda la ciudadanía para que tan pronto termine la jornada electoral mantengamos la serenidad y esperemos los resultados oficiales de las autoridades electorales. Invoco especialmente a los candidatos y a sus organizaciones políticas a respetar escrupulosamente la voluntad del pueblo expresada en las urnas”. Cuando se aclara lo que normalmente no debería ser necesario aclarar, algo fuera de lo común está pasando. Sagasti le teme al lunes post-electoral, y no por motivos mundanos de contabilidad semanal y laboral.
La campaña del miedo encabezada por Keiko Fujimori, la polarización extrema entre el rechazo al legado de su padre y el conservadurismo político, nos muestra una forma ideológica distorsionada. En el arte abstracto de las campañas políticas; la hija y los funcionarios de un ex dictador asesino son ahora la muralla defensora de la “democracia y la libertad”, un candidato que se corre de la moderación a la extrema moderación es la encarnación del fantasma comunista. Toda mentira es verdad y toda verdad es mentira.
En medio de la enmarañada telaraña de consignas del miedo y fake news, se impone un slogan popular concreto, libre de mentiras ideologizadas por la derecha: “Fujimori Nunca Más”.
Una elección de alcance regional
Los gobiernos de toda la región miran hoy a Perú. Mientras Evo Morales ha hecho pública sus simpatías por Castillo, el golpista venezolano Leopoldo López llegó a Lima para una nada disimulada participación en la campaña electoral por Keiko.
Es que, entre rebeliones y elecciones, el mapa político del Cono sur latinoamericano se está re dibujando.
Las dos primeras décadas del siglo fueron las de la hegemonía “progresista”, que con mucha frase de integración regional, impuso un nuevo “contrato” entre los estados y las masas populares: uno de concesiones económicas y políticas. Su estancamiento y retroceso le abrió paso a una ofensiva de derecha. Las burguesías de la región consideraron que era momento de volver a la normalidad y terminar con los “compromisos”. Bolsonaro, Macri, Añez fueron los nombres propios de esa ofensiva reaccionaria, que tuvo también un efecto colateral no deseado: radicalizó a porciones de las clases medias reaccionarias, capaces hoy de ejercer una presión callejera que hace cinco años les era imposible.
Macri intentó imponer un giro reaccionario a las relaciones políticas argentinas, pero fue derrotado por las jornadas de diciembre de 2017. El golpismo boliviano duró un corto año en el poder: hoy sus mejores representantes están presos. Bolsonaro sigue siendo una tenaz amenaza, gobierna el país más grande de la región sin preocuparse por el respeto a las “instituciones”. En Ecuador, Lasso intenta de todas las maneras posibles no parecerse a ninguno de los anteriores, ensayando incluso algunos gestos “progresistas” pese a ser un gobierno claramente conservador y neoliberal.
Pero el retorno del peronismo y el MAS al poder tiene marca de época: su gestión es claramente más conservadora que la de una década atrás. En Brasil, el PT se preocupa día a día por respetar la “institucionalidad” encabezada por el presidente más reaccionario del país desde la dictadura militar. En Venezuela, los restos de lo que supo ser el chavismo se encuentra hundido en una crisis tan profunda que es difícil imaginar cuál será su desenlace.
Mientras los países que fueron parte de la “ola progresista” se debatían entre progresismos debilitados y una derecha a la ofensiva, los emblemas de la continuidad conservadora regional sienten el piso temblar por terremotos populares. Del profundo subsuelo de Chile y Colombia han brotado a la superficie rebeliones que ponen todo en cuestión. Si en el primero las masas populares parecen haber puesto un primer gran condicionamiento al régimen político, en el segundo todavía está en plena disputa el destino del país.
La pandemia vino a echar combustible a un incendio ya muy extendido. La polarización social no ha parado de crecer: mientras millones son lanzados a la miseria por el capitalismo, las clases medias reaccionarias están más furiosas que nunca por las restricciones sanitarias, a las que identifican muchas veces con el “comunismo” o el “populismo”.
Así, en medio de este equilibrio de fuerzas profundamente inestable, Perú está parado en un alto y delgado muro: en estos días puede caer hacia cualquiera de los dos lados. Un triunfo de Keiko serían excelentes noticias para Bolsonaro, Duque y Piñera; uno de Castillo para los gobiernos argentino y boliviano.
