Por mucho tiempo, Karl Marx ha sido criticado por su supuesto “prometeísmo”—un extremo compromiso hacia el industrialismo, sin respetar los límites de la naturaleza. Este punto de vista, apoyado incluso por un número de marxistas, como Ted Benton y Michael Löwy, se ha vuelto cada vez más difícil de aceptar después de una serie de análisis cuidadosos y estimulantes acerca de las dimensiones ecológicas del pensamiento de Marx, elaborados en Monthly Review y en otros lugares. El debate sobre el prometeísmo no es meramente un asunto filosófico, sino que es uno profundamente práctico, en cuanto que el capitalismo se enfrenta con crisis ambientales en una escala global sin ninguna solución concreta. Es más probable que dichas soluciones surjan de los varios movimientos ecológicos que están emergiendo a lo largo del mundo, con algunos que explícitamente cuestionan el modo de producción capitalista. Entonces, ahora más que nunca, el redescubrimiento de una ecología marxista es de gran importancia para el desarrollo de nuevas formas de estrategia y lucha desde la izquierda contra el capitalismo mundial.
Sin embargo, hay poco acuerdo dentro de la izquierda acerca de hasta qué punto la crítica hecha por Marx puede proveer una base teórica para estas nuevas luchas ecológicas. Los “ecosocialistas de la primera etapa”, en la categorización de Bellamy Foster, como André Gorz, James O’Connor y Alain Lipietz, reconocen hasta cierto punto la contribución hecha por Marx en los asuntos ecológicos, pero discuten al mismo tiempo que estos análisis del siglo XIX son demasiado fragmentarios y viejos como para tener relevancia hoy. En contraste, los “ecosocialistas de la segunda etapa” como Foster y Paul Burkett, resaltan la importancia metodológica actual de la crítica ecológica al capitalismo que hace Marx, basados en su teoría del valor y la reificacióni.
Este artículo tendrá un enfoque distinto e investigará los cuadernos científico-naturales de Marx, especialmente los de 1868, que serán publicados por primera vez en el volumen 4, sección 18, de la nueva Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA)ii. Como correctamente enfatizan Foster y Burkett, los cuadernos de Marx nos permiten ver claramente sus intereses y preocupaciones antes y después de la publicación del primer volumen de El Capital en 1867, y los caminos que habría recorrido en su intensa investigación en disciplinas como la biología, la química, la geología, la mineralogía, mucho de lo que no pudo integrar completamente en El Capitaliii. Mientras el gran proyecto de El Capital permanecerá sin terminar, en los últimos quince años de su vida Marx llenó un enorme número de cuadernos con fragmentos y extractos. De hecho, un tercio de los cuadernos que datan de este periodo, y casi la mitad de ellos, tratan acerca de las ciencias naturales. La intensidad y el alcance de los estudios científicos de Marx es impresionante. Por lo que es simplemente inválido concluir, como algunos críticos han hecho, que los poderosos argumentos ecológicos de Marx en El Capital y otros escritos fueron meras digresiones, mientras se ignora la masa de información que muestra lo contrario, que se encuentra en sus investigaciones científico-naturales tardías.
Mirando los cuadernos posteriores a 1868, uno puede inmediatamente reconocer el rápido crecimiento del interés ecológico de Marx. Voy a sostener que la crítica de Marx a la economía política, de haber sido completada, habría puesto un énfasis más marcado en la interrupción de la “interacción metabólica” (Stoffwechsel) entre la humanidad y la naturaleza como la contradicción fundamental del capitalismo. Aún más, la profundización en los intereses ecológicos de Marx sirve para discutir la crítica de Liebig sobre el “sistema de expolio” moderno, que discuto más abajo. La centralidad de la ecología en los textos tardíos de Marx siguió siendo algo difícil de distinguir por mucho tiempo, ya que nunca pudo completar su magnum opus. Los cuadernos recientemente publicados prometen ayudarnos a comprender estos secretos pero vitales aspectos del proyecto de vida de Marx.
Marx y Liebig en las distintas ediciones de El Capital
Ya es un hecho conocido que la crítica de Marx a la irracionalidad de la agricultura moderna en El Capital está profundamente influenciada por Química Agrícola de Justus Von Liebig y Notes on North America de James W. Johnston, trabajos que discuten que el desatención a las leyes naturales de los suelos lleva inevitablemente a su agotamientoiv. Después de un estudio intensivo de estos libros en 1865-1866, Marx integró las ideas centrales de Liebig en el volumen I de El Capital. En una sección llamada “La industria y la agricultura moderna”, Marx escribió que el modo de producción capitalista
Reúne a la población en los grandes centros, y causa que la población urbana alcance una preponderancia constante… Esto perturba la interacción metabólica entre el ser humano y la tierra, por ejemplo, evitando que vuelvan al suelo los elementos constituyentes consumidos por el hombre en la forma de comida y ropa; por lo tanto, frustra el funcionamiento de la eterna condición natural para la fertilidad duradera del suelo. De este modo, destruye, al mismo tiempo, la salud física del trabajador urbano y la vida intelectual del trabajador ruralv.
Este pasaje que es famoso con justicia, se volvió el pilar de los recientes análisis de la “fractura metabólica”vi. En una nota al pie de esta sección, Marx abiertamente expresa su deuda hacia la séptima edición de Química Agrícola de Liebig, publicada en 1862: “Haber desarrollado desde el punto de vista de las ciencias naturales el lado negativo, es decir, el lado destructivo de la agricultura moderna es uno de los méritos inmortales de Liebig”. Tales observaciones son la razón de que el abordaje de la “fractura metabólica” se haya enfocado en la crítica de Liebig a la agricultura moderna, como una fuente intelectual para la crítica ecológica de Marx al capitalismo.
Sin embargo, es poco conocido que en la primera versión alemana de El Capital (1867), que lamentablemente no está disponible en inglés, Marx afirmó que “los breves comentarios (de Liebig) acerca de la historia de la agricultura, aunque no están libres de errores groseros, contienen más notas de agudeza que todos los trabajos de los economistas políticos en su conjunto [mehr Lichtblicke als die Schriften sämmtlicher modernen politischen Oekonomen zusammengenommen]”vii. Un lector atento notará inmediatamente una diferencia entre esta versión y las ediciones posteriores, aunque solo recientemente fue señalado por un editor alemán de MEGA, Carl-Erich Vollgrafviii. Marx modificó esta oración en la segunda edición de El Capital publicada en 1872-1873. En consecuencia, normalmente leemos “sus breves comentarios…, aunque no están libres de errores groseros, contienen notas de agudeza”ix. Marx borró la aseveración de que Liebig era más agudo que “todos los trabajos de los economistas políticos en su conjunto”. ¿Por qué Marx matizó su apoyo a las contribuciones de Liebig relativas a la economía política clásica?
