
“Ya he citado anteriormente la actividad desacostumbrada que desplegaron las autoridades sanitarias cuando la epidemia de cólera en Manchester. En efecto, cuando la epidemia amenazó, un pavor general se apoderó de la burguesía de la ciudad; de pronto se acordó de las viviendas insalubres de los pobres y tembló ante la certidumbre de que cada uno de esos malos barrios iba a constituir un foco de epidemia, desde los cuales extendería sus estragos en todo sentido a las residencias de la clase poseedora”
Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1844
La pandemia de Covid-19 está azotando al mundo y a nuestro país también. Las cifras globales son estremecedoras: en cinco meses más de 4.500.000 millones de infectados, casi 300.000 muertos. La catástrofe se manifestaba en el resto del mundo.
En nuestro país, el gobierno de Alberto Fernández prevenido ante los sinsentidos de gobiernos como los de España, Italia e Inglaterra que jugaron con la pandemia y ella les contestó con una negra ola de enfermedad y muerte, trató de curarse en salud e impuso el 20 de marzo (a solo 17 días del primer contagio registrado) una férrea cuarentena cuyo objetivo era ganar tiempo, aplazar lo que se confesaba como inevitable: que la curva de contagios creciera hasta llevar al colapso el precario y desfinanciado sistema sanitario argentino. A casi dos meses del inicio de esa cuarentena, en parte el objetivo se estaba cumpliendo. Al momento de escribir estas palabras, las cifras oficiales denuncian 6879 contagios y 329 muertos. Datos que, por lo menos hasta esta última semana, venían registrando un “aplanamiento de la curva” de contagios.
Todo parecía venir viento en popa. Alberto Fernández “nos” felicita a todos cada cuatro días, como intermediarios de una autofelicitación y compara sus éxitos sanitaristas con los fracasos a la sueca o a la chilena. El manejo sanitario parecía funcionar tan bien, que antes de que ocurra el “inevitable pico de contagio”, ya se empezó a pensar en la economía y a liberar distintas disciplinas y actividades de la dura cuarentena. Todo parecía venir de parabienes… y la realidad empezó a mostrar el duro rostro.
Nadie sabe cómo ni cuándo pero el virus Covid-19 entró a los barrios populares de la Capital. Todos sabían que la cuarentena era impracticable en los barrios populares porque las condiciones de hacinamiento lo hacían imposible. Nadie vio venir al témpano porque los protocolos decían que no había que testear a todo aquel que tuviera alguno de los síntomas, sino solo a aquellos que hubieran venido de afuera del país o hubiesen tenido contacto con algún contagiado. Nadie, ni en el gobierno de CABA ni en el gobierno nacional registraron el escándalo sanitario que significa que buena parte de la villa 31 en Retiro estuviese durante nueve días sin agua en medio de la pandemia. Pero, bueno, a falta de testeos, de condiciones de salubridad y de agua, siempre se puede acudir a un oportuno cruce de dedos.
Lo cierto es que en pocos días la realidad se mostró implacable. Los casos positivos emergieron de lo más profundo de los barrios carenciados. El parte diario del 8 de mayo del gobierno de la Ciudad informa que en la Villa 31 “se entrevistó a 1.211 personas, se realizaron 119 tests diagnósticos con 64 casos positivos y 22 pendientes de análisis”. Es decir que sobre los 97 resultados obtenidos 64 dieron positivo. Un 66% de los testeados resultaron portadores del virus. Una proporción monstruosa si se tiene en cuenta que el promedio de la ciudad es de menos de 12 positivos cada 100 tests realizados.
Pero este caso no fue un relámpago en cielo sereno. El martes de esta semana se informó que en el parador para personas en situación de calle ubicado en el barrio de Retiro había dado como resultado que de las 92 personas que lo utilizaban 90 dieron positivo al tests de Covid-19. Estas cifras hicieron trepar a niveles record los enfermos en la ciudad alcanzando en las últimas dos jornadas los 188 y 178 casos respectivamente. Sí, todo esto en la misma semana en que se resolvió flexibilizar la cuarentena.
