La insondable catástrofe de Maduro y su régimen
Por Roberto Ramírez
con la colaboración de Zoila Mara
“En mi viejo barrio de Guaicaipuro [Caracas] no hay ambiente explosivo sino una gran desesperanza. Mi hermana Dona está pensionada y por 500.000 bolívares tiene que ir cinco días al banco, para sacar menos de un dólar por día. Los viejos están protestando y manifestando por eso. En este momento nadie habla de las elecciones (presidenciales), ni siquiera Maduro… La preocupación diaria es conseguir comida. La situación es tal que los soldados roban comida a los viajeros entre ciudades. Y a la gente que llega al aeropuerto le quitan los dólares y los aparatos” (Zoila Mara, WhatsApp, 31-3-18)
Los posibles cursos de la situación venezolana, antes y después de la “reelección” de Maduro, presentan grandes signos de interrogación y al mismo tiempo la realidad abrumadora de una insoportable crisis económico-social, pero también política. Una crisis que, por sobre todo, es un verdadero infierno para la mayor parte del pueblo que no tiene en sus bolsillos los dólares necesarios para comprar comida, medicinas y otras necesidades.
Este infierno ha empujado finalmente a buena parte de la población, principalmente de la juventud venezolana, a emigrar en masa. ¡Las migraciones masivas han sido siempre y en todo el mundo una catástrofe no sólo humanitaria, sino también económico-social! Y en el caso de Venezuela, ya se está pagando muy caro esa sangría demográfica: según la ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) las cifras de la migración superarían ya los tres millones de personas.
Hablamos de catástrofe social porque la emigración masiva, como ha sucedido con otros países, arrasa no sólo con los sectores más jóvenes, sino también con los más activos y calificados. ¡Es casi como una guerra! Un país donde esto sucede es un país que se desangra socialmente, aunque no haya sufrido un conflicto armado.
Si bien podría decirse que Venezuela llegó a las elecciones del 20 de mayo relativamente “en calma”, los resultados de estas elecciones muestran un cuadro de crisis profunda que tiende en el fondo a agravarse y ser caótico y, finalmente, podría ser explosivo, mientras cambian de un día para el otro los hechos y acontecimientos políticos, en general para peor.
Pero hasta ahora estos cursos políticos se dan esencialmente por arriba, tanto del gobierno como de la dividida oposición de derecha, y además no han determinado claramente ningún derrotero progresivo. La inmensa mayoría del pueblo trabajador está frente a esos acontecimientos como un convidado de piedra, al que sólo se le pide cada tanto que vote por personajes nombrados a dedo en las alturas, o que no vaya a votar porque desde Washington se lo ordenan por intermedio de la fragmentada MUD (Mesa de la Unidad Democrática).
El “no voto castigo” del 20 mayo abrió las compuertas de una grave crisis política, pero esto no ha significado, hasta ahora, que las masas trabajadoras y populares hayan ganado la calle, movilizándose para imponer tal o cual salida. En ese contexto, son factores no menores las presiones políticas y económicas que llegan desde afuera a través de los “organismos internacionales” como la OEA (Organización de los Estados Americanos), que es el “ministerio de colonias” de Estados Unidos. Allí, el imperialismo yanqui, con apoyo de sus lacayos del Sur, como Luis Almagro, secretario general de la OEA, y de gobiernos como los de Macri, Temer, Santos & Cía., no sólo establece el cerco contra Venezuela: también apuntan peligrosamente a justificar futuras intervenciones armadas. Hasta la Unión Europea hace lo suyo, aunque con matices formalmente más “cuidadosos” y “negociadores”.
Mientras tanto, por arriba, desde el gobierno de Maduro, se han ido sucediendo las más diversas tramoyas, pero hasta ahora sin que las masas trabajadoras y populares en silencio tengan una intervención propia independiente. El último ejemplo fue la convocatoria anticipada de elecciones presidenciales. Después de fijar varias fechas que fueron cambiando, estas presidenciales anticipadas se realizaron el 20 de mayo. Esa fecha no sólo no era la indicada por la Constitución (que sería a fines de este año), sino que fue movida varias veces. El gobierno la fue adelantado o postergando según sus conveniencias y/o las oscilaciones caóticas del grupo que concentra en sus manos la suma del poder público, tras la farsa de una “Constituyente” electa el año pasado mediante una lista única designada “a dedo” desde arriba.
Las elecciones del 20 de mayo resultaron en un duro «voto castigo» a Maduro por la enorme abstención. Pero simultáneamente este voto castigo no fue del todo claro políticamente. Por un lado, fue alentado por una convocatoria de la derecha; por el otro, lo aprovecharon sectores de masas que no están en el campo de la derecha para manifestar así su descontento y repudio concreto a Maduro. Dicho de otro modo: ¡Fuera Maduro!… ¿pero que venga quién? Para que esto quede claro sin ninguna duda, es imprescindible que se exprese en acciones y movilizaciones concretas.
Es que, paradójicamente, en medio de la catástrofe económico-social, el país fue marchando hacia las elecciones presidenciales del 20 de mayo sin que hubiese protestas ni movilizaciones sociales, ni menos aún luchas importantes de la clase trabajadora. A inicios de este año, en algunos sectores obreros y asalariados hubo reclamos y acciones dispersas, principalmente reivindicativas. Pero se “solucionaron” con algunas miserables concesiones que la hiperinflación ya devoró. Ahora vuelve a haber reclamos, pero tampoco involucran a sectores masivos.
En resumen: el escenario global presenta un agudo contraste. Por arriba, se ha visto el ruidoso escenario de una doble contienda política y electoral. Una, entre los diversos candidatos del oficialismo y los opositores. La otra, la pelea dentro de la misma oposición de derecha, primero sobre si participar presentando candidatos o impulsar un boicot llamando a no votar, como se les ha ordenado desde Washington, y ahora sobre el escenario post elecciones.
Mientras tanto, por abajo, las masas trabajadoras y populares aún siguen mudas. Aunque en su interior no están para nada conformes, desde arriba, mediante diversos mecanismos, han logrado en buena medida atomizarlas en la lucha diaria por el pedazo de pan (o la bolsa CLAP) que permita sobrevivir un día más, en medio del hambre, el desempleo y los salarios irrisorios. Estos mecanismos de disgregación y desmoralización van desde la emigración masiva, las privaciones y las derrotas hasta los mecanismos asistencialistas miserables impulsados por el gobierno (bolsas CLAP, carnets de la patria, etc.), que establecen de hecho lazos de sometimiento clientelista. ¡Colabora y no protestes, si quieres tu ración diaria para no morir de hambre!
Claro que la realidad no se reduce a eso. Cada día que se sobrevive en una situación así aumenta en algunos grados la acumulación de descontento y rabia, que el día menos pensado puede estallar. Ya es una montaña potencialmente explosiva, pero todavía sin un detonante visible. El gran motor de este peligroso curso es la hiperinflación “bolivariana”, que viene desde hace tiempo destruyendo los ingresos reales de los trabajadores y las masas populares, aunque en sus bolsillos tengan millones de bolívares convertidos en papeles que no valen nada. Veremos a continuación cómo funciona este mecanismo devorador de los ingresos de los trabajadores y los sectores populares, que al mismo tiempo es una gran oportunidad de hacer negocios para burgueses de todos los credos y funcionarios “bolivarianos” civiles y militares.
Hiperinflación: ¿“guerra económica” o pago religioso de la deuda externa?
Las fechas de elecciones y sus candidatos fueron cambiando de un día para el otro. Pero lo que continúa y crece es la catástrofe económico-social en que ha desembocado el régimen chavista bajo la conducción de Maduro, que entre otros desastres ha desencadenado la mencionada sangría social masiva de emigrar para sobrevivir. Comenzaremos por explicar este punto básico de la catástrofe de la economía, que es asimismo eje político del régimen, con su consecuencia final más resonante, la hiperinflación, que ya va por su segundo, tercero o cuarto año, según cómo se defina.
Pero lo importante es que, más allá de los debates sobre las definiciones académicas de hiperinflación, al día de hoy la tasa de crecimiento de los precios en Venezuela es récord mundial tanto por su creciente velocidad y magnitud como por la duración de este fenómeno. Esto pone diariamente a la mayoría de la población ante el drama de cómo conseguir un mínimo de alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad. Al mismo tiempo, ha hecho de la subalimentación un mal cada vez más generalizado del presente y de consecuencias futuras gravísimas.
Las raíces de este desastre son, en el fondo, muy simples. En primer lugar, aunque en Venezuela se habló mucho de “socialismo”, ni Chávez ni Maduro hicieron ningún cambio estructural del modelo rentista que impera desde hace alrededor de un siglo en Venezuela. Es decir, se mantuvo un modo de relaciones con la economía mundial que consiste en ser monoproductor de hidrocarburos (y en menor medida de otras materias primas de la minería) y vivir de la renta que genera su venta en el mercado mundial.