Uno podría discutir que esta supresión es solo un cambio trivial, con el objetivo de esclarecer las contribuciones originales de Liebig en el campo de la agricultura química y separarlos de la economía política, donde el gran químico cometió “errores groseros”. A su vez, como estas páginas muestran, Marx era muy entusiasta sobre la lectura del problema del suelo que hacía un economista político en particular, llamado James Anderson, quien a diferencia de otros economistas políticos, examinaba los problemas de la destrucción del suelo. Era el reconocimiento del “lado destructivo de la agricultura moderna” realizada por Liebig, lo que Marx caracterizaba como “uno de los inmortales méritos de Liebig”. Por lo que Marx habrá pensado que su expresión en la primera edición de El Capital era algo exagerada.
Sin embargo, también debe señalarse que Química Agrícola de Leibig se estaba discutiendo ávidamente por un número de economistas políticos de la época, precisamente por sus presuntas contribuciones a la economía política, especialmente la teoría de la renta del suelo y la teoría de la poblaciónx. Por ejemplo, el economista alemán Wilhelm Roscher reconoció la relevancia de la teoría mineral de Liebig en la economía política incluso antes que Marx, y agregó algunos pasajes y notas dedicadas a Liebig en su cuarta edición de National economy and Agriculture and the Related Branches of Natural Production [Nationalökonomie des Ackerbaues und der verwandten Urproductionen] (1865), para integrar los nuevos descubrimientos agrícolas en su propio sistema de economía política. Evidentemente, Roscher halagaba a Liebig en términos similares: “Aunque muchas de las aseveraciones históricas de Liebig son muy discutibles… aunque pasa por alto algunos hechos importantes de la economía nacional, el nombre de este gran científico natural siempre conservará un lugar de honor comparable al de Alexander Humbolt en la historia de la economía nacional también”xi. De hecho, es muy probable que el libro de Roscher impulsara a Marx a releer Química Agrícola en 1865-1866. Que las observaciones de ambos autores fueran similares refleja una opinión general acerca de Química Agrícola en la época.
Asimismo, es razonable asumir que, en la primera edición de El Capital, Marx está intencionalmente contraponiendo a Liebig con esos economistas políticos que postulaban un desarrollo de la agricultura transhistórico y lineal, ya fuera de suelos más productivos a menos productivos (Malthus, Ricardo y J.S. Mill), o de menos productivos a más productivos (Carey y después Dühring). La crítica de Liebig al “sistema de expolio” de cultivación, en cambio, denuncia precisamente la forma moderna de la agricultura y su decreciente productividad como un resultado del uso irracional y destructivo del suelo. En otras palabras, la historización de la agricultura moderna de Liebig provee a Marx de una útil base científica natural para rechazar los tratamientos abstractos y lineales del desarrollo de la agricultura.
Sin embargo, como vimos antes, de alguna manera Marx relativiza la contribución de Liebig a la economía política entre 1867 y 1872-1873. ¿Es posible que Marx tuviera dudas acerca de la química de Liebig así como de sus errores económicos? En este contexto, un estudio minucioso de las cartas y cuadernos de Marx nos ayudará a comprender las metas amplias y los métodos de su investigación después de 1868.
Debates acerca de la Química Agrícola de Liebig
Mirando las cartas y los cuadernos de esta época, parece más probable que los cambios concernientes a la contribución de Liebig en la segunda edición representan más que una mera corrección. Marx era más que consciente de los acalorados debates que rodeaban la Agricultura Química de Liebig, así que luego de la publicación del primer volumen de El Capital, pensó que era necesario hacer un seguimiento de la validez de la teoría de Liebig. En una carta a Engels datada del 3 de enero de 1868, Marx le pidió que buscara consejos de un viejo amigo y químico, Carl Schorlemmer:
Me gustaría que Schorlemmer me informara acerca de cuál es el último y mejor libro (alemán) acerca de la química agrícola. Aún más, ¿cuál es el estado actual de la discusión entre quienes apoyan los fertilizantes minerales y quienes apoyan los fertilizantes de nitrógeno? (Desde la última vez que estudié el tema, todo tipo de cosas nuevas habían surgido en Alemania). ¿Sabe algo acerca de los alemanes que más recientemente han escrito en contra de la teoría del agotamiento del suelo de Liebig? ¿Sabe acerca de la teoría del aluvión del agrónomo de Munich, Fraas (profesor de la universidad de Munich)? Para el capítulo acerca de la renta de la tierra debería estar al tanto del último estado de la cuestión, por lo menos hasta cierto puntoxii.
Las observaciones de Marx en esta carta claramente indican su intención de estudiar libros acerca de agricultura a principios de 1868. No está buscando solamente la literatura más reciente acerca de la agricultura en general, sino que presta particular atención a los debates y las críticas hacia la Química Agrícola de Liebig. Es importante señalar que para el manuscrito del volumen III de El Capital, Marx señala, atípicamente, la importancia del análisis de Liebig mientras que esencialmente indica que este punto necesita completarse en un futuro. Es decir, esto es parte de una discusión que él iba a continuar investigando, y en áreas básicas tales como la “caída de la productividad del suelo”, relacionadas a las discusiones de la caída de la tasa de gananciasxiii.
Liebig, a quien se suele llamar el “padre de la química orgánica”, demostró convincentemente que el crecimiento saludable de las plantas requiere tanto de sustancias orgánicas como inorgánicas, como el nitrógeno, el ácido fosfórico y el potasio. Afirmaba, oponiéndose a las teorías dominantes que se centraban en el humus (un componente orgánico del suelo hecho de plantas caídas y materia animal) o el nitrógeno, que todas las sustancias necesarias deben proveerse en más de una “cantidad mínima”, una proposición conocida como la “ley del mínimo” de Liebigxiv. Aunque la visión acerca del rol de las sustancias inorgánicas de Liebig sigue siendo válida hoy, dos tesis que se derivan de ella, la teoría de la fertilización de los minerales y el agotamiento del suelo, provocaron una inmediata controversia.
Según Liebig, la cantidad de sustancias inorgánicas en los suelos se mantiene limitada sin una constante reposición. Por lo que, si uno quiere cosechar de manera sustentable, es necesario regularmente devolverle al suelo aquellas sustancias inorgánicas que las plantas absorbieron (estas pueden ser devueltas tanto en formas inorgánicas como en formas orgánicas que son convertidas, mineralizadas, en formas inorgánicas). Liebig llama a esta necesidad la “ley del remplazo”, y sostiene que el remplazo completo de sustancias inorgánicas es el principio fundamental de la agricultura sustentable. Considerando que la naturaleza por sí misma no podía proveer suficiente material inorgánico cuando se removía anualmente una cantidad tan grande de nutrientes, Liebig abogó por el uso de fertilizantes minerales químicos. No solo sostuvo que la teoría del humus de Principles of Practical Agriculture de Albrecht Daniel Thaer tenía serios errores, sino que la teoría del nitrógeno de John Bennett Lawes y Joseph Henry Gilbert también, porque no le prestaban ninguna atención a la limitada cantidad de sustancias inorgánicas disponibles en el suelo.