De la fragmentación a la polarización extrema
El personal político de la democracia capitalista peruana es uno débil e inestable. Raras veces un presidente ha logrado concluir su mandato, mucho más frecuentemente ha terminado procesado o preso luego de abandonar el poder. La crisis permanente entre poderes ha hecho de todos los últimos gobiernos una pobre caricatura de poder. El actual presidente, Sagasti, lo es gracias a que no terminaron su mandato nada menos que tres presidentes antes que él: uno electo, otro un poco, el último impuesto por el parlamento.
El hartazgo y el desánimo hicieron que buena parte de quienes podían votar en la primera vuelta de las elecciones no lo hicieran, los demás dejaron una dispersión completa de porcentajes y poco entusiasmo. Pero la crisis política del país ha sabido hacer un interesante juego histórico: llegaron a segunda vuelta los candidatos menos institucionales, los menos orgánicos del régimen que los puede llevar al poder.
De un lado; un docente, campesino e indígena venido de la profundidad del suelo popular; del otro, la hija de un ex dictador rechazada por décadas por el personal político capitalista “democrático” pero con buenos vínculos con altos funcionarios del estado y los grandes empresarios. El contraste es evidente.
El solo origen de Castillo fue suficiente para que el establishment peruano (político, empresarial y mediático) sintiera terror pánico. Ni sus promesas ni su política efectiva les dan motivo alguno para temer realmente, pero su origen de clase y étnico parece ser suficiente. Los “indios” del interior profundo no están para gobernar sino para trabajar de la cuna a la tumba. Cualquier político advenedizo, no reconocido como uno de los propios, con el que tener que negociar y establecer acuerdos, cualquier impuesto mínimo más o menos progresivo, una reforma mínima de su sistema de poder: todo esto es “comunismo”. Las primeras víctimas de su campaña del miedo son ellos mismos, que tienden a creerse sus propias mentiras palabra por palabra.
Keiko Fujimori representa al régimen y los funcionarios que impusieron a sangre y fuego la “estabilidad” del país y el neoliberalismo de los 90’. Alberto Fujimori llegó a la presidencia de Perú en 1990 en oposición al régimen conservador “democrático”, se impuso a las elecciones de manera inesperada y fulminante por un masivo “voto castigo”. Mientras los “políticos” lo miraban con desconfianza, se ganó rápidamente el apoyo de los grandes empresarios, medios de comunicación y las fuerzas armadas al imponer una dictadura autoritaria que garantizó sus intereses mejor que ningún otro.
El fujimorismo disolvió el parlamento en 1993, impuso una nueva Constitución y aplastó toda oposición: las organizaciones obreras y populares, los viejos partidos, los grupos armados. Sus reformas neoliberales le ganaron poderosas simpatías: los grandes empresarios de la exportación de agropecuaria, minera y de las finanzas. También se ganó una amplia base entre las clases medias altas de Lima y otras ciudades costeras. La pequeña burguesía (y burguesía pequeña) comerciante vio sus ingresos y su consumo crecer, en su cultura política los 90’ son años de prosperidad: ¿Qué importa si millones más fueron lanzados a la desesperación y la miseria? ¿No eran acaso “indios” las decenas de miles de muertos, torturados y desaparecidos?
El fujimorismo es revulsivo para amplias masas populares e incluso una parte del conservadurismo peruano. Keiko ha llegado a segunda vuelta sistemáticamente y derrotada sistemáticamente porque el anti-fujimorismo era siempre unánime, mayoritario, un bloque sólido prácticamente irrompible… y ese bloque se acaba de romper.
El primero en saltar el cerco fue Mario Vargas Llosa. Escritor de indudable talento, su carrera política por décadas ha sido tan errática en general como consecuente en un solo, único, punto: el rechazo a los Fujimori. Él mismo fue el candidato derrotado por el padre en las elecciones de 1990, y dedicó las décadas siguientes a combatir a la hija (es verdad, solo con la pluma y desde la comodidad de la hospitalidad extranjera).