Esto parecía marchar sobre ruedas cuando, en vida de Chávez, los precios de los hidrocarburos se fueron a las nubes y alcanzaron picos históricos. Mientras tanto, Chávez no tomó medida alguna para afrontar una caída ni menos intentó superar el rentismo petrolero y minero. Por el contrario, afirmaba que una caída jamás sucedería. O que, si eso ocurría, no tendría mayores consecuencias. Decía que “no habrá crisis por descenso de precios del petróleo” y además lanzaba este desafío: “Si quieren, pónganme el petróleo a 0 y Venezuela no entra en crisis” (videos de Chávez en Youtube: “No habrá crisis por descenso de precios del petróleo”, 25-6-12, y “Si quieren pónganme el petróleo a 0 y Venezuela no entra en crisis”,18-1-16).
Basado en estos pronósticos y políticas que resultaron absolutamente errados, Chávez endeudó hasta el cuello al Estado venezolano. Y, peor aún, no aprovechó la ocasión favorable para realizar cambios estructurales del modelo rentista que aminorasen el impacto de una muy probable oscilación de los precios de hidrocarburos y otras materias primas. Este error garrafal del chavismo de Chávez no fue sólo de “pronóstico circunstancial”, y resultó ser mucho más que un “error”: abrió las puertas a un desastre estructural, estratégico.
Por su parte, el gobierno de Maduro podría haber tomado medidas como para moderar la caída y, sobre todo, evitar las consecuencias catastróficas, de disgregación nacional y social, que están sufriendo hoy los trabajadores y el pueblo venezolanos. Pero Maduro hizo exactamente lo opuesto y no por casualidad. Es que al reducirse drásticamente los ingresos de la renta petrolera (al mismo tiempo que los gastos y deudas del Estado habían subido notablemente), Maduro se vio ante una alternativa no sólo “económica” sino ante todo político-social, de intereses de clase. En especial, de los sectores de la “boliburguesía” que encabeza, particularmente los del aparato de las Fuerzas Armadas.
Concretamente, ¿quién pagaría los platos rotos? ¿Los trabajadores y el pueblo venezolanos? ¿O el gran capital financiero que en sociedad con la burguesía (tanto “bolivariana” como “opositora”) hacen buenos negocios con el endeudamiento y/o los dólares que les da el Estado a precio de regalo, etc.? La respuesta de Maduro y su gobierno fue y sigue siendo categórica: ¡primero, pagar a los acreedores extranjeros! ¡En el reparto de la disminuida renta petrolera, primero están ellos!
Luego de esos pagos religiosos, si sobran dólares de la decaída renta petrolera, se gastan en otras cuestiones internas, lo que no significa que se inviertan en mejorar la situación de los trabajadores ni impulsar cambios radicales de la economía. Los sobrantes del pago de la deuda externa pueden ir a parar, por ejemplo, a los negociados para apoderarse de dólares a precios oficiales (como las falsas importaciones de medicamentos, alimentos, etc.) que han colmado los bolsillos de la nueva o vieja burguesías, o a financiar los privilegios del sector de altos funcionarios civiles y sobre todo de los militares (un sector hegemónico central del aparato del régimen desde Chávez y todavía más con Maduro), etc.
Finalmente, tras agotarse los dólares, los demás gastos al interior de Venezuela se afrontan emitiendo bolívares a destajo. La emisión de montañas de papel moneda sin respaldo alguno, en una situación de crisis tanto económica como política, llevó finalmente al crecimiento desmesurado de la inflación y finalmente a la llamada “hiperinflación”, que viene acompañada de otros fenómenos catastróficos para las masas populares.
Además de la economía de hambre que se ha impuesto sobre las masas trabajadoras y los más pobres, hay otras consecuencias que directa o in directamente las sufre el pueblo. Hay infinidad de ejemplos: desde que en los hospitales escasean los medicamentos hasta que no hay dinero para renovar las palas de los camiones de basura, y así en los barrios populares la recolección empeora cada vez más.
Asimismo, el transporte público de Caracas está en situación de catástrofe. Una compañera de Socialismo o Barbarie sintetiza así la situación en la capital: “No hay repuestos. Entonces, la gente ahora tiene que montarse en camiones de carga como animales porque no hay autobuses de pasajeros. El metro sufre interrupciones permanentes por la misma causa. Y cuando funciona, viene colmado y es imposible subir… Los más pobres, que no tenemos carro, estamos condenados a caminar” (Zoila Mara, 4-5-18).
Pero lo más grave se da en el rubro alimentos. Sus precios reales son inalcanzables para gran parte de la población, que ha comenzado a estar como mínimo subalimentada y depende de mecanismos de “ayudas” del Estado –que implican simultáneamente su sometimiento clientelista– para lograr por lo menos comer miserablemente. Así, como veremos más adelante, gracias a esta catástrofe, Maduro, por medio de los llamados CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción) y los “carnets de la patria”, ha encadenado a millones de venezolanos a un sistema clientelista de control político en general y del voto en particular.
Mecanismos de la hiperinflación y necesidad de suspender el pago de la deuda
El economista venezolano Manuel Sutherland sintetizaba así estos mecanismos y las consecuencias del galopante crecimiento de la inflación, que refleja la no menos vertiginosa pérdida de valor de la moneda venezolana y, más ampliamente, como ya explicamos, la caída de una economía que sigue viviendo de la renta petrolera: “Infelizmente para los que acá vivimos, es menester decir que por cuarto año consecutivo Venezuela presentará la inflación más alta del mundo (estimada en cerca de 1.200% para 2017), un déficit fiscal de dos dígitos (por sexto año consecutivo), el riesgo-país a la inversión más alto del globo, la cantidad de reservas internacionales más baja de los últimos 20 años (menos de 9.800 millones de dólares, el equivalente a menos del 15% de las importaciones CIF de 2012) y una tremebunda escasez de toda clase de bienes y servicios esenciales (alimentos y medicinas). El dólar paralelo (que sirve para fijar casi todos los precios de la economía) se ha incrementado en más de 2.500% en lo que va del año, lo cual ha desintegrado el poder adquisitivo por completo.
“Las estimaciones más moderadas afirman que desde 2013 hasta 2017 puede haber una caída acumulada del PBI del 32,5%. Las estimaciones más conservadoras nos llevan a pensar que el PBI per cápita para 2017será tan bajo como el de1961. Los números son tan abrumadoramente negativos que el gobierno se ha negado a publicar el grueso de ellos desde hace varios años. La economía de Venezuela jamás en su historia ha descendido por más de dos años consecutivos; a la fecha, con toda seguridad tendremos cuatro años de decrecimiento consecutivo.
“Según la firma Econometric, Venezuela entró en hiperinflación el pasado mes de octubre registrando un incremento en los precios del 50,6% respecto al mes anterior. Primera vez en la historia del país que entramos en una situación tan penosa. Antes del arribo del gobierno bolivariano, la inflación anual máxima que sufrimos fue de103,2%,en1996. Ahora, en sólo un mes hemos alcanzado la mitad de nuestra máxima inflación sufrida en un año. Los cálculos más cautelosos indican que la inflación en el mes de noviembre será más alta que la de octubre y que la inflación de diciembre debe superar con creces a su antecesora.
“De manera extraña, para un gobierno que se precia de ser ‘zurdo’, la dirección del proceso bolivariano cree que debe pagar la deuda externa así no haya un solo dólar para importar vacunas o harina de trigo. De tal forma, el gobierno ha desoído propuestas de muchos grupos (como nosotros) que esgrimimos la necesidad de una moratoria de la deuda y atender las necesidades más elementales de una clase obrera ferozmente depauperada” (Manuel Sutherland, “El triunfo del chavismo en 91% de las alcaldías y la peor crisis de la historia”, Alemcifo, 27-12-17).
Para explicar esta catástrofe (y lavarse las manos de toda responsabilidad), el gobierno de Maduro lanzó la fábula de la “guerra económica” impulsada por el imperialismo, sin explicar por qué esta situación viene desde mucho antes que el gobierno yanqui decidiese algunas sanciones, que además no podrían provocar por sí mismas semejante catástrofe si la economía no estuviese ya en bancarrota hiperinflacionaria. El estímulo a la inicial alta inflación y los motivos de que haya desembocado en la actual hiperinflación son más simples y menos “conspirativos” de los que fabula el gobierno. Son esencialmente semejantes a los del resto de las hiperinflaciones registradas en la historia.
El gobierno venezolano emite montañas de papel moneda sin respaldo alguno. Sus ingresos genuinos se derrumbaron al venirse abajo los precios de hidrocarburos. Pero, mientras tanto, Chávez había acumulado una deuda colosal, que resultó impagable al perder el petróleo dos tercios de su valor en el mercado mundial. Al mismo tiempo, toda la burguesía venezolana –la tradicional antichavista o los nuevos “boliburgueses” –hacen frente a esta situación de crisis como una ocasión para hacer negocios que empeoran aún más las cosas. Por ejemplo, organizando la fuga masiva de capitales y/o haciendo toda clase de fraudes. Esto empeora cualitativamente la situación general de Venezuela, pero ellos siguen llenando sus bolsillos.