Basado en su teoría, Liebig advirtió que las violaciones a la ley del remplazo y el posterior agotamiento del suelo amenazaban a la civilización europea en su conjunto. Según Liebig, la industrialización moderna creó una nueva división del trabajo entre la ciudad y el campo, haciendo que la comida consumida por la clase trabajadora en las grandes ciudades ya no volviera y restableciera los suelos que le dieron origen, sino que, en cambio, fluyera en el río, a través de las aguas cloacales sin ningún uso. Además, a través de la mercantilización de los productos agrícolas y fertilizantes (hueso y paja), el objetivo de la agricultura se separa de la sustentabilidad y se vuelve la mera maximización de las ganancias, estrujando los nutrientes del suelo en las cosechas en el menor tiempo posible. Perturbado por estos hechos, Liebig denunció la agricultura moderna como un “sistema de expolio” y advirtió que la interrupción de la interacción metabólica natural en última instancia causaría la caída de la civilización. Pasando de su creencia algo optimista (de principios a mediados de 1850) de la fertilización química como una panacea que todo lo cura, la edición de 1862 de Química Agrícola, especialmente su nueva introducción, resalta los aspectos destructivos de la agricultura moderna mucho más fervientemente.
Como Liebig fortaleció su crítica del sistema de expolio de 1862 y corrigió su previo optimismo, Marx comprensiblemente sintió la necesidad de revisar el debate de la fertilidad del suelo desde una nueva perspectiva. Al mismo tiempo, la crítica de Liebig del sistema de expolio y el agotamiento del suelo inspiró un número de discusiones nuevas entre los académicos y los agrónomos. La carta de Marx a Engels esclarece que incluso después de la publicación del primer volumen de El Capital, intentó examinar la validez de la teoría de Liebig desde una perspectiva más crítica.
Evidentemente, varios economistas políticos además de Marx y Roscher se sumaron también al debate. Como señaló Foster, Henry Charles Carey ya se había referido a la despilfarradora producción agrícola de Estados Unidos y afirmaba que la irresponsabilidad del “robo a la tierra” constituía un “crimen” serio en contra de las generaciones futurasxv. Liebig también tenía un interés en Carey y citaba extensamente su trabajo, pero puede que Marx no estuviera completamente al tanto de su relación cuando leyó Química Agrícola en 1865-1866. Marx mantenía correspondencia con Carey, quien le había enviado su libro sobre la esclavitud, que contenía algunos de sus argumentos acerca del agotamiento del suelo, y Marx estudió los trabajos económicos de Careyxvi. Sin embargo, el rol de Carey en el debate general sobre el suelo puede que se volviera más aparente cuando Marx se encontró con los trabajos de Eugen Dühring. Marx comenzó a estudiar los libros de Dühring en enero de 1868, después que de Louis Kugelmann le enviara la reseña que había hecho Dühring de El Capital, la primer reseña existente del libro, publicada en diciembre de 1867.
Dühring, un profesor de la universidad de Berlín, era un partidario entusiasta del sistema económico de Carey. Él también integró la teoría de Liebig en su análisis económico como validación de la propuesta de Carey acerca de establecer comunidades autárquicas en las ciudades donde los productores y los consumidores vivieran en armonía, sin desperdiciar los nutrientes de las plantas y por lo tanto sin agotar los suelos. Dühring sostuvo que la teoría del agotamiento del suelo de Liebig “constituye un pilar en el sistema (de Carey)”, y afirmó que
El agotamiento del suelo, que ya se ha convertido en algo bastante amenazador en América del Norte, por ejemplo, solo podrá… frenarse a largo plazo a través de una política comercial basada en la protección y educación del trabajo doméstico. Para el desarrollo armónico de las diversas instalaciones de una nación… promueve la circulación natural de los materiales [Kreislauf der Stoe] y hace posible que los nutrientes de las plantas vuelvan al suelo del que fueron extraídosxvii.
En el manuscrito del tercer volumen de El Capital, Marx vislumbrará una sociedad futura más allá del antagonismo entre la ciudad y el campo, en la que “los productores asociados racionalmente regulen su intercambio metabólico con la naturaleza”. Debe de haberse sorprendido al notar que Dühring de manera similar demandaba, como la “única contramedida” en contra de la producción desperdiciadora, la “regulación consciente de la distribución de los materiales” al superar la división entre la ciudad y el campoxviii. En otras palabras, la afirmación de Marx, junto con la de Dühring, refleja una tendencia popular de la “escuela de Liebig” durante la época. En los años posteriores, la visión que tenía Marx acerca de Dühring se volvió más crítica, en cuanto que Dühring empezó a promover su propio sistema como la única base verdadera para una democracia social. Seguramente, esto reforzó la sospecha de Marx acerca de la interpretación del agotamiento del suelo de Dühring y sus defensores, incluso si seguía reconociendo la utilidad de la teoría de Liebig. En todo caso, a comienzos de 1868, la constelación discursiva ya apremiaba a Marx a estudiar los libros “en contra de la teoría del agotamiento del suelo de Liebig”.
¿El maltusianismo de Liebig?
Marx estaba particularmente preocupado de que las advertencias de Liebig sobre el agotamiento del suelo cargaran con una nota de maltusianismo. Rehabilitaban, para utilizar la expresión de Duhring, “el fantasma de Malthus”, en cuanto que Liebig parecía proveer de una nueva versión “científica” de los viejos temas maltusianos de la escasez de la comida y la sobrepoblaciónxix. Como se señaló más arriba, el tono general de la argumentación de Liebig pasó, de una optimista de 1840 a mediados de 1850, a una bastante pesimista a fines de la década de 1850 y 1860. Con una afilada crítica hacia la agricultura industrial británica, predecía un futuro oscuro para la sociedad europea, lleno de guerra y hambre, si la “ley del remplazo” seguía siendo ignorada:
En unos años, las reservas de estiércol van estar agotadas, y entonces no existirá la necesidad de disputas científicas o, por así decirlo, teóricas para probar la ley de la naturaleza que demanda del hombre una preocupación por la preservación de sus condiciones de vida… Para su autopreservación, las naciones se verán llevadas a la matanza y aniquilación entre ellas en una seguidilla de guerras interminable, con el objetivo de restablecer un equilibrio y, Dios no lo permita, si dos años de hambruna, como 1816 y 1817, se vuelven a suceder, aquellos que sobrevivan verán cientos de miles perecer en las callesxx.
El nuevo pesimismo de Liebig aparece con distinción en este pasaje. Mientras que su visión de la agricultura moderna como un “sistema de expolio” muestra su superioridad sobre la generalizada y ahistórica “ley de rendimientos decrecientes” de Malthus y Ricardo, su conclusión deja su relación con las ideas maltusianas en la ambigüedad. De hecho, Marx estaba particularmente inquieto acerca de las referencias a la teoría de Ricardo por parte de Liebig. De hecho, Liebig conocía personalmente a John Stuart Mill y puede que estuviera directamente influenciado por él. Sin embargo, como señala Marx, irónicamente la teoría ricardiana de la renta se originó no con Ricardo o ni siquiera con Malthus (y ciertamente no con John Stuart Mill, como Liebig erróneamente supone), sino con James Anderson, que le dio una base histórica a la degradación del suelo. Lo que le preocupaba a Marx, entonces, era la relación que frecuentemente se establecía en su época entre Liebig y Malthus y Ricardo, representando una lógica opuesta a los análisis del propio Marx, los que, en contraste con Malthus y Ricardo, resaltaban la naturaleza histórica del problema del sueloxxi.