Conservador y de derecha, en las elecciones de 2011 lanzó una frase que sería recordada: entre Keiko y Ollanta Humala, es como elegir entre el cáncer terminal y el sida. Ese año, luego de la primera vuelta y por temor al fujimorismo, hizo campaña por el sida. Pero luego de décadas de dedicarse con exclusividad (y escribir en los tiempos de ocio) a combatir al “populismo”, en este 2021 se ha autoconvencido de que tiene por deber histórico hacerle campaña electoral al cáncer terminal. Quiere un gobierno de la vieja dictadura para defender la libertad y la democracia. El perfil de este personaje tan particular parece pensado por un gran escritor, tal vez por el mismísimo Mario Vargas Llosa.
Detrás de él, todo el anti-fujimorismo institucional se ha alineado con Keiko contra Castillo: el PPK, AP, el aprismo. Los candidatos presidenciales conservadores en la primera vuelta hicieron lo propio: Hernando de Soto, López Aliaga, etc. Éste último, miembro del Opus Dei e impulsor de la ideología de la mortificación de la carne, convocó a una manifestación católica en Lima: algunos miles de fieles se lanzaron a las calles “contra el comunismo”.
Pero Keiko tiene también apoyos mucho más serios y definitorios que un puñado de políticos sin legitimidad y un escritor que hace mucho pasó sus mejores épocas: las grandes entidades patronales, el grupo económico y mediático El Comercio, las fuerzas represivas, los viejos funcionarios corruptos de la dictadura fujimorista.
No obstante, el anti-fujimorismo es de masas y se ha movilizado en el último mes para evitar a toda costa el regreso del gobierno más corrupto y asesino de la historia del país. Las calles, no solo las urnas, se están pronunciando: las movilizaciones contra Keiko son mucho más grandes.
Polarización política, social y regional
El mapa político peruano se confunde con el geográfico y económico. En términos económicos y sociales, se pueden distinguir tres grandes regiones: la costa, las sierras bajas y las sierras altas (en menor medida, las zonas selváticas). Dentro de ellas, hay también situaciones muy diferentes entre las ciudades y el campo.
Las sierras altas son históricamente las zonas más pobres del país: allí, es todavía importante económicamente la agricultura tradicional indígena de subsistencia, con las comunidades tradicionales todavía relativamente vigentes.
Las sierras bajas y las costas se han caracterizado por la explotación capitalista de los campesinos indígenas, devenidos en obreros agrícolas que trabajan mayormente para la exportación. Es allí también que ha proliferado en las últimas décadas la actividad minera y extractiva (como la del gas), que succionando la riqueza natural de las zonas y explotando salvajemente a los indígenas campesinos-obreros, no ha dejado ni una gota de desarrollo nuevo. Allí, sigue proliferando la pobreza. Cusco, la vieja capital inca, es social y económicamente parte urbana de esta zona geográfica, económica y social. Al lado de la clase trabajadora urbana y rural, hay allí una clase media “progresista” o “de izquierda”.
Las costas tienen una particularidad: es la región más “integrada” al mercado mundial, con un peso mayor de la actividad comercial y financiera. Lima es la capital del país y a la vez la ciudad más opulenta de la zona costera. Allí, la clase media alta reaccionaria es grande y ejerce una hegemonía cultural y política profunda. Además, es la ciudad más “criolla” del país. Como capital histórica del virreinato, su población fue mayoritariamente de origen español y fue el centro de la administración y la opresión de la época. Muchos limeños simplemente desprecian a los “indios”. La capital será un baluarte del voto fujimorista.
Castillo viene de Cajamarca, que es parte de las sierras bajas cercanas a la costa. Su propia trayectoria es representativa del lugar. Comenzó su actividad como “rondero”, que son miembros de grupos armados creados por las comunidades indígenas en un primer momento para defender sus ganados y tierras de los ladrones. Luego, pasó de campesino a trabajador asalariado al convertirse en profesor. Es él mismo un indígena, un campesino de las comunidades “proletarizado”. Oriundo del norte y de las zonas “bajas”, arrasó electoralmente en el sur y las sierras altas: lugares como Ayacucho, Cusco, etc.