Un clásico de estos fraudes son las falsas importaciones, desde medicinas hasta café. Según los datos oficiales la importación venezolana de café habría crecido un ¡9.765%!, mientras existía en realidad una escasez fenomenal. Lo mismo sucede con las medicinas. Su importación, según los datos oficiales, había aumentado14 veces… pero al mismo tiempo era difícil conseguir una aspirina. Los mismos fraudes suceden con otros rubros vitales, como por ejemplo, la importación de carne: “Las importaciones fraudulentas son una parte importante de la exportación de la renta petrolera”, señala en otro estudio el economista antes citado: “Aquí sólo haremos una sinopsis enfocada en un rubro esencial: la carne. El aumento de la importación (valor FOB) de carnes para el período que va entre 2003 (inicio del control de cambio) y 2013 fue de 17.810%. ¡Sí, más de 17.000%! Lo ’asombroso’ es que el consumo nacional promedio de carne disminuyó un 22% en ese mismo periodo… De sólo importar 10 millones de dólares anuales se pasó a importar más de 1.700 millones de dólares. Ni hablar de que hace meses no se halla carne de manera regular en los supermercados” (Manuel Sutherland, “La ruina de Venezuela no se debe al ‘socialismo’ ni a la ‘revolución’“, Nueva Sociedad, marzo-abril 2018).
Ofensiva y derrota de la oposición de la MUD (Mesa de Unidad Democrática)
Con esta situación catastrófica, ¿cómo explicar que Maduro y su pandilla, aunque deteriorados, se hayan sostenido en el gobierno e incluso hayan tenido la chance de ganar las elecciones presidenciales del 20 de mayo?
En la respuesta a esto, adelantemos que hay una combinación compleja de elementos y factores que, en un proceso de fuertes enfrentamientos desarrollado especialmente en los últimos dos o tres años, dejó derrotada y dividida al grueso de la oposición de derecha que venía agrupada en la MUD. Esquemáticamente, podría decirse que más que un fortalecimiento político de lo que es hoy el “chavismo de Maduro” (cuya debilidad se vio en la fuerte abstención del 20 de mayo pasado), lo que se produjo es una derrota y disgregación de la oposición de la MUD al fracasar en un intento de derrocamiento alentado principalmente desde Washington. Esta intentona golpista alcanzó su pico a mediados del año pasado y luego se desplomó, dejando en crisis, dividida y muy desacreditada la tradicional dirigencia opositora. Pero veamos esto por partes, en primer lugar, sus principales actores político sociales, luego la dinámica y episodios de este proceso, y el panorama actual, días antes de las adelantadas elecciones presidenciales del 20 de mayo de este año.
El chavismo de Maduro & Cía.: continuidad con diferencias
El desastre venezolano ha motivado a muchos sectores en la izquierda a trazar una especie de abismo entre las “bondades” del chavismo originario, el de Chávez, y la catástrofe que presiden Maduro y su camarilla. Asimismo, esto alimenta políticamente a la variedad de corrientes y grupos del llamado “chavismo crítico”.
En lo esencial opinamos que eso es equivocado. Ante todo, no existe tal abismo, sino una esencial continuidad entre una y otra etapa de esa corriente política. Pero, al mismo tiempo, esto no implica mecánicamente negar que existen diferencias, no sólo de las situaciones objetivas sino también del mismo movimiento chavista, que está en una fase profundamente degenerativa.
De todos modos, el chavismo de Maduro es la continuidad, o quizá más bien lo que resta –aunque profundamente degradado– de lo que fue un enorme movimiento de masas nacional-populista. Ha sido un proceso que socialmente no sólo reunió por abajo amplios sectores populares (aunque mucho menos de la clase obrera y trabajadora).También, por arriba, desarrolló sus propios sectores privilegiados. Ellos van desde la llamada “boliburguesía” (que hizo excelentes negocios, como por ejemplo, los de las falsas importaciones) hasta capas medias y burocráticas privilegiadas, tanto en la administración del Estado (cuestión central en un país monoproductor de hidrocarburos) como en otra rama que fue y sigue siendo en buena medida el eje del poder: las Fuerzas Armadas, de donde surgió el mismo chavismo como corriente política. ¡No por casualidad se denominan oficialmente “Fuerza Armada Nacional Bolivariana”, o sea, chavista! Y abarcan no sólo las ramas tradicionales de Ejército, Aviación y Marina, sino también una Milicia Nacional Bolivariana que organiza un número indeterminado de combatientes civiles (hay cifras de entre medio millón a un millón), que periódicamente reciben instrucción militar, hacen ejercicios, etc.
Otro rasgo social y políticamente muy importante, tanto del “chavismo de Chávez” como de su prolongación con Maduro, es que esencialmente se apoya en las “masas populares” y no tanto en la clase obrera ni, en general, en los trabajadores asalariados. En eso difiere mucho de ejemplos históricos clásicos, como el (inicial) peronismo de Argentina. Ya desde el inicio con Chávez siempre hubo cortocircuitos con la clase obrera y trabajadora, que generalmente se resolvieron contra los intereses de los trabajadores, como por ejemplo las posibilidades en la década pasada de unirlos en una fuerte central obrera independiente y clasista, algo que Chávez y sus servidores directos temían y expresamente ayudaron a dinamitar. Además de las divisiones consiguientes, esto facilitó a la oposición de derecha mantener una presencia en sectores sindicales. A eso se sumó en los últimos años la catástrofe económico-social, que llevó a la destrucción de industrias y sus puestos de trabajo.
De todos modos, el chavismo de Chávez siempre fue centralmente un movimiento de composición “popular” basado en los barrios y no de obreros y trabajadores organizados en sus fábricas, empresas y otros lugares de trabajo. La trama orgánica civil del movimiento de masas esencialmente popular-barrial que llegó a ser el “chavismo de Chávez” se debilitó políticamente en sus distintos escalones, pero no se derrumbó ni menos desapareció. Con Maduro, bajo las presiones de la crisis, se transmutó en un clientelismo desvergonzado (ya nacido en tiempos de Chávez), que ahora compone una trama piramidal que explota la catástrofe económico-social, el hambre y otras necesidades. Y no sólo para hacer negocios (como el que está detrás de las cajas CLAP): funciona ante todo para tener sometidos a obediencia mediante una red clientelista a sectores populares todavía relativamente amplios, que algunos calculan en unos 6 a 7 millones que abarca más o menos orgánicamente, aunque, por supuesto, sin las dimensiones ni mucho menos el “espíritu” que los animaba en tiempos de Chávez.
Todo esto se concreta orgánicamente en instituciones concretas, de carne y hueso, como fueron en su momento las “misiones” de Chávez. Las de ahora se desarrollaron luego de que la grave derrota del gobierno en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 diera el campanazo de alerta de que el gobierno de Maduro y el PSUV estaban al borde del abismo, y debían hacer algo para recuperar el terreno perdido.
Esto se concretó, en primer lugar, en la creación y distribución de las miserables bolsas de comida a través de los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), creados a inicios del 2016, poco después de esa categórica derrota en las urnas. A eso se sumó el llamado “Carnet de la Patria”. Es una “carnetización” masiva que implica una adhesión política al gobierno y que da simultáneamente la posibilidad de lograr (teóricamente) una amplia variedad de beneficios: desde asistencia médica hasta hacer compras, solicitar vivienda, etc. Todo de importancia vital en tiempos de hiperinflación y de terrible escasez de alimentos y medicinas. Al igual que los CLAP, eso también convierte al Carnet de la Patria en un formidable instrumento de organización y control clientelista y del voto. Así, desde las últimas elecciones realizadas a fines del año pasado no sólo se aceptó para votar el Carnet de la Patria del PSUV en reemplazo de la Cédula de Identidad (cambio que queda registrado en los mecanismos de votación), sino que también hubo exhortaciones públicas en ese sentido desde el gobierno.
Todo esto tiene una doble importancia. Primero, es un elemento formidable de presión para ir a votar. Quien no vaya a votar y/o no vote con el Carnet de la Patria, corre el riesgo de perder concesiones vitales como las bolsas CLAP. ¡Y ése es un argumento de peso para un electorado donde la abstención, el no ir a votar, ha sido una forma tradicional de expresar descontento y desacuerdos! De allí la importancia de que este chantaje fallase parcialmente el 20 de mayo.