La cuestión del maltusianismo de Liebig podría verse como un detalle arcaico del más extenso debate sobre el agotamiento del suelo, pero es una de las razones principales por las que la Química Agrícola se volvió tan popular en 1862xxii. Para Dühring, este maltusianismo no significaba tanto problema porque él creía que el sistema económico de Carey ya había disipado el “fantasma de Malthus”, mostrando que el desarrollo de la sociedad abría la posibilidad de cultivar mejores suelosxxiii. Por supuesto, Marx difícilmente podría aceptar esta presuposición ingenua, como le escribió a Engels en noviembre de 1869: “Carey ignora incluso los hechos más comunes”xxiv.
Entonces en 1868 Marx empezó a leer los trabajos de los autores que tomaron una posición más crítica hacia la Química Agrícola de Liebig. Ya estaba familiarizado con argumentos como los de Roscher, que sostenía que el sistema de expolio debía ser criticado desde el punto de vista de la “ciencia natural” pero que podía ser justificado desde un punto de vista “económico”, en cuanto que era más rentablexxv. Según Roscher, solamente era necesario detener el expolio justo antes de que se volviera demasiado cara la recuperación de la fertilidad original del suelo, pero los precios del mercado se encargarían de eso. Adoptando los argumentos de Roscher, Friedrich Albert Lange, un filósofo lemán, discutió en contra de la recepción de Dühring de Liebig y Carey en su J. St. Mill’s Views of the Social Question [J. St. Mills Ansichten über die sociale Frage] publicado en 1866. Marx leyó los libros de Lange a principios de 1868, y no es coincidencia que en su cuaderno se enfocara en el cuarto capítulo, donde Lange discute los problemas de la teoría de la renta y el agotamiento del suelo. Concretamente, Marx tomó nota de la observación de Lange de que Carey y Dühring denunciaron el «comercio» con Inglaterra como causa de todos los males y consideraron que una «tarifa protectora» sería la «panacea» definitiva, sin que Lange reconociera que la «industria» posee una «tendencia centralizadora», que crea no solo la división de la ciudad y el campo sino también la desigualdad económicaxxvi. De forma similar a Roscher, Lange discutía que “a pesar de la veracidad científica natural de la teoría de Liebig”, la cultivación de expolio puede ser justificada desde una perspectiva “económica nacional”xxvii.
En el trabajo del economista alemán Julius Au, pueden encontrarse concepciones relacionadas. Marx poseía una copia de Supplementary Fertilizers and their Meaning for National and Private Economy [Hilfsdüngermittel in ihrer volks- und privatwirtschaftlichen Bedeutung] (1869) de Au, que marcó con notas en los márgenes y comentariosxxviii. Aunque reconocía el valor científico de la teoría mineral de Liebig, Au dudaba que la teoría del agotamiento del suelo pudiera considerarse como una “absoluta” ley de la naturaleza. Au discutía que, en su lugar, era una teoría “relativa” con poca relevancia para las economías de Rusia, Polonia y Asia Menor, porque en estas áreas la agricultura podía sostenerse, posiblemente por avances extensivos, sin seguir la “ley del remplazo”xxix. Sin embargo, Au aparentemente olvidó que la mayor preocupación de Liebig era los países occidentales de Europa. Aún más, Au terminó aceptando acríticamente la regulación de los precios del mercado, que él, como Roscher, esperaba que detuviera el excesivo agotamiento del poder del suelo porque simplemente dejaría de ser rentable. Lo que queda de la teoría de Liebig en Lange y Au es el simple hecho de que el suelo no puede mejorarse infinitamente. Ellos eran, después de todo, seguidores de la teoría de la sobrepoblación y la ley del rendimiento decreciente de los neo-maltusianos.
Reaccionando a todo esto, Marx comenta “¡idiota!” [Asinus!] y escribe muchos signos de pregunta en su copia del libro de Auxxx. Su evaluación del libro de Lange es similarmente hostil, como se muestra en su comentario irónico acerca de la explicación maltusiana de la historia que hace Lange, en una carta a Kugelmannn del 27 de julio de 1870xxxi. En suma, es seguro asumir que Marx no sentía ninguna atracción hacia la idea de lograr una agricultura sustentable a través de las fluctuaciones en los precios del mercado. Como Marx no podía respaldar a Carey y a Dühring, salió a estudiar el problema del agotamiento del suelo más intensamente para articular una crítica sofisticada del sistema de expolio moderno.
En resumen: en un principio, Marx pensaba que la descripción de Liebig de los efectos destructivos de la agricultura moderna podían llegar a usarse como un argumento poderoso en contra de la ley abstracta del rendimiento decreciente de Malthus y Ricardo, pero empezó a cuestionarse la teoría de Liebig en 1868, en cuanto que los debates acerca del agotamiento del suelo tomaron progresivamente un carácter maltusiano. Por lo que Marx retrocedió de su afirmación algo acrítica y exagerada de que el análisis de Liebig “contiene más notas de agudeza que todos los trabajos de los políticos económicos en su conjunto”, en preparación de una investigación más extensa acerca del problema, que claramente pretendía para los volúmenes II y III de El Capital.
La Teoría de la Interacción Metabólica de Marx y Fraas
Si las tendencias maltusianas de Liebig significaron una razón negativa para que Marx alterara la oración acerca de él en la segunda edición de El Capital, había también una razón más positiva: Marx encontró otros autores que se volvieron tan importantes como Liebig en su crítica ecológica de la economía política. Carl Fraas era uno de ellos. En una carta de enero de 1868, Marx le preguntó a Schorlemmer acerca de Fraas, un agrónomo alemán y profesor de la universidad de Munich. Aunque Shorlemmer no pudo ofrecer ninguna información específica acerca de la “teoría del aluvión” de Fraas, de todas formas Marx empezó a leer bastantes libros de Fraas en los meses posteriores.
El nombre de Fraas aparece en los cuadernos de Marx por primera vez entre diciembre de 1867 y enero de 1868, cuando advierte el título del libro de Fraas Agrarian Crises and Their Solutions [Die Ackerbaukrisen und ihre Heilmittel], una polémica en contra de la teoría del agotamiento del suelo de Liebigxxxii. Cuando en enero de 1868, Marx le escribió en una carta a Engels que “la última vez que estudié el tema, todo tipo de cosas nuevas habían surgido en Alemania”, seguramente estaba pensando en el libro de Fraas.
