A modo de cierre de nuestra investigación, sistematizamos las siguientes conclusiones sobre la ocupación estalinista del Glacis, el carácter de los Estados de las democracias populares y los límites de la rebelión obrera entre 1953-1956:
1- La victoria de la URSS sobre la Alemania nazi fue un hecho histórico progresivo: representó la derrota de un proyecto imperialista abiertamente contrarrevolucionario y responsable de las peores atrocidades contra el movimiento obrero, judíos, gitanos, eslavos, homosexuales, etc. A pesar de esto, el dominio soviético sobre los Estados del Este europeo (o Glacis) fue en un sentido contrario, pues dio paso a la instauración de un modelo de ocupación anti-obrero y expoliador, conformando una serie de Estados vasallos con relación a los mandatos de la burocracia estalinista en Moscú.
La expoliación se llevó a cabo por medio de varios mecanismos, como las sociedades mixtas, los tratados comerciales y las odiosas “reparaciones” de guerra que la URSS impuso a los Estados del Glacis. De esta forma, la burocracia estalinista recargó sobre la clase obrera, campesinos y sectores populares los costos de la guerra impulsada por los gobiernos autoritarios o fascistas que se aliaron con los nazis. De acuerdo a los cálculos elaborador por J. Wszelaki, entre 1945 y 1956, la URRS sustrajo de los países del Glacis unos 20 mil millones de dólares de la época1.
2- Para el período de estudio (1945-56) la URSS implementó dos modelos de ocupación. El primero, denominado las “nuevas democracias”, se extendió desde 1945 hasta 1948 y consistió en la formación de gobiernos de “Frente Popular” con representantes de los partidos burgueses, pequeño burgueses, socialdemócratas y comunistas de cada país. Teóricamente, se fundamentó en la concepción de la revolución por etapas, según la cual primero era preciso culminar las tareas democrático-burguesas en alianza con los sectores “progresistas” de la burguesía y, completado este punto, se podía avanzar hacia el socialismo.
Pero los gobiernos de Frente Popular resultaban muy inestables para los intereses soviéticos. Primero, porque su estabilidad dependía de la continuidad del acuerdo con las potencias aliadas, la cual se debilitó progresivamente tras la derrota de Hitler. Segundo, porque a la larga resultaban incompatibles con los planes de expoliación de los países del Glacis, para lo cual era necesario contar con gobiernos enteramente estalinistas que acogieran todas las directrices de Moscú, lo cual era imposible de asegurar con gobiernos de coalición con otros partidos.
De lo anterior surge la pregunta ¿por qué el estalinismo esperó hasta 1948 para instaurar gobiernos directamente con los partidos comunistas locales? Se pueden enumerar muchos factores internos y externos para explicar esto: un intento de la URSS por extender la alianza con las potencias aliados, la debilidad de las organizaciones comunistas en algunos países, etc. Pero consideramos que el principal elemento que sopesó la burocracia fue contrarrestar la incipiente reorganización de la clase obrera en los países del Glacis en los primeros años de la posguerra.
Como detallamos en el segundo capítulo, la derrota de los nazis en Stalingrado en 1943 y el consecuente avance del Ejército Rojo por Europa, generó un ascenso en la resistencia obrera y popular contra el nazismo y los gobiernos que apoyaban al Eje fascista. En este contexto, para la burocracia soviética era fundamental “congelar” el fervor revolucionario en los países ocupados, pactando con sectores burgueses (o sombras de la burguesía nacional) y, al mismo tiempo, desarticulando las incipientes formas de organización independiente que la clase obrera desarrolló durante la resistencia al nazismo y durante los primeros meses de la posguerra.
Así, en el período 1945-48, el estalinismo se dio a la tarea de “encuadrar” a la clase obrera en las nuevas estructuras sindicales controladas burocráticamente por los partidos comunistas (con la ayuda de las tropas soviéticas). Paralelamente, exterminó (literalmente) todo resquicio de oposición trotskista o expresión anti-burocrática dentro del movimiento obrero, para evitar la cristalización de corrientes opositoras de izquierda en los países ocupados.
