Situada durante el Mundial de 2018, se nos muestra a Stéphane, un oficial de policía que es trasladado a la comuna de Montfermeil para controlar un asentamiento de inmigrantes africanos musulmanes. Haciendo un repaso por la idiosincrasia del barrio y de todos los grupos étnicos que lo componen, los mismos se topan con el robo de un animal de circo y comienzan una feroz persecución para atrapar al culpable, un niño de tan sólo 10 años, llamado Issa. Una vez que lo encuentran, se genera un forcejeo y enfrentamiento con un grupo de niños que intentan impedirlo. Allí, haciendo uso de la fuerza, la impunidad y el deber de establecer el orden, uno de los policías (llamado Gwada) le dispara una “flash-ball” en la cara, dejándolo inconsciente. Este tipo de armas, que pueden disparar desde balas de goma a bombas lacrimógenas, son de uso cuestionado por los consejos de derechos humanos Europeos y se instó al gobierno francés a prohibirlas. Lejos de eso, se convirtieron en el arma predilecta de las fuerzas represoras contra las protestas de los Chalecos Amarillos que asolaron a la nación todo el año pasado y el anterior. Varios manifestantes clamaron que estos proyectiles generan daños en los órganos internos cuando son arrojados a corta distancia, llegando incluso a fracturar cráneos y ocasionar pérdida ocular.
A través de distintas escenas, el film refleja la impunidad con la que se mueve la policía en los barrios más vulnerables, avasallando todo tipo de derecho: acosando mujeres, negociando con las pandillas en disputa, siendo cómplice del negocio de la venta de drogas, entre otros. Sin duda, el ejemplo más claro se observa en el intento de los policías por ocultar la violencia ejercida hacia Issa y un grupo de niños del barrio, negándole asistencia y amenazándolo para que no cuente lo sucedido. Este hecho termina por estallar la bronca acumulada de los jóvenes del vecindario (que a diario sufren la persecución policial en las calles y en sus propios hogares), presentes durante el ataque de la policía.
Esta es la ópera prima del director y guionista nacido en Malí Ladj Ly, basada en un cortometraje previamente realizado por él e inspirado tanto en los disturbios de París del 2005 como en abusos policiales que sufrió el propio Ly por su condición de inmigrante. Presenta un estilo de dirección muy realista, casi documental, con el agregado innovador de ver la acción desde el punto de vista de un drone y una edición veloz que contribuye a adentrar al espectador. Se puede apreciar una influencia de filmes similares como Do The Right Thing (1989), La Haine (1995) y al clásico italiano del cine antifascista – y uno de los primeros dramas con elementos documentales – Roma, Ciudad Abierta (1945). Fue galardonada con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y nominada al Oscar por Mejor Película Extranjera, aunque no logró ganar. De esta forma, Les Misérables se presenta como una cinta fuerte y demoledora, una radiografía de los conflictos actuales cuyas respuestas populares crecen en vigor.
Si bien la cinta logra reflejar el abuso policial a través del accionar de la pareja de policías, resulta importante manifestar a modo de crítica que, en este sentido, el mensaje de la misma es algo ambiguo, ya que a la vez que refleja la impunidad y arrogancia con la que se desenvuelve principalmente el personaje de Chris, también refleja una mirada parcial e individualista respecto del aparato represivo y sus agentes. Un ejemplo de ello es el intento de humanizar a Stéphane, uno de los policías, mostrándolo como “el policía honesto” que aún no ha sido corrompido por el sistema y logra mantener ciertos “códigos morales” a lo largo del film. Es preciso señalar que no profundiza la crítica al sistema policial como institución del estado y deja entrever que el abuso policial sería producto de la voluntad de sus miembros. Así mismo, la reacción violenta a modo de venganza es una salida reduccionista de la problemática, que oculta el verdadero carácter represivo del sistema policial.
En esta línea, se torna imprescindible señalar el carácter institucional del aparato represivo con sus instituciones de coerción (institutos y cárceles) y su función: el mismo surge para proteger la propiedad privada de la burguesía y es el garante del orden desigual que rige en la sociedad capitalista. Con el fin de evitar todo tipo de levantamiento de lxs explotadxs y oprimidxs, controla por medio del abuso sistemático y actos aleccionadores.
A diario puede verse cómo se intensifica la impunidad policial en contextos que rompen la normalidad, como las crisis económicas, los procesos de lucha e, incluso, la situación actual de pandemia, etc; irrupciones en la cotidianidad que abren la posibilidad de mayores reacciones sociales y cuestionamientos del orden establecido (como ocurrió en EE.UU. semanas atrás a partir del asesinato de George Floyd con el debate de la abolición de la policía). Estas circunstancias que ponen de manifiesto la profunda desigualdad, conlleva el recrudecimiento de la brutalidad y violencia policial con el fin de garantizar el status quo. Violencia que forma parte de un accionar habitual que se manifiesta en ataques en todas partes del mundo y son dirigidos, especialmente, a los sectores sociales de más bajos recursos.
Particularmente, el abuso policial en Argentina hoy se traduce en casos de gatillo fácil y se lleva la vida de varios jóvenes, como la de Lucas Verón de 18 años asesinado por la espalda, y se ve involucrada en la desaparición forzada de Facundo Castro hace ya 80 días. Según un informe de Correpi, en los últimos cuatro años los casos de gatillo fácil aumentaron considerablemente, asesinando en promedio a una persona cada 19 horas y siendo las víctimas los jóvenes de los sectores más vulnerables1. Incluso hay registros de la Provincia de Buenos Aires que indican que ya son más de 50 los casos de asesinatos en manos de la policía en estos 6 meses del año, superando el promedio anual de 47 casos.
A modo de conclusión, cabe señalar que estos hechos no solo llevan a cuestionar la función social del aparato represivo desde una perspectiva global, sino también a comprender que dicha función es intrínseca al mismo y al sistema capitalista en el cual se enmarca, por lo que toda reforma no sería más que un cambio parcial si continúa en manos del estado burgués2. Para terminar con esto resulta imprescindible un proceso de lucha que abra el debate sobre el aparato policial y visualice la necesidad de una transformación absoluta del sistema de violencia y desigualdad en el cual estamos sumergidxs un amplio sector de la sociedad.