Justo cuando Fraas publicó su libro, su relación con Liebig se volvía muy tensa, luego de que Liebig criticara la ignorancia científica de los educadores agrónomos y los agricultores prácticos en Munich, donde Fraas enseñó como profesor por muchos años. En respuesta, Fraas defendió la praxis agraria en Munich, y discutió que la teoría de Liebig había sido alabada en exceso y representaba un retroceso hacia la teoría maltusiana, una que ignoraba varias de las formas históricas de la agricultura que mantuvieron e incluso aumentaron la productividad sin causar el desgaste del suelo. Según Fraas, el pesimismo de Leibig surgía de su presuposición tácita de que los seres humanos deben encontrar la forma de devolver las sustancias inorgánicas y, por lo tanto, el suelo requería (si la división entre la ciudad y el campo no llegaba a resolverse), la introducción de fertilizadores artificiales, los cuales, sin embargo, terminarían siendo demasiado costosos. En contraste, Fraas sugiere un método más accesible, usando el poder de la naturaleza misma para sostener la fertilidad del suelo, como presenta en su “teoría del aluvión”xxxiii.
En la definición de Charles Lyell, aluvión es “la tierra, sal, grava, piedras y otra materia transportada que ha sido lavada y arrojada abajo por los ríos, inundaciones u otras causas, hacia una tierra no permanentemente sumergida debajo de las aguas de los lagos u océanos”xxxiv. Los materiales aluviales contienen grandes cantidades de sustancias minerales vitales para el crecimiento de las plantas. Consecuentemente, los suelos desarrollados del depósito regular de tales materiales (normalmente adyacentes a ríos y valles) producen ricos cultivos año tras año sin fertilizantes, como los bancos de arena del Danubio, los deltas del Nilo o el Po, o las lenguas de tierra del Misisipi. Los sedimentos rejuvenecedores en el agua de la corriente provienen de la erosión más arriba, de las vertientes. Por lo tanto, la riqueza del suelo aluvial es un resultado del empobrecimiento de los suelos más arriba, más comúnmente de pendientes de colinas y montañas. Inspirado por estos ejemplos de la naturaleza, Fraas sugirió construir un “aluvión artificial” que regulara el agua de los ríos mediante la construcción de diques temporales en los campos agrarios, que los proveerían de minerales esenciales a un bajo costo y casi eternamente. El cuaderno de Marx confirma que estudió con mucha atención los argumentos de Fraas por los méritos prácticos del aluvión en la agriculturaxxxv.
Lo que más le interesó a Marx acerca de Fraas, sin embargo, probablemente no fue la teoría del aluvión. Después de leer ávidamente a Fraas, documentando varios pasajes en sus cuadernos, Marx le escribe a Engels en una carta del 25 de marzo de 1868, halagando el libro de Fraas Climate and the Plant World Over Time [Klima und Panzenwelt in der Zeit]:
El libro de Fraas es muy interesante (1847): Klima und Panzenwelt in der Zeit, eine Geschichte beider [Climate and the Plant World Over Time], como su nombre indica, prueba que el clima y la flora cambian históricamente en el tiempo… Afirma que con el cultivo (dependiendo de su grado) la “hidratación” tan amada por los agricultores se pierde (por lo que también las plantas migran del sur al norte), y finalmente ocurren las formaciones esteparias. El primer efecto del cultivo es útil, pero finalmente devastador por la deforestación, etc… La conclusión es que el cultivo, cuando procede del crecimiento natural y no es conscientemente controlado (como burgués naturalmente no llega a esta conclusión) deja atrás desiertos, Persia, Mesopotamia, etc., Grecia. Así que, una vez más, ¡una tendencia socialista inconsciente!xxxvi.
Pareciera sorprendente que Marx incluso hallara “una tendencia socialista inconsciente” en el libro de Fraas, a pesar de la dura crítica a Liebig. El clima y el mundo de las plantas a lo largo del tiempo elaboraba cómo las civilizaciones antiguas, especialmente la antigua Grecia (Fraas había pasado siete años como inspector del jardín de la corte y profesor de botánica en la Universidad de Atenas), colapsaron después de que la deforestación desregulada causara cambios insostenibles en el ambiente local. Como las plantas autóctonas ya no podían adaptarse al nuevo ambiente, las formaciones esteparias o, aún peor, la desertificación se establecían. (A pesar de que la lectura de Fraas fue influyente, algunos hoy discutirían que no ocurría la “desertificación” como tal, sino más bien el crecimiento de plantas que requerían menos hidratación, porque gran cantidad del agua de lluvia se perdía como escorrentía en lugar de filtrarse al suelo).
En nuestro contexto, en primer lugar es interesante notar que Fraas hacía hincapié en la importancia de un “clima natural” para el crecimiento de las plantas, por su gran influencia en el proceso de erosión de los suelos. Por lo tanto, no alcanza con simplemente analizar la composición química del suelo solamente, porque las reacciones mecánicas y químicas en el suelo, que son esenciales para el proceso de erosión, dependen enormemente de factores climáticos como la temperatura, la humedad y la precipitación. Es por este motivo que Fraas caracterizó su campo de investigación y método como “física agrícola”, en clara contraposición a la “química agrícola” de Liebigxxxvii. Según Fraas, en ciertas zonas donde las condiciones climáticas son más favorables y los suelos son adyacentes a ríos y afluyen regularmente con agua que contiene sedimentos, es posible producir grandes cantidades de cultivo sin miedo al agotamiento del suelo, en cuanto que la naturaleza cumple con la “ley del remplazo” automáticamente, mediante los depósitos aluviales. Esto, por supuesto, aplicaría a solo algunos de los suelos de cada país en particular.
Luego de leer los libros de Fraas, el interés de Marx en la “física agrícola” creció, como le contó a Engels: “Debemos vigilar de cerca los últimos y los más recientes acontecimientos en la agricultura. La escuela física se enfrenta contra la química”xxxviii. Se puede discernir un claro cambio en los intereses de Marx aquí. En enero de 1868, Marx principalmente estaba siguiendo los debates dentro de la “escuela química”, en los términos de si los fertilizantes minerales o de nitrógeno eran más efectivos. Como ya había estudiado el asunto en 1861, pensaba que era necesario estudiar los avances recientes “hasta cierto punto”. Luego de dos meses y medio y una examinación intensiva de los trabajos de Fraas, sin embargo, Marx agrupó a Liebig y Lawes en la misma “escuela química” y trató la teoría de Fraas como una escuela “física” independiente. Evidentemente, esta categorización refleja el juicio del propio Fraas, en cuanto que se quejó de que tanto Liebig como Lawes hacían argumentos abstractos y unilaterales acerca del agotamiento del suelo, al poner demasiado énfasis en solo el componente químico del crecimiento de las plantasxxxix. Como resultado, Marx llegó a la conclusión de que “debía” estudiar los más recientes avances el campo de la agricultura con mayor cuidado.
En su atención hacia el impacto humano en el proceso histórico del cambio climático, también se evidencia la singularidad de Fraas. De hecho, el libro de Fraas ofrece uno de los más tempranos estudios acerca del tema, posteriormente halagado por George Perkins Marsh en Man and Nature (1864)xl. Basado en textos de la antigua Grecia, Fraas mostró cómo las especies de plantas se trasladaron del sur al norte, o de las planicies a las montañas, ya que los climas locales gradualmente se volvieron más calurosos y secos. Según Fraas, este cambio climático resulta de la excesiva deforestación demandada por las antiguas civilizaciones. Historias tales acerca de la desintegración de las sociedades antiguas tienen también una obvia relevancia para nuestra situación contemporánea.