3- En 1948 el estalinismo avanzó hacia un nuevo modelo de ocupación, el cual mantuvo (y profundizó) los rasgos anti-obreros y expoliadores. El inicio de la Guerra Fría, el potencial peligro de grupos de oposición a partir de las fuerzas integrantes de los Frentes Populares y, ante todo, la desarticulación de la organización independiente de la clase obrera, posibilitó las condiciones para el “viraje decisivo” con el fin de instaurar regímenes dictatoriales calcados al que imperaba en la URSS, los cuales pasaron a denominarse “democracias populares”.
Así, de forma abrupta, el estalinismo ordenó las expropiaciones de las industrias capitalistas y colectivizó el campo. Fueron expropiaciones decretadas desde arriba y, aunque en algunos casos fueron bien recibidas por la población (sobre todo la nacionalización de industrias, no así la colectivización del campo), no fueron medidas revolucionarios ejecutadas por la clase obrera y los sectores explotados.
Las democracias populares surgieron como Estados burocráticos desde el primer minuto, diferente al caso de la URSS que fue producto de una revolución auténticamente obrera que se burocratizó en un lento proceso, el cual se extendió desde los años veinte hasta inicios de los años cuarenta. Esto es de suma importancia, pues la clase obrera nunca ejerció el poder por medio de sus organismos en los países de Europa del Este.
Esto dio lugar a una situación sumamente anómala: una medida progresiva como la expropiación del capitalismo, al ser ejecutada desde arriba y en ausencia de la clase obrera, de inmediato fue reabsorbida por la burocracia en un sentido regresivo, colocándola en función de la acumulación burocrática y no para mejorar las condiciones de vida de la población.
Por este motivo las democracias populares replicaron todas las contradicciones económicas de la URSS, en particular la exacerbada desproporción entre el desarrollo de la industria pesada en detrimento de la industria ligera de bienes de consumo y la agricultura. Esto constituyó el punto más débil de las economías de estos Estados y tuvo fuertes implicaciones en el nivel de vida de la clase obrera y el campesinado, el cual cayó significativamente con el pasar de los años debido al despilfarro de recursos, la constante escases de productos básicos, la mala calidad de los que se obtenían y la expoliación sistemática de la URSS de sus recursos naturales e industriales.
4- Tras la muerte de Stalin en 1953, la cúpula estalinista inició con el rediseño del régimen político, proceso que se denominó “nuevo curso”. Se estableció una dirección colectiva y se realizaron algunas reformas en los planes económicos para fortalecer la producción de bienes de consumo en la URSS, pero prosiguieron con la expoliación de los países ocupados. A la vez, se permitió una modesta liberalización política que, aunque fue muy limitada, sirvió como vehículo de expresión del malestar acumulado en la sociedad por medio de los periódicos y círculos de discusión.
Lo anterior desató la pugna entre las alas de línea dura (conservadores) y los reformistas (liberales, revisionistas) en el Glacis, cuyo punto más alto fue la “desestalinización” promovida por Jruschev a partir de 1956, con la cual expuso los crímenes de Stalin y criticó el culto a la personalidad.
Aunque el ala reformista libró fuertes disputas con los de línea dura (incluso con purgas y ejecuciones), no representó una ruptura por la izquierda del estalinismo. Por el contrario, el reformismo burocrático se limitó a sostener un programa de pequeñas reformas liberales y atenuar las desproporciones de los planes burocráticos, pero todo esto en el marco del régimen burocrático. Sus límites quedaron en evidencia en Polonia y Hungría, pues Gomulka y Nagy respectivamente, demostraron su incapacidad de luchar a fondo contra la burocracia soviética y su temor al accionar independiente de la clase obrera.
5- Las características anti-obreras y expoliadoras de la ocupación soviética de las democracias populares, provocaron un enorme malestar de la población hacia el régimen estalinista.