Pobreza, hacinamiento y pandemia
“Toda gran ciudad tiene uno o varios «barrios malos», donde se concentra la clase obrera. Desde luego, es frecuente que la pobreza resida en callejuelas recónditas muy cerca de los palacios de los ricos; pero, en general, se le ha asignado un campo aparte donde, escondida de la mirada de las clases más afortunadas, tiene que arreglárselas sola como pueda. En Inglaterra, estos «barrios malos» están organizados por todas partes más o menos de la misma manera, hallándose ubicadas las peores viviendas en la parte más fea de la ciudad. […] Las calles mismas no son habitualmente ni planas ni pavimentadas; son sucias, llenas de detritos vegetales y animales, sin cloacas ni cunetas, pero en cambio sembradas de charcas estancadas y fétidas. Además, la ventilación se hace difícil por la mala y confusa construcción de todo el barrio, y como muchas personas viven en un pequeño espacio, es fácil imaginar qué aire se respira en esos barrios obreros”
(Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1844).
El Covid-19 es un fenómeno biológico (esto más allá de las responsabilidades del capitalismo depredador en propiciar las condiciones para que estos ocurran más asiduamente), pero las epidemias son fenómenos sociales.
Para entender la gravedad del problema es necesario poner sobre la mesa algunos datos que grafican el estado en que viven los habitantes de los barrios populares. Como hasta el momento los principales focos de contagio se verificaron en las Villa 31 en Retiro y en la 1-11-14 en el barrio de Flores, nos dedicaremos a graficar cuál es la situación en esos barrios según los datos oficiales del gobierno de la Ciudad.
En la villa 31 viven 40.320 personas en un área de 72 hectáreas. Esto significa una densidad poblacional de 560 personas por hectárea. El caso de la 1-11-14 tenemos un cifra parecida de habitantes, unos 40.059, pero en un espacio de 31 hectáreas. Esto da una densidad poblacional que está por encima de las 1.292 personas por hectárea. Quizás para darnos cuenta de su verdadera dimensión es necesario precisar que la densidad poblacional de la Ciudad de Buenos Aires en promedio es menos de 151 habitantes por hectárea. Es decir que la densidad en la Villa 31 esta 3.7 veces por encima del promedio de la Ciudad y la de la 1-11-14 salta a 8.56 veces el promedio general.
Para seguir graficando como es la vida cotidiana en los barrios populares, profundicemos los datos de la 1-11-14. El GCBA censó que la habitan 12.852 familias que habitan en 4.907 casas. De estas casas el 32,3% cuentan con uno o ningún cuarto, y al 64% se accede mediante un pasillo. Un 65% no tiene agua dentro de la casa, de las que tienen agua el 5% la obtiene de pozo y el resto mayoritariamente de conexiones informales a la red pública; solo un 2% está conectado a la red del gas mientras que el 98% restante requiere de garrafas.
Esta es solo una muestra de cuáles son las condiciones de hacinamiento en que se vive. Ante esta situación habitacional, el ingreso de un virus como el Covid-19 el cual no genera síntomas en buena parte de los contagiados pero que sí pueden contagiar, abre las puertas al escalamiento de contagios en tiempo record.
El salto de los contagios en los barrios populares en CABA
En la medida que la emergencia de los focos infecciosos en los barrios populares no salió a la luz hasta hace pocos días, las datos estadísticos del Gobierno de la Ciudad, al no discriminar con precisión dónde residen los contagiados, esconden la gravedad de la situación. No obstante esto, si seguimos la evolución de la epidemia en el barrio de Retiro (donde está la villa 31) y el barrio de Flores (donde se encuentra la 1-11-14) podemos seguir de manera distorsionada cómo fue evolucionando el salto de los contagios.
Según los boletines sanitarios que publica semanalmente el Ministerio de Salud de la Ciudad podemos encontrar estos datos.

Vemos que a mediados de abril los casos en el barrio de Retiro representaban poco más del 1% de los casos de la Ciudad y la cantidad de enfermos cada 100 mil habitantes era un tercio menos que el promedio de la Ciudad, mientras que en el barrio de Flores los contagiados representaban el 7% del total y la concentración de enfermos estaba un poco por encima del promedio. La progresión durante las tres semanas siguientes muestra un salto exponencial. Mientras que al 7 de mayo (último boletín publicado) la Ciudad tiene de promedio 53.6 contagiados cada 100 mil habitantes, el barrio de Flores contiene 145 cada 100 mil habitantes, casi 3 veces el promedio de la ciudad y representa el 15% de los enfermos de la Ciudad. Pero lo monstruoso es el salto en Retiro. En tres semanas los enfermos saltaron de 9 a 293, y la concentración de enfermos fue saltando del 13.8, al 21.4, luego al 123.81 y finalmente alcanzó los 447.8 contagiados cada 100 mil habitantes, casi ocho veces y media por encima del promedio de la Ciudad representando al 19% de los casos.