Asimismo, Fraas advirtió en contra del excesivo uso de madera por parte de la industria moderna, un proceso ya avanzado durante su tiempo que tendría un enorme impacto en la civilización europea. La lectura de Fraas introdujo a Marx en el problema de la desaparición de los bosques de Europa, como documenta en su cuaderno: “Ahora Francia no tiene más que una doceava parte de su área de bosques previa, Inglaterra solo tiene cuatro grandes bosques de un total de 69; en Italia y la península de Europa Meridional la masa forestal, que en el pasado también era común en el llano, ya no se puede encontrar ni siquiera en las montañas”xli. Fraas lamentaba que un avance tecnológico ulterior pudiera permitir la tala de árboles en elevaciones de montaña más altas y solo acelerara la deforestación.
Leyendo los libros de Fraas, Marx llegó a ver una gran tensión entre la sustentabilidad ecológica y la siempre creciente demanda de madera para alimentar la producción capitalista. La mirada de Marx acerca de la perturbación de la “interacción metabólica” entre el hombre y la naturaleza en el capitalismo va más allá del problema del agotamiento del suelo en el sentido de Liebig y se extiende al problema de la deforestación. Por supuesto, como indica la segunda edición de El Capital, esto no significa que Marx hubiera abandonado la teoría de Liebig. Al contrario, seguía haciéndole honor a la contribución de Liebig como un punto esencial de su crítica de la agricultura moderna. De todas formas, cuando Marx escribió acerca de una “tendencia socialista inconsciente” en el trabajo de Fraas, es claro que ahora Marx consideraba la rehabilitación del metabolismo entre hombre y naturaleza como un proyecto central para el socialismo, con un alcance más grande que en la primera edición del volumen I de El Capital.
El interés de Marx en la deforestación no se limitaba a leer a Fraas. A principios de 1868, también leyó History of the Past and Present State of the Labouring Population de John D Tuckett, anotando los números de las páginas más importantes. En una de esas pocas páginas que Marx registró, Tuckett discute:
La indolencia de nuestros antepasados parece ser un tema de arrepentimiento, al descuidar el cultivo de árboles, así como, en muchas ocasionas, provocar la destrucción de bosques al no reemplazar suficientemente con plantas jóvenes. Este desperdicio general pareciera haber sido mayor justo antes de que el uso del carbón marino (para fundir hierro) fuera descubierto, cuando el consumo para el uso de hierro forjado, era tan grande que parecía que iba a barrer con toda la madera y los bosques del país… Sin embargo, hoy en día las plantaciones de árboles, no solo suman a la utilidad, sino que también tienden a embellecer el país, y producen pantallas para romper las rápidas corrientes del viento… La gran ventaja de plantar largos cuerpos de bosque en un país desnudo no se percibe a primera vista. Como no hay nada para resistir los vientos fríos, al ganado ahí alimentado tiene un crecimiento atrofiado y la vegetación tiene a menudo la apariencia de estar chamuscada con fuego, o golpeada con un palo. Por otra parte, al dar calor y comodidad al ganado, la mitad del forraje los va a satisfacerxlii.
Aunque Marx no menciona directamente los trabajos de Fraas o Turckett después de 1868, la influencia de sus ideas se ve claramente en el segundo manuscrito del volumen II de El Capital, escrito entre 1868 y 1870. Marx ya había señalado para el manuscrito del tercer volumen que la deforestación no sería sustentable bajo un sistema de propiedad privada, incluso si podía ser más o menos sustentable cuando era dirigido bajo la propiedad estatalxliii. Después de 1868, Marx prestó más atención al problema del sistema de expolio moderno, el cual ahora sobrepasó la producción de cultivo para incluir la deforestación. En esta línea, Marx cita Manual of Agricultural Business Operations [Handbuch der landwirthschaftlichen Betriebslehre] (1852) de Friedrich Kirchhof, apoyando la incompatibilidad entre la lógica del capital y las características materiales de la forestaciónxliv. Señala que el largo tiempo que necesita la forestación impone un límite natural, que obliga al capital a tratar de acortar el ciclo de deforestación y crecimiento lo máximo posible. En el manuscrito del volumen II de El Capital, Marx comenta un pasaje del libro de Kirchhof: “El desarrollo de la cultura y la industria en general se ha evidenciado en una enérgica destrucción del suelo tal que todo lo que se hace en el sentido opuesto, para su preservación y restauración, aparece como infinitesimal”xlv. Ciertamente, Marx es consciente del peligro que esta deforestación causará, no solo en la escasez de madera sino también en el cambio climático, que está atado a una crisis más existencial de la civilización humana.
Una comparación con los escritos del joven Marx ilustra este desarrollo dramático de su pensamiento ecológico. En El Manifiesto Comunista, Marx y Engels escriben acerca de los cambios históricos surgidos por el poder del capital:
La burguesía, durante su dominio de unos escasos cien años, ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones anteriores juntas. La sujeción de las fuerzas naturales al hombre, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y agricultura, la navegación a vapor, los ferrocarriles, el telégrafo eléctrico, la limpieza de continentes enteros para el cultivo, canalización de ríos, poblaciones enteras expulsadas de la tierraxlvi.
Michael Löwy criticó este pasaje como una manifestación de la actitud ingenua de Marx y Engels hacia la modernización y la ignorancia de la destrucción ecológica bajo el desarrollo capitalista: “Al rendir homenaje a la burguesía por su habilidad sin precedentes de desarrollar las fuerzas productivas”, escribe, “Marx y Engels celebraron sin reservas la ‘sujeción de la naturaleza por las fuerzas del hombre’ y el ‘desmonte de continentes enteros para el cultivo’ por la producción de la burguesía moderna”xlvii. La lectura de Löwy sobre el “prometeísmo” de Marx pareciera ser difícil de refutar aquí, aunque Foster nos muestra otra miradaxlviii. Sin embargo, la crítica de Löwy, aunque su interpretación refleja de manera acertada el pensamiento de Marx en ese tiempo, difícilmente podría generalizarse a lo largo de toda la trayectoria de Marx, ya que su crítica al capitalismo se volvió paulatinamente más ecológica con el pasar de los años. Como vimos más arriba, la evolución de su pensamiento en los años posteriores al primer volumen de El Capital muestran que en sus últimos años, Marx se interesó seriamente en el problema de la deforestación, y es muy improbable que el Marx tardío fuera a alabar la deforestación en masa en el nombre del progreso, sin consideración alguna acerca de la regulación consciente y sostenible de la interacción metabólica entre la humanidad y la naturaleza.