La “gran” política, la gestión del país, ha estado reservada casi siempre a lo “limeño”. Salvo uno, todos los presidentes de la historia republicana del Perú han sido “criollos” blancos. Los partidos de gobierno han tenido siempre por sede fundamental a la capital.
Para administrar las provincias han proliferado “partidos” regionales de base indígena que no han hecho otra cosa que administrar el capitalismo local y ser socios menores de los explotadores. A veces lo han hecho constituyéndose a partir de organizaciones de las comunidades, de sus tradiciones; en general no han sido más que pequeñas sociedades de mini corrupción en asociación con los capitalistas.
Nacen aupados en el vecinalismo y, a veces, en las tradiciones de lucha de una parte de la clase trabajadora. Perú Libre, el partido que llevó a Castillo a la disputa presidencial, es una de esas organizaciones. Es un movimiento electoral pequeño burgués con un programa capitalista reformista indescifrable, ultra mínimo. Surgido en la provincia de Junín, fue fundado por su ex gobernador: Vladimiro Cerrón. Sin un programa socialista, con una suerte de lista de proyectos más o menos “progresistas”, el partido se declara “marxista-leninista-mariateguista”. Cerrón se quiso legitimar, evidentemente, apoyándose en que, por décadas, el comunismo fundado por Mariátegui ha sido sinónimo de organización sindical; él fue fundador también de la Confederación General del Trabajo del Perú. Esa tradición es reivindicada por los “comunismos” maoísta, el asociado a la URSS, a Albania, por la secta mesiánica senderista, por Perú Libre: en Perú, todos y nadie son mariateguistas. El gobierno de Cerrón no fue más que una poco recordable gestión del capitalismo y el empobrecimiento de Junín.
Más que en el partido que lo puso como candidato, Castillo se apoya en la base social ganada con la inmensa huelga magisterial de 2017: cientos de miles de trabajadores de la educación se lanzaron a una lucha de meses que arrastró a más del 60% de los maestros del país. Comenzada en Cusco, se extendió de región en región y Castillo fue uno de los gestores de su radicalización. Desbordó la pasividad y, por momentos, política de rompehuelgas de la dirección sindical de Patria Roja (una de las escisiones histórica del Partido Comunista, en este caso maoísta). Para amplias masas, es uno de los suyos, un luchador consecuente que no se vende.
El 70% del trabajo en Perú es informal, buena parte de los obreros del país sigue viviendo en una miseria de otro siglo: la conflictividad ha ido en ascenso y hoy tiene una expresión electoral. El año pasado, una rebelión de los trabajadores agrícolas con centro en la huelga de Ica logró hacer derogar una ley que imponía perores condiciones de súper explotación y miseria en la actividad agropecuaria costera.
Pero la experiencia nefasta con la violenta secta senderista y la derrota que implicó el fujimorismo, junto a las reiteradas traiciones de los “comunistas” de la CGTP, las luchas obreras y populares han tenido mayormente una expresión “activista”. Se han ceñido a peleas locales y objetivos particulares. La militancia política, de alcance nacional y con intento de perspectivas de poder, todavía sufre las consecuencias de haber sido diezmada en el fujimorato. Ahora, encuentra una expresión política nacional en un candidato moderado que no podrá satisfacer las aspiraciones de las masas… pero que el “activismo” se haya proyectado a una pelea política nacional es algo nuevo y, si es duradero, podría ser histórico.
El ascenso electoral de Castillo es entonces uno de las sierras bajas y altas, obreras y campesinas, hacia Lima; de un partido regional (que no debería tener ningún otro alcance) hacia el gobierno nacional. Con esta carga simbólica es que la llegada del “indio” de Cajamarca a la capital, con la marcha de miles de simpatizantes, fue llamada “la toma de Lima”.
El peligro fujimorista
“Yo, Keiko Fujimori, juro preservar la democracia para que durante los 5 años de mi Gobierno todos tengan el derecho de actuar y manifestarse con total libertad, juro respetar la libertad de expresión para que la prensa pueda informar, opinar y fiscalizar sin restricciones (…)”. Esas fueron sus palabras en Arequipa, frente a Mario Vargas Llosa, el golpista Leopoldo López y su “equipo técnico” repleto de ex funcionarios de una dictadura.