A eso se agrega que si bien formalmente el voto electrónico es secreto, las encuestas demuestran que entre los sectores populares, sobre todo los más pobres, existe una amplia franja mayoritaria convencida de lo contrario. Es decir que, de alguna manera, las autoridades, gracias a la manipulación del voto electrónico, podrían saber por quién vota cada cual. Aunque esto no sea comprobable, en una situación de extrema necesidad como la que están pasando las masas populares, todo un sector no va a arriesgarse a perder concesiones que pueden hacer la diferencia entre estar mal alimentado (pero recibir bolsas CLAP y otras ayudas, conservar un trabajo aunque con salario miserable, etc.) a directamente morir de hambre y/o tener que emigrar para sobrevivir.
Sin embargo, probablemente el temor principal entre los que reciben este tipo de ayudas miserables no es tanto ese control directo del voto, sino que las elecciones las gane la oposición. Es que, por más desprestigiados que estén Maduro y su equipo, esos sectores saben que un gobierno de la oposición neoliberal, encabezada por millonarios “blanquitos” como Capriles, implicaría el fin de las CLAP y otras ayudas, que pueden ser limosnas, pero que permiten sobrevivir.
El fracaso de la derecha “destituyente” apadrinada por el imperialismo yanqui
El asistencialismo de la miseria que aplica Maduro no ha sido el único ni quizá el principal factor que ha mantenido en pie al gobierno, por lo menos como “mal menor” frente a sus posibles reemplazantes. La cuestión es más amplia y compleja. Durante 2017 se desarrolló durante meses un fuerte intento de derrocamiento promovido por la derecha, bajo la consigna “¡Abajo Maduro!” Este intento, alentado abiertamente por el imperialismo yanqui, la OEA y los gobiernos latinoamericanos lacayos, como el de Santos en Colombia, fue rechazado instintivamente por las masas populares por profundos motivos sociales, que intentaremos explicar.
Recordemos, primero, que el gobierno de Maduro sufrió en diciembre de 2015 una inesperada y grave derrota electoral: perdió las elecciones parlamentarias frente a la oposición de derecha. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), con 7.726.066 votos (45,2%), logró 112 curules de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, es decir, el parlamento. El gobierno y sus aliados, con 5.622.844 (37%), consiguieron sólo 55 diputados.
Pero leamos bien estas cifras: la oposición de derecha gana no porque aumente mucho sus votos, sino porque Maduro y el PSUV pierden buena parte de su caudal de votantes. Una parte importante del electorado chavista descontento, no fue a votar. El PSUV en las presidenciales de 2013 había obtenido unos 7 millones y medo de votos. Dos años después, en 2015, perdía casi dos millones de esos votantes, que prefirieron no ir a votar porque rechazaban a Maduro pero no apoyaban a la derecha oligárquica y proimperialista encabezada por Capriles.
Así, el Poder Ejecutivo siguió en manos de Maduro y el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), pero el Legislativo pasó a ser controlado por la oposición de derecha. Una contradicción explosiva en el caso venezolano. A partir de allí, a lo largo de 2016, se desarrollan largas negociaciones en la que actúan de mediadores representantes de la Iglesia Católica. Finalmente, no hay acuerdo y, en enero de 2017, la Iglesia se lava las manos y baja el telón, haciendo responsables a ambas partes del fracaso.
Mientras tanto, en ese año de largas negociaciones, la situación económico-social de Venezuela se había venido degradando, la población enfureciéndose y el gobierno de Maduro, desprestigiándose. Se aceleraba sobre todo lo que más afectaba a los trabajadores y las masas populares: el alza de precios en combinación con la falta de productos de primera necesidad, lo que desembocaría finalmente en la hiperinflación.
Desde la derecha se estimó entonces que era el momento de derrocar al gobierno chavista, y que la cosa no sería muy difícil. Además, en Estados Unidos, el gran padrino de la MUD, se había producido un cambio importante de conducción. También en enero de 2017, Donald Trump asumía la presidencia. Y aunque Obama, en verdad, no era menos intervencionista, era sin embargo cuidadoso. Trump lo sobrepasa, hablando de enviar tropas a Venezuela poco después de asumir la presidencia. Así las cosas, la MUD se lanza al asalto, con el patrocinio abierto de Estados Unidos, sus lacayos del Sur y el redoble de tambores de casi todos los medios de EEUU, América Latina y la Unión Europea.
Pero hubo sorpresas muy desagradables para sus promotores. Las masas populares en su mayoría no acompañaron este intento, cuyo triunfo la derecha daba por descontado debido al deterioro económico-social y el desastre electoral de la Asamblea Nacional. Las masas populares no se movilizaron por cuenta propia contra la derecha –Maduro tampoco las alentaba en ese sentido–, pero eso no implicó que se sumasen a la oposición. La gran mayoría de los opositores que salen a la calle provienen de sectores de clase media para arriba, algo socialmente insuficiente para derribar a Maduro y el régimen chavista.
En Caracas, esta neta división social se reflejó geográficamente con mucha exactitud. La ciudad está atravesada de este a oeste por una gran autopista, la Francisco Fajardo. En el oeste está la mayoría de los barrios pobres. Hacia el este se extienden las urbanizaciones de las clases medias acomodadas y de los más ricos. En abril, la MUD convoca la gran movilización de masas en la autopista por el derrocamiento de Maduro. Su extremo este, donde viven los ricos, se vio colmada por una multitud. En el oeste, por el contrario, no fue nadie. La autopista y otras avenidas paralelas estuvieron vacías (ver Rafael Salinas, “La oposición de derecha se lanza al asalto”, Socialismo o Barbarie 423, 27-4-17).
Esta abismal desigualdad en la respuesta a las convocatorias de la MUD de los distintos sectores sociales nunca pudo ser superada, y el intento de derrocamiento se volvió contra sus promotores. Meses después, desde Caracas, una corresponsal de Socialismo o Barbarie informaba de nuevos fracasos de la oposición de derecha:
“En los últimos tiempos, en el oeste de la ciudad –la zona donde no viven los más ricos– ha habido algunos desórdenes puntuales, pero la mayor parte del tiempo está todo tranquilo. El jueves de la semana pasada, la MUD llamó a cacerolear. Nosotros hemos escuchado una sola cacerola ridículamente aislada, en nuestro vecindario de Guaicaipuro, barrio del oeste” (Zoila Mara desde Caracas, “El pueblo lo dice y tiene razón: Ni el gobierno ni la derecha son solución”, Socialismo o Barbarie, 6-7-17).
Trancones y guarimbas asesinas y racistas, contraproducentes para la MUD
Pero el tiro por la culata que fue mortal para la oposición de derecha fueron principalmente las “guarimbas”. De los intentos de movilizaciones de masas, la oposición derivó rápidamente a las acciones de grupos organizados paramilitares que no sólo impedían el tránsito, sino que atacaban violentamente a todo el que tuviese “aspecto de chavista”. Es decir, quien no fuese blanco puro sino de color, que vistiese pobremente, etc. Esa deriva, simultáneamente clasista y racista, llevó al asesinato de varios jóvenes negros o mulatos, la mayoría quemados vivos. El primero de ellos fue Orlando Figuera, muerto de esa forma atroz por una “guarimba” en una de las urbanizaciones de ricos, por los delitos de ser negro, trabajador y sospechoso de chavismo.
En esos momentos decisivos, desde Caracas, nuestra corresponsal Zoila Mara subrayaba el contenido de clase y racista de estos crímenes y pronosticaba que el intento golpista de la MUD iba al fracaso al no poder lograr el apoyo de las masas populares: “La oposición de derecha, la MUD, que es la que impulsa las manifestaciones, trancazos y guarimbas, está liderada por descendientes de la oligarquía caraqueña blanca, odiada conscientemente por los trabajadores y el pueblo, todos descendientes de indios y africanos esclavos. Chávez representaba más bien ese pueblo mestizo.
“Esos ‘escuálidos’ tan odiados no son una alternativa que inspire confianza, a pesar de la desesperación y la miseria bajo Maduro. La mujer trabajadora no puede identificarse, por ejemplo, con la esposa de Leopoldo López, el dirigente derechista preso por incitación a la violencia. Ella es esbelta, blanca, con cabello rubio, y siempre bien vestida. Parece una actriz de Hollywood. […] Para completar la imagen fascista de los opositores de derecha, ya van por lo menos cinco trabajadores, que pasaban cerca de las guarimbas, que fueron salvajemente golpeados, apuñalados, rociados de gasolina y quemados gravemente por parecer pobres y ser de color… o sea, ¡chavistas! ¡Quién iba a pensar ver asesinatos racistas/clasistas en Venezuela! ¿Cuántos muertos habrá si la MUD llega al poder, se preguntan muchos en esos barrios? ¡Sería una especie de golpe de Pinochet por vía electoral!” (Zoila Mara, cit.).