Tengamos en cuenta que estos datos se detienen en el 7 de mayo. Según un informe del gobierno del 12 de mayo, los casos positivos en los barrios populares ascienden a 759 de los cuales 571 están en la Villa 31 y 155 en la 1-11-14.
Este es el temor que de golpe congela las espaldas de los funcionarios porteños, nacionales y bonaerenses. El temor de que este foco claramente descontrolado se expanda a toda la ciudad y al conjunto del conurbano en el medio de una cuarentena que empezó a mostrar agotamiento, y ante políticas de flexibilización y apertura que facilitan que estos casos se irradien.
El problema de la Provincia
“Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”
(John Donne, 1624)
La imagen de la escalada de enfermos en los barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires se muestra como un espejo tétrico que refleja un futuro posible para la Provincia. Es que los datos que tiene el gobierno de Kicillof le dicen que la Provincia tiene más de 1.800 posibles “Villas 31” en el conurbano donde viven en condiciones de extrema precariedad unas 423 mil familias (poco menos de 2.000.000 de personas).
De producirse una escalada semejante a la de Capital, los casos en los barrios populares de la Provincia podrían trepar en un mes a más de 25.000 contagios como parte de una tendencia a la cual no se le conoce su techo.
En este marco la flexibilización de la cuarentena que decretó Larreta en la Ciudad preocupa sobremanera a los funcionarios bonaerenses. Esto lo manifestaron intendentes del conurbano según el diario La Nación: «Esa situación resulta riesgosa para todo el AMBA, dado que implica mayor movilidad teniendo en cuenta que muchos trabajadores y trabajadoras de esos comercios residen en el Gran Buenos Aires. Una mayor circulación comunitaria del virus puede reducir la capacidad de control sobre la tasa de contagio».
Recordemos además que la imposibilidad de realizar una cuarentena en regla en los barrios del Gran Buenos Aires debido a las condiciones de hacinamiento, llevó al gobierno provincial a sincerar la política de la “cuarentena comunitaria”. Es decir, evitar que la gente salga del barrio para impedir que el virus entre a las comunidades. Pero este escenario de apertura en la ciudad lleva a que la cuarentena comunitaria salte por los aires debido al cotidiano flujo de trabajadores que van a trabajar a la Ciudad y vuelven a los barrios.
Como sostener la cuarentena
Está claro que estos casi 60 días de aislamiento se hacen difíciles de soportar. Esto es aún mucho más crítico para los sectores de trabajadores informales que vieron desaparecer sus ingresos y pone en jaque sus medios de subsistencia. Los sectores empresarios y los políticos patronales se llenan la boca de palabras respecto de que la economía no soporta más para extorsionar a los trabajadores a que acepten descuentos y rebajas salariales. El gobierno nacional se hace el distraído y sin animarse a aflojar todo, poco a poco va cediendo ante los reclamos empresariales y libera irresponsablemente cada vez más sectores.
Lamentablemente ante la falta de una vacuna o de un tratamiento efectivo contra el Covid-19, la cuarentena es la principal herramienta con la que se cuenta para defenderse de la pandemia. Ante esta situación de emergencia, la disyuntiva entre cuarentena y economía se resuelve por la vía de cómo sostener la cuarentena y quién paga los costos de la misma, si los grandes capitalistas y el imperialismo con sus ganancias o los sectores populares con sus salarios y sus vidas.
Frente a esta situación la izquierda debe defender un programa claro y anticapitalista, que entre otros puntos contenga un plan de obras públicas y viviendas en los barrios populares, para encarar los problemas de salubridad y hacinamiento. A su vez, hace falta un salario universal de $50.000 para todos los trabajadores precarios, tercerizados y monotributistas, financiado con impuestos a las grandes riquezas. Pagar la deuda externa es avalar una estafa que desvía miles de millones de dólares que deben destinarse a enfrentar la pandemia a las arcas de los buitres y el imperialismo. Frente al crecimiento de contagios es necesario unificar el sistema de salud para que todo enfermo pueda atenderse en cualquier centro de salud público o privado, a la vez que es urgente realizar testeos masivos que permitan cuantificar y proceder a la atención de los afectados y la prevención de los contagios. En este marco, apoyemos todos los pasos adelante que ya están empezando a dar distintos sectores de trabajadores en la defensa de sus derechos y organizarnos en comités de lucha para impedir que los mezquinos intereses de las patronales se impongan por sobre la salud pública y las necesidades populares.
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