Es interesante intentar ponerse en la cabeza del afamado escritor de la lengua española en ese momento: rodeado de quienes lo forzaron al exilio, dio voluntariamente su presencia para que la gente tome en serio las palabras de defensa de la democracia de Keiko Fujimori. Pocas veces se ha visto semejante defensa del verdugo por parte de su víctima.
Erradicar la “libertad” para defenderla, terminar con la “democracia” para reivindicarla como el mejor posible de los mundos: esa es la perspectiva.
La institución presidencial viene de conflictos permanentes con el poder legislativo, de una crisis de gobernabilidad tras otro. Keiko tendrá una muy exigua minoría en el parlamento, es casi imposible que logre gobernar “legalmente” en ese contexto.
Además, las clases dominantes quieren más que nunca dar por cerrada la crisis institucional: necesitan un gobierno fuerte… y el último que hubo en el país de este tipo fue el fujimorista. El juego de disputa de potestades y poderes entre la presidencia y la legislatura ha demostrado ser demasiado peligrosa: el ascenso de Castillo es la manifestación de su crisis de legitimidad.
Además, si triunfa Keiko lo hará apoyada por una clase media ultra reaccionaria cebada por la campaña macartista. Alimentaron por meses con el miedo al comunismo a miles de fanáticos ultra reaccionarios, que ahora querrán verlo desalojado de su organismo violentamente. Eso es lo que esperan y presionarán para que así sea.
Rodeada de funcionarios que vienen de un gobierno autoritario, apoyada en una base efervescente que pide a gritos una depuración para no tener que temer más a lo que no quieren entender, financiada por una clase capitalista asustada por estas elecciones: Keiko intentará una avanzada autoritaria. La cuestión no es si lo hará, sino cuando. Y es muy probable que lo intente rápidamente, para no perder tiempo. Por supuesto, tal vez lo haga guardando las formas “democráticas”: su propio padre lo hizo y dejó una catástrofe social, decenas de miles de muertos y desaparecidos, miles de mujeres esterilizadas de manera forzosa. La tortura y el asesinato fueron las armas de la democracia, la censura y persecución política las de la libertad. Los perpetradores siguen ahí, esperando: se fueron sin haberse ido nunca.
La extrema moderación: la campaña del “no vamos a…”
“No vamos a expropiar nada”, “no vamos a dejar de respetar la Constitución”, “no vamos a eliminar las AFP”, “no vamos a ser un gobierno socialista ni comunista”. La campaña de la segunda vuelta tiene ese eje: negar que van a hacer lo que sus adversarios dicen que van a hacer. Para no perder simpatía institucional, la respuesta preformateada del “no vamos a…” es capitulación antes de empezar, retroceder de donde no estaban para ir aún más atrás, dar paso tras paso con la espalda al frente, retirarse sin haber estado donde el establishment les dice que no pueden estar. El progresismo “pragmático” llama a esta política “voluntad de poder”.
Sin embargo, probándose por anticipado la banda presidencial, Castillo se hizo una pregunta apremiante: ¿con quién gobernar? Hace un mes se aseguró a su principal aliado: el Nuevo Perú encabezado por la candidata en primera vuelta Verónika Mendoza. Candidata “natural” del progresismo regional en un primer momento, su partido viene de una escisión de la fuerza de gobierno del “progresismo” ultra conservador y fracasado de Ollanta Humala. Aliada a la “vieja izquierda” de los partidos “comunistas” (el viejo estalinismo ultra reformista); era la candidata del “progresismo” urbano, más cosmopolita que la base social rural y semi-rural de Castillo, de tradición de lucha pero socialmente más “conservadora” (o lisa y llanamente atrasada). Así, mientras Castillo es prácticamente reaccionario en cuanto a los derechos de las mujeres y personas LGBT; Mendoza es la referente nacional del “feminismo” domesticado por el régimen democrático burgués. La alianza con Nuevo Perú le garantiza el apoyo de una parte del movimiento de mujeres al nuevo gobierno y la asistencia de políticos profesionales del progresismo.