El fracaso de la MUD fue capitalizado por el gobierno
A mediados de año, nuestra corresponsal advertía que “simplemente, estas acciones de la derecha son una anomalía y una molestia más para el pueblo trabajador, ya acostumbrado a las colas, a que el metro no funcione, a que haya muy pocas camionetas de transporte porque no hay piezas de recambio, etc. […] En el barrio la gente dice: ‘¡Verdad que las cosas están muy caras, ya no se puede vivir!’… Pero de ahí a apoyar la oposición de derecha para derrocar a Maduro en acciones de calle hay un gran trecho. Y eso que se ven mujeres famélicas recogiendo comida en la basura, señal de que los más pobres tienen hambre” (en R. Salinas, “Venezuela: Constituyente, relativo fortalecimiento del gobierno y amenazas de Trump de intervención armada”, Socialismo o Barbarie, 16-8-17).
En esa situación cada vez más desfavorable, el último gran intento opositor se desarrolló a mediados de julio, y fracasó. Fue, en primer lugar, un “Plebiscito Popular” el domingo 16 de ese mes, cuyo punto central era una apelación a las Fuerzas Armadas para que se pusiese a las órdenes de la “Asamblea Nacional”, lo que implicaba la destitución de Maduro; es decir, el llamado a un golpe de Estado militar. La oposición proclamó que más de 7 millones de ciudadanos habían concurrido a votar en ese “Plebiscito” destituyente, pero nadie pudo comprobar eso realmente. Apenas terminada la votación, las actas y votos fueron quemados como “medida de seguridad”…
La otra medida de la derecha fue convocar a un “paro cívico” para el jueves 20, que no era en verdad una huelga general de trabajadores, sino un lockout decidido por entidades patronales. A partir de allí, la desmoralizada oposición de la MUD inició la retirada y prácticamente se derrumbó, seguida del estallido de divisiones y peleas entre sus organizaciones y dirigentes. Pero esta derrota de la derecha no se tradujo en beneficio de las masas trabajadoras y populares, que habían sufrido sus ataques y le habían dado la espalda.
El gobierno de Maduro había tenido la precaución de frenar cualquier movilización popular independiente contra la derecha y sus guarimbas, por fuera de algunos actos bajo total del control aparato del PSUV. Es que acciones independientes de las masas podían volverse en contra suya, porque simultáneamente levantarían reclamos muy molestos a su gobierno. En medio de este vacío de acción independiente, la derrota opositora no pudo ser aprovechada para “empoderar” a las masas trabajadoras y populares que la habían hecho fracasar al darle la espalda.
Por el contrario, el gobierno usó esta merecida derrota de la MUD para avanzar en una escandalosa medida antidemocrática, que iba contra sus intereses y sus derechos políticos. Nos referimos a farsa de la “Asamblea Constituyente”. Dicho de otro modo: las masas populares no siguieron la convocatoria de la derecha y la hicieron fracasar. Pero al no enfrentarla activamente con organización y políticas independientes de la pandilla gobernante del PSUV, fue el gobierno quien recogió los frutos de esa victoria.
Un salto en el autoritarismo: la farsesca “Asamblea Constituyente”
En una situación política como la de Venezuela el año pasado, la salida de convocar una Asamblea Constituyente democrática era de manual para dar una salida progresiva a la embestida de la derecha, que ya venía golpeada. Maduro tomó esta consigna democrática, pero para desnaturalizarla, vaciarla de contenido y otorgar la suma del poder del Estado a una parodia de “Constituyente”. A un engendro elegido mediante una lista única de militantes del PSUV designados “a dedo” por el gobierno. Como señalamos en ese momento: “Esta supuesta ‘Constituyente’ se confirma como un Congreso del partido de gobierno, sus funcionarios y su clientela. No hay realmente debates en serio, sino discursos más o menos floridos. Hasta ahora impera el verticalismo, donde todo se vota por unanimidad.
“Es un organismo idéntico a los ‘congresos’ de las burocracias sindicales y/o de los regímenes stalinistas como el de Cuba, donde, en todo caso, los verdaderos debates (y las intrigas) se desarrollan detrás del escenario. Luego, con el guiso cocinado, todos alzan disciplinadamente la mano en las reuniones públicas. Pero debe quedar claro que este parecido con esos regímenes burocráticos se limita a la negación de cualquier grado de democracia obrera y popular. Es que esta ‘Asamblea Constituyente’ de ninguna manera está en el rumbo de tomar medidas anticapitalistas, como expropiaciones, nacionalizaciones, control de los trabajadores, ni nada que se le parezca. Es, en todo sentido, un evento para garantizar la eternidad en el poder, la propiedad y los ingresos escandalosos de la ‘boliburguesía’ en general, y en particular de su partido de gobierno, el PSUV, sus funcionarios y, sobre todo, sus militares” (R. Salinas, cit.).
A pesar de que venían sufriendo los trancones y guarimbas promovidas por la MUD, la “elección” de esta “Constituyente” mediante una lista única de burócratas del PSUV no fue atractiva para las masas populares. La mayoría de los centros de votación en Caracas y otras ciudades mostraron una caída impactante de electores. Las fotos y filmaciones de numerosos sitios de votación vacíos documentaron que una buena parte de la población optó por no ir a votar, pese a las presiones del aparato chavista de privar a los “disidentes” de bolsas CLAP (Zoila Mara, “La falsa ‘Constituyente’ de Maduro: los trabajadores y el pueblo no votaron masivamente pero también fracasaron los llamados de la oposición de derecha a movilizarse”, desde Caracas para Socialismo o Barbarie, 30-7-17). Pero, simultáneamente, los llamados de la oposición de derecha a salir a las calles para movilizarse en contra tampoco fueron escuchados.
Maduro y su pandilla llevaron adelante este fraude hasta sus últimas consecuencias. El “Poder Electoral”, rama del Estado encargada de la organización y supervisión de las elecciones, informó una cifra récord de votantes de la lista única, alrededor de 8,3 millones, una cifra muy superior a los 7 millones y medio de votos logrados por Maduro en las presidenciales de 2013, y, sobre todo, a los escasos 5,8 millones de votos de las listas del PSUV en las elecciones de gobernadores que se realizarían semanas después. ¿Cómo se puede explicar que, en unas semanas, el PSUV pierda más de dos millones y medio de votantes, el 30% de los que supuestamente habían sufragado por la lista única de la Constituyente? La “Constituyente” no sólo fue una farsa, un indignante e ilegítimo atropello antidemocrático –comparable a los golpes de Estado que luego se maquillan con votaciones de candidatos únicos designadas “a dedo”–, sino que también fue un fraude escandaloso en cuanto a las verdaderas cifras de votos y votantes.
Otro motivo de este fraude –además del de hacer creer que Maduro tenía más votos que cuando fue elegido presidente–, fue el de superar a otro fraude, el de la oposición, que dos semanas antes pretendía que en su plebiscito “destituyente” del 16 de julio 7,6 millones de ciudadanos habían votado la remoción de Maduro. La “oposición” evitó cualquier verificación, quemando actas y boletas, alegando razones de “seguridad”. El gobierno de Maduro no podía emplear el mismo justificativo. Sin embargo, desde entonces, mantiene oculta toda la documentación de la votación de la Constituyente, algo que va contra la ley y sobre todo de la tradición del chavismo.
Es que en un país donde era frecuente la manipulación electoral, Chávez se presentó como el adalid de la transparencia y la legitimidad. En los tiempos de Chávez se vivió de elección en elección, y la norma era que la documentación podía ser verificada en los archivos del “Poder Electoral”. Chávez fue criticado desde todos los ángulos, pero nadie pudo decir que alguna vez hubiera montado un fraude electoral.
Maduro, por el contrario, tiene sobre sus espaldas no sólo haber otorgado formalmente todos los poderes a un organismo surgido de una “elección” antidemocrática, de lista única, con la proscripción del resto de las fuerzas políticas, sino que no se atreve a que se abran los archivos y se compruebe la evidente falsedad escandalosa de las cifras “oficiales”.
Fortalecimiento relativo y momentáneo y del régimen; debilitamiento y dispersión opositora
Finalmente, los trancones y guarimbas, acompañados del asesinato de personas con “aspecto chavista”, por ser pobres y de color, fue un muy mal negocio para la oposición de la MUD. Como dijimos, un tiro por la culata. La MUD, finalmente, se ha venido agrietando en fracciones y rupturas, perdiendo credibilidad incluso en amplios sectores opositores. ¡El 2017 fue un año desastroso para la oposición de derecha!
Se abrió así una etapa de fortalecimiento relativo del régimen. Subrayamos lo de relativo, porque este fortalecimiento descansó más en el desastre y las barbaridades cometidas por la oposición de derecha agrupada en la MUD que en los logros del gobierno de Maduro o beneficios para las masas trabajadoras y populares. Meses después, la formidable abstención en las presidenciales del 20 de mayo de 2018 demostraría toda su precariedad.