El más amplio alcance de la crítica ecológica de Marx
El interés ecológico de Marx en este periodo también se extendió hacia la ganadería. En 1865-1866, ya había leído Rural Economy of England, Scotland, and Ireland, de Lavergne, donde el economista agrónomo francés defendía la superioridad de la agricultura inglesa. Lavergne ofrecía como ejemplo el proceso de crianza inglés, desarrollado por Robert Bakewell, con su “sistema de selección”, que permitía que las ovejas crecieran más rápido y proveyeran de más carne, con solo la masa ósea necesaria para su supervivenciaxlix. La reacción de Marx acerca de esta “mejoría” es sugestiva: “Se caracteriza por la precocidad, la enfermedad completa, la falta de hueso, mucho desarrollo de la grasa y de la carne, etc. Todos estos productos artificiales. ¡Asquerosos!”l. Estas observaciones desmienten toda imagen de Marx como un partidario acrítico de los avances de la tecnología moderna.
Desde comienzos del siglo XIX, la “nueva oveja Leicester” de Bakewell había sido importada a Irlanda, donde se la criaba junto a las ovejas autóctonas para producir una nueva raza, la Roscommon, con el objetivo de incrementar la productividad agrícola de Irlandali. Marx era completamente consciente de esta modificación artificial de los ecosistemas regionales con el propósito de la acumulación del capital, y lo rechazó a pesar de su aparente “mejoría” de la productividad: La salud y el bienestar de los animales estaban siendo subordinados a la utilidad del capital. Por lo que Marx aclaró en 1865 que este tipo de “progreso” no era ningún progreso en realidad, porque solo podía alcanzarse al aniquilar la sustentable interacción metabólica entre el ser humano y la naturaleza.
Cuando Marx volvió al tema de la ganadería capitalista en el segundo manuscrito del volumen II de El Capital, lo encontró insostenible por la misma razón que señaló acerca de la deforestación capitalista: El tiempo de producción es a menudo simplemente demasiado largo para el capital. Aquí Marx hace referencia a Political, Agricultural and Commercial Fallacies (1866) de William Walter Good:
Por esta razón, considerando que la agricultura se rige por los principios de la economía política, los terneros que solían venir al sur de los condados lecheros para su crianza, ahora son sacrificados en gran parte con una semana y diez días de edad, en el caos de Birmingham, Manchester, Liverpool y otras grandes ciudades vecinas. … Lo que estos hombrecillos dicen ahora, en respuesta a las recomendaciones de criar, es, «Sabemos muy bien que sería rentable criar para la leche, pero primero nos exigiría meter las manos en nuestros bolsillos, lo que no podemos hacer, y entonces tendríamos que esperar mucho tiempo por un reingreso, en lugar de conseguirlo de una sola vez por la lechería”lii
No importa qué tan rápido se vuelva el crecimiento del ganado, gracias a Bakewell y otros criadores, solo se acorta el tiempo para la matanza prematura, en aras de un retorno más rápido para la capital. Según Marx, esto tampoco cuenta como “avance” de las fuerzas productivas, precisamente porque solo puede tomar lugar sacrificando la sustentabilidad por el bien de las ganancias a corto plazo.
Todos estos son solo ejemplos encontrados en los cuadernos de 1868. En esa época, a Marx también le intrigaba Coal Question (1865) de William Stanley Jevon, cuya advertencia sobre el próximo agotamiento del suministro de carbón en Inglaterra provocó una intensa discusión en el parlamentoliii. Sin lugar a dudas, Marx estaba estudiando los libros mencionados más arriba mientras preparaba los manuscritos de El Capital, y siguió haciéndolo durante 1870 y 1880. Así que es más que razonable concluir que Marx planeaba usar estos nuevos materiales empíricos para elaborar temas como la rotación del capital, la teoría de la renta y la tasa de ganancia. En un pasaje, de hecho, Marx escribe que la matanza prematura en última instancia causará “grandes daños” a la producción agrícolaliv. O, como Marx discute en otra sección del manuscrito de 1867-1868, el agotamiento de los suelos o minas también podría alcanzar tal extensión que “el decrecimiento de la condición natural de productividad” en la agricultura y la industria extractivista no podría ya contrabalancearse incrementando la productividad del trabajolv.
No causa sorpresas que, en el manuscrito, el cálculo de las tasas de ganancia incluyan aquellos casos donde las tasas de ganancia se hunden por los aumentos de los precios en las partes “flotantes” del capital constante, sugiriendo que la ley de la caída de la tasa de ganancia no debería tratarse como una mera fórmula matemática. Su verdadera dinámica está íntimamente relacionada a los componentes materiales del capital y no pueden tratarse de manera independiente a elloslvi. En otras palabras, la valorización y la acumulación de el capital no es un movimiento abstracto del valor; el capital está necesariamente encarnado en componentes materiales, inevitablemente tomando una “composición orgánica” (un término tomado de la Química Agrícola de Liebig), constreñido por los elementos concretos y materiales del proceso de trabajo. A pesar de su elasticidad, esta estructura orgánica del capital no puede ser modificada arbitrariamente, o apartarla demasiado del carácter material de cada elemento natural de la producción. En última instancia, el capital no puede ignorar el mundo natural.
Esto no significa que inevitablemente el capitalismo va a colapsar algún día. Al explotar completamente la elasticidad del material, el capital siempre intenta superar las limitaciones a través de las innovaciones científicas y tecnológicas. El potencial de adaptación del capitalismo es tan grande que probablemente pueda sobrevivir como el sistema social dominante hasta que la mayoría de la tierra se vuelva inhabitable para el ser humanolvii. Como documentan los cuadernos de Marx acerca de las ciencias naturales, él estaba particularmente interesado en comprender las fracturas en el proceso de la interacción metabólica entre el hombre y la naturaleza que resultan de interminables transformaciones del mundo material en aras de la valorización eficiente del capital. Estas fracturas metabólicas son tanto más desastrosas porque erosionan las condiciones materiales para la “sustentabilidad del desarrollo humano”lviii.
Marx entendió estas fracturas como una manifestación de la contradicción fundamental del capitalismo, y creía que era necesario estudiarlas cuidadosamente como una parte de la construcción de un radical movimiento socialista. Como se mostró en este artículo, Marx está más que consciente de que la crítica ecológica del capitalismo no se completaba con la teoría de Liebig, y trató de desarrollar y extenderla llevando adelante nuevas investigaciones de diversas áreas de la ecología, agricultura y botánica. La teoría económica y ecológica de Marx no es anticuada en lo más mínimo, sino que continúa completamente abierta a nuevas posibilidades de integrar el conocimiento de las ciencias naturales con la crítica del capitalismo contemporáneo.
Notas
↩See John Bellamy Foster, preface to the new edition of Paul Burkett, Marx and Nature (Chicago: Haymarket, 2014).
↩Funding and support for the MEGA project has now been extended for the next 15 years. This article is based on my research as a visiting scholar at the Berlin-Brandenburg Academy of Sciences in 2015. I am especially thankful to Gerald Hubmann, who supported my project from the beginning.
↩Paul Burkett and John Bellamy Foster, “The Podolinsky Myth,” Historical Materialism 16, no. 1 (2008): 115–61.