En el curso de las últimas semanas, Castillo pasó de la campaña por terminar con la constitución fujimorista y la promesa de una Asamblea Constituyente a firmar un compromiso de “respeto” por la herencia del régimen dictatorial. Su campaña de “nacionalización” de los recursos mineros y agropecuarios de exportación también ha tomado forma más precisa: niega que se trate de estatizaciones y afirma que no es más que renegociación de los contratos.
Su programa de “nacionalización” es entonces ponerle condiciones a los saqueadores y explotadores, no terminar con el saqueo y la explotación. La mejor comparación es la política económica de Evo Morales: las “nacionalizaciones” no fueron más allá de renegociar contratos para que una parte de todo lo que se iba se quede en el país y lo pueda administrar el estado. Evo Morales hizo esto (por cierto, tan moderado) luego de una rebelión popular y apoyándose en ella. Castillo no cuenta con ese activo: es prácticamente seguro que será un gobierno inifnitamente más moderado. Ya su campaña electoral tiene por insignia la capitulación, el retroceso antes de avanzar como bandera.
La constitución de su “equipo técnico” es también un llamado a gobernar a funcionarios que den una buena señal de “normalidad”.
Hernando Cevallos, miembro ultra reformista del Frente Amplio, se ha convertido en uno de los primeros voceros de la campaña de la moderación. Fue él quien aseguró que no tienen al socialismo por perspectiva para tranquilizar a los extraños y confundir a los propios.
Humberto Campodónico Sánchez, es un nombre que teje un lazo con los empresarios, sobre todo los de la extracción: fue parte del gobierno capitulador de Ollanta Humala y gestor conservador y perfectamente capitalista de PetroPerú, la empresa estatal petrolera.
La integración al “equipo” de Avelino Guillén es una de las jugadas fuertes de Castillo. Fiscal de profesión, es un guiño al Poder Judicial de que tendrán a uno de los suyos controlando al gobierno. Es también uno de los pesos fuertes, una persona con poder: fue fiscal general y encargado de los juicios contra Fujimori. Con Campodónico Sánchez, Castillo pone una garantía a los jueces, a la legalidad capitalista y a su “democracia”.
Juan Cadillo es garantía de una política moderada frente a la educación y un intento de amistad con los gobiernos anteriores. Presidió el Fondo Nacional de Desarrollo de la Educación Peruana designado por el Ministerio de Educación del débil gobierno del PPK en 2019. Se encargó de desautorizar las propuestas de eliminación de la ley del magisterio, que hace de la carrera profesoral una guerra de todos contra todos para ascender un poco en la escala social. En sus palabras, la “meritocracia” educativa no puede ser tocada.
Juan Pari es un hombre del poder legislativo. Presidió la comisión de investigación del Lava Jato en el Congreso y fue uno de los investigadores de la corrupción estatal que manchaba a Keiko… pero también a muchos representantes de la democracia burguesa (como Ollanta Humala y el ex presidente Kuczynski). Miembro del Partido Nacionalista de Ollanta, es garantía de moderación y figura de la “lucha contra la corrupción”.
Estos son algunos de los nombres fuertes de un posible futuro gobierno, que también incluye a profesionales de alto nivel en física nuclear o lenguas indígenas (que le dan un vínculo con el progresismo universitario).
No se puede esperar que un posible gobierno de Castillo vaya a cambiar nada profundo. Tomamos muy en serio sus promesas de no hacer nada “comunista”, por lo que no pensamos que vaya a tocar realmente los bolsillos de los saqueadores del país, ni que cambie significativamente las condiciones de explotación extrema en la que viven y sufren millones. Amplias masas han hecho propia su candidatura contra Fujimori, a la vez que la sensación de que un hombre de los suyos puede llegar al gobierno genera muchas expectativas. No confiamos en él, pero defendemos los derechos democráticos que Fujimori pone en peligro, por lo que pensamos que el voto crítico, ultra crítico, es la política correcta de cara a la segunda vuelta. Advirtiendo desde el principio de los límites y la capitulación anticipada de un posible gobierno de Castillo.
El despertar para la lucha política nacional de amplias masas trabajadoras, indígenas, campesinas con esta campaña es un hecho. Nuestra perspectiva es la reorganización histórica de los explotados y oprimidos recuperando las tradiciones revolucionarias del verdadero mariateguismo: el marxista, el socialista.