Pero este fortalecimiento político relativo permitió al gobierno no sólo hacer pasar el fraude antidemocrático de la “Constituyente” de lista única. También le permitió ganar dos elecciones importantes y representativas: la de gobernadores de los Estados (llamadas “elecciones regionales”) del 15 de octubre de 2017 y las elecciones municipales del 10 de diciembre de 2017. El gobierno de Maduro tomó nota del viento en contra que azotaba a los promotores del fracasado intento “destituyente”, la oposición agrupada en la MUD, y se apresuró a convocar estos comicios. Señalemos que un hábito del gobierno de Maduro está siendo el de adelantar o atrasar arbitrariamente las diferentes elecciones, según soplen los vientos. Aunque “técnicamente” esto no sería un fraude (como las imaginarias cifras de la Constituyente), es parte de una manipulación cada vez antidemocrática, a la que se agregan las presiones sobre la clientela de los CLAP y los Carnets de la Patria para llevarlos a votar por los candidatos oficiales.
A partir del triunfo en ambas elecciones, las de Estados y las municipales, el gobierno puso en marcha otra tramoya mucho más seria: adelantar las elecciones presidenciales, que legalmente deberían realizarse recién el diciembre de 2018. Aquí los resultados fueron opuestos: el adelantamiento de las presidenciales finalmente fue un búmeran que golpeó fuerte a Maduro y abrió un nuevo período de crisis política (y militar) en el que quizá se juegue su continuidad.
Las elecciones presidenciales y la división de la oposición de derecha con Henri Falcón
La crisis que arrastraba la oposición de derecha llevó finalmente a un agrietamiento y divisiones de la MUD. Henri Falcón, ex chavista y ex gobernador del Estado de Lara, que luego se unió a la oposición, encabezó una ruptura con su partido Avanzada Progresista y otros sectores.
Falcón se opuso frontalmente a la decisión de la MUD de no presentarse a las elecciones presidenciales. Esto fue un golpe para la oposición en crisis y dividida, que aún no se había repuesto de las derrotas del año pasado. Algunas encuestas en abril –entre ellas las de Datanálisis– lo presentaban como un rival que podía dar preocupaciones a Maduro.
De todos modos, para dar un merecido “voto castigo” a un personaje nefasto como Maduro, Henri Falcón era un remedio que hubiera sido peor que la enfermedad. No es sólo por su trayectoria del inicial chavismo a la peor derecha sirviente de Washington. Sus propuestas fueron distintas pero no mejores que la actual situación con Maduro. El remedio que proponía Falcón para terminar con la hiperinflación era dolarizar la economía, reemplazar el bolívar por el dólar. Y, para hacer eso posible y lograr financiarlo, llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Por supuesto, si el dólar reemplazara al bolívar podría detenerse la inflación (como se logró en Ecuador). Pero eso no implicaría que la situación de las masas trabajadoras y populares mejorase. Lo único indudable es que Venezuela pasaría a la situación de colonia petrolera, administrada por el FMI.
Por una salida de fondo de los trabajadores verdaderamente socialista y revolucionaria
En conclusión: no hay magia político electoral que, desde arriba, pueda determinar el giro radical, revolucionario, que los trabajadores y las masas populares venezolanas necesitan para salir de una doble y desastrosa opción: seguir bajo el dominio de la pandilla de la boliburguesía que hoy gobierna con Maduro o volver al redil de los sectores tradicionales de la burguesía que actúan como virreyes de Washington.
Más allá de los vaivenes coyunturales, la construcción de una alternativa independiente de ambas corrientes y direcciones políticas es la profunda necesidad estratégica, después del desastre en que ha desembocado finalmente el chavismo. Y es, además, la única forma de evitar que este desastre lleve finalmente a una restauración de la Venezuela semicolonial, bajo condiciones todavía peores que las actuales.
Esto, por supuesto no es tarea fácil. Sin embargo, a pesar de la real polarización entre “gobierno” y “oposición”, hay sectores tanto del activismo como de franjas de masas que desde hace tiempo ven con disgusto a ambas pandillas y no se siente representadas por ellas. Esto ha dejado trazas en muchas ocasiones, tanto en sectores de masas que electoralmente prefieren no votar ni por unos ni por otros como también en el activismo.
El golpe de no ir masivamente a votar pegó centralmente en el gobierno chavista y favoreció a la vieja oposición que venía maltrecha desde el fracaso del intento destituyente de 2017. Pero esto es relativo: existe también un “tercer sector” relativamente amplio que desea algo nuevo, pero que hasta ahora se expresa sólo principalmente por la negativa, mediante rechazos como el del 20 de mayo.
Pero todas estas señales independientes, aunque importantes, han sido hasta ahora dispersas. Lo decisivo será impulsar proyectos políticos y acciones que las hagan decantar en una tercera alternativa realmente de los trabajadores y el socialismo.
22 de mayo de 2018
Apéndice 1
Venezuela – Ante las elecciones presidenciales del 20 de mayo
Por una alternativa verdaderamente socialista,
independiente del desastre de Maduro y de la oposición pro imperialista: votar nulo
Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 16-5-18
En medio de una catástrofe económica y social, en Venezuela se realizarán el próximo domingo 20 de mayo elecciones presidenciales. Una de las consecuencias políticas peores de la experiencia con el chavismo (en sus dos etapas, la de Chávez y la de Maduro), es que han perpetrado el crimen político de manchar el nombre del “socialismo”. Pero todo lo que hicieron no tuvo ni tiene nada que ver con el socialismo. Fueron la administración –calamitosa– de una de las formas más retrógradas y parasitarias del capitalismo dependiente: el que pretende vivir de la renta petrolera y minera.
El desastre económico, social y político perpetrado por el chavismo ha contribuido como pocos a crear una inmensa confusión ideológica de alcances latinoamericanos y mundiales. Hoy la propaganda capitalista, y en especial la del imperialismo yanqui, la explota a fondo para alejar a las masas trabajadoras y explotadas de una alternativa propia, que sea realmente anticapitalista y socialista.
Por eso, además de la necesidad de intervenir en esta batalla política-ideológica con una política rotunda en ese sentido, Venezuela ahora nos pone ante el deber de fijar una posición independiente y verdaderamente socialista frente a las elecciones presidenciales del próximo domingo. En ese sentido, nuestra corriente internacional Socialismo o Barbarie hace el siguiente análisis y propuestas:
En primer lugar, sepamos que el régimen presidido hoy por Maduro se ha tornado cada vez más antidemocrático. Mediante una legislación proscriptiva, ya ha logrado dejar por fuera de estas elecciones a prácticamente todos los partidos y fuerzas de izquierda independientes del gobierno.
En este panorama, en medio de la furia proscriptiva y fraudulenta del gobierno del Maduro, sólo fueron legalizados cuatro candidatos.
* El primero, por supuesto, es el propio Nicolás Maduro, que aspira a ser reelecto una y otra vez. Su programa es continuar por este mismo camino de desastre.
* También el gobierno dejó correr a Henri Falcón. Se trata de un tránsfuga cuya trayectoria política ha sido anidar en el chavismo para luego saltar a la oposición de derecha (MUD, Mesa de la Unidad Democrática) cuando comenzaron los problemas. Y ahora, después de la derrota de la MUD en los intentos golpistas del año pasado, mediante una nueva pirueta, rompe con ella para presentarse como “candidato independiente”. La “solución” que propone al desastre venezolano es hacer un acuerdo con el FMI para “dolarizar” Venezuela. O sea, adoptar el dólar como moneda.
*El tercer candidato legalizado fue Javier Bertucci (de “Esperanza por el Cambio”). Se trata de un pastor evangelista de recontra derecha y, además, empresario. No critica mayormente a Maduro, pero sí es rabiosamente antifeminista y antigay, y niega totalmente el derecho al aborto. Bertucci combate estos abominables pecados. Pero Dios y el gobierno le han perdonado otros, como por ejemplo el de contrabandista de diesel, por lo cual fue preso en 2010.
* Por el último, era necesaria por lo menos alguna sombra a la “izquierda” de Maduro. Este papel lo cumple un ex cuadro del chavismo: Reinaldo Quijada, del partido Unidad Política Popular 89 (UPP89), que realiza una campaña light, mediante tweets con críticas cuidadosas que no despierten las iras de arriba. Esto sirve para disimular que el fraudulento “Poder Electoral” fue barriendo mediante medidas cada vez más proscriptivas a organizaciones y candidatos (realmente) a la izquierda del gobierno y que podían crear problemas.
En esa situación, nos parece que lo mejor es llamar a votar nulo, una forma de protesta que además ya alcanzó cierta dimensión en elecciones anteriores.
La línea de casi toda la oposición de derecha que se agrupaba en la MUD es no ir a votar. Estamos en contra de hacer eso por dos motivos. En primer lugar, en la respuesta a estas elecciones fraudulentas e ilegítimas del gobierno de Maduro, no debemos mezclar nuestras banderas con la derecha sirviente del imperialismo yanqui y de la vieja burguesía. Esto implica rechazar su llamado a no votar. En segundo lugar, es evidente que la derecha proyanqui, o por lo menos sus dirigentes, no están en la misma situación económico-social desesperante de los sectores populares. Éstos pueden estar descontentos, furiosos con Maduro y su pandilla, pero al mismo tiempo, en buena medida, dependen del asistencialismo de la miseria –las bolsas CLAP, Carnet de la Patria, etc.– para poder sobrevivir.