Debido a esto, entre 1953 y 1956, se desarrolló un ciclo de rebeliones obreras anti-burocráticas. Constituyeron luchas sumamente progresivas que cuestionaron desde abajo y por la izquierda la podredumbre del régimen estalinista. La falta de libertades democráticas, la opresión nacional por parte de los rusos, los vulgares privilegios materiales para la dirigencia estalinista y las desastrosas consecuencias económicas de los planes burocráticos, fueron reivindicaciones comunes de estas rebeliones.
La revolución húngara representó el episodio más avanzado de este ciclo de rebeliones obreras, la cual puso en jaque la continuidad del régimen estalinista en ese país (con el peligro de ser una onda expansiva para el resto de democracias populares). A pesar de que fue una revolución con centralidad de la clase obrera (materializado en los Consejos obreros) y que obligó a las tropas soviéticas a replegarse de Budapest, su límite radicó en que no tuvo una dirección revolucionaria que orientara la lucha hacia la toma del poder por parte de los Consejos. En contraposición, la dirección estuvo a cargo del ala reformista de la burocracia húngara, cuyo papel se limitó a contener el proceso y apostar a una salida negociada con los soviéticos, lo cual condujo a la derrota a la revolución.
De esta manera, el ciclo de rebeliones obreras en las democracias populares reafirmó lo complejo que resulta la elevación política de la clase obrera y el movimiento de masas, en lo cual la experiencia histórica demuestra que el partido es un factor imprescindible: “La lucha de clases, la revolución, es lucha de partidos, es lucha por el poder. Y no se puede concebir ningún evento de la lucha política, e incluso militar, sin ellos (…) Si está claro que no existe signo igual entre la clase obrera y el partido (los partidos), al mismo tiempo no puede elevarse políticamente sin ellos” (Roberto Sáenz, Ascenso y caída del gobierno bolchevique, 381).
6- Por todo lo anterior, reafirmamos nuestra caracterización de las democracias populares como Estados burocráticos, en los cuales nunca estuvo en curso una transición al socialismo porque la clase obrera no tuvo el poder ni controló la propiedad estatizada.
Por el contrario, fueron Estados donde la burocracia se apropió del plusvalor social por medio de la propiedad estatizada, de la cual dispuso sin ningún control democrático desde abajo. Esto explica las aberraciones de los planes burocráticos, los cuales el estalinismo realizó de espaldas a la clase obrera y lo sectores explotados, dando paso a las desproporciones en las economías de las democracias populares.
En este sentido, nos diferenciamos de gran parte del movimiento trotskista de la posguerra que definió a los países del Glacis como “Estados obreros burocráticos” utilizando como único criterio la expropiación del capitalismo, un enfoque objetivista que dejó de lado los sujetos sociales y políticos que la aplicaban. Lo más absurdo del caso, es que muchas corrientes trotskistas de la actualidad persisten en aplicar estos criterios para caracterizar las democracias populares como Estados obreros burocráticos, demostrando una incomprensión absoluta del estalinismo.
Finalizamos esta investigación con una frase de Peter Fryer sobre la necesidad de saldar cuentas con la herencia estalinista para relanzar el socialismo revolucionario.: “Hungría era la encarnación del stalinismo. Aquí, en un pequeño y atormentado país, encontramos el cuadro completo en todos sus detalles: el abandono del humanismo, la atribución de importancia primordial no a los seres humanos que viven, respiran, sufren, abrigan esperanzas, sino a las máquinas, las metas, las estadísticas, los tractores, las fábricas de acero, las cifras del cumplimiento del plan…y, naturalmente, a los tanques (…) Todo el futuro del movimiento comunista mundial depende de poner fin al stalininismo” (Fryer, La tragedia de Hungría, 103).
1 Estos datos los tomamos de la obra de Lazlo Nagy que empleamos en la investigación. Utilizando un convertidor de moneda y tomando como año base 1956 (con una inflación promedio en los EUA de 3,6% anual), los 20 mil millones equivalían en 2019 a cerca de 192 mil millones de dólares (dato exacto: $191,771,638,528.5). Aunque nuestra equivalencia posiblemente presente un margen de error, es útil para darse una idea de la magnitud del saqueo que realizó la URSS sobre las democracias populares.