↩Foster, Marx’s Ecology (New York: Monthly Review Press, 2000), chapter 4; Kohei Saito, “The Emergence of Marx’s Critique of Modern Agriculture,” Monthly Review 66, no. 5 (October 2014): 25–46.
↩Karl Marx and Frederick Engels, Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA) II, vol. 6 (Berlin: De Gruyter, 1975), 409.
↩John Bellamy Foster, Brett Clark, and Richard York, The Ecological Rift (New York: Monthly Review Press, 2010), 7.
↩MEGA II, vol. 5, 410.
↩Carl-Erich Vollgraf, Introduction to MEGA II, vol. 4.3, 461. It is important, however, to note that Marx had said the same thing in a letter to Engels on February 13, 1866. See Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works (New York: International Publishers, 1975), vol. 42, 227. There he wrote, “I had to plough through the new agricultural chemistry in Germany, in particular Liebig and Schönbein, which is more important for this matter than all the economists put together.”
↩Karl Marx, Capital, vol. 1 (London: Penguin, 1976), 638; emphasis added.
↩Liebig’s introduction includes a section called “National Economy and Agriculture”; Marx begins his excerpts with this section, then returns to the beginning of introduction.
↩Wilhelm Roscher, System der Volkswirthschaft, 4th ed., vol. 2 (Stuttgart: Cotta’scher, 1865), 66.
↩Karl Marx and Friederick Engels, Collected Works, vol. 42, 507–8.
↩See especially Karl Marx, Capital, vol. 3 (London: Penguin, 1981), 878.
↩For an introductory discussion of Liebig’s theory, see William H. Brock, Justus von Liebig: The Chemical Gatekeeper (Cambridge: Cambridge University Press, 1997), chapter 6.
↩Foster, Marx’s Ecology, 153.
↩Michael Perelman, “The Comparative Sociology of Environmental Economics in the Works of Henry Carey and Karl Marx,” History of Economics Review 36 (2002): 85–110.
↩Eugen Dühring, Carey’s Umwälzung der Volkswirthschaftslehre und Socialwissenschaft (Munich: Fleischmann, 1865), xiii.
↩Eugen Dühring, Kritische Grundlegung der Volkswirthschaftslehre (Berlin: Eichhoff, 1866), 230.
↩Dühring, Carey’s Umwälzung, 67. Though Dühring does not use this expression to characterize Liebig’s theory, Karl Arnd claims that it is haunted by a “ghost of soil exhaustion.” See Karl Arnd, Justus von Liebig’s Agrikulturchemie und sein Gespenst der Bodenerschöpfung (Frankfurt am Main: Brönner, 1864).
↩Liebig, Einleitung in die Naturgesetze des Feldbaues (Braunschweig: Friedrich Vieweg, 1862), 125.
↩On the importance of Anderson to Marx’s whole argument see Foster, Marx’s Ecology, 142–47.
↩Liebig intentionally wrote in provocative terms in hopes of restoring his professional fame, and in that sense the seventh edition was quite successful. See Mark R. Finlay, “The Rehabilitation of an Agricultural Chemist: Justus von Liebig and the Seventh Edition,” Ambix 38, no. 3 (1991): 155–66.
↩Dühring, Carey’s Umwälzung, 67.
↩Marx and Engels, Collected Works, vol. 43, 384.
↩Roscher, Nationalökonomie des Ackerbaues, 65.
↩Marx-Engels Archive (MEA), International Institute of Social History, Sign. B 107, 31–32. Albert Friedrich Lange, J. St. Mill’s Ansichten über die sociale Frage und die angebliche Umwälzung der Socialwissenschaft durch Carey (Duisburg: Falk and Lange, 1866), 197.
↩Ibid., 203.
↩MEGA IV, vol. 32, 42.
↩Julius Au, Hilfsdüngermittel in ihrer volks- und privatwirtschaftlichen Bedeutung (Heidelberg: Verlagsbuchhandlung von Fr. Bassermann, 1869), 179.
↩MEGA IV, vol. 32, 42.
↩Marx and Engels, Collected Works, vol. 43, 527.
↩MEA, Sign. B 107, 13.
↩Carl Fraas, Die Ackerbaukrisen und ihre Heilmittel (Leipzig: Brockhaus, 1866), 151.
↩Charles Lyell, Principles of Geology, vol. 3 (London: John Murray, 1832), 61.
↩MEA, Sign. B 107, 94; Carl Fraas, Die Natur der Landwirthschaft, vol. 1 (München: Cotta’sche, 1857) 17.
↩Marx and Engels, Collected Works, vol. 42, 559.
↩Fraas, Natur der Landwirthschaft, vol. 1, 357.
↩Marx and Engels, Collected Works, vol. 42, 559.
↩Fraas, Die Ackerbaukrisen und ihre Heilmittel, 141.
↩George Perkins Marsh, Man and Nature (Seattle: University of Washington Press, 2003), 14.
↩MEA, Sign. B 112, 45. Carl Fraas, Klima und Pflanzenwelt in der Zeit: Ein Beitrag zur Geschichte beider (Landshut: J. G. Wölfle, 1847), 7.
↩MEA, Sign. B 111, 1. John Devell Tuckett, A History of the Past and Present State of the Labouring Population (London: Longman, Brown, Green and Longmans, 1846), vol. 2, 402.
↩MEGA II, vol. 4.2, 670.
↩Friedrich Kirchhof, Handbuch der landwirthschaftlichen Betriebslehre (Dessau: Moriz Ratz, 1852). Marx owned a copy of this book (MEGA IV, vol. 32, 673).
↩MEGA II, vol. 11, 203; Karl Marx, Capital, vol. 2 (London: Penguin, 1978), 322.
↩Marx and Engels, Collected Works, vol. 6, 489.
↩Michael Löwy, “Globalization and Internationalism: How Up-to-date is the Communist Manifesto?” Monthly Review 50, no. 6 (November 1998): 20.
↩John Bellamy Foster, The Ecological Revolution(New York: Monthly Review Press, 2009), 213–32.
↩Léonce de Lavergne, Rural Economy of England, Scotland, and Ireland (Edinburgh: William Blackwood, 1855), 19–20, 37–39.
↩MEA, Sign. B 106, 209; William Walter Good, Political, Agricultural and Commerical Fallacies (London: Edward Stanford, 1866), 11–12.
↩Janet Vorwald Dohner, ed., The Encyclopedia of Historic and Endangered Livestock and Poultry Breeds (New Haven, CT: Yale University Press, 2001), 121.
↩MEGA II, vol. 11, 188.
↩MEA, Sign. B 128, 2.
↩MEGA II, vol. 11, 187.
↩MEGA II, vol. 4.3, 80.
↩For a more mathematical treatment of the law, see Michael Heinrich, An Introduction to the Three Volumes of Karl Marx’s Capital (New York: Monthly Review Press, 2012), chapter 7.
↩Burkett, Marx and Nature, 192.
↩John Bellamy Foster, “The Great Capitalist Climacteric,” Monthly Review 67, no. 6 (November 2015): 9.