No ir abiertamente a votar pone eso en peligro. En estos momentos, el aparato clientelista de Maduro y el PSUV está haciendo una intensa presión sobre esos sectores. Están siendo amenazados de que quien no vaya a votar perderá la bolsa CLAP y otras ayudas, lo que para muchos representa la diferencia entre sobrevivir (aunque sea subalimentado) y el hambre lisa y llana. En cambio, “votar nulo” no pone a los electores ante semejante presión (aunque también existan temores y sea algo más difícil de realizar en las máquinas electrónicas con que se vota).
En las elecciones más recientes el “voto nulo” ha ido en aumento. Para negar esta expresión de descontento, el Consejo Nacional Electoral venezolano declaró recientemente que el “voto nulo” se debe a “errores de los votantes” en el manejo de las máquinas. Este ridículo justificativo se les vuelve en contra. ¡Confirma que el crecimiento del “voto nulo” les pega duro! ¡En rechazo a la farsa electoral de Maduro y contra la derecha sirviente de EEUU, votar nulo!
Apéndice 2
Balance de las “elecciones” presidenciales: una nueva etapa de la crisis política en Venezuela
Ni Maduro ni escuálidos
Fuera la intervención del imperialismo y sus lacayos latinoamericanos
Por una verdadera Asamblea Constituyente democrática, obrera y popular
Rafael Salinas
En épocas de Chávez, se solía alargar el horario de cierre de las elecciones. Eso estaba previsto en la misma ley electoral de Venezuela. Es que las largas colas de ciudadanos que venían a votar hacían a veces imposible finalizar a tiempo.
El domingo pasado, en las “elecciones” presidenciales venezolanas sucedió lo mismo… pero al revés. También se postergó la hora de cierre. Pero fue por causas opuestas: no por exceso de votantes, sino por una abstención masiva e inédita. Maduro hizo extender el horario y desde el mediodía lanzó a la calle al aparato clientelista del PSUV a la cacería de votantes, debido a la escasa cantidad de gente que había concurrido por las suyas. Como atestiguan las fotos de los lugares de votación, esta vez no hubo precisamente grandes colas sino ausencia masiva de electores.
Ya desde primera hora habían sido instalados numerosos “puntos rojos” lindando con los lugares de votación. Allí se recibían y se tomaba nota del “Carnet de la Patria” del votante. Es que se les había prometido que si iban a votar, recibirían un subsidio. También ese control garantizaba seguir recibiendo la bolsa CLAP con comida. Asimismo, el Consejo Nacional Electoral (CNE), desde días antes, había declarado que era un delito el llamar a no votar, y que además era imposible “votar nulo”. Esos votos serían considerados como “errores” de las máquinas.
Pero todas las “advertencias” del gobierno, sus sobornos y sus amenazas en gran medida fracasaron, y en más de un votante tuvieron un efecto opuesto, irritativo. Según cifras oficiales, habrían concurrido a votar algo más de 9 millones sobre una lista de inscriptos de casi 21 millones de electores. Es decir, apenas el 45%. ¡La abstención oficialmente alcanzó el 55%, un porcentaje inédito en la historia del chavismo! E incluso esas cifras oficiales de votantes, que ya son una severa derrota política, probablemente sean menores. Tanto porque la abstención probablemente ha sido mayor como por la maniobra del Consejo Nacional Electoral de ignorar los “votos nulos”, es decir, los que fueron pero no votaron por ninguno de los candidatos. Esto ya venía en crecimiento en elecciones anteriores.
Todo es doblemente grave porque el chavismo, en sus buenas épocas, respetó –por lo menos formalmente– la aritmética electoral. Así Chávez, en diciembre del 2007, perdió por apenas unas décimas un Referéndum Constitucional. Con tan escasa diferencia, le hubiera sido fácil “dibujar” los resultados, pero no intentó alterarlos.
Recordemos, asimismo, que en la anterior elección presidencial, la de 2013, donde fue electo Maduro, los votantes llegaron a casi el 80% de los electores inscriptos. Y Maduro obtuvo unos 7 millones y medio de votos. Eran tiempos donde las cifras electorales –más allá de las triquiñuelas de la política burguesa– eran creíbles.
Pero, desde entonces, las cosas han cambiado. Con Maduro ya tuvo lugar hace pocos meses un fraude monumental. Nos referimos a las “elecciones” de “Asamblea Constituyente” del año pasado. Fue en verdad un fraude todavía más patente que el de estas presidenciales. Allí el gobierno impuso por decreto una lista única de candidatos, todos del PSUV, y mintió escandalosamente con las cifras de presuntos votantes. Informó oficialmente de 8.300.000 electores, cuando los testimonios con fotos y filmaciones mostraban los sitios de votación vacíos… salvo algunos que estaban preparados como escenarios para que el aparato del PSUV montase la farsa de un voto masivo.
La conclusión fundamental es que estamos frente a una derrota política del gobierno, que puede llegar a ser grave, aunque Maduro formalmente haya logrado una mayoría relativa entre la minoría de electores que fueron a las urnas. A eso se añade que un porcentaje de los que concurrieron, lo hicieron presionados –como señalamos– por una mezcla de dádivas y amenazas, desde recibir dinero si registraban su concurrencia mediante el “Carnet de la Patria” hasta el peligro de verse privados de las cajas CLAP, que para muchos representa la diferencia entre sobrevivir, aunque comiendo mal, o directamente pasar hambre.
Un merecido “voto castigo”, pero con serios peligros
Aunque desde el gobierno se lo quiera disimular, este ha sido un merecido “voto castigo” a Maduro y su pandilla de la “boliburguesía”, que han llevado a los trabajadores y al pueblo de Venezuela a una catástrofe económico-social, y también en buena medida política. Pero, al mismo tiempo, hay que alertar que esta merecida paliza sufrida por Maduro y su gobierno, debido a la falta de una fuerte alternativa política independiente, obrera, popular y verdaderamente socialista, puede beneficiar a la oposición de derecha que la convocó.
Esta oposición de derecha, agrupada en la hoy agrietada MUD (Mesa de la Unidad Democrática), venía fuertemente castigada por el rotundo fracaso de sus intentonas golpistas del años pasado. Recordemos: intentó el derrocamiento del gobierno de Maduro mediante las criminales “guarimbas”, grupos violentos que atacaban a cualquiera que tuviese “aspecto chavista”. Es decir, con aspecto de pobre, y de piel que no fuese blanca pura. El amplio repudio popular hizo fracasar a estas pandillas racistas y a sus patrocinadores, los dirigentes de la MUD. De rebote, el gobierno de Maduro se fortaleció, porque además el rechazo popular a este asalto no trajo como consecuencia el desarrollo y organización de fuerzas independientes del gobierno y de la oposición de derecha.
Como señalamos, Maduro y su pandilla se fortalecieron, pero esto duró poco. Se fueron desgastando en la medida en que se deterioraron cada vez más las condiciones de vida de los trabajadores y las masas empobrecidas. El aparato clientelista de las miserables bolsas CLAP, los Carnets de la Patria y otros mecanismos no pudo impedir que la acumulación de rabia de los sectores populares contra el gobierno de Maduro fuese creciendo, aunque silenciosamente.
Esta creciente presión de descontento al fin encontró una vía de escape en el llamado de los restos de la MUD a no votar. En las elecciones del domingo 20 de mayo, el gobierno recibió un formidable garrotazo político. Pero este merecido castigo a la pandilla de Maduro tiene simultáneamente sus peligros. Las derechas agrupadas en la MUD –seguramente los primeros sorprendidos de este acontecimiento– están principalmente formadas por los restos de los viejos partidos anteriores al chavismo. No sólo son enemigos de clase históricos de los trabajadores venezolanos: hoy actúan como los agentes más abiertos y desvergonzados del imperialismo yanqui, presidido por Trump, que viene amenazando desde hace tiempo con una intervención militar.El gravísimo peligro político es que este desastre de la Venezuela de Maduro sea aprovechado tanto por el imperialismo yanqui como por los antiguos sectores patronales, desalojados del poder por el chavismo.
La urgente necesidad de una alternativa a la izquierda
La principal conclusión es la necesidad imperiosa y urgente de configurar una fuerte alternativa obrera y popular a la izquierda, tanto de la pandilla de Maduro como de la oposición sirviente de Washington. Quizá, contradictoriamente, la situación dramática de Venezuela facilite la posibilidad de este cambio que sería histórico: el surgimiento de una tercera fuerza realmente a la izquierda. El año pasado, el fracaso de las guarimbas criminales marcó un rechazo popular tajante a la derecha. Ahora, el boicot masivo a las elecciones indica un rechazo no menos categórico al desastre del gobierno de Maduro.
Un amplio sector popular y de trabajadores parece haber coincidido en ambos. La situación de Venezuela cambiaría radicalmente si eso diera como fruto una alternativa realmente a la izquierda. Esto daría las bases para poder luchar por una verdadera salida favorable para los trabajadores, como podría ser una verdadera Asamblea Constituyente democrática, obrera y popular.
Socialismo o Barbarie 470, 24 de mayo de 2018
Apéndice 3
¿“Giro a la izquierda” de Maduro y el aparato chavista?
Rafael Salinas
En distintas circunstancias, especialmente bajo Chávez, e increíblemente también con Maduro, hubo sectores dentro y fuera de Venezuela que alimentaron toda clase de ilusiones en un “giro a la izquierda” que llevase al régimen a avanzar hacia una ruptura revolucionaria (realmente) anticapitalista. Estos globos no son nuevos. Se han ido inflando (y tarde o temprano pinchándose) ya desde los primeros tiempos de Chávez.
Pero, a pesar de sus reiteradas desilusiones, este mecanismo ha seguido funcionando incluso con Maduro. Vamos a recordar uno de esos tantos casos. Lo hacemos no porque ese caso tenga en sí mismo gran importancia política, sino porque es un ejemplo acabado de ese mecanismo fatal en la vida política de vivir de ilusiones sin mayores fundamentos. Nos referimos a artículos y entrevistas de Stalin Pérez Borge con motivo de la “Asamblea Constituyente” fabricada el 30 de julio del año pasado ((“El reto de la Constituyente es dar el golpe de timón a la izquierda”, 9-8-17, “Venezuela en tiempo de huracanes”, 28-9-17, y “La salida a la crisis tiene que ser democrática, revolucionaria y socialista”, 9-8-17). Veamos primero la descripción que nos ofrece de la Constituyente misma.
“Como acierto, la Constituyente fue concebida con una composición de los más importantes sectores sociales, destacándose entre ellos los trabajadores. En lo territorial hay la representación de todos los municipios del país. Se cuenta con: 79 constituyentes provenientes del sector trabajador; 28 de los pensionados y jubilados; 5 de los discapacitados; 24 de las Comunas y Consejos Comunales y 8 del sector campesinos. También la mayoría de los 364 Constituyentes territoriales son asalariados, lo que hace que la inmensa mayoría de los miembros de la ANC provengan de la clase trabajadora” (“Venezuela en tiempo de huracanes”).
El compañero se olvida del hecho de que una asamblea o congreso donde muchos individuos sean eventualmente “trabajadores” no implica de por sí una representación legítima, de clase. En todo el mundo, los “congresos” de las burocracias sindicales están llenos de delegados que formalmente son “trabajadores”. La cuestión es cómo fueron electos. ¿Los designó a dedo desde arriba una burocracia que los disciplina o fueron expresión de la libre voluntad de las bases?
Si la realidad fue la elección a dedo desde arriba, el evento no tiene nada que ver con la democracia, ni con la democracia obrera y ni siquiera con la democracia burguesa. Y ése fue el caso de la escandalosamente antidemocrática “Constituyente” de Maduro, que luego –lógicamente– vota todo por unanimidad, al mejor estilo de los regímenes stalinistas, de las viejas dictaduras latinoamericanas o de los congresos de las burocracias sindicales. La Constituyente fabricada por Maduro se identifica más con esos casos y no con una Constituyente que además se espera que realice una revolución socialista, como veremos a continuación. Para la “Constituyente” convocada por Maduro, los partidos políticos (incluyendo los de izquierda) u otras organizaciones no podían presentar candidatos. En verdad, el gran elector fue la cúpula del PSUV.
Primero, Maduro principió con la farsa de que cualquier ciudadano podía directamente anotarse como candidato sin mediación de partido alguno. Así lo habrían hecho supuestamente unos 55.000 ciudadanos. “Pero había un detalle final y decisivo. Sus candidaturas debían ser aprobadas en última instancia por el llamado ‘Poder Electoral’, un organismo del Estado nada imparcial (…). Este ‘Poder Electoral’ vetó a unos 50.000 de los inscriptos para candidatos. Quedaron en pie algo más de unas 5.000 candidaturas, todas de fieles sirvientes y funcionarios del gobierno” (R. Salinas, “Venezuela: Ante la fraudulenta y antidemocrática ‘Constituyente’ de Maduro”, Socialismo o Barbarie, 26-7-17).
La frutilla del postre de este fraude escandaloso fueron los 8.300.000 votantes que anunció oficialmente el “Poder Electoral”. En verdad, la gran mayoría de los lugares de votación tuvieron escasa concurrencia, como lo documentan innumerables fotografías y videos de publicaciones de izquierda, como Aporrea en Caracas, y también en nuestro semanario Socialismo Barbarie (Zoila Mara, “Venezuela: La falsa ‘Constituyente’ de Maduro”, desde Caracas para Socialismo o Barbarie, 30-7-17). ¡Es de semejante organismo que el compañero Stalin Pérez Borge esperaba que diese “el golpe de timón a la izquierda”!
¿Cómo lograr ese “golpe de timón a la izquierda” que daría la Constituyente, ya que se trataba de un organismo con amplia mayoría de luchadores obreros y populares, según caracterizaba el compañero Pérez Borge? Centralmente, consistía en hacer presiones “para que el movimiento popular, y dentro de éste los trabajadores, sean los sujetos revolucionarios que puedan empujar a la Constituyente y hacer esa revolución política. Imponerle al gobierno de Maduro las medidas políticas, económicas y sociales correctas, o sea, la revolución económica-social y se logre convertir el poder Constituyente en el verdadero poder del pueblo trabajador” (S. Pérez Borge, “Venezuela en tiempo de huracanes”, cit.).
Esta “estrategia” de lograr, mediante presiones desde abajo, que el gobierno de un sector de la burguesía y/o sus correspondientes servidores burocráticos hagan revoluciones sociales, no es novedosa ni original. Ni la inventó tampoco el compañero Pérez Borge. Parece muy “astuta”, pero ha llevado ineludiblemente a las peores derrotas. En el caso de Venezuela es doblemente ingenua (o algo peor). Es que, además, en Venezuela no se repiten las escasas situaciones excepcionales de algunos países de la periferia que se presentaron el siglo pasado en la segunda posguerra, en las cuales se fue más allá de lo “normal”.
Por añadidura, el “chavismo” no tiene en el fondo nada de “anormal” ni excepcional. Ha sido un movimiento nacional populista, cuya incubadora fue un amplio sector de la oficialidad de las Fuerzas Armadas. Todo demasiado encuadrado y presionado por su formación económico-social de rentismo petrolero y minero, y las crisis que eso implica. Una de sus diferencias con los movimientos nacional-populistas del siglo pasado ha sido más bien su relativa moderación.
A su calor no ha llegado a “cocinarse” una revolución social, sino un clásico movimiento nacional-populista. Llegó al poder enfrentando luego enormes contradicciones que no resolvió (entre ellas, el rentismo petrolero que ni intentó solucionar). Dentro de esto, se fueron desarrollando nuevos sectores burgueses con intereses contradictorios (hasta ahora) a los de la vieja burguesía y el imperialismo yanqui. También, en sus tiempos iniciales, se esbozó paralelamente un nuevo y fuerte movimiento obrero, ante el cual Chávez fue primer actor en cuanto a burocratizarlo, paralizarlo y dividirlo.
Insistimos, sería una trampa mortal basar nuestra política en la posibilidad de que, si presionamos a sus aparatos (como la Constituyente fraudulenta), podría tomar rumbos revolucionarios. Eso no implica no saber distinguir, y por ende no enfrentar al imperialismo y a la derecha golpista venezolana. Este error –opuesto al del compañero Pérez Borge– es también difundido en algunos sectores de la izquierda.
Un ejemplo lamentable ha sido el del PSL (Partido Socialismo y Libertad) de Venezuela y sus asociados en Argentina, Izquierda Socialista (miembro del FIT). El año pasado, cuando el intento de derrocamiento del gobierno chavista, convocaron en Buenos Aires a un acto público con la consigna golpista-escuálida de “¡Abajo Maduro!” y, en Caracas apoyaron las manifestaciones, trancones y guarimbas por su derrocamiento, codo a codo con la derecha de la MUD.
De la misma manera, es para nosotros de principios, denunciar y combatir las medidas y amenazas del imperialismo yanqui y sus siervos de la OEA (Organización de Estados Americanos). Pero todo eso no puede implicar sembrar ilusiones en Maduro o tal o cual sector del chavismo. La única forma de salir del pantano (que se ha ido transformando en un infierno) es el surgimiento de una alternativa obrera y popular al chavismo y a la oposición de derecha, agente del imperialismo.
28 de mayo de 2018